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28 de febrero de 2025

Sueños olvidados y otros relatos (Stefan Zweig)



Stefan Zweig fue un escritor que entendió como pocos el alma humana y sus contradicciones. Su prosa envolvente, su capacidad para ahondar en las emociones más recónditas y su mirada nostálgica hacia un mundo en desaparición hacen de cada uno de sus relatos una pieza inolvidable. En Encuentros entre libros, Zweig nos lleva de la mano a través de cinco historias donde el amor, en sus múltiples formas, se convierte en el eje central de la existencia. Desde el fulgor del primer amor hasta la desolación del exilio y la pérdida, cada relato nos recuerda por qué este autor sigue cautivando a generaciones de lectores.

 

 

Toda la obra de Stefan Zweig está ganando un prestigio considerable entre los lectores gracias a la labor editora que ha llevado a la publicación en los últimos años de casi toda su obra literaria, ensayística, correspondencia, diarios,innumerables biografías y estudios sobre el autor austriaco.

 

Es en este contexto en el que se encuadra la publicación por la editorial Alba de este pequeño volumen que recoge cinco relatos de Stefan Zweig no muy conocidos con la excepción de Mendel, el de los libros. Todos ellos guardan un punto de conexión en torno al amor en sus más diversas y amplias acepciones.

 

Se trata de una colección que pone a prueba la habilidad del autor en el género del relato, tanto en su versión más reducida cómo en aquella en la que la extensión le acerca al formato de novela breve. Pero en ambos extremos Zweig se mueve con soltura y sabe captar la atención del lector con una aparente desenvoltura que empuja a pasar las páginas a un ritmo trepidante pese a que sus tramas no son especialmente afectas a los tiempos en que vivimos y dejan un regusto a un pasado moroso en los detalles y aplicado en la elección precisa de cada palabra, cada adjetivo empleado para describir unos sentimientos que nos sorprenden por lo contenido y profundo.


El primero de los relatos aborda el tema del primer amor, el que nace con la inocencia e ideales de la juventud, el que se cree eterno y pleno de sentido, el que desdeña los convencionalismos y la timoratería de la sociedad adulta. Ese amor que, sin embargo, cuando queda atrás, como siempre lo termina haciendo, no son muchos los primeros amores que terminan siendo únicos, se ve con cierta vergüenza y condescendencia. Nos coloca en una posición incómoda y puede llegar a ser negado y borrado de nuestra memoria hasta que algún viento venido de lejos remueve las ascuas, no sabemos con qué consecuencias.  


El segundo relato aborda el amor imposible, el que no se atreve a expresarse por la certeza del rechazo. Sea por las diferencias de clase, por la timidez del amante o por la absoluta indiferencia del ser amado. Lo cierto es que este amor se lleva por dentro con un dolor trágico que no siempre tiene un feliz final. Tal vez sea el relato más estereotipado de los cinco aquí recogidos, pero en todo caso, Zweig sabe darle un toque distintivo, y casi un sentimiento holístico, tal vez exagerado en su trágico desenlace pero eficaz en el devenir de la narración, siempre atenta a cada pequeño aleteo de unos sentimientos exacerbados.


Pasamos al tercer relato, una interesante historia sobre un imposible triángulo amoroso entre un joven y dos de sus primas con las que convive en una casa solariega durante un verano de juventud. Como suele ocurrir, el joven se enamora de la prima equivocada y es, al tiempo, objeto de adoración de la segunda. ¿Cómo afrontar una situación en la que parece fácil tomar a quien nos ama, pero para lo que se requiere renunciar a quien amamos? Una elección no siempre fácil, menos aún cuando estamos movidos por el juvenil ardor que no permite medir correctamente nuestras propias fuerzas y las intenciones de quienes nos rodean.  


Pero entramos ya en los mejores relatos del volumen. Hasta aquí, estamos en los términos de un amor convencional, esperable en los relatos al uso. Sin embargo, en la cuarta historia nos encontramos con un joven pupilo que siente una devoción inquebrantable por su viejo profesor, que parece regalarle una confianza desusada, lanzándose incluso, ante las súplicas del alumno, a retomar los trabajos de su gran obra nunca concluida. Pero no es solo lo académico lo que se entremezcla en este relato. La esposa del profesor, más joven que éste, entra en escena con una ambigüedad calculada ante el desconcierto del joven. No podemos desvelar más sobre la historia, pero sí asegurar al lector que lo que tendrá por delante si lee el relato poco puede parecerse a lo que deja entrever esta breve introducción. El radical planteamiento de Zweig, casi impensable en aquella época, nos deja un sentimiento de sorpresa y una visión sobre este autor del que creíamos conocer casi todo.


