8 de octubre de 2024

En casa de John Lennon (Rosaura López Lorenzo)



 

Imagina ser una joven gallega en Nueva York, trabajando en el legendario edificio Dakota. Ahora, imagina que tu jefe es nada menos que John Lennon. Rosaura López Lorenzo vivió esa increíble casualidad y nos lo cuenta con detalle en "En casa de John Lennon", un libro que revela la intimidad del icónico músico, lejos de los flashes y los mitos, a través de los ojos de alguien que compartió con él la simplicidad del día a día.




En la vida se producen casualidades. Algunas de ellas se concatenan y nos regalan cosas hermosas como este libro, En casa de John Lennon (editorial Hércules), escrito por Rosaura López Lorenzo con la colaboración de Eduardo Herrero.


Porque casualidad es que la hija de unos panaderos de Pontevedra termine trabajando como personal de servicio de John Lennon y Yoko Ono en el edificio Dakota de Nueva York durante el periodo en el que el músico se retiró de la vida pública, en la segunda parte de los setenta, hasta su regreso en 1980, retorno truncado por su asesinato.


Pero también es casualidad que Eduardo Herrero fuera enviado por la televisión autonómica gallega (TVG) a Newark para grabar un pequeño reportaje sobre una reunión de gallegos residentes en la costa este norteamericana, y dar con una pandereteira septuagenaria a la que decide entrevistar de manera casual y que ésta le desvele sin más emoción, sólo como un hecho más de su biografía, que fue empleada de John Lennon y que vivió precisamente en el apartamento del que tantas noticias falsas, rumores y leyendas se cuentan. Y no es menos casual que Herrero resultase ser un fiel admirador y conocedor de John y su obra, por lo que se impuso la tarea de dar a conocer la historia de Rosaura.


Ya para terminar, casi resulta más determinante que, como prueba de su buena voluntad, Rosaura solicitara permiso previo a Yoko Ono para despachar estas memorias, aprobación que recibió sin mayor problema, hecho sorprendente cuando es conocida la notable animadversión que Yoko siente por cualquier biógrafo, prueba de la enorme confianza que tenía en Rosaura, en su discreción y buenafe.


Llegando ya al libro en cuestión, En casa de John Lennon, nos encontramos con los recuerdos de Rosaura, agrupados por capítulos temáticos encabezados por alguna cita del propio John. La redacción es sencilla y transparente, sin que apenas se pueda apreciar la mano de un profesional en la posible reelaboración de los mismos, más bien tan solo en forma de poder apuntar algún dato, entresacar citas y otras cuestiones menores como las explicaciones al impresionante apéndice fotográfico que da prueba de muchas de las afirmaciones vertidas en el libro sobre la familiaridad que los Lennon derrocharon con la autora.  


Rosaura, que había llegado a Nueva York en 1962, se había desempeñado como empleada de hogar de diversas familias pudientes, hasta que terminó con los Stanley en el famoso Dakota. Cuando los Stanley deciden mudarse temporalmente a Gran Bretaña, alquilan y luego venden el piso a los Lennon que ya vivían en el edificio pero a condición de que mantenga a Rosaura como empleada. Este compromiso no parece del todo confirmado puesto que la propia Rosaura reconoce que su primer contacto con sus futuros empleadores fue una entrevista con Yoko quien le hizo diversas preguntas con las que poder encargar su carta astral y decidir así si era o no conveniente para la familia. No desvelaremos mucho más sobre este tema y cómo se resuelve, pero sí que pone un toque de atención sobre alguna de las peculiaridades en la vida espiritual de John y Yoko como delicadamente apunta Rosaura. Tal vez a Yoko le debería haber bastado tener en cuenta que Rosaura venía recomendada por los Stanley, el nombre de soltera de Julia, la madre de John, coincidencia que éste no debió pasar por alto.


