Horace Rumpole no es solo un abogado; es un personaje inolvidable, un hombre de toga y peluca que en los tribunales del Reino Unido encuentra la verdadera esencia de la vida. En Los juicios de Rumpole, John Mortimer despliega un mundo de ironía, humor y humanidad, donde cada caso es un reflejo de nuestras pasiones, miserias y convicciones más profundas. Acompañar a Rumpole en su andadura por los tribunales es mucho más que leer sobre leyes: es una lección de vida vestida de fino humor inglés.
Los juicios de Rumpole es el segundo volumen de la colección de relatos publicados por John Mortimer tomando como referencia la figura de su padre, un portentoso abogado, y sus propias experiencias en los Tribunales del Reino Unido.
John Mortimer (1923-2009) fue un notable jurista consagrado a la defensa de la libertad de expresión, labor en la que tuvo que emplearse a fondo como abogado de clientes como los Sex Pistols o de la revista satírica británica Oz, en cuya campaña de defensa también participó John Lennon, publicando su canción Do the Oz y God Save Oz.
Pero la vida de Mortimer, por fortuna para los amantes de la buena literatura, no quedó limitada a su faceta jurídica. Ya durante la Segunda Guerra Mundial fue excluido del servicio en primera línea por sus problemas de visión y pulmonares, lo que le llevó de manera indirecta al programa militar dedicado a la producción de documentales que trataban de enardecer y fomentar la resistencia de los británicos. Su labor como guionista le familiarizó con un medio al que volvería en el futuro.
Precisamente, su experiencia en la Crown Film Unit le sirvió de inspiración para su primera novela y, posteriormente, debutó en la BBC con un serial en el que dramatizaba otra de sus novelas. El siguiente paso fue su colaboración como guionista en diversos guiones para la radio o televisión, lo que le apartó de su carrera novelística. En 1975, su guión para un capítulo de una conocida serie británica, vió nacer a Horace Rumpole, el personaje que terminaría por tener su propia serie, una de las más longevas y reconocidas de la televisión pública británica.
Precisamente, Mortimer tomó estos guiones como base para la posterior elaboración de relatos que fue publicando sucesivamente, tras cada una de las temporadas de la serie televisiva. Se trata, por tanto, de un caso excepcional, en el que la obra literaria es resultado de un éxito televisivo previo.
Aquí nos centraremos exclusivamente en los relatos dejando al margen los correspondientes capítulos televisivos, disponibles para quien lo desee en Youtube. Y lo primero que se debe destacar es el tono ligero que adopta el autor, en línea con la larga tradición británica en lo que ha venido a denominarse de una manera algo vaga y genérica como humor inglés, pero que no consiste en otra cosa que aceptar como naturales hechos que, para otros ojos, podrían resultar inquietantes. Así, este estilo permite desgranar una profunda crítica social sin derribar los cimientos en que aquélla se basa, pero ayudando al lector a cuestionarse cuanto acontece y extrapolarlo más allá del libro y su argumento.
Rumpole es un letrado obeso, entrado en la madurez, tan preocupado por las leyes como por las tinajas de vino que consume con generosidad junto a otros compañeros de su prestigioso despacho, para disgusto de su esposa, Hilda, "ella, a la que se debe obedecer" tal y como el temeroso Rumpole la nombra. Hilda era la hija del fundador del bufete y Rumpole un prometedor abogado con una carrera brillante que parecía asegurarle el papel de próximo director del despacho, aupado además por el matrimonio con la hija del jefe. No obstante, la desidia para los asuntos de la vida cotidiana, una pereza endémica para algo que no se a rugir bajo una peluca bien bañada en polvos de talco y una falta absoluta de ambición, truncan los planes de la esposa laboriosa.
Porque la vida para Rumpole es aquello que se ve y aprecia en la sala de un tribunal, es lo que resulta de los interrogatorios que todos sus oponentes temen, Rumpole interrogando es como una apisonadora a noventa kilómetros por hora tal y como aseguran sus rivales. Lo que ocurre en la sala de juicios y lo que queda reflejado en autos es lo único que importa. Y las lecciones que extrae desde el estrado son las que aplica para comprender la vida que se extiende más allá de la puerta del Old Bailey, el viejo Tribunal Penal del Reino Unido.
