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15 de octubre de 2022

Visigodos (José Javier Esparza)


 

No somos una tierra que guste de conocer su historia, salvo que nos pueda servir para zaherir a otro. Tampoco tenemos una tradición consagrada al cultivo de los estudios históricos al nivel que otros pueblos, véase el ejemplo de los anglosajones que saben hacer lucir meras anécdotas como si de momentos estelares de la Humanidad se tratasen.

 

Pero si de alguna página de nuestro pasado hay más ignorancia y desconocimiento es, sin duda, del periodo visigodo. A la mayoría no se nos podrá sacar más que la vaga idea de un temido listado de reyes con nombres impronunciables que figura en nuestra memoria colectiva como una referencia mítica aunque no conozco a nadie que, en verdad, fuera obligado a memorizarla en sus días de escuela. Y quien más conozca de este tiempo tendrá una noción imprecisa sobre los conflictos que ocasionaba de continuo la elección de un sucesor, problemas de la monarquía electiva. Y también se tendrá una noción aproximada de que, caído el Imperio romano, los visigodos camparon a sus anchas por estas tierras, con más o menos regicidios, de manera ininterrumpida y constante hasta que sus propias divisiones internas propiciaron la caída bajo las tropas de Tarik en el 711.

 

Visigodos. La verdadera historia de la primera España (Ed. La Esfera de los libros, 2018) por José Javier Esparza viene a traer luz a este oscuro capítulo. Carece de sentido describir resumidamente lo que este autor sabe hacer de manera extensa y magistral. Por ello, me limitaré a destacar los puntos más interesantes que pueden hacer que cualquiera se sienta tentado por su lectura.

 

En primer lugar, hay que poner de manifiesto el talento periodístico de Esparza que, empleando un lenguaje actual y accesible, desgrana cronológicamente la vida de este pueblo. Dado lo intrincado de sus luchas internas, lo complejo de sus alianzas y traiciones, acostumbra a hacer breves recapitulaciones o a plantearse preguntas de forma retórica que pasa a contestar seguidamente. De este modo, la lectura se hace rápida y amena pese a lo árido que podría ser el tema en manos menos diestras.

 

Otro punto fuerte de este libro es que nos narra la historia de este pueblo desde su punto de vista. Tradicionalmente, se estudia Roma, y los visigodos entran y salen del relato imperial como actores secundarios. Son descritos muy superficialmente como una de las tribus itinerantes más romanizadas, contribuyentes a sus legiones, pero poco más. Con tan poco bagaje de conocimiento, aparecen repentinamente en nuestra historia como una tribu llamada por Roma para luchar contra suevos, vándalos y alanos y aquí se quedaron. Nada más lejos de la realidad.  

Desde sus orígenes remotos en Escandinavia, un aumento de población llevó a que una tercera parte del pueblo originario, siguiendo las costumbres nórdicas, partiera al exilio forzado para buscar nuevo asentamiento y permitir la supervivencia de las dos terceras partes restantes. En este periplo, los godos irán pasando por tierras de la actual Polonia, Bielorrusia, Ucrania y países eslavos de la Europa Oriental, muy próximos al limes romano. En el grave contexto de la crisis del siglo III, con el desmoronamiento progresivo de las estructuras de poder de Roma, los visigodos (por contraste con los godos que se habían establecido en las profundidades más orientales de Ucrania y a los que la Historia denominará ostrogodos) serán el pueblo bárbaro más romanizado y presente en el devenir histórico de Roma.

 

Sus tropas ayudan a Roma frente a otros bárbaros, en ocasiones frente al Imperio de Oriente o viceversa, pero también se enfrentarán a las legiones, serán traicionados, saquearán la ciudad eterna y todo ello en un trágico y continuo intento por alcanzar un ansiado territorio sobre el que descansar y establecerse como pueblo más o menos autónomo de Roma.

 

Esta perspectiva subjetiva nos ayuda a identificarnos con los visigodos y entender su necesidad de un terreno al que llamar suyo y que les diese una estabilidad frente a las continuas guerras y enfrentamientos con todo tipo de enemigos, incluyendo su compleja relación con Roma. Pero su solar inicial no será esta Hispania, sino el llamado reino de Tolosa, al sur de Francia, con ramificaciones más allá de los Pirineos pero a los efectos tan solo de controlar esta levantisca tierra.

 

 


 

Sin embargo, la presión de los francos, otro pueblo que, procedente de Germania, se ha instalado en el norte de la Galia, terminará por expulsarles de su reino y mudarse de manera definitiva a lo que queda de la Hispania romana, fijando su capital inicialmente en Sevilla, más tarde en Toledo.

