Mostrando entradas con la etiqueta Norman Mailer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Norman Mailer. Mostrar todas las entradas

11 de marzo de 2012

Un arte espectral (Norman Mailer)




“Tratar a diario con la Nada es devastador”
Norman Mailer

Pocas profesiones tan dadas al autoanálisis y la vanagloria como la del escritor. Apenas hay un autor que no haya caído en la tentación de explicar a sus lectores, al mundo, los motivos que le llevaron a su oficio, sus méritos, lo que pretendía con tal o cual obra o lo desafortunado del papel de críticos y editores.

Y estas páginas, llenas de altas consideraciones y un ego desmedido, suelen contrastar con la pequeñez de la obra del escritor en cuestión, de modo que el esfuerzo resulta más bien digno de lástima, de cierta sonrisa condescendiente tan alejada de lo pretendido.

Sin embargo, cuando estas páginas vienen respaldadas por la obra de un autor al que se admira y cuyos textos creemos que deben resplandecer por encima de los de sus colegas, ¡qué efecto tan diferente! Lo que en otros nos resulta sonrojante y patético, se torna auténtico y admirado porque, en definitiva, no solemos juzgar tanto la veracidad de lo que leemos sino la credibilidad de quien lo escribe.

Y esto es lo que ocurre con Un arte espectral, recopilación de textos de Norman Mailer sobre la escritura; más precisamente, sobre “su” escritura y todos sus accidentes y circunstancias. El libro se compone de materiales diversos (entrevistas, antiguos artículos, algunos inéditos, conferencias, …) debidamente adaptados, recortados o ampliados, hasta convertirlos en un conjunto coherente y bien construido en el que Norman Mailer echa la vista atrás para reflexionar sobre qué significa escribir, cuáles son sus peajes, pero también sus atajos, las consecuencias de una vida de escritor o la obra admirada de otros autores (más admiración sincera cuanto más tiempo lleve muerto el colega, ya se sabe que los vivos siempre pueden hacer la competencia).

El joven Mailer
Mailer comienza el periplo por sus inicios como escritor y sus recuerdos de las clases de escritura en la Universidad. No cree que dichos cursos aporten mucho al escritor en ciernes pero sí destaca un valor fundamental: la oportunidad de aprender a sobrellevar la crítica despiadada del resto de compañeros de curso. Someter un texto al duro juicio de competidores ansiosos por desmerecer el talento ajeno o de lograr el reconocimiento general gracias a la perspicacia crítica, supone una dura prueba que prepara al fututo escritor para lo que le aguarda.

Y es que Norman Mailer tuvo la fortuna de lograr un tremendo éxito con su primera novela, Los desnudos y los muertos, pero le resultó difícil superar las expectativas de críticos y público en sus siguientes novelas, siempre criticadas y juzgadas por el rasero de la primera obra. Mailer cree incluso que su éxito temprano predispuso al mundo literario en su contra, aunque eso sea ya una apreciación personal.

Lo cierto es que Mailer reflexiona sobre los motivos por los que una determinada obra alcanza el éxito de crítica y público y otra, tal vez de mayor mérito literario, parece caer pronto en el olvido. Llega a la conclusión de que el factor suerte juega un importante papel. Los desnudos y los muertos, ambientada en la Segunda Guerra Mundial fue publicada en 1948, momento en el que el público americano estaba ya preparado para una novela en la que la imagen heroica de los soldados comenzaba a resultar algo cargante. Publicada unos años antes (o unos después) habría resultado menos apta o impactante para el público en general. Lo contario ocurrió con Noches de la Antigüedad, su novela ambientada en el Antiguo Egipto y cuya redacción le llevó bastantes años. Durante todo ese tiempo, la tierra de los faraones pasó a convertirse en un fenómeno de moda y volvió a caer en el olvido salvo para los fanáticos. Su publicación coincidió con esta última fase, lo que justifica -a su juicio-, el escaso interés que recibió una novela que para él supuso su mayor desafío literario.



