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22 de abril de 2023

Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Andrés Trapiello)

 

 


 

 

Andrés Trapiello recibió el encargo de preparar una breve biografía de Miguel de Cervantes después de que el primer elegido por la editorial para este fin, declinara la propuesta una vez iniciada la labor. Así es como nace Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Ed. Destino).

 

Según reconoce Trapiello, este trabajo alimenticio se convirtió en la perfecta ocasión para dedicar el tiempo, siempre escaso, a la lectura de la obra de este genial autor, empleando el adjetivo a modo de metonimia, porque se supone que así ha de expresarse pero sin que nadie realmente haya pasado, salvo estudiosos y académicos en el mejor de los casos, de la lectura del Quijote y, tal vez, de algunas de sus novelas ejemplares, casi siempre como consecuencia de la imposición escolar.

 

Pero no solo de sus obras bebe Trapiello, porque si extensos son el Quijote y La Galatea, en nada resultan comparados con la inagotable bibliografía y biografía en torno a su autor y sus méritos. También a esta ciencia, la cervantología, dedica su tiempo Trapiello, llegando a la conclusión de que cada época, cada momento histórico, precisa de su adaptación y reflejo en la vida de nuestro más famoso escritor. Y leyendo muchas de estas grandes biografías y tratados, llega a la conclusión de que inventan mucho, fabulan otro tanto y no se conforman con lo que por cierto se puede tener, tratando de engrandecer la figura de Cervantes, rastreando los vacíos para completarlos con fragmentos de sus obras como si éstas no fueran sino mensajes cifrados intencionados.

Trapiello afirma su intención de no inventar, de limitarse a los hechos ciertos, a no imaginar los sentimientos de Cervantes, no prejuiciar sus actos ni ir más allá de lo razonable. Y en este esfuerzo, no siempre totalmente logrado, se centra Trapiello, rastreando lo que de más verosímil se encuentra en todas las obras consultadas.

De aquí resulta el nombre de este libro, esas vidas a que se hace referencia. Un plural que puede significar que la de Cervantes fue vida multifacética, como soldado, funcionario de abastos, recaudador de impuestos, poeta, dramaturgo, novelista, negociante, .... pero también que el molde de sus hechos biográficos ofrece tantas lagunas como la vida de su compañero de letras, Shakespeare, que hay quienes incluso le niegan el haber escrito lo que se le atribuye. Así pues, también a Cervantes se le pretende hacer una biografía a medida. No es de extrañar por tanto, que haya quienes le vean como judío converso, con la Iglesia hemos topado, lo que explica su dedicación a los impuestos o su intento por borrar parte de su pasado, o difuminarlo mediante matrimonio conveniente, igual que hicieron sus padres. También se explica así su posición frente a los moriscos o su enrolamiento en la milicia y su posterior participación en la batalla de Lepanto.

Pero también la supuesta sodomía, su papel de difamador en libelos cortesanos y otras tantas fábulas, embustes o meras insinuaciones para las que no es dificil encontrar cualquier pasaje del Quijote que permita sustentarla sin fundamento pero con apariencia de verosimilitud para los simples que no saben que lo son.

El libro sigue un itinerario cronológico en el que se va desvelando lo que de la vida de Cervantes se conoce, que es más de lo que podríamos creer, si bien, parte de esta información deriva de prólogos del propio autor o de fuentes tal vez interesadas, pero de las que tampoco hay razones para cuestionar lo que de fundamental pueda haber en ellas.

Trapiello nos informa de sus antecedentes familiares, de su incierta vida en la Corte, de su salto a Italia junto a su hermano, y de la famosa batalla más importante que los siglos vieron, tras la que le vino la pérdida del uso de su mano izquierda, y tiempo después, la caída en manos de los piratas de Berbería y su cautiverio en Argel, siendo este periodo el que, por bien seguro, le marcó de manera definitoria puesto que en numerosas obras, no solo el Quijote, reflejó elementos vividos en Argel.

Se cuestiona lo extraño y precipitado de su matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios, a quien dejó en Esquivias al poco de casarse, partiendo para negocios inciertos en Sevilla. Se nos habla de su supuesta hija natural, Isabel, fruto de sus amores ilegítimos con Ana de Villafranca. Una vida amorosa compleja, pero que debería bastar para alejar la posible homosexualidad del autor. Se nos detalla el poco éxito de Cervantes en sus intentos por lograr reconocimiento a sus propuestas teatrales siguiendo la estela de Lope de Rueda, de quien era un notable admirador, pero que pronto fue desplazado por la fuerza creadora de Lope de Vega.

