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25 de abril de 2025

Actos humanos (Han Kamg)


En Actos humanos, Han Kang no solo narra, sino que revive, un oscuro capítulo de la historia de Corea del Sur: la masacre de Gwangju. La novela entreteje siete voces distintas, cada una marcada por el dolor y la resistencia, logrando un retrato íntimo y desgarrador del sacrificio colectivo. Kang no nos ofrece consuelo, solo una cruda verdad: el dolor de las víctimas es la única fuerza capaz de confrontar la barbarie. Al leer esta obra, el lector no es un mero espectador; se convierte en testigo y, quizás, en víctima.


Actos humanos es la continuación temática de La vegetariana. Siete años separan la publicación de ambas obras y tal vez una ambición literaria y estética diferente, más madura y concienciada, fruto de una evolución personal de la autora o, simplemente, creada en un momento en el que podía comenzar a hablarse sobre unos hechos que habían querido ser enterrados, olvidados por los criminales que los perpetraron y por las nuevas autoridades democráticas coreanas, más interesadas en ofrecer una imagen ante el mundo de modernidad y progreso que de remover el pasado inmediato del país.  


Porque donde La vegetariana nos habla de la presión social sobre el individuo, la violencia invisible o manifiesta, la opresión que mata, Actos humanos abre paso a la violencia militar explícita, a la imposición del poder del Estado sobre la sociedad y cómo ésta se resiste y organiza hasta sucumbir, y las heridas que todo ello traen consigo, cómo se sobrelleva ese dolor, esa rabia.


Los hechos a que se refiere Actos humanos tuvieron lugar en la llamada masacre de Gwangju, ocurrida en mayo de 1980 en dicha ciudad, cuando los ciudadanos se levantaron en protesta contra el régimen militar. El 18 de mayo, estudiantes universitarios y ciudadanos de Gwangju comenzaron a protestar por la imposición de la ley marcial en todo el país reclamando el fin del régimen militar y la instauración de la democracia.


El gobierno desplegó tropas de élite para acabar con la revuelta pero la población logró expulsar a los militares de la ciudad instaurándose un gobierno popular que resistió hasta la definitiva entrada del ejército el 27 de mayo, con la consiguiente masacre, detenciones, ejecuciones sumarias, encarcelamientos y torturas. Doscientas víctimas según las fuentes oficiales, varios miles según observadores internacionales.  


La tragedia fue ocultada por la prensa del régimen militar y las familias apenas se atrevían a hablar de ello más allá de susurros en las cocinas, lejos de oídos extraños, casi como si hubiera que avergonzarse o disculparse por lo ocurrido. La familia de Han Kang residió en Gwangju hasta pocos meses antes de la revuelta y precisamente marcharon a Seúl tratando de huir de una situación que se anticipaba explosiva y peligrosa. Pero parte de la familia quedó allí, y Han Kang escuchaba a hurtadillas historias de muertos, mutilados, torturados, hasta que con el tiempo pudo tener una idea cabal de lo sucedido, estableciendo una conexión emocional que germina en Actos humanos.


Pero, ¿cómo abordar un tema tan duro y complejo? Han Kang que demostró una extraordinaria sensibilidad en su anterior novela se rebela aquí como una narradora portentosa al abordar esta temática de un modo realmente original y profundo, recurriendo nuevamente a un juego coral de voces que surgen desde casi todos los ángulos desde los que puede ser tratada la tragedia.



La novela, porque no podemos obviar que estamos ante una novela ficcionada sobre unos hechos reales y tomando gran parte de los mismos como base del relato, se articula en torno a siete historias, contadas cada una por diferentes partícipes, víctimas podríamos decir, de la tragedia, ofreciendo una visión parcial y reducida del colosal sacrificio sufrido pero cuya suma ofrece un fresco completo del sufrimiento humano ejemplificado en este concreto lugar y momento histórico.


Siete perspectivas que van completando el cuadro global, de los días previos, del desarrollo del conflicto, de las esperanzas ciudadanas, de la solidaridad y valentía de los resistentes civiles y de las consecuencias sufridas por todos ellos, los supervivientes y quienes terminaron convirtiéndose en mártires, un relato que compone un todo, llegando hasta los años en que la autora comienza a escribir la novela, cuando aún se pueden percibir en sus personajes el impacto de las torturas, de las ausencias.


