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30 de julio de 2006

La balada de la cárcel de Reading (Oscar Wilde)


Oscar Wilde pasó del reconocimiento y admiración pública a la reprobación social y la condena por conducta inmoral a trabajos forzados en el penal de Reading en un breve lapso de tiempo. Esta brusca caída acabó prácticamente con su obra literaria dado que desde su ingreso en prisión hasta su muerte únicamente escribiría dos obras relevantes. Una de ellas, escrita durante su segundo año de encarcelamiento es La balada de la cárcel de Reading.

La obra previa de Wilde caminaba entre el esteticismo propio del dandismo inglés de finales del siglo XIX, el ingenio mordaz y escandaloso de Wilde y el mundo ocioso de la clase alta británica.

Lo que escribió tras la sentencia penal nos permite "completar" el perfil de Wilde con cualidades como la sencillez en el estilo, la reflexión sobre el sentido y valor de una vida, sea la de un noble, un carcelero o un criminal y la naturaleza de las pasiones humanas.

La balada parte de un hecho real, el ahorcamiento de Charles T. Wooldridge, reo por el asesinato de su amante. Wilde destaca que, pese a lo horrendo del crimen, la prisión y el posterior ajusticiamiento de no es menos brutal. Los sentimientos, tanto del autor como del resto de reclusos ante la muerte de un compañero, se van desvelando a lo largo del poema que huye del trágico episodio para darle validez universal.

La métrica, la rima y el ritmo (en su versión original) ayudan a crear una sensación hipnótica, ayudada por la utilización reiterada de ciertas imágenes que hacen las veces de ligazón entre las diferentes partes del poema. Estos efectos logran transmitir la sensación opresiva, rutinaria y sin sentido de la vida deshumanizada de la prisión.

El poema ha hecho fortuna en la memoria popular a través de algunos de sus versos ("Aunque todos los hombres matan lo que aman.... etc). Sin embargo, los hallazgos son continuos en todo el poema; la contraposición de los pies del ahorcado con los pies de un bailarín ("Dulce es bailar al son de los violines/ cuando el amor y la vida son hermosos/.../ !pero no es agradable bailar en el aire/ con ágiles pies¡") o la descripción de la cárcel ("Con rejas emborronan la amable luna/ y ciegan el benéfico sol,/ y hacen bien en ocultar su infierno/ !porque en él se hacen cosas/que ni el hijo de Dios ni el hijo del Hombre/ debe ver jamás¡")

28 de julio de 2006

Crónicas desde Berlín (1930-1936) (Eugenio Xammar)


Hubo un tiempo en que periodismo y literatura podían ir de la mano. Un tiempo en el que una crónica reunía elementos tan variados como la corrección gramatical, la elegancia en el estilo, la descripción e interpretación de los hechos, la complicidad con el lector, etc.

Por contra, hay tiempos en los que leer una columna periodística sin encontrar faltas graves de ortografía supone un alivio para el espíritu.

Xammar, pertenece, sin duda alguna, a la primera categoría. Los artículos que se recogen en este volumen agrupan las crónicas enviadas por el periodista desde su corresponsalía en el Berlín de entreguerras, precisamente durante el periodo en el que el partido nazi está luchando por acceder al poder y la posterior instauración del régimen dictatorial.

Resulta sorprendente la clarividencia de Xammar a la hora de valorar y enjuiciar los acontecimientos. Se acostumbra a decir que para juzgar un periodo histórico es preciso dejar transcurrir un tiempo prudencial para tener una idea equilibrada y ponderada, no sometida a prejuicios o intereses propios de la inmediatez del momento.

Xammar demuestra que esta idea común no es válida en todos los casos. Pese a su clara implicación con los valores de la Segunda República española, y a su defensa de posturas ideológicas totalmente opuestas a las de Hitler, sus opiniones se basan exclusivamente en la valoración de los hechos. Así, no tiene reparos en defender que, en sus inicios, el régimen nazi tiene la legitimidad democrática que otros le negaban.

También sabe discernir claramente entre la palabrería de los discursos de los jerarcas del régimen y sus acciones, entre los discursos dirigidos al resto del mundo y los dirigidos al público doméstico.

Xammar también sabe valorar en su justa medida la incipiente legislación contra las minorías étnicas (judíos), religiosas (católicos) o las referidas a la protección de la raza aria a través de la esterilización de personas con deficiencias.

Entre reflexiones generales sobre la política, la guerra, las consecuencias de la paz, la manipulabilidad de las masas, etc, se nos va desgranando de primera mano la urdimbre terrible que supuso la creación y consolidación del régimen nazi. Asistimos perplejos a la progresiva eliminación de la oposición política sin mayores dificultades, al nacimiento del culto al líder, a la utilización indiscriminada de las técnicas propagandísticas de Goebbels, a las tensiones internacionales ante el rearmen alemán, la ocupación de Renania, el abandono de la Sociedad de Naciones, el acercamiento a la Italia fascista, etc. Y en todos los casos, las crónicas de Xammar tienen la perspectiva suficiente para aparentar estar escritas muchos años después de que ocurrieran estos hechos y no con la urgencia propia de su oficio.

