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10 de junio de 2025

Fahrenheit 451 (Ray Bradbury)

 


¿Y si el futuro no fuera un lugar de oscuridad, sino de luces brillantes que ciegan? En Fahrenheit 451, Ray Bradbury imaginó una sociedad feliz, veloz y entretenida donde pensar es subversivo y leer, un crimen. Un mundo en el que los bomberos prenden fuego a los libros y nadie se pregunta por qué. Al releer esta distopía en 2024, lo inquietante no es su exageración, sino lo cerca que estamos ya. 

 

Fahrenheit 451 es la temperatura a la que combustiona el papel, dato científico  que conoce bien Guy Montag, el bombero protagonista de la distopía escrita por Ray Bradbury en 1953. Y lo sabe bien porque lleva esa cifra, esos 451 grados en el escudo de su casco, un recordatorio de cuál es la función de un bombero en un tiempo en el que las casas son incombustibles y la misión de los apagafuegos ha pasado a ser la de prenderlos, rociar de queroseno los libros y quemarlos hasta reducirlos a cenizas y quemar seguidamente esas cenizas para asegurarse de la total destrucción de la palabra escrita.


¿Cómo hemos llegado a esta situación? Es fácil, el gobierno busca la felicidad de sus súbditos y, por tanto, interpreta qué es lo que trae la misma a la vida. El Estado provee diversión adecuada, provee de trabajos y provee de todo cuanto uno puede necesitar. Las casas son incombustibles, las paredes de las habitaciones son pantallas, podemos ser los protagonistas de las telenovelas que vemos, podemos escuchar buena música elegida por un burócrata en una especie de auriculares, viajamos en cómodos y asépticos trenes neumáticos, como el correo en la Europa central de entreguerras.


Ya no hace falta que uno piense, que alguien se tome molestias en hacer lo que otros han decidido por él. Las clases son simple visionado de videos, hay parques para destrozar cosas porque la violencia no ha sido totalmente suprimida y hay que dejarla salir, incluso la velocidad sirve como válvula de escape y los conductores aceleran de manera inverosímil, sus modernos coches, de modo que las vallas publicitarias han de alargarse cientos de metros para que puedan seguir siendo vistas a tal velocidad. La hierba, el pequeño brote ha desaparecido, no ha hecho falta extirparla, simplemente la velocidad reduce la vegetación a una mancha verde, nadie se toma la molestia de andar, para qué ir a cualquier lugar con esfuerzo y lentitud. Tampoco nadie se toma la molestia de hablar con su vecino, con su familia, de qué hablar, todo lo sabemos ya, es decir, nada sabemos. Los arquitectos, al servicio de esta nueva era han suprimido de sus proyectos las terrazas, los porches, los lugares que inviten a la reunión y la conversación.


Y menos que nada, quién necesita leer, envenenar sus pensamientos con los pensamientos del pasado, la más de las veces ideas peligrosas, que pervierten las mentes del nuevo mundo. Nadie necesita hacerse preguntas, sembrar dudas. Los libros comienzan a verse con desconfianza. y poco a poco van siendo aparcados. Se hacen versiones reducidas, se condensan los argumentos de los clásicos, se achata su extensión, para qué leer Crimen y Castigo si en una única página se puede concretar su argumento. Y es éste el paso previo al desprecio del esfuerzo como camino del deleite, la antesala a la prohibición de los libros por nuestro bien.


Bradbury cuenta en el postfacio de esta novela que la idea surgió cuando fue detenido por un policía que consideró sospechoso que se paseara por la calle charlando con un colega. Nadie pasea en Los Ángeles, una actitud bien sospechosa. Esta anécdota y el trasfondo del comienzo de la caza de brujas y la fuerte autocensura que se extendía por todos los medios americanos, periodísticos, cinematográficos, literarios, era un sordo aviso.


Es este contexto de Guerra fría el que también se trasluce en la novela con referencias a las bombas nucleares y a una guerra en contra del mundo; nosotros vivimos con las despensas llenas a costa del resto de la Humanidad que muere de hambre, una guerra aséptica, que solo se intuye por los bombarderos que sobrevuelan la ciudad constantemente y porque algunos hombres son llamados a filas y tal vez nunca vuelven, pero tampoco nadie debe hacerse preguntas.


Y aunque,al leer esta novela en 2024 no he podido obviar esta evidente referencia al tiempo en que fue escrita, no he podido dejar de hacer un constante paralelismo con nuestros días extraños, un tiempo en el que podemos tomar un discurso de Obama y cambiar la voz para que sea la de Putin, crear imágenes de la nada, ver al Papa bailar un tango o generar una canción sugiriendo sin más el estilo y escribiendo una letra. Un tiempo en el que los niños dejan de tener libros en la escuela y se aprende viendo videos, en el que la lectura retrocede ante otros medios de entretenimiento como las series o el omnipresente fútbol. Tiempo en el que la velocidad y la juventud son valores superiores y en el que lo que se espera es diversión, todo ha de ser gracioso, luminoso, agradable, ningún sentimiento melancólico es bien visto, nos aleja de nuestra mejor versión, ya se sabe. Hablamos de salir de nuestra zona de confort cuando nunca hemos estado más sepultados en ella, cuando esto significa hacer una sesión de crossfit con otra panda de gilipollas con los que solo podemos hablar de nuestra dieta o del programa de entrevistas en el que todos se rien y nadie entrevista.


