5 de diciembre de 2009

Días de canela y menta (Carmen Santos)


Carmen Santos
decidió dar el atrevido y peligroso salto de renunciar a un empleo confortable por dedicarse a la traducción, los idiomas y la Literatura; en definitiva, por perseguir una ilusión. Y parece haber ganado la complicada apuesta tras algunos relatos reconocidos en varios concursos literarios y la publicación de tres novelas.

Días de canela y menta -su última novela- publicada en Plaza & Janés en 2007 ha sido reeditada recientemente en formato de bolsillo. Resumo brevemente su argumento según el guión que anticipa la contraportada. Clara Rosell, una cuarentona estresada, madre de dos hijos y casada felizmente ha decidido volver a la rutina laboral incorporándose a la redacción de un periódico de reciente lanzamiento sin tener mucha idea ni experiencia en materia periodística.

Una noticia leída al azar en internet atrae su atención: la muerte de un emigrante español –Héctor Laborda- en Düsseldorf, solo, rodeado de recuerdos de otra época y sosteniendo una Biblia mugrienta abierta por un salmo penitencial. No es ajeno al interés de Clara el hecho de haber vivido parte de su infancia precisamente en Düsseldorf, junto a su familia. Su padre también emigró en busca de sustento y un mejor futuro para los suyos. Clara intuye que esa noticia puede dar pie a un artículo sobre la inmigración española de los años sesenta. Venciendo la resistencia de su jefe, viaja a Düsseldorf acompañada de Héctor, hijo del fallecido, que no ha tenido noticias de su padre desde los seis años, cuando su madre regresó a España avergonzada por la infidelidad de su marido.

Entre ambos recorrerán el viejo Düsseldorf entrevistando a un viejo jesuita, Antonio Vargas, amigo de Héctor y con Elke, la mujer por la que Héctor renunció a su esposa y a su hijo, pecado del que nunca se perdonará. Gracias a ellos conocerán parte de los misterios que envolvieron la vida de Héctor y deberán averiguar por su cuenta las restantes piezas. Finalmente, la intriga se resuelve; Clara y su acompañante reconstruyen los terribles sucesos que golpearon a Héctor y que le llevaron a una vida de desolación y a la muerte en la más absoluta soledad.

Claro que los investigadores aficionados tendrán tiempo para enredarse en un complejo juego que parte del coqueteo y continua con la pasión enfebrecida de quienes tratan de anteponer su deber de fidelidad a sus deseos (no despejaremos dudas sobre el resultado de tanta contención y si ésta finalmente cede o se impone como salvaguarda de la vida familiar que ambos desean preservar).

Y dicho así, parecería un argumento lineal que invita a una lectura plácida y convencional. Sin embargo, el planteamiento de Carmen Santos es más ambicioso. Junto a la intriga descrita, se nos presenta la vida de Héctor Laborda, sus motivaciones y sufrimientos desde la perspectiva de las dos personas que mejor le conocieron (Antonio y Elke) pero también desde el punto de vista de su hijo que parte por despreciar a su padre pero que termina por ir abriéndose a una imagen más real, quizá no menos dolorosa.

Sin embargo, los pasajes más brillantes de la novela son los correspondientes a la remembranza de la protagonista y narradora, la recuperación de la memoria sobre la vida de su familia, muy similar a la de Héctor Laborda, que se inicia en el Tren de la Ilusión que llevaba a los emigrantes españoles directamente a las fábricas alemanas. Clara reconstruye esa epopeya recordando las viejas historias oídas de su padre: cómo viajaban hacinados, cómo eran recibidos a su llegada, las duras condiciones de trabajo. Para el resto de los hechos no necesita recurrir a palabras prestadas; desde los cuatro años vivió en Düsseldorf las penurias de la emigración. Rodeados de austeridad, el objetivo era ahorrar el suficiente dinero para poder regresar a España. Creció en un ambiente más liberal que el que se podía respirar en su país pero siempre bajo la atenta mirada de su padre, temoroso de la contaminación de los extranjeros y sus licenciosas costumbres.

Carmen Santos logra trasladarnos la angustia de esa vida alejada de la patria, que embalsama el recuerdo de sus costumbres y rectos principios junto con buenas dosis de distorsión para defenderse de un modo de vida extranjero, olvidando que el mundo sigue girando, incluso para aquella España aislada y monolítica en apariencia. Una vida en la que los tópicos (el sol, el autogiro, el submarino, el éxito de Massiel en Eurovisión) son muestras del genio hispano y en la que aquello en lo que no se despunta se atribuye a la envidia, al complot extranjero. Es el drama de la emigración uno de los ejes vertebradores de Días de menta y canela asomándonos a una parte de nuestra historia que no parece haber tenido mucho eco en el cine o en la Literatura, ni tan siquiera en estudios académicos. Una etapa que según la autora, se olvida por vergüenza, por no recordar que en aquella época muchos españoles tuvieron que salir fuera de su país, con pobres maletas de cartón, para ganar el pan que no podían lograr en su país. Y con sus remesas contribuyeron también al desarrollo de una España que ya apenas reconocerían a su regreso. Huyeron del hambre y la penuria pero volvieron (los que lo hicieron) a una España que se parecía más (salvo en lo político) a Alemania o a Suiza que lo que habrían podido imaginar; a una España en la que los pueblos de pescadores se habían convertido en paraísos para el turismo y donde las descocadas extranjeras podían exhibirse igual de frescas que en sus países sin que las autoridades lo impidieran. Condenados, por tanto a ser ya extranjeros en cualquier lugar del mundo.

