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30 de diciembre de 2024

Milena (Margarete Buber-Neumann)


¿Qué tienen en común el amor, el exilio y la resistencia? La respuesta se halla en el estremecedor relato de Milena, escrito por Margarete Buber-Neumann. Un libro que destapa la fuerza indomable de una amistad forjada en el infierno de Ravensbrück, donde dos mujeres extraordinarias, prisioneras del odio y la tiranía, se convirtieron en el último refugio de esperanza. Pero esta no es solo la historia de una superviviente, sino de un juramento sellado entre alambradas: dar voz a la mujer que desafió al régimen nazi y a su propio pasado. En cada página se palpa el miedo, la traición y la solidaridad de quienes, incluso en la oscuridad más absoluta, se niegan a ceder su humanidad.



Margarete Buber-Neumann formó parte del Partido Comunista y, ya a comienzos de los años treinta, viajó a la URSS como tantos otros, convencida de que allí nacía una nueva tierra, libre de la opresión y tiranía que había conocido en su patria de origen, la atribulada Alemania de Weimar. Pero allí descubrió otro tipo de horror y sufrió las decepciones de quien ve traicionados sus anhelos y esperanzas. Peor aún, padeció en su propia piel la represión y el castigo de los "herejes" que se resisten a pensar lo que otros dictan. Vivió en un campo de concentración en Siberia hasta que el pacto Ribbentrop-Molotov cambió las tornas y Hitler y Stalin se revelaron como lo que eran: dos ególatras dictadores que en poco se diferenciaban. Se acordó un intercambio de prisioneros políticos por el cual los alemanes internados en campos soviéticos fueron entregados a la Gestapo, no con el fin de ofrecerles una bienvenida, sino para llevarlos a otros campos de concentración. Ya se sabe que los principales enemigos de cualquier dictador siempre son los naturales de su propio país, esos traidores a la patria.


Margarete Buber-Neumann terminó en el campo de Ravensbrück, un recinto especial para mujeres, y allí conoció a Milena Jesenská, una joven praguense que ya llevaba mucha vida a sus espaldas. Su amistad se tornó ambigua, pero aquí no estamos para juzgar cómo viven quienes pasan por un tormento similar y sienten una dependencia enfermiza por la persona con la que han creado un lazo lo más similar que se pueda concebir al cordón umbilical.


En los pocos ratos libres que ambas prisioneras podían disfrutar, en paseos al aire libre o en noches en las que escapaban de su barracón y se reunían en algún lugar oculto, se contaron recíprocamente sus vidas y Milena soñó con escribir un libro a medias para reflejar los terrores de los campos. Margarete Buber-Neumann se resistía, pues afirmaba no saber escribir, pero eso a Milena no le importaba, ella tampoco creyó ser capaz de escribir, pero se había forjado una reputación como traductora y periodista. Sin embargo, el proyecto quedó frustrado porque Milena no consiguió sobrevivir al campo, y el encargo de escribir un libro recayó enteramente en Margarete Buber-Neumann, quien además recibió otro encargo por parte de Milena: escribir su vida. Se la había relatado con detalle en sus encuentros y así, le aseguraba la joven checa, su memoria podría pervivir a través suyo.


Margarete Buber-Neumann cumplió sobradamente su encargo como tributo a su amiga. Una prueba de amor más allá de las alambradas y los horrores de los médicos de las SS, las palizas de las guardianas del campo y las peleas internas entre los distintos grupos de prisioneras, comunistas, testigos de Jehová, gitanas y otras tantas "subespecies" a los ojos de los nazis que vivían allí recluidas en una paz forzada que en ocasiones se quebraba con una crueldad extrema. Buber-Neumann escribió tanto el libro que Milena le pidió sobre la vida en el campo de Ravensbrück como el que le encomendó para dejar huella de su paso por el mundo: Milena, publicado por Alfaguara, con traducción de Carlos Fortea.


