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1 de junio de 2025

Correo literario (Wislawa Szymborska)


 Como ocurre en muchas ocasiones, la concesión del Premio Nobel de Literatura de 1996 fue una auténtica sorpresa. La premiada era una poeta polaca no muy conocida fuera de su ámbito geográfico. Poco se podía saber sobre su obra de la que solo constaban algunas traducciones en una antología poética. 


Sin embargo, Wislawa Szymborska había publicado su primer poema en 1945 (Busco la palabra) y su primer poemario en 1952 (Por eso vivimos). Su siguiente publicación, Preguntas hechas a una misma (1957), vuelve a poner el foco en el diálogo interior y la importancia del lenguaje. 


Porque, aunque estos primeros poemas se enmarcan en la corriente de realismo soviético del que poco a poco la autora fue apartándose en busca de un toque más cercano e individual, lo cierto es que estos títulos reflejan de manera perfecta su percepción sobre el arte, tal y como años más tarde, en el discurso de recepción del Premio Nobel lo expresaría de manera certera. Szymborska afirmaba que el poeta debía ser como el científico, debe plantearse que no sabe, debe interrogarse, por qué sufrimos, por qué gozamos, por qué nos tenemos que ir. El asombro surge siempre de la comparación con algo, con lo común, pero en poesía nada debe ser tomado por común, por habitual. Y así, en sus poemas, lo común y habitual nunca es un tópico, siempre trasciende a lo descrito. 

 

Pero esta trascendencia, incluso el ánimo de la autora por escribir realmente muy poco, en todos los sentidos (su discurso citado ha sido uno de los más breves de toda la historia de la Academia sueca), no nos debe llevar a engaño. Szymborska no es una sesuda y seria señora que escribe poemas para suspirar sobre la insoportable levedad del ser.  Nada más lejos de la realidad. 


Durante muchos años trabajó en la revista Vida Literaria en la que, entre otras labores, publicó una columna en la que daba cuenta de las obras, relatos, poemas, que remitían jóvenes (más bien primerizos en las letras, jóvenes o no) pidiendo su publicación o, cuando menos, su valoración. 


Correo literario (Nórdica Libros) es precisamente una selección de estos comentarios en la que la poeta da rienda suelta a sus gustos y caprichos, a su ironía, simpática y cruel a un tiempo. 


Mi novio dice que soy demasiado guapa para escribir buena poesía. ¿Qué piensan de los poemas que adjunto?». Creemos que es usted, efectivamente, una chica muy guapa.


Pero también hay consejos sinceros. Como ya he comentado, la sencillez en la expresión es un valor que la escritora defiende con fervor.

 

Los esfuerzos por ser cada vez más poéticos son la inseguridad más frecuente de los poetas primerizos. Temen la más sencilla de las frases e intentan enmarañarla, y complicarse la vida ellos mismos y complicársela a los demás.

 

Y el estilo tampoco puede quedar al margen. No se trata tanto de reprender en ocasiones a sus corresponsales por el uso de temas manidos o imágenes gastadas, sino que aquellas no deberían emplearse sin un sentido claro, una finalidad y una inspiración que las justifique. 


¿Qué separa a las personas? Un muro invisible. ¿Con qué se puede comparar una gran ciudad? Con una colmena o con la jungla. ¿Cómo es el vacío? El vacío es estéril. ¿Qué hace una cuerda que se tensa? Se rompe, claro. ¿Qué ha decepcionado a este redactor? Todo eso.

Tenemos un principio. Todos los poemas sobre la primavera quedan descalificados automáticamente. Es un tema que ha dejado de existir en la poesía. En la vida sigue existiendo, claro. Pero son dos cosas distintas.


Toda obra ha de guardar una cierta correspondencia con la realidad. Es decir, la poética no excluye la aplicación de la lógica o la vulneración del sentido crítico, tenemos aquí esa visión del poeta como indagador y explicador de la realidad. 


Las descripciones de la naturaleza no forman parte de las prestaciones obligatorias de un escritor. Si no se tienen suficientes palabras frescas para hacer que la descripción sea interesante, es mejor olvidarse de los destellos de la luna en el agua. Además, el fragmento de la novela que nos ha enviado trata del robo de una vaca. En un momento así, ni el ladrón ni la vaca sacada del establo están como para admirar los encantos de la naturaleza.

