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16 de diciembre de 2012

El contable hindú (David Leavitt)


El contable hindú es la historia de la relación entre G. H. Hardy, célebre matemático británico de la primera mitad del siglo XX y Ramanujan, un autodidacta que se reveló como una de las figuras más importantes de las matemáticas modernas.

Ramanujan era consciente de su talento, que atribuía a la inspiración de la diosa Namagiri, por lo que contactó con varios notables matemáticos de la metrópoli para que confirmasen si su obra merecía la atención del mundo académico. De todos ellos, sólo Hardy mostró interés por el joven indio gestionando su viaje al Trinity de Cambridge y dando así comienzo a una fructífera relación que traería consigo importantes avances en la teoría de los números.

David Leavitt escribe El contable hindú (publicada por Anagrama con traducción de Javier Lacruz) en tercera persona, si bien intercala en el desarrollo cronológico de la historia una conferencia imaginaria de Hardy, casi al final de su vida, en la Universidad de Harvard rememorando diversos episodios de la peculiar relación con su joven discípulo. Al combinar primera y tercera persona crea la impresión de que la voz narrativa es el propio Hardy, o al menos, que se expresa con su punto de vista desplazando así el centro de gravedad de Ramanujan (como haría pensar el título de la obra) a Hardy.



David Leavitt

Podríamos pensar que el matemático indio debiera ser por méritos propios la pieza sobre la que gira la historia, su verdadero protagonista. Sin embargo, ni la nota exótica de su piel oscura en los college de Cambridge, ni su falta de educación formal o su genialidad, bastan para restar fuerza a la personalidad del más oscuro y esquivo G. H. Hardy.

El afamado matemático británico es introvertido hasta extremos enfermizos; poco aficionado a las conveniencias sociales y a las relaciones mundanas que ve como simples estorbos y largos preámbulos para la consecución de sus fines. Frío y con pocas dotes para la conversación. A ello se suma una homosexualidad en ocasiones no totalmente admitida, más bien timorata y platónica que apenas logra conciliar con la realidad de su tiempo y que choca con el ambiente desinhibido de sus colegas del círculo de los Apóstoles de Cambridge. En suma, un personaje que uno tendría poco interés en conocer y, menos aún, en tratar.

Puestos sobre la mesa estos elementos parecería que las simpatías del lector debieran caer del lado de Ramanujan. Sin embargo, David Leavitt tuerce la simpatía natural del lector por el "contable hindú" introduciéndonos en la compleja psicología de Hardy, sus vericuetos y oscuridades, también algunas luces. 

Hardy


Comencemos. Hardy no es un valiente en el sentido convencional del término. Poco después de la llegada de Ramanujan a Inglaterra, estalla la Primera Guerra Mundial. Este acontecimiento supone un cambio radical en la vida del college. Muchos alumnos se alistan como voluntarios, algunos profesores les siguen, pero el círculo más elitista, con Bertrand Russell a la cabeza, aboga por el pacifismo y alcanzar un acuerdo con los alemanes que ponga fin a la guerra. Hardy simpatiza con esta facción y se une a diversas organizaciones pacifistas, ocupando incluso algún cargo destacado y asumiendo por ello un cierto riesgo laboral.

Pese a que por estar soltero es un candidato óptimo para el reclutamiento, se resiste por coherencia con sus altos ideales. Y sin embargo, según las fuentes a las que ha recurrido Leavitt, se postula secretamente como voluntario para el caso de que sea necesario ampliar el reclutamiento, tratando así de evitar la presión y el destino de algunos compañeros de Cambridge menos timoratos: el despido.

Las contradicciones se agolpan en su vida. Pese a sus nulas habilidades sociales, Hardy se labrará fama por sus trabajos en pareja (Hardy y Littlewood, Hardy y Ramanujan). No importa que muchos de los artículos fruto de estas colaboraciones se escriban por separado, compartiendo ideas mediante cartas (incluso con Littlewood, que vive a apenas unos pasos, en el propio Trinity). Lo cierto es que Hardy encuentra estímulo en este tipo de trabajos compartidos.

Más contradicciones. Su materialismo le convierte en un ateo puro desde su tierna infancia. Sólo admite lo que pueda ser demostrado, preferiblemente mediante métodos abstractos y matemáticos. Sin embargo, su complicada mente ha elaborado un sistema por el que, cuando desea fervientemente algo, reza para que se produzca el hecho contrario. Si quiere un día nublado para concentrarse adecuadamente en una demostración, pedirá a Dios un día de sol brillante, convencido de que Dios jamás le concederá lo que pide. Peor aún, conversa con el espíritu de su primer amante, Gaye, quien se suicidió por el rechazo de Hardy. Así, por lo menos nos lo describe Leavitt con el fin de resaltar su contradictoria personalidad. .

Ramanujan
¡Y vaya pareja! Un joven que atribuye su conocimiento a una diosa zoomorfa y que cree en la reencarnación y un matemático que se empeña en negar la existencia de Dios mientras le reza y conversa con muertos.