Milena fue la primera en romper el hielo cuando se conocieron: Soy Milena, de Praga, le espetó ante la sorpresa de Margarete. La checa había oído hablar de ella y sabía que había sobrevivido a los campos soviéticos y que ahora purgaba sus penas en los nazis. Un tránsito político similar al que ella misma había padecido al haber formado parte del Partido Comunista a través de su marido, y en el que no duró mucho tiempo al comprender que los dictados del Partido estaban por encima de la propia conciencia. Milena fue providencial para Margarete, ya que las presas comunistas, sabedoras de que había pasado por Siberia, trataban de aislarla, una muerte social aún peor que las torturas y abusos de los guardianes, ya que apenas encontraba un rescoldo de esperanza en ningún lugar, pero Milena la consolaba, ellas estaban acostumbradas a pensar y organizar su vida a través de rígidos patrones impuestos y, por contra, ellas dos eran libres; podían pensar y vivir libres incluso en aquel horror del campo. La alegría y fortaleza de Milena le dieron esa razón de vivir, reactivando su espíritu de sacrificio y su deseo de salir del campo, de recobrar la esperanza al modo de las enseñanzas de Viktor Frankl.


Ambas trataron de aliviar los sufrimientos de las presas que pasaban sus últimos días en la enfermería del campo, un laboratorio de ensayo para tratamientos monstruosos al estilo de los de Mengele, pero también para el asesinato impúdico de las prisioneras. Margarete era objeto de las continuas preguntas de Milena, que no había perdido el pulso de una buena periodista. Estas preguntas permitieron a la autora detenerse por una vez en el trasiego de su vida, poder analizar sus vaivenes y desdichas, hacer balance, y quizá amarse por primera vez a través de los ojos de Milena.


Así, Margarete comenzó a ser la depositaria de los secretos más íntimos de su amiga. La relación conflictiva de Milena con su padre, un profesor universitario reputado y odontólogo por las tardes, patriota checo, se debió a que este se oponía a todas las relaciones de su hija, siempre tentada por judíos y alemanes, o ambas cosas al tiempo. No es de extrañar que sintiera pronto una admiración por otro damnificado por una figura paterna de extensa sombra como Franz Kafka.


Claro que, en descargo del padre de Milena, hay que decir que ella no se lo puso fácil. Tras la pronta muerte de su madre, la joven volcó todas sus frustraciones buscando el escándalo y el placer. Vivía en una habitación del hotel de un amigo de su padre, pero tuvo que dejarlo pues las visitas masculinas eran la comidilla de la ciudad. Su actitud provocativa junto a otras jóvenes del único instituto para mujeres de Praga, las "minervistas" (por la institución que las unía y alentaba como seres creativos e iguales en todo a los hombres), apenas podía ser soportada por el padre, que debía vivir amargado por las historias que sobre ella se contaban.


Cuando Milena se compromete con Ernst Pollak, checo-alemán y judío, su padre cree morir. Todos sus intentos por romper el idilio fracasan. Ni siquiera que su hija quede embarazada y que él colabore en el aborto convence a Milena de romper con Pollak. El padre acepta finalmente el enlace, pero a cambio de que se muden a Viena, que desaparezcan de la estrecha Praga, que su vergüenza no sea pública, que no se los cruce por la calle. Una ruptura definitiva que no le fue permitida a Kafka y que arrojó a Milena en una pesadilla de difícil gestión. Las infidelidades y el abandono de Pollak la marcaron profundamente. Ella, con su fuerza y espíritu, trató de creer que era lo normal, que era el signo de los tiempos que las mujeres debían aceptar la vida bohemia de sus maridos y estos las de sus esposas. Claro que Pollack no fue tan permisivo con los escarceos de Milena ni con sus comportamientos extraños.


Milena vivía asfixiada. Trataba de escribir para periódicos checos y, poco a poco, se fue refugiando en la Literatura, quedando fascinada por la obra publicada de Kafka, en especial con La metamorfosis, uno de los libros que la atrajo por su profundidad emocional y con cuyo protagonista se sentía identificada. Se volcó en la traducción de sus obras, comenzando una relación epistolar por la que terminaría siendo mundialmente conocida, con escasos encuentros físicos que le dejaron una honda huella.


Pollack se reía de sus escritos y ella se empeñaba en lograr la independencia económica, pues creía que así su marido temería perderla y lucharía por ella. Nada de eso ocurrió. Pero como ella misma le confesó a Margarete, siempre tuvo debilidad por hombres débiles que terminaban por volverse contra ella cuando se sentían dependientes de su fortaleza, comprendiendo que había asumido el papel que les correspondía a ellos.


Por parte de su padre, Milena tenía dos tías que se dedicaban a la escritura, en especial una de ellas, Růžena Jesenská, que ganó cierto reconocimiento con literatura sentimental. En un principio, esto era objeto de burla por parte de la moderna Milena, pero, con el pasar de los años, llegó a reivindicar un mundo de sentimientos íntimos y femeninos en un tiempo en el que la Literatura aún estaba dominada por los hombres.


