13 de junio de 2015

Summerhill, un punto de vista radical sobre la educación de los niños (A.S. Neill)




Cuando A.S. Neill  fundó en 1921 la escuela de Summerhill, venía de diversas experiencias en el campo de la educación que no terminaban de encajar en su ideario ni de ofrecer los resultados que anhelaba.

La escuela ha sobrevivido desde entonces fiel a los principios de su fundador a través de la labor de su hija, Zoé Neill,  pese a los embates de una insuficiencia crónica de ingresos, la generalización de una educación oficial dirigida a los resultados y a la competitividad entre alumnos e instituciones educativas o, incluso, a los ataques del gobierno del Reino Unido que en 1999 pretendió la clausura del centro en base a informes técnicos de la Secretaría de Estado de Educación. La gerencia de la escuela recurrió ante los Tribunales obteniendo una victoria incontestable: en lo sucesivo, el marco legal al que estaría sujeta la escuela a efectos de inspecciones y evaluaciones oficiales, sería ad hoc, con el fin de respetar sus propios valores y principios, y poder realizar una comparativa apropiada con el resto del sistema educativo inglés con el que guarda escasos puntos en común.

Pese a este éxito, lo innovador de su aproximación a la educación y lo estable de una experiencia que se acerca con paso firme a su primer siglo de existencia, su fama no ha trascendido fronteras del modo en que lo han hecho otros sistemas como Reggio o Montessori.

Tal vez lo que diferencia Summerhill de estas otras escuelas es su ambición global, su valoración del niño más allá de mero receptor de enseñanza. Para estos métodos más conocidos, la educación debe perder su formalismo, acercarse al niño provocando su natural interés usando su curiosidad como palanca para lograr mejores resultados, una comprensión más global. En suma, se buscan los mismos resultados que en la enseñanza tradicional pero cambiando el enfoque, de ahí lo apropiado de calificarlos como método.

Para Neill, la educación debe partir del alumno, de su interés. Carece de sentido aprovechar que el día sea lluvioso para explicar el ciclo del agua ya que al niño la lluvia le interesa porque le impide salir a jugar a la calle o tal vez porque le permite saltar y embarrarse. Cualquier intento de aprovechar la lluvia para enseñar algo que no sea del interés del alumno no es sino una forma de aprovecharse de él, de manipularlo para lograr forzar un conocimiento que resultará inútil puesto que no ha sido buscado sino impuesto y que morirá al poco tiempo sin haber dejado semilla alguna.




Pero es que para A. S. Neill el conocimiento no es lo más relevante, más bien resulta accesorio en el proceso educativo. Para él, la finalidad específica de la educación es la de favorecer que el niño pueda convertirse en un adulto capaz de comportarse con naturalidad, sin imposturas o afectaciones, capaz de defender sus ideas y de buscar su propio destino, dondequiera que éste pueda hallarse.

A tal fin, las clases son voluntarias. Ningún niño es obligado a acudir a clase, pudiendo dedicar ese tiempo a jugar, andar en bici, dibujar o dormir. De hecho, hay varios ejemplos de alumnos que nunca pisaron un aula. Normalmente, los primeros días en que un alumno llega a Summerhill procedente de escuelas tradicionales, hace un uso amplio de esta libertad pero pronto se aburre porque sus compañeros de juego suelen asistir a las clases. Ése es tal vez el mayor estímulo que reciben los alumnos de Summerhill.

Cuando A. S. Neill escribió en 1960 la más célebre de sus obras (Summerhill, un punto de vista radical sobre la educación de los niños, Editorial Fondo de Cultura Económica 1999) expuso con claridad, desde el propio título del  libro, cuál era su visión de la educación, un enfoque radical que se basa en respetar la libertad del niño, para aprender o para no hacerlo, para tomar sus propias decisiones y enseñarle a asumir las consecuencias, para aprender a regirse a si mimo y a participar de manera activa en una comunidad, poco de ello guarda que ver con la trigonometría o con las declinaciones.