También conocemos de su papel como funcionario de abastos para la Gran Armada y las excomuniones de que fue objeto por hacer cumplir su mandato incluso frente a clérigos y ordenados. Le vemos sometido a investigación cuando, tras la derrota de la flota, llegó la orden de Felipe II de averiguar qué había ocurrido con los suministros para la Armada, y se descubrió la inmensa corrupción de sus funcionarios, entre ellos, la del responsable directo de nuestro biografiado. Pero de ello salió indemne puesto que al poco fue comisionado para la recaudación de impuestos, de la que nuevamente salió con investigación y pena de cárcel.

Y es allí donde algunos sostienen que dio comienzo a la escritura de su Quijote, tal vez como una más de sus futuras novelas ejemplares, sin el deseo o voluntad de hacer de ella algo más. Pero lo mismo se cuenta que pudo ocurrir durante su apresamiento en Argel o durante las interminables sobremesas en Esquivias, donde pudo conocer historias que terminarían por darle soporte a muchas otras que terminan por aflorar en su obra.

Sin embargo, lo cierto es que el Quijote surgió de su imaginación fértil y de su conocimiento de la vida. En su condición de funcionario recorrió los caminos de Andalucía, Murcia, La Mancha, .... Por cuestiones varias residió en Madrid, Toledo, Sevilla, Valladolid, también en el extranjero. Y en su vida tuvo ocasión de tratar con las más variadas personas, nobles, eclesiásticos, villanos, ladrones y ganapanes, cristianos viejos y nuevos, moriscos y labradores burdos. Con soldados y berberiscos, con autores dramáticos y poetas, con impresores y alcahuetas. En suma, todo ese conocimiento acumulado no le sirvió de mucho cuando trató de replicar modos ya explorados, cuando tan solo pretendió hallar medio de vida en la escritura a la moda, con entremeses y pequeñas obras, o cuando ofreció su versión propia de la pastoril Diana de Montemayor, con La Galatea. Tampoco cuando quiso, con el Viaje al Parnaso, dedicarse a la lírica y a la loa hacia otros poetas, sin duda, esperando infructuosamente que el favor le fuera devuelto.

Sin embargo, será cuando ya mayor, vencido de otros tantos intentos de medrar, fracasados sus gestiones para pasar a América como funcionario, buscando refugio nuevamente en las letras, encuentre un vehículo con el que dar salida a todo lo que había experimentado, sentido y vivido. Será cuando su imaginación no quede encorsetada en moldes ajenos, cuando tal vez ni siquiera pretendiera ya el éxito que tantas veces le había sido negado, cuando logre crear su mejor obra, de las mejores de nuestra lengua, cuando se reivindica.

 


Y tampoco es de extrañar que, encontrado ese filón, ese nuevo modo de hacer, que ya estaba en camino pero que en nuestra lengua aún no era fértil, tratase de alentar esa pequeña llama, y comenzara a escribir la segunda parte del Quijote. Y tampoco es de sorprender que, cuando un tercero, por nombre falso Avellaneda, se permitió adelantarse y publicar una segunda obra, Cervantes creyó ver nuevamente el peligro, el de que su fama y éxito sobrevenido pudiera tornarse fugaz y finito. Y así, nuestro autor creció aún se creció más y defendió a muerte su obra y su creación. Según Trapiello, según la mayor parte de los críticos, la segunda parte del Quijote es, sin duda, mucho mejor que la primera. Y lo es porque Cervantes, no solo se sintió atacado en lo personal por las acusaciones del falso Avellaneda, sino porque se manipulaba y abarataba a sus personajes, a su Sancho, a su Alonso Quijano.

Así, igual que en la primera parte ya había creado un juego especular, con una narración que no era del autor, ni de los protagonistas, sino del moro Cide Hamete Benengeli, Cervantes logra doblar la apuesta en un juego autorreferencial que hace avanzar la novela para convertirla en el género literario por antonomasia hasta nuestros días. Aquí, los propios personajes se referirán a la obra falsa que les retrata. Don Quijote y Sancho se toparon con un individuo de nombre Jerónimo, como el supuesto autor que se escondía tras el seudónimo de Avellaneda, que está leyendo el Quijote apócrifo y que, rendido ante el verdadero hidalgo, le reconocerá como el auténtico. Pero también sus protagonistas enmendarán conscientemente el punto final de su viaje, para desviarlo de la ruta propuesta por el falsario autor. Y, no más, Cervantes, decide matar a su héroe para impedir futuras aventuras, para dar su última palabra, ese "vale" con el que se cierra la obra.

El libro de Trapiello se completa con una pequeña colección de artículos del autor, algunos a raíz de aniversarios, otros escritos en disputa con Francisco Rico, autor de una muy reconocida edición anotada del Quijote, pero lo importante ya está dicho. Esta segunda parte viene más referida a la influencia de la obra de Cervantes y a cómo se reinterpreta en tiempos posteriores a la muerte del autor, en el siglo XVIII, en tiempos del Romanticismo, o la idea que de él tenía Pérez Galdós, y su posterior vindicación por parte de los noventayochistas, y así sucesivamente.

