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10 de agosto de 2025

La llama inmortal de Stephen Crane (Paul Auster)

 


El penúltimo libro publicado por Paul Auster fue La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral con traducción de Benito Gómez), una obra extraña por varios motivos. En primer lugar, si tenemos en cuenta que la vida de Stephen Crane apenas llegó a los veintiocho años, sorprende un esfuerzo biográfico de más de mil setecientas páginas, máxime para un escritor no acostumbrado a este género, qué no habría escrito Auster si Crane hubiera vivido algunos años más.


Pero también sorprende que Auster, ya en edad avanzada y con problemas de salud graves que terminarían por causarle la muerte, dedicara este inmenso esfuerzo a la vida de otro autor, no muy prolífico, no demasiado reconocido en el panteón de plumas ilustres americanas actualmente y con una obra fulgurante que se consumió, pese a lo que insinúa el títulò, en un cortísimo periodo de tiempo.


Como resumen de todas estas páginas diremos que Stephen Crane nace en el seno de una familia americana acomodada de fuertes convicciones metodistas. La temprana muerte del padre les lleva a afrontar problemas económicos de los que el tarambana de Crane nunca logrará salir a diferencia de la mayoría de sus hermanos. El joven dio preferencia a una vida vacía frente al estudio o los negocios. Su principal afán fue el de divertirse, tener lo suficiente para vivir y, si no, pedirlo. Su simpatía y jovialidad siempre le brindaron un importante apoyo para lograr estos pequeños apoyos económicos o vitales.


Su afición por las letras es muy prematura y desde joven logra publicar artículos satíricos en periódicos locales narrando la vida de los veraneantes en la entonces naciente Ashbury Park pero pronto la escritura de artículos se cruza con la concepción de obras más enjundiosas como su retrato de los bajos fondos neoyorkinos con Maggie: una chica de la calle y diversos relatos que va colocando en revistas y periódicos. De aquí salta a su obra maestra, la más conocida y la única que realmente le mereció el reconocimiento en vida, La roja insignia del valor, una novela breve sobre una batalla de la Guerra de Secesión.


De esta misma idea surgieron otros tantos relatos pero el deseo, tal vez, de vivir lo que narraba, le llevaron a tratar de cruzar a Cuba en el periodo del bloqueo naval español previo a la guerra del noventa y ocho, intento fallido que dio lugar a uno de sus más afamados relatos, El bote abierto. También estuvo como reportero en la guerra greco-turca o finalmente, tras la explosión del Maine, acompañó a las tropas de desembarco que ocuparon la isla. Entre tanto había publicado La tercera violeta, una peculiar obra que no logró ventas importantes y otros tantos relatos como El hotel azul que están entre lo mejor del género antes de la gran explosión cuentística americana a partir de Fitzgerald, Hemingway y otros tantos.


Sin embargo, problemas económicos y algunos de otra índole, así como la falta de reconocimiento en su país, le llevaron a Europa donde vivió sus últimos años hasta su temprana muerte por tuberculosis.


Poco más vamos a contar sobre Stephen Crane aquí, de sobra hay información en este libro para quien quiera tenerla de primera mano, tal vez hasta un punto agotador por lo exhaustivo. Sin embargo, durante toda la lectura, al margen del propio interés que el biografiado puede despertar, me ha ido llamando la atención, cada vez más según avanzaba, la peculiar aproximación de Auster, su método.


A diferencia de otras biografías monumentales, pienso por ejemplo en la leída recientemente sobre Kafka a cargo de Reiner Stach, no estamos ante el intento de acumular datos y exponerlos de manera cronológica y ordenada, explicando cada pequeño detalle de la vida del biografiado. Todo lo contrario, Auster parte siempre de textos escritos por el propio autor (relatos, novelas, cartas) o de recuerdos y correspondencia relativas a Crane de otras personas. Es decir, sus fuentes son principalmente literarias en gran medida. Como es natural, Auster no acude a registros, no consulta hemerotecas, no lleva a cabo entrevistas a expertos, no visita bibliotecas que conserven el legado. Su principal guía es la edición de las obras completas de Crane publicada por la Universidad de Virginia, ejemplar que visualizo prácticamente desencuadernado, lleno de anotaciones, post-it y deteriorado al extremo.


