Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa Centroeuropea. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa Centroeuropea. Mostrar todas las entradas

21 de septiembre de 2025

Frankenstein en Bagdad (Ahmed Saadawi)

 

¿Puede un monstruo hecho de cadáveres ser más humano que quienes lo rodean? Frankenstein en Bagdad de Ahmed Saadawi no revive solo el mito de Shelley: lo injerta en una ciudad destrozada por bombas, venganzas y ausencias. El resultado es una criatura literaria tan perturbadora como necesaria, espejo de un Irak donde lo fantástico se confunde con lo cotidiano y donde la verdadera pesadilla no es el monstruo, sino la realidad.

Frankenstein de Mary Shelley es un monstruo que surge del temor a los avances científicos, una chispa eléctrica que pone en pie todos los temores de un tiempo que se asoma al milagro de crear vida al margen del Creador y que, por tanto, ha de expiar esos pecados.

Pero nuestros días ya han conocido esos milagros biológicos o, al menos, conviven con la certeza de que están al alcance de la mano, y las cuestiones éticas quedan muy lejos de la opinión de la mayoría. En franco contraste con este futuro de promisión, muchos países viven entregados a otros miedos, más clásicos y conocidos: los miedos de siempre.

Un coche bomba arranca la vida de los niños (siempre hay niños en las calles de estos países), y sus madres gritan y se golpean el rostro porque está en nuestros genes enterrar a nuestros padres, pero nada nos prepara para enterrar el cuerpo de nuestros hijos. Y los padres, que siempre parecen llegar más tarde al lugar de los hechos, vociferan exaltados contra el culpable, directo o no, de la matanza, clamando venganza porque, en nuestra base tribal, todo daño recibido se paga con daño infligido: una justa equidad con milenios de tradición.

Y si no es un coche, será un registro armado de la vivienda que la destroza, expone las miserias a ojos extraños, avergüenza a los ancianos y a las mujeres. Y si no fuera esto, sería un ataque mal medido, un daño colateral, una bala perdida o una persona que desaparece sin más; no se sabe si por voluntad propia, para cumplir el mandamiento de la venganza, o privada de voluntad por haber estado, sin más culpa, en el lugar equivocado.

Y si todo esto no bastara, sería la falta de electricidad o su suministro intermitente, la falta de alimentos, la basura en las calles, la destrucción de hospitales y escuelas o la más absoluta pérdida de valor de la vida humana.

Porque todo esto sufren los personajes de Frankenstein en Bagdad (Libros del Asteroide, traducción de Ana G. Bardají), sin duda una de las mejores novelas que he leído recientemente, y que recrea de un modo original y hermoso el mito de Prometeo.

Se puede definir este libro como una obra coral en la que diversas tramas argumentales se cruzan como el dédalo de las calles de un bazar persa. La arteria principal la forma Hadi, buhonero en los lindes de la sociedad que, llevado por una misión que no alcanza a comprender, recoge restos humanos de los infinitos atentados que destrozan Bagdad para ir construyendo un cuerpo formado por todos esos desechos que los equipos de limpieza han olvidado, tal vez bajo un coche o más allá de la verja de un parque. Su idea es entregar el resultado final a las autoridades médicas como representación de todos los cuerpos insepultos que el conflicto deja a diario.


Sin embargo, por medios increíbles, la vida encuentra acomodo en el cuerpo parcheado de restos humanos. E insuflado de vida, el Sin Nombre, que es como Hadi lo llama, comenzará otro siniestro periplo para cumplir un destino no previsto por su creador.

Decidido a vengar la muerte de cada uno de los que han aportado alguna parte de su cuerpo al conjunto, el Como-se-llame emprende una cruzada que sólo concluirá cuando el último pedazo de carne que porta haya encontrado su justa compensación. Y para ello, amparado en una fuerza ciclópea, impropia de lo abigarrado de su cuerpo y de su naturaleza inmortal, inicia su tránsito terrenal en el que arrastrará a muchos otros.