 

Ya instalados en la antigua provincia romana de la Hispania, deberán luchar para contener las acechanzas de los bizantinos, en el sureste, ansiando reunificar las partes del antiguo imperio. También se enfrentarán a los suevos, arrinconados en el noroeste de la península y a incursiones periódicas de los francos que amenazarán temporalmente la independencia del nuevo reino. Tampoco se lo pondrán fácil los habitantes de esta tierra, levantiscos astures o vascones, pero también nobles terratenientes de la nobleza hispanorromana.

 

El escaso número de esta élite visigoda gobernante, llevará a que se intenten integrar en las estructuras sociales hispanorromanas. Así, se van relajando las tensiones entre ambos pueblos. Permitiéndose de facto los matrimonios mixtos y posteriormente dando rango legal a esta realidad. Leovigildo procurará lograr la unión religiosa en torno a la fe arriana facilitando que los católicos hispanos adoptasen la fe de los visigodos, si bien, el poco éxito de esta política llevó a la decisión opuesta, la conversión de los arrianos en católicos en tiempos de Recadero.

 

En el texto también quedan de manifiesto algunas de las más relevantes aportaciones del pueblo visigodo a nuestra historia, como la huella germánica en nuestra legislación, que nos llega a través de las diversas compilaciones jurídicas que llevaron a cabo y que terminaron apareciendo parcialmente en el Fuero Juzgo medieval y ya en menor medida en nuestro Código Civil. También heredamos de aquellos tiempos la obra y figura de San Isidoro de Sevilla, tan relevante en su tiempo como en nuestra posterior tradición.  

 

Y si hablamos de santidad, tampoco podemos dejar a un lado los sucesivos concilios, reuniones no solo religiosas sino jurídicas y políticas, funcionando en muchas ocasiones como verdadera Corte, órgano en el que se refrendaban o reprobaban monarcas, y se adoptaban decisiones más allá de su cometido evidente.  

 

No obstante, estos asuntos quedan en un segundo plano ya que el autor se centra especialmente en los aspectos más políticos, en las intrigas, traiciones, venganzas aplazadas y giros inesperados. Es una lástima puesto que se enuncian cuestiones que resultan de enorme interés pero que no son abarcadas. Queda así en manos del lector recurrir a la extensa bibliografía y profundizar en aquello que más le interese.  

 

Pero caminando ya hacia el desenlace nos encontramos con una crisis económica fruto de malas cosechas y enfermedades pandémicas, de una excesiva carga fiscal y de un emponzoñamiento aún mayor de las intrigas palaciegas. Todo ello facilitará la llegada de los nuevos actores que han aparecido en la política mediterránea apenas unos decenios antes. Los árabes cruzan el estrecho de Gibraltar, primero como aliados de los partidarios de Witiza, pero más adelante como verdaderos conquistadores de un reino que se carcomía por dentro y que había terminado por asfixiar a los pobladores de esta tierra, que no tuvieron muchas razones para oponerse al nuevo poder que, en un principio, parecía ofrecer más seguridad y promesas de prosperidad que la que había traído en tiempos recientes el reino visigodo.

 

Así concluye un tiempo de nuestra historia injustamente menospreciado, bien por su turbulencia que parece engañosamente apuntar a unos siglos de mera transición, bien porque su fracaso supuso la "caída de España" como han venido algunos a llamar la creación de Al-Andalus. No vivimos en un tiempo de mesura y objetividad y tan ridículos resultan los intentos de sentar las bases de una nación en algo que no lo era, como en señalar Al-Andalus como el paraíso terrenal de la tolerancia. Ambos pueblos, visigodo y árabe, ocuparon esta tierra por la fuerza, pero también con un gran nivel de aceptación entre los hispanos. Las crisis internas generaron las condiciones para los posteriores cambios históricos, igual que ocurriría con el empuje que los reinos cristianos tendrían poco tiempo después al lanzarse a la conquista de la frontera del Duero. Ya no eran visigodos, no eran hispanorromanos, pero tampoco eran españoles como lo somos hoy en día, igual que los ingfleses hoy no son anglos, ni los franceses son ya francos.

Esta bien visitar el pasado para entenderlo y comprender cómo hemos llegado hasta aquí, pero jugar a traerlo a nuestro tiempo para conformar un relato interesado siempre será arriesgado y nos alejará de esa Historia.

 

 

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