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17 de enero de 2023

La torre elevada: Al-Qaeda y los orígenes del 11-S (Lawrence Wright)


 

Los atentados del 11 de septiembre dieron a conocer a Osama Bin Laden y a su organización, Al-Qaeda, a nivel mundial. No obstante, sus actividades se pueden remontar a años atrás, y quienes seguían de cerca la actualidad internacional, podían conocer sus implicaciones en atentados como los de la Embajada de Estados Unidos en Nairobi o la voladura del destructor Cole en el puerto yemení de Adén.

Pero realmente, los fundamentos del grupo terrorista pueden rastrearse aún más atrás, entremezclados con diversas corrientes ideológicas que nacieron tras la Segunda Guerra Mundial y en las que se funden la reivindicación religiosa, la lucha entre los bloques capitalista y comunista, el enquistamiento del conflicto árabe-israelí, el enriquecimiento de muchos países del Golfo Pérsico por el descubrimiento de enormes yacimientos petrolíferos y el dudoso papel de muchas de las dictaduras que regían los destinos de los países árabes.

La torre elevada- Al-Qaeda y los orígenes del 11-S, de Lawrence Wright (Ed. Debolsillo) trata de rastrear estos complejos orígenes, siguiendo de alguna manera, la misma pista que los primeros investigadores americanos rastrearon cuando se encontraron con el nombre de Osama Bin Laden como una muy remota e improbable amenaza a los Estados Unidos.

Y aquí tal vez esté el punto fuerte del libro como relato de investigación, compartiendo los denodados esfuerzos de estos investigadores que no lograron alertar a sus responsables políticos ante la magnitud de lo que habría de venir logrando así imprimir un ritmo thriller en algunas partes del relato.

Pero también esta perspectiva es el punto débil del libro, la limitación a la perspectiva americana, obviando las conexiones de Al-Qaeda con Europa, los movimientos de reclutamiento entre inmigrantes y, por encima de todo, obviando que los ataques islamistas, pese a la espectacularidad de los llevados a cabo en las Torres Gemelas, Madrid o Londres, no son más que la punta del iceberg de un terrorismo que se vuelve fundamentalmente contra sus propios vecinos, contra practicantes del Islam con los que no se comparte alguna idea, con ramas escindidas y vueltas a escindir.

Pero, una vez asumida la propuesta del autor, y quedando uno libre de continuar leyendo en otras fuentes, el relato capta la atención y dibuja con claridad un proceso que se remonta, simbólicamente, al viaje de Sayyid Qutb a los Estados Unidos en 1948. En este viaje, Qutb tuvo ocasión de optar por la vida occidentalizada, a modo de los asimilados judíos, o por reivindicar la superioridad, no tanto de su religión, sino de su cultura entera, de una larga tradición que se enfrentaba a la frivolidad capitalista, a su ensueño de libertad y de individualismo, a su falta de fe, contradictoria con la gran religiosidad de los Estados Unidos.

En muchas ocasiones nos preguntamos por las razones del odio musulmán a los americanos. Lo cierto es que, hasta la Segunda Guerra Mundial, gozaban de gran simpatía. Su postura anticolonialista era bien vista por los países que vivían bajo la tutela o el dominio de Francia o Reino Unido. Las ideas de libertad y autodeterminación, de independencia, parecían casar bien con las necesidades de estos pueblos. Pero el conflicto con Israel y el alineamiento de los Estados Unidos a favor de estos, supuso una importante decepción. Lo mismo ocurrió con el progresivo abandono de esa idea de autonomía y libertad en un escenario en el que los americanos, ya inmersos en la Guerra Fría, preferían dictaduras brutales a gobiernos echados en manos del comunismo.

La visión de Estados Unidos, espejo de todo Occidente, como un país impío, enemigo del alma y el espíritu, de los buenos musulmanes, consolidó la oposición de gran parte de la población.

Pero, por otro lado, el materialismo comunista tampoco parecía un buen asidero para quienes querían una opción política compatible con sus creencias. Fue la invasión de Afganistán por la URSS lo que definitivamente constituyó el punto de no retorno en el rechazo a la ideología comunista.

Y la guerra de Afganistán también supuso el primer intento de islamistas radicales, árabes y egipcios fundamentalmente, de tomar conciencia de la posibilidad de enfrentarse militarmente a un enemigo muy superior pero que demostraba tener pies de barro. Tal vez su error fue creer que la debilidad de la Unión Soviética se debía a razones morales o a su irreligiosidad, más que a las fallas estructurales de su régimen que este conflicto aceleraría provocando su desplome. Y tal vez creyeron que así también podrían acabar con Estados Unidos, con pocos medios y mucha determinación y fe.

Y aquí aparece Osama Bin Laden del que se hace un completo retrato familiar, de cómo su padre logró levantar un imperio industrial gracias a las obras públicas en las que se embarcó la monarquía saudí a fin de modernizar el país y dar salida a sus ingentes ingresos por el boom petrolífero.  