Y en ese camino, mezcla de insensatez y locura, el Como-se-llame recorre el barrio de Karrada, en el que sus habitantes forman una comunidad heterogénea. Elisheva, una anciana cristiana que habla con el San Jorge de un cuadro colgado en su salón, implora el regreso de su hijo, desaparecido en la guerra con Irán. Una vecina envidiosa pero caritativa odia por encima de todo al arribista que se está haciendo con la mayoría de las casas del barrio, amenazando a sus ocupantes o engañándolos, aprovechándose del clima de violencia y terror en que viven todos ellos.

La brutal actualidad no es ajena a la novela, sacudida por los atentados y por la presencia de facciones que luchan por el control de barrios o incluso de una simple manzana, aún a costa de la vida de los pacíficos habitantes que no pueden confiarse a las fuerzas de un Estado que no solo es débil y está intervenido por las autoridades ocupantes, sino que refleja en su interior todas las contradicciones que Irak arrastra desde su independencia, tal y como da cuenta el coronel Surur.

Los soldados estadounidenses aparecen y desaparecen de manera casi caprichosa por los escenarios de la desgracia. Siempre sin rostro, siempre sin nombre: una fuerza mecánica, como rambos de atrezo, meros figurantes que carecen de personalidad y vestigio humano frente al Como-se-llame, no Ahmed Saadawi, sino el narrador de la novela, es un narrador caprichoso que, de un modo similar al de Cide Hamete Benengeli, nos desvela lo que le ha sido revelado por otras fuentes y entremezcla su narración con las mil y una historias que inventa Hadi, ese Homero que trata de buscar cordura en un mundo tan lleno de brutalidad y falto de sentido como pudo ser el de los aqueos.

Pero no hablamos de un tiempo pasado hace casi tres milenios, sino de nuestros días extraños, en los que se mezcla una ciudad atenazada por el miedo y la violencia, apenas sin suministro de agua potable, pero en la que muchos de sus habitantes disfrutan de un smartphone con el que consultar internet.

Y es en este tiempo extraño, pero a la vez tan parejo al de la Antigüedad, en el que se puede atribuir al Como-se-llame todos los sueños y esperanzas, o los temores y remordimientos que cada uno quiera atribuirle, porque lo inalcanzable e inexplicable tiene ese poder: el de un mito compartido en el que cada uno encuentra la explicación que le quiera atribuir.

El relato de Saadawi se mueve en esa fina línea en la que la crudeza y violencia que describe se suaviza por un genio narrativo deslumbrante. Su sabiduría para combinar los personajes más humanos y creíbles con un tono que se acerca al realismo mágico de autores como Rushdie hace de Frankenstein en Bagdad un libro memorable que nos hace recuperar el gusto por una lectura que ansía devorar capítulo tras capítulo, al tiempo que lamenta acercarse al final de la historia.

La triste realidad iraquí y las penurias de sus habitantes son un desaliñado decorado para esta obra maestra que, sin duda, el autor habría preferido no escribir. Pero su brillo literario nos permite acercarnos a una realidad desde una perspectiva más cierta y humana que la de cualquier titular del telediario, apenas quince segundos de sangre y terror. Aquí, por el contrario, la rabia y el dolor, la esperanza y la crueldad encuentran un mejor reflejo, puesto que la literatura es, a muchos efectos, el mejor espejo de una realidad cuando esta nos es negada por otras vías.

Y quizá por eso este Frankenstein moderno no provoque miedo, sino comprensión. Porque el verdadero horror no está en lo fantástico, sino en lo cotidiano: en una ciudad que sangra, en unos cuerpos mutilados, en una justicia imposible. Frankenstein en Bagdad no es solo una novela poderosa, es también una elegía política, una meditación moral, una advertencia universal.

 

 

28 de febrero de 2025

Sueños olvidados y otros relatos (Stefan Zweig)



Stefan Zweig fue un escritor que entendió como pocos el alma humana y sus contradicciones. Su prosa envolvente, su capacidad para ahondar en las emociones más recónditas y su mirada nostálgica hacia un mundo en desaparición hacen de cada uno de sus relatos una pieza inolvidable. En Encuentros entre libros, Zweig nos lleva de la mano a través de cinco historias donde el amor, en sus múltiples formas, se convierte en el eje central de la existencia. Desde el fulgor del primer amor hasta la desolación del exilio y la pérdida, cada relato nos recuerda por qué este autor sigue cautivando a generaciones de lectores.

