16 de enero de 2025

Los juicios de Rumpole (John Mortimer)





Horace Rumpole no es solo un abogado; es un personaje inolvidable, un hombre de toga y peluca que en los tribunales del Reino Unido encuentra la verdadera esencia de la vida. En Los juicios de Rumpole, John Mortimer despliega un mundo de ironía, humor y humanidad, donde cada caso es un reflejo de nuestras pasiones, miserias y convicciones más profundas. Acompañar a Rumpole en su andadura por los tribunales es mucho más que leer sobre leyes: es una lección de vida vestida de fino humor inglés.


 

Los juicios de Rumpole es el segundo volumen de la colección de relatos publicados por John Mortimer tomando como referencia la figura de su padre, un portentoso abogado, y sus propias experiencias en los Tribunales del Reino Unido.


John Mortimer (1923-2009) fue un notable jurista consagrado a la defensa de la libertad de expresión, labor en la que tuvo que emplearse a fondo como abogado de clientes como los Sex Pistols o de la revista satírica británica Oz, en cuya campaña de defensa también participó John Lennon, publicando su canción Do the Oz y God Save Oz.


Pero la vida de Mortimer, por fortuna para los amantes de la buena literatura, no quedó limitada a su faceta jurídica. Ya durante la Segunda Guerra Mundial fue excluido del servicio en primera línea por sus problemas de visión y pulmonares, lo que le llevó de manera indirecta al programa militar dedicado a la producción de documentales que trataban de enardecer y fomentar la resistencia de los británicos. Su labor como guionista le familiarizó con un medio al que volvería en el futuro.

 

Precisamente, su experiencia en la Crown Film Unit le sirvió de inspiración para su primera novela y, posteriormente, debutó en la BBC con un serial en el que dramatizaba otra de sus novelas. El siguiente paso fue su colaboración como guionista en diversos guiones para la radio o televisión, lo que le apartó de su carrera novelística. En 1975, su guión para un capítulo de una conocida serie británica, vió nacer a Horace Rumpole, el personaje que terminaría por tener su propia serie, una de las más longevas y reconocidas de la televisión pública británica.


Precisamente, Mortimer tomó estos guiones como base para la posterior elaboración de relatos que fue publicando sucesivamente, tras cada una de las temporadas de la serie televisiva. Se trata, por tanto, de un caso excepcional, en el que la obra literaria es resultado de un éxito televisivo previo.


Aquí nos centraremos exclusivamente en los relatos dejando al margen los correspondientes capítulos televisivos, disponibles para quien lo desee en Youtube. Y lo primero que se debe destacar es el tono ligero que adopta el autor, en línea con la larga tradición británica en lo que ha venido a denominarse de una manera algo vaga y genérica como humor inglés, pero que no consiste en otra cosa que aceptar como naturales hechos que, para otros ojos, podrían resultar inquietantes. Así, este estilo permite desgranar una profunda crítica social sin derribar los cimientos en que aquélla se basa, pero ayudando al lector a cuestionarse cuanto acontece y extrapolarlo más allá del libro y su argumento.


Rumpole es un letrado obeso, entrado en la madurez, tan preocupado por las leyes como por las tinajas de vino que consume con generosidad junto a otros compañeros de su prestigioso despacho, para disgusto de su esposa, Hilda, "ella, a la que se debe obedecer" tal y como el temeroso Rumpole la nombra. Hilda era la hija del fundador del bufete y Rumpole un prometedor abogado con una carrera brillante que parecía asegurarle el papel de próximo director del despacho, aupado además por el matrimonio con la hija del jefe. No obstante, la desidia para los asuntos de la vida cotidiana, una pereza endémica para algo que no se a rugir bajo una peluca bien bañada en polvos de talco y una falta absoluta de ambición, truncan los planes de la esposa laboriosa.


Porque la vida para Rumpole es aquello que se ve y aprecia en la sala de un tribunal, es lo que resulta de los interrogatorios que todos sus oponentes temen, Rumpole interrogando es como una apisonadora a noventa kilómetros por hora tal y como aseguran sus rivales. Lo que ocurre en la sala de juicios y lo que queda reflejado en autos es lo único que importa. Y las lecciones que extrae desde el estrado son las que aplica para comprender la vida que se extiende más allá de la puerta del Old Bailey, el viejo Tribunal Penal del Reino Unido.  


Rumpole se enfrenta a sus casos con una mezcla de la pericia deductiva de Holmes y una intuición y conocimiento del alma humana propias del padre Brown. Y así, es capaz de olisquear cualquier duda de su interrogado, cualquier aleteo apenas perceptible de sus fosas nasales delatando el punto exacto al que Rumpole se lanzará a degüello.


Entre sus firmes e inquebrantables convicciones se encuentra la de la presunción de inocencia, esa creencia que exige que no solo se condene al culpable, sino tan solo a quien puede ser acreditado como tal mediante un proceso que garantice los derechos del acusado. Y es en esta figura algo anticuada, en este cándido ideario, en el que vemos asomar al Mortimer letrado, al que tanto preocupa esa tendencia por la que los fines parecen justificar los medios, en la que se ve el proceso como el medio formal para dictar una resolución cuyo contenido se conoce de antemano, por la que cada garantía ganada a los señores medievales, a los monarcas y a los dictadores, es cuestionada en cualquier procedimiento por bajo y ruin que sea el acusado.

 

 

Pero no debemos temer que estos relatos sólo interesen a quienes tengan cierta predilección por las películas de abogados y todas sus variantes. Antes bien, esta parte del argumento solo sirve para reflejar los pensamientos de un Rumpole que en su vida civil asume otros retos, más domésticos, pero siempre igual de desafiantes.