Y es este enfoque propio de un escritor, no de un historiador, el que nos da el tono de la obra y lo que la convierte en un excepcional registro que dice tanto del biógrafo como del biografiado.

 

 


La introducción histórica que hace Auster es vibrante y vívida. Unos Estados Unidos que aún se están expandiendo hacia el Oeste, en el que los ferrocarriles son la punta de lanza del capitalismo y en el que las huelgas, los movimientos anarquistas, la violencia de todo signo, conviven con la vida de los grandes burgueses, amenazados por crisis económicas periódicas, apoyados en un racismo más o menos explícito y en la supremacía racial frente a los indígenas. Un tiempo en el que la doctrina Monroe sacó a los Estados Unidos de sus crecientes fronteras, para expandirse a costa del vecino del sur o para ir involucrándose en la política internacional, en Cuba, Filipinas, Panamá y así preparar el gran salto a la política internacional con la intervención en la Primera Guerra Mundial. Pero Crane solo pudo intuir parte de estos hechos, sus tendencias y previsibles consecuencias. Y, sin embargo, pese a su pronta muerte, sus relatos dan cuenta parcial de todas estas corrientes.


En diversas maneras, Crane era un inadaptado. No solo no logró formar parte de la élite intelectual o artística de su tiempo, sino que tuvo que emigrar a Inglaterra, en parte por su relación y posterior matrimonio con Cora, una mujer supuestamente dueña de un burdel, con la que vivió los últimos años de su vida y en la que encontró cierto consuelo y un espíritu parejo. En todo caso, los juicios morales sobre la vida de Crane siempre jugaron en su contra.


Pero nada de esto impidió su reconocimiento por parte de otros autores. Ya en Inglaterra se relacionó con Henry James, H. G. Wells, y muy especialmente con otro inmigrante, Joseph Conrad, de quien casi era vecino en Kent y que le profesó una enorme admiración.  


Volvamos a la pregunta seminal. ¿Por qué dedicó tanto esfuerzo Auster a este libro? Alguien podría creer que su inspiración había quedado seca, tal vez que fue una pequeña obsesión que se le fue de las manos o que le sirvió para limpiar la mente entre un proyecto y otro. Sin embargo, según se avanza en el libro se aprecia que Auster está precisamente tratando de construir la figura de Crane desde su obra. Para él, los hechos biográficos se leen en su escritura y ésta es el reflejo de su modo de entender el mundo, de vivir la vida. Hay una clara consonancia entre ambas, y a diseccionar esta simbiosis se aplica con herramientas de escritor, no de biógrafo.


El libro reproduce extensísimas partes de obras de Crane mientras Auster las va glosando, explicando, adelantando en qué ha de fijarse el lector, destripando frases completas, casi palabra a palabra, reflexionando la selección de un artículo frente a otro, maravillándose por el ritmo de las oraciones, las aliteraciones, el engarce entre los párrafos o la técnica empleada.


Auster destaca el modernismo que impregna toda la obra de Crane. Desde sus casi olvidados poemas, al naturalismo de Maggie o su estilo próximo al del naciente cinematógrafo en el que su narración actuaba como el objetivo de una cámara fija ante el que aparecían y desaparecían los personajes pero permitiéndonos seguir el hilo de la historia que Crane nos quiere contar. No olvidemos el trabajo de Auster como guionista, lo que esta experiencia le pudo influir en su obra y en el modo en que lee a otros escritores.


Y Auster se maravilla de que este joven portentoso, con no excesivas lecturas a cuestas, sin apenas formación académica, con una terrible ortografía, pudiera tener tantas intuiciones y talento que se le desbordaba en cuanto tomaba la pluma.