 

 

Toda la obra de Stefan Zweig está ganando un prestigio considerable entre los lectores gracias a la labor editora que ha llevado a la publicación en los últimos años de casi toda su obra literaria, ensayística, correspondencia, diarios,innumerables biografías y estudios sobre el autor austriaco.

 

Es en este contexto en el que se encuadra la publicación por la editorial Alba de este pequeño volumen que recoge cinco relatos de Stefan Zweig no muy conocidos con la excepción de Mendel, el de los libros. Todos ellos guardan un punto de conexión en torno al amor en sus más diversas y amplias acepciones.

 

Se trata de una colección que pone a prueba la habilidad del autor en el género del relato, tanto en su versión más reducida cómo en aquella en la que la extensión le acerca al formato de novela breve. Pero en ambos extremos Zweig se mueve con soltura y sabe captar la atención del lector con una aparente desenvoltura que empuja a pasar las páginas a un ritmo trepidante pese a que sus tramas no son especialmente afectas a los tiempos en que vivimos y dejan un regusto a un pasado moroso en los detalles y aplicado en la elección precisa de cada palabra, cada adjetivo empleado para describir unos sentimientos que nos sorprenden por lo contenido y profundo.


El primero de los relatos aborda el tema del primer amor, el que nace con la inocencia e ideales de la juventud, el que se cree eterno y pleno de sentido, el que desdeña los convencionalismos y la timoratería de la sociedad adulta. Ese amor que, sin embargo, cuando queda atrás, como siempre lo termina haciendo, no son muchos los primeros amores que terminan siendo únicos, se ve con cierta vergüenza y condescendencia. Nos coloca en una posición incómoda y puede llegar a ser negado y borrado de nuestra memoria hasta que algún viento venido de lejos remueve las ascuas, no sabemos con qué consecuencias.  


El segundo relato aborda el amor imposible, el que no se atreve a expresarse por la certeza del rechazo. Sea por las diferencias de clase, por la timidez del amante o por la absoluta indiferencia del ser amado. Lo cierto es que este amor se lleva por dentro con un dolor trágico que no siempre tiene un feliz final. Tal vez sea el relato más estereotipado de los cinco aquí recogidos, pero en todo caso, Zweig sabe darle un toque distintivo, y casi un sentimiento holístico, tal vez exagerado en su trágico desenlace pero eficaz en el devenir de la narración, siempre atenta a cada pequeño aleteo de unos sentimientos exacerbados.


Pasamos al tercer relato, una interesante historia sobre un imposible triángulo amoroso entre un joven y dos de sus primas con las que convive en una casa solariega durante un verano de juventud. Como suele ocurrir, el joven se enamora de la prima equivocada y es, al tiempo, objeto de adoración de la segunda. ¿Cómo afrontar una situación en la que parece fácil tomar a quien nos ama, pero para lo que se requiere renunciar a quien amamos? Una elección no siempre fácil, menos aún cuando estamos movidos por el juvenil ardor que no permite medir correctamente nuestras propias fuerzas y las intenciones de quienes nos rodean.  


Pero entramos ya en los mejores relatos del volumen. Hasta aquí, estamos en los términos de un amor convencional, esperable en los relatos al uso. Sin embargo, en la cuarta historia nos encontramos con un joven pupilo que siente una devoción inquebrantable por su viejo profesor, que parece regalarle una confianza desusada, lanzándose incluso, ante las súplicas del alumno, a retomar los trabajos de su gran obra nunca concluida. Pero no es solo lo académico lo que se entremezcla en este relato. La esposa del profesor, más joven que éste, entra en escena con una ambigüedad calculada ante el desconcierto del joven. No podemos desvelar más sobre la historia, pero sí asegurar al lector que lo que tendrá por delante si lee el relato poco puede parecerse a lo que deja entrever esta breve introducción. El radical planteamiento de Zweig, casi impensable en aquella época, nos deja un sentimiento de sorpresa y una visión sobre este autor del que creíamos conocer casi todo.