Los relatos recogidos en este volumen se corresponden con los episodios de la segunda temporada de la serie (1979) y tratan cuestiones tan diversas como la fe, el amor verdadero, las apariencias y el juego de la identidad o incluso el ocaso profesional. En todas ellas la trama jurídica se acompaña de una historia relativa a familiares o compañeros profesionales de Rumpole, complementándose de manera perfecta, abordando cada tema desde una perspectiva doble. Podemos asistir al proceso por el que Rumpole alcanza las conclusiones para su vida de lo que aprende en el tribunal, y cómo éste no hace sino actuar como remedo de la vida, como escenario de pasiones amortiguadas por las alfombras y togas que, en otro contexto, rompen las vidas de cuantos amamos.


El estilo de Mortimer es ágil y plagado de ironías y contrasentidos que hacen de su lectura un auténtico placer. Las seis historias aquí recogidas terminan sabiendo a poco, en el convencimiento de que los tribunales y la complicada vida de los colegas de Rumpole tienen aún mucho más por ofrecer. Para satisfacer este ansia, tenemos la primera colección de relatos (Los casos de Horace Rumpole, abogado), publicados también por Impedimenta en el mismo año, 2018, y la esperanza de que la editorial aborde la publicación sucesiva del resto de títulos. Esta edición cuenta con una traducción hermosa de Sara Lekanda Teijeiro y una edición impecable como es marca de la casa en Impedimenta.


Resta solo preguntarse qué es lo que explica que este tipo de literatura, de la que tanto se disfruta fuera de las Islas Británicas, no tenga reflejo en ninguna otra geografía. Cuál es la razón por la que obras literarias o incluso películas y series con ese sello inconfundible no hayan creado un género universal, al menos occidental, más allá de su nación de origen. El único motivo que puedo encontrar es la falta de interés por conservar ritos y formas del pasado, una querencia no muy bien entendida por la modernidad que es confundida en ocasiones con el mero derribo de símbolos en lugar de por la sustitución del valor que atribuimos a estos para su continua actualización y vigencia. Así, las pelucas de los letrados ingleses nos inspiran sonrisas y burlas, sin perjuicio de que sintamos una punzada de envidia por nuestra disociación con un pasado que, aunque no compartamos, debemos aprender a cuestionar y valorar, no a esconder para simular que nunca existió. Rumpole, el epígono de una larga tradición es la prueba de que ambos aspectos no tienen por qué estar en contradicción.

 

 

 




7 de enero de 2025

La materia oscura - Trilogía Completa - (Phillip Pullman)

 


 


¿Qué tienen en común un universo infinito de mundos conectados, osos acorazados, daimonions que reflejan el alma y una guerra cósmica entre lo divino y lo terrenal? La materia oscura de Philip Pullman nos invita a explorar estos enigmas en una trilogía que desafía los límites de la imaginación, el pensamiento metafísico y los dilemas morales. A través de las aventuras de Lyra, descubrimos un multiverso que pone en jaque nuestras ideas sobre el poder, la libertad y el espíritu humano. Pero, ¿es todo esto una reflexión sobre nuestra propia naturaleza?
 

 

El gnosticismo es un movimiento religioso con orígenes confusos pero que alcanza su esplendor con el inicio del Cristianismo, tomando una mezcla de platonismo, judaísmo, enseñanzas orientales y todo cuanto queramos adicionarle puesto que poco o nada se conserva de sus textos sagrados, al haber sido considerada una corriente herética en torno al siglo III d.C. por los padres de la Iglesia. De este modo, lo único que podemos conocer de manera cierta es lo recogido en los escritos de quienes persiguieron la herejía y escribieron contra ella, más allá de algunos textos descubiertos en este siglo y que parecen aportar más sombras aún que certezas.


No es por ello de extrañar que sean textos de personajes tan dudosos como Aleister Crowle, cuyo principal mérito es el de haber servido de inspiración a Jimmy Pae, los que hayan contribuido a popularizar esta creencia nuevamente en nuestros días junto a un aderezo de New Age y otras tantas creencias sectarias en el mejor de los casos.


Sin ánimo de abordar un tema que me excede, y tan solo a los efectos de poder entrar en la reseña de los libros que aquí traigo, podremos decir que el gnosticismo sostiene que lo que venimos conociendo como Yahvé o Dios, no es sino un demiurgo, una especie de Ángel Caído, que a espaldas de Dios crea el mundo, la materia para oponer al Espíritu puro que es la verdadera divinidad. La materia es aquello que atrapa el espíritu, que nos envilece y aparta de nuestra pequeña brizna de divinidad. En estas ideas el hombre no se salva por la redención de los pecados y la muerte de Jesucristo, no se redime por su fe, tan solo puede salvarse a través del conocimiento (gnosis) introspectivo, por el misticismo que nos aleja de la materia y acerca a la verdadera esencia. Así, podemos ver la figura de la serpiente tentando a Eva como una realidad muy diferente, el modo en el que Cristo, en la forma de serpiente, tentó a Eva y ésta come del Árbol de la Sabiduría, del fruto prohibido que Dios, el demiurgo malvado le había negado. Comido el fruto y alcanzado el conocimiento de la verdadera naturaleza del hombre, Dios se enfurece ya que pierde el poder sobre este objeto de la creación. Así, expulsa a Adán y Eva del Paraíso, los trae a este nuestro mundo lleno de materia, de cuerpo y vicio en el que trata de hacer olvidar ese conocimiento al que solo algunos pueden llegar de manera muy excepcional.


Y bien, ¿qué tiene que ver toda esta charla, metafísica o religiosa con estos libros? La materia oscura es una trilogía escrita por Phillip Pullman, conformada por tres volúmenes (La brújula dorada, La daga y El catalejo lacado) publicados en España por Editorial Roca y traducida por Dolors Gallart y Camila Batllés. En ellas, narra la historia de Lyra, una niña que resulta ser el eje central de una lucha a muerte entre los partidarios de la Autoridad, un trasunto de la iglesia, de cualquiera de ellas, en su afán por alejarnos de lo divino que habita en nosotros, y las fuerzas de Lord Asley, supuestamente pretendiendo liberar al hombre de esa opresión, volcado en la creación de una República de los Cielos.