Entre estas voces tenemos la de Dong-ho, un adolescente que decide, conmovido por el dolor que presencia a su alrededor, presentarse voluntario en el centro municipal en el que se custodia a los cadáveres de los resistentes a la espera de que sus familiares los reconozcan y se pueda ir haciendo el correspondiente entierro y homenaje. Un muchacho cuya determinación apenas sabemos de dónde nace pero que afronta con valor una situación que no ha buscado pero que acepta con todas las consecuencias que pueda traer consigo.

 


Otra voz narrativa es la de su madre, una reflexión sobre el dolor que perdura mucho más allá del fin de los hechos, que le acompañara hasta la tumba, el dolor de las víctimas trasplantado a sus deudos. Otra perspectiva la tendremos en los torturados que arrastrarán las terribles consecuencias físicas y psicológicas hasta sus muertes, trágicas o anodinas según el caso. Y en las personas que arriesgan sus vidas tratando de dar voz a todo este sufrimiento en libros, obras de teatro, cualquier manifestación en recuerdo y homenaje a cuanto sucedió.  


Y, nuevamente, la realidad asalta la ficción puesto que Han Kang resultó atacada en el momento de la publicación de Actos humanos, aumentando su prestigio internacional con un aura de resistencia pasiva que ya había sido puesta de manifiesto con su obra anterior y que desmiente su débil y tímida apariencia.


Otra originalísima y bella voz es la representada por las almas de los muertos, que aún se aferran a la carne mientras conserven el calor, el último rescoldo. Y así sucesivamente, hasta llegar a la séptima y última voz narrativa, la de la propia autora, narrando ficcionalmente cómo tuvo conocimiento de la tragedia, el modo en que fue haciéndose cargo de lo sucedido, del dolor ajeno haciéndolo propio. De cómo visitó los lugares que describe en la novela, cerrando así un círculo y dejando sembradas las reflexiones en el lector.


Y estas ideas giran en torno a la violencia organizada y su contrapeso en la sociedad resistente, esa obligación de reclamar lo que es propio, la reivindicación de la memoria de la crueldad, no solo por justicia con las víctimas, sino por justicia con nosotros mismos, porque merezcamos un futuro mejor.  


En Actos humanos la presencia de la Naturaleza vuelve a tener un importante papel. Los árboles, el color de la vegetación, la lluvia, las avecillas, juegan como contraste, como símbolo de un mundo no corrompido, como contrapeso estético del horror. El lenguaje resulta en gran parte frío y puramente descriptivo, sin pretensiones de suavizar la realidad. Sin embargo, hay pasajes donde la forma gana al fondo, en especial cuando se habla de las almas de los muertos. Es de agradecer la labor traductora de Sunme Yoon, en la edición de Rata.  


Como se indica en la solapa del libro, éste sólo ha de leerse si el lector está dispuesto a convertirse en víctima, porque aquí no hay espacio para los asesinos y torturadores, no hay oportunidad para el perdón, éste no se niega, pero tampoco se explicita. Uno debe adentrarse primero en el sufrimiento, luego ya veremos. Y también porque queremos creer en un mundo en el que la bondad de las víctimas se alza como parapeto contra la barbarie, un mensaje inocente y candoroso sin duda, pero que en manos de personas fuertes se torna en una verdad tangible, capaz de ser llevada a la práctica. Para Han Kang, el acto de escribir es una toma de postura, un modo de resistencia valiente, leer esta novela es la forma en que los lectores damos vida a su impulso.

 

 

 

16 de enero de 2025

Los juicios de Rumpole (John Mortimer)





Horace Rumpole no es solo un abogado; es un personaje inolvidable, un hombre de toga y peluca que en los tribunales del Reino Unido encuentra la verdadera esencia de la vida. En Los juicios de Rumpole, John Mortimer despliega un mundo de ironía, humor y humanidad, donde cada caso es un reflejo de nuestras pasiones, miserias y convicciones más profundas. Acompañar a Rumpole en su andadura por los tribunales es mucho más que leer sobre leyes: es una lección de vida vestida de fino humor inglés.


 

Los juicios de Rumpole es el segundo volumen de la colección de relatos publicados por John Mortimer tomando como referencia la figura de su padre, un portentoso abogado, y sus propias experiencias en los Tribunales del Reino Unido.