Casi podríamos decir que este libro es una más de las obras de ficción de Paul Auster, una creación literaria basada remotamente en hechos reales, pero erraríamos. Auster pretende ser fiel a Crane, no quiere inventar pero sí nos ofrece un perfil desde la perspectiva de otro escritor, alguien capacitado, por tanto, para poder entender las dificultades del proceso creativo, los bloqueos y las torpezas, los momentos en que uno se deja llevar y afloja la tensión artística, los intentos fallidos de renovarse o de innovar y crear algo  nuevo, de afrontar desafíos y la técnica para hacerlo.


Incluso, y esta percepción puede ser simple consecuencia de haber comenzado a leer este libro apenas unas semanas después de conocerse la muerte de su autor, Auster reflexiona sobre cómo su propia obra podría ser analizada y cómo da fe de su existencia, de sus logros, éxitos y fracasos y mientras la escribía, mentalmente repasaba su propia vida, su obra y la juzgaba con la misma intención y detalle con la que se aplicaba a la de Crane.


Sea como fuere, lo cierto es que la lectura de La llama inmortal de Stephen Crane es un extraño y placentero viaje a la obra de dos grandes escritores americanos. Uno que vivió hace más de cien años y otro que apenas nos dejó este año. Y ambos tuvieron notable éxito en vida, más fuera de su país que en el mismo, que supieron dar aliento a un tiempo y a unas vidas en las que muchos pudieron verse reflejados.






2 de enero de 2024

Civilizaciones (Laurent Binet)


 

 

Civilizaciones es la última novela de Binet Laurent  (Seix Barral, 2020), completando un arco que va desde la pura narración basada en hechos reales (AHHhH) y la mezcla de realidad y ficción (La séptima función del lenguaje), hasta lanzarse a la pura invención torciendo el brazo a toda la Historia de la Edad Moderna.

 

En el mundo imaginario de Civilizaciones, los pueblos amerindios han sido previamente visitados por los feroces vikingos que, al margen de unos cuantos mitos, les han dejado importantes avances como la rueda, los caballos y mejoras metalúrgicas.

 

Así, cuando Colón se asoma al Caribe en 1492, encontrará unos pueblos algo más avezados que los pacíficos taínos prendidos de sus espejitos y cuentas que nos resultan tan familiares. Por el contrario, la ferocidad y determinación de estos pueblos frustra su regreso a Castilla y, por tanto, para la Europa de la época, su viaje será tan solo un fracaso más del que no se tiene noticia, tan solo la intuición de que, como todos venían sospechando, los cálculos del marino estaban errados.

 

Así que los europeos se vuelcan, abandonando para siempre la vía atlántica, en doblar el Cabo de Buena Esperanza para llegar al comercio con las Indias Orientales y romper así el monopolio árabe de la Ruta de la Seda. Pero, entre tanto, una guerra civil desangra el país de los Incas. En esta lucha, Atahualpa sale el peor parado y debe huir hacia el norte, a través de la espina dorsal de los Andes, perseguido por su hermano en una lucha a muerte. Atahualpa llega al Golfo de México y, tratando de zafarse definitivamente de su hermano, cruza a Cuba en pequeñas barcas con todo su séquito y el ejército que le acompaña.

 

En Cuba será bien recibido, pero poco durará su dicha puesto que las tropas de su hermano están asaltando todas las pequeñas islas caribeñas y no resta demasiado para que la batalla final tenga lugar, con la segura extinción de la estirpe atahualpeña.

 

En este trance, las carabelas varadas y los recuerdos de lo que los viajeros castellanos contaron de su patria a los cubanos comienzan a dar forma a una suerte de escapatoria definitiva, un salto al vacío desapareciendo del mundo conocido, del Viejo Mundo, para cruzar el Atlántico y llegar así a un Nuevo Mundo en el que poder asentarse, ya se verá cómo y qué relación se establecerá con sus habitantes.  

 

Los bravos incas cruzan el mar y llegan a una asolada Lisboa, destruida por un reciente terremoto, lo que pone de manifiesto la debilidad en que se encuentra el reino, permitiendo que Atahualpa y sus generales conozcan las peculiaridades de estos habitantes del Nuevo Mundo, sus costumbres, religión, gobierno y cuanto es necesario para trabar un conocimiento que pronto les será de gran utilidad.