Rumpole se enfrenta a sus casos con una mezcla de la pericia deductiva de Holmes y una intuición y conocimiento del alma humana propias del padre Brown. Y así, es capaz de olisquear cualquier duda de su interrogado, cualquier aleteo apenas perceptible de sus fosas nasales delatando el punto exacto al que Rumpole se lanzará a degüello.
Entre sus firmes e inquebrantables convicciones se encuentra la de la presunción de inocencia, esa creencia que exige que no solo se condene al culpable, sino tan solo a quien puede ser acreditado como tal mediante un proceso que garantice los derechos del acusado. Y es en esta figura algo anticuada, en este cándido ideario, en el que vemos asomar al Mortimer letrado, al que tanto preocupa esa tendencia por la que los fines parecen justificar los medios, en la que se ve el proceso como el medio formal para dictar una resolución cuyo contenido se conoce de antemano, por la que cada garantía ganada a los señores medievales, a los monarcas y a los dictadores, es cuestionada en cualquier procedimiento por bajo y ruin que sea el acusado.
Pero no debemos temer que estos relatos sólo interesen a quienes tengan cierta predilección por las películas de abogados y todas sus variantes. Antes bien, esta parte del argumento solo sirve para reflejar los pensamientos de un Rumpole que en su vida civil asume otros retos, más domésticos, pero siempre igual de desafiantes.
Los relatos recogidos en este volumen se corresponden con los episodios de la segunda temporada de la serie (1979) y tratan cuestiones tan diversas como la fe, el amor verdadero, las apariencias y el juego de la identidad o incluso el ocaso profesional. En todas ellas la trama jurídica se acompaña de una historia relativa a familiares o compañeros profesionales de Rumpole, complementándose de manera perfecta, abordando cada tema desde una perspectiva doble. Podemos asistir al proceso por el que Rumpole alcanza las conclusiones para su vida de lo que aprende en el tribunal, y cómo éste no hace sino actuar como remedo de la vida, como escenario de pasiones amortiguadas por las alfombras y togas que, en otro contexto, rompen las vidas de cuantos amamos.
El estilo de Mortimer es ágil y plagado de ironías y contrasentidos que hacen de su lectura un auténtico placer. Las seis historias aquí recogidas terminan sabiendo a poco, en el convencimiento de que los tribunales y la complicada vida de los colegas de Rumpole tienen aún mucho más por ofrecer. Para satisfacer este ansia, tenemos la primera colección de relatos (Los casos de Horace Rumpole, abogado), publicados también por Impedimenta en el mismo año, 2018, y la esperanza de que la editorial aborde la publicación sucesiva del resto de títulos. Esta edición cuenta con una traducción hermosa de Sara Lekanda Teijeiro y una edición impecable como es marca de la casa en Impedimenta.
Resta solo preguntarse qué es lo que explica que este tipo de literatura, de la que tanto se disfruta fuera de las Islas Británicas, no tenga reflejo en ninguna otra geografía. Cuál es la razón por la que obras literarias o incluso películas y series con ese sello inconfundible no hayan creado un género universal, al menos occidental, más allá de su nación de origen. El único motivo que puedo encontrar es la falta de interés por conservar ritos y formas del pasado, una querencia no muy bien entendida por la modernidad que es confundida en ocasiones con el mero derribo de símbolos en lugar de por la sustitución del valor que atribuimos a estos para su continua actualización y vigencia. Así, las pelucas de los letrados ingleses nos inspiran sonrisas y burlas, sin perjuicio de que sintamos una punzada de envidia por nuestra disociación con un pasado que, aunque no compartamos, debemos aprender a cuestionar y valorar, no a esconder para simular que nunca existió. Rumpole, el epígono de una larga tradición es la prueba de que ambos aspectos no tienen por qué estar en contradicción.
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