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1 de mayo de 2023

El coloquio de los perros (Miguel de Cervantes)

 


 

Las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes traen recuerdos del BUP y las lecturas obligatorias. En mi caso, si no recuerdo mal, fue Rinconete y Cortadillo la que me cayó en suerte y, desde entonces, aunque la volví a leer, el resto quedaron arrumbadas sin haber despertado un especial entusiasmo ni haber encontrado mejor momento para volver a ellas.

Sin embargo, su mérito no es poco. Como el mismo Cervantes señalaba con orgullo en el prólogo a las mismas, se trata de las verdaderas primeras novelas de nuestra lengua, es decir, escritas en la misma originalmente, puesto que hasta esa fecha lo que existía en estas tierras eran traducciones de novelas extranjeras.

Queda así explicado el término de “novela”, porque el de “ejemplares” resulta algo más ambivalente, pudiendo referirse tanto a una supuesta intención moral, como a la ingenua intención de Cervantes por sentar estas obras como ejemplo de un género que aún nacía entre balbuceos y rasgos difusos.

Ha llegado el momento de saldar cuentas con el pasado y he leído El coloquio de los perros (Editorial Flash), una lectura sorprendente por muy diversas razones. El argumento es sencillo. Dos perros, ya mayores y experimentados en la vida, retirados en el Hospital de la Resurrección de Valladolid, cobran de súbito, la capacidad de hablar como humanos. Entre ellos llegan a la conclusión de que se trata de un desarreglo de algún tipo y que, con gran probabilidad, perderán el don del habla al amanecer. Por ello, Berganza, el más dicharachero y expresivo, se apresta a dar cuenta de episodios de su vida al más discreto y paciente, algo refunfuñón y reconviniente, Cipión.

La obra se articula sobre este coloquio, a modo de representación teatral, dado que no hay narrador más allá de lo dicho y hablado por ambos perros. Y aunque podríamos creer que nos encontramos ante la larga tradición fabulística en la que los animales asumen cualidades humanas, lo cierto es que Cervantes va más allá y no pretende ofrecer una moraleja, sino que más bien, se nos presenta como un extraordinario testigo de su tiempo.

Porque en este punto se separa claramente de la citada tradición. Las anécdotas y murmuraciones de Berganza, como gusta de recriminarle Cipión, repasan la sociedad del Siglo de Oro con una riqueza y sinceridad que entroncan con obras como El lazarillo de Tormes y su naturalismo castellano.

Las amenas historias de Berganza retratan la vida sevillana, sin duda, la ciudad con una vida más intensa, disoluta y peligrosa de todo el Reino merced a su condición de único puerto autorizado para el comercio con las Indias. En sus calles, mataderos, plazas y audiencias, Berganza verá la corrupción y deshonra que todas las riquezas atraen. Conocerá la violencia, el robo y el engaño, el cohecho y la falsedad, la prostitución y la maldad gratuita. No es de extrañar que un perro, la pura representación de la fidelidad y nobleza, no pueda soportar esta vida y huya al campo, creyendo que allí se vive entre laúdes y canciones, hermosos bailes y rondallas amorosas. Pero la vida que se encuentra como perro pastor de un rebaño de ovejas es muy diferente de lo que ha oído leer en las obras pastoriles tan del gusto de la época y a las que el propio Cervantes, pese a la burla que de ellas aquí hace, contribuyó con lo que consideraba la mejor de todas sus creaciones, La Galatea.

 

 

Y así, la vida de Berganza se convierte en una sucesión de huidas y reencuentros, de decepciones y pocas alegrías. Por ese largo camino, nos da seña de la fogosidad de los negros a cuenta de un esclavo y su amante que vivía en el zaguán de una casa que guardó durante un tiempo, de la vida gitana y su príncipe payo o de las enfebrecidas mentes de quienes eran tomadas por brujas o hechiceras y que hoy tan solo tendríamos por esquizofrénicas en diversos grados.

Tampoco escapan de las críticas los moriscos, si bien, en el caso de Cervantes, parece comprensible este desprecio por los fieles a una religión que, allende el Mediterráneo le apresaron y mantuvieron cautivo durante largos años. Los ecos autobiográficos también llegan a través de la visión que el perro tiene de los poetas y de la escena que presencia en la que un ensimismado autor lee su primera obra teatral a un público de actores y empresarios del sector con nulo éxito, triste reflexión sobre la propia frustración de Cervantes por su fracaso en este género.

Pero no debemos creer que El coloquio de los perros es un libro para quien quiera conocer la época o contar entre sus lecturas con una más del célebre autor como galardón de su alta cultura. Todo lo contrario. La vigencia de la obra es sorprendente puesto que los personajes son perfectamente trasplantables a nuestros tiempos y descubrimos, no sé si con alivio o con rubor, que nuestros días no son ni mejores ni peores que los que les precedieron, que las sociedades no avanzan en decencia y moralidad por sí mismas y que solo unos férreos poderes y contrapoderes, una eficaz legislación y la voluntad de su respeto, diferencian unas sociedades de otras, estos tiempos de aquéllos. Muchas de las reflexiones de ambos canes podrían ser dichas en la barra de un bar de barrio o por un comentarista político actual, sin duda, con menor gracia y talento.

Y también, qué contradicción aparente, leer esta obra me ha permitido disfrutar de una riqueza de lenguaje, de palabras que hacía años que no leía o empleaba, de ideas, de una sensación de liviandad en la escritura y de certeza en la expresión, con un equilibrio perfecto entre el fondo y la forma, que supone un auténtico placer. Siempre tendremos la duda de si para los contemporáneos de Cervantes, el lenguaje de éste era críptico y elevado o cotidiano y accesible. Y, en lógica consecuencia, si nuestras novelas, que ahora me parecen tan monótonas y pobres en contraste con este coloquio, serán aplaudidas por los mismos méritos que yo les niego en favor de Cervantes.

Así que no es de extrañar que la valoración de este libro, al menos en la edición empleada, sea muy favorable y me haya sorprendido por su actualidad, por una imaginación desbordante de la que ya se tiene sobrada constancia a través del Quijote, y que haya despertado el deseo de continuar la lectura de estas novelas.


 

 

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