Pero pese a este comienzo algo azaroso, la vida laboral de Rosaura en el Dakota se convirtió en una agradable sucesión de anécdotas, vivencias y experiencias que atesora con cariño. Pese a que el episodio astrológico citado parece corroborar muchas de las extrañas historias sobre la vida en el Dakota, lo cierto es que gran parte del libro orbita en torno al deseo de rebatir de las mismas. De hecho, no sería mala opción leer este libro al tiempo que se hace lo propio con el infame Las vidas de John Lennon de Albert Goldman.


Así, Rosaura nos señala cómo ninguno de los Lennon acostumbraba a pasearse desnudo por la casa, cómo habría de hacerlo con la cantidad de ropa que tenían.  También asegura que nunca vio a John ebrio o drogado, que su dieta era sana y que la comida que compraban siempre estaba entre lo mejor. Descarta que Yoko ejerciera un papel tiránico sobre John y, por contra, defiende su labor para protegerle de los estragos de la fama, siempre preocupada por su seguridad, por evitar incidentes, por desgracia nunca lo suficiente.


Rosaura nos cuenta cómo enseñó a John a preparar pan al estilo tradicional gallego y como aquél aseguraba que la actividad de amasar le relajaba y hacía sentir enormemente bien. También conocemos cómo ambos se preocupaban por Julian, quien visitó a la pareja en varias ocasiones en el Dakota forjando una buena relación con Sean, su medio hermano. Rosaura tiene también sus anécdotas sobre Julian, pero no podemos contar aquí todo.  


Las memorias no pretenden ser una exhaustiva visión cronológica, todo lo contrario. Estamos ante recuerdos y anécdotas mínimamente organizadas en torno a temas y anécdotas. Rosaura narra cómo John le pidió ayuda para desatascar un retrete en el que había arrojado la bolsita en la que le entregaban la marihuana que consumía. Y, pese a negar que en ningún momento le viera consumir otro tipo de sustancias, ni que jamás percibiera ningún comportamiento propio de una persona drogodependiente, lo cierto es que describe con gracia la vergüenza y cara de chiquillo travieso pillado en falta con la que John le pidió el favor para evitar que Yoko se enterara.


Y es que la vida doméstica no estaba hecha para John pese a que nos quisiera hacer creer que se pasó cinco años horneando pasteles. Si bien pudo aprender en alguna ocasión a amasar pan, lo cierto es que Rosaura nos cuenta cómo era casi incapaz de prepararse un café narrando la vez en que John olvidó poner agua en la cafetera lo que casi provoca un accidente en la casa. La autora recuperó de la basura la cafetera que estaba totalmente abrasada en su parte inferior y, como nos cuenta, la continuó empleando en su casa cuando recibía visitas ocasionales.


Pero la actividad principal de John parecía la de leer revistas y periódicos (al parecer, estaba suscrito a casi todos los que se publicaban en la ciudad), a hacer sus graciosos bosquejos, con los que se entretenía a todas horas o a tocar o escuchar música. Rosaura sabía bien que ninguno de los montones de papeles tirados por el suelo en la habitación de John debían ser arrojados a la papelera porque John podía querer recuperarlos al día siguiente para retomar una idea, recomponer el texto de una canción inédita o destruirlo de manera definitiva.


Descarta la afirmación de que John era un vago indolente que pasaba gran parte del día tirado en su cama en un sopor somnoliento, viendo la televisión y sin mayor actividad. Por contra, señala que cuando ella llegaba temprano a la casa, John solía estar ya en la cocina leyendo la prensa. También John dedicaba gran parte de su tiempo a Sean, de quien solo quería su felicidad y el tratar de brindarle una infancia como la que él no había tenido y como la que le había hurtado a su primer hijo, Julian.