¿Por qué y para qué escribimos? Sin duda, porque entendemos que lo que queremos transmitir es valioso. Sin embargo, la distancia que media entre lo que creemos interesante para el mundo, no es sino lo que, en nuestra limitada experiencia nos lo parece a nosotros mismos. 


Las mujeres de sus relatos tienen nombres distintos, pero por lo demás son idénticas y de un idéntico muy poco interesante. Por el amor de Dios, por esta patria nuestra se pasean montones de mujeres no solo guapas, sino además valientes, espabiladas, graciosas y encantadoras en la conversación, e incluso cuando son unas arpías tienen un nivel exorbitante, por lo que se distinguen positivamente en el mercado internacional.

Así que no es extraño que las dos principales recetas que Szymborska ofrece a sus advenedizos literatos son la lectura intensiva de buenos libros y una vida y experiencia que le permita sacar provecho de esas lecturas, crear una voz propia, forjar una visión que realmente merezca ser compartida con el resto del mundo, si no, mejor escribir para la criada. 


Le aconsejamos que lea más, que salga con mayor frecuencia y tenga más contacto con la realidad, y que escriba menos y que se haga solo aquellas preguntas a las que es posible dar respuesta.

Como se pone de manifiesto en la introducción al libro, una entrevista que le hacen a la autora, ésta siempre se ha maravillado de que parezca que el mero hecho de saber escribir dos palabras juntas presuponga que uno ya está dotado para la alta literatura, a diferencia de lo que ocurriría con un músico del que se espera una larga carrera dedicada al estudio. 


«He escrito por casualidad veinte poemas. Me gustaría verlos publicados»… Desgraciadamente, tenía razón el gran Pasteur cuando dijo que el azar solo favorecía a los espíritus preparados. Las musas le pillaron a usted en paños menores, espiritualmente hablando.



«Suspiro a ser poetisa». En esta situación, gimo ser redactor.

En esta ingrata labor, la autora polaca se desgañitaba ante manuscritos emborronados, ilegibles, mal escritos, sin respeto a una mínima regla ortográfica. Clamaba en el desierto, ya se ve que en nuestros días también nos quejamos de lo mismo, no creo que en la Polonia de los años sesenta tuvieran una ESO.


Cualquier cosa en este mundo se desgasta con el uso, excepto las reglas gramaticales. Utilícelas sin miedo, hay suficientes para todos.



Ninguno de nosotros fue capaz de descifrar sus manuscritos, que al principio tomamos por poemas. Tan solo en la farmacia consiguieron hacerlo. Los medicamentos se pueden recoger en la secretaría de la redacción.

Pero, en ocasiones, Szymborska se despachaba con un fresco sentido del humor que seguramente desconcertaba a sus lectores. 


Pregunta usted qué opinión tenemos sobre Homero. Hasta ahora, la mejor posible. ¿Por? ¿Ha pasado algo?

Usted, señor Marek, ha contribuido de una manera simpática a aumentar esta lista enviándonos un puñado de poemas finlandeses (¡en versión original!) con la propuesta de que elijamos para la publicación los que queramos, y de que una vez hayamos hecho la selección, usted se compromete a traducirlos. La verdad es que, a primera vista, todos los poemas nos gustan mucho, están escritos en un bonito papel, el tipo de letra es claro y la impresión es buena, el interlineado y los márgenes son regulares, solo hay una palabra tachada con bolígrafo azul, lo cual no afea demasiado el poema y demuestra, además, que el autor se ha preocupado de corregir cuidadosamente el texto mecanografiado.


También combate mitos y falsas creencias sobre el escritor. Ni vive en una torre de marfil, ni se suicida varias veces al día, ni vive en cafés, ni escribe en una catarsis de embriaguez continua. 



Si alguien bebe, lo hace entre un verso y otro. Es la cruda realidad. Es más, si el alcohol fuera el coautor de la gran poesía, uno de cada tres ciudadanos de nuestro país sería, al menos, un Horacio. 