Y sin embargo, la relación funciona. El caótico e inventivo Ramanujan precisa de la formalidad y trabajo teórico de Hardy igual que éste necesita de las perspectivas heterodoxas de su discípulo. Tal vez estos hilos ocultos bajo las apariencias son los que tejen una relación muy especial que terminará por cambiar el carácter del propio Hardy.

Cuando Ramanujan enferme en 1916 será Hardy quien se preocupe por él y le haga regulares visitas, alejadas de sus intereses matemáticos más directos. También será Hardy quien apoye al joven en su idea de regresar a la India o quien se preocupe por sus estancias misteriosas en Londres.


Namagiri
La enfermedad de Ramanujan es otro misterio por aclarar. Cada médico tiene una opinión al respecto. Desde tuberculosis a alguna infección propia de la India, pero las molestias estomacales y sus fiebres nocturnas apenas le dejan espacio para el trabajo y su vida entra en el circuito de diversas casas de reposo, clínicas y médicos con terapias supuestamente milagrosas que tanto predicamento tenían en aquellos años.

Tal vez Ramanujan irritó a la diosa al cruzar el mar y alejarse de su templo para viajar a Inglaterra, tal y como sostiene su casta, o tal vez se trate tan solo de la adaptación al clima inglés y la dificultad para encontrar verduras frescas durante el periodo de guerra (Ramanujan es vegetariano estricto). Por otro lado, sus preocupaciones familiares crecen. Casado con una adolescente en un matrimonio concertado, deja a su esposa en manos de su madre. Poco después se entera de que la niña ha huido a casa de unos familiares escapando de la semiesclavitud en la que vivía.






Por otro lado, el joven ansía un rápido reconocimiento y estabilidad económica. El rechazo del claustro de Cambridge a admitirle como profesor la primera vez que es propuesto supone otro duro golpe.



Demasiada presión para un hombre impresionable como Ramanujan. La decisión de volver a la India temporalmente para recuperarse parece la más acertada. Allí morirá poco después, rodeado de la admiración y reconocimiento que no tuvo hasta que Hardy le sacó de aquel mismo país. 

Ramanujan junto a Hardy en Cambridge
El contable hindú está escrita con ese estilo minucioso y conciso, pero al tiempo ágil, que recuerda vagamente a Julian Barnes (quizá sean los ecos de Arthur & George, otra novela brillante sobre dos personajes opuestos, uno de ellos también de origen indio). Lo cierto es que la obra está plagada de imágenes y reflexiones que van construyendo una historia, la relación entre dos hombres muy diferentes, de manera verídica y brillante. Las sucesivas escenas sobre las que se articula la trama (Leavitt no se esfuerza por rellenar los espacios en blanco) siempre iluminan algún aspecto de las personalidades de ambos que dan sentido al conjunto.

El esfuerzo de documentación realizado por el autor merece un aplauso ya que no solo se centra en recrear la vida de sus personajes sino que la enmarca en un contexto histórico y social muy concreto. Las reuniones de los Apóstoles, las relaciones con Keynes, D. H.  Lawrence, Russell o Moore, el modo de vida en el collage (incluyendo los menús de los profesores), la manera en que se enfrentaba la homosexualidad en la época o las diversas conjeturas matemáticas de los protagonistas quedan perfectamente retratadas.

¿Por qué merece la pena leer El contable hindú? En primer lugar porque, a pesar de su detallismo, su lectura es estimulante; no asustarse si al hojear el libro se ven fórmulas matemáticas, no muerden. En segundo lugar, porque nos enseña cuál es el verdadero cimiento de una amistad, ajeno a cuestiones de raza, sexo o religión pero muy relacionado con compartir un interés común y con el respeto mutuo. Este respeto es el que llevó a Hardy a afirmar que en el futuro querría ser recordado, no por sus teorías matemáticas, sino por haber sido el descubridor de Ramanujan. Pocas palabras pueden expresar mejor la idea recogida en esta novela.

2 de diciembre de 2012

La librería ambulante (Christopher Morley)




En nuestras vidas digitales apenas podemos concebir un tiempo en el que vivir en una aldea remota significaba el alejamiento de cualquier oportunidad de ocio o cultura tal y como podían entenderla sus contemporáneos urbanitas. Un tiempo en el que el acceso a los libros resultaba harto difícil, no sólo por lo costoso, sino por las escasas oportunidades para su compra.

Así que, al igual que cualquier otro vendedor ambulante que decide acercar su producto a sus clientes potenciales, el mejor modo de llevar los libros a los rincones más recónditos del país, era trasladarlos físicamente, mostrarlos como una mercancía más y cantar sus bondades.

Roger Mifflin recorre los caminos rurales de los Estados Unidos a comienzos del siglo XX ejerciendo la venta de libros a domicilio a bordo del Parnaso Ambulante, un carromato acomodado a la doble función de tienda y vivienda itinerante, acompañado por una mula renqueante y un alegre perro.

Pero no viaja a solas con ellos, a sus espaldas, más de mil libros le sirven de consuelo y esperanza, de lección sobre el mundo y de criterio para conducirse en la vida. Porque Mifflin, que ha abandonado su ocupación de maestro, ha sido picado por el vicio del proselitismo, la predicación de una verdad que ha iluminado su vida: la religión de la buena literatura.