El libro se lee de manera amena, no a otra cosa invita la vida ajetreada del autor, pero también Trapiello sabe poner de su parte, seleccionando lo fundamental y no dejándose enredar por las disputas de los cervantistas. En suma, su amor por la obra pesa más que la erudición, y estas páginas son una invitación constante a dejar el volumen a un lado y dirigirse a las fuentes, a las páginas sobre las que se escribe. Pero el libro es importante porque aporta información y contexto, explicaciones sobre la cultura de nuestro siglo de Oro, de su política y religión, que ya no nos resultan tan obvias, y también del complicado mundillo literario en el que tuvo que batirse Cervantes, normalmente con poca fortuna, lleno de ofensas y recados, vulneración de los derechos de autor, aún no reconocidos como tales, envidias y maledicencias.

Pero Trapiello no cae en la adulación. Sabe reconocer que gran parte de las obras de su biografiado no resisten comparación con el Quijote, han perdido vigencia en nuestros días. A nadie encomienda la visita a Los trabajos de Persiles y Segismunda, menos aún al Viaje al Parnaso. De hecho, se muestra sorprendido del esfuerzo del autor por tratar de completar la segunda parte de La Galatea hasta casi el día de su muerte.

Pero tanto las dos partes del Quijote, como sus Novelas Ejemplares, en la medida en la que supusieron un cambio en el paradigma de su tiempo y abrieron las fronteras de nuestra lengua, bastan para el reconocimiento eterno de la fama de Cervantes. Por otro lado, Trapiello reconoce también en el estilo del autor una claridad y concisión, una intención de alejarse de florituras y adornos estériles, que forma junto a su original modo de entender la narración una dupla imbatible.

No ha mucho tiempo, Trapiello recibió el encargo de preparar una versión actualizada y puesta al día del Quijote, una adecuación del vocabulario fundamentalmente, con el fin de acercar la obra a ojos más modernos, sin llegar a desvirtuar su estilo ni hacer perder su esencia. En suma, lograr para los lectores hispanohablantes lo que los extranjeros consiguen con cada nueva traducción. Desconozco la calidad de este intento, pero desde luego, no tengo duda de que este libro que ahora concluyo fue pasaporte bastante para que se le concediera tal oportunidad que, por seguro, disfrutó tanto o más que la escritura del presente.

 

 

 

 

 

10 de abril de 2023

El gran salto (Jonathan Lee)



La noche del 12 de octubre de 1984 estalló una bomba del IRA en el Grand Hotel de Brighton en el que estaba alojada Margaret Thacher junto a su gabinete y la cúpula del Partido Conservador, por celebrarse en aquella localidad la convención anual del partido. Como consecuencia del atentado, perdieron la vida cinco personas y treinta y una resultaron heridas, ninguna de especial relevancia pública.

El atentado puso de manifiesto el alcance del peligro del IRA, su competencia técnica al burlar todas las medidas de seguridad tomadas. No obstante, el balance para los terroristas fue algo decepcionante al no conseguir hacer saltar por los aires al gabinete, y la enérgica respuesta de la dama de Hierro, que decidió no alterar en lo más mínimo el programa de actos y discursos pese al atentado, ofreció una imagen de firmeza contraria a la que buscaba el IRA.

Sea como fuere, ésta es la gran historia, la que muestran los libros, las crónicas periodísticas. Sin embargo, El gran salto (Libros del Asteroide) nos habla de la pequeña historia, de la vida de las personas, de sus pensamientos y sentimientos, latidos y pulsaciones, miedos y aspiraciones contra el telón del inminente atentado.  

Es en esos pliegues ocultos a la luz de los documentos oficiales donde se resguarda la vida real, la que sustenta todo lo demás, y es ahí donde Jonathan Lee coloca su extraordinario ojo literario para fijarse principalmente en tres personajes.

 

De un lado, aunque es sabido que la bomba fue colocada por Patrick Magee, siempre se ha creído que pudo haber otro terrorista, y sobre esta figura fabula el autor, creando un personaje de carne y hueso, con intenciones ambivalentes, que vive con su madre a la que trata de mantener alejada de su vinculación con el IRA aunque intuye que sabe más que lo que sus episodios de demencia senil pueden dar a entender. Y nos cuenta cómo entró en el IRA, su rito de iniciación, su vida durmiente hasta que es requerido para algún acto concreto, sus habilidades, su vida en un barrio mayoritariamente lealista en el que cada uno de sus movimientos parece observado por los vecinos, en el que la desesperanza, la falta de futuro parecen ser una sustancia pegajosa de la que no puede librarse.  