Y así podríamos continuar con divertidos ejemplos del estilo sagaz e inteligente de la poeta polaca. Pero, pongamos orden. Correo literario no es una obra llena de chismorreos y bromas, antes bien, estos comentarios son el reverso de la excepcional calidad humana y literaria de su autora. En ellos vemos sus preocupaciones, su disgusto ante lo que no cree digno de ese nombre, su preocupación por el papel que los autores ejercen sobre sus lectores. Una misión que tal vez le preocupaba, que seguramente influyó en lo mermado de su obra, pero que nos regaló una autora que aún tenemos pendiente de descubrir.

 

 

13 de marzo de 2025

Hôzuki, la librería de Mitsuko (Aki Shimazaki)

 



¿Qué nos atrae de la literatura japonesa? ¿Su minimalismo? ¿Su enigmática contención? ¿O quizás la promesa de asomarnos a un mundo de sutilezas que nos fascina por lo exótico? Hôzuki, la librería de Mitsuko, de Aki Shimazaki, juega con estos elementos y nos sumerge en una historia de silencios y emociones contenidas. Pero, ¿qué queda cuando despojamos la novela de sus tópicos más reconocibles?


Tenemos cierta tendencia al prejuicio cuando se trata de literaturas remotas, con las que no estamos especialmente familiarizados. En el caso de la literatura japonesa, tal vez el efecto sea menor debido a la fascinación que este país suscita en el nuestro. Buena prueba de ello es la cantidad de libros escritos por españoles que se encomiendan a relatarnos la historia novelada del shogunato, los samuráis, las geishas y otras tantas figuras tradicionales.


Pero en lo que se refiere a la propia literatura autóctona, aunque no sea tan frecuente, también contamos con bastante conocimiento. No en vano, por estas mismas páginas han pasado autores como Natsume Söseki (Soy un gato), Masuji Ibuse (Lluvia negra), Kazuo Ishiguro (Nunca me abandones) sin olvidar al aclamado pero nunca premiado hasta ahora con el Nobel Hareki Murakami (Kafka en la orilla). Notables editoriales independientes han desplegado un gran esfuerzo por traer a nuestro idioma obras capitales de aquel mercado o, incluso, obras menos reconocidas pero que podían contribuir a ese interés.


También el cine ha traído a nuestros ojos un mundo reposado y prototípico en películas como Una pastelería en Tokio o Cuentos de Tokio. De esta manera, se ha ido construyendo un modo de entender cómo debe ser el arte japonés en cualquiera de sus vertientes, tan mesurado y rígido que sólo los más expertos o los afines a otros mundos como el manga pueden desmentir con conocimiento de causa.


Para el resto nos queda ese mundo enigmático y exótico, plagado de imágenes consabidas que damos por válidas del mismo modo en el que un extranjero creerá que en España todo el mundo sabe bailar sevillanas o torear, que la bebida habitual es la sangría o que nuestras calles huelen a incienso.  


Es así como llegamos a Hôzuki, la librería de Mitsuko (editado por Nórdica Libros y traducida por Íñigo Jáuregui Eguía) que viene a condensar todo lo que de previsible puede hallarse en este tipo de literatura. Tenemos a damas elegantes vestidas con kimonos ceremoniales, la presencia del té y la conversación a la que siempre parece invitar. También la larga enumeración de platos típicos japoneses que ya no nos resultan tan desconocidos. Pero también tenemos otros aspectos como las ciudades modernas, el distanciamiento social que unas rígidas costumbres dificulta o el clasismo que tan consustancial creemos a dicha cultura.


Lo primero con que asocio este libro, a las pocas páginas de abrirlo, es a la obra de animación de Hayao Miyazaki. Por una parte, tenemos el tono de cuento, no llega a ser apto para público infantil, pero el modo de narrar se asemeja, con pequeños detalles, que anticipan parte de la trama o con la sencillez que, si fuéramos más tópicos aún, identificaríamos con el arte del haiku. Tal vez la excelente portada parece invitar a esa caracterización o quizá se deba a que dos de los cinco personajes sean niños dotados de una madurez impropia de su edad.


La historia es sencilla y lineal. Una joven, madre soltera, debe llevar adelante su pequeño negocio, una librería de viejo, especializada en temas filosóficos, con la sola ayuda de su anciana madre, al tiempo que cría a su hijo pequeño, de apenas siete años, que es sordomudo, pero con una tremenda sensibilidad e interés por todo lo que le rodea.


