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28 de febrero de 2025

Sueños olvidados y otros relatos (Stefan Zweig)



Stefan Zweig fue un escritor que entendió como pocos el alma humana y sus contradicciones. Su prosa envolvente, su capacidad para ahondar en las emociones más recónditas y su mirada nostálgica hacia un mundo en desaparición hacen de cada uno de sus relatos una pieza inolvidable. En Encuentros entre libros, Zweig nos lleva de la mano a través de cinco historias donde el amor, en sus múltiples formas, se convierte en el eje central de la existencia. Desde el fulgor del primer amor hasta la desolación del exilio y la pérdida, cada relato nos recuerda por qué este autor sigue cautivando a generaciones de lectores.

 

 

Toda la obra de Stefan Zweig está ganando un prestigio considerable entre los lectores gracias a la labor editora que ha llevado a la publicación en los últimos años de casi toda su obra literaria, ensayística, correspondencia, diarios,innumerables biografías y estudios sobre el autor austriaco.

 

Es en este contexto en el que se encuadra la publicación por la editorial Alba de este pequeño volumen que recoge cinco relatos de Stefan Zweig no muy conocidos con la excepción de Mendel, el de los libros. Todos ellos guardan un punto de conexión en torno al amor en sus más diversas y amplias acepciones.

 

Se trata de una colección que pone a prueba la habilidad del autor en el género del relato, tanto en su versión más reducida cómo en aquella en la que la extensión le acerca al formato de novela breve. Pero en ambos extremos Zweig se mueve con soltura y sabe captar la atención del lector con una aparente desenvoltura que empuja a pasar las páginas a un ritmo trepidante pese a que sus tramas no son especialmente afectas a los tiempos en que vivimos y dejan un regusto a un pasado moroso en los detalles y aplicado en la elección precisa de cada palabra, cada adjetivo empleado para describir unos sentimientos que nos sorprenden por lo contenido y profundo.


El primero de los relatos aborda el tema del primer amor, el que nace con la inocencia e ideales de la juventud, el que se cree eterno y pleno de sentido, el que desdeña los convencionalismos y la timoratería de la sociedad adulta. Ese amor que, sin embargo, cuando queda atrás, como siempre lo termina haciendo, no son muchos los primeros amores que terminan siendo únicos, se ve con cierta vergüenza y condescendencia. Nos coloca en una posición incómoda y puede llegar a ser negado y borrado de nuestra memoria hasta que algún viento venido de lejos remueve las ascuas, no sabemos con qué consecuencias.  


El segundo relato aborda el amor imposible, el que no se atreve a expresarse por la certeza del rechazo. Sea por las diferencias de clase, por la timidez del amante o por la absoluta indiferencia del ser amado. Lo cierto es que este amor se lleva por dentro con un dolor trágico que no siempre tiene un feliz final. Tal vez sea el relato más estereotipado de los cinco aquí recogidos, pero en todo caso, Zweig sabe darle un toque distintivo, y casi un sentimiento holístico, tal vez exagerado en su trágico desenlace pero eficaz en el devenir de la narración, siempre atenta a cada pequeño aleteo de unos sentimientos exacerbados.


Pasamos al tercer relato, una interesante historia sobre un imposible triángulo amoroso entre un joven y dos de sus primas con las que convive en una casa solariega durante un verano de juventud. Como suele ocurrir, el joven se enamora de la prima equivocada y es, al tiempo, objeto de adoración de la segunda. ¿Cómo afrontar una situación en la que parece fácil tomar a quien nos ama, pero para lo que se requiere renunciar a quien amamos? Una elección no siempre fácil, menos aún cuando estamos movidos por el juvenil ardor que no permite medir correctamente nuestras propias fuerzas y las intenciones de quienes nos rodean.  


Pero entramos ya en los mejores relatos del volumen. Hasta aquí, estamos en los términos de un amor convencional, esperable en los relatos al uso. Sin embargo, en la cuarta historia nos encontramos con un joven pupilo que siente una devoción inquebrantable por su viejo profesor, que parece regalarle una confianza desusada, lanzándose incluso, ante las súplicas del alumno, a retomar los trabajos de su gran obra nunca concluida. Pero no es solo lo académico lo que se entremezcla en este relato. La esposa del profesor, más joven que éste, entra en escena con una ambigüedad calculada ante el desconcierto del joven. No podemos desvelar más sobre la historia, pero sí asegurar al lector que lo que tendrá por delante si lee el relato poco puede parecerse a lo que deja entrever esta breve introducción. El radical planteamiento de Zweig, casi impensable en aquella época, nos deja un sentimiento de sorpresa y una visión sobre este autor del que creíamos conocer casi todo.