John Mortimer (1923-2009) fue un notable jurista consagrado a la defensa de la libertad de expresión, labor en la que tuvo que emplearse a fondo como abogado de clientes como los Sex Pistols o de la revista satírica británica Oz, en cuya campaña de defensa también participó John Lennon, publicando su canción Do the Oz y God Save Oz.


Pero la vida de Mortimer, por fortuna para los amantes de la buena literatura, no quedó limitada a su faceta jurídica. Ya durante la Segunda Guerra Mundial fue excluido del servicio en primera línea por sus problemas de visión y pulmonares, lo que le llevó de manera indirecta al programa militar dedicado a la producción de documentales que trataban de enardecer y fomentar la resistencia de los británicos. Su labor como guionista le familiarizó con un medio al que volvería en el futuro.

 

Precisamente, su experiencia en la Crown Film Unit le sirvió de inspiración para su primera novela y, posteriormente, debutó en la BBC con un serial en el que dramatizaba otra de sus novelas. El siguiente paso fue su colaboración como guionista en diversos guiones para la radio o televisión, lo que le apartó de su carrera novelística. En 1975, su guión para un capítulo de una conocida serie británica, vió nacer a Horace Rumpole, el personaje que terminaría por tener su propia serie, una de las más longevas y reconocidas de la televisión pública británica.


Precisamente, Mortimer tomó estos guiones como base para la posterior elaboración de relatos que fue publicando sucesivamente, tras cada una de las temporadas de la serie televisiva. Se trata, por tanto, de un caso excepcional, en el que la obra literaria es resultado de un éxito televisivo previo.


Aquí nos centraremos exclusivamente en los relatos dejando al margen los correspondientes capítulos televisivos, disponibles para quien lo desee en Youtube. Y lo primero que se debe destacar es el tono ligero que adopta el autor, en línea con la larga tradición británica en lo que ha venido a denominarse de una manera algo vaga y genérica como humor inglés, pero que no consiste en otra cosa que aceptar como naturales hechos que, para otros ojos, podrían resultar inquietantes. Así, este estilo permite desgranar una profunda crítica social sin derribar los cimientos en que aquélla se basa, pero ayudando al lector a cuestionarse cuanto acontece y extrapolarlo más allá del libro y su argumento.


Rumpole es un letrado obeso, entrado en la madurez, tan preocupado por las leyes como por las tinajas de vino que consume con generosidad junto a otros compañeros de su prestigioso despacho, para disgusto de su esposa, Hilda, "ella, a la que se debe obedecer" tal y como el temeroso Rumpole la nombra. Hilda era la hija del fundador del bufete y Rumpole un prometedor abogado con una carrera brillante que parecía asegurarle el papel de próximo director del despacho, aupado además por el matrimonio con la hija del jefe. No obstante, la desidia para los asuntos de la vida cotidiana, una pereza endémica para algo que no se a rugir bajo una peluca bien bañada en polvos de talco y una falta absoluta de ambición, truncan los planes de la esposa laboriosa.


Porque la vida para Rumpole es aquello que se ve y aprecia en la sala de un tribunal, es lo que resulta de los interrogatorios que todos sus oponentes temen, Rumpole interrogando es como una apisonadora a noventa kilómetros por hora tal y como aseguran sus rivales. Lo que ocurre en la sala de juicios y lo que queda reflejado en autos es lo único que importa. Y las lecciones que extrae desde el estrado son las que aplica para comprender la vida que se extiende más allá de la puerta del Old Bailey, el viejo Tribunal Penal del Reino Unido.  


Rumpole se enfrenta a sus casos con una mezcla de la pericia deductiva de Holmes y una intuición y conocimiento del alma humana propias del padre Brown. Y así, es capaz de olisquear cualquier duda de su interrogado, cualquier aleteo apenas perceptible de sus fosas nasales delatando el punto exacto al que Rumpole se lanzará a degüello.


Entre sus firmes e inquebrantables convicciones se encuentra la de la presunción de inocencia, esa creencia que exige que no solo se condene al culpable, sino tan solo a quien puede ser acreditado como tal mediante un proceso que garantice los derechos del acusado. Y es en esta figura algo anticuada, en este cándido ideario, en el que vemos asomar al Mortimer letrado, al que tanto preocupa esa tendencia por la que los fines parecen justificar los medios, en la que se ve el proceso como el medio formal para dictar una resolución cuyo contenido se conoce de antemano, por la que cada garantía ganada a los señores medievales, a los monarcas y a los dictadores, es cuestionada en cualquier procedimiento por bajo y ruin que sea el acusado.

