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18 de junio de 2023

Las armas y las letras (Andrés Trapiello)

 


 

Armas y letras son términos que se nos antojan opuestos. La razón y la fuerza, el debate y la confrontación, donde terminan las palabras comienza la violencia. Sin embargo, esto no es siempre así, aguerridos batalladores han sido conspicuos artistas del pensamiento y las letras. Basta rememorar nuestro pasado más clásico para reconocer esta doble cara en Cervantes, Garcilaso de la Vega o Calderón de la Barca. Pero también tenemos otros autores que, alejados de los campos de batalla, urdieron sus tramas y pretendieron influir con sus escritos en el curso de los acontecimientos, o en todo caso, dejar constancia de la gloria de los gobernantes o de su ignominia para, de algún modo, ganarse el afecto del poderosos o del arribista.

 

Estas dos vertientes son tan eternas como la idea de conflicto porque, aunque hoy en día creemos vivir en la época del relato, lo cierto es que en todo tiempo y lugar, los poderosos y quienes aspiran a ocupar su posición, han tratado de amalgamar un discurso coherente con sus objetivos, sabiendo que en muchas ocasiones, las batallas más importantes se libran en la conciencia de las personas, que las guerras comienzan a ganarse con la propaganda.

 

Por ello, todo bando en conflicto gusta de rodearse de una pequeña corte de artistas y literatos, pensadores y filósofos que atenúen su imagen de carniceros, que les dote de respetabilidad. Así, hay regímenes más hábiles o afortunados en esta empresa. Capa o Picasso dejaron imágenes de un conflicto que han trascendido a su circunstancia local. Menos suerte les cupo a los vencedores, que no lograron éxito tal pese a sus innumerables esfuerzos.   

 

Es precisamente en ese momento histórico, nuestra guerra civil, en el que detiene su atención Andrés Trapiello. La primera edición de Las armas y las letras (Ed. Austral) es de 1984, momento en el que la información sobre este tema era prácticamente inexistente. Desde entonces, las sucesivas ediciones han podido dar cuenta de numerosos avances, descubrimientos, nuevas publicaciones y, por encima de todo, un gran debate.

 

Desde el propio prólogo, Trapiello se separa del maniqueísmo que contamina a quienquiera que se acerque a este conflicto. Para ello, pone en valor algo que resultó muy novedoso en su momento. Es la existencia de una tercera vía, de una alternativa republicana y democrática, opuesta por igual a nacionalsocialismo y a dictadura del proletariado. Una opción que cayó entremedias de dos movimientos que ya entonces peleaban a muerte pero sin desencadenar un conflicto que solo estallaría pocos años después. Ésta es la España de Chaves Nogales, y de tantos otros que tuvieron que exiliarse, no al final de la guerra, con el hundimiento de la República, sino a lo largo de todo el conflicto, perseguidos y suprimidos por ambos bandos.

 

La memoria de todos ellos se honra en este libro y el interés que las obras de estos autores e intelectuales está recibiendo en épocas recientes es un verdadero hito en nuestra historia literaria, tan cainita como le habría gustado decir a Antonio Machado.

 

 

 

Pero, pasado ese reconocimiento que este libro, junto a otras muchas iniciativas similares ha logrado, se deben poner de manifiesto otras virtudes que no son menos relevantes.

 

Como todo conflicto civil, nuestra guerra tuvo la terrible circunstancia de dejar la suerte de cada persona en manos del azar y el capricho. Autores de tendencia derechista fueron sorprendidos en la zona equivocada, lo que les llevó a la muerte, como el caso de Ledesma Ramos o de Maeztu. Por el otro lado, baste citar a Lorca como representación de tantos otros que murieron en cunetas y contra muros de cementerios. Solo unos pocos pudieron refugiarse y huir a su propia zona.

 

Esta separación también llevó a que intelectuales, poetas o escritores tibios o no demasiado significados, se volcaran de inmediato hacia el bando que dominaba su pueblo, su ciudad, su región, tratando así de borrar el recuerdo en sus vecinos del día en que se acudió a la plaza del Ayuntamiento para celebrar la proclamación de la República o los tiempos en los que se paseaba con modales aristocráticos y zapatos relucientes o se publicaban versos insípidos y poco comprometidos.   