La conclusión que extrae de su experiencia es sencilla: no te esfuerces por escribir sobre lo que crees que se convertirá un éxito; las apetencias del público son tan volubles que en el tiempo que tardas en escribir una buena novela, el interés habrá cambiado de foco. Por eso, dado que el ejercicio de la Literatura supone un esfuerzo y un sacrificio tan notable, y el éxito comercial no está asegurado, es preferible centrarse en escribir aquello que nos apasione, aquello que deseemos con toda nuestra fuerza y que nos ayude a soportar el esfuerzo que aguarda por delante.

Pero, ¿tan duro es el oficio de escritor? Uno podría creer que una vida libre de complicaciones, de horarios, sometida tan solo a la creación y sus misterios, resulta un agradable modo de pasar por la vida. Sin embargo, para Mailer, la escritura no es otra cosa que enfrentarse a la Nada, es lo que define el propio título de este libro: un arte espectral.

Mailer es de los autores que defiende eso que en otros suena a retórica vacía, la idea de que cada personaje, a partir de un punto, comienza a escribir su propio guión, en un proceso gradual en el que se parte de un comienzo someramente planeado que pronto devienen en una situación en la que la novela se tambalea entre permanecer bajo el control del autor, languideciendo torpemente, o saltar al vacío para hallar su propio sentido, para lo cual se sirve del autor. Es esta acrobacia la que mejor define la idea de enfrentarse a la Nada.


¿Y realmente es la novela la que dirige la mano del autor? También aquí la opinión de Mailer tiene su especial significado ya que para el autor americano, el Mal (lo mismo que el Bien) son fuerzas reales que se manifiestan en nuestras vidas cotidianas y que en ocasiones pugnan por imponerse en nuestro interior. Esta idea, que tan bien reflejó en El castillo en el bosque, implica que muchas de sus obras pueden ser fruto de la inspiración del Mal, o de alguna manifestación de éste, lo que no deja de resultar algo inquietante en un autor que ha fijados sus miras en vidas tan poco edificantes como puedan ser las de Oswald, Hitler o Gary Gilmore, el asesino de La canción del Verdugo.

También en otros sentidos, la escritura supone una lucha contra la Nada. Para Mailer, el proceso de escribir una novela resulta extenuante. La dedicación diaria a la silla y el folio en blanco forman parte de un ritual que incluye largas horas sin escribir absolutamente nada, repasar lo escrito, reelaborar por completo una novela, cambiar al personaje principal por un secundario cuando ya se tenía prácticamente concluido el texto, y así una interminable relación de problemas y dificultades que convierten el oficio de escritor, según Mailer, en uno de los más ingratos que pueda conocerse.

Respecto a los personajes, Mailer prefiere aquellos con fuerte personalidad, capaces de ir cambiando a lo largo de la novela, de aprender de lo narrado y adaptarse. Critica con dureza la obra de autores -como Saul Bellow (al que, por otro lado, admira)- por la escasa consistencia de sus personajes, más bien pensados como figurantes para sus estupendas tramas. Lo fundamental es, por tanto, observar cómo actúan las personas, como les influye lo que ocurre a su alrededor.

Porque Mailer defiende la obra como vehículo de indagación, primeramente personal, del propio escritor, seguidamente del lector, de cada lector. Según este planteamiento, una obra es más meritoria, más elevada, cuando genera reacciones opuestas en los lectores. Que un mismo texto pueda llevar a unos a la risa y a otros al llanto. Una respuesta homogénea equivale a un fraude, una manipulación del escritor que juega con sentimientos y emociones previsibles.

Avancemos algo más en lo que este volumen nos propone y que evidencia la versatilidad del autor. Dos ejemplos de muestra. El primero es su espléndido análisis de una película clave en la historia del cine, El último tango en Paris. Comienza por alabar las intenciones del director y el talento de Brando para ir avanzando en el metraje y concluir considerando que el miedo al fracaso y la falta de coherencia a la hora de llevar a las últimas consecuencias la fuerza del argumento son la prueba irrefutable del fracaso artístico de la película. El segundo ejemplo es una prodigiosa reseña sobre Huckleberry Finn, escrita como si fuera una novela contemporánea en la que Mark Twain rinde sincero homenaje a los estilos de todos los grandes escritores americanos, desde Hemingway a Faulker, pasando por Sinclair Lewis y John Irving. No he conocido forma más hermosa e irónica de expresar el impacto de una obra en las generaciones futuras de escritores.