Y es leyendo el libro cuando me sorprendo de que aún nadie haya escrito una especie de secuela o de actualización sobre un mundo en el que ya nadie sepa nada, para qué. Todo se puede preguntar a la inteligencia artificial, no es necesario saber multiplicar, memorizar hechos, ideas, todo se puede preguntar. Pero…, la respuesta que llega a una cabeza hueca, ¿puede ser interpretada correctamente? ¿Cómo se llena el vacío de contexto¿ Y, peor aún, si no sé nada, si me puedo entretener como un cretino con estúpidos divertimentos que alguien ha preparado para mí, ¿realmente querré saber algo? ¿Existirá aún la curiosidad?¿Qué sentido tendrá? Ninguno probablemente.



Y en ese terrible contexto, claramente el conocimiento acumulado, ¿dónde estará?¿En la nube? Tal vez no, es preferible tener los sesos vacíos a disposición de quien quiera vendernos sus productos, sus servicios, y así los libros pasarán a ser un artículo subversivo, a ellos llegarán quienes quieran contrastar la verdad con que nos alimentan, confirmar intuiciones o rebatir las verdades oficiales, los libros, los antiguos, no los digitales, manipulables, las wikipedias, los libros antiguos, el conocimiento que nos trajo hasta aquí. Creo que es un hermoso argumento para una novela distópica, no para una futura realidad.


Porque ese mundo perfecto, feliz que diría Huxley, tiene sus quiebras, incluso para que un bombero quemador de libros termine planteándose qué es realmente su trabajo, a qué fines sirve, qué es lo que debe quemar con tanta saña. Una niña, Clarisse, que vive en su vecindario, una niña rara, anormal diría él al principio, preocupada por un diente de león, le abre una pequeña mirilla. También una conversación con Fabel, un viejo antiguo profesor le expresa la verdad de un mundo que Montag no ha conocido, le habla de quienes se refugian en las espesuras del bosque, de aquellos que memorizan los libros para garantizar que el conocimiento que atesoran  no desaparezca. Y el bombero deberá tomar decisiones complicadas porque no es fácil nadar contracorriente, no es sencillo interrogarse, juzgar el propio pasado y decidir tomar las riendas  del futuro.


Bradbury lleva a cabo un trabajo excepcional. En momentos la novela se convierte en un frenético thriller, en otros momentos se torna de un lirismo profundo, de increíble belleza como en algunas conversaciones entre Fabel y Montag. Así, a Montag le late el libro que esconde en su chaqueta como un corazón o el modo en que las cosas aúllan, o gimen. Unas metáfora sugerentes y poco habituales, sorprendentes. También resulta, ya se ha dicho, tremendamente actual en cuanto a su planteamiento y argumento. Por desgracia, la realidad se acerca a gran velocidad a la distopía. Y cada lector debe elegir entre ser Montag, Mildred, su esposa narcotizada por el sistema, la niña extraña, el viejo profesor o Beatty, el jefe de bomberos, otro personaje peculiar, del que nunca se sabe muy bien qué quiere, de parte de quién está.  


La edición que he empleado es la de Minotauro, con traducción de Francisco Abelenda, y viene acompañada de dos relatos, que sin duda son muy interesantes pero no llegan a la altura del título principal. Todo un descubrimiento de una obra de la que, pese a conocer el argumento muy someramente, nunca me había sentido atraído. Error.

 

 

6 de junio de 2023

Los Terranautas (T. C. Boyle)



 

En 1994, en el desierto de Arizona, un millonario visionario, Jeremiah Reed, financia la construcción de una superestructura denominada Ecosphere 2, para replicar de algún modo la vida en la Tierra. Se trata de crear un entorno biológico lo más completo posible y estudiar cómo evoluciona la vida, qué especies son compatibles entre sí, cuáles pueden evolucionar de un modo diferente, qué nivel de oxígeno pueden tolerar los arrecifes, ... pero, por encima de todo, la mayor de las especies, el hombre, cómo se relaciona con sus congéneres, cómo se ven afectados en sus hábitos sociales, mentales o físicos por la reclusión y la continua exposición de su intimidad.

 

A nadie se le escapa que todos estos estudios pueden aportar información muy relevante, por ello, las personas escogidas para entrar, son científicos capaces de estudiar, investigar y rentabilizar de algún modo la inversión. Sin embargo, el objetivo último es tratar de obtener información para una posible vida más allá de la Tierra, es el comienzo de una nueva era, la semilla de la vida extraterrestre en previsión de un desastre nuclear, climático, de un asteroide desorientado, de una tormenta solar.