Y sin embargo, Dan vive y late, trata de beber con amigos, de ligar con desconocidos, temiendo tal vez que sean ganchos del enemigo, momificándose por el riesgo de perder el control y hablar más de la cuenta, temiendo guardarse dentro todo lo que soporta, un equilibrio difícil que se va uniendo a una creciente duda sobre lo que pretenden sus compañeros de lucha, lo que persigue él, lo que significan las nuevas generaciones del IRA, lo que traen a las vidas de todos los buenos católicos de la buena Irlanda.

Pero Dan no está solo en este mundo de dudas, enjuiciamiento de su pasado, de mirar adelante sin saber qué puerta tomar. También Moose, subdirector del Grand Hotel pasa por similares circunstancias. Su trabajo le absorbe, más aún en estas fechas en las que debe preparar la estancia del gabinete en su hotel y en la que se juega su posible ascenso a la dirección del establecimiento, quién sabe si a un cambio de timón en su carrera dentro de la cadena hotelera a la que pertenece. La vida no le ha dado muchos respiros. No cursó estudios, decidido a demostrar que podía llegar lejos desde abajo, ve cómo sigue aún muy abajo, cómo todo parece contradecirse, cómo su mujer le abandonó hace muchos años por algo que aún no acierta a definir, que le dejó con una hija a la que criar y a la que se aferró con fuerza. Y ahora su hija ha de tomar nuevos rumbos, dejándole con un cierto nivel de estrés, de colesterol y exceso de kilos, con una vida vacía que se apresta a rellenar cada mañana con una maniática dedicación al hotel.

Y, por último, tenemos a Freya, la hija de Moose que ha concluido el bachillerato y se plantea tomarse un tiempo sabático, trabajar en un hotel de España, ir a la Universidad o enganchar el trabajo veraniego en la recepción del Grand Hotel, con sus comodidades, sus compañeros de trabajo a los que conoce desde hace muchos años gracias a su padre, de ennoviarse y dejarlo todo para no hacer nada, en suma, que se encuentra en la misma encrucijada que su padre hace tantos años, por lo que ahora le resulta tan difícil juzgarle, aunque lo hace a todas horas sin mucha conmiseración.

Y aquí comienza la pequeña maravilla que es la novela. El modo en que Lee trata a sus personajes, su construcción, tan plausible, tan real y nítida, basada en sus pensamientos, tan anodinos y simples, tan mediocres o excelsos como los de cualquiera, pero tratados con un esmero, casi podríamos decir que con un amor desbordante que los hace tan próximos al lector desde apenas sus primeras apariciones. Nada de especial tienen, salvo una contumaz voluntad de vivir, un intenso deseo por salir adelante de sus difíciles situaciones, o de sus insustanciales cavilaciones.

Aunque el atentado es un peso que sobrevuela la novela y del que no podemos escapar, un clímax que sabemos que nos alcanzará antes o después. lo cierto es que poca presencia tiene en estas páginas, tan alejadas de los detalles escabrosos, de los episodios de intriga, de la descripción de los riesgos tomados. Todo lo contrario, los tres personajes forman un triángulo al que van ascendiendo poco a poco, como se sube al trampolín antes de realizar un salto y zambullirse en una piscina, antes de dar ese gran salto que todo lo cambia, ese vórtice desde el que solo cabe seguir adelante o girar con el rabo entre las piernas y las orejas gachas.

  

 


 

La humanidad desbordante de estos tres protagonistas, y la de aquellos con quienes viven, no menos reales, no peor tratados por el autor, ofrecen un relato que se aferra a la memoria más allá de la última página, un cierto anhelo de haber continuado por mucho tiempo con ellos, haber les acompañado en sus idas y venidas, en sus banales actos, ignorantes de las consecuencias de sus actos.

Pero, por otro lado, la magia de esta novela se encuentra también en las innumerables reflexiones del autor, en boca del narrador o de los personajes, en sus metáforas y figuras, en sus paralelismos y descripciones, en todo aquello que invita a una lectura demorada, reflexiva, entroncada casi en otro tiempo, distinto al nuestro, en el que el deseo de pasar las páginas parece dominarlo todo.  

La finura del texto debe gran parte de su profundo sentimiento a una traducción que se intuye brillante, capaz de conservar el sentido profundo del original pero conservando una belleza de difícil volcado en nuestro idioma. Todo el mérito es de Zulema Couso.

Es de desear que Jonathan Lee publique más novelas y que las ya presentadas en su lengua original encuentren eco y traducción para seguir disfrutando de su pericia y maestría en este arte de narrar y atrapar, de crear y emocionar como lo ha hecho El gran salto.