De Kafka le contó a Margarete que “nada me ha impresionado más en la vida que el leve atisbo de su interior. Era demasiado bueno para este mundo”. Y ese atisbo fue mayor que el de casi cualquier otro amigo o conocido del autor, puesto que este entregó a Milena sus Diarios, esa obra autoacusatoria en la que se desnudaba cada noche para luego despreciarse y solo ocasionalmente desvelar una parte de su grandeza. Tal vez gracias a esa generosa entrega y al cuidado que Milena puso en conservar aquellos cuadernos podemos hoy disfrutar o sufrir junto a Kafka con su pasar por la vida.


Milena le explicó a Margarete sus escasos encuentros con Kafka y su incapacidad para cualquier asunto práctico. Precisamente, lo que le había fascinado de Felice Bauer había sido que era hábil en los negocios. Milena se enamoró de Kafka, pero no logró dejar a Pollack, no había llegado su momento. Kafka enfermaría y, en todo caso, sus escasos momentos de intimidad siempre se verían acompañados por esa sombra alargada que él reservaba para sus relaciones con las mujeres que amaba. El ascetismo de Kafka no era una opción vital, era su único modo de enfrentar un mundo que se le representaba como un jeroglífico, una maraña incomprensible de relaciones, sobreentendidos y cuestiones para las que era totalmente ajeno.


Pero Milena logró finalmente independizarse de Pollack. Alquiló parte de sus habitaciones para poder mantenerse y se enamoró de uno de sus huéspedes, un antiguo aristócrata reconvertido al marxismo. Por amor, siguió sus ideas, viviendo una de sus épocas más felices, ganando autoestima y viéndose ya capaz de regresar a Praga, donde lo haría como una triunfadora, una periodista que ya comenzaba a ser conocida por sus artículos, que habían sido recopilados en un libro que Milena dedicó a su padre como símbolo de reconciliación.


Sin embargo, su éxito despertó los celos de su pareja, que finalmente la abandonó. Milena resistió con fuerza, se sentía invencible y se enamoró de un joven arquitecto, también comunista, que le dio su única hija, Jana Černá, con la que también sería feliz hasta que él terminó por marchar a un proyecto en la URSS, de donde volvió ya divorciado y desengañado con los logros del paraíso proletario. Se habían casado en 1927 y compartieron círculo intelectual, la élite bohemia praguense.


Margarete ilustra muchas de estas historias con textos extraídos de los artículos de Milena, gran parte de ellos con un alto componente autobiográfico. En ellos se nota progresivamente un mejor dominio literario. Junto a observaciones prosaicas se deslizan hermosas reflexiones llenas de lirismo y sensibilidad, un talento aún en construcción, pero con un inmenso potencial que solo Kafka parecía haber sido capaz de detectar en su embrionaria concepción.


Los problemas en el embarazo, derivados de un comportamiento algo imprudente, la llevaron al hospital, a la pérdida de movilidad de una rodilla y a una dependencia progresiva de la morfina que su padre le suministraba para arrancarle los intensos dolores. Y esto significó el ocaso social de Milena. Engordó, perdiendo parte de su lustre; su lirismo pasó a convertirse en acidez y, poco a poco, su obra dejó de reflejar asuntos sociales glamurosos para centrarse en aspectos más sombríos. Tal vez perdió fama e impacto, pero ganó sin duda en profundidad, alcanzó una hondura en la comprensión del dolor humano al que siempre había sido muy cercana. Sus coqueteos con el comunismo pasaron a mayores, ingresando en el Partido. Milena buscaba recuperar en el grupo, en un colectivo superior, la autoconfianza que parecía haber perdido junto a su lozanía y frescura. Pero las purgas de 1936 le hicieron perder la fe en el Partido. Sus ingresos, escasos por escribir tan solo en revistas comunistas de ínfima tirada, hubieron de ser complementados con alguna colaboración bajo seudónimo en una revista socialdemócrata.



Milena recuperó el amor gracias a uno de los encargos que le había hecho el Partido, vigilando a un enfermo sospechoso de tener ideas trotskistas. Y Milena se enamoró de él, de su bondad, de su indefensión, como siempre le ocurría con los hombres. Sus artículos pasaron a centrarse en la crónica política en un momento de enorme convulsión, con Hitler en el poder y tratando de ganar la región de los Sudetes para el Reich, sino toda Checoslovaquia, como terminaría por ocurrir ante el abandono de las potencias occidentales.