El quinto relato nos cuenta la historia de un burgués adinerado en una pequeña ciudad alemana, aficionado al arte, que ha logrado acaparar una extensa colección de antigüedades de todo tipo y valor. Al pueblo llega un marchante de Berlín con la intención de tratar de engañar al anciano y hacerse, por un módico precio, con alguna ganga. Lo que allí encontrará le deja anonadado. El relato es una excelente visión de la pesadumbre y desesperanza que se cernió sobre la derrotada Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Toda la crudeza y desolación del conflicto llega a esta pequeña ciudad y sus terribles consecuencias son la causa de la sorpresa del marchante.


Pero llegamos aquí a la obra maestra de esta colección, sin duda, de lo mejor escrito jamás por Zweig, Mendel, el de los libros. Mendel es un judío oriundo de la Galitzia oriental. Huyendo de los pogromos, llega a Viena donde se establece en un café para desarrollar su trabajo, mezcla de mercader de libros de segunda mano, conseguidor de obras totalmente inencontrables y, por encima de todo, apasionado divulgador de todo su vasto conocimiento sobre ediciones, precios, catálogos, colecciones privadas, hasta el punto de ser más eficaz que el mejor archivo de biblioteca concebible.


Mendel vive por y para sus libros. Sus ropas son miserables, su alimentación paupérrima, pero su pasión infinita. A él acuden quienes deben consultar obras sobre temas que nadie parece conocer, él se encarga de localizar los libros que los más afamados bibliotecarios de Viena dan por desaparecidos o atribuyen a meras leyendas. Mendel vive en su mundo de papel, alejado de cualquier realidad que no esté comprendida en las páginas de un catálogo, una revista o un libro. Por eso, cuando estalla la Primera Guerra Mundial, parece no enterarse, ser ajeno a un conflicto que nada tiene que ver con el motor de su increíble y plena vida.


 

Pero la realidad terminará por pinchar su burbuja. Las desgracias de un extranjero en un país enemigo le muestran que su pacifismo e indiferencia a la política y locura general no le sirven de vacuna, no le protegen de nada. Solo cuando algunos de aquellos a quienes ayudó a completar sus colecciones bibliófilas se interesan por su estado, logra salir del confinamiento que le han impuesto las autoridades. Pero la vida real ya se ha colado como un veneno en su vida que apenas logra recuperar su prestancia previa. Los libros ya no parecen bastar en un nuevo mundo que trata de rehacerse entre las ruinas dejadas por el conflicto, las ilusiones de los jóvenes de comienzos de siglo, como el propio Zweig, sus ilusiones y esperanzas quedan a trás, quedan en un mundo al que Mendel ya no puede volver y que le arrastra con la misma fuerza que va desgranando hechos implacables camino de un nuevo conflicto.


También Zweig, logra prestigio y reconocimiento gracias a los libros, pero esto no le salva de ser considerado un autor degenerado, contaminado por su decadencia burguesa y por su marca judía de nacimiento. Pese a lograr huir de Viena y refugiarse en Londres y, finalmente, huir a Brasil, tampoco allí parece creerse seguro y decide poner fin a sus días. Apenas en el momento en que la guerra está girando sus engranajes a favor de los aliados, justo en el momento en el que millones de personas en toda Europa continental desearían ocupar el cómodo y, hasta cierto punto, holgado exilio, Stefan Zweig deja escrita su última página en forma de nota de suicidio que explica poco, si es que alguna vez estas líneas han servido para explicar algo.  


Tal vez Zweig, como Mendel, sabía que la guerra podría pasar, pero su vida, su mundo había quedado atrás. Todo aquello que amaba, los libros, las ideas que defendía, sus amistades y las naciones en que nació y vivía, todo se desmoronaba al margen del curso de la guerra. Y para no seguir los pasos de Mendel, el de los libros, decidió adelantar el fin de una obra de la que ya creía escrita la parte fundamental.






14 de febrero de 2025

Cuentos completoss del Padre Brown (G. K. Chesterton)

 


 

Los cuentos detectivescos describen, por norma general, a seis hombres discutiendo sobre cómo es que un hombre ha muerto. Las historias filosóficas modernas describen a seis hombres muertos que discuten sobre cómo es posible que un hombre viva.