El quinto relato nos cuenta la historia de un burgués adinerado en una pequeña ciudad alemana, aficionado al arte, que ha logrado acaparar una extensa colección de antigüedades de todo tipo y valor. Al pueblo llega un marchante de Berlín con la intención de tratar de engañar al anciano y hacerse, por un módico precio, con alguna ganga. Lo que allí encontrará le deja anonadado. El relato es una excelente visión de la pesadumbre y desesperanza que se cernió sobre la derrotada Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Toda la crudeza y desolación del conflicto llega a esta pequeña ciudad y sus terribles consecuencias son la causa de la sorpresa del marchante.


Pero llegamos aquí a la obra maestra de esta colección, sin duda, de lo mejor escrito jamás por Zweig, Mendel, el de los libros. Mendel es un judío oriundo de la Galitzia oriental. Huyendo de los pogromos, llega a Viena donde se establece en un café para desarrollar su trabajo, mezcla de mercader de libros de segunda mano, conseguidor de obras totalmente inencontrables y, por encima de todo, apasionado divulgador de todo su vasto conocimiento sobre ediciones, precios, catálogos, colecciones privadas, hasta el punto de ser más eficaz que el mejor archivo de biblioteca concebible.


Mendel vive por y para sus libros. Sus ropas son miserables, su alimentación paupérrima, pero su pasión infinita. A él acuden quienes deben consultar obras sobre temas que nadie parece conocer, él se encarga de localizar los libros que los más afamados bibliotecarios de Viena dan por desaparecidos o atribuyen a meras leyendas. Mendel vive en su mundo de papel, alejado de cualquier realidad que no esté comprendida en las páginas de un catálogo, una revista o un libro. Por eso, cuando estalla la Primera Guerra Mundial, parece no enterarse, ser ajeno a un conflicto que nada tiene que ver con el motor de su increíble y plena vida.


 

Pero la realidad terminará por pinchar su burbuja. Las desgracias de un extranjero en un país enemigo le muestran que su pacifismo e indiferencia a la política y locura general no le sirven de vacuna, no le protegen de nada. Solo cuando algunos de aquellos a quienes ayudó a completar sus colecciones bibliófilas se interesan por su estado, logra salir del confinamiento que le han impuesto las autoridades. Pero la vida real ya se ha colado como un veneno en su vida que apenas logra recuperar su prestancia previa. Los libros ya no parecen bastar en un nuevo mundo que trata de rehacerse entre las ruinas dejadas por el conflicto, las ilusiones de los jóvenes de comienzos de siglo, como el propio Zweig, sus ilusiones y esperanzas quedan a trás, quedan en un mundo al que Mendel ya no puede volver y que le arrastra con la misma fuerza que va desgranando hechos implacables camino de un nuevo conflicto.


También Zweig, logra prestigio y reconocimiento gracias a los libros, pero esto no le salva de ser considerado un autor degenerado, contaminado por su decadencia burguesa y por su marca judía de nacimiento. Pese a lograr huir de Viena y refugiarse en Londres y, finalmente, huir a Brasil, tampoco allí parece creerse seguro y decide poner fin a sus días. Apenas en el momento en que la guerra está girando sus engranajes a favor de los aliados, justo en el momento en el que millones de personas en toda Europa continental desearían ocupar el cómodo y, hasta cierto punto, holgado exilio, Stefan Zweig deja escrita su última página en forma de nota de suicidio que explica poco, si es que alguna vez estas líneas han servido para explicar algo.  


Tal vez Zweig, como Mendel, sabía que la guerra podría pasar, pero su vida, su mundo había quedado atrás. Todo aquello que amaba, los libros, las ideas que defendía, sus amistades y las naciones en que nació y vivía, todo se desmoronaba al margen del curso de la guerra. Y para no seguir los pasos de Mendel, el de los libros, decidió adelantar el fin de una obra de la que ya creía escrita la parte fundamental.