El quinto relato nos cuenta la historia de un burgués adinerado en una pequeña ciudad alemana, aficionado al arte, que ha logrado acaparar una extensa colección de antigüedades de todo tipo y valor. Al pueblo llega un marchante de Berlín con la intención de tratar de engañar al anciano y hacerse, por un módico precio, con alguna ganga. Lo que allí encontrará le deja anonadado. El relato es una excelente visión de la pesadumbre y desesperanza que se cernió sobre la derrotada Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Toda la crudeza y desolación del conflicto llega a esta pequeña ciudad y sus terribles consecuencias son la causa de la sorpresa del marchante.


Pero llegamos aquí a la obra maestra de esta colección, sin duda, de lo mejor escrito jamás por Zweig, Mendel, el de los libros. Mendel es un judío oriundo de la Galitzia oriental. Huyendo de los pogromos, llega a Viena donde se establece en un café para desarrollar su trabajo, mezcla de mercader de libros de segunda mano, conseguidor de obras totalmente inencontrables y, por encima de todo, apasionado divulgador de todo su vasto conocimiento sobre ediciones, precios, catálogos, colecciones privadas, hasta el punto de ser más eficaz que el mejor archivo de biblioteca concebible.


Mendel vive por y para sus libros. Sus ropas son miserables, su alimentación paupérrima, pero su pasión infinita. A él acuden quienes deben consultar obras sobre temas que nadie parece conocer, él se encarga de localizar los libros que los más afamados bibliotecarios de Viena dan por desaparecidos o atribuyen a meras leyendas. Mendel vive en su mundo de papel, alejado de cualquier realidad que no esté comprendida en las páginas de un catálogo, una revista o un libro. Por eso, cuando estalla la Primera Guerra Mundial, parece no enterarse, ser ajeno a un conflicto que nada tiene que ver con el motor de su increíble y plena vida.


 

Pero la realidad terminará por pinchar su burbuja. Las desgracias de un extranjero en un país enemigo le muestran que su pacifismo e indiferencia a la política y locura general no le sirven de vacuna, no le protegen de nada. Solo cuando algunos de aquellos a quienes ayudó a completar sus colecciones bibliófilas se interesan por su estado, logra salir del confinamiento que le han impuesto las autoridades. Pero la vida real ya se ha colado como un veneno en su vida que apenas logra recuperar su prestancia previa. Los libros ya no parecen bastar en un nuevo mundo que trata de rehacerse entre las ruinas dejadas por el conflicto, las ilusiones de los jóvenes de comienzos de siglo, como el propio Zweig, sus ilusiones y esperanzas quedan a trás, quedan en un mundo al que Mendel ya no puede volver y que le arrastra con la misma fuerza que va desgranando hechos implacables camino de un nuevo conflicto.


También Zweig, logra prestigio y reconocimiento gracias a los libros, pero esto no le salva de ser considerado un autor degenerado, contaminado por su decadencia burguesa y por su marca judía de nacimiento. Pese a lograr huir de Viena y refugiarse en Londres y, finalmente, huir a Brasil, tampoco allí parece creerse seguro y decide poner fin a sus días. Apenas en el momento en que la guerra está girando sus engranajes a favor de los aliados, justo en el momento en el que millones de personas en toda Europa continental desearían ocupar el cómodo y, hasta cierto punto, holgado exilio, Stefan Zweig deja escrita su última página en forma de nota de suicidio que explica poco, si es que alguna vez estas líneas han servido para explicar algo.  


Tal vez Zweig, como Mendel, sabía que la guerra podría pasar, pero su vida, su mundo había quedado atrás. Todo aquello que amaba, los libros, las ideas que defendía, sus amistades y las naciones en que nació y vivía, todo se desmoronaba al margen del curso de la guerra. Y para no seguir los pasos de Mendel, el de los libros, decidió adelantar el fin de una obra de la que ya creía escrita la parte fundamental.






25 de enero de 2025

Encuentros entre libros (Stefan Zweig)


 

La literatura, esa mágica ventana al alma humana, encuentra en Stefan Zweig a uno de sus más apasionados defensores. En Encuentros entre libros, el genio austríaco nos invita a una travesía única por su universo literario, una mezcla de veneración y análisis que coloca al libro como el vehículo supremo del conocimiento y la emoción. Esta obra no es solo un compendio de ensayos; es una declaración de amor al acto de leer y escribir, que nos lleva desde los grandes nombres como Goethe o Mann hasta los ecos de cuentos infantiles y leyendas universales. ¿Qué significa realmente vivir sin libros? Zweig no solo lo reflexiona, sino que nos lo muestra con la intensidad de quien no podría concebirlo.