Esta colección de textos, publicada en su versión original en el año 2003, ha sido recuperada por la editorial Planeta con traducción de Elvio Gandolfo y puede considerarse como su testamento ideológico sobre la Literatura. Pero, ¿deben interesarnos realmente sus opiniones?¿No es preferible saltar directos a su obra, verdadero testimonio de sus convicciones literarias?

Lo que he aprendido leyendo este libro, es que la persona, el autor, es el marco de la obra. Como afirma en diversos pasajes, nadie puede escribir decentemente sobre alguien más inteligente que uno mismo, ése es el límite. No basta querer escribir, ni forzarse a ello, a la espera de que nos asalten las musas. No, hace falta algo más, algo a lo que no todos tienen acceso (no todo el que escribe es un escritor) y que Mailer define como esas fuerzas (Mal o Bien) que se sirven de uno. Tal vez, mientras compilaba y reescribía los textos para Un arte espectral, Mailer sonreía sabiendo que pocos autores podrían escribir con sinceridad sobre las trastiendas y tramoyas de la Literatura y que él era uno de ellos. Seguro que en esos momentos ni Mal ni Bien se sirvieron de él, sólo la Literatura le permitió desvelar alguno de sus misterios. Y por eso ha merecido la pena.



28 de agosto de 2011

El castillo en el bosque (Norman Mailer)




Tenemos la imagen congelada de los grandes villanos de la Humanidad en sus momentos de apogeo, pero olvidamos con demasiada frecuencia que también ellos fueron niños, gozaron de la atención de sus padres y fueron destinatarios de hermosas expectativas. O tal vez no lo olvidamos, simplemente nos resistimos a pensar en ello, no admitimos que nada pueda enturbiar el legítimo odio y repugnancia que por ellos sentimos.

Sí, tal vez prefiramos ver como una vida completa la del asesino en serie o la del tirano, no admitir quiebras en nuestro juicio que provengan de una infancia que justifique lo que vendrá. O quizá la imagen de un tierno infante se nos cuele y nos haga preguntarnos por el punto concreto en el curso de la vida en el que todo se torció, como un punto sin retorno en el que poder marcar la línea divisoria entre lo admisible  lo repugnante.

Por ello, es admirable la intención de Norman Mailer de novelar sobre los primeros años de uno de los perores monstruos de la Historia, Adolf Hitler. En su última novela, El castillo en el bosque (Anagrama), Mailer trata de reconstruir esos primeros años de los que apenas nada conoce el público no especializado para lo que ha trabajado con una amplia bibliografía que se recoge al final del libro, como si se tratase no de una novela y no de un ensayo.

Norman Mailer
Si este planteamiento nos parece de por si inquietante, más aún lo es el hecho de que la voz narradora sea la de un demonio menor que ha recibido el encargo del Maestro  -Satán-  de hacer un especial seguimiento de esta vida que comienza bajo prometedores signos.

Y es que, según la narración, Hitler es el resultado de un doble incesto. De un lado, su abuelo Johann Nepomuk, engendró al padre de Hitler -Alois- de su propia hermana, Maria Anna. Posteriormente, Alois, se casó en terceras nupcias con Klara, su hija, fruto de una noche con Johanna, hermana a su vez de Alois. Adolf Hitler nacería de este matrimonio. Hitler es, por tanto, fruto de un incesto, igual que lo son sus dos progenitores.

Según la teoría  diablesca, de los hijos incestuosos cabe esperar una cantidad de taras que comprometan su viabilidad, pero en aquellos casos en los que el bebé sale adelante con cierta normalidad se pueden esperar de él los más grandes logros.

Y por eso, a modo de ángel de la guarda del Mal, el narrador va desgranando la vida de la familia Hitler demorándose en determinados acontecimientos que forjaron su evolución.

El padre hará una brillante carrera como funcionario del Servicio de Aduanadas de la monarquía austriaca en el que llegará al grado más alto reservado para personas de sus escasos estudios y condición. Su genio autoritario marcará el carácter del joven Adolf que se refugiará en las faldas de su madre quien le prestará todo su apoyo y cariño agobiada por el deseo de conservar su descendencia masculina (de la que Adolf es su última esperanza).