 

 

Pero no debemos temer que estos relatos sólo interesen a quienes tengan cierta predilección por las películas de abogados y todas sus variantes. Antes bien, esta parte del argumento solo sirve para reflejar los pensamientos de un Rumpole que en su vida civil asume otros retos, más domésticos, pero siempre igual de desafiantes.


Los relatos recogidos en este volumen se corresponden con los episodios de la segunda temporada de la serie (1979) y tratan cuestiones tan diversas como la fe, el amor verdadero, las apariencias y el juego de la identidad o incluso el ocaso profesional. En todas ellas la trama jurídica se acompaña de una historia relativa a familiares o compañeros profesionales de Rumpole, complementándose de manera perfecta, abordando cada tema desde una perspectiva doble. Podemos asistir al proceso por el que Rumpole alcanza las conclusiones para su vida de lo que aprende en el tribunal, y cómo éste no hace sino actuar como remedo de la vida, como escenario de pasiones amortiguadas por las alfombras y togas que, en otro contexto, rompen las vidas de cuantos amamos.


El estilo de Mortimer es ágil y plagado de ironías y contrasentidos que hacen de su lectura un auténtico placer. Las seis historias aquí recogidas terminan sabiendo a poco, en el convencimiento de que los tribunales y la complicada vida de los colegas de Rumpole tienen aún mucho más por ofrecer. Para satisfacer este ansia, tenemos la primera colección de relatos (Los casos de Horace Rumpole, abogado), publicados también por Impedimenta en el mismo año, 2018, y la esperanza de que la editorial aborde la publicación sucesiva del resto de títulos. Esta edición cuenta con una traducción hermosa de Sara Lekanda Teijeiro y una edición impecable como es marca de la casa en Impedimenta.


Resta solo preguntarse qué es lo que explica que este tipo de literatura, de la que tanto se disfruta fuera de las Islas Británicas, no tenga reflejo en ninguna otra geografía. Cuál es la razón por la que obras literarias o incluso películas y series con ese sello inconfundible no hayan creado un género universal, al menos occidental, más allá de su nación de origen. El único motivo que puedo encontrar es la falta de interés por conservar ritos y formas del pasado, una querencia no muy bien entendida por la modernidad que es confundida en ocasiones con el mero derribo de símbolos en lugar de por la sustitución del valor que atribuimos a estos para su continua actualización y vigencia. Así, las pelucas de los letrados ingleses nos inspiran sonrisas y burlas, sin perjuicio de que sintamos una punzada de envidia por nuestra disociación con un pasado que, aunque no compartamos, debemos aprender a cuestionar y valorar, no a esconder para simular que nunca existió. Rumpole, el epígono de una larga tradición es la prueba de que ambos aspectos no tienen por qué estar en contradicción.

 

 

 




24 de agosto de 2024

El guerrero a la sombra del cerezo (David B. Gil)

 


Imagina un mundo donde la Naturaleza es tan protagonista como el héroe que empuña la espada, donde la venganza y el honor se entrelazan en un Japón feudal que parece tan lejano como familiar. En su debut literario, David B. Gil logra introducirnos en esta atmósfera, en una historia que nos envuelve y atrapa con una maestría sorprendente para una primera novela. Si crees que ya lo has leído todo en la narrativa histórica, este libro te hará reconsiderarlo.






 

La historia de la Literatura está repleta de grandes personajes capaces de empujar una trama a lo largo de centenares de páginas. Desde los griegos hasta los más recientes éxitos de ventas, estas novelas acostumbran a enganchar a los lectores con una trama adictiva en la que cada capítulo, al modo del astuto Dickens, deja al desprevenido lector con el veneno del deseo de continuar leyendo, sea la semana próxima comprando el fascículo correspondiente, sea avanzando capítulos de manera desbocada.


También es frecuente que estos libros se conformen como grandes paisajes llenos de personajes cuyas vidas se entrecruzan, partiendo de un inicio en el que las relaciones no resultan evidentes, hasta entretejerse de manera orgánica y alcanzar asi el clímax.