La obra se despliega en un multiverso cuyos puntos de escape y conexión están desestabilizando todo el sistema, esparciendo por todos los mundos figuras tan etéreas como el polvo, los espantos o las semillas de los árboles de los mulefas. Este multiverso y sus conexiones son ya tratadas en muchas otras obras como El hombre en el castillo de Philip K. Dick, pero las verdaderas fuentes de inspiración de Pullman se encuentran en obras como El Paraíso Perdido de Milton, pasado en algunos aspectos por la visión poética de William Blake, o Las crónicas de Narnia, de C. S. Lewis con quien comparte el público objetivo o algunos aspectos de la trama, y de la que difiere en la concepción metafísica y religiosa que subyace en ambas, al decir de los expertos.


En el viaje de Lyra por los diferentes mundos y, en suma, por su propio proceso madurativo, se encontrará con seres fantásticos como los giptanos, los mulefas, los osos acorazados, los ángeles o las brujas. Pero tal vez nada más fantástico que los daimonion, personificación en el mundo de Lyra del alma, una especie de alter ego físico y corpóreo que, a modo de animal, acompaña a su humano, dialoga con él y apenas pueden separarse unos metros sin padecer un sufrimiento indecible, tan fuerte e invisible es el lazo que les une.


Estos daimonions tienen aspecto cambiante en tanto el humano sea joven. Pueden resultar gatos salvajes, pequeños insectos, espléndidos peluches que den calor, pájaros cantarines, cualquier forma que refleje las necesidades y deseos de su humano. Sin embargo, según el niño madura, su daimonion pierde esa versatilidad, la capacidad de adaptarse, y queda fijado en una forma que representa, de alguna manera, el alma, el espíritu definitivo de su humano.


No desvelaré aspecto alguno de la trama de las novelas ya que resultan bastante complejas con diferentes hilos argumentales que se entrecruzan en uno o diversos mundos. Baste decir que, como libro juvenil su historia puede resultar interesante, entretenida, igual qué otros tantos libros del estilo. Sin embargo, es seguro que muchas de las alegorías en las que se basa todo el entramado quedarán veladas para este lector, igual que para mí seguro que han quedado otros tantos aspectos. Por contra, para un adulto, tal vez pueda resultar interesante el trasfondo metafísico pero algo alejado el atractivo del argumento, excesivamente infantilizado en ocasiones, fantástico de un modo excesivamente simple. Por eso, pese a ser un estupendo esfuerzo narrativo, a la brillantez de su planteamiento, su fuerza imaginativa y la valentía en las ideas que despliega, no terminó de acertar con el público que pudiera estar plenamente satisfecho con la lectura.

 


 


Los personajes fantásticos de El señor de los anillos parecen estar dotados de un mayor peso específico, tal vez también los de Las crónicas de Narnia. Figuras como los osos acorazados no terminan de parecer necesarias más allá de una demanda por aportar personajes imaginativos. Pero donde sí parece estar más dotada la obra de un sentido literario es en la construcción de algunos personajes, en especial la señora Coulter o Lord Asriel, siempre dudosos en sus propósitos, nunca bien claro de qué bando están y si ayudan a Lyra o se sirven de ella. Lo mismo ocurre con algún otro personaje, añadiendo un interés adicional a las novelas, lo que sumado al trasfondo religioso comentado no es poco bagaje.


Pero equivocado debo estar sin duda, puesto que la obra ha recibido numerosos reconocimientos como el premio Golden Book Award otorgado por los padres de familia. También ha sido adaptada cinematográficamente una parte del primer volumen, si bien, entiendo que no con un éxito claro al no tener secuela hasta el momento.


En su intento por replicar El Paraíso Perdido de Milton y la titánica descripción de la lucha entre Dios y Satán, desde el propio prólogo, Pullman anuncia su deseo de reescribir esta lucha de modo que sea el Diablo quien se alce con la victoria. Ante esta afirmación no faltan las voces que tachan a sus escritos de ser una obra que trata de pervertir a los jóvenes, de alejarles de la Verdad, de ofrecerles un vacío individualista y la total ausencia de valores. Demasiados anatemas para una obra que, por contra, ha recibido elogios del arzobispo de Canterbury, quien ha asegurado que debería formar parte de los programas de educación religiosa de las escuelas. Claro que, un clérigo de la herética Albion, que puede casarse y procrear, tampoco será muy de fiar en estos asuntos.


En suma, estamos ante una obra que puede entretener sin duda y que, además, conociendo algo de los entresijos en los que se basa el autor, disfrutaremos trazando los paralelismos con nuestro mundo, de modo que también éste pueda convertirse en uno más de los que nutren La materia oscura. Aunque Pullman ha escrito otros libros que adornan los bordes de esta historia completándola, la esencia está en esta trilogía que puede ser un buen punto de partida para quien quiera adentrarse en esta interesante visión del mundo y de la Literatura.


 



30 de diciembre de 2024

Milena (Margarete Buber-Neumann)


¿Qué tienen en común el amor, el exilio y la resistencia? La respuesta se halla en el estremecedor relato de Milena, escrito por Margarete Buber-Neumann. Un libro que destapa la fuerza indomable de una amistad forjada en el infierno de Ravensbrück, donde dos mujeres extraordinarias, prisioneras del odio y la tiranía, se convirtieron en el último refugio de esperanza. Pero esta no es solo la historia de una superviviente, sino de un juramento sellado entre alambradas: dar voz a la mujer que desafió al régimen nazi y a su propio pasado. En cada página se palpa el miedo, la traición y la solidaridad de quienes, incluso en la oscuridad más absoluta, se niegan a ceder su humanidad.