En sus crónicas refleja una perspicacia que parecía ajena a sus conciudadanos. Defendía que los checos no podían sostener el odio a lo alemán, que los alemanes del norte del país también sufrían la persecución de los nazis, que la unión debía buscarse entre los demócratas, alemanes o checos, porque de otro modo, como terminaría por ocurrir, se perdería a los demócratas alemanes para la causa checa echándolos a los brazos del partido nazi.


El antisemitismo se fue colando por todas partes, llegando incluso al gobierno de la nación. Y, como siempre, Milena se identificó con los perseguidos. Años después, cuando las leyes arias impusieron la obligación de portar una estrella amarilla a todos los judíos, ella se paseaba por las calles llevándola con orgullo como símbolo de apoyo y compromiso, aunque su ejemplo no fue seguido por los ciegos ciudadanos que creían estar al amparo del odio alemán.


Su obra periodística se volvió cada vez más madura y, a nivel literario, más compleja. Sabía conjugar la sencillez con la belleza, el uso preciso de las palabras con la calidez de la narración, una combinación que tantos escritores buscan y pocos consiguen.


En marzo de 1939, Alemania se hizo con el control de Checoslovaquia. Milena continuó escribiendo durante algunos meses, enfrentándose a constantes conflictos con los censores. Su casa se convirtió en un refugio para judíos y perseguidos políticos, y colaboró en diversos planes de huida hacia el exilio. A medida que la represión se intensificaba, su compromiso con la Resistencia se hizo cada vez más profundo, llegando incluso a involucrar a su hija en estas labores. Jana, que tomó valiosas lecciones de estas experiencias, más tarde destacó como escritora y fue una firme opositora a la ocupación soviética.


Poco después, Milena fue detenida. Tras pasar por diversas cárceles, acabó en el campo de concentración de Ravensbrück, donde falleció el 17 de mayo de 1944. Allí tuvo bajo su cuidado a varias enfermas, a las que protegía falsificando los análisis de sangre para evitar que recibieran la letal inyección o fueran asesinadas directamente, destino reservado para las enfermas graves.


Antes de morir, Milena le pidió a Margarete que escribiera su vida basándose en los recuerdos que le había confiado durante su tiempo juntas en el campo, pidiéndole que fuera su juez clemente. Margarete cumplió con creces el encargo, escribiendo una biografía llena de admiración y amor, pero también de honestidad. En ella, reflejó la fortaleza tanto de Milena como la propia, dos mujeres que vivieron tiempos tormentosos y que supieron alzarse como referentes para quienes las rodeaban. Ochenta años después de la muerte de Milena, su ejemplo sigue despertando admiración por su valentía y resistencia ante la adversidad.

 

 







20 de noviembre de 2024

Kafka (Pietro Citati)

 


¿Quién fue realmente Franz Kafka? En Kafka, Pietro Citati no busca simplificar, sino explorar las complejidades de un autor cuyo genio parece inabarcable. Esta obra no es una biografía, ni un análisis literario al uso, sino un viaje por los recovecos de su mente y sus textos. Desde las tensiones con su padre hasta su obsesión por la literatura como un veneno y un salvavidas, Citati nos sumerge en las contradicciones que definieron al hombre que vislumbró, sin alcanzar, su propia Tierra Prometida.

 

 

Continuamos leyendo obras en torno a Kafka con motivo del centenario de su fallecimiento y, en este caso, toca el turno a este volumen de Pietro Citati, titulado Kafka, sin más, que fue publicado por Acantilado hace ya unos años. Citati es un autor italiano que tiene, entre diversos honores y reconocimientos, el de ser duque del reino de Redonda, lo que nos puede dar una idea del tipo de literatura a que se dedicó este notable intelectual italiano fallecido en 2022.


La principal dificultad de este volumen viene a la hora de definirlo. No se trata de una biografía ni de un estudio de la obra de Kafka. Tampoco pretende ofrecer interpretaciones sobre la misma ni discurrir sobre la vigencia de su obra. Y, sin embargo, es un poco de todo ello.


