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22 de marzo de 2011

Kafka (Robert Crumb y David Zane Mairowitz)



¿Qué hace de la obra de Kafka algo tan atrayente para los lectores de toda época? Sin duda, uno de los elementos más importantes es la extrañeza que suscitan sus historias. Una extrañeza que, en palabras de Reiner Stach, lleva al lector a formularse dos preguntas alternativas: ¿Qué significa todo esto?¿Cómo puede escribirse algo así?


En función de la pregunta que formulemos, aquella que primero nos asalte, nos encuadraremos en uno de los dos bandos de la kafkología; aquellos que buscan sentido en la interpretación de sus obras y aquellos otros que rastrean la biografía del autor en cada palabra que escribió para así justificarla.

Salir de este encasillamiento es difícil y sólo recientemente han proliferado los estudios que tratan de romper estas fronteras casi tan intangibles pero no por ello menos ciertas que los lazos que atraen y distancian a K. del castillo. Porque hay otras aproximaciones a Kafka que pueden alumbrar perspectivas inéditas.

Un camino, aún hoy por explorar, es el cinematográfico. El mundo literario de Franz Kafka es tal vez uno de los que más y mejor ha surtido de imágenes nuestro tiempo. Sus pesadillas, sus sombríos paisajes, sus animales fabulosos, forjan visiones que perduran en la imaginación del lector. No olvidemos que esos elementos misteriosos e irracionales van acompañados de precisas descripciones y observaciones de elementos cotidianos que resaltan aún más la extrañeza de la que hablábamos.



Sin embargo, y pese a esta fuerza visual, el cine no ha logrado reflejar de manera satisfactoria (tal vez con la excepción de El proceso de Orson Welles) la riqueza de este mundo tan personal. No es fácil plasmar los terrores que sufren sus personajes ante situaciones aparentemente triviales (La condena) o evitar caer en el ridículo al mostrar un perro parlante o una rata cantante. ¿Cómo reflejar ese marasmo oníricos?¿Cómo evitar que un insecto de tamaño casi humano se convierta en el centro visual de una película distrayendo así la atención de la esencia de la obra?


El propio Kafka era consciente de la importancia de sugerir antes que mostrar, y así pidió encarecidamente a su editor que en la portada de La metamorfosis no apareciese el insecto en que se convierte Gregor Samsa (tampoco específica en ningún momento el insecto en concreto) y ello pese a que en el texto no ahorra detalles biológicos. Acaso quiso reservar a la imaginación de cada lector la reconstrucción del animal, para que cada cual lo adecuase inconscientemente a sus miedos y temores.


 

Pero todo lo que aleja la Literatura de Kafka del cine, lo aproxima a otro arte como el cómic donde resulta adecuada la distorsión de elementos reconocibles para lograr esa extrañeza.

La mejor prueba de este perfecto maridaje es Kafka, un libro que en un principio fue editado como una introducción popular a la vida y obra de Kafka a cargo de David Zane Mairowitz con dibujos de Robert Crumb como complemento del texto. En posteriores ediciones, con acierto y justicia, las viñetas de Crumb han pasado a ser la parte más reconocida, la que ha dado fama al libro y bajo esta premisa ha sido publicada en España por Ediciones La cúpula con traducción de Leandro Wolfson.



Porque el texto de Zane no deja de ser un resumen biográfico al uso cuya mayor virtud reside en concentrar información relevante en un pequeño texto que, bajo un esquema cronológico, acierta a agrupar temáticamente los aspectos que más influencia tuvieron en su obra (la figura del padre, la religión, el papel de las mujeres, el sexo, ...). 


Algunas imprecisiones (Kafka no sólo se planteó emigrar a Palestina en sus últimos años) y afirmaciones algo simples (banaliza el “testamento” de Kafka dando instrucciones para la destrucción de su obra) restan rigor al texto. Igualmente, Zane da una excesiva importancia a factores históricos, sociales o religiosos y a la figura del padre autoritario, aspectos que, siendo capitales, no aciertan a explicar la singularidad de Kafka frente a otros autores de su misma época, ciudad y condición.


David Zane Mairowitz parece centrarse en los aspectos más oscuros y opresivos de su vida y no en todo aquello que, a juicio de sus amigos y conocidos, hacía de él una persona muy alejada del estereotipo al uso.