 

Hasta aquí el destripamiento de la trama. Lo que vendrá a partir de este momento queda para el lector interesado en leer la novela. Baste decir que muchos de los hechos históricos que hoy conocemos se mantendrán, si bien, con importantes alteraciones. La batalla de Lepanto, las guerras de religión, la piratería berberisca, los enfrentamientos entre campesinos y nobles, todo ello tendrá un nuevo cariz con la presencia de estos visitantes para los que nuestro viejo continente es el Nuevo Mundo y del que se sienten extrañados por nuestra fe, nuestra tiranía, afán de riqueza y abuso.

 

Reescribir la Historia nos coloca en una situación de extrañeza que desestabiliza parte de nuestro egoísta eurocentrismo. Nos vemos descritos como bárbaros a los que se debe tutelar, como pequeñas tribus divididas por creencias religiosas, cuestiones de clase, nacionalismos de simples ciudades o comarcas, y un sinfín más de simplezas de las que los incas sabrán tomar partido.

 

La gesta ya no es que un puñado de valientes conquiste un imperio, la gesta es haber sido dominados por una fuerza que, con los presupuestos de Binet, se presenta como una alternativa real y plausible. Estar en el lado perdedor de la Historia puede hacernos replantear muchas cuestiones. Si bien la Edad Moderna es el despertar definitivo de Europa en el concierto mundial, no lo fue con motivo de una superioridad de raza o de valores, tal y como venían a sostener los pensadores del imperialismo del siglo XIX. Al contrario, esta obra pone el acento en unos cuantos hechos alternativos que desencadenan unas consecuencias casi implacables y lógicas, si estas palabras pudieran aplicarse a la Historia.



Es probable que muchos historiadores o aficionados a serlo objeten muchas de las cuestiones que dibuja Binet, que se planteen si realmente era posible que los hechos se desencadenaran del modo en que lo narra. Poco importa de hecho. En el curso de la lectura, obviando nuestro conocimiento de lo que realmente fue, no parecen detectarse excesivas piruetas, al menos, no mayores que las que el descubrimiento real del Nuevo Mundo supuso. Éste es sin duda un logro de la obra que no debe quedar empañado porque nos presente a unos incas menos sanguinarios que los reales, más preocupados por el bienestar de su pueblo que lo que realmente estuvieron, con una religión capaz de ser asumida como un final  lógico de las creencias cristianas y así en adelante. Si el lector se detiene a cuestionar cada afirmación, cada hecho narrado, perderá el hilo del disfrute y de la imaginación que es parte del juego que este tipo de obras requiere. Es como asistir a un espectáculo de magia molesto porque, en realidad, no hay magia sino truco.


Y éste es el principal mérito de la obra, y no es pequeño. Elegir un punto de la Historia y darle una vuelta de tuerca para, a partir de ese cambio, extraer las consecuencias a futuro. Sin embargo, esto puede funcionar como guión de un podcast de historia ficción o similar ahora que están tan de moda este tipo de ucronías que incluso han saltado con éxito al mundo de las series. Pero para una novela, más aún, para un autor como Binet que ha demostrado un elevado arte para combinar una trama novelesca de auténtico interés con un argumento de mayor peso filosófico o histórico, Civilizaciones parece quedarse en una primera escritura de la novela, a falta de añadirle ese argumento, esa subtrama, los personajes que la doten de una vida más allá del mero artificio recreacionista.

 

La inclusión de personajes de ficción tan solo pretende impulsar y completar la trama histórica. Tampoco se explican muy bien las apariciones de Cervantes, Montaigne o Miguel Ángel que más bien vienen a completar pasajes que no aportan excesivo interés. Queda, por tanto, un regusto amargo al sentir que la idea central de la novela es brillante y ofrece innumerables posibilidades que, de algún modo, han quedado en un texto frío por su mecánico discurrir por los principales hechos del siglo XVI y XVII pero que carece de una historia que es lo que, en definitiva, diferencia una novela de un ensayo.

