Los cuentos detectivescos describen, por norma general, a seis hombres discutiendo sobre cómo es que un hombre ha muerto. Las historias filosóficas modernas describen a seis hombres muertos que discuten sobre cómo es posible que un hombre viva.
Uno de los géneros literarios más fecundos y con mayor número de seguidores es el detectivesco, historias en las que se trata de plantear una especie de acertijo que el protagonista deberá desentrañar, normalmente para desenmascarar a un malhechor. En estas pesquisas, es clave que el autor logre enrolar al lector para lo que ofrecerá pistas falsas, giros inesperados de guión o complicadísimas tramas que se desvanecerán repentinamente en las últimas páginas gracias a la inteligencia del investigador que, normalmente, habrá ido valorando todos los elementos de juicio a su disposición sin haber dejado traslucir estas intuiciones con nadie, especialmente con el lector, que se sentirá sorprendido y fascinado por el desentrañamiento del misterio. Tal vez incluso quedará tentado de volver a leer el libro con el fin de poder ir reconstruyendo por sí mismo todo el proceso deductivo.
Obviando los antecedentes de Poe y otros autores, se viene a considerar como padre fundador del género a Arthur Conan Doyle y su Sherrlock Holmes, una figura que apareció en Estudio en escarlata y que su autor se vio obligado a recuperar en otras tantas novelas y numerosos relatos más breves recopilados en colecciones devoradas por los lectores ingleses de la época.
Es sabido que, harto de que el atractivo de este personaje ensombreciera el resto de su obra, Conan Doyle recurrió al truco ya empleado por Cervantes, matar a su héroe a fin de que así la demanda de nuevos títulos decayera. Pero, a diferencia de a nuestro autor clásico, la estratagema no le funcionó. Incluso recibió presiones por parte de su madre, no quedándole más remedio que volver a sacar del inframundo a Holmes y traerlo de nuevo al escenario del crimen y el castigo.
Pero, para lo que aquí nos interesa, la relevancia de la figura de Sherlock Holmes es que define de alguna manera el arquetipo del investigador que se replicará hasta la saciedad en todas las secuelas del género. Estamos ante una persona de extraordinaria inteligencia y que, con su mero intelecto y unas prodigiosas dotes de observación, es capaz de alcanzar el conocimiento.
Estamos a finales del siglo XIX y el método deductivo muestra toda su capacidad para impulsar la ciencia y tecnología. Sherlock Holmes es el trasunto de ese éxito. No importa que el personaje sea un excéntrico sociópata, que necesite de un mediador con el resto de mortales a través del mundano Watson, que sus aficiones viajen del violín a las drogas.
Sobre este modelo muchos repitieron la fórmula, otros trataron de innovar de un modo u otro. Así, otra figura icónica en el género es la de Poirot, el detective francés creación de la misteriosa Agatha Christie. En este caso, las novedades que trae la autora y que, al menos en cuestión de ventas y seguidores, puede considerarse que ha superado a su antecesor, son las de llevar sus tramas a diversos escenarios (un tren, un crucero, una isla) en un entorno social normalmente sofisticado y de clase alta y en el que las intenciones de los criminales suelen ser más complejas que en el caso de Sherlock Holmes. También Poirot se erige como único investigador, siempre solo, abandonado el báculo de Watson, el individualismo toma forma definitiva.
Y llegamos, con todas las simplificaciones que esto conlleva, a nuestro autor, G. K. Chesterton y su personaje más célebre, el padre Brown. Partamos de que Chesterton era un conocido polemista, apenas dejaba causa en la que volcar sus opiniones, la más de las veces, heterodoxas. Y nada más heterodoxo que convertirse al catolicismo en el Reino Unido y hacer bandera de ello, publicar obras como Ortodoxia o Por qué soy católico y entrar en debate con cualquiera que se prestara a ello. Considerar la religión anglicana como una forma de paganismo, una pantomima al servicio del poder y someterse, por contra al poder de los denominados papistas, no le debía parecer suficiente a Chesterton. Por ello, decidió embarcarse en la producción de una serie de relatos detectivescos protagonizados por un sacerdote católico.