Uno de los géneros literarios más fecundos y con mayor número de seguidores es el detectivesco, historias en las que se trata de plantear una especie de acertijo que el protagonista deberá desentrañar, normalmente para desenmascarar a un malhechor. En estas pesquisas, es clave que el autor logre enrolar al lector para lo que ofrecerá pistas falsas, giros inesperados de guión o complicadísimas tramas que se desvanecerán repentinamente en las últimas páginas gracias a la inteligencia del investigador que, normalmente, habrá ido valorando todos los elementos de juicio a su disposición sin haber dejado traslucir estas intuiciones con nadie, especialmente con el lector, que se sentirá sorprendido y fascinado por el desentrañamiento del misterio. Tal vez incluso quedará tentado de volver a leer el libro con el fin de poder ir reconstruyendo por sí mismo todo el proceso deductivo.


Obviando los antecedentes de Poe y otros autores, se viene a considerar como padre fundador del género a Arthur Conan Doyle y su Sherrlock Holmes, una figura que apareció en Estudio en escarlata y que su autor se vio obligado a recuperar en otras tantas novelas y numerosos relatos más breves recopilados en colecciones devoradas por los lectores ingleses de la época.


Es sabido que, harto de que el atractivo de este personaje ensombreciera el resto de su obra, Conan Doyle recurrió al truco ya empleado por Cervantes, matar a su héroe a fin de que así la demanda de nuevos títulos decayera. Pero, a diferencia de a nuestro autor clásico, la estratagema no le funcionó. Incluso recibió presiones por parte de su madre, no quedándole más remedio que volver a sacar del inframundo a Holmes y traerlo de nuevo al escenario del crimen y el castigo.


Pero, para lo que aquí nos interesa, la relevancia de la figura de Sherlock Holmes es que define de alguna manera el arquetipo del investigador que se replicará hasta la saciedad en todas las secuelas del género. Estamos ante una persona de extraordinaria inteligencia y que, con su mero intelecto y unas prodigiosas dotes de observación, es capaz de alcanzar el conocimiento.


Estamos a finales del siglo XIX y el método deductivo muestra toda su capacidad para impulsar la ciencia y tecnología. Sherlock Holmes es el trasunto de ese éxito. No importa que el personaje sea un excéntrico sociópata, que necesite de un mediador con el resto de mortales a través del mundano Watson, que sus aficiones viajen del violín a las drogas.


Sobre este modelo muchos repitieron la fórmula, otros trataron de innovar de un modo u otro. Así, otra figura icónica en el género es la de Poirot, el detective francés creación de la misteriosa Agatha Christie. En este caso, las novedades que trae la autora y que, al menos en cuestión de ventas y seguidores, puede considerarse que ha superado a su antecesor, son las de llevar sus tramas a diversos escenarios (un tren, un crucero, una isla) en un entorno social normalmente sofisticado y de clase alta y en el que las intenciones de los criminales suelen ser más complejas que en el caso de Sherlock Holmes. También Poirot se erige como único investigador, siempre solo, abandonado el báculo de Watson, el individualismo toma forma definitiva.


Y llegamos, con todas las simplificaciones que esto conlleva, a nuestro autor, G. K. Chesterton y su personaje más célebre, el padre Brown. Partamos de que Chesterton era un conocido polemista, apenas dejaba causa en la que volcar sus opiniones, la más de las veces, heterodoxas. Y nada más heterodoxo que convertirse al catolicismo en el Reino Unido y hacer bandera de ello, publicar obras como Ortodoxia o Por qué soy católico y entrar en debate con cualquiera que se prestara a ello. Considerar la religión anglicana como una forma de paganismo, una pantomima al servicio del poder y someterse, por contra al poder de los denominados papistas, no le debía parecer suficiente a Chesterton. Por ello, decidió embarcarse en la producción de una serie de relatos detectivescos protagonizados por un sacerdote católico.


Más aún, este extraño detective rechaza el frío cálculo y la deducción científica de sus predecesores. Para Chesterton, para el padre Brown, el método para desentrañar los misterios y crímenes es indagar en las oscuras motivaciones del alma humana. De hecho, muchos de estos criminales no son sino víctimas de todos los males que este mundo moderno trae a nuestras calles. Unas presiones y desviaciones de lo esencial que conllevan un apartamiento de nuestra verdadera naturaleza, empujándonos a adorar a falsos dioses, a utilizar ritos y creencias ajenas en el convencimiento de que éstas pueden dar satisfacción a nuestras necesidades en lugar de ayudarnos a dominarlas.