25 de enero de 2025

Encuentros entre libros (Stefan Zweig)


 

La literatura, esa mágica ventana al alma humana, encuentra en Stefan Zweig a uno de sus más apasionados defensores. En Encuentros entre libros, el genio austríaco nos invita a una travesía única por su universo literario, una mezcla de veneración y análisis que coloca al libro como el vehículo supremo del conocimiento y la emoción. Esta obra no es solo un compendio de ensayos; es una declaración de amor al acto de leer y escribir, que nos lleva desde los grandes nombres como Goethe o Mann hasta los ecos de cuentos infantiles y leyendas universales. ¿Qué significa realmente vivir sin libros? Zweig no solo lo reflexiona, sino que nos lo muestra con la intensidad de quien no podría concebirlo.


La editorial Acantilado continúa con su loable iniciativa de traer a nuestro idioma y lectores actuales la totalidad de la obra de Stefan Zweig, bastante abandonada en esta lengua hasta fechas recientes y ahora hiper publicada con denuncias cruzadas por derechos de traducción, reproducción y demás.

Encuentros con libros forma parte de este empeño y solo podría entenderse a su amparo. El volumen recoge una selección de la amplia obra escrita del autor austríaco reseñando obras ajenas, introducciones a libros de otros escritores, amigos o no,  prólogos, o escritos sobre la importancia de los libros.

Este material tan heterogéneo y desigual ofrece una visión inédita de Zweig que nos acerca a su figura desde una perspectiva totalmente inédita. Cómo veía las obras de sus contemporáneos o qué valoraba en éstas y, por tanto, cuáles eran sus principales valores estéticos e intelectuales en la apreciación de la obra ajena que, de algún modo, deberían verse reflejados en la propia.

Para Zweig la cultura, entendiendo por tal las letras, la música y el arte, eran el sustento espiritual del hombre. Y este sustento nos llegaba fundamentalmente a través de los libros, de ahí lo acertado de la selección del título de este compilado. Porque para Zweig lo que viene a distinguir al hombre de la bestia es esa capacidad de emoción a través del espíritu, la sublimación del intelecto a través de las letras o las imágenes o notas musicales, estímulos para los que se precisa de una formación y capacitación previa.

En dos de los ensayos aquí recogidos, sin duda los más sustanciosos de todo el volumen, se reflexiona sobre esta idea central del pensamiento de Zweig. Así, El libro como acceso al mundo y El libro como imagen del mundo son la cara y cruz de su ideario. Porque los libros, la obra escrita son el perfecto reflejo, la expresión máxima de lo que el mundo es, de manera que podemos afirmar que todo lo humano se encuentra recogido en los libros y estos reflejan, y así deben hacerlo, esa realidad que, de otro modo, nos resulta más inaprehensible. Pero, al mismo tiempo, los libros son el medio de acceso al mundo, cosa lógica si estos son el reflejo de aquél. Por tanto, la palabra escrita es el modo a través del que obtenemos el conocimiento de una realidad que previamente ha sido condensada por nuestros antecesores y coetáneos en sus obras.

En estos textos Zweig nos narra la sorprendente historia del camarero analfabeto de un crucero que le lleva por el Atlántico que le pide que obre como mediador para leer la carta de su enamorada. Zweig se pregunta cómo puede ser la inaudita vida de alguien que no conoce el mundo a través de los libros, que vive a través de lo que sus sentidos, sin filtro estético alguno, pueden informarle. El desconcierto absoluto del escritor queda patente en sus reflexiones al respecto.

No olvidemos que Zweig es el autor de Magallanes, un libro en el que narra la gesta del navegante, tomando cuanta información precisa de libros, sin plantearse la necesidad de experimentar una parte de lo que su biografiado vivió o sin tratar siquiera de ponerse en su lugar más allá de un punto de vista metafórico. Queda claro que para Zweig la experiencia viva es irrelevante al lado de la vivencia que logra a través de los libros.

 

 

Tampoco nos debe extrañar por tanto que, entre reseñas y comentarios a libros de amigos y protegidos como Joseph Roth, también haga su aparición Mahler o El malestar en la cultura de Freud, todos ellos ilustres vieneses, junto a comentarios sobre el Emilio de Rousseau. Y es que para Zweig la escritura no es un mero divertimento o un medio de experimentación vacío. En el escrito aquí recogido sobre el Ulises de Joyce se muestra de un lado escéptico sobre si este libro puede encuadrarse en la novelística como género y le otorga poco recorrido en la historia de la Literatura, si bien, de otro lado, solicita respeto al autor, no nos engañemos, aquí puede jugar el corporativismo, no olvidemos que Joyce residió largo tiempo en la austríaca Trieste, residuo de ese tiempo imperial del ayer, y que el propio Zweig pronto vería cómo sus obras eran acusadas de degeneradas, aquello que más podía aterrorizar a nuestro autor y que sus libros pronto arderían en las hogueras de Bebelplatz. Así también es sobrecogedor su comentario sobre la mejor obra de las letras alemanas recientes, Carlota en Weimar de Thomas Mann, que tiene la desgracia de haber sido prohibida en Alemania, precisamente el país en el que mejor habría de ser comprendida.  

