Desde
Confieso
que he leído llevo varios años publicando comentarios, reseñas y
recomendaciones sobre libros que leo y que creo que merecen ser leídos.
En
ocasiones algún autor se ha sentido molesto, algún traductor ofendido, cosas
que pasan cuando se trata de manifestar una opinión sincera.
Parece
fácil escribir sobre el trabajo ajeno, pero uno siempre se enfrenta a una
pregunta traicionera. ¿Tú lo sabes hacer mejor?
La
pregunta es tramposa por varios motivos. El primero, porque ser incapaz de
escribir una gran novela no equivale a no saber leerla. El segundo, porque
esconde y cobija a quien no acepta la crítica, no está dispuesto a admitir que
no a todos gusta lo que decimos, lo que escribimos o cómo lo hacemos. Nace aquí
la extendida y consolidada idea de que el crítico es el escritor, músico o
pintor frustrado.
Los
habituales de esta página ya conocen alguna colaboración mía en varios libros
de la Generación Bibliocafé,
debidamente reseñados en su momento. También conocen la reseña-relato sobre Un lugar limpio y bien iluminado de
Hemingway
Pero
ha llegado el momento de dar un paso más y presentar un libro con textos
publicados de manera dispersa y otros que permanecían inéditos hasta la fecha.
En definitiva, de asumir que, por esta vez, seré yo el valorado y comentado,
malinterpretado o elogiado.
En
este empeño he sido acompañado por Fuensanta Niñirola, que ha
colaborado con sus espléndidas ilustraciones que completan los textos
iluminándolos con una belleza que la palabra no siempre alcanza, así como por Mauro
Guillén en su encomiable (y paciente) papel de editor.
Lo
que se puede encontrar en las páginas de Noticia de este Mundo no es otra
cosa que el espíritu de este tiempo, una mezcla de alegrías y penurias en
continua transformación. Somos nosotros quienes las damos sentido en cada
momento, hilos conductores y verdaderos escritores de nuestros destinos.
El
juego entre ficción y realidad, el modo en que la primera hace soportable la
segunda pero también nos tiende sus trampas, puede resumir el tema principal de
la mayoría de los textos. Pero esto es solo lo que uno mismo interpreta cuando
lo lee. Sea el lector quien se sienta libre de extraer su propio sentido a lo
que no son sino palabras e imágenes.
Como
introducción para quien esté interesado en la obra, sirvan estas palabras de
uno de los textos aquí publicados y que bien podrían servir como punto de
partida.
Canción
del Retorno
Sentado entre la
maleza, alzo mi rostro al sol de la mañana. Siento sus rayos calentar mis
músculos y aspiro un aire que comienza a arremolinarse. Abro lo ojos y se
dibujan árboles, laderas y rocas. Una nube cubre de sombra repentina mi figura y
aprovecho para tensar mis piernas y levantar mi cuerpo. Armado de mis sentidos
asumo un nuevo día, dispuesto a consumirlo. Mis pasos son guiados por un
instinto ya casi olvidado, no buscan nada pues todo les es conocido, sólo
vagan, recuerdan el camino. Y así, llego a ti, a dejarte estas palabras tanto
tiempo postergadas, a recuperar esa costumbre ya lejana. Aquí las dejo, donde
siempre habitaron pero no fueron pronunciadas. Aquí las tienes, como un mapa en
tu mano. No busques sentido, sólo su música, no quieras retenerlas, sólo
tararea.
Noticia
de este Mundo
puede adquirirse en formato digital pinchando aquí.
También
se puede solicitar en formato físico a través de esta
dirección greatwhitewonder@gmail.com
Conozco a muchos
amantes de la pintura que disfrutan de este arte profundamente, pero no me
imagino a ninguno de ellos llorando ante un cuadro.
Conozco a infinidad de ávidos
lectores que devoran cuanto pasa bajo sus ojos con ansia irracional, pero creo
que de prácticamente ninguno de ellos podría decir que leer la primera línea de
una novela les estremezca o arrebate hasta el punto de ser víctimas de sus
propios sentimientos.
