Según avanza la guerra, las visiones gloriosas se sustituyen por los cuerpos muertos, heridos o mutilados que regresan en carretas desde los campos de batalla. Este golpe de realidad reorienta los poemas de Whitman hacia el Hombre, personificado en la figura del soldado, sin que importen sus colores o banderas. Es el ser humano, maltratado y torturado por la guerra, un ente abstracto que aparece ajeno al mundo y que, como los dioses griegos parece golpear con arbitrario capricho.
En este contexto donde la vida parece carecer de valor es donde, nuevamente, Whitman canta la grandeza de los hombres, en su pequeñez y su vulnerabilidad encuentra nuevos motivos para identificarse con todos y cada uno de los soldados que combaten enconadamente entre sí.
El volumen se acompaña de un breve diario de guerra en el que Whitman detalla sus labores de enfermero, sus viajes en tal cometido y sus experiencias directas del conflicto, siendo un complemento perfecto para la lectura y comprensión del poemario.
Por último, esta obra muestra un ejemplo de cómo, en líneas generales, un pueblo salido de una guerra civil terrible, supera sus divisiones enfrentándose unido al futuro. En ninguna de los versos de Whitman (ni los escritos durante la guerra, ni los escritos al concluir el conflicto) muestran odio por el Sur. La guerra no es una lucha de ideas o sistemas económicos contrapuestos, sino una escenario de destrucción irracional que trata de destruir al hombre pero que, al tiempo, revela su grandeza. Sea del Norte o del Sur, cada hombre encierra un milagro. No hay buenos y malos, sólo hombres, superándose de este modo la tremenda contradicción entre el tiempo que le tocó vivir y los ideales que siempre alentaron la obra del viejo hermoso Walt Whitman.