Pero sigamos adelante con estos treinta y cuatro escritos que el editor ha considerado adecuado recoger de manera temática antes que cronológica. La materia es casi tan variada y amplia como lo es la curiosidad del autor austríaco. Así, tenemos una introducción a las obras de Goethe, una figura central en las letras alemanas, otro omnívoro libresco que, sin embargo, tenía una vena más aventurera y empírica que Zweig. Y pese a ello uno cree que nuestro autor sueña de algún modo con poder llegar a emular al genio alemán. Por si acaso, también tenemos otros escritos sobre luminarias menos cegadoras como Heine, Rilke o el agrio Kleist, otro autor admirado también por el contemporáneo Franz Kafka, un prófugo de la vida social con una fuerza literaria que querría tomar como modelo.

También se aprecia el gran influjo de otras literaturas, especialmente la francesa con escritos sobre Flaubert o Balzac, y rusa en especial Dostoievski. Sorprende la aparición de Whitman, tal vez algo ajeno a la tradición literaria centroeuropea, lo que viene a poner de manifiesto ese interés inagotable de Zweig por todo lo impreso.  

Pero no solo de alta literatura vive el intelecto, también en el recuerdo de las primeras letras infantiles encuentra motivos de gozo, redescubriendo obras de los hermanos Grimm o Verne. No olvidemos que para Zweig el libro es siempre útil, puerta de la percepción del mundo. Y ésa es la medida de su valía, siempre y cuando se exprese de manera estéticamente hermosa. Por esto mismo, veremos aparecer en estas páginas Las mil y una noches o las obras de Rabondranath Tagore.

El problema con el que se encontrará el lector será que no podrá contrastar muchas de estas opiniones con referencias propias. Gran parte de los autores reseñados y comentados son ajenos a nuestros días y geografía. Otros, como Goethe, Kleist o Heine parecen algo alejados en el tiempo.

De lo dicho hay que concluir que este libro, por sí mismo, no es sino un regalo para los fanáticos de la obra de su autor, para quienes quieran completar un conocimiento casi enciclopédico sobre el mismo. También se revela como un perfecto complemento a la lectura de El mundo de ayer, esa especie de autobiografía, tanto del autor como del tiempo que añoraba en ese perpetuo pensamiento de que cualquiera tiempo pasado siempre fue mejor. 

 

9 de julio de 2024

El ángel de Múnich (Fabiano Massimi)



En septiembre de 1931 aparece muerta Geli Hitler, la sobrina de Adolf, en los apartamentos que ambos ocupan en Múnich. La muchacha tiene una herida de bala próxima al corazón que le ha perforado un pulmón provocando su asfixia. Ha caído de bruces golpeándose la cara, rompiendo su nariz y dejando un notable charco de sangre. Una escena estremecedora incluso para Sauer y Foster, los dos detectives a los que se encarga la investigación y que aparecen por la casa pocas horas después de la muerte.

 

Aunque son avezados investigadores, de lo mejor de la policía de Múnich, lo cierto es que la empresa de averiguar lo sucedido no es fácil, en especial porque su responsable les exige alcanzar una conclusión en apenas ocho horas. La relevancia pública de Hitler ha crecido desde su fallido intento de golpe de estado y su encarcelamiento. La publicación del Mein Kampf le ha permitido expresar sus ideas ganando adeptos dentro de la extrema derecha, orillando a las organizaciones de veteranos y otros grupúsculos, haciendo creer a la derecha industrial alemana que su candidatura puede no ser un mal antídoto contra el bolchevismo y la radicalización de los obreros sometidos a una crisis económica sin precedentes.


De hecho, Múnich se ha convertido en el feudo nazi, una ciudad en la que el partido ha logrado infiltrarse en todas las capas del poder, sea económico, periodístico o policial. Así que el mensaje que los detectives reciben es sencillo. Hay que aclarar lo sucedido, ser discreto y no dar tiempo a que la prensa o los políticos, del signo que sea, comiencen a tratar de utilizar la muerte a su favor.

