18 de diciembre de 2022

Faster (Eduardo Berti)




Hay autores que tienden a creer que el relato de sus anécdotas personales, de episodios concretos de su vida o, en el peor de los casos, de toda ésta, pueden resultar del mismo interés para cualquier lector que el que despierta en ellos mismos la evocación de tales recuerdos.

Esto resulta especialmente frecuente y doloroso en autores jóvenes, noveles, precisamente aquellos que menos tendrían que contar sobre ellos mismos, los que aún deberían esperar para atesorar vivencias y experiencias, conocimientos y heridas, no para verterlas en un libro a modo de diario personal de un adolescente con acné sino para incorporarlas a su modo de dibujar personajes, escenas y tramas, para dotar de vida lo que no es más que el fruto de unos pocos rasgos dibujados en breves frases o diálogos ocasionales, enriqueciéndolos con su propia experiencia.

Y es este conocimiento el que puede aplicarse a hechos vividos con la suficiente generosidad como para hacer que no devengan en insufribles ejercicios de egocentrismo vacío. Así, la experiencia personal puede convertirse en un apoyo para el autor sin perder de vista la idea de que al lector le resultará totalmente indiferente la fidelidad a los hechos que, por otro lado, le resultan totalmente ajenos.

De ahí que este género resulte siempre un arriesgado juego del que no es fácil salir bien parado. Y en esto he ido pensando mientras leía Faster (Editorial Impedimenta), una novela breve que narra un episodio cierto de la juventud del autor, Eduardo Berti, que de alguna manera le marcó definiendo su rumbo, primero como periodista, después ya como escritor y que, como él mismo asegura, no pretende tanto dar cuenta de los hechos concretos, como reflexionar sobre ese devenir, el modo en que nos convertimos en lo que somos, apenas conscientemente, sin que atendamos a un plan trazado, sin quererlo ni saberlo.

Porque Faster puede ser más o menos fiel a la realidad, poco nos importa, su lectura es lo bastante valiosa como para merecer el tiempo que se le debe dedicar, que no es mucho debido a su corta extensión. En ella, vemos cómo el autor, en compañía de un alumno de su mismo centro, escondido bajo el nombre falso de Fernán, y de la inestimable aunque menos longeva en el tiempo ayuda del Bujías, dan vida a una pequeña revista deportiva. Ellos, que no son deportistas y que, en cambio, dedican su atención a la música, la Literatura y el Arte, optan por razones incomprensibles, por el mundo de los deportes, tratando de ofrecer una mezcla de novedades, historia, reflexión, curiosidades y otros tantos aspectos que consideran que forman un gancho irresistible para sus lectores, básicamente compañeros de colegio o colegas de trabajo de sus padres, que hacen las veces de impresores en las fotocopiadoras de sus trabajos.

Pero el detonante de la historia que nos cuenta en primera persona Eduardo Berti es la entrevista que hacen a Fangio, el legendario campeón de Fórmula 1 argentino, que según han averiguado, trabaja en la capital y ocasionalmente recibe a admiradores. Logran concertar una entrevista, aunque el campeón les trata un poco como a pequeños sobrinos, con limonada y galletas, una visita de cortesía, en la que le arrancan supuestas confesiones sobre sus años de éxito y gloria, un tiempo en el que la maña de los pilotos era más relevante que la tecnología de los bólidos o el trabajo de los equipos técnicos.

La entrevista será tal vez el punto culminante en la vida de la revista y el episodio que convence a los dos amigos de que desean tomar el rumbo del periodismo. Traicionarse y respirar, aunque sea por breves momentos, el mismo aire de aquellos a quienes admiran y respetan, una vida algo idealizada pero lo suficientemente atractiva como para convertirse en meta de ambos. Y así será, en el caso de Berti, hará el tránsito al periodismo musical, cultural y, finalmente, a la Literatura. Su amigo Fernán, quedará en el campo de los noticieros y publicaciones, manteniéndose fiel a su propósito inicial, no aventurándose en la ficción, en el invento y falsificación.

 

 


Pero hay otro profundo nexo de unión entre ambos amigos, la música, y de entre ésta, la de los Beatles, que ya se han separado, estamos en los finales de los setenta y sus referencias al grupo musical vienen prestadas de sus mayores. Pero aún pueden seguir la peripecia de sus carreras en solitario y, ambos, admiran en especial al mismo ex beatle, George. Tal vez por su carácter, quizá por su elegancia o, más seguramente, por su férrea decisión de tocar y componer lo que le gusta y al diablo con el público, no buscar el halago y la canción que asalte las cimas de las listas, solo las que quiere componer, sean sobre religión hindú, sobre la belleza de un jardín o sobre su amor por la Fórmula 1 y su amistad con Fitipaldi y otros ases del circuito.