 

Los Terranautas (Ed. Impedimenta, con traducción de Ce Santiago) nos cuenta la historia de la Ecosphere 2, la segunda tanda del experimento tras un final algo abrupto de la primera ronda. Y comenzamos por el mismísimo día en que la junta directiva hace la selección de los ocho elegidos, cuatro hombres, cuatro mujeres, para encerrarse en ese pequeño mundo a medida durante dos años. Dos de ellos nos contarán la historia desde dentro, una de las excluidas nos dará su visión desde el exterior.

 

Dawn Chapman es una rubia joven, atractiva, cuya misión es encargarse de la agricultura en la Ecosphere. Aunque deja un novio fuera, pronto comienza a sentir atracción por un compañero, otro galán que parece jugar a todas las bandas, una persona, que como tantas otras en la vida, parecen hacer depender su autoestima del efecto que causan en otros. Ramsay Roothoorp es ese otro joven atractivo, seguro de sí mismo, que, en ocasiones, da la impresión de considerar la Ecosphere como un coto cerrado en el que sus víctimas no pueden escapar, donde antes o después, pondrá sus ojos en sus cuatro compañeras.

 

 

 

Pero el contrapunto ideal es Linda Ryu, una joven de origen oriental que en la fase previa a la entrada, realiza las mismas funciones que Dawn y que, por tanto, sabe que si ella es elegida, Dawn será excluida, y viceversa.  De ahí que la noticia de la selección de Dawn creará una brecha insalvable entre Ambas. Judy quedará relegada a la Misión de Control, los encargados de monitorizar todos los aspectos de la vida dentro de la Ecosphera. Desde ahí nos ofrecerá una visión, mezcla de sus sentimientos encontrados, de su objetividad, pero siempre afilados y algo crueles.

 

 

Porque ésta es la estructura de la novela. Los capítulos se nombran en función de cada uno de estos tres protagonistas y en ellos nos ofrecen su particular narración y visión de lo que acontece. Y así, el lector ha de hacerse con la idea real de lo que ocurre ahí dentro sobre la base de estas tres visiones parciales. Y es una perspectiva interesante. Cada uno interpreta los hechos de una manera, cada personaje ofrecerá su particular versión, y de ahí debe extraerse una verdad más o menos objetiva, un ejercicio que presupone la complicidad del lector, su implicación en el proceso.

 

Pero poco de esto ocurre. Sorprendentemente, T. C. Boyle, dotado magistralmente para un lenguaje abigarrado, barroco, lleno de humor y energía, de riqueza apabullante, en esta ocasión, en boca de sus personajes, se torna rutinario, sin matices, tedioso en ocasiones, irrelevante en otras. Triplicar la voz narrativa no sirve para enriquecer la obra ya que uno apenas puede distinguir si el capítulo que lee corresponde a Dawn, Ramsay o Judy por su modo de hablar, su pensamiento. De este modo, la complicidad que decía que debía presumirse en el lector, se desvanece poco a poco en el desencanto de tener que leer por triplicado anécdotas que poco aportan a una tesis de conjunto que tampoco termina de tenerse muy a la vista.

 

Si T. C. Boyle quería escribir una fábula con tintes futuristas, no lo logra al desviar pronto la trama a la relación y conexión entre los personajes, especialmente dentro de la Ecosphere 2. Si lo que pretendía era tratar precisamente cómo nos relacionamos y evolucionamos en una vida conjunta forzada y artificial, qué dinámicas se crean en esos entornos, al modo de El Señor de las moscas, referencia explicitada en el propio texto, tampoco logra su objetivo y los personajes parecen más bien presa del síndrome de Gran Hermano y su zafiedad insulsa. El posible juego que la Misión de Control podía ofrecer a modo de dioses del pequeño grupo encerrado en la estructura no es más que esbozado, tampoco la posible ideología del millonario excéntrico ofrece juego a la historia. Los personajes no logran generar empatía, la trama no avanza sino a golpe de ocurrencias que parecen traídas más por el azar que por un plan preconcebido. En suma, una pequeña decepción, tal vez agravada por la extensión excesiva de la novela.   

 

En algún lugar he leído que la fecha de su publicación en España (2019) venía de perlas con el momento que se vivía, los confinamientos pandémicos. Sin embargo, afortunadamente, poco tiene que ver la realidad vivida con lo aquí fabulado. Sin duda, una referencia más comercial que real. Confiemos en que el talento de T. C. Boyle vuelva a reencontrarse consigo mismo, con su verdadero estilo y su buen saber hacer.



 

29 de enero de 2022

Las aventuras de Huckleberry Finn (Mark Twain)

 


 

Releer es uno de los mayores placeres. A diferencia de lo que muchos puedan pensar, volver a pasar por páginas ya conocidas, poder anticipar lo que va a ocurrir, conocer el final, no resta un ápice de interés a la lectura, sino que nos libera de esa incertidumbre de quien va abriendo caminos, aventurando hipótesis sobre el curso futuro de la trama que luego resultarán mayoritariamente erradas, todos sabemos que un autor es un pérfido urdidor de trampantojos. Todo lo contrario, liberados de esa inocencia, conociendo los trucos argumentales, familiarizados con la historia, con el juego de los personajes, podemos concentrarnos en la esencia de la novela, regodearnos en su ritmo y estilo, en sus pistas falsas sin temor a confundirnos. Por ello, insisto, releer es uno de los mayores placeres.