De este modo, el padre Brown se convierte en un personaje tremendamente moderno, un fustigador de las nuevas sectas, de la Nueva Era, un defensor de una forma de espiritualidad como vehículo de comprensión del mundo y de nuestros actos, una perspectiva, por tanto, totalmente opuesta a la del frío y distante Holmes. Más aún, en la mayoría de sus relatos, el padre Brown desenmascara al delincuente pero no acostumbra a entregarle a la Justicia, sabedor de que el peso de la culpa es la mayor de las condenas.   



También resulta curioso cómo dibuja Chesterton a este padre Brown, totalmente falto de atractivo físico, algo pasado de kilos, desastrado en el vestir incluso cuando tan solo parece tener que preocuparse por lucir limpia la negra sotana y siempre pegado a un viejo paraguas, llueva o no, y tan aficionado a hablar con las señoras de la alta sociedad como con los carboneros y sirvientes. La inspiración para este extraño detective la tomó de un sacerdote irlandés, John O`Connor, de quien era amigo, pero sobre esta base real supo construir un personaje realmente peculiar.


El padre Brown: Relatos completos (Ediciones Encuentro) recoge el total de estos relatos en un único volumen. Aquí se encontrarán los libros que recopilaron en vida del autor estos relatos: El candor del padre Brown (1910), La sabiduría del padre Brown (1914), La incredulidad del padre Brown (1926), El secreto del padre Brown (1927) y El escándalo del padre Brown (1936).  Además, y para hacer honor al título de relatos completos, se incluyen dos relatos adicionales publicados en revistas y un relato que se convertiría en el último escrito por el autor poco antes de su fallecimiento.


Si bien, la aventura de leer la colección completa puede resultar algo agotadora, lo cierto es que leer unos cuantos, dejar pasar un tiempo y retomar la lectura es un auténtico placer. y permite observar la evolución del estilo de Chesterton, cada vez más preocupado por los temas espirituales y menos por los crímenes clásicos. Así, resultan cada vez más frecuentes los temas relacionados con sectas, faquires, quiromantes, hindúes falsarios y otros tantos que tratan de esconder sus delictivas intenciones bajo un espeso velo de espiritualidad.  La credulidad de la pacata Inglaterra de comienzos de siglo se convierte en el caballo de batalla del padre Brown que deberá enfrentar las verdades inmutables de su fe a las nuevas corrientes, mejor publicitadas, promisorias de soluciones mágicas.


Acompañar a Chesterton en este viaje es una experiencia peculiar, una forma diferente de contraponer los textos más clásicos del género con una forma totalmente opuesta en la que la reflexión sobre las acciones del padre Brown resulta más relevante que el proceso deductivo, en muchas ocasiones totalmente ajeno al lector. Y durante esta lectura  uno queda tentado de creer, como el padre Brown, que el mayor robo no es tanto el de los diamantes de una corona oriental, sino el de nuestra verdadera naturaleza espiritual, o que la peor de las suplantaciones no es la de quien toma posesión de la vida ajena para adueñarse de sus bienes, sino la de quien nos roba el ansia de vivir. Y tal vez esto también lo intuyó Sherlock Holmes y de ahí su recurso a la música o a la cocaína. Lástima que el padre Brown no pudiera investigar este caso.

 

 

 

 


25 de mayo de 2024

Elvis (Generación Bibliocafé)


 

Tras la publicación de Oro parece …, la Generación Bibliocafé vuelve a la carga con una nueva propuesta, esta vez para sacar a la luz un nuevo título de relatos haciéndolo coincidir con la presentación del espectáculo Elvis: From Memphis to Las Vegas en el Teatro Auditorio La Rambleta de Valencia.  


Dada la premura del proyecto, la longitud del texto se ha visto acortada a unas ochocientas palabras, si bien, esta restricción no parece haber afectado a la inventiva o la capacidad de emocionar de los autores. Más aún, en un par de ocasiones, nos encontramos con unas mínimas expresiones que acercan el texto a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, presleirías podríamos bautizar al género. 


