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22 de noviembre de 2007

Zelda y Francis Scott Fitzgerald (Kyra Stromberg)


Francis Scott Fitzgeral resume ejemplarmente la mayoría de las virtudes y defectos de su época, hasta el punto de que su asociación con los "felices veinte" o la era del jazz toma rasgos de simbiosis.
Su origen de clase acomodada no le impidió padecer de un fuerte sentimiento de inferioridad respecto a quienes ocupaban una clase superior a la suya y junto a los que trataba de situarse como un igual, no por su dinero sino por su talento. De este modo, la literatura se convirtió en el arma con la que pretendió asaltar las mansiones con vistas a Central Park o las villas de la Riviera francesa. Afortunadamente para sus lectores (y para él mismo) su talento literario estaba a la altura de este empeño por lo que la calidad de su obra está fuera de discusión en nuestros días.

Con un afán tan grande por acceder a lo más selecto de la sociedad de su tiempo, no parecía lógica la elección de su esposa, una hermosa sureña, hija de un hacendado de clase alta de Montgomery. Zelda le habría permitido formar parte de la pequeña aristocracia del lugar, pero no satisfacer sus anhelos de notoriedad, reconocimiento y riqueza a un nivel más amplio.

Por otro lado, Zelda aspiraba a vivir en el lujo indolente en que se había criado, y sin embargo acabó casándose con un escritor que no había publicado más que un puñado de cuentos y que acababa de ver impresa su primera novela. Un escritor que tenía que consolidar su talento prometedor que aún no le impedía vivir en la estrechez.

Sin embargo, el romance culminó (no sin ciertas tensiones) y el sol brilló sobre la estrella de Scott quien comenzó a ganarse una reputada fama a través de sus cuentos (llegó a ser el escritor de relatos mejor pagado de Estados Unidos) y de los adelantos por cuenta de sus futuras novelas que, generosamente, le daba su editor.

De este modo, provisto de fama y dinero, Scott y Zelda pasaron a ser el ingrediente de moda en cualquier acontecimiento social relevante. El despilfarro y el exceso con el alcohol, sus peleas públicas y las consiguientes reconciliaciones no hicieron otra cosa que aumentar la fama de la pareja.

Sin embargo, estos excesos no parecían mermar la calidad de la obra de Scott Fitzgerald quien parecía capaz de captar la imagen de toda una generación, de toda una época caracterizada (en esos ambientes) por el lujo y el desenfreno, el relativismo moral y la falta de principios y compromiso. Scott era capaz incluso de captar ese lado oscuro del glamour y la riqueza, y así lo dejó plasmado en su novela más conocida, El Gran Gatsby, en la que el protagonista esconde el origen de su fortuna incierta y sufre las consecuencias de su éxito, como si de una justicia se tratase que equilibrara la balanza de la vida.

Al igual que en este personaje, la sombra también se cernía sobre Scott ya que sus gastos (rigurosamente contabilizados en su ledger) superaban con creces los ingresos que su obra literaria le reportaba lo que no hacía otra cosa que aumentar la presión que sufría por publicar más relatos y adelantar su próxima novela y, con el fin de aliviar dicha tensión, se sumergía en nuevos viajes y fiestas alcohólicas acrecentando la espiral en que se veía envuelto.

Entre tanto, la vida y personalidad de Zelda siguió su propio curso. En los principios de su relación actuó como el centro de atracción de las fiestas sociales. Su belleza y encanto cautivaban a sus anfitriones, si bien los excesos con el alcohol terminaban por crear ciertas suspicacias. Pasada esta primera época como Miss Fitzgerald, trató de crear su propia personalidad, desarrollando los más diversos intereses. Así, se dedicó (recuperando una afición de su juventud) a la danza de manera intensiva para luego optar por la literatura como forma de consolidar su propia identidad.