En esta ocasión, le ha tocado el turno a Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, en la edición de Anaya con traducción de Antonio Ferres. Y recuerdo aún la primera vez que leí este libro, en una edición distinta, algo menos cuidada y cuyas páginas quedaron despanzurradas antes de que acabara la lectura, pero de la que disfruté enormemente. Por alguna razón, el libro previo, Las aventuras de Tom Sawyer, me había resultado algo tedioso, cosas de la edad, así que no me atreví con esta supuesta secuela hasta entrados largamente mis veinte. Y como digo, la frescura del libro, su tratamiento deshinibido de temas como la esclavitud, la brutalidad del mundo adulto o la franqueza del lenguaje de los protagonistas, me sorprendieron.


Y es ahora, al volver sobre la obra, cuando me siento más capaz de reconocer la fuerza vital que recorre sus páginas, la veracidad que emerge de sus personajes y la locura salvaje que habita en sus, a veces, laberínticos y enloquecidos enredos. Es en esta segunda lectura cuando puedo disfrutar sin distracciones del endiablado ritmo que tiene, en especial, el comienzo de la obra, con sus breves oraciones, sus descripciones mínimas para definir a cada personaje en boca de Huck o la certeza de que cada frase aporta una idea concreta, útil para el avance y desarrollo del argumento, ajenas totalmente a la retórica tan propia de autores contemporáneos de Mark Twain.


Porque, sin duda, ésta es la obra maestra de su autor, como él mismo reconocía, su mayor y mejor logro. En sus páginas, como ocurre en todas las grandes obras, mezcla sus propias experiencias como piloto de vapores por el Mississippi lo, con su fértil imaginación y sus opiniones críticas sobre la vida en el Sur en los tiempos previos a la Guerra de Secesión, la mojigatería religiosa de la época, o los vicios e iniquidades del mundo regido por los adultos.


Huckleberry es un mozo que se ha enriquecido al descubrir un tesoro, según se cuenta en Las aventuras de Tom Sawyer, y al no tener un padre decente que pueda hacerse cargo de su educación y tutela, el dinero es consignado bajo la vigilancia del juez local mientras que Huck es entregado a una viuda para su cuidado y educación. En este ambiente opresor Huck quiere morir. Hasta ese momento su vida ha discurrido libre de ataduras sociales, como un seminómada, mal vestido y peor educado, está acostumbrado a la libertad como pocos y se resistirá a todo esfuerzo de domesticación. Por eso, no es de extrañar que termine por huir, también atemorizado por su padre, que sigue rondando por su vida, amenazándole si no le entrega todo el dinero para gastarlo en una continua borrachera.


Huck huye y en su escapada se encuentra con Jim, esclavo de su anciana cuidadora que también ha dejado la casa al conocer que iba a ser vendido para servir en una plantación del Sur más profundo, con un régimen de vida brutal, sometido a un trabajo extenuante y continuos castigos físicos. Sus aventuras por el gran río forman el armazón de la novela y forjan un dúo protagonista parejo en algunos aspectos a otros dúos famosos de la literatura como don Quijote y Sancho Panza. En otros aspectos se asemeja a Los papeles póstumos del Club Pickwick al consistir parte del argumento en cuanto surge alrededor del camino de los dos protagonistas, poniendo de manifiesto la ruindad y bajeza de muchos de los compañeros de viaje que deben hacer a su pesar o de los violentos vecinos de los pueblos a orillas del río.  

 


 

La obra fue publicada en 1884 aunque está ambientada en un tiempo anterior a la Guerra de Secesión americana de 1861. En el momento de su publicación, recibió notables críticas por la rudeza de su lenguaje, uno de los rasgos del libro que más enorgullecía a Mark Twain, así como por el retrato que se hacía del fugitivo Jim, un negro mejor que la mayoría de blancos con los que se topan, más noble y cabal, el mejor compañero de viaje para Huck que se pudiera buscar. Pero el libro no es una obra maniquea, Huck se debate entre la solidaridad con Jim a quien le debe parte del éxito de su huida, y su convencimiento moral de que su deber es denunciarlo como fugitivo y entregarle a cualquier hombre blanco. También le vemos luchando contra su propio racismo, sorprendiéndose de la hondura de los sentimientos de un negro. Por tanto, la obra también puede ser vista como la narración del proceso por el que Huckleberry asume la igualdad moral entre blancos y negros como una dura conquista a la que tarda en llegar y solo lo hace tras la larga convivencia con Jim y las innumerables pruebas de lealtad y rectitud moral que éste le pone de manifiesto.