Pero lo que parece imposible
o improbable con libros, cuadros, esculturas o arquitectura, está al alcance de
cualquiera a través de la música. Porque sí conozco a muchas personas que aún
sin estar dotadas musicalmente, sin ser capaces de cantar y acertar una sola
nota de la canción más trivial, sin poder distinguir un bajo de un piano o sin
poder apreciar la diferencia entre dos personas que cantan al unísono o en
armonía, pueden emocionarse hasta las lágrimas o excitarse hasta el paroxismo
con una determinada canción.
Y todo esto es ajeno a
la apreciación de un arte como tal. Nadie queda libre del influjo de la música.
Quien la estudia y domina escalas y armonía podrá disfrutarla de un modo
diferente a quien sólo es capaz de dejarse llevar y tararear en la ducha. Pero
no me atrevería a apostar por quién disfruta más.
La música nos afecta de
un modo que ninguna otra actividad creativa humana consigue, estableciendo una
conexión directa entre nuestros sentimientos y lo que escuchamos, pero también entremezclando
nuestras vivencias con los sonidos que nos rodean y que, posteriormente,
permiten a nuestro cerebro recuperar lo vivido como una llave a un tiempo
pasado y tal vez olvidado.
Tradicionalmente el
primer aspecto, la conexión entre música y sentimientos, ha sido explotada a
conciencia. Desde el movimiento romántico a los cantantes melódicos más
histriónicos, la música ha modelado nuestros sentimientos y ha sido su más
eficaz vehículo de expresión.
Solo en épocas más
recientes se ha estudiado de manera sistemática el influjo de la música en
nuestro cerebro. Los primeros psicólogos y neurólogos abrieron paso a través del
estudio de casos singulares. Posteriormente, la tecnología ha permitido
radiografiar la actividad cerebral favoreciendo un acercamiento más científico
y evitando los casos más extremos y llamativos, creando una neurología de la
normalidad.
El reputado neurólogo Oliver
Sacks ha dedicado su último libro a recopilar gran parte de la
información disponible sobre el cerebro y la música, el modo en que nos influye
pero también los infinitos modos en que la música se adueña de nuestras mentes,
no siempre para bien, y de qué modo la música puede acudir en ayuda del
enfermo.
Oliver Sacks
Resulta sorprendente
que haya esperado al final de su carrera (Sacks
nació en 1933) para escribir esta obra ya que la música forma parte de su vida
del mismo modo que la neurología o la química. Buen pianista, aprendió de sus
padres el amor por la música y ha vivido siempre rodeado de partituras e
instrumentos. La música le ha servido para aumentar su disfrute de la vida y para
salir airoso en momentos difíciles. Pero tal vez por todo ello, cuando ya no es
esperable un nuevo gran trabajo, es concebible queSacks
haya preferido esperar a escribir este libro como testimonio de su pasión.
Como es habitual en
toda su obra, Musicofilia (Ed. Anagrama,
2009 traducida por Damián Alou) se
compone de diversos capítulos alrededor de casos clínicos descritos con la
delicadeza y cercanía que hacen de sus libros un goce continuo pese a lo arduo
del tema o lo espantoso de las situaciones descritas.
Porque también la
música engendra monstruos. La primera parte del volumen (Poseídos por la música) describe cómo en ocasiones la música puede
convertirse en una obsesión. Es el caso de Tony Cicoria, un médico totalmente
ajeno a cualquier interés por la música más allá del silbido camino del trabajo
pero que, tras sobrevivir a un rayo, desarrolla una pavorosa afición por el
piano que termina por dominar a la perfección a costa de su vida profesional y
su matrimonio.
Parecido patrón siguen
quienes sufren de lo que Sacks denomina “gusanos musicales”, pequeñas
secuencias de apenas segundos, pocas notas, repetidas de manera insistente
durante horas, hasta casi hacer enloquecer a quien las padece. Es curioso que,
en muchos casos, esta dolencia sucede a músicos profesionales arruinando su
carrera, incapaces de volver a tocar con normalidad o de lograr la
concentración necesaria para sus tareas de composición.
