Antonio F. Rodríguez es el responsable del longevo y vibrante blog La antigua Biblos, una página en la que diariamente se reseña un libro y que se ha convertido en una referencia imprescindible en este mundo de los blogs. Aunque este formato tuvo su auge hace ya años, se resiste a desaparecer frente a opciones más modernas.
La explicación de este esfuerzo persistente por mantener vivos estos espacios de reseñas es sencilla. Publicar en un blog permite combinar dos pasiones diferentes pero complementarias. Por un lado está la lectura, ese principio indispensable. Cuando uno lee con voracidad y disfruta de cada página, compartir lo leído se convierte en una extensión natural de esa experiencia. Hacerlo a través de un blog implica un compromiso no tanto con quienes lo visitan, sino con uno mismo. Supone detenerse a reflexionar mientras se lee sobre lo que resulta relevante, lo que resuena, lo que puede aprenderse o, sencillamente, cómo se está disfrutando de la experiencia.
De otra parte, la reseña permite también cultivar otra dimensión importante para quienes vivimos este vicio con pasión: escribir. Aunque sea sobre lo que han escrito otros, se trata de poder expresarse de manera estética o, al menos, estructurada y cuidada, en la medida en que nuestras posibilidades lo permitan.
Además, este ejercicio cuenta con un aliciente especial. A diferencia del crítico profesional, el reseñista independiente que no cobra por su labor puede elegir libremente qué lee. No está sometido a plazos ni a presiones editoriales. Puede gozar de una libertad mayor que le permite reseñar sin miedo y con entusiasmo, sobre todo porque al elegir uno mismo las lecturas, la decepción suele ser escasa o al menos no estás obligado a completar la lectura ni a reseñar lo que no te agrada.
Y, bajo estas premisas, dar un paso más allá implica que esa combinación de lectura y escritura nos lleve casi inevitablemente al deseo de crear una obra propia. No porque creamos que podemos hacerlo mejor que los autores que leemos y admiramos. Tampoco por esa declaración algo fatuamente repetida en entrevistas según la cual alguien escribe porque no encontraba lo que quería leer, como si la infinita biblioteca de Babel no hubiera ofrecido ya todo lo posible. Lo que se siente, más bien, es un anhelo de participar y formar parte del juego creativo. De experimentar ese vértigo que aparece cuando una idea se nos impone y decidimos sentarnos a desarrollarla, a dejarla crecer, a moldearla, a cambiar el tono, el ritmo, el enfoque, hasta hacerla nuestra y después soltarla al mundo. Ese vértigo nos acerca a lo que más amamos: la Literatura.
Así lo hice yo con Noticia de este mundo y así lo ha hecho Antonio F. Rodríguez con Caja de juegos reunidos, publicado por Círculo Rojo. Se trata de una colección de relatos en la que el autor ha querido entretenerse y entretener a partes iguales, tal como lo declara en la introducción del libro.
Podemos comenzar por el título, tan acertado en sus diferentes matices. Muchos recordarán aquellas cajas de Juegos Reunidos que ofrecían una variedad de pasatiempos como barajas, tableros, piezas de ajedrez, damas, dominó, bingo y otros que hoy agrupamos bajo la categoría de juegos de mesa. Esa variedad aseguraba que cada niño encontrara sus preferidos, aunque otros quedaran olvidados, según el gusto o la habilidad del jugador.
De forma análoga, este volumen ofrece una colección de relatos con una generosa diversidad de temas y estilos. Desde los más clásicos hasta los más experimentales, de modo que cada lector podrá encontrar fácilmente aquellos textos con los que más se identifique. Y, sin embargo, esta variedad no deja el regusto de estar ante una mezcolanza caótica. Al contrario, el autor ha logrado un equilibrio tanto en la composición como en el orden en que están presentados.
Aquí entra también una segunda referencia que brota del propio título. Esta caja de cuentos apela abiertamente al juego, al divertimento. El autor ha querido que disfrutemos de la lectura como él disfrutó de la escritura. Y ese es el tono que predomina en la mayoría de los relatos. Entre lo lúdico y lo paradójico, entre lo sorpresivo y lo absurdo, entre lo evocador y lo experimental. En todos se percibe un claro deseo de entretener sin renunciar a cierta profundidad, pero sin olvidar que leemos porque nos gusta hacerlo. Hay quien se entrega con pasión a los Diálogos de Platón, y obtiene de ellos una ganancia real, pero si sufre durante la lectura hará bien en abandonarla.