 

Sauer y Foster son unos grandes profesionales y en ese breve plazo llegan a una conclusión compartida también por el médico forense que aparece pocos minutos después. Estamos ante un suicidio. Tenemos el qué y el cómo, tan solo queda averiguar el móvil, qué ha podido impulsar a una joven alegre, vital, hermosa, una supuesta promesa del canto, la sobrina de una figura política ascendente que la adora, a quitarse la vida.


Pero es que el suicidio parece la única explicación. Geli ha tomado la pistola de su tío, se ha encerrado en su habitación y se ha disparado tras una discusión con Hitler antes de que éste parta de viaje hacia Hamburgo para dar un mitin. La discusión parece girar en torno al deseo de Geli de dedicarse de manera profesional a la música tras recibir clases de canto y manifestar su voluntad de instalarse en Viena. Pero ni siquiera todos los testigos parecen corroborar esta supuesta pequeña trifulca doméstica.


Y cuanto más se trata de profundizar en la vida de Geli, más contradicciones surgen en la versión oficial. Las entrevistas al personal de la casa o a los encargados por el partido de ofrecer su versión, señalan diversas causas, amores varios, un supuesto embarazo, una vida opresiva en compañía de un tío que la adora y está obsesionado por ella hasta el punto de no dejarla salir sola de casa sino es en su compañía o en la de algún acólito de confianza. Un suicidio fruto de un conjunto de razones, ninguna de ellas suficiente por sí misma, todas ellas juntas concluyentes y letales para una joven llena de vida, hasta que deja de estarlo.


El ángel de Múnich, escrita por Fabiano Massimi y editada por Alfaguara y traducida del italiano por Francisco Javier González Rovira, es una novela que conjuga el género negro y el histórico en sabias proporciones. La mezcla de personajes reales y ficticios se revela perfecta e indistinguible. Su retrato de los futuros jerarcas nazis es certero pero no trata de dibujar en ellos rasgos que solo se acentuaron e hicieron evidentes en el futuro. Ahora los muestra como lo que son ese año, en 1931, una cuadrilla de medrosos políticos, cocidos en las propias intrigas del Partido, ansiosos por alcanzar el poder a cualquier precio pero tan preocupados por sus enemigos políticos como por los del propio partido. Miserables y mezquinos, traicioneros y mentirosos, solo temibles por su coqueteo con la violencia a través de los esbirros ideologizados de las SA y las SS, quienes les sirven con ciega lealtad.

 

Los verdaderos héroes de esta tragedia son, a parte de la bella y alegre Geli Hitler, Sauer y Foster, reflejo de esa pareja clásica de investigadores, perfecto complemento mutuo. Sauer, soltero y melancólico, Foster, alegre y borrachín, pero ambos comprometidos desde hace años en la lucha por la verdad. Unos profesionales que no cejan en el empeño de averiguar el motivo del suicidio creyendo ver en él la clave de algo que no termina de encajar. Especialmente les escama el interés de los miembros del partido por sembrar algunas pistas falsas, en apariencia innecesarias, injustificables, pero que levantan las sospechas de estos profesionales.

 

Pero el tiempo apremia y las conclusiones se presentan en el plazo estipulado: suicidio. Publicado el informe, la prensa se echa encima de la policía, del ministro de interior de Baviera, escandalizada, oliendo la carnaza que la joven sobrina de Hitler ofrece. Y la investigación se reabre para volverse a cerrar poco después. Entre tanto, el mismísimo Hitler se ha entrevistado con Sauer y le ha confiado sus miedos, su deseo de que se esclarezcan los motivos que han podido llevar a su sobrina a tan trágica decisión. De alguna manera, abre a Sauer la puerta del Partido para que pueda investigar libremente y bajo su supuesta protección lo que ha sucedido realmente. La investigación continúa de manera oculta, discreta.

 

Y es que ni el mismísimo Hitler es más poderoso que el partido, porque las entidades impersonales, las grandes corporaciones, los partidos, el pueblo, todos esos conceptos jurídicos indeterminados son el escudo perfecto tras el que se esconden los timoratos y cobardes, los criminales y pacatos, con el único fin de dar rienda a sus más bajos instintos. En esta novela Hitler casi parece un pelele, un muñeco en manos de una camarilla desastrada y patética que solo trata de ganarse su favor al tiempo que recopila pruebas en su contra para poderlas emplear llegado el caso.