Pero en otras
ocasiones, estos músicos logran reconvertir su arte y explorar los sonidos de
su mente para sus creaciones, un arte lunático o demente pero no por ello menos
emotivo o hermoso.
En la segunda parte de Musicofilia (Una musicalidad variada) Sacks
repasa casos como la sinestesia musical, en la que el sujeto identifica notas o
escalas con colores o sabores, una experiencia más habitual de lo sospechado.
Esto enlaza con la presencia excepcional de personas con tono absoluto, capaces
de identificar una nota de manera perfecta. Pero esta perfección puede perderse
con facilidad lo que altera de manera definitiva la percepción musical del
individuo que, en ocasiones, termina por no ser capaz de distinguir una simple
armonía.
En Memoria, movimiento y música, Sacks
destaca la conexión entre enfermedades como el Parkinson y la música como medio
de mitigar sus manifestaciones más aparatosas o el síndrome de Tourette cuyos espasmos y tics parecen controlarse
cuando el paciente se enfrenta a una actividad musical tal y como ya había
relatado en obras anteriores. .
Parecida influencia
parece ofrecer la música en el caso de la afasia, la incapacidad para el
lenguaje (su emisión o comprensión)y
que, sin embargo parece ser burlada cuando la música entra en juego. Personas
incapaces de pronunciar una frase completa pueden elaborar complicadas
reflexiones empleando melodías conocidas.
Por último,en Emoción,
Identidad y Música, el autor reflexiona sobre la depresión, los sueños musicales
y otras interacciones entre los aspectos más sensitivos de nuestro espíritu y
la música.
Los archivos de Oliver Sacks se nutren no sólo de su
actividad clínica profesional sino de la inagotable correspondencia que los
lectores de sus libros le hacen llegar con casos propios o de familiares y que,
continuada en el tiempo, permite un estudio a medio y largo plazo realmente
enriquecedor.
Musicofilialleva por subtítulo Relatos de la
música y el cerebro, y nada más apropiado para definir este libro que da
cuenta con pasión y amor de todas las manifestaciones que la música tiene en
nuestro cerebro, en muchas ocasiones aderezadas con anécdotas personales del
propio autor o con referencias a célebres músicos o compositores.
No recomendaría este
libro para quienes aún creen que poner a su hijo todas las noches la Pequeña serenata nocturna de Mozart hará a sus hijos más
inteligentes. Sí para quienes crean que la música se puede disfrutar con pasión
y racionalidad y que, escuchen a Satie
o a los Ramones, sean capaces de
vibrar con la combinación de 12 doce notas.
Sabemos
que la poesía es un arma cargada de futuro, si bien, éste es incierto y desconocemos
qué nos deparará. Nuestra única guía es lo que conocemos del pasado y éste ya
no nos sirve.
También
sabemos que cuando hemos sido despojados de todo, aún nos queda la palabra,
pero estos tiempos parecen desconfiar de ella, abrazándose a la imagen como
única regla. Nos hemos acostumbrado a discursos políticos o publicitarios
vacíos de contenido, disfraces de intenciones aviesas, y la palabra parece el
vehículo del engaño.
Y
si esto es así, ¿realmente queda espacio para la Poesía? ¿Puede aportar algo a
este mundo?¿No será acaso una rémora del pasado, un modo arcaico de expresión
que, como tantos otros, pervive sólo como recuerdo de lo que fue, pero muere en
su intento de pervivir?
David Fernández Rivera sostiene con valentía y empeño que esto no
es así. Desde muy temprana edad ha dedicado su vida a la Poesía. Ésta puede
encarnarse en poemarios como Caminando
entre brumas, o Sáhara, en
creaciones musicales como Ecos de la
noche o en obras de teatro como Hipnosis/ La Colonia, pero en cualquiera de estos ámbitos creativos se agazapa un
único anhelo: dar voz y cabida a un modo de expresión que refleje adecuadamente
el mundo que nos ha tocado vivir y para el que las imágenes y retórica del
pasado parecen no servir.