 

Como toda opinión, ésta puede ser tan errada como el viaje de Colón presentado en estas páginas y por tanto, puede ser contradicha. Nada de lo escrito resta mérito a la labor del autor que, no se puede negar, escribe con arte y sabiduría aunque en esta ocasión no llegue a colmarnos. Impecable es también la labor del traductor, Antonio García Ortega, que ha vertido a nuestra lengua las dos novelas anteriores de Binet. Para quienes gusten de este género, pocos libros podrá encontrar mejor escritos entre tanto auge reciente. Para el resto, siempre quedarán las crónicas de los conquistadores, que aúnan ficción y realidad con la misma maestría.

 

 

 

17 de agosto de 2023

Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada (David Safier)

 
  


David Safier es un conocido autor alemán  de libros cómicos. Su primera novela, Maldito karma, dio inicio en 2009 a una impresionante sucesión de éxitos de ventas. Más recientemente ha tratado de repetir el éxito con el inicio de una saga que, a día de hoy, cuenta con dos títulos, pero que probablemente pueda extenderse a unos cuantos más.

La historia es simple pero efectiva. La protagoniza la ex canciller Angela Merkel, recién jubilada y retirada a un pacífico y bucólico pueblo de la Alemania más profunda, en el que trata de recuperar el tiempo perdido junto a Sauer, su marido fiel y algo asocial, su guardaespaldas sufrido y un pequeño perro carlino que le han regalado al despedirse de la cancillería con la noble intención de que los paseos diarios metan en cintura sus kilos de más y al que, menos noblemente, han bautizado con el nombre de Putin.

Pues bien, la gracia de todo este ingenio se encuentra, al menos en este primer volumen, en que la pacífica y bucólica vida rural se ve alterada por un supuesto crimen al poco de la llegada de Miss Merkel. Y, claro está, algo aburrida y necesitada de emociones fuertes, toma por su propia cuenta las riendas de la investigación, tratando de emular a los sabuesos clásicos del género como Poirot o Holmes, pero tendiendo más bien a una miss Marple teutónica.

Sin duda, muchas de las referencias a la canciller tienen que resultar evidentes para cualquier lector alemán, pero no tan obvias para los que solo la hemos visto periódicamente en los telediarios y poco más. Esto, lejos de ser un inconveniente que nos hará perder alguna ironía de Safier, nos permite creer de forma más convincente en el personaje, al separar la Merkel real de esta anciana amiga de las tartas de manzana y los crímenes de sobremesa.  

Es, por tanto, mérito de Safier el lograr que el texto resulte totalmente inteligible para cualquier lector, en parte porque la trama sigue, con mezcla de homenaje y plagio al mismo tiempo, los pasos de las obras más clásicas del género. No solo Miss Merkel está apoyada por unos patosos y algo patéticos ayudantes, su marido y el detective, sino que debe luchar con su propia autosuficiencia, reconociendo ocasionalmente que también sus menos dotados colaboradores pueden tener mejores ideas que las suyas.

Y estas referencias se explicitan en el libro con menciones directas a obras como Asesinato en el Orient Exprés de Agatha Christie o las menciones a Sherlock Holmes casi constantes. Pero Merkel no es aún una preclara detective, muchas de sus pesquisas concluyen en fracaso y sus intuiciones se revelan tan falsas como las pistas del presunto asesino. De aquí parten muchas de las situaciones cómicas que marcan el tono general de la obra.

Dicho todo esto, el libro es un notable entretenimiento, y la idea es francamente brillante desde un punto de vista promocional. Safier ha creado un personaje nuevo de uno que ya existe, no necesita dibujar sus rasgos, definir su carácter o subrayar su apariencia física más allá de sugerir algo sobre la monotonía de las chaquetas y pantalones de cintura ancha. El personaje se nos hace entrañable al ver cómo lucha por reconstruir en un pequeño entorno rural su liderazgo perdido, cómo establece paralelismos entre las cumbres de la Unión Europea y el cóctel de bienvenida del noble local, en suma, cómo su experiencia política parece haberle servido tan solo para prepararla para este preciso momento y esta concreta investigación.