Y esto es así como decimos, desde la Odisea, en la que los flashback y tramas paralelas resultan una novedad, hasta las más recientes sagas como Los hijos de la Tierra, Los hijos del Grial o la trilogía de El ocho, por citar solo algunos ejemplos de los que tengo referencia directa.


Es a la vista de esos antecedentes cuando uno pierde la sorpresa por la forma pero nunca por la trama que cada autor pretende trasladar. Y esta es la validez del género. Así como el rock entendido en un sentido amplio no deja de ser una variación sobre tres acordes con infinitas posibilidades, la habilidad del autor de este género logra idénticos resultados renovando el género, no tanto en los aspectos estéticos sino añadiendo nuevas tramas, personajes inolvidables o finales épicos.


Y nada de esto se ve entorpecido por el hecho de que casi siempre podamos anticipar el final del libro, porque los personajes sigan unos patrones más que predecibles o por la química combinación equilibrada de elementos como sexo, amor, amistad, ...


Esta habilidad no es fácil de conseguir y sorprende que en este caso, David B. Gil lo logre con su primera novela, El guerrero a la sombra del cerezo (Ed. Suma), un esfuerzo enorme según él mismo relata, que sorprendentemente fue rechazado por muchas editoriales y que vio la luz primeramente como autopublicación antes de ser rescatado por Suma de Letras para su publicación en 2016 tras alzarse con el Premio Hislibris de Novela Histórica y haber sumado un notable número de lectores.


En este caso, uno de los principales atractivos de esta historia es su ubicación, temporal y geográfica. Nos remontamos al Japón del siglo XVI, un momento en el que los diferentes señores feudales luchan entre ellos y contra la creciente influencia del shogunato en su afán por recortar los privilegios de las facciones que habían llevado al país a una continua guerra civil, a que muchos de los samuráis que perdían a su señor vagaran por los caminos creando problemas e inseguridad y en el que toda la vida civil parecía tambalearse sin una autoridad de referencia.


Seizo Ikeda verá cómo su vida será dirigida por un plan para vengar la desaparición de su clan. En este viaje contará con la ayuda de su maestro, Kenzaburo Arima. Conocedor de que la vida que espera a su pupilo no será fácil, reclamará ayuda de otro maestro, aunque tal vez éste sea un término inapropiado para el tipo de saberes que este nuevo personaje inculcará a Seizo, pero que le resultarán imprescindibles en su vida futura.


La trama del libro se entrecruza con la historia de Ekei Inafume, un médico que es reclutado como espía para tratar de instalarse en un feudo rival y así conocer las verdaderas intenciones del señor. Este peculiar médico, que ha conocido la ciencia médica de los occidentales, lo que le permite contar con una pequeña ventaja competitiva respecto de los médicos locales, que le abrirá un pequeño resquicio para cumplir su misión.


Cómo convergen estas historias y si el joven logra llevar hasta el fin su venganza queda en manos del lector ya que precisamente el encanto del libro se encuentra en seguir el discurso narrativo del autor. Pero sí vamos a destacar algunos aspectos de los que el lector podrá disfrutar si inicia la lectura del libro.


En primer lugar, es conocido que en el Japón y en general en todas las culturas orientales, la Naturaleza desempeña un papel fundamental hasta el punto de convertirse en una realidad pareja a un personaje. En este libro la Naturaleza se convierte en refugio, en el lugar en el que uno se recluye cuando quiere coger fuerzas, pero también cuando requiere apartarse de las maldades y mendacidad de la civilización o cuando quiere huir de la culpa y el remordimiento.  

 

Otro aspecto en el que uno ha de detenerse por fuerza al leer estas páginas es la excelente ambientación, no tanto de la época sino en general de la cultura japonesa. Para acompañar al lector, David B. Gil nos ofrece un completo glosario al final del libro con el que ayudar a descifrar algunos términos o costumbres, lo que viene francamente bien a cualquiera que no sea un conocedor de esta cultura. Y es en esos pequeños detalles tan bien definidos, fruto de la ingente labor de documentación y corrección a que fue sometido el manuscrito de la obra, en lo que hayamos gran parte de la veracidad que arrojan estas páginas. La ambientación, las precisas descripciones de ropas, instrumentos, prácticas y rituales no sirven como interludios sacados de una página de internet con el fin de adornar la historia, sino que la dotan de sentido y armonía, dan coherencia a lo que se narra e incluso sirve como elemento que empuja la trama.