Aunque uno podría creer que la mayoría de los relatos tendrían al cantante como protagonista, lo cierto es que, en muchos de los casos, ni siquiera es una presencia tangible, tan solo su música es una presencia constante en todos ellos. Sea en forma de canción que se escucha en una comunidad de propietarios de la que nadie conoce el origen, sea en los bailes de adolescentes o en los primeros romances bajo la luz de la luna. Y es que la música tiene esa capacidad para emocionarnos, pero también para evocarnos recuerdos del pasado, incluso para despertar los recuerdos de un antiguo profesor de música, hoy en una residencia de ancianos. También nos lleva al día en que tuvimos que escoger entre los dos jóvenes tan diferentes que nos cortejaban, en la certeza de que erramos en la decisión.


Pero la música no es solo una burbuja en la que nos refugiamos para huir del tiempo que nos ha tocado vivir. Por los barrios peligrosos de Chicago o las calles pobres de Memphis viviremos esa América de la que Elvis habló pocas veces, pero de la que tenía un gran conocimiento. Sus orígenes humildes le llevaron a renegar de los vaqueros, una prenda que se había visto obligado a vestir toda su niñez, o le llevaron a esa ordalía de despilfarro vergonzante, aunque tal vez se le pueda perdonar puesto que de ese modo Elvis creía poder comprar la fidelidad de quienes le rodeaban, sabiendo que su mera persona no parecía ser suficiente para nadie. 


Porque en estos retratos también aflora esa figura ya crepuscular que se consume entre medicamentos y atracones de comida, temeroso de quedar pasado de moda o de no ser recordado tras su muerte. Pero aquí queda probado que nada de ello ocurrió. Vemos cómo una abuela narra a sus nietos su viaje a los Estados Unidos para ver a Elvis en su último concierto (nadie sabía que lo sería) en Indianápolis, otro evento que aparece en varios de estos relatos. 


Este choque generacional se marca en algunas de estas historias. No olvidemos que muchos de los autores apenas nos sosteníamos en pie o ni tan siquiera habíamos nacido cuando Elvis murió. Por eso los padres suelen ser correa de transmisión de la pasión por el músico y la música evoca la niñez del narrador, ese tiempo en el que eran mecidos por las canciones que llegaban desde el radio casette del coche o que nos retrotraen a la infancia cuando casualmente paramos en una emisora de clásicos. 


Y tal vez no sea la música lo que más nos atraiga del cantante. Sin duda, su actitud y apariencia, su juventud insultante y su desvergonzada inocencia en un mundo dominado por los adultos sirvió de estímulo a muchos. Musicalmente llegaron otros después que lo superaron en creatividad y talento, pero como imagen y símbolo, Elvis es imbatible. Así que aquí también tenemos relatos en los que él es de Elvis, ella de los Beatles. 



Y hablando de Liverpool, José Luis Rodríguez, el autor del mejor relato que jamás he leído sobre los Beatles, vuelve a esta conexión. Si Ringo llegó a la banda por George, y éste por Paul y éste por John, Lennon nos llegó por Elvis, ya que antes de él no había nada, solo un incipiente y garrulo skiffle, ante el que la tía Mimi aún podía sentirse confortable. 


Como en ocasiones anteriores, he tenido el honor de ser invitado a colaborar en este proyecto por parte del autor y editor Mauro Guillén. En mi caso he optado por un relato sobre los últimos minutos de vida del Rey en su baño de Graceland, un escenario también elegido con mejores resultados por Jorge Richter, prueba de esa común fatal atracción que sentimos por la triste y solitaria muerte del cantante. 


De Elvis perdonamos su parafernalia algo hortera, sus trajes dorados y las lentejuelas, los flecos y los monos blancos. También nos hacemos cargo de su escaso valor para tomar las riendas de su carrera y deshacerse del infame coronel Parker una vez que quedó patente la chapucería y engaños a los que le sometía. Nada de esto nos importa porque siempre nos quedará como símbolo. Tal y como aparece en el cómico relato de Fuensanta Niñirola, nunca me pises los zapatos de gamuza azul, podrás hacer lo que quieras, pero eso no. Por cierto, esta escritora y artista también es la ilustradora del volumen.


También por estas páginas aparece el amor de Gladys, su madre, que vió morir al hermano gemelo de Elvis en el mismo parto y que se consagró a su hijo superviviente. También aparece el relato de Priscilla en primera persona o los imitadores del Rey, una terrible secuela del mito. 