Pero, todo esto que causó escándalo en su época por atentar contra los convencimientos íntimos del americano medio recién salido del trauma de la guerra civil, es lo que también causa rechazo en nuestros días por atentar contra otro tipo de mojigatería que ha impuesto su censura contra Las aventuras de Huckleberry Finn, no considerándolo apropiado para promover su lectura en los centros educativos estadounidenses, privando así a sus jóvenes de la posibilidad de entender mejor su país, sus contradicciones y su proceso de  construcción y, por encima de todo, reduciéndoles a la estúpida condición de seres incapaces de entender e interpretar una obra, mejor que lo haga el Gran Hermano por todos nosotros.


Creo que cualquier lector que llegue al final de la novela, al capítulo en el que se describe el sueño que tiene Huck sobre el futuro que aguarda a Jim, creerá ver la génesis del discurso del Doctor King y no tendrá dudas de cuál es la verdadera naturaleza moral de este libro y de cuáles son sus méritos en este controvertido aspecto. Pero en lo que aquí respecta, esto es, en cuanto a su calidad literaria, su capacidad para emocionar, para construir un relato verídico y ameno, no se tenga ninguna duda. Este libro, junto a otros cuantos precursores, abre esa corriente de realismo americano que tanto ha influido en la literatura universal del siglo pasado y que aún extiende su poderosa influencia. Solo por eso deberíamos desempolvar nuestros ejemplares infantiles de la obra, darles vida nuevamente para recibir más de lo que esperamos y restituirlos al lugar verdadero que merecen.

 

 

 

26 de octubre de 2014

Una temporada para silbar (Ivan Doig)





En nuestros días se debate la conveniencia (o no) de una educación separada por sexos, por capacidad individual, incluso por religión u origen cultural/racial. El objetivo pretende ser una enseñanza adaptada a cada niño, rehuyendo una instrucción idéntica para quienes no lo son. Por supuesto, esto no impide que las posiciones de partida sean ideológicas y el debate discurra en busca de un respaldo con apariencia objetiva para cada postura.

Pero olvidamos que durante muchos años y en muchos lugares, no hasta hace demasiado tiempo también en gran parte de España, la escuela unitaria era la prevalente. Una escuela en la que un único maestro dividía su tiempo y atención entre alumnos que aprendían las primeras letras y alumnos que practicaban los rudimentos de la trigonometría. Poco espacio y tiempo tenía este maestro para discernir sobre el modelo educativo a seguir.

Es precisamente éste el escenario en el que se desarrolla Una temporada para silbar (Ed. Libros del Asteroide,2011, traducción de Juan Tafur). Una escuela unitaria de comienzos del siglo XX en un recóndito asentamiento de Montana al que han llegado recientemente colonos atraídos por promesas de un mejor destino que el tiempo está revelando como excesivas en el mejor de los casos.

A esta escuela asisten los tres hermanos Milliron. Su madre falleció hace casi un año y Oliver, su padre, renunciando a su empeño por sacar adelante a la familia con sus solas fuerzas, acaba de contratar los servicios de un ama de llaves procedente de de Chicago, Rose Llewellyn, a través de un anuncio en un periódico. .

Rose es una mujer muy peculiar. Su energía es inagotable y pronto pone orden en el caos de la casa de Marias Coulee. Su garbo y energía no solo devolverán el esplendor a los suelos y cortinas de la vivienda sino que alegrará la vida de los cuatro hombres que la habitan cohesionando a la familia y ganándose la confianza y aprecio de todos.

Pero toda cara tiene su cruz y ésta lleva por nombre Morris, el hermano de Rose, que ha llegado junto a ella sin oficio conocido más allá de una remota referencia a un negocio familiar de guantes. Su atildamiento, vocabulario, vestuario y el modo teórico en que afronta los problemas prácticos parecen lo menos apropiado para el rudo entorno de un poblado de pioneros.

La oportunidad para desarrollar su verdadera vocación llegará cuando la maestra titular de la escuela se fugue con un predicador y él ocupe la vacante a falta de otro candidato mejor que supla el repentino vacío.

Es en este momento cuando la novela alcanza el nudo que desarrollará en las sucesivas páginas, el proceso formativo de los jóvenes, en especial de Paul Milliron, el mayor, espoleados por los métodos heterodoxos de Morris.

Diversos acontecimientos irán marcando la vida en la pequeña escuela. Los conflictos entre los alumnos, las riñas infantiles y las agresiones más peligrosas rivalizarán con la siempre presente amenaza de algún padre poco proclive al sistema educativo o la más imprecisa amenaza de la visita del inspector.


Este último punto no deja de ser relevante toda vez que Paul Milliron terminará ocupando el puesto de supervisor de educación de Montana. Será en el ejercicio de su función cuando, muchos años después, regrese por Marias Coulee y rememore lo vivido en aquel tiempo unido por siempre al silbido alegre de Rose y al talento docente de Morris.

Narrada en primera persona, Paul evocará con un deje melancólico la felicidad de aquellos días sin perder por ello la perspectiva ni evitar los numerosos puntos negros que marcan, igual que los luminosos, el proceso de maduración que inevitablemente llega a todo niño.

