Si algo nos enseña la locura de
los campos de exterminio nazis es que no podemos dar por sentado nuestro grado
de civilización y que, llegado el caso, éste sólo sirve para que la crueldad
resulte más torticera y enrevesada, más fría y destructiva.
¿Pero todos somos capaces de
cometer las mayores atrocidades? Hay quienes creen que sí, que tenemos un punto
que, tocado adecuadamente, nos conduce a la crueldad. Sin embargo, la historia
nos muestra que en idénticas circunstancias no todos se comportan del mismo
modo. No siempre se alega la obediencia debida para justificar las barbaridades
cometidas y no siempre se opta por la vía más fácil para evitar las
complicaciones personales.
La cuestión, por tanto, queda
reducida a si determinadas circunstancias
pueden disparar la inhumanidad de una persona concreta que, de otro modo, habría vivido en una absoluta y apática
normalidad.
La vida de Irma Grese, más
conocida como la "bella bestia", es un ejemplo de lo dicho. Famosa
desgraciadamente por haber sido una de las más crueles celadoras de los campos
de exterminio, tiene en su haber el ser una de las condenadas a muerte más joven
por crímenes de guerra tras el fin de la contienda mundial. En tan solo 22 años
tuvo tiempo suficiente para llegar a ser, en palabras de uno de sus
interrogadores, el célebre aviador británico Eric Brown, “el peor ser humano que he conocido.”
Nacida en una familia de escasos
medios, abandonó la escuela a los 14 años para trabajar en una granja,
posteriormente en una tienda y, poco después, en un hospital aspirando desde
ese momento a convertirse en enfermera (curiosa aspiración para quien se ha
ganado triste fama por golpear a mujeres hasta la muerte, asesinar mediante
disparos arbitrarios y otras atrocidades similares).
Desde el ascenso del partido
nazi, su fervor por el líder la llevó a convertirse en la perfecta encarnación
del régimen creyéndose perteneciente a una raza elegida, llamada a limpiar el
mundo de quienes no merecían habitarlo. La ideología nazi y la guerra crearon
el caldo de cultivo idóneo para que Irma desarrollase toda su maldad en un
ambiente de impunidad en el que podía dar rienda suelta a sus instintos más
bajos cumpliendo las órdenes y expectativas de sus superiores. No sólo llevó a
la muerte a miles de personas sino que se ensañó con ellas y disfrutó con una
tarea que la envileció hasta el punto de causas rechazo a otras celadoras.
Irma Grese |
“La bella bestia” es la
última novela de Alberto
Vázquez-Figueroa, publicada por Ediciones Martínez Roca, y en ella el autor
toma la vida de Irma Grese para escribir una obra sobre la crueldad, la muerte
y la supervivencia, pero también sobre el recuerdo y el olvido, sobre la trascendencia
de nuestro paso por este mundo,
Como no debe resultar grato
escribir sobre un protagonista tan execrable, Vázquez-Figueroa opta por
servirse de un personaje interpuesto como narrador. Violeta Flores es una
anciana cordobesa que desgrana a Mauro Balaguer, editor antaño exitoso y hoy
venido a menos, su vida como sirvienta y esclava sexual de la bella bestia.
La anciana cree llegado el
momento de publicar sus recuerdos ya que los tiempos que corren comienzan a resultarle
demasiado parejos a los que vivió en su infancia y en los que conoció a Irma.
Unos tiempos en los que se culpaba de la pobreza al extranjero, en la mayoría
de las ocasiones más pobre aún, pero no por ello menos “culpable” a los ojos
del odio.
La relación entre Irma y Violeta
se remonta a los meses previos al inicio de la guerra, cuando la joven española
vive en una granja del Norte de Alemania junto a su madre, su amante y su
hermano recién nacido. Irma se siente atraída por la joven española, por sus
negros cabellos y su piel oscura. Lo que le atrae de Violeta es lo mismo que,
en otras personas, provoca su rechazo y odio (muchas veces las pasiones
resultan extrañamente inexplicables). Allí se enamora de ella y la viola por
primera vez, allí nace una relación enferma en la que Irma tomará el control de
la vida de Violeta durante los próximos años.
Alberto Vázquez-Figueroa |
Anticipándose al inicio del
conflicto militar, la familia Flores escapa a Polonia. Trágica elección puesto
que unos días después de cruzar la frontera e instalarse, gracias a unos
contactos, en unas instalaciones sanitarias dedicadas a crear vacunas contra el
tifus, el Ejército alemán invade Polonia y se hace cargo del servicio médico.
Sólo es cuestión de tiempo que Irma reaparezca para llevarse a Violeta Flores
como asistenta (en la práctica, como esclava personal, para ser violada cada
noche, para usarla y mancillarla y para crecerse ante ella, haciendo gala de
toda su crueldad) y todo bajo la amenaza de acabar con la vida de su madre y
hermano al primer intento de fuga.
En los años siguientes, Violeta
se verá obligada a seguir a Irma por diversos campos de concentración y
asistirá horrorizada a las masacres de prisioneros de guerra, judíos, gitanos y
demás seres considerados infrahumanos por los nazis. Sólo el temor a causar la
muerte de los suyos retiene a Violeta junto a su carcelera y solo la proximidad
del fin de la guerra la decide a escapar a través de una Europa arrasada,
tomando los papeles y el dinero que Irma había preparado para su propia huida.
Pero volviendo a los tiempos
actuales, recuperamos a una Violeta Flores que exhibe una vitalidad y energía
impropia de su edad. En sus charlas con el editor fuma puros, bebe cognac y
come sin aparente contención, como si tuviera miedo de que la muerte le
sorprendiera sin haber apurado el último instante. Tal vez haber vivido tantos
años rodeada de muerte, creyendo que cualquier momento podría ser el último, la
predispone a esa vitalidad que, por otro lado, contrasta notablemente con la
apatía y sentido de derrota que destila Mauro Balaguer.
Aquejado por los posibles
síntomas iniciales del Alzheimer (probable herencia de su padre), su pérdida de
memoria es el contrapunto al ejercicio de Violeta por dejar constancia de sus
recuerdos, dando sentido a lo sufrido para conocimiento de los que vendrán. Mauro
se aferra también a sus recuerdos, pero por el temor a perder la noción de su
propio yo. Esta lucha consume toda su vitalidad y optimismo, aceptada ya la
derrota ante la enfermedad y las consecuencias que le acarreará.
La novela se articula en torno al
diálogo entre el editor y la cordobesa. En ocasiones resulta algo forzoso y
rompe el ritmo de la narración de la anciana, en otros casos sirve para aliviar
una tensión excesiva e introducir reflexiones o paralelismos con la época
actual.
Lo que resulta de la lectura de “La bella bestia” es una inmensa
tristeza que ni siquiera la vitalidad de Violeta Flores logra disipar. Después
de leer esta novela, seguimos sin conocer los verdaderos motivos que llevaron a
Irma Grese a cometer sus crímenes y, por tanto, seguimos siendo incapaces de
dar respuesta a la pregunta que formulamos anteriormente. Si no hubiera
existido Hitler, si no hubiera habido una guerra, ¿habría existido la “bella
bestia”? Probablemente no, lo que no hace sino dar más sentido al temor de Violeta
Flores, verdadera protagonista de la novela, de que los tiempos pueden traernos
nuevas Irmas.