Margarete Buber-Neumann formó parte del Partido Comunista y, ya a comienzos de los años treinta, viajó a la URSS como tantos otros, convencida de que allí nacía una nueva tierra, libre de la opresión y tiranía que había conocido en su patria de origen, la atribulada Alemania de Weimar. Pero allí descubrió otro tipo de horror y sufrió las decepciones de quien ve traicionados sus anhelos y esperanzas. Peor aún, padeció en su propia piel la represión y el castigo de los "herejes" que se resisten a pensar lo que otros dictan. Vivió en un campo de concentración en Siberia hasta que el pacto Ribbentrop-Molotov cambió las tornas y Hitler y Stalin se revelaron como lo que eran: dos ególatras dictadores que en poco se diferenciaban. Se acordó un intercambio de prisioneros políticos por el cual los alemanes internados en campos soviéticos fueron entregados a la Gestapo, no con el fin de ofrecerles una bienvenida, sino para llevarlos a otros campos de concentración. Ya se sabe que los principales enemigos de cualquier dictador siempre son los naturales de su propio país, esos traidores a la patria.


Margarete Buber-Neumann terminó en el campo de Ravensbrück, un recinto especial para mujeres, y allí conoció a Milena Jesenská, una joven praguense que ya llevaba mucha vida a sus espaldas. Su amistad se tornó ambigua, pero aquí no estamos para juzgar cómo viven quienes pasan por un tormento similar y sienten una dependencia enfermiza por la persona con la que han creado un lazo lo más similar que se pueda concebir al cordón umbilical.


En los pocos ratos libres que ambas prisioneras podían disfrutar, en paseos al aire libre o en noches en las que escapaban de su barracón y se reunían en algún lugar oculto, se contaron recíprocamente sus vidas y Milena soñó con escribir un libro a medias para reflejar los terrores de los campos. Margarete Buber-Neumann se resistía, pues afirmaba no saber escribir, pero eso a Milena no le importaba, ella tampoco creyó ser capaz de escribir, pero se había forjado una reputación como traductora y periodista. Sin embargo, el proyecto quedó frustrado porque Milena no consiguió sobrevivir al campo, y el encargo de escribir un libro recayó enteramente en Margarete Buber-Neumann, quien además recibió otro encargo por parte de Milena: escribir su vida. Se la había relatado con detalle en sus encuentros y así, le aseguraba la joven checa, su memoria podría pervivir a través suyo.


Margarete Buber-Neumann cumplió sobradamente su encargo como tributo a su amiga. Una prueba de amor más allá de las alambradas y los horrores de los médicos de las SS, las palizas de las guardianas del campo y las peleas internas entre los distintos grupos de prisioneras, comunistas, testigos de Jehová, gitanas y otras tantas "subespecies" a los ojos de los nazis que vivían allí recluidas en una paz forzada que en ocasiones se quebraba con una crueldad extrema. Buber-Neumann escribió tanto el libro que Milena le pidió sobre la vida en el campo de Ravensbrück como el que le encomendó para dejar huella de su paso por el mundo: Milena, publicado por Alfaguara, con traducción de Carlos Fortea.


Milena fue la primera en romper el hielo cuando se conocieron: Soy Milena, de Praga, le espetó ante la sorpresa de Margarete. La checa había oído hablar de ella y sabía que había sobrevivido a los campos soviéticos y que ahora purgaba sus penas en los nazis. Un tránsito político similar al que ella misma había padecido al haber formado parte del Partido Comunista a través de su marido, y en el que no duró mucho tiempo al comprender que los dictados del Partido estaban por encima de la propia conciencia. Milena fue providencial para Margarete, ya que las presas comunistas, sabedoras de que había pasado por Siberia, trataban de aislarla, una muerte social aún peor que las torturas y abusos de los guardianes, ya que apenas encontraba un rescoldo de esperanza en ningún lugar, pero Milena la consolaba, ellas estaban acostumbradas a pensar y organizar su vida a través de rígidos patrones impuestos y, por contra, ellas dos eran libres; podían pensar y vivir libres incluso en aquel horror del campo. La alegría y fortaleza de Milena le dieron esa razón de vivir, reactivando su espíritu de sacrificio y su deseo de salir del campo, de recobrar la esperanza al modo de las enseñanzas de Viktor Frankl.


Ambas trataron de aliviar los sufrimientos de las presas que pasaban sus últimos días en la enfermería del campo, un laboratorio de ensayo para tratamientos monstruosos al estilo de los de Mengele, pero también para el asesinato impúdico de las prisioneras. Margarete era objeto de las continuas preguntas de Milena, que no había perdido el pulso de una buena periodista. Estas preguntas permitieron a la autora detenerse por una vez en el trasiego de su vida, poder analizar sus vaivenes y desdichas, hacer balance, y quizá amarse por primera vez a través de los ojos de Milena.


Así, Margarete comenzó a ser la depositaria de los secretos más íntimos de su amiga. La relación conflictiva de Milena con su padre, un profesor universitario reputado y odontólogo por las tardes, patriota checo, se debió a que este se oponía a todas las relaciones de su hija, siempre tentada por judíos y alemanes, o ambas cosas al tiempo. No es de extrañar que sintiera pronto una admiración por otro damnificado por una figura paterna de extensa sombra como Franz Kafka.


Claro que, en descargo del padre de Milena, hay que decir que ella no se lo puso fácil. Tras la pronta muerte de su madre, la joven volcó todas sus frustraciones buscando el escándalo y el placer. Vivía en una habitación del hotel de un amigo de su padre, pero tuvo que dejarlo pues las visitas masculinas eran la comidilla de la ciudad. Su actitud provocativa junto a otras jóvenes del único instituto para mujeres de Praga, las "minervistas" (por la institución que las unía y alentaba como seres creativos e iguales en todo a los hombres), apenas podía ser soportada por el padre, que debía vivir amargado por las historias que sobre ella se contaban.