 

Y así, Sauer nos lleva de paseo por todo Múnich, visitando la sede del partido, el despacho de Goebbels, los campos de aviación en los que practica Göering, la casa en la que se recluye a Hitler para que se recupere tras la noticia de la muerte de Geli, tal vez para mantenerlo protegido de quienes le puedan amenazar, tal vez para secuestrar su voluntad en un momento de tanta incertidumbre. Porque la camarilla que rodea al líder se muestra como lo que es, una pandilla de meros cobradores, manipuladores, sembradores de pruebas falsas, ávidos de riqueza y poder, pero faltos de carisma y valor, escudados tras la vehemencia del líder, aguardando su momento.

 


El ángel de Múnich es una novela perfecta y detallada, extensa en la justa medida para ir desvelando poco a poco las pistas, jugando como en todas estas novelas a engañar al lector, a hacerle seguir rastros engañosos para, de golpe, devolverle a una senda antes descartada. Pero también es lo bastante exigente como para poder dibujar con seguridad a los protagonistas, a los dos detectives y a Geli, para dotarles de una vida y un aliento que en el caso de Sauer y Foster es pura ficción y en el de Geli perfecta recreación de su vida truncada, sus sueños y anhelos perdidos.

 

Massimi es un excelente narrador. No tiene prisa a la hora de desentrañar los misterios que van desvelando sus personajes. Se toma su tiempo para describir el ambiente de los años treinta, la crisis de la República de Weimar o la convulsa política local. No le importa desviar la atención con saltos a la vida pasada de Sauer, auténtico epicentro del relato, ni a retomar hilos dejados a la deriva decenas de páginas atrás. Tampoco le tiembla el pulso a la hora de dejar entrever la verdad del crimen antes de concluir la novela, lo que es una arriesgada apuesta para un género en el que se pretende guardar la intriga hasta la última página. Pero en El ángel de Múnich los personajes de ficción tienen tanta fuerza y veracidad que nos resultan más vívidos que el patán Hoffmann o el orondo Görimg.


La verdad histórica está cuidada hasta un cierto punto puesto que Massimi nos ofrece su propia respuesta a un enigma que aún sigue oculto en nuestros días. Pero como conocedor de los hechos ha tratado de unir los cabos más débiles del supuesto suicidio y ha esbozado su propia respuesta, su quién, cómo y porqué, y tal vez ésta sea la parte que menos me ha gustado ya que el despejar el aire de indefinición que tienen estos hechos para todos aquellos que ya conocíamos la historia no parecía necesario, tal vez sí desde un punto de vista novelístico, pero creo que quizá sea la parte menos conseguida, si bien, será la que más guste a los fanáticos del género. Buena prueba de ello es el éxito y reconocimiento obtenido habiendo sido merecedora del Premio Asti d’Appello y del Premio de Lectores de Novela Negra de Livre de Poche 2012.


Y llegados a este punto, hemos de volvernos hacia Geli, ese ángel de Múnich cuya tragedia puede reducirse al adagio tan manido de que se encontraba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Como hija de la medio hermana de Hitler, logró un grado de intimidad que le trajo la desgracia. La perversa personalidad de su tío la arrojó a un callejón sin salida. Adolf quería mantenerse soltero puesto que creía que debía reservar todas sus energías para el pueblo alemán. Sin embargo, su atracción sexual por Geli era tan evidente que saboteaba cualquier intento de la joven por salir, relacionarse con hombres o entablar noviazgos. Atados por una relación imposible, la muchacha pareció optar por la única salida factible, o tal vez otros decidieron que su influencia sobre Hitler era demasiado intensa, que le desviaba de su futuro, que tal vez podían encontrarle otra muchacha, como Eva Braun, la secretaria de Hoffmann, quien podía resultar más maleable, menos casquivana y llamativa, menos independiente y vivaz. Ésta fue la tragedia de Geli, la desgracia que, de un modo u otro, acabó con su vida.

  

 

4 de mayo de 2024

Todas las almas (Javier Marías)

 


Leí Todas las almas de Javier Marías unos años después de su publicación (1985), probablemente a mediados de los noventa. Era mi primera lectura de Javier Marías pero el estilo me llamó tanto la atención que enseguida continué por otros títulos como Mañana en la batalla piensa en mí, Corazón tan blanco, Negra espalda del tiempo o la saga de Tu rostro mañana.