La editorial Acantilado continúa con su loable iniciativa de traer a nuestro idioma y lectores actuales la totalidad de la obra de Stefan Zweig, bastante abandonada en esta lengua hasta fechas recientes y ahora hiper publicada con denuncias cruzadas por derechos de traducción, reproducción y demás.

Encuentros con libros forma parte de este empeño y solo podría entenderse a su amparo. El volumen recoge una selección de la amplia obra escrita del autor austríaco reseñando obras ajenas, introducciones a libros de otros escritores, amigos o no,  prólogos, o escritos sobre la importancia de los libros.

Este material tan heterogéneo y desigual ofrece una visión inédita de Zweig que nos acerca a su figura desde una perspectiva totalmente inédita. Cómo veía las obras de sus contemporáneos o qué valoraba en éstas y, por tanto, cuáles eran sus principales valores estéticos e intelectuales en la apreciación de la obra ajena que, de algún modo, deberían verse reflejados en la propia.

Para Zweig la cultura, entendiendo por tal las letras, la música y el arte, eran el sustento espiritual del hombre. Y este sustento nos llegaba fundamentalmente a través de los libros, de ahí lo acertado de la selección del título de este compilado. Porque para Zweig lo que viene a distinguir al hombre de la bestia es esa capacidad de emoción a través del espíritu, la sublimación del intelecto a través de las letras o las imágenes o notas musicales, estímulos para los que se precisa de una formación y capacitación previa.

En dos de los ensayos aquí recogidos, sin duda los más sustanciosos de todo el volumen, se reflexiona sobre esta idea central del pensamiento de Zweig. Así, El libro como acceso al mundo y El libro como imagen del mundo son la cara y cruz de su ideario. Porque los libros, la obra escrita son el perfecto reflejo, la expresión máxima de lo que el mundo es, de manera que podemos afirmar que todo lo humano se encuentra recogido en los libros y estos reflejan, y así deben hacerlo, esa realidad que, de otro modo, nos resulta más inaprehensible. Pero, al mismo tiempo, los libros son el medio de acceso al mundo, cosa lógica si estos son el reflejo de aquél. Por tanto, la palabra escrita es el modo a través del que obtenemos el conocimiento de una realidad que previamente ha sido condensada por nuestros antecesores y coetáneos en sus obras.

En estos textos Zweig nos narra la sorprendente historia del camarero analfabeto de un crucero que le lleva por el Atlántico que le pide que obre como mediador para leer la carta de su enamorada. Zweig se pregunta cómo puede ser la inaudita vida de alguien que no conoce el mundo a través de los libros, que vive a través de lo que sus sentidos, sin filtro estético alguno, pueden informarle. El desconcierto absoluto del escritor queda patente en sus reflexiones al respecto.

No olvidemos que Zweig es el autor de Magallanes, un libro en el que narra la gesta del navegante, tomando cuanta información precisa de libros, sin plantearse la necesidad de experimentar una parte de lo que su biografiado vivió o sin tratar siquiera de ponerse en su lugar más allá de un punto de vista metafórico. Queda claro que para Zweig la experiencia viva es irrelevante al lado de la vivencia que logra a través de los libros.

 

 

Tampoco nos debe extrañar por tanto que, entre reseñas y comentarios a libros de amigos y protegidos como Joseph Roth, también haga su aparición Mahler o El malestar en la cultura de Freud, todos ellos ilustres vieneses, junto a comentarios sobre el Emilio de Rousseau. Y es que para Zweig la escritura no es un mero divertimento o un medio de experimentación vacío. En el escrito aquí recogido sobre el Ulises de Joyce se muestra de un lado escéptico sobre si este libro puede encuadrarse en la novelística como género y le otorga poco recorrido en la historia de la Literatura, si bien, de otro lado, solicita respeto al autor, no nos engañemos, aquí puede jugar el corporativismo, no olvidemos que Joyce residió largo tiempo en la austríaca Trieste, residuo de ese tiempo imperial del ayer, y que el propio Zweig pronto vería cómo sus obras eran acusadas de degeneradas, aquello que más podía aterrorizar a nuestro autor y que sus libros pronto arderían en las hogueras de Bebelplatz. Así también es sobrecogedor su comentario sobre la mejor obra de las letras alemanas recientes, Carlota en Weimar de Thomas Mann, que tiene la desgracia de haber sido prohibida en Alemania, precisamente el país en el que mejor habría de ser comprendida.  