No podemos despedirnos sin hacer mención al magnífico relato de Mauro Guillén, una fábula sobre el Elvis retirado tras fingir su muerte, único modo de librarse de sus admiradores, sus falsos amigos o el coronel. Pero solo es un relato, porque como nos recuerda Franz Kelle, Elvis vive y es valenciano. Así que no es de extrañar que se haya pasado por la presentación y que desde uno de los palcos haya movido sus cansadas caderas, probablemente operadas varias veces, sin evitar una sonrisa al ver cómo su obra aún nos sigue inspirando y emocionando. 

 

 

22 de marzo de 2024

En otro país (David Constantine)

 

 


 

David Constantine es traductor, poeta y narrador, y todo ello queda perfectamente reflejado en los relatos que componen En otro país (Libros del Asteroide), una selección de sus mejores obras breves, publicadas por primera vez en España.


Partamos de la premisa de que un libro de relatos no ha de guardar necesariamente una coherencia interna, menos aún si no se trata de un volumen concebido por el propio autor como un conjunto, sino que responde a una recopilación de su obra breve para ser presentada en otros países. Y, sin embargo, los títulos aquí recogidos, tienen una unidad tal, tanto en lo temático como en lo estético, que ha de responder necesariamente a un talento natural del autor para este género, con unas cualidades soberbias para dibujar los rasgos de sus personajes a través de breves palabras, a veces solo sugeridas, y en los que la complicidad con el lector es un requisito inquebrantable y que se ha de renovar página a página.


Porque no de otro modo se debe afrontar la lectura de En otro país. Cada narración requiere de una confianza ciega del lector, que éste se deje llevar, ignorando al principio todo cuanto sucede, disfrutando de ese sentimiento de incomodidad por creerse retratado que en ocasiones le invadirá al transitar por estas páginas, pero rindiéndose finalmente a la intención de Constantine y a su hermosa prosa.


En cierto sentido, todos estos relatos siguen una serie de pautas que pueden explicar su unidad. En todos ellos, el peso de la acción y el argumento recae en dos personajes principales y, en casi todos ellos, una cierta incomprensión, incluso extrañeza, levanta su parapeto invisible entre ambos. También en cada uno de ellos nos asomamos a una soledad que nadie parece romper pese a la compañía mutua, sea por oscuros secretos del pasado, por la pérdida de la naturaleza humana, por la muerte o por el hartazgo.


En todos ellos el final viene a ser un cierre en forma de interrogante, una proposición al lector, una sugerencia apenas esbozada, nunca impuesta. Y para todos ellos viene a ser importante una relectura tras ese final.


Veamos como paradigma el primer relato, del que no desvelamos más de lo que ya se menciona en la solapa del volumen. Un anciano recibe una carta en la que se le comunica la aparición del cuerpo de una joven caída desde lo alto de una montaña en un glaciar hace unos sesenta años y que el calentamiento global ha dejado al descubierto, en su tumba de hielo transparente, tal y como era en su portentosa juventud.


Y esta noticia cae como una bomba en la vida del anciano que ha de revivir aquellos días y que, de algún modo, se siente en la obligación de hacer partícipe a su mujer, que ha vivido con una versión de la historia algo azucarada y rebajada pero que ahora intuye la magnitud del engaño del que ha sido objeto. Y no es que el matrimonio se venga abajo, éste se funda en una relación de mera compañía, sin afecto especial, sin apego propio. Y, sin embargo, cómo puede una octogenaria luchar contra el fantasma de una joven que, plenamente conservada, congelada para el futuro, se hace presente en su matrimonio roto, un fantasma que ocupa toda la casa y contra el que no puede luchar, ya no. Y es un fantasma que también dice mucho de su marido, incluso de los motivos que le llevaron a casarse con ella, mismo color de pelo, mismo signo zodiacal, muchas coincidencias pero que, tantos años después de su casamiento, poco importan ya.


O avancemos tan solo ligeramente el argumento del siguiente relato, La fuerza necesaria, en el que se nos describe cómo una persona pierde su alma, no como en el mito de Fausto o en la leyenda de Robert Johnson, simplemente la pierde. Y es entonces cuando la echa en falta, cuando comprende lo diferente que es, y cuando comienza a reconocer a otros como él y a sentirse extraño, alejado, a entender la importancia de lo perdido y la imposibilidad de comunicación con su mujer, sus hijos.