Una temporada para silbar es una hermosa narración que se mueve entre lo poético y lo rudo. Una novela de iniciación, de pioneros y tiempos heroicos dulcificados por el apoyo familiar y la fuerte solidaridad de una comunidad cohesionada en torno a la escuela, único referente y vínculo entre los colonos y por la que dejan a un lado las rencillas propias de granjeros.

Los personajes de la novela son, sin duda, el mayor de sus atractivos. Acompañamos a Paul en su proceso de formación y crecimiento, pero también nos identificamos con su padre, Oliver, en su esfuerzo por asegurar un mejor futuro para sus hijos mediante su esfuerzo y, fundamente, su ejemplo. Admiramos la habilidad de Morris para la docencia y el modo en que los pequeños compañeros de los Milliron compiten, luchan y se apoyan al modo que sus padres lo hacen a otro nivel.


 Ciertamente casi todos los personajes son tratados con cariño y respeto por el autor que nos los presenta bondadosos y rectos, o si torcidos, nos muestra los motivos que traerán nuestro perdón o consideración. Pero, ¿qué es lo que les aleja de la manida falta de matices tan característica de los personajes de toda mala novela? Sin duda, el talento de Ivan Doig que sabe pasear a sus nobles personajes por paisajes desolados, tanto física como moralmente. No les evita duras pruebas a través de las que deja adivinar el tejido contradictorio del que están hechos y la lucha que les impulsa a mejorar y superarse.

Una temporada para silbar es una novela amable, sí, pero no blanda, no fácil o falsa, es una novela con mayúsculas, expresión de un talento natural para la narración equilibrada. Pocos habrían logrado idéntico resultado con los mismos elementos.

Pasar por alto la oportunidad de leer esta novela privará al lector de una visión única sobre un modo de entender la literatura al que desgraciadamente nos estamos desacostumbrando con suma facilidad. Y no será por oportunidades como ésta. 


14 de septiembre de 2014

El Teatro de Sabbath (Philip Roth)




Sabbath acaba de cumplir 65 años y su vida parece tomar una cuesta abajo sin que se atisbe el final. No se trata de que la artrosis le haya alejado hace ya años de su teatro de títeres, inutilizando sus manos, su única herramienta de trabajo imprescindible. Se trata más bien de que todo lo que le rodea se derrumba.

Hace tan solo unas semanas que ha muerto Drenka, su amante eslava, la única capaz de seguir y aún exacerbar su sexualidad desbocada. Un alma gemela a quien sirve de faro y guía en los Estados Unidos, a donde llegó dejando atrás un convulso pasado y donde regenta un hotel próximo a la casa de Sabbath, junto a su marido y su hijo, agente de la policía local.

Pero también se trata de que Kathy una joven estudiante de la universidad local ha extraviado unas cintas en las que grababa las conversaciones telefónicas que mantenía con Sabbath, un arte de la obscenidad y la decadencia al que Sabbath se aplica con inusitado entusiasmo. La emisión radiofónica de parte de este material en un programa local a cargo de una feminista furibunda le lleva al ostracismo social y a la definitiva ruptura con Roseanna, su esposa, a la que solo se mantenía unido por el necesario sustento económico. Pero este final era previsible. Roseanna culpa a Sabbath de su alcoholismo y ahora que lucha por librarse de esta enfermedad con el apoyo de un grupo de alcohólicos anónimos va enlazando las causas que cree que le llevaron a este vicio y todas apuntan a su marido. Al menos, así parece hacérselo ver la directora del grupo, principal impulsora de la idea de expulsar a Sabbath de su casa y romper así el matrimonio ya maltrecho.

Y el mismo día en que es expulsado de su hogar, Sabbath ha conocido que un antiguo amigo del pasado, Linc se ha suicidado y va a ser enterrado en Nueva York. Hacia allí escapa para refugiarse en la casa de otro compañero de fatigas de esos mejores tiempos, Norman, un exitoso abogado al que conoció cuando comenzó a trabajar de titiritero en los años cincuenta en las calles de Nueva York donde protagonizó su primer escándalo: Haciendo teatro tras una cortina con los dedos de una mano (sin títere alguno), se dedica con los de la otra a desatar la blusa y el sujetador de una joven a la que atrae hasta el improvisado escenario. Cuando sus dedos se deleitan acariciando el pezón, el espectáculo es interrumpido por un policía y todos acaban ante el juez. La comunidad intelectual arma un pequeño revuelo convirtiendo al libidinoso Sabbath en un artista por encima de convenciones y límites morales, la comedia del arte y la vida. Así conoce a Linc y a Norman. Pero también a Nikki, su primera esposa, una joven de delicada sensibilidad que se convierte en la actriz principal de la compañía que funda el propio Sabbath. Pero el equilibrio pronto se quiebra y Nikki desaparece sin que nunca nadie sepa dar paradero de ella.