Sin duda, Safier juega conscientemente con el oculto deseo del lector de mofarse de un personaje tan célebre y no precisamente simpático, que se lo pregunten a los griegos. De poner a su protagonista en situaciones comprometidas, en contextos en los que se humaniza su figura aún a costa de hacerla desdecirse de alguna de sus convicciones políticas.  

 


 

Y aquí se abre inevitablemente la duda de si todo esto hace el libro más interesante para los lectores no alemanes que para los que tienen una experiencia de la canciller de primera mano. De si estos serán capaces de separar sus opiniones políticas de su juicio sobre este detective aficionado. Y, del mismo modo, uno se pregunta qué ocurriría si este libro trajese consigo una franquicia similar para políticos de otro país, y cuáles serían los más probables candidatos entre nuestros ex dirigentes.

Y tras pensar un poco, la verdad es que cualquiera de los candidatos, en su cierta fatuidad y distancia, en su frialdad y soberbia, harían un estupendo papel cómico, aún a costa suya. Quién no pagaría por ver a un Zapatero, un Aznar o un Rajoy tratando de encontrar al asesino del dueño de un comercio de telas de Ciudad Real, sin ir más lejos, poniéndose en evidencia, rebajados al trato con mundanos y no siempre amables ciudadanos que han sufrido sus políticas, que escapan del atrezzo que los equipos de propaganda que organizan en torno a sus confundidos líderes.

 

Porque, en el fondo, todo político que deja su cargo, y que vive de lo que fue (sea o no Registrador o conferenciante de  astronómico caché) siempre tiene ese aspecto medianamente ridículo y patético, esa creencia de que realmente llegó a donde llegó no por los votos recibidos sino por la valía personal, ese punto de engreimiento fatuo que tan bien les encaja a todos ellos.

  • Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada ha sido publicado por la editorial Seix Barral el pasado 2021 en la colección Biblioteca Formentor, con traducción de María José Díez Pérez. Como se ha dicho, el libro se lee de manera sencilla, entretiene y permite establecer paralelismos curiosos entre la política germana y otros ilustres compañeros de profesión. La trama es lo bastante liviana como para que no se ponga a prueba la perspicacia del lector a la hora de destripar el crimen y anticiparse a la venerable Merkel, porque el disfrute no está en destapar al asesino, si lo hubiere, sino en seguir los pasos de Merkel haciendo tartas de manzana, agachándose para recoger las cacas de Putin, contándonos cómo se enamoró de Sauer o ayudando a su alelado guardaespaldas a superar sus traumas de amor, quién se lo iba a decir.

 

 

6 de noviembre de 2022

La séptima función del lenguaje (Laurent Binet)


 

Laurent Binet es toda una figura de las letras francesas con apenas tres novelas publicadas. Su primera obra, HHhH, fue reconocida con el Premio Goncourt de Primera Novela, mezclaba el género novelesco con la investigación para describir el atentado contra Reinhard Heydrich en Praga, donde el autor había vivido un tiempo.

 

Pero en este caso, veremos su segunda obra, La séptima función del lenguaje, publicada por Seix Barral con traducción de Adolfo García Ortega. Este trabajo también ha recibido diversos reconocimientos y premios así como reseñas muy favorables.  

Comencemos ya. Según Roman Jakobson, el reputado lingüista ruso, el lenguaje presenta seis funciones que lo definen y determinan. Entre éstas se encuentran algunas como la poética, la expresiva o la metalingüística. No obstante, se puede plantear la hipótesis de una séptima función que consistiría en la consecución de un resultado por su mera enunciación. Esto es, igual que en la Biblia, Dios dice: “Hágase la luz” y la luz se hizo. En otras palabras, podría existir una séptima función que permitiera a su conocedor lograr todos sus objetivos, convencer y, por tanto, disponer de las voluntades ajenas, convertirse en el demiurgo de la palabra.