Porque éste es el punto en común entre Fangio, Berti, Fernán y Harrison, el amor por las carreras, por la velocidad y, por ello, el título de estas memorias selectivas se toma directamente de la canción Faster de George Harrison, dedicada en 1979 al mundo de la Fórmula 1. Y este single, una hermosa versión picture disc que Fernán atesora con pasión, será el regalo elegido por los chicos para Fangio en agradecimiento por la entrevista concedida una vez publicada en su pequeña revista amateur.

Los dos héroes de Berti y Fernán presentan aspectos paradójicos. Por un lado, Fangio asegura a los jóvenes que para ganar una carrera, se debe correr a la menor velocidad posible. No se trata de forzar la velocidad por encima del contrario, si no de correr tan solo un poco más que él para llegar antes porque, como también aseguraba en otra de sus frases paradigmáticas, para ganar, primero es necesario llegar a la meta. Y también George, aficionado a la velocidad, multado en innumerables ocasiones por los límites, era conocido como el Beatle tranquilo, el que aseguraba en The Inner Light que no era necesario viajar para conocer el mundo.

 

Y tal vez estas aparentes contradicciones son las que nos enseñan que no siempre lo obvio es lo probable, que la respuesta inmediata no ha de ser siempre la correcta y que de innumerables experiencias como éstas terminamos por saber que la vida no es un juego de blanco y negro, un simple sistema binario, sino que las brújulas que nos guían por ella tienen infinitos nortes magnéticos.

Y también tal vez por esta razón, Eduardo Berti y su amigo Fernán se lanzan a esa travesía con unas buenas armas, con la clara conciencia de que cada episodio se lucha en una lenta y constante batalla y que solo la rapidez del paso de los años se aprecia cuando se mira hacia atrás y vemos desdibujados los contornos del recuerdo.

Y así llego a entender el sentido de este relato, a medias ficticio, a medias real. La mirada de Berti se remonta a sus años jóvenes consciente de que lo que recuerda es tan solo la forma en la que esos hechos han sido reconstruidos en su imaginación tantas veces, en la trascendencia que ahora les otorga y en el sentido que les da para articular su propio relato vital. En sus páginas, incluso manifiesta su temor a que Fernán no corrobore parte de estas remembranzas, en especial todo lo relativo al fin de la entrevista con Fangio. Y vemos divertidos como Fernán se niega a ofrecer su propia versión de los hechos para no condicionar la de Berti, consciente de que no han de coincidir necesariamente, de que tan válida será una como otra y que las versiones contradictorias resultan tan enriquecedoras como las reales que nunca sabremos que lo fueron.

La perspectiva de Berti como voz narradora de Faster es de gran importancia. No nos habla el autor adolescente que vive estos hechos, nos habla otro Berti, ya padre, que refleja en su vida pasada los miedos y dudas que la paternidad le generan, pero también de este modo queda aún más de manifiesto que estamos ante un recuerdo fragmentario y arbitrario, una reconstrucción interesada y falsa, como lo es toda la buena Literatura.

Concluimos con una lista de reproducción con algunos temas tal vez admirados por Berti y Fernán de su amado George, no los más conocidos, tal vez los menos rápidos, los que le permitieron llegar antes al lugar que deseaba, en busca de su luz interior.



 

 

1 de diciembre de 2022

Salgan con los libros en alto (Generación Bibliocafé)

 

 

Hace poco más de diez años, en una pequeña librería de Valencia, se reunieron un grupo de personas interesadas en el mundo de la edición de libros. Bajo el tutelaje de Mauro Guillén se completó la formación teórica con un proyecto real, una antología de relatos, que permitiría no solo poner en práctica muchas de las cuestiones tratadas en las sesiones, sino abrir una ventana para autores noveles.


Diez años después y unos veinte libros más tarde, la Generación Bibliocafé vuelve a las andadas para celebrar este décimo aniversario, publicando Salgan con los libros en alto, una colección de 45 relatos, esta vez en torno al mundo que le vió nacer, las librerías. Cada relato viene seguido por la recomendación del autor de una librería y los motivos de dicha elección.


Y es que, para los amantes de la Literatura, los libros son el objeto de pasión y de adoración, pero en este rito, la librería es la iglesia y el librero el sumo sacerdote, por lo que ambas instituciones tienen bien merecido este homenaje.


Todos atesoramos recuerdos de nuestras primeras visitas a las librerías, tal vez de alguna en especial, por su proximidad a nuestra casa, porque ya desapareció, porque era casi la única en nuestro entorno. Porque aún podemos rememorar ese olor peculiar y ese amontonamiento de libros en un tiempo anterior a que la mercadotecnia lo abrazara todo, y aún antes de que la venta on line terminara con un modo de entender este negocio.