Cuando Milena se compromete con Ernst Pollak, checo-alemán y judío, su padre cree morir. Todos sus intentos por romper el idilio fracasan. Ni siquiera que su hija quede embarazada y que él colabore en el aborto convence a Milena de romper con Pollak. El padre acepta finalmente el enlace, pero a cambio de que se muden a Viena, que desaparezcan de la estrecha Praga, que su vergüenza no sea pública, que no se los cruce por la calle. Una ruptura definitiva que no le fue permitida a Kafka y que arrojó a Milena en una pesadilla de difícil gestión. Las infidelidades y el abandono de Pollak la marcaron profundamente. Ella, con su fuerza y espíritu, trató de creer que era lo normal, que era el signo de los tiempos que las mujeres debían aceptar la vida bohemia de sus maridos y estos las de sus esposas. Claro que Pollack no fue tan permisivo con los escarceos de Milena ni con sus comportamientos extraños.


Milena vivía asfixiada. Trataba de escribir para periódicos checos y, poco a poco, se fue refugiando en la Literatura, quedando fascinada por la obra publicada de Kafka, en especial con La metamorfosis, uno de los libros que la atrajo por su profundidad emocional y con cuyo protagonista se sentía identificada. Se volcó en la traducción de sus obras, comenzando una relación epistolar por la que terminaría siendo mundialmente conocida, con escasos encuentros físicos que le dejaron una honda huella.


Pollack se reía de sus escritos y ella se empeñaba en lograr la independencia económica, pues creía que así su marido temería perderla y lucharía por ella. Nada de eso ocurrió. Pero como ella misma le confesó a Margarete, siempre tuvo debilidad por hombres débiles que terminaban por volverse contra ella cuando se sentían dependientes de su fortaleza, comprendiendo que había asumido el papel que les correspondía a ellos.


Por parte de su padre, Milena tenía dos tías que se dedicaban a la escritura, en especial una de ellas, Růžena Jesenská, que ganó cierto reconocimiento con literatura sentimental. En un principio, esto era objeto de burla por parte de la moderna Milena, pero, con el pasar de los años, llegó a reivindicar un mundo de sentimientos íntimos y femeninos en un tiempo en el que la Literatura aún estaba dominada por los hombres.


De Kafka le contó a Margarete que “nada me ha impresionado más en la vida que el leve atisbo de su interior. Era demasiado bueno para este mundo”. Y ese atisbo fue mayor que el de casi cualquier otro amigo o conocido del autor, puesto que este entregó a Milena sus Diarios, esa obra autoacusatoria en la que se desnudaba cada noche para luego despreciarse y solo ocasionalmente desvelar una parte de su grandeza. Tal vez gracias a esa generosa entrega y al cuidado que Milena puso en conservar aquellos cuadernos podemos hoy disfrutar o sufrir junto a Kafka con su pasar por la vida.


Milena le explicó a Margarete sus escasos encuentros con Kafka y su incapacidad para cualquier asunto práctico. Precisamente, lo que le había fascinado de Felice Bauer había sido que era hábil en los negocios. Milena se enamoró de Kafka, pero no logró dejar a Pollack, no había llegado su momento. Kafka enfermaría y, en todo caso, sus escasos momentos de intimidad siempre se verían acompañados por esa sombra alargada que él reservaba para sus relaciones con las mujeres que amaba. El ascetismo de Kafka no era una opción vital, era su único modo de enfrentar un mundo que se le representaba como un jeroglífico, una maraña incomprensible de relaciones, sobreentendidos y cuestiones para las que era totalmente ajeno.


Pero Milena logró finalmente independizarse de Pollack. Alquiló parte de sus habitaciones para poder mantenerse y se enamoró de uno de sus huéspedes, un antiguo aristócrata reconvertido al marxismo. Por amor, siguió sus ideas, viviendo una de sus épocas más felices, ganando autoestima y viéndose ya capaz de regresar a Praga, donde lo haría como una triunfadora, una periodista que ya comenzaba a ser conocida por sus artículos, que habían sido recopilados en un libro que Milena dedicó a su padre como símbolo de reconciliación.


Sin embargo, su éxito despertó los celos de su pareja, que finalmente la abandonó. Milena resistió con fuerza, se sentía invencible y se enamoró de un joven arquitecto, también comunista, que le dio su única hija, Jana Černá, con la que también sería feliz hasta que él terminó por marchar a un proyecto en la URSS, de donde volvió ya divorciado y desengañado con los logros del paraíso proletario. Se habían casado en 1927 y compartieron círculo intelectual, la élite bohemia praguense.


Margarete ilustra muchas de estas historias con textos extraídos de los artículos de Milena, gran parte de ellos con un alto componente autobiográfico. En ellos se nota progresivamente un mejor dominio literario. Junto a observaciones prosaicas se deslizan hermosas reflexiones llenas de lirismo y sensibilidad, un talento aún en construcción, pero con un inmenso potencial que solo Kafka parecía haber sido capaz de detectar en su embrionaria concepción.


Los problemas en el embarazo, derivados de un comportamiento algo imprudente, la llevaron al hospital, a la pérdida de movilidad de una rodilla y a una dependencia progresiva de la morfina que su padre le suministraba para arrancarle los intensos dolores. Y esto significó el ocaso social de Milena. Engordó, perdiendo parte de su lustre; su lirismo pasó a convertirse en acidez y, poco a poco, su obra dejó de reflejar asuntos sociales glamurosos para centrarse en aspectos más sombríos. Tal vez perdió fama e impacto, pero ganó sin duda en profundidad, alcanzó una hondura en la comprensión del dolor humano al que siempre había sido muy cercana. Sus coqueteos con el comunismo pasaron a mayores, ingresando en el Partido. Milena buscaba recuperar en el grupo, en un colectivo superior, la autoconfianza que parecía haber perdido junto a su lozanía y frescura. Pero las purgas de 1936 le hicieron perder la fe en el Partido. Sus ingresos, escasos por escribir tan solo en revistas comunistas de ínfima tirada, hubieron de ser complementados con alguna colaboración bajo seudónimo en una revista socialdemócrata.