 

Y es esta séptima función, sugerida o intuida por Jakobson la que parece haber sido descubierta y desarrollada para su puesta en práctica por Roland Barthes, un crítico literario y semiólogo francés. Barthes es atropellado en extrañas circunstancias en 1980, justamente después de un almuerzo con François Mitterrand, candidato a la Presidencia de la República Francesa. Hay quien sospecha que la muerte del semiólogo no es accidental y que trae causa de sus investigaciones y de ese almuerzo en el que presumiblemente ha dado a conocer la potencia de esta nueva función y sus virtudes a un aspirante a la Jefatura del Estado con un amplio programa de reformas que requerirán importantes consensos y enfrentarse a una dura resistencia.  

 

La trama detectivesca en torno a este accidente y sus posibles móviles es lo que estructura toda la obra, pero lo que la da relevancia y diferencia de cualquier otro thriller policíaco, es la comedia humana que subyace a ese mundo intelectualizado de la Francia de finales de los setenta y primeros ochenta. Ese mundo tan admirado por otros tantos intelectuales extranjeros aún en nuestros días pero que aquí queda dibujado como una mundana confluencia de egoísmos, miserias y bajezas, traiciones y vacuidad, pose e hipocresía.

 

Bayard es el agente encargado de la investigación del presunto atropello. La elección no es muy afortunada ya que el detective no está especialmente preparado ni formado para comprender las tareas a las que se dedicaba Barthes, ni sus posibles asesinos. Tampoco tiene un bagaje cultural que le permita abordar con solvencia, o ganarse el respeto, de los personajes de esta secta cultural que, durante la segunda mitad del pasado siglo, conformaron gran parte del modo de pensar que aún hoy perdura. 



 

El autor ha aprendido de los best-sellers de intriga, los que conjugan las tramas trepidantes en las que se entrecruzan las nuevas tecnologías con las sectas y cofradías secretas que emergen de un pasado remoto y desconocido salvo para los iniciados. Y aquí, el cicerone que ayuda a cruzar este cenagoso mundo académico, con sus infinitos matices y sus guerras soterradas o declaradas será Herzog, un joven profesor de Literatura con los conocimientos suficientes para guiar a Bayard por esta jungla ignota. La tensión y roces entre ambos personajes, arquetipos del pensamiento conservador y el de izquierdas, toma un importante en la novela, en la que, de alguna manera, se advierte una evolución en el pensamiento de ambos, una permeabilidad que les hace madurar intelectualmente, una especie de pareja al modo de otras tantas de la Literatura, perfectas para poner el punto y el contrapunto a cada situación.  

 

Pero lo que aleja a La séptima función del lenguaje de una mera novela de intriga es la combinación de ficción y realidad, la aparición de hechos reales como el propio atropello y muerte de Barthes en extrañas circunstancias, el atentado de la estación de Bolonia o la campaña electoral para la Presidencia de Francia. También el que los personajes que aparecen sean en su gran mayoría famosos intelectuales como Althusser, Derrida, Aragón o Bernard-Henrp Lévy.   

En muchas ocasiones, las explicaciones de Herzog no son bastantes para un lector no familiarizado con esta rama del conocimiento lingüístico o filosófico, y en otras, tan solo sirve para espolear la búsqueda de más información, de referencias, en las que se descubre que gran parte de lo aquí relatado, de las conversaciones, los odios y rivalidades son reales, que el trabajo de Binet ha sido ingente pero que ha logrado empacar toda esa información en una trama que se lee sin pausa, que avanza de manera natural pese a los numerosos interludios y que deja en el lector el inapreciable deseo de que el libro se prolongase más allá del último capítulo.

 

En este caso, uno se cree tentado de apostar a que el autor ha querido escribir su propia versión de El nombre de la rosa, lo que no sería de extrañar puesto que Umberto Eco es precisamente uno de los personajes de La séptima función del lenguaje.Y la comparación no es superflua puesto que Binet combina conocimiento y habilidad literaria con suficiente maña como para asombrar a sus lectores con la misma eficacia que mostró Eco en su primera novela. Un talento que confiamos en que también haya quedado de manifiesto en su tercera obra, Civilizaciones, aunque esto quedará para otro día.