Pero sigamos adelante con estos treinta y cuatro escritos que el editor ha considerado adecuado recoger de manera temática antes que cronológica. La materia es casi tan variada y amplia como lo es la curiosidad del autor austríaco. Así, tenemos una introducción a las obras de Goethe, una figura central en las letras alemanas, otro omnívoro libresco que, sin embargo, tenía una vena más aventurera y empírica que Zweig. Y pese a ello uno cree que nuestro autor sueña de algún modo con poder llegar a emular al genio alemán. Por si acaso, también tenemos otros escritos sobre luminarias menos cegadoras como Heine, Rilke o el agrio Kleist, otro autor admirado también por el contemporáneo Franz Kafka, un prófugo de la vida social con una fuerza literaria que querría tomar como modelo.

También se aprecia el gran influjo de otras literaturas, especialmente la francesa con escritos sobre Flaubert o Balzac, y rusa en especial Dostoievski. Sorprende la aparición de Whitman, tal vez algo ajeno a la tradición literaria centroeuropea, lo que viene a poner de manifiesto ese interés inagotable de Zweig por todo lo impreso.  

Pero no solo de alta literatura vive el intelecto, también en el recuerdo de las primeras letras infantiles encuentra motivos de gozo, redescubriendo obras de los hermanos Grimm o Verne. No olvidemos que para Zweig el libro es siempre útil, puerta de la percepción del mundo. Y ésa es la medida de su valía, siempre y cuando se exprese de manera estéticamente hermosa. Por esto mismo, veremos aparecer en estas páginas Las mil y una noches o las obras de Rabondranath Tagore.

El problema con el que se encontrará el lector será que no podrá contrastar muchas de estas opiniones con referencias propias. Gran parte de los autores reseñados y comentados son ajenos a nuestros días y geografía. Otros, como Goethe, Kleist o Heine parecen algo alejados en el tiempo.

De lo dicho hay que concluir que este libro, por sí mismo, no es sino un regalo para los fanáticos de la obra de su autor, para quienes quieran completar un conocimiento casi enciclopédico sobre el mismo. También se revela como un perfecto complemento a la lectura de El mundo de ayer, esa especie de autobiografía, tanto del autor como del tiempo que añoraba en ese perpetuo pensamiento de que cualquiera tiempo pasado siempre fue mejor. 

 

9 de julio de 2024

El ángel de Múnich (Fabiano Massimi)



En septiembre de 1931 aparece muerta Geli Hitler, la sobrina de Adolf, en los apartamentos que ambos ocupan en Múnich. La muchacha tiene una herida de bala próxima al corazón que le ha perforado un pulmón provocando su asfixia. Ha caído de bruces golpeándose la cara, rompiendo su nariz y dejando un notable charco de sangre. Una escena estremecedora incluso para Sauer y Foster, los dos detectives a los que se encarga la investigación y que aparecen por la casa pocas horas después de la muerte.

 

Aunque son avezados investigadores, de lo mejor de la policía de Múnich, lo cierto es que la empresa de averiguar lo sucedido no es fácil, en especial porque su responsable les exige alcanzar una conclusión en apenas ocho horas. La relevancia pública de Hitler ha crecido desde su fallido intento de golpe de estado y su encarcelamiento. La publicación del Mein Kampf le ha permitido expresar sus ideas ganando adeptos dentro de la extrema derecha, orillando a las organizaciones de veteranos y otros grupúsculos, haciendo creer a la derecha industrial alemana que su candidatura puede no ser un mal antídoto contra el bolchevismo y la radicalización de los obreros sometidos a una crisis económica sin precedentes.


De hecho, Múnich se ha convertido en el feudo nazi, una ciudad en la que el partido ha logrado infiltrarse en todas las capas del poder, sea económico, periodístico o policial. Así que el mensaje que los detectives reciben es sencillo. Hay que aclarar lo sucedido, ser discreto y no dar tiempo a que la prensa o los políticos, del signo que sea, comiencen a tratar de utilizar la muerte a su favor.