El esquema central son las obras de Kafka, y para los periodos más vacíos de las mismas, como su vida preliteraria, su periodo de romance con Felice o los últimos meses de vida, los capítulos toman más bien un tono biográfico. En el resto de casos la obra deriva más bien en cierta perífrasis de los principales textos de Kafka y la glosa detallada que de ellos hace Citati.


Precisemos que, por textos, entendemos cualquier narración, novela (esbozada o concluida), diarios, correspondencia, capítulos sueltos y así hasta completar la más diversa de las escrituras del autor. Porque con todas ellas construye Citati un todo completo y coherente en el que pretende hallar un espíritu propio de Kafka, espíritu que como el de todas las personas evoluciona en el tiempo y en el que las prioridades van mutando según la vida nos empuja de uno a otro lado.


Pero la obra de Kafka es tan compleja pese a su brevedad y ofrece tantas posibles interpretaciones, vías de escape y recovecos que Citati no siempre logra salir de algo más que la mera repetición de los argumentos sin ir más allá, así ocurre en el caso de algunos relatos breves que parecen escabullirse entre las manos sin lograr ir más allá de la interpretación convencional.  


Sin embargo, Citati tiene hallazgos muy relevantes a la hora de afrontar el objeto de su estudio. Uno de los mejores ejemplos es el que se refiere a la metáfora de la tierra de Canaán, es decir, un destino liberador, tal vez prometido por un Dios omnímodo pero ausente, territorio al que Kafka debería aspirar, un lugar en el que todas las dificultades parecen menos gravosas. Y esa tierra de Canaán puede ser Felice y, por eso, a ella se aferra pese a todas las dificultades. Porque Kafka es conocedor de que la promesa sagrada implica la renuncia a un veneno que le atormenta y que le tiene atenazado, la Literatura. Sabe que caer en los brazos de la berlinesa es abandonar la Literatura, ambos mundos son incompatibles. Las preocupaciones burguesas por la casa de la pareja, los muebles, las visitas familiares, todo ello conspira contra la creación de Kafka, contra la pureza de la que cree nace toda su inspiración. Al menos así lo cree desde la epifánica noche en la que escribió La condena, trágica puesto que le crea una ilusión de la creación algo alejada de lo que será capaz de reproducir en el futuro, arrastrando sus nervios, su salud o su vida entera. Y esa tierra de Canaán se le muestra sugerente, una forma fácil de salir del torrente en que vive, pero tal vez solo para caer en otro.


Como muy bien reflexiona Citati, Kafka ya vivió en la tierra de Canaán y decidió renunciar a ella. Y en ese tiempo, Moisés era su padre, el temible Hermann Kafka y Canaán era Praga, los alrededores de la Plaza Vieja, ese pequeño círculo al que quedaba constreñida la vida del escritor pero en el que tenía asegurado su porvenir en el próspero negocio familiar, en las rutinas de una familia judía germanófila del Imperio. Tan solo debía someterse a esas manías de su padre, a los cuidados de su madre y a las conveniencias de sus amistades. Y a ello renunció Kafka.


Y la metáfora llega hasta Milena, una amante voluptuosa frente a la casta, tal vez frígida Felice, un torbellino que aúna ese atractivo sexual que Kafka siempre vió como ajeno al matrimonio, más propio de los encuentros casuales (o no) con prostitutas. Pero, además, Milena era una intelectual checa brillante, solo aplastada por su vida en una Viena que veía lo checo como una rusticidad que debía esconderse y por un marido lleno de ego que temía que su esposa le hiciera sombra. Milena era todo lo contrario de Felice de quien tan solo podía admirar su talento práctico, una cualidad totalmente ajena a Kafka. En ella se personifica nuevamente la promesa de una tierra sagrada, de un lugar en el que asentar la nueva vida de Kafka y compatibilizar todas sus inclinaciones. Con Felice la Literatura quedaba proscrita, con Milena podía abrazar ambas, no en vano ella había sido incluso traductora al checo de algunas de sus obras.


Y, sin embargo, Milena tampoco sería el destino feliz de Kafka. Su complicada vida matrimonial se interponía con firmeza. También podemos plantearnos si una relación presidida por una fuerte pulsión sexual que no quedaría reprimida como seguramente hubiera ocurrido con Felice, no habría agotado las fuerzas espirituales de Kafka. Sea como fuere, lo cierto es que en ambos casos el curso de la correspondencia sigue un ritmo similar. Desde el encandilamiento inicial a la contramarcha. Ama pero pone encima de la mesa todas las pegas y miserias que puede aportar a la relación, se desprecia y, con ello, desprecia el amor que se le ofrece, quiere pero a la vez no quiere, prefiere que las cosas ocurran, un impás que ninguna de las mujeres soportará, sin lograr obtener un rechazo explícito del autor, como sí lo recibió otra prometida menos compleja, Julie, la camarera praguense con la que Kafka se comprometió, probablemente con el único fin de cavar una ancha trinchera entre su vida privada y su familia.


