¿Qué hay detrás de la extraña transformación de Yeong-hye? La vegetariana de Han Kang abre con la decisión enigmática de su protagonista de rechazar todo alimento de origen animal tras una pesadilla, sin justificación, sin consuelo. En una sociedad coreana que rechaza cualquier disonancia, Yeong-hye cae en un abismo de incomprensión y alienación que Kang explora con una maestría escalofriante. No es solo una historia sobre vegetarianismo, ni siquiera sobre rebeldía; es un viaje inquietante por los rincones de la mente y la soledad humana, una novela que, con su prosa desnuda y lírica, nos coloca frente al espejo y a nuestras propias obsesiones.
Algunos libros alcanzan la magia de marcar a sus lectores, bien por su temática, bien por su estilo, pero muy pocos son capaces de dejar un recuerdo memorable en ambos aspectos. La vegetariana es, sin duda, uno de ellos. No será fácil separar el interés real por la novela derivado del brillo del Premio Nobel que acaba de recibir Han Kang, del éxito que el libro habría merecido de otra manera.
Y aunque la novela se convierta seguramente en un éxito de ventas, pese a llevar ya varios años publicada en España de la mano de la editorial Rata, si bien los derechos actualmente los posee Random House, lo cierto es que será digno de celebrar, especialmente si cuantos la compren se adentran en su lectura y no queda como un libro de lustre en la estantería polvorienta, porque como señala Sunme Yoon, su traductora al castellano, este libro puede cambiar vidas, aunque tampoco una afirmación tan grandilocuente debe asustar, al menos a quien esté satisfecho con la suya.
Invocar la capacidad transformadora de la Literatura es un buen punto de partida y una buena recomendación para adentrarse en la lectura de cualquier gran obra porque, leído como mero entretenimiento, de manera pasiva, como si la cosa no fuera con nosotros, las mayores y mejores obras pueden resultar anodinas y fatuas, como suele ocurrir con las lecturas escolares. Pero si comenzamos a leer La vegetariana con un espíritu abierto nos adentraremos en un mundo que la autora nos ha preparado, mundo muy similar al nuestro hasta el punto de confundirnos y poder creer que nos habla desde la literalidad cuando su idea apunta a una universalidad absoluta aferrada a un supuesto realismo.
Yeong-hye, la protagonista de La vegetariana, es una mujer que no destaca por nada especial, que resulta tan anodina que éste parece ser su principal distintivo y que tal vez sea el único motivo de atracción por parte de su marido, que cree que no merece nada mejor que ella pues también él resulta ramplón y mediocre. Y, sin embargo, un día, Yeong-hye se despierta tras una pesadilla y comienza a vaciar el congelador de su casa arrojando a la basura todo alimento de origen animal.
No hay una explicación clara más allá de que todo se debe a un sueño, una especie de pesadilla, pero la decisión parece firme aunque resulte incomprensible e incluso risible en una sociedad tan poco dada a la estridencia como la coreana. Yeong-hye tampoco parece interesada en explicar sus motivos. Y en esta decisión se abre un abismo de soledad pasmoso. Cuantas más personas traten de llevarla de vuelta al redil, más separada se sentirá de ellos, más extraña se revelará ante sus ojos.
A partir de aquí se desarrolla el argumento completo de la novela, el resto de la vida de la vegetariana, contado en tres grandes bloques, cada uno de ellos con una voz narrativa diferente, ninguna de ellas la de la protagonista, en un juego brillante por el que algunas escenas se cuentan desde diferentes perspectivas completando un cuadro global, pero también haciendo avanzar la narración de manera casi lineal. Igual que el entorno de Yeong-hye le niega la voz, tratando de forzar su decisión, Kang hará lo mismo en la novela, cediendo la voz a quienes rodean a la mujer.