Abramos esta caja de relatos y echemos un vistazo a su contenido. Invitamos así a los lectores a encargar su ejemplar, ya sea como regalo navideño, detalle de cumpleaños o simplemente como obsequio personal, que a veces es el más necesario, el que nace del deseo sin justificación.
Por estas páginas desfilan personajes tan insólitos como unos zapatos conversadores o un abrigo enamoradizo, en una vuelta de tuerca a las fábulas clásicas en las que los animales encarnaban las virtudes o defectos humanos. Aquí es la materia la que cobra vida. Un ejemplo hermoso lo ofrece el relato que narra la breve existencia de un charco en una ciudad cualquiera durante los años cincuenta.
También encontramos estampas costumbristas que reflejan un tiempo pasado con sus luces y sombras, como la historia de dos amigos que recorren un peculiar calvario para cobrar un boleto de quinielas, o los recuerdos de una becada en un colegio de monjas durante el franquismo. O la vivencia de un niño que sufre los rigores de su iniciación en el seminario.
Los relatos cruzan el océano para llegar a México, combinándose con otra historia sobre formación universitaria que, pese a lo dispar, combinan de un modo sorprendente en la cabeza del lector. También acompañamos a una pareja de amantes en una mesa de café para mostrarnos la intimidad de su desdicha. También conmueven con la historia de un hombre que decide observar a su esposa desde la distancia, una pieza que destaca por su sensibilidad y que ha resultado una de mis favoritas.
Acompañamos a un desdichado que vive una jornada infernal bajo el signo de la Ley de Murphy, esa condena que asegura que todo lo que puede salir mal acabará saliendo mal.
El autor maneja con destreza las narraciones en primera y tercera persona. Alterna registros cómicos con otros más serenos. Domina el recurso del giro final tan característico del relato breve pero también sabe cerrar con clasicismo cuando la historia lo requiere.
En textos como Capricho rumano seguimos la mirada de un niño que pasea por la ciudad absorbiendo con delicadeza poética todo lo que observa, huele y toca. Sin duda, uno de los mejores relatos del conjunto.
Se abordan también cuestiones de plena actualidad como la soledad creciente de nuestros mayores. Así ocurre en la historia de un jubilado que, tras enviudar, aprende a desenvolverse con dignidad pero siente que necesita una emoción nueva. La encontrará en una actividad inesperada para alguien de su fama y formalidad.
En Autobús 9 se juega con la noción del punto ciego, ese lugar que nuestro cerebro rellena cuando la realidad se nos presenta fragmentada e incompleta. Se trata de un ejercicio psicológico que coquetea con lo neurológico.
También hay espacio para el insomnio que deriva en neurosis y para la vida política, con sus intrigas, sus favores cruzados, sus alianzas con la prensa y sus estrategias de poder.
Otra historia narra el encuentro casual entre dos personas que se enamoran en una exposición y no logran reencontrarse hasta semanas después, también por casualidad.
Como se ve, no falta variedad ni en los temas ni en el estilo y esto, sin duda, se debe a que el autor habrá recopilado estos textos tras un largo periodo de redacción (y de corrección, tal y como señala en su propia página), asumiendo unos riesgos que una narracción más larga no permitiría. El cuento o relato breve sí se abren a esta heterogeneidad y a ciertos experimentalismos, sin duda, pero a uno le gustaría saber qué derroteros elegiría Antonio F. Rodríguez en caso de tener que dejar a un lado esta caja de juegos reunidos y decantarse por un juego concreto de mesa, cómo definiría sus reglas y mecanismos, qué estilo escogería entre todos los aquí reunidos, cómo combinaría las varias ideas brillantes que he podido encontrar en estos relatos, cómo definiría su voz y estilo propio.
Sé que no es fácil, pero este es el reto que, como lector, lanzo a su autor, un desafío para continuar narrando, construyendo literatura, compartiendo sus logros, haciéndonos partícipes de ellos. Ojalá Caja de juegos reunidos no sea una excepción sino un primer paso. Porque la imaginación, la sensibilidad y el talento narrativo que Antonio F. Rodríguez despliega aquí merecen seguir creciendo en nuevos tableros, nuevas reglas, nuevos desafíos. Nosotros, sus lectores, estaremos al otro lado del tablero, esperando la próxima jugada.