Y así hasta catorce relatos, todos ellos hermosos, todos tristes, sin excesivas concesiones, con mucha poética entre sus líneas, como puede esperarse de un autor que ha sido profesor de Literatura y que también publica libros de poesía, por lo que sabe trasladar de un género a otro sus mejores virtudes.

 


El peso de la espiritualidad en los personajes de estos relatos es notable. Afloran monjas, meras beatas, clérigos, pero también profesores solitarios que supieron marcar impronta en sus alumnos, que recuerdan sus experiencias en la tapia del cementerio en su último día. Y es que la muerte es una presencia tangible en muchas de estas narraciones. Ejemplar es el relato en el que un hombre recién enviudado, queda atrapado en el atasco de una autopista por un supuesto accidente ferroviario y que, desde el arcén, contempla absorto la vida imperturbable de una pareja de ancianos que viven su vida a la vista de todos los conductores. Y no sabemos si siente frustración, envidia secreta o una reconciliación absoluta con la vida, una comunión con el espíritu humano, ni si esta contemplación le sirve de viático salvífico o de expurgación de dolores profundos, porque todo queda tan solo enunciado, y es el lector quien ha de reconstruir los pedazos restantes.


Hablar de En otro país supone no poder pasar por alto la importancia de la traducción a cargo de Celia Filipetto, que ha logrado un texto sugerente, armonioso, sutil y delicado, como entiendo debe ser el original.


Son obras como ésta las que permiten sostener que, en gran medida, desde el siglo pasado, el peso de la mejor tradición literaria ha ido migrando progresivamente de la novela al relato, con una infinidad de autores magistrales, que han sabido suplir las limitaciones de espacio propias de este medio narrativo, poniendo de manifiesto que no siempre los giros impredecibles al final del texto son la esencia misma del texto, la idea de que son obras menores, de mero entreno, que carecen de la profundidad propia de textos más extensos. En suma, autores como David Constantine renuevan su compromiso con un género que aún tiene un gran recorrido por delante y que termina por resultar más versátil y personal que muchas novelas. Acercarse a este libro es una forma de compromiso también por parte del lector, una forma de aprendizaje, un ejercicio de conciencia y de admiración.

 

23 de febrero de 2024

Oro parece ... (Generación Bibliocafé)

 

 


 

Como es sabido por cuantos por aquí pasan, la Generación Bibliocafé no es otra cosa que un grupo de escritores, algunos con obra propia, otros tan solo con sus colaboraciones para este proyecto, que llevan publicados más de veinte libros desde aquel primero que salió casi como un proyecto práctico para culminar un curso sobre edición impartido por el infatigable organizador, dinamizador y entusiasta editor Mauro Guillén, en la sede de la librería Bibliocafé, a cargo de José Luis Rodríguez Núñez, hoy abierta a todos en su versión digital.

 

De aquí surgió el entusiasmo por continuar con la misión, incorporando no solo a los participantes en aquél libro inicial. Nació así A fuego lento y todos los libros posteriores, siendo Oro parece …, el último de todos ellos. En esta ocasión, el tema propuesto para dotar de homogeneidad a los relatos es el de las falsas apariencias. Tras la lectura de los 34 relatos, no hay duda de que el asunto en cuestión da de sí.

 

Pero comencemos por el principio y remontemonos a la cita de Pedro Calderón de la Barca con la que se abre el volumen: "Fingimos lo que somos, seamos lo que fingimos". Porque todos somos grandes fingidores al modo de la famosa canción de los Platters , incluso aquellos que se vanaglorian de ir siempre con la verdad por delante mientras nos sueltan la mayor de las mentiras. Todos fingimos lo que no somos. En una entrevista de trabajo, en una reunión de vecinos, en nuestro papel de padres responsables recriminando en nuestros hijos los mismos comportamientos que exhibíamos de jóvenes, por no hablar de lo que de fingimiento tiene todo ritual de cortejo, no solo entre nosotros, también en cualquier especie del reino animal.