La premisa de Neill es que la sociedad está enferma. La competencia, la búsqueda del éxito a costa de la persona, la huida del cultivo de la personalidad propia en favor de la uniformidad, de la moda, las exigencias que nos vamos creando y que nos atrapan llevándonos muy lejos de donde soñamos cuando éramos jóvenes, todo ello es lo que pretende dejar a las puertas de Summerhill.

El funcionamiento de la escuela es totalmente paritario. Las decisiones se adoptan en una asamblea general en la que él, en tanto que director de la escuela, como el resto de personal docente o de apoyo, son solo un voto más junto con el resto de alumnos (de tres a dieciséis años) a la hora de fijar los horarios de las clases, imponer sanciones, fijar normas o incluso cuestionar la continuidad de alguno de los profesores menos populares.




Ninguna puerta está cerrada, todos tienen acceso a todo, hay muy pocos límites y estos siempre son fijados claramente por la asamblea general. Se trata de límites tan básicos como que ningún menor podrá bañarse en el río sin presencia de alguien mayor, no se podrá pasar la noche fuera del recinto sin autorización del director ...  y poco más.

Frente a lo que111 podría temerse, Summerhill es una escuela bastante ordenada en la que los niños no tratan de hacerse notar, donde la violencia y disputas son muy escasas. Los conflictos suelen reconducirse a la asamblea general cuando las partes no pueden alcanzar un acuerdo y a pocos les gusta que otros decidan por ellos así que las negociaciones suelen ser la norma general de resolución de conflictos.

Según Neill, la razón de esta arcadia es la ausencia de un marco estricto y represivo que permite aflorar la verdadera naturaleza de los niños, el fiel reflejo de lo que podríamos llegar a ser en el caso de que sociedad en que vivimos suprimiera esa misma violencia institucionalizada o encubierta, su pasión por la apariencia, por reglamentar cada aspecto de la vida y por negar las pulsiones más elementales del ser humano, como es el sexo.

Precisamente en este aspecto, clave en la visión de Neill, es en el que Bertrand Russell, prologuista del libro, expone sus mayores reparos. Y es que en ocasiones, la obra parece casi un libro de Freud con sus propias experiencias de niños curados milagrosamente de secretas iras tras darse cuenta de que odiaban a su padre por prohibirle masturbarse o casos similares.

Sin embargo, el mayor problema que podemos encontrar en Summerhill es el de formar niños para una sociedad que realmente no existe. El proyecto parece condenado a no prosperar en una sociedad que ha dado la espalda a los ideales que defendía Neill. Si bien el anhelo del autor era precisamente plantar su semilla de hombres nuevos que ayudaran a cambiar la sociedad y contribuir así a un cambio global.


De poco sirve que la obra recoja un capítulo completo con las dudas y preguntas más frecuentes que el autor debía contestar en sus numerosas charlas o en la correspondencia con padres interesados o preocupados por sus métodos. De poco sirve el nuevo marco legal creado para la escuela pueda garantizar su futuro. Lo cierto es que no ha sido capaz de llevar su modelo más allá de su propio (y único) centro. Esta limitación la confina a un carácter de mero ensayo, un experimento empírico que no ha logrado dar el salto preciso para lograr ese objetivo último.

Y tal vez ello se deba a que la peculiar y compleja vida encerrada en Summerhill requiere de una dirección en manos de personas como Neill, su esposa o su hija y de pocos más, capaces de impulsar hasta sus últimas consecuencias la idea de la libertad. También se requiere de unos padres con el temple suficiente para sobrellevar una presión por los resultados inmediatos y por no temer un futuro en el que nos han hecho creer que la ausencia de una titulación (o varias), el dominio de diversos idiomas y la destreza en las más variopintas disciplinas no será suficiente para garantizar un mísero puesto de trabajo.  

Pero los méritos de una iniciativa no pueden medirse con criterios cuantitativos sino cualitativos (sé que Neill estaría plenamente de acuerdo con esta idea) y tampoco por el número de sus adeptos. La lectura de este libro traerá un soplo de aire fresco -pese a sus más de cincuenta años- para todos aquellos que crean que las cosas siempre se pueden hacer distinto, siempre se pueden hacer mejor.