La visita inesperada de una dama y su hija traen algo de novedad a la librería. La hija de la cliente congenia con el niño durante el breve tiempo en que ambas permanecerán en la ciudad puesto que deben partir pronto hacia Europa siguiendo los pasos de su marido, diplomático de carrera que ya se ha adelantado a su nuevo destino.



Esas breves semanas y la compleja relación que se establece entre las dos mujeres y los niños hará aflorar en la protagonista, gran parte de su pasado. Sus fracasos amorosos o sus renuncias, según como se vea, cómo llegó a su vida el pequeño Taro, cómo logra compaginar su trabajo con la familia y cómo siente una mezcla de envidia y odio por la elegante dama, la cliente que todo lo tiene en la vida.


Muchos son los temas que se agolpan en apenas cien páginas y una narración algo esquemática. Los posibles celos entre ambas mujeres, la culpa del pasado que no termina por disolverse, los temores que nos impiden tomar decisiones valientes y que terminan por condicionar la vida de quienes nos rodean, el juicio moral sobre conductas no aceptadas socialmente, el amor maternal y el sentimiento de pérdida, ...


En suma, muchos temas en una narración en la que lo sugerido y lo silenciado ocupa un lugar preeminente y en la que los hechos  se suceden con rapidez y agilidad.

 

La autora, Aki Shimazaki, es de origen japonés pero residente en Canadá, por tanto, parte de que su principal público lector será occidental, no nativo, y por ello desliza todas esas imágenes que sabe que tan naturales nos resultarán.


Una vez despojada la historia de todos esos tópicos, nos queda una lectura algo fría y distante de una compleja relación en la que el pasado ocupa un lugar primordial pero en la que tal vez los hilos trenzados no terminan de resultar claros ni se comprende el sentido final de todos ellos.


Un regusto amargo puesto que la escritura es limpia y diáfana, los personajes tienen un trazado interesante, esbozado de manera muy esquemática pero efectiva. Al fin, se tiene la impresión de que la historia podría haber sido mejor desarrollada en un texto más extenso o con una planificación más adecuada.




22 de mayo de 2022

La boca pobre (Flann O'Brien)

 


Brian O'Nolan es el nombre real del escritor gaélico más conocido como Flann O'Brien, autor de obras muy aclamadas por la crítica y los lectores de su tiempo, entre las que destacan En Nadar o El tercer policía. En esta ocasión, Nórdica Libros publica La boca pobre, una obra satírica publicada originalmente en gaélico y que, por primera vez, es traducida al español desde esta lengua y no desde su versión inglesa.

La boca pobre narra las aventuras, desventuras en realidad, de un joven gaélico, Bonaparte Ó Cúnasa, nacido en la profunda Irlanda, en el imaginario condado de Corca Dorcha, símbolo de la mayor de las pobrezas y miserias, un lugar en el que el hedor a podredumbre causado por el cerdo que alimenta la familia ha expulsado a gran parte de sus vecinos a América y en el que el menú se compone de patatas, tanto para hombres como para bestias.  

Este paraje imaginario parece ser el último e irreductible bastión de lo gaélico, de esa idea nacional que sirve, como todas, para usarla y envolverse cual bandera frente a todo y a todos. Allí se habla el más puro gaélico, se hacen las mejores fiestas gaélicas y se conservan todas las tradiciones gaélicas que los pérfidos ingleses tratan de borrar de la mente de los no tan auténticos gaélicos de las ciudades.

Allí, donde se disfraza a los cerdos con faldas para hacerlos pasar por niños con un perfecto gaélico y donde la escolarización puede durar una mañana a lo sumo, quién necesitará aprender nada de esos extraños profesores que ni hablan ni entienden el ser gaélico.

Y la fe inquebrantable en esta estereotipada visión nacional sirve para dejar a un lado la pobreza, la ignorancia, la miseria y el robo, la vesanía y la brutalidad, todo cuanto pueda parecernos criticable se convierte en esencia identitaria, por tanto, en prueba de autenticidad.