 

También asistimos, guiados por la mano de Trapiello, a las arrastradas vidas de quienes mendigar con el reconocimiento de los nuevos gobernantes, con vergonzosa inmoralidad, traicionando a quien fuera menester, ofreciéndose como informador o publicando versos infames sobre la sonrisa de Franco o sobre la lucha del pueblo mientras se vivía en un Madrid semi rodeado y hambriento con privilegios aristocráticos.

 

Pero poco ejemplifica mejor esta geografía de las desgracias personales, como el caso de los hermanos Machado, Antonio y Manuel. Si bien el primero se significó más políticamente a favor de la República, no podría decirse que Manuel fuera un reaccionario favorable al fascismo. No podemos sostener esa idea sin olvidar que ambos hermanos escribían a cuatro manos obras de teatro, mantenían una relación afectuosa y podían sintonizar también en lo ideológico. Sin embargo, a Antonio la guerra le sorprende en el lado republicano. Pero a Manuel, el 18 de julio le coge en Burgos por una desgraciada circunstancia, la víspera tenía pasaje en tren para regresar a Madrid, pero se retrasa y lo pierde. Al día siguiente estalla el conflicto y los hermanos no volverán a verse. Podemos conjeturar que ambos miraban de reojo la evolución del otro. Cada uno tendiendo a acercarse al gobierno de su lado, tal vez más por prevención o sentimiento del deber que por convicción. Y ninguna imagen mejor del criminal peso de esta guerra, que la de Manuel conducido en un coche oficial del gobierno de Franco a Collioure tras conocer por la prensa republicana, que su hermano ha fallecido en esa ciudad francesa. Y llegar allí y descubrir que también su madre, que acompañaba a su hijo, ha fallecido. Y velar en el cementerio a ambos, tal vez también en compañía del tercer hermano, quién sabe qué se dijeron o si se dijeron algo o si llegaron a verse.

 

Si hay algo que sorprende a nuestros ojos, es la enorme profusión de revistas, ensayos, poemas, dietarios, periódicos y todo tipo de vehículos para la expresión escrita que circularon por ambas zonas. Es fácil creer que ese tiempo estuvo volcado en la guerra, en el conflicto militar, que no se desviaban recursos a otros fines, pero esto viene a poner de manifiesto la importancia que se atribuía a las letras, la fe en su contribución a la victoria final.

 

Y a ellas se aplicaron todo tipo de arribistas o autores consagrados porque difícil era no tomar partido. Y es en estos caminos en los que se entrecruzan Gonzalo Torrente Ballester con Álvaro Cunqueiro, Rafael Alberti con Miguel Hernández. Esta riqueza era sin duda superior en el bando republicano en el que la ideología seguía teniendo un amplio espectro representado por los restos de un republicanismo burgués, los comunistas, en sus facciones infinitas, los anarquistas, .... cada uno con sus órganos, sus periódicos, sus mitineros y poetas, sus revistas. Porque, pese al estado de guerra y el riesgo de que cualquier adjetivo mal medido pudiera llevarte a un paseo del que no se volvía, lo cierto es que en la zona republicana se sigue apreciando una cierta diversidad en los enfoques, en los estilos, una mínima capacidad, no exenta de riesgos, de disidencia con la opinión mayoritaria. Nada de esto era posible en la zona nacional, donde cada publicación era un calco de las estrictas instrucciones (expresadas o asumidas) de la ideología que emanaba del gobierno de Burgos.

 

No tiene sentido desgranar algunas de las innumerables anécdotas, curiosidades o hechos deleznables, traiciones y mendacidades que pueblan estas páginas. Tampoco dar nombre a quienes tan encumbrado lo tuvieron en aquellas fechas. El libro concluye con un interesantísimo índice de autores acompañado por una pequeña nota biográfica y referencia a sus obras, que puede hacer de manual de consulta una vez concluida la lectura del libro.

 

Y aquí llegados, es preferible callar y recomendar tan solo la lectura, dejar irse por estas largas páginas que, sin embargo, se hacen cortas, y recuperar el recuerdo de un tiempo que se nos antojaba algo más gris que lo que Trapiello nos desvela. De poder revivir aquellos años duros en los que aún quedaba tiempo para cuestionarse si el dadaísmo o el futurismo eran reaccionarios o progresistas, afanes tan inútiles y estériles como cualquiera de nuestros actuales debates a golpe de tweet, y poder así comprender que cualquiera tiempo pasado no siempre fue mejor porque ahora las letras hablan mientras las armas callan.




 

 

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