Aquí queda reflejado ese escrupuloso respeto por los ancianos, por las tradiciones, por los superiores que todavía hoy identificamos con la cultura japonesa. El no dar la espalda nunca al anfitrión, no mirar directamente a los ojos, los largos preámbulos antes de abordar una conversación más directa para no incomodar al interpelado, las maravillosas enseñanzas de los sabios espirituales orientales y tantas otras cuestiones que harán la lectura un placer para los amantes de ese mundo exótico.


Cierto es que los personajes vienen a ser algo prototípicos como no puede ser de otro modo y que los giros del argumento no alteran esta conclusión aunque puedan parecer relevantes. Pero lo cierto es que el libro se disfruta tanto por su argumento como por el lento discurrir de los acontecimientos engarzados en un contexto espléndidamente retratado.  

 

 


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16 de julio de 2024

Odisea (Homero)



La Odisea puede resultar un título intimidante por su antigüedad y resonancia, lo que hace creer a muchos que es una lectura ajena a nuestros gustos y valores. Un clásico es, en suma, un libro que se debe evitar para no quedar atrapado en el sopor de unas letras excelentes pero que a casi nadie importan, al menos esto es lo que muchos creerán.


Sin embargo, este pensamiento nos aleja de lecturas que, de un lado, nos entretendrán como pocas narraciones actuales podrán hacer y, de otro, servirán para hacernos comprender que tal vez no somos tan diferentes de un griego de hace casi tres mil años, que podemos tener un entendimiento del mundo bastante similar, emocionarnos e indignarnos con las mismas aventuras e injusticias que quienes se sentaban en el ágora de una ciudad del Peloponeso o de cualquiera de esas islas que pueblan esta increíble aventura.    


Tenemos la ventaja adicional, como ya señalara Javier Marías respecto de otras obras foráneas, de no poder leerla más que en nuestro idioma y en versiones actualizadas gracias a nuestra incapacidad para conservar el estudio de las lenguas clásicas, por lo que siempre podremos recurrir a traducciones actualizadas, salvando arcaísmos nos alejan de las obras escritas en castellano más reciente. Por otro lado, obviaremos la versificación que puede ser otro aspecto que nos aleje del texto original. Armados así, nos enfrentaremos a una narración en la que apenas encontraremos grandes diferencias respecto de otras obras, incluso saldrá más moderna en la comparación frente a novelas decimonónicas.


En mi caso, he recurrido a la edición de Austral, con traducción de Luis Segalá y Estalella y una Guía de Lectura a cuenta de Alfonso Cuatrecasas.

 

El argumento es de sobra conocido. Odiseo (Ulises para quienes prefieran la versión latina), tras causar la destrucción de Troya gracias al engaño del caballo en cuyo interior se esconden los más valerosos guerreros aqueos, parte de vuelta a su isla, Ítaca. Sin embargo, su retorno se alargará por veinte años, tal es la animadversión que ha levantado en algunos dioses como el poderoso Poseidón o el deseo que despierta en la bella Calipso. En este viaje, Odiseo sufrirá diversas aventuras, algunas tan conocidas como las de las sirenas y su canto embelesador o la del Cíclope cegado por una estaca gigante que siguen formando parte de nuestra peculiar mitología occidental como si el tiempo no hubiera transcurrido por ellas.


Finalmente, regresará a Ítaca merced a la mediación de Palas Atenea, diosa que siempre le es favorable, y allí se reencontrará con su hijo, Telémaco, a quien dejó apenas nacido y ahora convertido en su digno reflejo, y a su esposa, Penélope, quien debe sufrir la afrenta de quienes la pretenden en matrimonio creyendo o confiando que Odiseo ha perecido entre las olas.


Aquí no pararemos a discernir sobre la figura de Homero o la importancia de la tradición oral, ya que la Odisea era un poema para ser recitado por aedos en ceremonias y festividades. Tampoco entraremos a valorar su trascendencia e influencia, no solo en la Grecia Antigua sino en el resto de la Literatura Occidental. Nos centraremos tan solo, y por coherencia con la actualidad y vigencia de la que hemos hablado anteriormente, en aquellos aspectos que la hacen moderna, que nos pueden resultar tan actuales como si Homero no la hubiera escrito o compuesto hace más de tres mil años o como si nosotros no viviéramos en la era de internet, sino en una suave colina repleta de olivos y a la que llega levemente el sonido de las olas de un mar azulado, el tan temido Ponto del que habla nuestra historia.