Pero tal vez los pasajes más entretenidos y enternecedores del libro son los que cuentan las relaciones y conversaciones entre empleadores y empleada. Rosaura nos cuenta cómo un constipado llevó a Yoko a dejarle su tarjeta de crédito junto a una carta autorizando su uso para que pudiera comprarse un abrigo en condiciones que le protegiera del frío invernal neoyorquino, con la aclaración de que no comprara un abrigo de pieles, que ella ya era una mujer casada. Rosaura guarda con cariño ese abrigo, prueba de una confianza y generosidad que muchos discuten. También nos cuenta cómo en una ocasión pasó con el pequeño Sean mucho tiempo jugando en brazos delante de un espejo y que luego llegó a encontrarse fatigada y dolorida. Inmediatamente los Lennon le organizaron una visita a su masajista.


También Rosaura nos describe cómo John se interesaba por su vida, cómo le aconsejaba sobre el modo de  tratar a su hijo, que ya estaba entrando en la adolescencia y del que Rosaura comenzaba a sentirse algo extrañada y separada, como les ocurre a todos los padres de adolescentes. Como John bien le recordó, nadie quiere hablar a sus padres en esa edad de qué chica le gusta, de sus verdaderas preocupaciones y anhelos, bien lo sabía él que no tuvo con quién hacerlo. Incluso Rosaura llevó a su hijo a la casa para que conociera a Sean y pudieran tratarse ocasionalmente, con gran contento de John y Yoko que querían que su hijo se relacionara con todo tipo de personas, no solo con hijos de famosos.


Rosaura se conmueve al recordar cuándo John le decía que le gustaría conocer su pueblo y ella le invitaba con total sinceridad, asegurándole que allí no tendrían muchas comodidades pero que gozarían de una gran paz y de espacio y naturaleza para disfrutar al aire libre. También recuerda con gracia cómo John se maravillaba de que ella no conociera Manitas de plata, un guitarrista flamenco por el que John parecía sentir auténtica devoción.

 

 



El libro continúa por estos derroteros, con invitaciones recíprocas a cumpleaños y aniversarios de boda, con postales y regalos cuando los lennon viajaban a Japón, hasta que la cosa se tuerce y en 1980 Rosaura abandona el servicio de la casa por un incidente del que nos da cuenta y que, desgraciadamente, solo quedó aclarado tras la muerte de John.


Rosaura asegura haber hablado con el asesino de John la víspera del fatídico día, cuando Chapman se encontraba merodeando en el vestíbulo del Dakota sin que pudiera advertir ninguna muestra de excitación, locura o instinto asesino. Como tantos otros, llora la muerte de John, en su caso, no tanto por su música o su simbolismo para muchas causas, sino por la pérdida de una vida a la que fue muy próxima y a quien admiró por su carácter y bondad, su fidelidad y preocupación auténtica por sus semejantes. Sin duda, esto le habría encantado a John, acostumbrado a que tantos se acercaran a él tan solo por la sombra beatle.


La historia continúa más allá de la muerte de John puesto que se reencuentra con Yoko y aclaran los motivos de la disputa citada, vuelve temporalmente al servicio de Sean cuando éste se muda.




El libro concluye con una emotiva carta de Rosaura a John y con un abundante material fotográfico, parte propiedad de Rosaura.


Y dejamos al lector devoto que descubra por sí mismo las otras muchas historias que aquí se cuentan si bien, por encima de todo, el libro da cuenta de la autora más que de John, de cómo Rosaura se labró una carrera, un futuro, gracias a su carácter llano y sencillo, a su fidelidad y a su cercanía. Como bien dice, el tiempo coloca a todos en su sitio, y a ella le deja en un buen lugar dentro del panorama de las buenas personas de las que siempre se vieron rodeados los chicos. De gente como Mal Evans, Pete Shotton, Brian Epstein , Neil Aspinall, George Martin, Derek Taylor, Freda Kelly y tantos otros, que pese a los muchos inconvenientes y problemas que sin duda trae trabajar con cualquiera de ellos, siempre prefirieron no defraudar la confianza que les fue depositada.