Y ahora, sólo queda mirarnos a nosotros mismo y lamentar que, a diferencia de los lectores en los años 30 del diario "Ahora", no tengamos muchos equivalentes que nos permitan tener una visión más ajustada de un tiempo no menos incierto.




16 de julio de 2006

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Oliver Sacks)




Oliver Sacks es un neurólogo que combina su trabajo clínico con la divulgación del conocimiento de los trastornos neurológicos. A este esfuerzo ha dedicado numerosos libros entre los cuáles destaca precisamente "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero".

Cada capítulo del libro nos presenta un trastorno neurológico más sorprendente si cabe que el anterior, al menos para el lector no familiarizado con esta temática. Desfilan así ante nuestros ojos la afasia, la amnesia retroactiva profunda, el síndrome de Tourette, el retraso mental, etc., todo ello tratado desde la exposición de un caso real y no desde los presupuestos de la ciencia teórica.

Por encima de todo, es de destacar que, pese a que los casos descritos podrían dibujar un panorama desolador y pesimista, el tratamiento que de ellos hace el autor hace que simpaticemos con los protagonistas, no mostrándolos como seres extraños sino como limitados en un determinado aspecto de su vida pero completos en todo el resto. Esta "neurología humanística" que abandera el autor, no busca tanto la "curación" del paciente sino la compresión del mismo en su totalidad. Se trataría no tanto de ver el “déficit” que presenta el sujeto sino de valorar el mejor modo de ayudarlo en función de su completitud.

Así, en el caso de unos gemelos deficientes mentales con una gran capacidad para determinadas operaciones matemáticas, se intentó mejorar su integración social separándolos, lo que favoreció que accedieran a un puesto laboral adecuado a sus capacidades pero que les privó de su felicidad y serenidad sacrificadas a las convenciones sociales de que fueron objeto por sus médicos.

Cada uno de los diferentes capítulos que forman el libro podrían ser el punto de partida de una novela o un guión. Tenemos el caso de un marinero que vivía instalado en 1945 después de haber caído en el alcoholismo durante los años sesenta o el del hombre incapaz de reconocer su pierna como suya propia, la mujer que oía realmente como si de una radio se tratara todas las canciones que sus padres le cantaron en sus primeros años de vida en Irlanda y que no había vuelto a escuchar después de la muerte de ambos cuando ella cumplió los cinco años.

Igualmente, Sacks trata a sus personajes con humor, de modo que nos presenta a los afásicos como seres capaces de detectar la vaciedad de los discursos políticos, frente a la credulidad del público "normal" o reconoce las ventajas de sus enfermos, por ejemplo el caso de un afectado por el síndrome de Tourette que abandonaba su medicación los fines de semana para conservar su capacidad de improvisar a la batería en un grupo de jazz.

5 de julio de 2006

Memoria de mis putas tristes (Gabriel García Márquez)


¿Qué hay de García Márquez en la última novela de García Márquez? Sin duda no nos encontramos ante una de sus obras maestras aunque bien pudiera ser que precisamente la maestría de la misma sea la de mantener un estilo y un mundo creativo reconocible e identificable por cada lector. Visto de este modo, la genialidad no es un atributo de una novela o relato concreto sino del conjunto de la obra de su autor.

Y en este campo no hay quien discuta a García Márquez su capacidad para tener una escritura personal (no sólo circunscrita al mundo brumoso de Macondo). Algo hace que tras leer las primeras líneas de Memorias de mis putas tristes sepamos quién es el autor y se agolpe en nuestro inconsciente lector todo un conjunto de imágenes, sentidos y contextos que perfilan lo que leemos, iluminando el texto con un foco del que el autor es, sin lugar a dudas, consciente.

Un hombre en edad de despedirse de la vida decide solicitar los servicios de la regenta de un burdel para obtener los servicios de una virgen menor. El anciano recuerda su vida plagada de aventuras casuales en los prostíbulos del barrio chino, su relación con el periodismo y la música.

Y es después de un viaje tan largo cuando acaba por descubrir en forma de celos aquello que le estuvo vedado el resto de su vida. La reescritura, por tanto, de toda una vida en sus últimos instantes, conforma el hilo narrativo sobre el que se despliegan temas ya visitados por el autor como el amor en la senectud, la relación intergeneracional (la virgen tan solo tienen un papel pasivo dado que no pronuncia palabra en toda la obra). la soledad, una sociedad brutal que ahoga al individuo que busca su propio camino, etc.

Por ello, leer esta breve novela no aportará nada nuevo a quien conozca la obra de su autor, y sin embargo, no leerla nos apartará de esa sensación de frescura que nos deja la visita fugaz de una realidad literaria (realismo mágico dirán algunos) completa y heterónoma. El placer de la lectura, como el de la amistad, muchas veces se cifra en la novedad que se esconde bajo la capa de lo conocido y que el azar deja al descubierto en ciertas ocasiones.