Siempre ha sido muy discutido el papel de Zelda en la literatura de Scott. Es un hecho probado que el escritor tomó prestado abundante material de los diarios y cuadernos de Zelda (lo que no hizo más que crear un cierto sentimiento confuso en ambos). De ahí que el intento de Zelda por publicar sus pequeños relatos (y su única novela) contaron siempre con cierta desconfianza por parte de Scott. De una parte temía que las obras de Zelda se adueñaran del tema de su próxima novela, de otra temía enfrentarse a ella en este campo en el que él siempre había sido el creador admirado. Así, en ocasiones aconsejó que algunos relatos se publicaran como obras conjuntas, para obtener un mejor precio gracias a su nombre. En otras, aconsejó al editor de Zelda, a espaldas de ésta, que la persuadiera para que cejase en su empeño de publicar su novela.

En cualquier caso, y tomara lo que tomara prestado de las ideas de Zelda, el principal papel de ésta en la obra de Scott Fitzgerald es el de modelo de sus personajes femeninos hasta un punto en que es difícil si las protagonistas de sus obras imitan a Zelda o ésta a aquéllas. Un nuevo modelo de mujer, atrevida, autónoma, aflora en sus libros al mismo tiempo que lo hacía en la vida real, flapper era su nombre y Zelda su icono.

Finalmente, la inestable vida de Zelda se quebró comenzando una peregrinación por diversos sanatorios, en Europa y Estados Unidos, para tratarla de diversos problemas nerviosos.

La relación de la pareja se mantuvo pese al forzoso alejamiento y, casi recíproca indiferencia, que se refleja en la correspondencia que intercambiaban. Las nuevas obras de Scott habían perdido el apoyo de gran parte del público que antaño las acogía con admiración; no en vano, la Gran Depresión había modificado definitivamente el panorama de la sociedad norteamericana. Sus relatos cada vez se vendían a peor precio y los problemas económicos continuaban amenazando la vida de Fitzgerald, de modo que éste buscó el refugio en la única industria que parecía sobrevivir a la gran crisis: Hollywood.

En el mundo del cine trató de comenzar una nueva vida marcada por su dedicación, poco fructífera, a la escritura de guiones que apenas verían la luz. Junto a estos trabajos coleccionó pequeñas historias detectivescas en torno a un personaje singular, Pat Hobby, y comenzó a elucubrar sobre su próxima novela, basada en el mundo del cine del que ahora tenía un conocimiento de primera mano.

Esta última novela, El gran magnate, sería publicada póstumamente ya que la vida abandonó a Scott en 1940. Zelda le seguiría penosamente ocho más tarde al fallecer en el incendio del sanatorio en el que estaba internada.

Scott Fitzgerald escribió siempre desde un cierto hedonismo y con una perspectiva vital claramente superficial; sin embargo, supo incrustar en sus personajes suficientes vetas agridulces que humanizan su carácter dotándoles de una profundidad de la que sin duda carecían muchos de los amigos en que se inspiró. Sus crecientes problemas económicos no hicieron sino poner de manifiesto su escepticismo ante las clases acomodadas y la relación fluctuante que mantuvo con ellas. Este sabor amargo vela el optimista paisaje con que suelen abrirse sus obras y nos adentra en dramas sutiles en los que el lenguaje (para cuyo reflejo escrito tenía gran talento) es capaz de impulsar por sí mismo una trama.

Su relación con Zelda refleja igualmente las mismas contradicciones vitales. Deseoso de tener una mujer admirada y de ser envidiado por su causa pero al tiempo, celoso de la sombra que ésta pudiera arrojar sobre su fama. No aceptó los intentos de Zelda por afianzarse como una personalidad propia, empujándola a una crisis psíquica (cuyo origen, no obstante, fue fundamentalmente hereditario) que acabó por hundirla y por destruir su ya delicada relación.

Al cabo, esta relación no hizo sino satisfacer sus intereses. Ambos obtuvieron parte de aquello por lo que se habían unido y, ciertamente, conocieron el amor en sus primeros años. Kyra Stromberg narra este proceso de un modo algo desorientado. Culpemos también a la era del jazz, quizá un poco de mareo y desenfoque sean apropiados cuando se habla de esta vibrante pareja y el tiempo en que vivieron.

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