 

Este fingimiento es una forma de sobrevivir, de otorgarnos una seguridad relativa, un asidero de confianza. Pero si hablamos de fingimiento y falsas apariencias, de crear una imagen engañosa de la realidad, no nos podemos referir con mayor acierto a otra cosa que a la Literatura, el fingimiento supremo, el puro intento de crear una apariencia de realidad, de llevar a nuestros lectores al lugar que queremos, con la perspectiva que deseamos y elegimos. No queremos otra cosa que colocar a ese humilde destinatario de nuestras palabras en el lugar preciso que cada uno quiere, hacerle partícipe de nuestras ideas y ensoñaciones, compartir con él alguna emoción o reflexión, siempre teniendo claro que esas letras no son sino una gran mentira que tratamos de disfrazar de realidad, no al modo de los discursos oficiales que solo buscan adormecernos sino con el firme propósito de ayudar a levantar unos sueños que hagan menos tediosa la realidad que vemos al apartar los ojos de las páginas.

 

Los maravillosos relatos aquí recogidos ofrecen un amplio muestrario del alcance de estas falsas apariencias, su omnipresencia en todo cuanto nos rodea o sus perniciosos efectos en quienes las padecen. Tenemos las consabidas historias de los malhechores con cara de inocente cordero capaces de las mayores aberraciones concebibles. Pero ya se sabe esa tópica imagen de telediario de los vecinos sorprendidos al descubrir que ese inquilino, el del 4ºB, tan simpático, que ayudaba a las ancianas con el carrito de la compra en el ascensor, tan discreto él, quién iba a pensar…

 

Y su cara inversa, la de quienes afrontan los prejuicios y murmuraciones, los sordos reproches por mostrarse tan solo como extraños, diferentes, tal vez con otra lengua, otro color, otras costumbres que los hacen sospechosos, falsas apariencias negativas que los apartan y separan de la comunidad.  

  

También la mirada en el ombligo de los escritores tiene su lugar. Conocemos la historia de la escritora que se cree magistral cuando apenas es una vulgar plagiadora pero que vive en su propia mentira, tal vez solo creída por ella. O la historia del poeta azucarado que trata de esconder su desviación por el dulce y el merengue.

 

Los amigos también son otra fuente incesante de decepciones y falsas apariencias, los que se aproximan por interés, para burlarte al novio, para sorberte la sangre y separarte del mundo. Y quienes un día rompen deshaciendo ese halo de fingimiento, nunca se sabe si para bien o para mal, hay desencuentros que con el tiempo se ven como una bendición.

 

Los amores también ofrecen un considerable catálogo de falsas apariencias, desde la inocencia del primero de todos ellos, el que se recuerda por siempre, pero con una imagen tan desfigurada, tan alejada de la realidad que no deja de ser un falso engaño, una referencia mítica o, en este caso, platónica.

 

Pero las apariencias no solo vienen por la vía de los hechos, también las palabras crean apariencias, pretendemos ser más modernos y más comprometidos con nuestros neolenguajes que no hacen sino disfrazar la misma realidad de siempre bajo una nueva capa de pintura, simple y cutre la más de las veces.

 

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Pero, sin duda, el mayor escenario de las falsas apariencias es el hogar, en sacrosanto altar de la intimidad que, sin embargo, guarda secretos inconfesables para quienes se han prometido no guardar secreto y compartirlo todo, todo menos amantes, secretos de alcoba o descansillo, actividades paralelas, aunque sean caritativas, que mi mano derecha no sepa lo que hace la izquierda o que mi media costilla no me vea repartiendo comida en un comedor social, no sea que se avergüence de mí, tal vez así algunos sobrellevan la dureza de esa entrega para la que nadie nos educa.

 

Y por estas páginas seguiremos encontrando personajes y situaciones paradójicas como el psiquiatra enfermo, el acosador que frecuenta los parques, el prócer del régimen anterior y su avergonzada nieta o la virtuosa madre esposa que sobrelleva con cristiana devoción sus tareas y responsabilidades.

 

En mi caso personal, se añade un motivo adicional de falsa apariencia, cual es el de figurar como escritor al lado de auténticos maestros en el arte de seducir y confundir, de guiarnos a paisajes imaginarios de tremenda vitalidad y fuerza, poesía y belleza. Me siento, por tanto, un poco farsante y embaucador por haberme colado una vez más en estas páginas, pero, en honor a la temática del libro, creo poder saber de qué se trata y me da cierto derecho, esta vez sí que con plena autoridad, a hablar de estas falsas apariencias.

 

Y como todos tenemos escondida alguna falsa apariencia, algún tipo de falso señuelo, todos podemos encontrar uno o varios relatos en los que sentirnos retratados o denunciados, reivindicados o despreciados. A cada cual lo que le toque, oro o plata a su elección.