Vamos siguiendo los pasos de Sabbath en ese remontar el torrente de la memoria para recuperar los hechos esenciales en una narración en la que el pasado y el presente se congenian explicándose recíprocamente y trabando una relación de la que apenas podemos distinguir quién es realmente Sabbath. Y así, asistiremos al último proceso de degradación de Sabbath, mendigando por las calles de Nueva York, siendo expulsado de la casa de Norman, negociando la compra de un pedazo de tierra en el cementerio judío en el que esta enterrada su familia y, en última instancia, buscando la muerte que le libere de una vivencia plena pero atormentada que cree ya llegada a su fin. Pero el fin no siempre está donde se le espera o, simplemente, no está aún a la vista para desespero del desesperado.

El teatro de Sabbath a que hace referencia el título de la obra, bien puede dar cuenta del hecho de que para el protagonista, gobernado por un egocentrismo hedonista sin límite, todo el que le rodea es un mero objeto del que sacar partido, de quien valerse para lograr los propios fines. Pero esta idea nos hace perder de vista el hecho de que Sabbath es, al tiempo, un ser doliente que lucha por escapar de un pasado que el fantasma de su madre muerta impide borrar. Así, el propio Sabbath se convierte en marioneta de unas fuerzas mayores que le dominan y sólo logra expresarse a través de la provocación y el dolor que causa a su alrededor.

¿Maneja Sabbath los hilos de sus marionetas o es manejado como un  títere? Ésta es la pregunta a la que antes o después el lector deberá dar respuesta mientras avanza en las páginas de esta obra contradictoria y monumental en su empeño por dar cuenta de las pulsiones más brutales de los hombres.

Más allá del propio Sabbath, podemos trasladar la interrogante a nosotros mismos y, sin duda, somos títeres y titiriteros a partes iguales. La pregunta que nos quedará por responder es si, a diferencia de Sabbath podemos aspirar a una salvación, a la remisión de una culpa original que se esconde en su pasado y que poco a poco se va desvelando en las páginas de la novela de una manera conmovedora. Porque comprender a Sabbath no es justificarlo o aplaudirlo, es entender tan solo el complejo mecanismo de acción y reacción que todos guardamos en nuestro interior y que manejamos con mejor o peor fortuna.

El teatro de Sabbath es, sin ningún género de dudas, la obra más compleja de Philip Roth, tanto en ambición temática como respecto al curso de la trama, en el que las escenas del pasado del protagonista se van completando entremezcladas con su presente lastimoso. El modo en que trata a un protagonista tan poco atractivo, que roza la repulsión, es propio de un maestro que sabe mantener la tensión no a través del argumento, sino del juego de ir mostrando los matices que toda personalidad guarda, poco a poco, sin mayor prisa y en la que la voz de Sabbath se combina con la del resto de personajes para crear un verdadero coro, al modo de las tragedias griegas en el que al unísono se nos ofrece la imagen de Sabbath, el excesivo, el lúbrico y lascivo, el herido y amenazado.


 En una obra tan compleja, la labor del traductor (Jordi Fibla) merece especial reconocimiento al ser capaz de trasladar el lenguaje del sátiro y, sin tregua, el más íntimo del amante abandonado, sin romper la convicción del lector de que quien habla es la misma persona.  

Esa persona es Mickey Sabbath, un loco que llora frente al Océano envuelto en la bandera que cubrió el ataúd de su hermano, fallecido en misión de combate a bordo de un B-25 en algún lugar del Pacífico a finales de la Segunda Guerra Mundial, mientras trata de encontrar y nombrar todo aquello que perdió, lo que se fue para no volver, al tiempo que hace recuento de lo que ha rellenado ese terrible vacio que por fin nos es mostrado. Acompañar al viejo titiritero en su viaje es un empeño arduo pero que, como cualquier otro peregrinaje, encierra sorpresas y alegrías a las que ningún  lector debería renunciar.


30 de marzo de 2014

Los hermanos Sisters (Patrick deWitt)



Los hermanos Sisters (Editorial Anagrama 2013) es el título de la primera novela propiamente dicha de Patrick deWitt, un autor canadiense afincado en Oregón y que ha logrado un amplio reconocimiento con esta obra que ha recibido notables premios y sugerentes recomendaciones.

El núcleo de la historia es de fácil resumen. Dos hermanos, pistoleros a sueldo del “comodoro”, reciben el encargo de partir de Oregón y dirigirse a California para castigar a Hermann Kermit, un pequeño estafador que engañó al financiero mafioso que ahora clama venganza, al tiempo que pretende hacerse con el supuesto secreto para la obtención de oro que el susodicho Kermit asegura haber descubierto. Para ello, ha enviado por anticipado a un investigador –Henry Morris- para que localice al chiflado buscador de oro y facilitar así el trabajo de los mercenarios. .

Pero nada es lo que parece en este libro, como ya presagia su título. Los hermanos “hermanas” son una extraña pareja que ya ha llevado a cabo varios encargos para el comodoro, es decir, matar a quienes se cruzan en su camino.

Charlie y Eli Sisters se acercan al tópico de pistolero tanto como se alejan del mismo. Charlie, el hermano mayor, comenzó su carrera criminal asesinando a su padre por el maltrato continuo a que sometía a toda la familia. La violencia le enciende y el único modo de controlar su furia es generar más violencia. Eli, el menor, ocupa un aparente segundo lugar y el origen de su crueldad está en el hecho de ver a su hermano alterado. Ambos matan para protegerse mutuamente y así se retroalimentan convirtiéndose en un perfecto equipo asesino, afamado en todo el Oeste.

