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29 de julio de 2007

Kafka (Nicholas Murray)


I

Reconozco mi total falta de rigurosidad y objetividad ante cualquier texto escrito por Kafka. Desde su Diario, su intensa correspondencia (con amantes, amigos, familia) hasta sus obras, conclusas o no.

En todos ellos respiro un aire familiar, una sensación similar al murmullo de una conversación a la que casi no prestamos atención pero que nos resulta tremendamente agradable, como una melodía conocida. Pese a la evidente absurdidad que plantean muchos de sus escritos (humanos que se convierten en animales, animales que actúan como hombres, y así hasta el infinito) hay algo que convierte dicho absurdo en acontecimientos simplemente excéntricos, asumidos con ordinarios por sus protagonistas y, también, por los lectores.

Se ha hablado mucho del estilo de Kafka, mezcla de naturalismo y expresionismo. De cómo, con un lenguaje preciso y minucioso, detallista hasta el extremo, dibuja escenarios imposibles. Con los mismos materiales que utilizan otros escritores, Kafka, construye una obra personal y característica.

Por ello es comprensible que la lectura de otra biografía de Kafka me haya resultado de enorme interés. A ello se une que ha sido comprada en un reciente viaje a Praga y en una librería llamada “Kafka Bookshop” ubicada en la Plaza de la Ciudad Vieja (centro neurálgico de la vida del autor que vivió en cinco casas distintas de la plaza o calles aledañas) ubicada en el mismo local en el que se encontraba la tienda al por mayor de Hermman Kafka.

II

Murray estructura su estudio en torno a cuatro grandes bloques. El primero de ellos (“Praga”) es un reflejo del contexto histórico, político, social y biográfico en el que se desenvolvieron los primeros años de Kafka hasta la publicación de su primer libro (Contemplación). Las habituales consideraciones sobre la condición de judío, en un tiempo en el que el antisemitismo era una recurrencia habitual, germanohablante cuando el nacionalismo checo se asentaba como otra fuerza más disgregadora del Imperio Austrohúngaro y su delicada situación familiar, sometido a la inquisidora mirada de un padre exitoso en los negocios, hecho a sí mismo y que reprobaba prácticamente cualquier faceta de la vida de su hijo (su vegetarianismo, sus amistades, su literatura, su incapacidad de formar una familia o de comprometerse con el trabajo familiar).
Nada novedoso más allá de la organización sistemática de datos conocidos.

Las tres partes restantes de la biografía se estructuran sobre las tres mujeres que jalonan la vida de Kafka (Felice, Milena y Dora). La relación con Felice Bauer fue fundamentalmente epistolar (pese a sus dos fracasados compromisos matrimoniales) y, desde un punto de vista literario, fue el origen de El Proceso, así como de una de las obras epistolares más extensas de la historia. La disección de estas cartas, confrontadas con correspondencia a amigos y familia, y con los Diarios, ofrece un panorama bastante preciso de los miedos que atenazaban a Kafka, tanto en sus relaciones íntimas con Felice, como en el resto de actividades vitales.

Es cierto que, como asegura Max Brod en la primera biografía sobre Kafka, frente a esta imagen sombría que parece pesar sobre su figura, la realidad era algo menos oscura y su amigo era un alegre conversador, luminoso, ameno y con un gran sentido del humor. Corroboran esta visión más humana y positiva numerosos testimonios directos de otros amigos y de personas que trataron ocasionalmente con Kafka. Cabe pensar que quizá sus Diarios recogen el lado oscuro de su alma, sus peores pesadillas y horrores con el fin de exortizarlos.

Milena representó la posibilidad de mantener otra relación fundamentalmente epistolar con una mujer que, en esta ocasión, era conocedora de su obra y que llegó a comprenderle como pocas personas de su tiempo. Baste como prueba el elogio fúnebre que escribió tras su muerte y que anticipa con claridad la importancia de la obra de Kafka en un momento en el que, prácticamente la parte más significativa, permanecía inédita.

Dora Diamant fue la mujer que le acompañó durante sus dos últimos años de enfermedad y que le dio la felicidad doméstica que siempre le atrajo pero que, al mismo tiempo, le aterraba y de la que trataba de huir.

Como se ha comentado, la cronología vital se rastrea mediante continuas referencias a los escritos personales de Kafka (diarios, apuntes, correspondencia diversa, ...) pero, finalmente, la obra literaria parece no encontrar un lugar especial en el plan de la biografía. Algunos escritos merecen ciertos comentarios (en particular La Metamorfosis o El Proceso) pero en líneas generales tras la lectura uno no obtiene más que unas claves generales para entender la vida de Kafka y cómo ésta pudo influir en su obra. Sin embargo, es claro que, muchos de sus coetáneos vivieron circunstancias similares y ello no condujo a una obra literaria similar. Queda algo por explicar y Murray no nos desvela el misterio.

Tampoco se ofrece una explicación general del significado literario de Kafka ni del sentido de su obra. Se descarta, en línea con las tendencias habituales, la primera interpretación que hizo su amigo y albacea Max Brod, excesivamente asentada en aspectos religiosos pero sin ofrecer una alternativa. Las más recientes interpretaciones que apuntan que Kafka utilizó el esquema de Crimen y Castigo para plasmar su peripecia vital no encuentran eco. Quizá sea ésta unas de las razones que convierten sus novelas y narraciones en clásicos, la imposibilidad de simplificarlos, de explicarlos. Cada tiempo, cada lector obtendrá aquello que busca y nunca sabremos qué fue lo que buscó el propio Kafka, qué le impulsaba en sus largas noches de creación.


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