También en la comparación entre El castillo y El proceso, obras que muchos autores consideran variaciones sobre el mismo tema, muestra Citati su finura de análisis. Para él, en El proceso, el protagonista se ve cuestionado, amenazado, acorralado (claramente es conocedor de la teoría de Canetti) y esto le hace saltar, tratar de buscar incansablemente el modo de probar su inocencia. Sin embargo, en El castillo, K. es quien inicia la búsqueda, es él quien quiere llegar al castillo, quien muestra ese interés, esa intención, en el sentido de la interpretación de Brod, de buscar a Dios. Un Dios que, señala Citati, semeja un remedo del relato extraído de El proceso titulado Ante la Ley, porque el castillo parece el destino puesto expresamente a disposición de K. y solo para K.


Y es que en el momento en el que Kafka inicia la escritura de El castillo, ya ha tenido el brote de tuberculosis y, pese a sus esfuerzos por tratar la enfermedad en diversos sanatorios, sabe que ha perdido la partida. Ya no aspira a esa tierra prometida, sabe que el tiempo se agota y sale a buscar la verdad. Ya lo hizo a través de los impresionantes aforismos que redacta en su retiro campestre de Zürau, pero agranda su búsqueda con esta gran novela.


Sin embargo, lo poco que K. logra entrever del castillo no es muy reconfortante. Nos recuerda otros relatos que parecen traídos de su imaginación onírica. En El mensaje del emperador nos habla de la metáfora de la imposibilidad de huir, siempre queda atrapado. El emperador (Dios) muere pero no pasa nada, todo sigue igual, tampoco él quedará liberado aunque muera su padre, huya de él, aunque se case con Felice, no hay escape. Tampoco en La metamorfósis hay posibilidad de huida, el hijo es tolerado, se le alimenta pero se le oculta, todo queda dentro, los trapos sucios se lavan en casa si bien es la hermana la que rompe las normas, la que deja de mostrarle afecto condenando ya a Gregor Samsa a la muerte real.


Por otro lado, también nos ofrece la explicación del cambio entre la dickensiana El desaparecido y el cambio a El proceso. La primera es una obra que fluye, con diversos personaje, riqueza de paisajes, una complejidad que terminó por desbaratar el intento de Kafka y llegar a un final que su técnica es incapaz de completar, le fallan las fuerzas.



Por ello, el siguiente intento novelístico es más acorde a las capacidades que Kafka ha aprendido a reconocer. Los personajes suelen limitar sus apariciones a un capítulo concreto. Cada uno de estos se constriñe a un asunto específico, una escena con comienzo y fin. Un esquema, por tanto, menos fluido, pero más eficaz a la hora de transmitir esa angustia, la asfixia vital que va ahogando poco a poco a Joseph K.


Citati, como escritor, nos ofrece una excelente oportunidad de conocer la trastienda de Kafka, ese modo de construir una historia, de construir un relato portentoso, eficaz, la infinidad de pistas que el autor deja tras de sí, sus referencias, todos los instrumentos narrativos a que un autor puede recurrir. No estamos ante un crítico, sino ante un compañero de profesión de Kafka que se maravilla de los logros de su colega y los comparte con nosotros. En este sentido, la lectura de este libro es gozosa y abre el apetito de volver a los originales, de releer a Kafka con esta nueva visión.


Pero terminemos nuestra historia siguiendo la estela de Canaán. ¿No consiguió Kafka vislumbrar siquiera esta tierra prometida? Como Moisés, quedó varado a orillas del Jordán sin poder llegar a la tierra prometida pero habiéndola vislumbrado en la distancia. Traduzcamos. Los últimos meses de la vida de Kafka suponen su único y auténtico romance puro. Dora Diamant fue la afortunada y quien le permitió atisbar la felicidad que siempre se le había derramado como arena en la palma de las manos. Con ella logra reunir las fuerzas suficientes para abandonar definitivamente Praga y mudarse a Berlín, la peor ciudad en el peor momento, prueba de que su esfuerzo fue decidido. Ni las penurias económicas ni los problemas sociales que permitían atisbar un futuro convulso lograron apagar el entusiasmo de la pareja. Kafka no tuvo que renunciar a la Literatura, al menos no cuando su debilitada salud se lo permitía.