 

Sauer y Foster son unos grandes profesionales y en ese breve plazo llegan a una conclusión compartida también por el médico forense que aparece pocos minutos después. Estamos ante un suicidio. Tenemos el qué y el cómo, tan solo queda averiguar el móvil, qué ha podido impulsar a una joven alegre, vital, hermosa, una supuesta promesa del canto, la sobrina de una figura política ascendente que la adora, a quitarse la vida.


Pero es que el suicidio parece la única explicación. Geli ha tomado la pistola de su tío, se ha encerrado en su habitación y se ha disparado tras una discusión con Hitler antes de que éste parta de viaje hacia Hamburgo para dar un mitin. La discusión parece girar en torno al deseo de Geli de dedicarse de manera profesional a la música tras recibir clases de canto y manifestar su voluntad de instalarse en Viena. Pero ni siquiera todos los testigos parecen corroborar esta supuesta pequeña trifulca doméstica.


Y cuanto más se trata de profundizar en la vida de Geli, más contradicciones surgen en la versión oficial. Las entrevistas al personal de la casa o a los encargados por el partido de ofrecer su versión, señalan diversas causas, amores varios, un supuesto embarazo, una vida opresiva en compañía de un tío que la adora y está obsesionado por ella hasta el punto de no dejarla salir sola de casa sino es en su compañía o en la de algún acólito de confianza. Un suicidio fruto de un conjunto de razones, ninguna de ellas suficiente por sí misma, todas ellas juntas concluyentes y letales para una joven llena de vida, hasta que deja de estarlo.


El ángel de Múnich, escrita por Fabiano Massimi y editada por Alfaguara y traducida del italiano por Francisco Javier González Rovira, es una novela que conjuga el género negro y el histórico en sabias proporciones. La mezcla de personajes reales y ficticios se revela perfecta e indistinguible. Su retrato de los futuros jerarcas nazis es certero pero no trata de dibujar en ellos rasgos que solo se acentuaron e hicieron evidentes en el futuro. Ahora los muestra como lo que son ese año, en 1931, una cuadrilla de medrosos políticos, cocidos en las propias intrigas del Partido, ansiosos por alcanzar el poder a cualquier precio pero tan preocupados por sus enemigos políticos como por los del propio partido. Miserables y mezquinos, traicioneros y mentirosos, solo temibles por su coqueteo con la violencia a través de los esbirros ideologizados de las SA y las SS, quienes les sirven con ciega lealtad.

 

Los verdaderos héroes de esta tragedia son, a parte de la bella y alegre Geli Hitler, Sauer y Foster, reflejo de esa pareja clásica de investigadores, perfecto complemento mutuo. Sauer, soltero y melancólico, Foster, alegre y borrachín, pero ambos comprometidos desde hace años en la lucha por la verdad. Unos profesionales que no cejan en el empeño de averiguar el motivo del suicidio creyendo ver en él la clave de algo que no termina de encajar. Especialmente les escama el interés de los miembros del partido por sembrar algunas pistas falsas, en apariencia innecesarias, injustificables, pero que levantan las sospechas de estos profesionales.

 

Pero el tiempo apremia y las conclusiones se presentan en el plazo estipulado: suicidio. Publicado el informe, la prensa se echa encima de la policía, del ministro de interior de Baviera, escandalizada, oliendo la carnaza que la joven sobrina de Hitler ofrece. Y la investigación se reabre para volverse a cerrar poco después. Entre tanto, el mismísimo Hitler se ha entrevistado con Sauer y le ha confiado sus miedos, su deseo de que se esclarezcan los motivos que han podido llevar a su sobrina a tan trágica decisión. De alguna manera, abre a Sauer la puerta del Partido para que pueda investigar libremente y bajo su supuesta protección lo que ha sucedido realmente. La investigación continúa de manera oculta, discreta.