Milena recuperó el amor gracias a uno de los encargos que le había hecho el Partido, vigilando a un enfermo sospechoso de tener ideas trotskistas. Y Milena se enamoró de él, de su bondad, de su indefensión, como siempre le ocurría con los hombres. Sus artículos pasaron a centrarse en la crónica política en un momento de enorme convulsión, con Hitler en el poder y tratando de ganar la región de los Sudetes para el Reich, sino toda Checoslovaquia, como terminaría por ocurrir ante el abandono de las potencias occidentales.


En sus crónicas refleja una perspicacia que parecía ajena a sus conciudadanos. Defendía que los checos no podían sostener el odio a lo alemán, que los alemanes del norte del país también sufrían la persecución de los nazis, que la unión debía buscarse entre los demócratas, alemanes o checos, porque de otro modo, como terminaría por ocurrir, se perdería a los demócratas alemanes para la causa checa echándolos a los brazos del partido nazi.


El antisemitismo se fue colando por todas partes, llegando incluso al gobierno de la nación. Y, como siempre, Milena se identificó con los perseguidos. Años después, cuando las leyes arias impusieron la obligación de portar una estrella amarilla a todos los judíos, ella se paseaba por las calles llevándola con orgullo como símbolo de apoyo y compromiso, aunque su ejemplo no fue seguido por los ciegos ciudadanos que creían estar al amparo del odio alemán.


Su obra periodística se volvió cada vez más madura y, a nivel literario, más compleja. Sabía conjugar la sencillez con la belleza, el uso preciso de las palabras con la calidez de la narración, una combinación que tantos escritores buscan y pocos consiguen.


En marzo de 1939, Alemania se hizo con el control de Checoslovaquia. Milena continuó escribiendo durante algunos meses, enfrentándose a constantes conflictos con los censores. Su casa se convirtió en un refugio para judíos y perseguidos políticos, y colaboró en diversos planes de huida hacia el exilio. A medida que la represión se intensificaba, su compromiso con la Resistencia se hizo cada vez más profundo, llegando incluso a involucrar a su hija en estas labores. Jana, que tomó valiosas lecciones de estas experiencias, más tarde destacó como escritora y fue una firme opositora a la ocupación soviética.


Poco después, Milena fue detenida. Tras pasar por diversas cárceles, acabó en el campo de concentración de Ravensbrück, donde falleció el 17 de mayo de 1944. Allí tuvo bajo su cuidado a varias enfermas, a las que protegía falsificando los análisis de sangre para evitar que recibieran la letal inyección o fueran asesinadas directamente, destino reservado para las enfermas graves.


Antes de morir, Milena le pidió a Margarete que escribiera su vida basándose en los recuerdos que le había confiado durante su tiempo juntas en el campo, pidiéndole que fuera su juez clemente. Margarete cumplió con creces el encargo, escribiendo una biografía llena de admiración y amor, pero también de honestidad. En ella, reflejó la fortaleza tanto de Milena como la propia, dos mujeres que vivieron tiempos tormentosos y que supieron alzarse como referentes para quienes las rodeaban. Ochenta años después de la muerte de Milena, su ejemplo sigue despertando admiración por su valentía y resistencia ante la adversidad.

 

 







7 de diciembre de 2024

Mundofiltro: Cómo los algoritmos han aplanado la cultura (Kyle Chayka)


¿Qué pasa cuando el arte de descubrir se reemplaza por un algoritmo que decide por ti? En Mundofiltro, Kyle Chayka desentraña cómo las plataformas digitales han convertido la promesa de un internet libre en un campo de comodidad y conformismo. Desde las redes sociales hasta la música que escuchamos, todo parece diseñado para evitar sorpresas, manteniéndonos en una burbuja de repetición. Pero Chayka no solo diagnostica el problema: su viaje hacia una experiencia más auténtica nos invita a repensar nuestra relación con la tecnología.



Kyle Chayka es un afamado periodista, ganador de un premio por un artículo sobre el turismo en Islandia, que escribe sobre cultura y tecnología en medios como The New Yorker The New York Times Magazine o Harper`s.

 

Nacido en 1978, como muchas personas de su generación, ha vivido en una burbuja en la que ha ido conformando el sentido de su vida en torno a rutinas como consultar a cada pocos minutos las redes sociales desde su móvil, torturarse por un tweet con menos interacciones de las esperadas, buscar los mejores ángulos y enfoques para sus fotos de Instagram, ver la serie de la que todos hablaban, entrar en los debates que creía que movían el mundo. En Mundofiltro: Cómo los algoritmos han aplanado la cultura (Gatopardo) nos narra su viaje por este nuevo mundo que nos ha tocado vivir y lo que de él ha aprendido.


En un principio fue internet, la promesa de un acceso a fuentes de información más libres e independientes no dominadas por el poder, surgidas desde abajo, con acceso directo por parte de unos usuarios ávidos de gobernar sus propios gustos y aficiones, de poder investigar nuevas formas de cultura, de opinión y de información más allá de los cauces tradicionales.

 

Esta edad dorada era proclive para los nerds, esa panda de descerebrados que podían volcar en páginas de ínfima categoría, al menos vistas con nuestros ojos actuales, todas sus rarezas e inquietudes. Era una buena forma de compartir información, de aprender y tomar sugerencias de otros, de adentrarse en el mundo de una forma nunca antes vista.

 

Y a ese mundo casi virgen llegaron poco a poco algunos invitados que parecían compartir ese amateurismo y espíritu comunitario. Pensemos en Facebook, una red social cuya principal y originaria vocación era la de poner en contacto a estudiantes, de hecho, según nos cuenta Chayka, inicialmente tan solo se podía acceder si  se estaba matriculado en una Universidad. Se podía conocer a nuevos amigos del campus  facilitando el inicio de relaciones o el contacto entre personas con gustos y aficiones comunes que, ya fuera de internet, podían compartir en la “vida real”.