Alois

Pero todo cambia cuando nace Edmund, otro varón que poco a poco irá desplazando a Adolf del lugar que su madre le tenía reservado y que incluso llegará a contar con la aprobación del padre, ya jubilado.

En estos años infantiles, la labor del narrador será la de preparar una mezcla de sentimiento de culpa, deseos de venganza, aspiraciones irracionales a un futuro glorioso, rechazo del sexo y otras muchas características que, sin embargo, por sí solas no explican nada de lo que estaba por venir. Una desesperada necesidad de cariño y su reverso de la moneda, los celos y el rechazo a cualquier forma de deslealtad (siempre y cuando provenga de otros, por supuesto) asientan progresivamente una tendencia a manipular los hechos para hacerlos coincidir con los deseos más íntimos. La verdad se convierte en algo tan relativo que puede quedar supeditada a un fin, en beneficio propio.

Klara
 Pero Mailer no se deja atrapar por este apetecible material, todo lo contrario. En aquellos casos en los que el lector podría encontrar el origen de algunos hechos futuros (como los hornos crematorios), lo desmiente explícitamente. La verdadera semilla del mal va germinando a través de pequeños sueños e imágenes, muchas de ellas apenas impactantes, pero sí lo bastante eficaces para ir creando un caldo de cultivo sobre el que dejar germinar la semilla.


Adolf Hitler niño

Dado que la narración está realizada por el propio demonio encargado de guiar los pasos del joven Adi, gran parte del discurso se centra en justificar las artes de estos, contrapuestos a los ángeles (o “cachiporras” según los denomina). El modo en que pueden influir en sus clientes, la manera de sacar partido de situaciones adversas o de inmiscuirse en las labores de los cachiporras pasan a formar parte de la esencia de la novela que, realmente, trata sobre el Mal y su brillante porvenir dado que estos maléficos mensajeros han logrado captar a numerosos clientes y, lo que es más importante aún, sembrar la idea en un gran número de personas de que ni ellos ni Dios existen, lo que favorece sus planes dejándoles un mayor campo de acción.

Pero el narrador no pasa por un buen momento y por ello ha decidido revelarse y poner por escrito su implicación en esta fase de la vida de Hitler (más adelante fue sustituido por el propio Maestro quien se encargó de tutelar el resto de su macabra vida). Por ello teme una inevitable represalia y se plantea incluso cambiarse de bando. En un irónico guiño kafkiano, el narrador incluso se plantea si el Maestro no pudiera ser otra cosa que un diablo de alto rango pero no el verdadero origen del Mal.

Adolf Hitler adolescente

Norman Mailer ha dirigido su mirada en varias ocasiones hacia paisajes siniestros (La canción del verdugo o Oswald. Un misterio americano) pero realmente en ninguna de estas obras ha logrado como en El castillo en el bosque generar esa incómoda inquietud que acompaña al lector desde la primera a la última página.

Su prosa metódica, apunta directamente a los hechos adornando tan sólo los elementos necesarios para dotarlos de verosimilitud literaria, dirigiendo el texto con férrea voluntad sabiendo dosificar los diversos elementos que componen la novela. Es mérito de Jaime Zulaika el  haber sabido imprimir el ritmo adecuado a la versión en castellano y haber conservado cierta austeridad en la novela que, en ocasiones, la asemeja a una investigación periodística.

Llegados a este punto, debemos preguntarnos como en toda ocasión, las razones por las que merece la pena leer esta novela. A muchos el tema les alejará inevitablemente de la misma, pero no debe sernos indiferente el análisis del origen de monstruos como Hitler. La sabiduría que Mailer nos regala en El castillo en el bosque (título que por alguna razón me resulta igualmente angustioso) es que nada hay determinado en la vida de una persona que pueda empujarla a cometer las mayores atrocidades. Tal vez las condiciones del joven Adolf no fueron muy diferentes a las de cientos de jóvenes de aquella época, pero Hitler sólo hubo uno. Las peleas entre demonios y cachiporras pueden ser una irónica metáfora de nuestra diaria lucha interior, pero no por ello dejamos de ser responsables de nuestros actos. Tan solo nuestra voluntad determina de qué lado queremos inclinar la balanza de nuestros actos.