El texto concluye con una interesante reflexión sobre la indiferencia de los checos ante la figura de su autor más celebre y su interesado redescubrimiento actual como activo turístico que el Zane equipara al último capítulo de América, El gran teatro natural de Oklahoma.


Pero pasemos por fin a los dibujos de Robert Crumb en los que distinguiremos de una parte, las viñetas relativas a la vida de Kafka y, de otra, las que desarrollan brevemente el argumento de obras como La condena o El castillo.


En las primeras, Crumb toma como punto de partida el material fotográfico existente del escritor y reproduce literalmente fotografías conocidas o portadas de libros. Donde no cabe recurrir a este material, Crumb suple con magistral imaginación las escenas. El rostro de Kafka, la crispación de las manos, sus dubitación a la hora de actuar, el intenso mundo interior, la contradicción con el entorno, todo ello queda reflejado de un modo tan evidente y diáfano como una entrada del diario de Kafka.


Si pasamos a los breves resúmenes de los argumentos de las obras de Kafka, la imaginación de Crumb va un paso más allá dado que debe tratar de recrear el mundo que habitaban los sueños de Kafka, sus ambientes asfixiantes y sus absurdos personajes. Los dibujos denotan un profundo conocimiento de las obras que se percibe en los innumerables detalles que pueblan las imágenes y que demoran la lectura tratando de identificarlos.



¿Pero qué nos aporta, en definitiva, este libro? Sinceramente no creo que sea una buena forma de introducirse en Kafka, más bien interesará a quienes ya hayan sido ganados por su obra y deseen conocer una aproximación diferente. ¿Y qué aportará a estos? Sin duda, el placer de contemplar con asombro cómo algunas imágenes coinciden sorprendentemente con las propias y cómo las que difieren aportan detalles que hacen saltar la sonrisa o la sorpresa. No nos ayudará a responder a ninguna de las dos preguntas formuladas por Stach pero sí nos ratificará en nuestro deseo de seguir indagando.

6 de marzo de 2011

Soy un gato (Natsume Söseki)


 Hay una opinión extendida de que los animales terminan por parecerse a sus dueños (aunque más bien creo que son los dueños los que, con buen criterio, terminan pareciéndose a sus mascotas). Soy un gato, la primera obra de Natsume Söseki, corrobora plenamente esta teoría llevándola un paso más allá ya que el animal asume incluso la filosofía de vida de su amo.

Utilizar el punto de vista de un animal para poner de manifiesto las contradicciones humanas es un recurso frecuente de la Literatura. Las fábulas de los clásicos de la Antigüedad o las del Siglo de las Luces son buena prueba de ello. Al tiempo, permiten un nivel de sátira social y de crítica a las costumbres que de otro modo la censura no toleraría.

Sin embargo, en esta obra de Söseki hay una variante: El protagonista y narrador es un gato pero plenamente integrado en la sociedad humana, que vive en la casa de Kushami -un patético maestro de escuela- y que observa, entre el escándalo y la sorpresa las estúpidas costumbres de su amo y de los amigos que le rodean, una peculiar sociedad que sirve al autor de excusa para los pasajes más cómicos de la novela.

La figura del maestro es el principal objeto de las burlas del gato que no tolera ninguna de sus costumbres salvo la de acariciarle la cabeza mientras dormita en su estudio. Pero qué otra cosa podría esperarse del pobre animal cuando su presencia es simplemente tolerada y ni tan siquiera se le ha puesto un nombre (lo que le avergüenza en extremo ante los gatos del vecindario). ¡Qué mayor prueba de la estupidez de Kashumi que el hecho de no haber nombrado a su gato!

Del maestro apenas conocemos sus ocupaciones profesionales y escolares pues parece pasar el día completo en su estudio, afanado en dormir sin caer al suelo, simulando que estudia, sólo a la espera de la visita de cualquiera de sus variopintos amigos. Sólo conocemos vagamente que imparte clases de Inglés (al igual que Söseki, quien ocupo la cátedra de Literatura Inglesa de la Universidad Imperial) y que sus conocimientos se reducen a cuestiones tan poco prácticas cómo la obra de autores occidentales no muy conocidos (otra autoreferencia al tiempo en el que estuvo becado en Inglaterra y que pasó leyendo compulsivamente en las bibliotecas londinenses).

