“Los abogados, supongo, también fueron niños alguna vez”
Inscripción en la estatua de un niño en el jardín del Inner Temple de Londres
Jane Gardam
se asoma desde la solapa del libro como la enésima encarnación de la
reina de la novela de misterio inglesa. Nada desentona. Una edad que
parece suspendida en la cincuentena (aunque podría haber cumplido los
setenta, así son las damas inglesas), un pelo blanquísimo, el inevitable
collar de perlas y, en definitiva, el aspecto de estar preparada para
tomar el té que servirá puntualmente uno de sus criados.
Pero
no debemos dejarnos llevar por las apariencias. Gardam no ha comenzado a
escribir para matar el tiempo después de dedicar su vida a criar a unos
hijos que han huido a la Universidad para librarse del pastel de
riñones. No. Jane Gardam es una escritora de verdad, de las que han
dedicado una larga vida a publicar estupendas novelas de las que, sin
embargo, El viejo juez es la primera que se publica en España gracias a la Editorial Salamandra.
Y
tampoco la novela es lo que se podría esperar a la vista del título de
la edición española. No se trata de las andanzas de un juez ya retirado
que decide esclarecer el asesinato impune de una vecina o aquel caso que
sentenció erróneamente en su juventud. No. El viejo juez es
una novela de las de verdad, de aquellas que se leen de tirón (si uno
tiene tiempo, claro) y que se adentra en territorios más complejos que
el alma del asesino.
Porque
compleja es la vida de cualquier persona y más aún la de aquellos que
creemos previsibles y anodinos, la de quienes, por el hecho de no
conocer nada sobre sus vidas, creemos que nada tienen que merezca la
pena ser conocido.
Compleja
es, sin duda, la vida de Edward Feathers –conocido en el ambiente
judicial por su apodo Filth- aunque para la mayoría de sus colegas no se
trate más que de una vida lineal, tan plácida y aburrida, tan falta de
sobresaltos que no merece ni siquiera el cotilleo al que es tan dada su
profesión.
Pero
Gardam nos ayuda a rascar en la superficie y mirar tras las apariencias
convencionales. Hijo de un alto funcionario del Imperio Británico en el
Sudeste asiático, Filth pierde a su madre tras el parto, y es criado
por una familia de la colonia en las costumbres y ritos propios de la
selva. Para rescatarle de este estado, una tía misionera intercede ante
su padre y Tedd es enviado a Inglaterra bajo el cuidado de una familia
galesa junto a dos primas, también “huérfanas del Imperio”. Tras un
incidente escandaloso, cuya verdadera naturaleza no se esclarece hasta
el final de la novela, pero cuya importancia parece gravitar sobre Filth
como una sombra perenne, inicia su formación académica en varios
internados hasta su ingreso en Oxford.
Kipling, otro huérfano del Imperio |
Esta crianza es el
caldo de cultivo apropiado para psicoanalistas (y criminalistas):
rechazo, desarraigo, culpabilidad, falta de cariño, imposibilidad de
sentir afecto; demasiados elementos para que la vida de Filth resulte
anodina y previsible.
No
resultará por tanto extraño que Filth crezca alejado de cualquier
noción de placer, que anhele el triunfo y reconocimiento que no tuvo
como niño. Su matrimonio con Betty –otra “huérfana del Imperio”- pone de
manifiesto todas las represiones acumuladas hasta la fecha. El
matrimonio no tiene hijos, su vida sexual apenas merece este nombre y
compartir habitación cada noche les habría resultado casi tan
insoportable como dormir en un pesebre.
Por
un golpe de suerte, Filth termina trabajando como abogado en Hong Kong
donde logra una estupenda fortuna. Recto como se le supone, decide
dedicar sus últimos años de vida profesional a la judicatura, un menor
sueldo pero un ejercicio de responsabilidad, un deber, tal y como él lo
ve.
Tras
su jubilación, el matrimonio regresa al Reino Unido para vivir en una
retirada casa campestre en los Donheads. Poco a poco Filth recupera el
pasado mostrándonos cada uno de los pliegues que forman su vida, y
podemos ir encajando las piezas de su terrible complejidad.
Filth
asienta con firmeza sus convicciones y certezas pero, como buena
novelista, Gardam nos permite atisbar que alguna de ellas es
radicalmente errónea ya que tampoco el viejo juez escapa de ser engañado
por sus allegados y amigos, por malicia y, sobre todo, por piedad. Por
esta vía, Filth deja de ser un personaje literario para convertirse en
un personaje más real, vívido, en ocasiones digno de lástima, en
ocasiones tierno, sin perder por ello un ápice de su severa rectitud.
Jardines del Inner Temple |
Porque Filth es, sin duda, un personaje construido admirablemente. Por un lado, una fuerte personalidad, forjada en su lucha por no ser absorbido y arrastrado por sus circunstancias. Por otro lado, la inmadurez y quebradizo equilibrio de quienes no han conocido el amor y apenas han atisbado las consecuencias de entregarse a él. Un personaje bastante airado y arisco que observa con desdén a las nuevas generaciones, sus preferencias y principios, incapaz de aceptar que los tiempos han cambiado y que la represión de los emociones ya no cotiza al alza.
Gardam
reflexiona sobre dos aspectos clave en la formación de un carácter: la
educación recibida (la sentimental, fundamentalmente) y el modo en que
las personas nos dejamos enmascarar, congelando unos caracteres y
preservando nuestra verdadera naturaleza, unas veces voluntariamente y
otras a nuestro pesar.
El
estilo de la autora resta severidad al conjunto y desliza el humor en
escenas y diálogos haciendo de la novela un texto que conjuga precisión y
amenidad, profundidad psicológica e interés por la trama. La obra ha
sido traducida por Victoria Malet y Capas Hodgkinson resultando
admirable, tal vez por ignorancia sobre el proceso de traducción, la
coherencia del estilo en la versión española pese a esta doble
aportación.
¿Cómo
influyen las vivencias de los primeros años de nuestras vidas, de las
de nuestros hijos? ¿Quedamos tan determinados por ellas que no debemos
albergar la esperanza de que cualquier error pueda ser enmendado? Aunque
Filth logra el éxito profesional, el coste es volver a Oriente (su
apodo es el acrónimo de Failed In London, Try In Hong Kong),
emular de algún modo a su padre y tratar de no repetir sus errores
(¿explicaremos así su falta de descendencia?). Pero hay algo en él, algo
perdido irremediablemente, algo que aflora en su retiro dorado en los
Dornheads y que no es capaz de expresar. El lector sí podrá nombrarlo y
aprender que cada acto tiene sus consecuencias, mejor pensarlo antes de
convertirnos en otro Filth.