Y con este recuerdo de lo visto abordó su último viaje a Kierling, el último sanatorio, donde falleció hace cien años acompañado de Dora y de su amigo de los últimos años, Robert Klopstock.



 



26 de octubre de 2024

Soy Milena de Praga (Monika Zgustova)

 


 

“Soy Milena de Praga” era el modo en que Milena Jesenská se presentaba cuando se encontraba fuera de su ciudad natal. Y este peculiar comportamiento puede derivar de una notable autoestima, casi como un personaje de la nobleza, Leonor de Aquitania, Cristina de Suecia, o una franca manera de relacionarse sin rodeos ni distanciamientos. Sea como fuere, Monika Zgustova toma ese concepto para escribir una biografía novelada de la joven checa, Soy Milena de Praga (Ed. Galaxia Gutenberg).


Si bien la vida de Milena es principalmente conocida por su breve relación con Kafka, epistolar en gran medida, como todas las relaciones que mantuvo el escritor, lo cierto es que su vida presenta gran interés más allá de este encuentro. No solo la vida de Milena nos permite conocer de primera mano la evolución histórica del convulso periodo de entreguerras en centroeuropa, sino también el papel de las mujeres en ese tiempo en el que la liberación comenzaba a ganar relevancia.


La obra se articula en la influencia que diversas personas tuvieron en Milena. Comenzando por sus padres. Su madre, Milena también de nombre, falleció cuando apenas había cumplido los dieciséis años, marcando profundamente el porvenir de la niña. Su ausencia dejó al padre, un cirujano y profesor universitario, con la ingrata labor de criar a una pequeña rebelde. Jan Jesenská era un patriota checo en una Praga sometida al Imperio Austrohúngaro en la que la cultura dominante era la alemana, la lengua oficial la alemana y el novio de su hija, germanoparlante. Aunque su rigor extremo fue un freno para la alocada Milena, lo cierto es que su figura semi ausente, siempre preocupado por sus altas ocupaciones, dejó a Milena tiempo libre para desarrollar su espíritu artístico y desinhibido al tiempo que mostraba una especial preocupación por su hija en un tiempo en el que no era frecuente que las jóvenes continuaran estudios más allá de una formación mínima.   


Y la joven no desaprovechó la oportunidad. En efecto, Milena solía frecuentar el café Arco en el que sin duda tuvo que coincidir con Kafka cuando éste apenas era conocido fuera de su círculo de íntimos, pero en el que realmente se enamoró de Ernst Pollak, un joven banquero con grandes intereses culturales, especialmente en o referido a la crítica literaria, que pasaba su tiempo libre en tertulias y círculos literarios. Pese a que Jan Jessenská hizo todos los esfuerzos posibles para que su hija abandonara la relación, poco pudo lograr. Incluso cuando Milena quedó embarazada y recurrió a su padre para que solventara la situación, y éste le apoyó en el aborto, creyendo que era el modo de vencer al pretendiente, erró en su juicio. Finalmente, aceptó la boda a cambio del compromiso de la pareja de abandonar Praga y mudarse a Viena para evitar al padre la vergüenza pública.


Corría el año 1918, final de la guerra en una Viena derrotada, que perdía su capitalidad imperial y se veía humillada por las naciones aliadas. Y en esa Viena Milena comprende que igual que no habría sido aceptada en la Praga recién refundada como capital del estado checoslovaco, tampoco lo sería en la Viena republicana, siendo vista como una checa, una especie de campesina paleta, de emigrada. No creamos que pudo hallar consuelo en su recién creado matrimonio. Cuando la pareja llega a Viena, en la misma estación, Pollak la deja plantada para reunirse con su amante y así  Milena entiende desde el primer momento cuáles son las reglas de la relación. Cuando se asienten en un domicilio la casa quedará dividida en dos partes, la de Pollak, para sus tertulias, trabajo y amantes, la de Milena, para consumirse viva.


Trabajará donde pueda y como pueda, tratando de abrirse camino como reportera, escribiendo para algunos diarios checos sobre las duras condiciones de vida de la población vienesa durante aquellos años, seguro que una lectura que haría las delicias de los praguenses.