Ninguno de estos títulos me ha decepcionado, hasta el punto de leer otro como Faulkner y Nabokov, sobre vidas de escritores, que también me gustó. Recientemente leí sus dos últimas novelas, Berta Isla y Tomás Nevinson, nuevamente dos tremendos aciertos. Aún con la reseña de éstas pendiente de publicar llegó la triste noticia del fallecimiento de Marías y, por tanto, la certeza de no poder volver a sorprenderme con otro de sus textos enrevesados, llenos de vericuetos y reflexiones en las que el narrador y el escritor tienden a mezclarse en una bruma indistinguible. Guardo aún Los enamoramientos como última bala, pendiente de lectura, un último libro que dejé algo apartado porque los comentarios parecían alejarlo algo del supuesto estilo del autor que era precisamente lo que más me gustaba. Al final, tendrá su momento. Pero, entre tanto, decidí volver a aquella primera lectura, a Todas las almas, el libro que me ganó y que, de alguna manera, también fue el disparadero para su autor, la conformación definitiva de un modo de escribir, y por encima de todo, la creación de un universo temático que se ha convertido en tan propio y consustancial como inédito en nuestras letras.


Porque Todas las almas contiene en gran medida todo aquello que vendrá después, pero no de un modo tentativo, de prueba o experimento sino de manera madura y definitiva, en el convencimiento de que así y sobre eso era de lo que quería escribir el autor. Y aquella primera impresión no se ha visto alterada con el tiempo ni con la lectura de la obra posterior de Marías. Encuentro en Todas las almas el perfecto medio de entrada a esta fértil obra, un modo sencillo de conocer si este autor cautivará al lector o si, definitivamente, uno no debe adentrarse en títulos más densos y extensos.


Uno puede preguntarse de dónde toma Marías ese estilo cenagoso y laberíntico en el que las frases se alargan más allá de lo razonable pero que, tras muchos circunloquios regresan al punto de partida para cerrar gramaticalmente el periplo de manera certera. Un estilo en el que pocas cosas pasan y las que suceden no son tanto descritas en cuanto acciones sino tan solo como fruto de la reflexión del narrador. Un texto en el que el acto sexual no es propiamente descrito como tal sino a través de lo que piensa el narrador, lo que experimenta, de algún modo parece que lo que no se expresa mediante el verbo no tiene existencia real porque es a través de la palabra, de la asociación de ideas intelectual, como uno conforma su modo de entender el mundo y, por tanto, la manera en que se contará a futuro, creando un universo circular en el que el centro es esa reflexión.


Y es así como una bolsa de basura, los desechos de una jornada, pueden dar forma al modo de vida de un soltero o de una familia numerosa, al modo en que nos desprendemos y renovamos cada día, a la nostalgia de lo que dejamos ir, al río infinito de Heráclito o a la denuncia de un ramplón ecologismo, porque todo cabe en esa bolsa de basura, ese objeto que no importa al narrador en cuanto tal sino en su función de medio para expresar sus más variopintas ideas sobre cualquier tema, que luego será, o no, relevante para la trama.


Y es aquí donde quizá por primera vez soy consciente de un hallazgo que, con total seguridad habré leído en algún lugar, pues de tan obvio se me revela imposible no haberlo cogido al vuelo de algún artículo, opinión o reseña. Y es que Javier Marías, al que consideramos como un verso suelto de nuestras letras, un escritor anglófilo, extranjerizante, resulta ser un verdadero y fiel seguidor de una larga tradición que hunde sus orígenes en el Barroco español. Porque leyendo este libro he creído ver en esas largas frases, el perfecto contenedor para dejar salir al narrador omnisciente, el mismo estilo que se esconde bajo la prosa de Cervantes, un estilo que de tan amplio permite dar cabida a la crítica social, a la censura de su tiempo, a la nostalgia o la esperanza, sin perder nunca de vista que, en todo caso, su función ha de ser la de entretener, captar la atención del lector y, por tanto, ayudarle a entrar en el mundo narrado.


Y de esto Cervantes sabe mucho, Javier Marías no le va a la zaga. Y no se trata de poner a la misma altura ambas obras, tan solo reconocer una similitud de estilo y poder colocar, al fin, a nuestro autor más anglófilo dentro de lo que seguramente también más valoraba, nuestras letras más clásicas.