La primera parte es contada por el marido, el primero en sufrir el choque y las consecuencias. Por primera vez en su vida comienza el día sin una ración proteica en condiciones, pero pronto las consecuencias irán extendiéndose como una mancha y, cobarde como es, recurrirá a su familia política para tratar de enmendar la situación. Kang cede la primera persona a este marido confuso, lo que resulta la menos evidente y más complicada opción ya que corre el riesgo de adentrarse en el choque psicológico que padece el marido en lugar de en la vegetariana, pero logra que aquél desaparezca, casi se nos haga invisible, en beneficio de su esposa, verdadera protagonista desde la primera página.
La segunda parte de la novela nos viene narrada en tercera persona desde la perspectiva del cuñado de Yeong-hye, un artista que se gana la vida con creaciones audiovisuales y que terminará obsesionado con la hermana de su mujer, con su mezcla de fragilidad y fortaleza, una firmeza e inquebrantable coherencia a la hora de llevar adelante su convicción de no comer carne pese a todas las oposiciones y conflictos que esto le acarrea. Y esta actitud casa muy bien con su vena artística, algo debilitada por el tiempo, haciéndole recuperar parte de ese entusiasmo creativo.
Esta segunda parte es la más hermosa y lírica de toda la novela, la que ronda lo onírico y en la que descubrimos una nueva faceta de la protagonista, más libre y confiada, menos cerrada. El tono erótico, en ocasiones rozando lo obsceno, forma un contraste con el resto de la novela, pero que parece encajar de manera perfecta. El cuerpo de la protagonista se convierte en protagonista, tomando un papel que dará un giro importante en los temas que se abordarán en la siguiente parte. También aquí es donde llegamos a comenzar a comprender e intuir sus emociones y su sentir, quebrar levemente el caparazón que parece protegerla.
La tercera parte viene narrada por In-hye, la hermana mayor de Yeong-hye, quien inicialmente se suma al coro de discrepantes, de quienes le reprochan su tozudez, obviando la suya propia, pero que irá aproximándose poco a poco a su hermana de un modo que no podemos revelar.
Contado así, tal vez La vegetariana no parezca una obra prometedora, como tampoco lo resultaría la historia que se inicia con una citación judicial por un supuesto delito que el acusado desconoce. Y, sin embargo, tanto en la obra de Kafka como en la de Kang, un comienzo banal, casi absurdo, antiliterario, deriva en consecuencias imprevistas, en un mundo propio, ya no ligado a nuestra realidad pese a que todo el entorno sea netamente realista. Continuando con el paralelismo con Kafka, al que también se refiere Gabi Martínez en una interesante introducción, el estilo de la prosa de ambos tiene en común la crudeza exenta de adornos, la descripción fría y desapasionada de los hechos, la narración casi notarial de acontecimientos que harían saltar todas las alarmas. Y, pese a ello, Han Kang tiene breves destellos líricos en forma de descripciones, de alusiones veladas, y de continuas referencias a la Naturaleza, que ejerce una llamada constante a la protagonista, un reclamo ominoso en ocasiones, sugerente en otras.
Dicho lo anterior, pasaremos a enumerar todo aquello de lo que la novela no habla en mi opinión. No estamos ante un canto a la mujer y a la reivindicación de su cuerpo como espacio propio, tampoco es una crítica al heteropatriarcado reinante, ni por supuesto, al neoliberalismo que nos obliga a consumir carne, como si el veganismo no fuera también bandera de negocios multimillonarios. Y no habla de todo ello porque realmente la novela trata de aquellos temas que obsesionen a quien la lea, y en ella verterá su propia interpretación. Como Joseph K. no representa la lucha contra la burocratización o la protagonista de Ensayo sobre la ceguera no es una profeta, sino que son creaciones literarias poderosas capaces de trascender a su tiempo.
Han Kang nos habla de la violencia sorda y callada, de la locura a que nos lleva la inmensa soledad que vivimos, del ansia de tocar tierra, de plantarnos como árboles cabeza abajo para crecer libres como ellos, pero ya lo he dicho, tampoco de esto habla, y aquí radica la infinita grandeza de este libro y explica el reconocimiento que recibió a través del Premio Booker Internacional de 2016 y el que, en lo sucesivo, recibirá de cuantos se acerquen a ella.