Sus esfuerzos literarios son motivo de burla en el círculo praguense de Viena que frecuentan los amigos de Pollak y en el que conoce a célebres personajes como Broch, Werfel y otros tantos. Pero la necesidad sigue apretando y llega a ofrecerse incluso como profesora de checo. No se plantea abandonar a su marido haciendo de la necesidad virtud creyendo que antes o después volverá a nacer el amor que tuvieron cuando fueron novios. Y así, escribe sobre las esposas modernas, desenvueltas y liberales que permiten conductas dudosas en sus maridos como lo más normal del mundo, escribe sobre la Milena que le gustaría asumir que es pero que realmente no se corresponde con su ser íntimo. Trata de suicidarse, sufre de continuo, pero no abandona a Pollak.


Cada vez se refugia más en la Literatura, no tanto en escribirla, por ahora su mundo es el periodístico, sino en la obra de otros, la de Kafka en particular, a quien admira y comienza a traducir algunas de sus obras. Da inicio el intercambio epistolar que culmina en la visita de Franz a Viena durante varios días, un episodio feliz y redentor en la vida de ambos.  


Pollak se muestra celoso cuando conoce los escarceos amorosos de su mujer, pero Milena lo interpreta como un rescoldo de amor y se siente atada a una Viena a la que llama su madrastra, relación similar a la que Kafka mantiene con la madrecita Praga. Ambos comparten también una figura paterna autoritaria y la anécdota de Kafka durante el viaje de regreso a Praga, sus problemas con el visado, dan lugar a la sugerencia de Milena para el germen de El Castillo.



Y tal vez el poder literario de Kafka, no le permita unirse a él, pero sí le da fuerzas para regresar a Praga, reconciliarse con su padre y romper con Pollak. Ya en la ciudad, trata de encontrar empleo como periodista aunque solo recibe la proposición de dirigir la sección femenina de un diario conservador. Y se convierte en una espléndida y conocida periodista en la ciudad, todo un personaje de una renaciente Praga. Conoce a Jaromír Krejcar, un arquitecto comunista del que se enamora y con el que terminará casándose por segunda vez. Su vida es el ejemplo de los felices veinte, aunque el embarazo de Milena y los problemas consiguientes le traerán la desgracia. A punto de dar a luz sufre una caída en uno de sus habituales paseos montañeros y se lesiona una pierna malamente. Los dolores terminan por hacerla adicta a la morfina y debe caminar ayudada por un bastón. Jana su hija es una gran alegría, pero llega en un momento terrible como lo son los días que están marcando el signo de los tiempos. Los años treinta traen la gran crisis económica y el surgimiento del fascismo, junto a la anexión y ocupación de Checoslovaquia por Alemania.


Su marido viaja a Rusia causando la separación definitiva de Milena y ésta comienza a apoyar a los grupos de izquierdas opuestos a los nazis, terminando por ser detenida e internada en el campo de Ravensbrück . Allí habrá conocido a Margarette Buber-Neumann que ha pasado por los campos de Stalin y ha caído en los de Hitler. Milena la admira y terminará por pedirle que escriba sobre su vida, lo que su amiga cumplirá en un libro que es el verdadero testimonio biográfico de la joven que perdió la vida a los cuarenta y siete años por una infección renal mal tratada. Es curioso ver cómo Kafka confió sus diarios a Milena y ésta cumplió su compromiso y cómo ella confió el recuerdo de su vida en Greta quien, contra todo pronóstico, sobrevivió al fin de la guerra y también cumplió el suyo.


Monika Zgustova ha construido una versión novelada de la vida de Milena de la que apenas disponemos de más información de la que se recoge en la citada biografía, así como de los textos que se conservan de sus artículos o las palabras que Kafka le escribió, dado que las respuestas de Milena se perdieron. Con estos mimbres la historia se convierte en esfuerzo desigual al tener periodos de la vida de la checa que son pasados por alto de manera algo precipitada mientras que, en otras ocasiones, la autora se regodea con una escena, como los reencuentros con Kafka en su lecho de muerte o con Jaromir a su regreso de la URSS, en los que concentra gran parte del conocimiento de la relación con ambos hombres. En todo caso, estamos ante un esfuerzo notable por ofrecer un cuadro realista, más allá de las pocas notas conocidas, y tratando de darle un papel propio, no accesorio de sus amantes o maridos, tal y como merece el personaje.