 

Cada septiembre, con la entrada de nuevos estudiantes, se creaba una pequeña época de locura, de personas que no conocían los códigos de conducta, que armaban bulla, pero nada que no pudiera superarse a los pocos meses de iniciado el curso. La apertura a todo el público creó ‘un septiembre perpetuo y. al tiempo, abrió la voracidad de la compañía de Zuckerberg quien comprendió que cuanto más creciese su base de usuarios, más posibilidades tendría de monetizar el invento.

 

 

 

Y para lograr este objetivo se fue pervirtiendo el ánimo primigenio, ya no se trataba de un lugar en el que poder seguir la vida de los amigos con los que se había perdido contacto, la revisión cronológica de la información de las personas a las que seguía el autor pronto se alteró para pasar a estar regida por el algoritmo. Éste es el punto clave del libro, así que pasaremos más detalladamente a explicar este concepto.

 

 

 

En lugar de mostrarnos la información cronológica de las personas a las que seguimos, Facebook comenzó a alterar este patrón cronológico para introducir  noticias y publicaciones de personas a las que no seguías, pero que pagaban por aparecer destacadas, medios de comunicación y  empresas que publicitaban sus servicios, o personas que habían comenzado a ganarse la vida explotando una nueva función que hoy creemos consustancial a internet, los influencers.

 

En efecto, el muro de Facebook se convirtió en un batiburrillo en el que se mostraban publicaciones de todo tipo que una máquina (realmente una creación de unos ingenieros al servicio de los intereses empresariales de Facebook) habían decidido que era lo que al usuario realmente le interesaba. Chayka utiliza como metáfora la máquina del siglo XIX conocida como El Turco, un autómata que fue paseado por medio mundo causando asombro por su capacidad para ganar partidas de ajedrez a los incrédulos humanos que se atrevían a desafiarla. Sin embargo, como se supo muchos años después, bajo esa estructura se encontraba un humano de baja estatura experto en el juego, causando el engaño. Así, el algoritmo, que se muestra como un instrumento neutro y aséptico, realmente responde a una creación humana, una decisión empresarial, una voluntad de primar determinadas interacciones penalizando otras. Es decir, detrás de toda gran máquina siempre hay un humano, alguien que toma las decisiones, programa y decide, cuando hablemos de algoritmo, no olvidemos que detrás siempre hay decisiones humanas.

 

Y ese algoritmo decidía, en función de tus contactos, de lo que estos consideraban interesante, de los enlaces que compartían, lo que tú mismo compartías o por lo que mostrabas aprecio o disgusto, y con todo ello, unido siempre a los intereses comerciales de la empresa, alteraron aquel espíritu original convirtiendo Facebook en un lugar de escaso atractivo para quienes querían otro tipo de comunidad.

 

Los directivos de la empresa dejaron pronto claro que lo que buscaban con su público cautivo era precisamente ofrecerles todo lo que pudieran necesitar sin precisar salir de su entorno., una vocación que les ha llevado a destruir posibles competidores por el procedimiento de poner encima de la mesa ingentes cantidades de dinero como ha ocurrido con Youtube, Whatsapp o Instagram a la que volveremos más adelante.

 

La deriva de Facebook hizo crecer a competidores como Twitter, una red que proponía un ámbito de discusión reducido a un determinado número de caracteres, primando la información y la concisión, nuevamente facilitando que uno siguiera a determinadas personas, fuentes o medios en los que confiaba, Y nuevamente la empresa terminó por pervertir ese espíritu, porque un logaritmo favorecía que los tweets mostrados no coincidieran necesariamente con los de las personas a quienes se seguía, donde era más importante el número de retweets que la fecha de publicación, dando así prevalencia al contenido más extremo, el que levantaba más odios y rechazo, donde había medios que podían pagar por ser mostrados con preferencia.

 

Y vayamos a Instagram, otra red donde el objetivo era compartir imágenes, se suponía que una pequeña ventana a nuestro día a día, una forma de compartir nuestras visitas a lugares interesantes, nuestras mascotas o platos favoritos. Pero la historia se repite, especialmente a partir de la compra de la empresa por parte de Facebook. El algoritmo vuelve a decidir por nosotros, vuelve a pervertir el sentido original. Y así podemos continuar con gran parte de los servicios de internet. Google ya no ofrece una alta fiabilidad a la hora de mostrar los resultados de sus búsquedas, colocando en la parte alta enlaces patrocinados. Spotify o Netflix nos ofrecen continuas recomendaciones en función de lo que escuchamos y vemos, lo que hacen quienes ven y escuchan lo mismo que nosotros, buscar una película o un disco saltando la propuesta del algoritmo es cada vez una tarea más compleja, menos accesible por parte de las empresas, deseosas de ofrecernos una experiencia narcotizante y abrumadora que no nos haga plantearnos salir de ellas, que maximice nuestro consumo, nuestra exposición a la publicidad que les financia.


Pero, ¿realmente es relevante que nuestro ocio venga condicionado por intereses mercantiles? ¿No ha sido así siempre? ¿Es una situación que debe preocuparnos, forzar políticas públicas y una estricta regulación?


Chayka demuestra que los algoritmos tienen la capacidad de influir en el mundo real de más maneras de las que podría creerse. Tenemos acontecimientos tan relevantes como la toma del Capitolio por un grupo de chiflados unidos por redes sociales y medios que creaban lo que se ha venido a denominar como "cámara de eco", una situación en la que todas las noticias a que nos vemos expuestos son las que ratifican nuestras opiniones, por más absurdas que resulten. Compartimos ideas con quienes piensan como nosotros y el algoritmo va excluyendo de nuestros intercambios todo lo que podría ayudarnos a rebatirlas, matizarlas, convirtiéndonos en burbujas ideológicas sin capacidad empática con el resto de la  Humanidad. Esto genera una creciente polarización, la difusión de bulos, teorías conspirativas y, en consecuencia, un empeoramiento de la calidad democrática de nuestros países.


