Diego A. Manrique es una figura central dentro del periodismo musical español. Su papel va mucho más allá del de ser un mero notario de la actualidad del género, habiendo sido responsable de presentar para públicos más amplios, movimientos musicales que vivían en la oscuridad de los iniciados, de recordar figuras cruciales de la música a aquellos que viven creyendo que todo lo descubre por primera vez su generación o sirviendo de punto de referencia y conexión a quienes, en un tiempo en el que internet no cumplía esta función, podían sentirse unidos a una corriente más amplia, compartida por otros muchos.
Sin duda, su vida profesional se acopla de manera perfecta a muchos de los movimientos musicales de los últimos cincuenta años. Desde su papel en la promoción de la denominada "movida", más apropiadamente Nueva Ola, como el periodista señala, a la irrupción de la denominada música indie o la recuperación de sonidos latinos que la modernidad había arrumbado al cajón de un pasado olvidado.
Su presencia ha ido alternando la televisión con programas como Popgrama o Caja de ritmos, con la radio, inolvidable El Ambigú, combinándolo con la dirección adjunta de Radio 3, en un momento en que era auténtico punto de encuentro de los fanáticos musicales de muy diversas tendencias. Pero también ha tenido un papel fundamental en el periodismo escrito, en el que lleva trabajando desde 1975. Especialmente relevante es su relación con el diario El País y su suplemento semanal, así como su papel en la fundación de la revista Efe Eme. También ha visitado otros formatos, como el del blog o el podcast, siendo responsable de seriales como El mapa secreto.
En este caso, Jinetes en la tormenta (Espasa, 2014), nos ofrece una recopilación de artículos publicados previamente en prensa con algún leve retoque para la corrección de algún fallo o contextualización cuando el autor lo ha considerado necesario.
La compilación se organiza en torno a seis grandes bloques temáticos con el fin de hacer de la lectura un viaje coherente, si bien, también podemos optar por ir saltando a los artículos que más nos apetezcan en función de nuestras preferencias personales. Parte de los textos tienen origen en obituarios publicados por el autor. Éste es un género complicado y no demasiado prestigiado. En ocasiones, se cae en la tentación de pasar por alto las sombras de una carrera para derramar una lluvia de empalagosas adulteraciones y de la suspensión de todo juicio crítico. Por contra, en otros momentos, se puede caer en el vicio contrario, en dedicar párrafos enteros a la exposición pública de fracasos, escándalos, rumores infundados, y demás basura.
Ninguno de estos extremos se encuentran en los textos de Manrique, tratando de forjar un equilibrio que no oculte las miserias pero tampoco olvide los méritos. En este sentido, algunos de ellos parecen un trabajo de buena factura, hecho por un profesional con maña, pero cierta desgana ante la necesidad forzada de escribir a raíz de un hecho luctuoso. Sorprende que, conocido, el mérito de muchos trabajos del autor, estos hayan sido preteridos por otros de menor interés y enjundia. Tal vez se trate de ofrecer un fresco amplio sobre la música, pero la verdad es que poco aportan los escritos sobre Fats Domino y alguna otra luminaria que parecen salir de un refrito de la wikipedia.
Pero el libro va tomando progresivamente mayor interés según se llega al núcleo duro, a las crónicas de entrevistas con personajes como Lou Reed, Patti Smith o Chrissie Hynde. Lo que hace especiales a estos y otros tantos textos es que el propio periodista relata su peripecia personal con el entrevistado, poniendo de manifiesto el ego desmesurado de algunas figuras, su predilección por el halago, la complicación de evitar temas espinosos y la habilidad para sortear esas censuras previas.
Este aspecto conecta parte de estos textos, aunque sea remotamente, con la escuela del nuevo periodismo americano en la que el plumilla, término muy utilizado por Manrique, aparece como un personaje más de su crónica. Porque para Manrique, la profesión no está alejada de la pasión, de la reverencia por sus ídolos, sin que ésta empañe una capacidad crítica que haga su trabajo útil para quien lo lea.
Porque, como es de esperar, este tipo de textos evoca la música de la que se habla y empuja a cada poco a detener la lectura para escuchar un disco, una canción, revisitar estilos ya olvidados o conocer el sonido de una banda por la que hasta la fecha no habías sentido especial predilección.
Casi logra que grupos como U2 o Police, con los que uno no tiene especial afinidad, puedan resultar interesantes, o que se de una segunda oportunidad a discos de Yoko Ono o Coldplay. También resulta especialmente apropiado el apartado llamado Así suena Las Palmeras, en referencia a un programa del propio autor dedicado a explorar los sonidos tropicales del son cubano, el inicio de la expansión del reggae con Desmond Dekker y otras tantas figuras de ese origen.
Y, claro está, el libro también tiene su buena dosis de mitomanía, de esos grupos o artistas que fundamentan todo lo que hoy entendemos como música popular, aunque tal vez los gustos estén girando y ya el rock haya pasado a ser música del pasado, pero aún así, podremos deleitarnos compartiendo gustos y filias con Manrique. Sus artículos sobre Elvis, los Stones, Dylan o los Beatles forman parte central de la antología aquí recogida. Y tal vez sea en estos artículos donde más se nota el talento del periodista. Estos textos que no requieren contexto, introducción previa. Y por ello es aquí donde el autor desarrolla sus propias ideas, su valoración de una música, de un estilo, de un tiempo, de manera magistral, iluminando aspectos que, tal vez, pudieran haber pasado inadvertidos pese a las muchas horas dedicadas a escuchar esta música.
No se puede lanzar mejor halago que éste para una música tan analizada, versionada y repetida, hasta casi caer en el riesgo de no poder escucharla dejando a un lado todo lo conocido, como si fuera una primera vez. Pero es precisamente la pasión que nos transmite Manriqe la que nos pone en ese humor de tomar las canciones como en una primera escucha, virgen de todas las anteriores, volviendo a disfrutar del descubrimiento, casi como una primera vez. Poco más, poco mejor se puede decir de este libro.
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