Esquilo nació en Eleusis alrededor del año 525 a. C. A día de hoy es conocido como el primer gran trágico griego. Sin duda, antes que él hubo otros tantos, pero dado que sus obras no se conservan, poco podemos saber de ellos. La fama de Esquilo parece haber ensombrecido la de todos sus predecesores, y no cabe duda de que su obra superó a la de los anteriores, consolidando un género que, en la Grecia de la época, era algo más que un mero entretenimiento. Al igual que la Ilíada y la Odisea, a través de la tragedia los ciudadanos recibían una instrucción moral, política y religiosa. Sobre ellas se debatía y reflexionaba; se representaban incluso tras la muerte del autor, de modo que varias generaciones pudieron recibir su influjo.
Si bien la tragedia nace en Atenas, pronto pasó a ser un género cultivado en toda la Grecia clásica y sus colonias, y de ahí también se trasladó a Roma, aunque con menor impacto, frente a espectáculos más brutales y menos sofisticados, como el circo. En estas tragedias, el papel de la música era fundamental, aunque hoy apenas podemos saber con certeza cómo se combinaban texto y música, si existían parlamentos cantados o qué instrumentos se usaban exactamente.
El gran momento de las representaciones teatrales atenienses eran las Grandes Dionisias, que tenían lugar en los meses de marzo y abril. En ellas, varios autores presentaban cada uno tres tragedias y un drama satírico, normalmente en torno a un único tema que se desarrollaba progresivamente, aunque en ocasiones se trataba de obras totalmente independientes. Al concluir las representaciones, era el público quien elegía al ganador del concurso. Se dice de Esquilo que ganó el primer premio de las Dionisias en trece ocasiones. Sin embargo, de las aproximadamente setenta a noventa obras que se cree que escribió, apenas conservamos siete en su integridad, y aun estas pueden contener interpolaciones posteriores.
El estilo de Esquilo es algo arcaico frente al más moderno de Sófocles o Eurípides, representantes de generaciones posteriores. Esquilo es grandioso; su poesía es poderosa, solemne, y sus personajes tienden a la exaltación y la grandeza. Pocos matices psicológicos hallaremos en ellos, aunque hay notables excepciones. En sus obras, la acción apenas existe: basta la sucesión de varias escenas para desarrollar los temas que desea tratar. Su sentido político y religioso, así como su gran patriotismo, se dejan ver con claridad. Las enseñanzas que desea trasladar a los ciudadanos de Atenas son consecuencia de ese profundo sentimiento cívico, que quedó reflejado también en su participación directa en las Guerras Médicas, especialmente en la batalla de Maratón (490 a. C.), de la que se sentía particularmente orgulloso.
El nuevo modelo de gobierno de Atenas se estaba consolidando tras superar la amenaza persa y, por ello, la ciudad era más importante que sus ciudadanos. La supervivencia colectiva podía servir como excusa para aplastar al individuo, algo que ya sería cuestionado de manera más evidente por Sófocles, aunque Esquilo mantiene una posición algo más ambigua.
Sin embargo, su teatro también presenta una evolución, tanto en lo ideológico como en lo técnico, y obras primerizas como Los persas o Las suplicantes poco tienen que ver con la complejidad de La Orestíada. Sea como fuere, leer siete tragedias no parece una empresa imposible. Por ello, trataré de leerlas y descubrir qué sentido pudieron tener para los griegos de su tiempo y si, de alguna manera, aún hoy, dos mil quinientos años después, podemos extraer alguna enseñanza; es decir, si todavía conservan la capacidad para emocionarnos y enseñarnos, para reflejar nuestros temores y nuestras esperanzas.
Los persas
Esta tragedia es la más antigua conservada de Esquilo y por otro lado la más peculiar al no estar basada en ninguno de los grandes mitos de los que se nutría habitualmente este género. Y no solo toma como referencia unos hechos reales sino que son acontecimientos contemporáneos al autor y a los espectadores en concreto la gran victoria en Salamina de la coalición de ciudades griegas lideradas por Atenas frente a los persas comandados por el Gran Rey Jerjes hijo de Darío.
Esquilo había participado en la batalla de Maratón en el 490 a C y en la de Salamina en el 480 a C durante la llamada segunda guerra médica. Y tan orgulloso se sentía de este hecho que en su epitafio se menciona su participación en ambas batallas pero ninguna palabra aparece sobre su fama como dramaturgo ni sobre los innumerables concursos teatrales de los que resultó ganador.