Más aún, este extraño detective rechaza el frío cálculo y la deducción científica de sus predecesores. Para Chesterton, para el padre Brown, el método para desentrañar los misterios y crímenes es indagar en las oscuras motivaciones del alma humana. De hecho, muchos de estos criminales no son sino víctimas de todos los males que este mundo moderno trae a nuestras calles. Unas presiones y desviaciones de lo esencial que conllevan un apartamiento de nuestra verdadera naturaleza, empujándonos a adorar a falsos dioses, a utilizar ritos y creencias ajenas en el convencimiento de que éstas pueden dar satisfacción a nuestras necesidades en lugar de ayudarnos a dominarlas.
De este modo, el padre Brown se convierte en un personaje tremendamente moderno, un fustigador de las nuevas sectas, de la Nueva Era, un defensor de una forma de espiritualidad como vehículo de comprensión del mundo y de nuestros actos, una perspectiva, por tanto, totalmente opuesta a la del frío y distante Holmes. Más aún, en la mayoría de sus relatos, el padre Brown desenmascara al delincuente pero no acostumbra a entregarle a la Justicia, sabedor de que el peso de la culpa es la mayor de las condenas.
También resulta curioso cómo dibuja Chesterton a este padre Brown, totalmente falto de atractivo físico, algo pasado de kilos, desastrado en el vestir incluso cuando tan solo parece tener que preocuparse por lucir limpia la negra sotana y siempre pegado a un viejo paraguas, llueva o no, y tan aficionado a hablar con las señoras de la alta sociedad como con los carboneros y sirvientes. La inspiración para este extraño detective la tomó de un sacerdote irlandés, John O`Connor, de quien era amigo, pero sobre esta base real supo construir un personaje realmente peculiar.
El padre Brown: Relatos completos (Ediciones Encuentro) recoge el total de estos relatos en un único volumen. Aquí se encontrarán los libros que recopilaron en vida del autor estos relatos: El candor del padre Brown (1910), La sabiduría del padre Brown (1914), La incredulidad del padre Brown (1926), El secreto del padre Brown (1927) y El escándalo del padre Brown (1936). Además, y para hacer honor al título de relatos completos, se incluyen dos relatos adicionales publicados en revistas y un relato que se convertiría en el último escrito por el autor poco antes de su fallecimiento.
Si bien, la aventura de leer la colección completa puede resultar algo agotadora, lo cierto es que leer unos cuantos, dejar pasar un tiempo y retomar la lectura es un auténtico placer. y permite observar la evolución del estilo de Chesterton, cada vez más preocupado por los temas espirituales y menos por los crímenes clásicos. Así, resultan cada vez más frecuentes los temas relacionados con sectas, faquires, quiromantes, hindúes falsarios y otros tantos que tratan de esconder sus delictivas intenciones bajo un espeso velo de espiritualidad. La credulidad de la pacata Inglaterra de comienzos de siglo se convierte en el caballo de batalla del padre Brown que deberá enfrentar las verdades inmutables de su fe a las nuevas corrientes, mejor publicitadas, promisorias de soluciones mágicas.
Acompañar a Chesterton en este viaje es una experiencia peculiar, una forma diferente de contraponer los textos más clásicos del género con una forma totalmente opuesta en la que la reflexión sobre las acciones del padre Brown resulta más relevante que el proceso deductivo, en muchas ocasiones totalmente ajeno al lector. Y durante esta lectura uno queda tentado de creer, como el padre Brown, que el mayor robo no es tanto el de los diamantes de una corona oriental, sino el de nuestra verdadera naturaleza espiritual, o que la peor de las suplantaciones no es la de quien toma posesión de la vida ajena para adueñarse de sus bienes, sino la de quien nos roba el ansia de vivir. Y tal vez esto también lo intuyó Sherlock Holmes y de ahí su recurso a la música o a la cocaína. Lástima que el padre Brown no pudiera investigar este caso.
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