Porque, en aquellos tiempos, los libros no se ordenaban en mesas por secciones o por ventas. Normalmente, se amontonaban de un modo casi casual, las estanterías no estaban hechas tanto para el disfrute del comprador sino para lo que son según su propia etimología, para que los libros estuvieran, sin más, a manos del librero, a quien se preguntaba por un título y, con la confianza de un chamán, se dirigía a la balda concreta para rescatar el último ejemplar disponible, sin necesidad de comprobar las existencias en un ordenador. Y si la memoria fallaba, si el libro no se encontraba donde se esperaba, el librero sacaba otros libros, otras alternativas y uno terminaba saliendo de la librería con un volumen que no sabía que realmente era el que deseaba, feliz al fin y al cabo, porque la librería era eso, un lugar con magia y encanto, no una charcutería donde uno siempre sabe qué quiere y donde no se espera que el tendero te proponga comprar salchichón si preguntas por chorizo.

 

Y de todo esto y un poco más es de lo que hablan los relatos recogidos en Salgan con los libros en alto. Aquí tenemos librerías para todos los gustos. Librerías escondidas dentro de un faro, dentro de un cuadro, librerías que sirven de refugio para perseguidos, que insuflan sueños de libertad. Librerías que, en tiempos no muy lejanos en nuestro país, y totalmente actuales en otros, sirven como distribuidoras de títulos prohibidos, de ideas perversas, como lo son todas aquellas que desafían lo establecido, las leyes y las costumbres. Librerías con trastiendas en las que se venden revistas, se distribuyen panfletos, donde se organizan reuniones clandestinas. Librerías de su tiempo, al fin y al cabo.  


También tenemos librerías que acogen en su seno a los pequeños lectores, cuidando con mimo esas pequeñas letras que harán surgir mañana a los grandes lectores, tal vez incluso a futuros escritores. Pero también hay librerías envueltas de misterio, en las que se cometen crímenes de los que solo los libros son testigos, y librerías que abren sus puertas a mundos mágicos, mundos en los que el límite lo pone cada uno según su criterio, su ensoñación.


En los relatos aparecen librerías y libreros vocacionales, conspicuos organizadores de presentaciones, clubes de lectura, presentes en redes sociales para dar a conocer su mercancía, para expandir esa cultura luchando contra gigantes. Y también tenemos librerías como centros de encuentro, donde surgen romances o flirteos, incluso donde se puede disfrutar del sexo a escondidas.  


También los libros, como habitantes de estos comercios, toman su propia vida a espaldas de los ojos de sus dueños. Cambian de lugar ante la sorpresa de los libreros o se enzarzan en polémicas como sus futuros lectores, a los que esperan con ansia cada vez que se levanta la persiana, felices de hallar un nuevo hogar, temerosos del trato que recibirán.


Y, como no podría ser de otra manera, tenemos ese sueño húmedo de todo lector, esa idea romántica de dejarlo todo y abrir una librería, de vivir rodeado de libros, olvidando que estos no se venden solos y que la realidad no está siempre a la altura de nuestros anhelos. Más aún en nuestros días, cuando, pese a algunas noticias que quieren traer esperanza, lo cierto es que todos sabemos que el futuro nunca da a torcer su mano y que la senda está trazada. Que la lectura no es competencia para el fútbol, las series, la inmensa oferta lúdica, que las compras por internet restan otra parte de la cuota de negocio, que va quedando reducida, escuálida, que cada librería que cierra genera lágrimas y disgustos, severos movimientos de cabeza y profundas reflexiones, siempre demasiado tarde, siempre demasiado inútiles.


Pero, por eso, es también bueno que estos relatos nos hablen de esos recuerdos de un pasado mejor, de aquellas visitas y compras que nos dieron forma. Porque fijándolos, convirtiéndolos en relatos, se hace el mejor homenaje posible a estos santos lugares.


Y por sus páginas, uno se reencuentra con autores amigos, conocidos de otros libros anteriores de la Generación Bibliocafé, como Fuensanta Niñirola, Sergio Barce, Felicidad Batista o Antonio Briones, y descubre a otros autores cuyos textos logran emocionarle, con los que te puedes identificar fácilmente.


Como en otros libros de la Generación Bibliocafé, y gracias a la generosa invitación de Mauro, he tenido el privilegio de poder participar con un relato, La librería no se cierra, y poder recomendar una librería de mi ciudad natal.


Ya solo queda pasar de las palabras a los hechos, sugerir la compra de este libro, recomendar la compra de cualquier otro de la Generación Bibliocafé y confiar en que esta aventura pueda llegar a cumplir más años y más libros, y que estos siempre puedan tener la fortuna de encontrarse en nuestras librerías preferidas.