Porque el Odiseo de la Odisea, a diferencia del de la belicosa Ilíada, es un hombre que podría quejarse con la voz amarga de Otelo, preguntando si él no sangra cuando se le pincha. Odiseo está hecho a la medida del hombre, no de los dioses o héroes. Su pecho se enciende cuando añora a Penélope, su alma se nubla cuando recuerda a todos los caídos en su largo viaje, su corazón se estremece cuando ve a sus compañeros devorados por el Cíclope. Es tan humano en sus sentimientos, que la venganza que siembra entre los pretendientes que buscan el amor de su esposa, y los sirvientes de su palacio que se han entregado a aquéllos, es casi una escena tan sangrienta como las que pueblan la Ilíada, pero esta vez con un impulso muy distinto, con una pulsión tan terrenal que todos podemos entender.   


Odiseo se define igualmente por su astucia, no la fuerza sobrehumana, sino aquello que nos diferencia de los animales y nos hace campar sobre ellos. Odiseo es inteligencia y maña por encima de la fuerza, es "fecundo en ardides" como le definen muchos de los personajes de esta historia. Odiseo se convierte así en una referencia accesible para cualquier hombre libre de aquella Grecia naciente, la que debería enfrentarse a naciones gobernadas por tiránicos y poderosos semidioses como los persas. Es una declaración de principios. No hay dioses que no puedan ser confundidos por esa astucia que los griegos reclaman para sí. Porque, pese al abultado número de deidades que pueblan este libro, juegan un papel casi de tramoya. Es la voluntad férrea del protagonista la que le impulsa, más allá de leves ayudas, de golpes de fortuna si hablásemos desde una visión más laica.



En esta obra se muestran también los diversos aspectos del comportamiento humano. La rectitud de Penélope y Telémaco, fieles al recuerdo del rey ausente. También la bajeza de quienes tratan de aprovecharse de su extravío en el inmenso mar. La de quienes honraron su recuerdo, la de quienes se aprovechan del débil y el mendigo, cobardes con los poderosos, valientes con los inferiores. Los oscuros juegos del Poder son dibujados con una viveza y vigencia que sorprenden a quien pase por estas páginas con ojos abiertos.


Pero Odiseo es tan humano que también cede a impulsos que le desvían de la rectitud. Así, cuando se hace al mar tras cegar al Cíclope, su soberbia le hace desafiarle a gritos, desvelando así su presencia, ocasión que el gigante aprovecha para lanzar un peñasco sobre las embarcaciones, a punto de zozobrar. También ese orgullo le lleva a querer escuchar el canto de las sirenas sin ser por ello arrojado a las profundidades del Hades. No es de extrañar que Kafka, en su breve narración, El silencio de las sirenas, hiciera burla del ingenioso itacense con un mutismo que le hiciera creer, entre otras posibilidades, que las sirenas eran aún más ingeniosas que él.


La técnica narrativa empleada usa flashbacks, algunas historias secundarias, nos lleva desde el Olimpo sagrado hasta el inframundo donde Odiseo conversa con su madre muerta, crea suspense e intriga, y otros muchos recursos que se harán habituales con el correr de los tiempos. Porque aunque aceptemos que el Quijote sea el auténtico nacimiento de la novela, lo cierto es que el viaje y lo que en él nos encontramos, tal y como señaló Kavafis, es tan relevante como su final mismo. Porque ese camino, que físicamente puede ser el mismo para cada uno de nosotros, para don Quijote, para Sancho, para Odiseo, lo cierto es que cada uno lo hace suyo, le da forma según su naturaleza y ser, conforme el albedrío que cada uno despliega.


Por ello, la Odisea merece la oportunidad de ser rescatada de las lecturas olvidadas, las que demoramos ante cualquier novedad inverosímil, porque nos puede ofrecer más y mejor que todas ellas, porque contiene casi todas las historias que podamos leer, las series que podamos ver adormilados, mientras dejamos que la vida se nos escape, al modo en que Penélope destejía cada noche lo que había tejido por el día, aguardando que algo ocurriera, que Odiseo apareciera de nuevo en su palacio.