Hay quien afirma que una victoria no puede ser empleada como tema en una tragedia por lo que Esquilo optó por fijar su punto de vista en los derrotados persas. Pero esto me parece menoscabar el talento dramático de Esquilo. Siempre podía haber tomado como protagonista a algún héroe caído en la batalla creando un contraste entre la victoria de Atenas y la suerte del individuo concreto caído en defensa de su patria. Por otro lado, es bien sabido que no hay mejor forma de engrandecer una victoria que ensalzar al enemigo. Si este es torpe e inhábil con las armas mal dirigido y peor armado la victoria parece cosa hecha y poco meritoria. Si el enemigo es formidable sus éxitos pasados resultan asombrosos y sus dirigentes alcanzan altura mítica la victoria sobre ellos es aún más grandiosa.
Así que la perspectiva elegida por Esquilo creo que responde a ese afán por ensalzar la propia victoria por medio de hablarnos del dolor y sufrimiento infligido a los enemigos. Y este dolor no queda reflejado tanto en lo vivido por el ejército derrotado sino por el sufrido por la madre de Jerjes por el coro de los ancianos fieles los consejeros reales o por el propio fantasma de Darío.
Pero aunque esto me parece lógico y una buena opción para desarrollar la obra es cierto que no podemos saber con seguridad los riesgos que Esquilo asumía al presentar a sus vecinos el dolor que la victoria había causado a los persas. Qué podían sentir los espectadores que habían participado en la batalla. Qué quienes habían perdido a un familiar en la terrible jornada de Salamina. Qué habían de sentir los asistentes que podían aún arrastrar terribles heridas o mutilaciones causadas por las armas persas. Entenderían la perspectiva del poeta. No dirían con lógica moderna y a mí qué me importa que no hubieran venido a nuestra tierra tan solo recibieron su merecido
Se trata por tanto de una obra en la que Esquilo asumía riesgos claros por lo que debía de estar muy confiado en sus habilidades poéticas en que su propia participación en los conflictos le otorgaba un cierto ámbito de impunidad para hablar con libertad sobre el mismo o tal vez más probablemente conocía la generosidad mezclada con cierta sutilidad de los espectadores de estas tragedias que llenaban durante varios días el teatro asistiendo a diversas representaciones de entre las que se debía escoger la ganadora del concurso. Porque de esto iba también la democracia griega. No solo se escogía a los gobernantes también a los poetas laureados o a los gimnastas que lograban los mejores resultados en los Juegos de Olimpia.
Pero entrando ya en el desarrollo de la obra este es bastante simple. Comenzamos con el coro de ancianos preocupados por la falta de noticias del ejército de Jerjes. Nada se sabe de él tras mucho tiempo desde su partida. Los ancianos cantan las glorias de los líderes que acompañaban al rey y la fuerza de sus armas. La madre de Jerjes rodeada de toda su pompa en su condición de reina madre aparece para unirse al coro en su preocupación. Esta se disipa cuando aparece un mensajero huido de la derrota del ejército que va narrando los desastres sufridos por los persas. Cómo han sido derrotados en Salamina y cómo la huida de la armada ha causado aún más muertes. Cómo los persas se retiran de modo desordenado y van muriendo todos sus líderes, sus príncipes y adalides. Jerjes ha salvado la vida aunque por poco y los peores presagios se ciernen sobre el coro y la reina.
Estos acuden a la tumba del gran Darío desde la que aparece el fantasma del rey precisamente el mismo que ya había conocido la derrota frente a los helenos en Maratón. Y es este espíritu venido del Hades quien anuncia que hay más desgracias por llegar puesto que los persas han sufrido otra derrota esta vez en tierra firme frente a los espartanos en la batalla de Platea. Y así llegamos a la aparición del derrotado Jerjes. Su madre la reina Atosa ya no luce sus mejores ropajes sino un vestido enjironado y destrozado como lo está su ánimo sufriendo por los muertos y por su hijo y el dudoso destino que ha de afrontar como rey derrotado un efecto dramático sorprendente para una época arcaica en la que las máscaras y el estatismo parecen ser lo habitual.
El talento de Esquilo a la hora de generar emoción y levantar la empatía del público es evidente. Hay pasajes hermosísimos en los que apenas podemos percibir que la sensibilidad haya evolucionado en los últimos dos mil quinientos años. Tan moderno se sigue sintiendo el teatro clásico.