Pero rascando en la superficie, no todo es armonía en la familia. Eli, en su papel de segundón nunca declarado, no parece llevar bien que el comodoro haya encargado esta misión directamente a su hermano y no a ambos, agrandando aún más el ego de Charlie. Una semilla cae en terreno fértil y las primeras dudas le asaltan. Montando un peor caballo, sin rango reconocido, más gordo y menos atractivo que su hermano, no es la envidia lo que surge en su ánimo sino una pregunta insidiosa. ¿Por qué hacer este trabajo?¿Por qué matar para otros hasta que nos maten? ¿Qué sentido y dirección tienen nuestras vidas?¿Qué hemos dejado atrás en estos años de fuego y furia?

Un viaje largo es propicio para dar vueltas a fuego lento a todos estos interrogantes. Estamos en la fiebre del oro y, en su cabalgar, los hermanos Sisters se cruzan con algunos viajeros que siguen su mismo camino en busca de la aventura, con otros que sin haber llegado a su destino ya han sabido del alto precio que se paga por la ambición y con otros que retornan de esa arcadia áurea y que no parecen dar testimonio de riqueza y fortuna.

No en vano estamos en la mitad del siglo XIX y los descubrimientos de numerosos yacimientos en California han desatado la primera fiebre del oro en la historia de los Estados Unidos que lleva a esta tierra, aún ignota y salvaje, a miles de miles de peligrosos sinvergüenzas, ávidos del oro que esconden los ríos o, en muchos casos, de las pepitas que otros han conseguido reunir a costa de salud y miserias.

Pero los hermanos son fríos ante la tentación. Tienen un trabajo entre manos y deben cumplirlo. Nada les desvía de su tarea… o sí. Haciendo noche en un oscuro poblado, se ven envueltos en una trifulca que les lleva casi a la muerte a manos del cacique local a quien, sin embargo, logran engañar y robarle toda su fortuna que esconderán cuidadosamente para recuperarla en su viaje de regreso.


Llegados a su destino, asistimos al nacimiento de San Francisco como meca de los buscadores de oro. Un lugar envuelto en pobreza pero que mima el mito del oro con restaurantes que ofrecen sus platos por verdaderas fortunas para regocijo de los pocos exploradores que regresan de los bosques con la bolsa repleta de pepitas.

Para su sorpresa, los hermanos Sisters descubren que Morris se ha pasado al enemigo huyendo con Kermit a lo alto de la sierra para poner en práctica su procedimiento secreto para vaciar de oro el curso de los ríos.

Éste es el verdadero punto de inflexión de la novela, el momento en el que las preguntas que Eli ha ido macerando durante todo el viaje comienzan a tornarse en respuestas. Todo lo que ha aprendido de quienes se cruzan en su camino y el modo en que evoluciona su relación con Charlie, confluye en una nueva personalidad que pugnará por ganarse a su hermano en un loco plan para dejar su vida de sicarios. Dejemos al lector que averigüe si lo logra y adónde les llevan las decisiones que cada uno debe tomar.


DeWitt tiene la sabiduría de dejar que la voz narrativa sea la de Eli, que su reflexión sea la que impulse el relato y que sea a través suyo como conozcamos a Charlie. Pese a que el argumento podría llevarnos a pensar que estamos ante una obra de acción, con intriga y violencia, lo cierto es que, gracias al regordete Eli, nos enfrentamos a una novela que combina el género aventurero con la introspección de su narrador en una combinación difícil pero que el autor sabe hacer creíble.

El hecho de que los protagonistas sean hermanos añade una mayor profundidad a la relación entre ambos y el modo en que se enfrentan sin llegar a la ruptura total, la sangre manda.

El libro se estructura en breves capítulos, bien para dar entrada a diversos personajes efímeros, bien para agilizar la acción que discurre rápida y fluida. Merece también destacar la labor de traducción a cargo de Mauricio Bach.

Lo cierto es que el parecido con obras como Los papeles póstumos del Club Pickwick o incluso el Quijote parece innegable. De hecho, la silueta de un Eli gordito, con aires filosóficos, siguiendo a su espigado hermano, resultará notablemente familiar para cualquier lector dispuesto a confundir las llanuras manchegas con los polvorientos caminos del Oeste.
 
El autor juega conscientemente esta baza y traza paralelismos con el género de aventuras viajeras, con los múltiples encuentros con personajes estrambóticos combinada con una reflexión, en este caso, algo liviana.

El lector de Los hermanos Sisters descubrirá una novela que revisita escenarios míticos del cine actualizando su paisaje físico y humano y mucho más. Entretenimiento no reñido con calidad, cruce de géneros sin resultar una extraña amalgama y, por encima de todo, una entrañable historia sobre cómo nos influimos recíprocamente y cómo los sueños pueden hacerse realidad con empeño y tesón, incluso cuando uno sea un fuera de la ley.