 

Y es que ni el mismísimo Hitler es más poderoso que el partido, porque las entidades impersonales, las grandes corporaciones, los partidos, el pueblo, todos esos conceptos jurídicos indeterminados son el escudo perfecto tras el que se esconden los timoratos y cobardes, los criminales y pacatos, con el único fin de dar rienda a sus más bajos instintos. En esta novela Hitler casi parece un pelele, un muñeco en manos de una camarilla desastrada y patética que solo trata de ganarse su favor al tiempo que recopila pruebas en su contra para poderlas emplear llegado el caso.

 

Y así, Sauer nos lleva de paseo por todo Múnich, visitando la sede del partido, el despacho de Goebbels, los campos de aviación en los que practica Göering, la casa en la que se recluye a Hitler para que se recupere tras la noticia de la muerte de Geli, tal vez para mantenerlo protegido de quienes le puedan amenazar, tal vez para secuestrar su voluntad en un momento de tanta incertidumbre. Porque la camarilla que rodea al líder se muestra como lo que es, una pandilla de meros cobradores, manipuladores, sembradores de pruebas falsas, ávidos de riqueza y poder, pero faltos de carisma y valor, escudados tras la vehemencia del líder, aguardando su momento.

 


El ángel de Múnich es una novela perfecta y detallada, extensa en la justa medida para ir desvelando poco a poco las pistas, jugando como en todas estas novelas a engañar al lector, a hacerle seguir rastros engañosos para, de golpe, devolverle a una senda antes descartada. Pero también es lo bastante exigente como para poder dibujar con seguridad a los protagonistas, a los dos detectives y a Geli, para dotarles de una vida y un aliento que en el caso de Sauer y Foster es pura ficción y en el de Geli perfecta recreación de su vida truncada, sus sueños y anhelos perdidos.

 

Massimi es un excelente narrador. No tiene prisa a la hora de desentrañar los misterios que van desvelando sus personajes. Se toma su tiempo para describir el ambiente de los años treinta, la crisis de la República de Weimar o la convulsa política local. No le importa desviar la atención con saltos a la vida pasada de Sauer, auténtico epicentro del relato, ni a retomar hilos dejados a la deriva decenas de páginas atrás. Tampoco le tiembla el pulso a la hora de dejar entrever la verdad del crimen antes de concluir la novela, lo que es una arriesgada apuesta para un género en el que se pretende guardar la intriga hasta la última página. Pero en El ángel de Múnich los personajes de ficción tienen tanta fuerza y veracidad que nos resultan más vívidos que el patán Hoffmann o el orondo Görimg.


La verdad histórica está cuidada hasta un cierto punto puesto que Massimi nos ofrece su propia respuesta a un enigma que aún sigue oculto en nuestros días. Pero como conocedor de los hechos ha tratado de unir los cabos más débiles del supuesto suicidio y ha esbozado su propia respuesta, su quién, cómo y porqué, y tal vez ésta sea la parte que menos me ha gustado ya que el despejar el aire de indefinición que tienen estos hechos para todos aquellos que ya conocíamos la historia no parecía necesario, tal vez sí desde un punto de vista novelístico, pero creo que quizá sea la parte menos conseguida, si bien, será la que más guste a los fanáticos del género. Buena prueba de ello es el éxito y reconocimiento obtenido habiendo sido merecedora del Premio Asti d’Appello y del Premio de Lectores de Novela Negra de Livre de Poche 2012.


Y llegados a este punto, hemos de volvernos hacia Geli, ese ángel de Múnich cuya tragedia puede reducirse al adagio tan manido de que se encontraba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Como hija de la medio hermana de Hitler, logró un grado de intimidad que le trajo la desgracia. La perversa personalidad de su tío la arrojó a un callejón sin salida. Adolf quería mantenerse soltero puesto que creía que debía reservar todas sus energías para el pueblo alemán. Sin embargo, su atracción sexual por Geli era tan evidente que saboteaba cualquier intento de la joven por salir, relacionarse con hombres o entablar noviazgos. Atados por una relación imposible, la muchacha pareció optar por la única salida factible, o tal vez otros decidieron que su influencia sobre Hitler era demasiado intensa, que le desviaba de su futuro, que tal vez podían encontrarle otra muchacha, como Eva Braun, la secretaria de Hoffmann, quien podía resultar más maleable, menos casquivana y llamativa, menos independiente y vivaz. Ésta fue la tragedia de Geli, la desgracia que, de un modo u otro, acabó con su vida.