Mifflin encuentra una compañera de viaje con la que comparte protagonismo, Helen McGill. Institutriz en su juventud, abandonó la vida urbana para comprar, junto a su hermano Andrew, una granja en la que viviría los siguientes diez años dedicando su tiempo y esfuerzo a recoger los huevos de las gallinas, hornear el pan y preparar mermeladas. Diez años es demasiado tiempo y Andrew comienza a interesarse más por la escritura que por los cultivos y el ganado alcanzando cierto renombre que amenaza la estabilidad de la vida rutinaria de Helen.


Cuando ésta ve aparecer a las puertas de su granja el Parnaso Ambulante del señor Mifflin y conoce sus intenciones de venderlo a su hermano para retirarse a escribir un libro en el que volcar toda su experiencia de los años pasados en polvorientos caminos, cree llegado el fin de su tranquila vida rural. Ve a su hermano comprando el cachivache y lanzándose a la aventura dejando para ella el duro trabajo de la granja. Así que lanza su complicada apuesta para evitar que su vida cambie por la fuerza de otros y, para ello, golpea primero. Será ella y no Andrew quien compre el Parnaso y ella quien asuma la dirección del negocio dejando toda la responsabilidad de la granja a su hermano.

Helen es un ejemplo de estas tardías decisiones que se toman en la vida, muchas veces las más acertadas, las que rompen una dinámica y que son un salto al vacío que pocos son capaces de dar. Pero no es su caso, paga en el acto al mercachifle que le acompañará durante los siguientes días explicándole las normas básicas de su negocio y compartiendo con ella su credo literario.

Las conversaciones entre el extravagante Sr. Mifflin y la pacata McGill no tienen desperdicio y van jalonando las cunetas de divertidas anécdotas que conducen a un final algo previsible pero que no desentona con el tono placentero del relato ni con el pausado trote de la mula.


Y de esto habla La librería ambulante, de un estrafalario hombrecillo que se ha dedicado durante los últimos años a predicar su evangelio literario a lo largo y ancho de los polvorientos caminos. Ha discurseado sobre la buena literatura y cómo sacar partido de ella, pero también ha sabido vender los libros adecuados a las personas correctas. A un ama de casa le sugiere un buen libro de cocina y a un granjero un libro sobre horticultura. Propone libros diversos al predicador, a los hijos del alcalde o al funcionario local con una idea en la cabeza: cada libro es una semilla que germina en la necesidad de más libros.

Mifflin no se aferra a las listas de éxito sino que recurre sin vergüenza a los clásicos  cuando lo cree conveniente. Pero no está dispuesto a asfixiar una incipiente vocación lectora con obras que la agoten por siempre. Se niega a entregar a un granjero obras de Shakespeare pese a la insistencia de éste, creyendo aún no llegado el momento adecuado.

Mifflin nos habla de las bases de un buen negocio, honrado y de improbable rápida fortuna, pero un negocio seguro ya que cree en su mercancía. Cuánto deberían aprender libreros, editores y críticos de este personaje mientras se lamentan y lamen las heridas de la crisis lectora.

Vender a un buen precio con un margen razonable, no tratar de vender el libro equivocado a la persona equivocada (cuántas menciones en las contraportadas han llevado a comprar malos libros). Cuánto marketing y qué poco boca a boca. Qué rapidez para publicar libros que apenas duran unos escasos meses en el mercado y que, sólo si son rentables, pasan a ediciones de bolsillo igualmente parcas. Cuánta publicidad y cuántas listas de ventas, cuántos autores con un buen primer libro que estiran su fama con segundas obras que no debieron publicarse.

Pero no generalicemos, Editorial Periférica ha recuperado este texto publicado en 1917 por Christopher Morley, un autor de éxito en la primera mitad de siglo que supo escribir con un estilo cuidado pero popular. Tanto por la edición como por la traducción a cargo de Juan Sebastián Cárdenas, Periférica proporciona el sabor y el gusto de los buenos libros, amenos y centrados en una historia que narrar, artesanía de la palabra.

Christopher Morley
 Es cierto que en nuestros días la Literatura no parece necesitar de librerías ambulantes como antaño. Ya no hay caminos pedregosos, ni aldeas remotas; la globalización nos ha acercado a todos y cualquiera puede comprar lo que desee a través de Internet. Pero también en nuestros días sigue habiendo necesidad de Parnasos, de predicadores de la buena literatura. Y esos Parnasos llaman a tu puerta cada día y llevan nombres tan rutilantes como La hora azul, La antigua Biblos, Lector en los huesos, El blog del librero Humanoide, Solodelibros, Devolución y Préstamo, Libros y Literatura, O mejor... ¡Denme el librillo entero!, De libro en libro.. , Cargada de Libros, Golem - Memorias de lectura, Algún día en alguna parte, Hislibris, Opinión de Libros y tantos y tantos otros. 


Esta reseña participa en el concurso de la web Libros y Literatura