 

Y este Osama, criado como rico heredero pero que, poco a poco, va girando su vida hacia una profunda religiosidad, y un ansia de hacer viables las visiones más extremas del Islam. Así, por ejemplo, frente al rechazo de la sociedad de su tiempo de la poligamia, se comprometió a ser vivo ejemplo de que lo que no funcionaba en esa práctica, lo que la hacía reprobable a los ojos de los musulmanes, eran los abusos, el servir como disfraz de la más disoluta moral, la práctica de casarse con una joven doncella para repudiarla tras la consumación y así sucesivamente. Él pretendió demostrar que se podía ser polígamo y respetuoso con las mujeres, generoso con los hijos, ejemplo de lo que se predicaba en el Corán. Y poco a poco fue convirtiéndose en un asceta, un visionario de una vida lo más próxima a la del Profeta y sus ritos domésticos. Que el cumplimiento estricto de la sharía no era incompatible con la vida fuera del nomadismo por el desierto, que era un proyecto viable y redentor frente a las propuestas inmorales de los infieles.   

La guerra de Afganistán le tocó profundamente y visitó en varias ocasiones la ciudad fronteriza pakistaní de Peshawar en la que se mezclaban núcleos de islamistas, de propagandistas radicales, de traficantes de armas y refugiados afganos. Y en ese ambiente enfebrecido terminó por convencerse de que los musulmanes debían tomar en sus manos la defensa de sus territorios y su fe. Dió el paso y cruzó la frontera organizando y financiando un pequeño grupo de combatientes, de dudosa eficacia, de escaso número y, sin duda, totalmente irrelevante dentro del curso de la guerra. Sin embargo, diversos episodios le dieron fama y reconocimiento entre los extremistas árabes y le hicieron creer que era posible una victoria contra todos los enemigos del Islam por el mismo medio, por el conflicto, por el desencadenamiento de las contradicciones internas del capitalismo, por una fidelidad absoluta a las leyes del Islam.

Y así va surgiendo el grupo que forma Al-qaeda, la base, traducción del término, el fundamento que sirve como piedra inamovible que servirá para golpear a todos los enemigos del Islam.

Allí se forja la amistad y colaboración entre Bin Laden y Ayman Al Zawahiri, el oftalmólogo de clase alta que se radicalizó desde joven y que conspiró en Egipto contra Saddat. Entre ambos dieron forma a la idea de una yihad contra Occidente, una guerra en la que se podía matar a musulmanes que no compartieran su causa, pero también a inocentes como niños y mujeres, víctimas colaterales de sus crueles atentados, retorciendo a su gusto las normas del Corán, reinterpretando hechos de la vida del Profeta, haciendo, en suma, de su capa un sayo para lograr sus fines y expandir su régimen de violencia más allá de sus estrictos fines.

 

 

 

Y así hasta el momento culmen de la historia de Al-qaeda, los célebres atentados contra las Torres Gemelas, que ya habían sido previamente objeto de otro atentado en 1993 de graves consecuencias pero que apenas quedó como un mero ensayo a la vista de lo que estaba por venir.

Zawahiri fue un mentor, un gran apoyo para Osama Bin Laden y, en coherencia con esta importante posición, ocupó la dirección de Al-qaeda tras la muerte de Bin Laden, para dirigir un lento declive ante nuevas formas de terrorismo como el Daesh, hijos de las obras de Al-qaeda, inspirados por ellos, alumnos aventajados en la crueldad y fundamentalismo.

Aquí es hora de pasar a otros de los protagonistas de esta historia, la de los investigadores americanos que, tras el fin de la Guerra fría, estaban totalmente incapacitados para el conocimiento del mundo árabe. No dominaban el idioma, ni tenían un sistema de infliltrados suficientemente robusto como para anticipar acciones terroristas, ni estaban concienciados del peligro real que se les avecinaba.

Los conflictos y trabas entre las diversas agencias nacionales de seguridad se ponen de manifiesto con una vergonzante evidencia, en una lucha en la que la información formaba parte de un juego por la lucha presupuestaria, por los conflictos jurisdiccionales, por el prestigio individual de los mandos de estas agencias.

No podemos pasar por alto la figura de John P. O'Neill, agente del FBI que investigó los atentados de 1993 contra las Torres Gemelas y que logró encausar a sus responsables. También participó en la investigación del atentado contra el destructor Cole en Yemen demostrando un profundo conocimiento de las tramas internas de los movimientos fundamentalistas. Parecía tener una prometedora carrera dentro del FBI. Sin embargo, diversas campañas de desprestigio le llevaron a tomar la decisión de abandonar la agencia y aceptar el empleo de responsable de la seguridad de las Torres Gemelas, menos de veinte días antes del atentado de 2001 en el que perdería la vida.

Como ya se ha dicho, no es un libro sobre el 11-S, no aborda los detalles de la operación, ni da cuenta de los horrores sufridos en los edificios, en los aviones, en la sede del Pentágono. Antes bien, su principal mérito es el de explicar el proceso completo de creación de una ideología que, bajo el nombre de Al-Qaeda o el que toque, ha supuesto innumerables cambios en el modo en que Occidente se siente, en el que piensa sobre sus libertades o en la manera en que se relaciona con otros mundos ajenos a su tradición. Solo por esto, merece la pena su lectura.


 

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