También ahora puedo reconocer la voz del narrador, distinta de la del protagonista, al modo de los apartes del teatro clásico, reflexiones que van dirigidas al lector, al público. Asimismo, este texto ha sido un perfecto modo de reconocer el papel del humor dentro de la obra de Marías. A raíz de su fallecimiento, a través de los recuerdos de amigos y conocidos, ha aflorado esa vía cómica, una cierta nostalgia por el mundo de la infancia, por los soldaditos y el disfraz, la impostura y la farsa. Y en estas páginas hay escenas hilarantes, contadas con su seriedad formal, tan solo para exacerbar aún más ese efecto cómico. Así, por ejemplo, su descripción de las high tables, esas comidas ceremoniales de Oxford, donde toda pompa y circunstancia termina derrumbándose en su propia ridiculez. En otra escena en la que viene a describirse una especie de guateque y que no deja de ser tan cómica como la película homónima.  


Hasta el momento no hemos descrito mínimamente el argumento de la novela. Pero poco puede decirse al respecto. Un joven profesor español acude a Oxford durante dos cursos lectivos y es ese periodo del que nos habla este protagonista, ya regresado a España, ya con una vida creada, mujer e hijo, rememorando ese pasado con motivo del conocimiento de diversos fallecimientos de algunos de los allí conocidos.


Esos dos años juegan como una especie de paréntesis y de suspensión del tiempo en la vida del profesor. Casi podríamos hablar de periodo iniciático si no fuera porque apenas hay experiencias trascendentes, tan solo las que aquél toma por tales. Y quizá sea siempre así, lo que nos acontece solo toma relevancia e importancia capital en función de cómo se lo tome cada uno. Lo que para algunos puede resultar un acontecimiento transformador que modelará el resto de su vida, para otros puede revelarse como mera anécdota.


Y en esto Todas las almas refleja tanto en el protagonista como en el autor el efecto de esos dos años. Para Marías, sin duda, ese viaje significó mucho y le permitió alumbrar ese mundo literario tan personal que ya no abandonará. Un efecto transformador que también sirve para el narrador de la novela, que ya vuelto a Madrid, rememora y reconstruye aquel pasado, esos dos años, con cierta extrañeza y distancia, casi como una fábula que debe narrar para creer cierta.


Y dado que estamos ante una suspensión del tiempo, un momento en el que podemos adoptar una vida que no es la nuestra porque sabemos que nadie nos la reclamará cuando regresemos a nuestro vivir habitual, pueden sucedernos extrañas historias como el descubrimiento de viejas historias del servicio secreto británico o de la pequeña comunidad, secta tal vez, seguidora de autores malditos y extraños, como ese John Gawsworth al que posteriormente tanto deberá Marías al heredar el trono del reino de Redonda, nuevo punto de contacto y fusión entre narrador y autor.  

 

Poco nos importa que en la novela, ya se ha dicho, apenas pase nada, ni tan siquiera que prácticamente todos los personajes se expresen de similar manera, sean refinados profesores, libreros de viejo o transeúntes. El lenguaje juega un importante papel en la novela, pero no a modo de diferenciación, tan solo para nuevas reflexiones, para marcar la distancia entre el idioma propio y el adoptado, el inglés, para ver cómo lo emplean en nuestros días esos viejos profesores que todo lo que saben de España es lo leído en las obras de Tirso de Molina, con sus arcaísmos y sus petulancias trasnochadas, o el modo de adjetivar del experto en Valle-Inclán.


Todas las almas es uno de los colegios o fraternidades de Oxford  (All Souls) y de aquí toma el nombre de la novela Javier Marías, si bien, el lector será tentado para creer que el nombre también hace alusión al desnudamiento de los personajes que pueblan el texto, al modo en que afloran sus más íntimos deseos o la negación de los mismos (hablamos de británicos, no se olvide). Porque, de manera sorprendente pese a lo dicho hasta ahora, aunque apenas si pasa algo, a que todos se expresan de manera algo impersonal, la verdad es que Marías logra hacer de todos ellos personajes vívidos, reales, tangibles, almas que pasan por la vida de Marías, como él pasa por la de ellos, como todos somos paseantes de las vivencias ajenas.


Cierro el libro con ganas de más, con la sensación de estar tan solo en el prólogo de una historia que ha de venir, y esa historia se encontrará en muchos de los restantes libros de Marías, a los que bien podría aplicarse el mismo título, ese de todas las almas, porque de eso trataba la obra de Javier Marías, de las almas, las nuestras y la suya.