Ágata (Ediciones Antígona 2014) es el último
exponente de este camino trazado y recorrido con singular perseverancia.
Estamos ante un poemario que reclama un acercamiento alejado de las reglas de
la razón y el discernimiento. Un texto que exige sumergirse en su exuberancia
visual, en sus contrastes lógicos y semánticos o en sus paradojas, desde una
perspectiva en la que prime el instinto del lector. Éste deberá entregarse con
la energía propia del inconsciente, de la asociación libre y, en última
instancia, de la libertad creativa que toda la obra respira y comparte con
quien se acerque a ella.
La
apuesta es arriesgada. Sin duda, el lector se enfrenta a un texto con el que
deberá luchar para dotarle de un significado que le resulte valioso, veraz. Y
es tanta la versatilidad de lo escrito, que la propia guía del autor como
embajador de lo expresado, puede resultar innecesaria ante lo que debe ser un
esfuerzo personal de quien se enfrente a la lectura.
Buscan escuadras de fertilidad
en los puños granulados del cemento.
En el paso de un ave,
el encuentro
muestra al horizonte la humedad telúrica
en los surcos peinados
con la ganzúa
asilvestrada
en la emigración
taponada
del arado.
En
definitiva, el lector debe hacer suyo el texto entregándose a la experiencia de
su lectura. De otro modo, las imágenes le resultarán ajenas, frías, sin alma o
sentido. La lectura es, por tanto, exigente, pero la recompensa está a la
altura del esfuerzo. Es posible que quien se enfrente a Ágata no obtenga las mismas conclusiones que su autor, que el
significado último de sus poemas no coincida con el que inspiró a su autor.
Pero esto solo es un mérito más del texto, una prueba de su validez y vigencia.
Mientras tanto,
las arterias insonorizadas
que recubren la fachada exterior
de la factoría,
podrían sueños utilizar el poder
que todos llevaron dentro
y que ahiora desconocen
en la arrogancia impasible
del sistema productivo.
La
riqueza visual de los poemas combina a la perfección los elementos cotidianos
de nuestro entorno de un modo que resalta la extrañeza que estos mismo objetos
nos despiertan en el modo en que el autor los representa.
Porque
ésta y no otra es la principal impresión que se obtiene según la lectura
avanza. La seguridad de que el mundo del que nos habla David Fernández es el
mismo al que miramos cada vía, muchas veces sin verlo, sin enfrentarnos a las
aristas que terminan por desgarrarnos sin apenas ser conscientes.
De
ahí la apropiada elección del título de este poemario. El ágata es una piedra
(discúlpese mi ignorancia geológica) formada por diversas capas de variada
coloración, opaca o translúcida, en forma de anillos de árbol. Su dureza la
hace perfecta para todo tipo de usos, pero a efectos de lo que aquí nos
importa, el ágata representa la mezcla de tosquedad y dureza propia de nuestros
días, con la sutilidad de la mezcla de sus colores y sus delicadas formas.
Esta
combinación es la que define Ágata, un
libro en el que la preocupación por el presente no aleja la belleza de las
imágenes, en el que la Naturaleza (una preocupación especial del autor) convive
con la Máquina en paisajes desolados en los que el hombre parece un mero
accidente, pero que pronto emerge como verdadero motor responsable de los
hechos y depositario de un residuo de esperanza. En ocasiones, parecemos estar
en alguna de las escenas de Hipnosis / La
Colonia, prueba de la coherencia estilística y temática del autor.
La identificación
le llevó a postrarse
sobre el péndulo
del reloj,
mientras repasaba
apresuradamente
los intermitentes
que deshuesan
el chirrido
en las hojas metálicas
sobre el sudor del calendario.
Ágata ha
sido recomendado por la Unión Nacional de
Escritores de España(UNEE), de
la que David Fernández es delegado en
Galicia. El esfuerzo del autor por lograr un mensaje poético válido en nuestros
días ha logrado un éxito notable y, sin duda, su ambición le llevará a
desarrollar aún más esta poética en sucesivas obras. Estaremos atentos.