De entre su círculo de amigos destaca el genial bromista Meitei cuya principal ocupación parece la de tomar el pelo a sus amigos una y otra vez con los comentarios o provocaciones más absurdas sin que estos sean capaces de anticiparse las mismas cayendo repetidamente en sus burlas. Precisamente Meitei es el único amigo de Kushami que el gato tolera a causa de su ingenio y a las anécdotas tan ocurrentes que siempre cuenta. .

Es en muchas ocasiones la voz de Meitei la que emplea Söseki para sus irónicos comentarios sobre la cultura japonesa de la época, incluida una referencia burlesca a sí mismo y por extensión a todo el movimiento literario moderno que pretendía romper con la tradición y temática clásica tan asfixiante, ligada a unos motivos más propios del shogunato.


Porque en definitiva, la era Meiji llevó a Japón a la apertura al exterior (a Occidente en particular) y las nuevas ideas comenzaron a instalarse no sin fuertes resistencias. Así, por estas páginas no sólo desfilan las figuras más relevantes de este movimiento literario moderno sino que se recoge el ansia por el dinero de las nuevas generaciones de industriales (que marcan el despegue de Japón como potencia en este campo hasta casi nuestros días), las nuevas costumbres sociales (se trata en especial el matrimonio como medio de progresión social). La capacidad observadora de Söseki le lleva a no pasar por alto ni siquiera la tendencia a un militarismo que comienza a inculcarse en las escuelas bajo el disfraz de un nacionalismo extremo que desembocaría años después de la expansión imperial japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Otro de los miembros del círculo del maestro es Kangetsu , un joven tímido que pretende (o cree pretender) a la hija del Sr. Kaneda, un importante empresario vecino del maestro, lo que da lugar a situaciones verdaderamente cómicas en las que se verá envuelto el propio maestro e incluso el gato.

Las tertulias entre estos pacíficos ciudadanos, algo pretenciosos y, al tiempo, totalmente inútiles, harán las delicias del gato que no dejará de sorprenderse de la estupidez de los bípedos que se imponen a la especie gatuna por la mera imposición de la fuerza.

El maestro es un claro representante de una sociedad ensimismada en sí misma. Al igual que Söseki, siente la llamada de Occidente a través de su Literatura y su cultura, por lo que cita de continuo a célebres autores europeos o a sus personajes literarios. Pero, como en cualquier periodo de transición, el peso de la tradición es enorme. No sólo las ropas y las costumbres son plenamente tradicionales sino que las referencias más familiares se hacen a la mitología china o japonesa.

No olvidemos que estamos hablando del Japón de la era Meiji, el Japón que ha superado el shogunato feudal y que trata de abrirse a las fuerzas que mueven el mundo en esas fechas (la industria, la movilidad social, …). Precisamente el rechazo del maestro al mundo de los negocios (su incapacidad para comprender dicho mundo) le condena a un papel incierto: su vocación le aleja de los tiempos pasados pero nada parece unirle a lo que se dibuja en el horizonte generando un vacío que le lleva a la inacción y pasividad. Toda su vida (igual que la de sus amigos) parece un eslabón perdido entre un mundo que fue y uno que está por llegar y que claramente no les será favorable.


La labor de la traducción (a cargo de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés) no sólo cumple con su estricta labor de verter a nuestro idioma el texto original con las sutilidades que se le suponen a este complejo idioma, sino que abarca con ambición la tarea de ilustrar las numerosas referencias a la cultura japonesa tan ajena a la nuestra. Así, abundan las notas al pie de página en las que se explican las referencias a las escuelas literarias, las variedades del teatro japonés, diversas figuras de la política o la historia del Japón, aclaraciones sobre alimentos, vestimentas, etc.

Es por tanto un acierto por parte de la editorial Impedimenta recuperar la obra de Söseki y, en particular, Soy un gato, obra que su autor publicó por entregas y que alcanzó un gran éxito gracias a su comicidad. Quizá hoy en día refleje aún mejor que en su tiempo, ese trance en que se debaten sus personajes, camino de la nada (destino que alcanzará el gato en sus últimas páginas) y que permite trazar numerosos paralelismos con nuestros días Tan solo nos falte, tal vez, el gato que dé cuenta de nuestra estupidez.