Y es que, poco hay de lamento por la situación del protagonista, antes bien, vemos al niño, luego joven, feliz y confiado, pobre pero orgulloso no sabemos si por incapacidad de reconocer lo terrible de su situación al ver la misma miseria a su alrededor o por una cuestión de caracter. Porque el libro se desliza claramente hacia el humor absurdo, el que pone de manifiesto las mayores contradicciones sin tregua y sin tratar de exponer conclusiones, dejando al lector esta ingrata tarea.

La ironía viene, en primer lugar, de las historias que se cuentan, a cual más absurda. En ellas, los cerdos conviven con las personas en los mismos hogares y reclaman su porción de patatas, en la que la mugre ayuda a educar a los niños como buenos y auténticos irlandeses o en la que las personas se acomodan a comer carbón si no queda otra, maravillándose de poder tener un a dieta tan variada. Allí es donde ir de caza significa robar casas de algunos más afortunados o donde el padre es una figura ausente, que vive a la sombra, aunque no se encuentre al refugio del sol. Donde las fiestas gaélicas son equiparables a los festines dionisíacos de las historietas de Astérix y donde la muerte cabalga siempre próxima, siempre acechante pero con la que se puede charlar amigablemente si no se encuentra mejor compañía.



 Y puede decirse que este libro refleja de algún modo ese sentimiento nacional de los irlandeses oprimidos en su propia tierra por pueblos vecinos, incapaces de dejarles en paz, molestos por su resistencia a dejarse civilizar, negándose a entender su lengua, su modo de vida, viéndose forzados a actuar como colonizadores, al modo deo que ya ejercían en las lejanas tierras africanas.

Pero no es precisamente ésta la intención de  O'Brien. En su vida profesional, escribía en diversos periódicos de Dublín, desde artículos de opinión a crónicas sobre la vida de sus vecinos. Y por ello, no se le escapaba la profusión de libros en los que precisamente exageraban estas notas que hacían parecer a los irlandeses mejores o superiores a fuerza de hacerles parecer idiotas. En suma, O'Brien escribió La boca pobre con el mismo fin que Cervantes lo hizo con el Quijote, a fin de acabar con toda la progenie de libros gaélicos, libros que glosaban las bondades del paisaje y del clima, del hambre y la cerveza en la que flotaban gusanos.

Llegando así al esperpento, O'Brien pretende ridiculizar esas obras en las que se ensalza de manera simple y ramplona aspectos que no denotan más que bajeza y pobreza antes que un supuesto carácter nacional. La borrachera y la ignorancia escolar, la descortesía con los extranjeros o la brutalidad con los animales no son lo que define a los irlandeses, tampoco su estupidez. Porque, en torno a los años veinte y treinta del pasado siglo, el nacionalismo plantó sus reales en la literatura irlandesa con multitud de libros ensalzadores hasta la ridiculez. Un espíritu refinado y progresista como el de O'Brien no podía sino horrorizarse ante estos extremos en los que pretendía fundarse un mito nacional.

Y así, decidido a exponer el absurdo llevándolo un paso más allá, riéndose de la estupidez que exhibían los adalides gaélicos, escribe La boca pobre, en un proceso admirable del que, lamentablemente, no parece existir parangón en tierras más cercanas donde también se exponen sin vergüenza ideas similares.

Es en la exageración de la pobreza y en el profundo idiotismo que revela la propia consideración que los personajes tienen de sí mismos, de su vida, donde se halla el filón irónico más vibrante de La boca pobre. Es aquí donde podemos reír descarnadamente con estos personajes caricaturescos e, incluso, sonrojarnos con tanta majadería. Es aquí donde disfrutamos de la prosa de O'Brien olvidando el dramatismo que subyace en ella, y es ésta la medida de su habilidad para trabajar con un doble registro, la ironía y la denuncia, sin que se hagan obvias sus intenciones de manera tosca, sino sutil.

Pero el mérito de esta edición, debe ser compartido con Antonio Rivero Taravillo, no solo por haber tomado el texto gaélico original y traducirlo sin pasar por la versión inglesa, ni por su clarificadora introducción, sino por su habilidad para trasladar a nuestro idioma un lenguaje, unos giros y unas expresiones que, sin necesidad de numerosas notas al pie de página, hacen de la lectura un trabajo sencillo y agradable.