Empresas como Arnb han afectado a ciudades enteras, incrementando el precio de las viviendas, expulsando a los ciudadanos originarios por el incremento de precios y la desaparición de comercios habituales en favor de esos locales con encanto, insangrameables hasta el paroxismo.


La salud mental también parece verse alterada. Nunca antes se había mostrado tanta preocupación por el desequilibrio emocional de unos jóvenes que viven su vida en redes , sociales. Chayka nos cuenta el caso del sucidio de una joven, Molly Russell, que había desarrollado tendencias suicidas y que, a raíz de sus búsquedas en la web había comenzado a recibir todo tipo de noticias, enlaces y recomendaciones en diversas plataformas como Facebook o Pinterest, excluyendo la posibilidad de buscar ayuda, hundiéndola en una espiral que la llevó a la muerte.


Y de todo ello puede dar buena cuenta el autor, acostumbrado a dedicar interminables horas pensando qué palabras emplear para que cada tweet reciba mas atención, qué ángulo es el adecuado para el algoritmo de Instagram. En sus numerosos viajes por el extranjero sentía comodidad por visitar los cafés que había visto recomendados, locales totalmente parejos, con un estilo de decoración industrial más o menos igual, en Tokyo o Dublín, alojándose en apartamentos que mostraban la mano de un interiorismo uniformador pensado para mejorar el posicionamiento en  las parrillas de las plataformas de alquileres vacacionales.  Escuchando la música que le sugería Spotify y viendo las películas y series que parecían entretenerle más. Una vida, en suma, organizada por otros y conforme a unos gustos que él no había decidido pero que, por alguna razón, tampoco terminaba de rechazar. Una comodidad ambigua porque no podía parar de vivir de ese modo sin llegar a sentir auténtica vinculación con cuanto consumía.


Y así rememora cómo surgieron sus primeras pasiones, cómo descubrió la música en su adolescencia, a través de amigos, revistas especializadas, emisoras alternativas. Cómo llegó a su director de cine preferido, el que a cada película lograba sorprenderle. Y cómo este descubrimiento individual, no solía ser sencillo, que no siempre era lineal, que llevaba a mucha prueba y error, a gastar unos fondos magros en compras de discos que debían amortizarse adecuadamente forzando escuchas repetidas hasta descubrir matices que en un primer momento no habían sido debidamente apreciados, pudiendo compartir la información con otras personas de su entorno y recibiendo una influencia recíproca.



Es lo que el autor denomina curadoría, el proceso por el que las personas se dejan influir por quienes tienen un mayor y mejor conocimiento sobre determinados aspectos, una guía para adentrarse en mundos complejos y enriquecedores, algo que el algoritmo y las plataformas no pueden sustituir fácilmente. Su epifanía llegó una noche en un atasco en el que, por azar, sintonizó la radio y escuchó un programa en el que el locutor iba desgranando diversas conexiones entre las canciones seleccionadas, llevando de un estilo a otro y dejando a nuestro autor boquiabierto. El eclecticismo y lo que aprendió, el contexto recibido, tan alejado de la fría y desnuda repetición musical de las listas de Spotify le hicieron replantearse su modo de vivir en mundofiltro.


Durante unos cinco meses renunció a redes sociales, a escuchar música y ver series conforme el algoritmo. Al principio sentía la ansiedad de creer que se estaba perdiendo algo relevante, una obra maestra del cine, un local de moda al que nadie podría faltar. Pero poco a poco se fue acostumbrando y descubrió que retomaba viejas aficiones como la fotografía, pero no el tipo de imágenes que capturaba últimamente para subir a Instagram, todo lo contrario, ese estilo plano, falsamente luminoso,repetitivo hasta la náusea de las fotos de Instagram había cedido a su propia personalidad. También sus gustos musicales volvieron a sendas más luminosas.


Descubrió que el arte volvía a importarle y sacudirle, a dar sentido a su vida. Lo que veía en Netflix o lo que escuchaba en Spotify estaba bien, se parecía mucho a lo que había disfrutado previamente, una garantía de que no le aburriría, pero también un seguro a la indiferencia, a no sentirse sacudido por nada. Porque ese es el efecto que sobre la cultura tiene el algoritmo, la capacidad de matar la improvisación, el desafío, del escubrimiento casual, el abrirse a lo inesperado, ese aplanamiento del que se habla en el título del libro.


Cuando el autor volvió a las redes descubrió que seguían teniendo ventajas, podía compartir sus ideas y aprender de otros, pero ya no pasaba tanto tiempo como sus amigos, y la razón no se debía a que se forzara a ello sino a que comenzaban a resultarle aburridas. Las propuestas del algoritmo no podían superar a las de expertos que se abrían paso a través de otras plataformas alternativas, en visitas presenciales a museos, a salas de cine independientes.


Como se ha dicho, mundofiltro tiene efectos más allá de la cultura, por ello Chayka aboga por una regulación que explicite el algoritmo, que explique a los usuarios los motivos concretos de cada publicación que se le muestre, que podamos bloquear el funcionamiento del mismo y que nuestras redes sociales respondan realmente a este nombre.   


Mundofiltro es una oportunidad para reflexionar sobre quién decide por nosotros en un mundo en el que se ensalza precisamente que el individuo es el rey, que somos libres para elegir entre una infinidad de oportunidades que la nueva tecnología pone a nuestro favor. Chayka nos alerta de que podemos estar cayendo bajo el mismo error de quienes se enfrentaban al autómata, al Turco,  y que no eran sino víctimas de un engaño. Ojalá en unos años podamos mirar a este tiempo y también reírnos de nuestra inocencia, porque ya hayamos superado este mundofiltro.