Pero quizá el motivo de este olvido sea también el de no mirar de frente el mismo drama que hoy se vive en nuestras calles, el de los emigrantes que aquí vienen con la misma intención que la de aquellos que se fueron. Y no basta afirmar, como hace el padre de Clara en un pasaje de la novela, esa idea de que “los de ahora vienen sin papeles”, pues la motivación que les mueve es la misma y frente a ella no hay traba burocrática que se interponga. Y Días de canela y menta también nos abre a la reflexión sobre los motivos para la falta de integración. Pensemos en por qué nos parece tan divertida la escena en la que Massiel se impone a Cliff Richard o en el rechazo que los cuadraos -perdón, los alemanes- inspiran en el padre de Clara, el escondido desprecio mezclado con cierto complejo de inferioridad; y sin embargo, cómo exigimos que otros adopten nuestras constumbres y renuncien a las suyas. No es fácil hallar un término medio, quizá no lo haya, pero comprender la razón del otro es un paso y empatizar con nuestros compatriotas emigrados de aquella época es un buen comienzo.

Si tras leer la novela conocemos que su autora, Carmen Santos, vivió unos doce años en Düsseldorf, que su padre –al igual que Héctor Laborda- fue empleado de Correos en esa ciudad, que regresó en plena adolescencia a Valencia y que posiblemente pasara por muchas de las situaciones que describe en su novela, tendremos una justa dimensión de lo que supone esta obra para su autora.

Es un lugar común que todos los autores comienzan (o terminan) por escribir sobre ellos mismos, sus recuerdos o su experiencia. Creo, sin embargo, que una obra hay que juzgarla por su mérito, sin que interfiera la biografía de su autor salvo para enriquecerla, y en este caso parece que Carmen Santos ha logrado combinar su propia experiencia con un material de ficción que aleja a la novela de un mero relato biográfico.

No dejaré de lado el otro gran tema que sustenta la trama de esta novela: la pasión y el sexo. Incluso en las retraídas y pacatas mentes de los españoles emigrados cabía esperar el triunfo de esa pasión por encima de la conveniencia. Y así, Héctor Laborda se enamora de Elke perdiendo a su familia. El mismo fenómeno parece repetirse años después en su hijo que se enamora de la periodista Clara Rosell hasta el punto de querer renunciar también a su familia. Pero ya no hay españoles como los de antes, “el hábito puede atar tanto como la pasión más desaforada” le replicará una Clara no muy segura de lo que dice, inmersa en su calentura. “A nuestra edad, los dos sabemos que a la larga ninguna pasión puede compensar tantas renuncias” concluye la juiciosa periodista. Pero también es válido su opuesto, y es que no hay peor amargura que la de no haber tenido valor para perseguir un sueño. Normalmente aplicamos una u otra respecto a terceros en función del resultado ya conocido, una historia de amor hermosa (si concluye bien) o una pasión momentánea que tiró por la borda toda una vida (si el experimento fracasa) y es que lo difícil es siempre decidir uno mismo.

Por último, una mención al estilo de Carmen Santos del que destaca la facilidad en la escritura con figuras y metáforas realmente creativas y un extraordinario oído para los diálogos plagados de coloquialismos, adecuados a cada uno de los momentos históricos en que discurre la conversación.

Como siempre, una novela abre más puertas que las que cierra, Días de menta y canela abre una poco frecuentada, como la de esa página de nuestro pasado reciente, haciendo un verdadero ejercicio de memoria histórica y homenaje a unos hombres y una época que no merecen caer en el olvido.


13 comentarios:

lammermoor dijo...

Venía a dejar un comentario en los Versos satánicos y me encuentro con esta entrada.
Has hecho que me apetezca ponerme a leer inmediatamente este libro. Aborda la autora asuntos que me resultan particularmente interesante; mantengo que conocer nuestra historia (la propia y la de nuestro pais) es imprescindible para comprendernos.
Gracias por hablarnos del libro. Me ha encantado la reseña.

Vivian dijo...

No conocía a esta autora, me alegró descubrirla aquí, una mujer que arriesgó, es decir, una mujer valiente.
Y me gustó descubrir su libro a través de tus palabras, un magnífico análisis que invita a su lectura.

Saludos

Anónimo dijo...

Qué bien has explicado este libro y qué ganas de leerlo.
Me lo apunto.
No sabía nada ni de la escritora no del libro, siempre aprendo leyéndo vuestros blogs.
Un saludo
Teresa

Fuensanta Niñirola dijo...

Hola, GWW;tampoco yo había oido hablar de esta autora, y la verdad es que has hecho una magnífica reseña. El libro parece ser recomendable, y quizás más para mí, que he vivido esa época,aunque yo era una niña, pero he visto los trenes con los emigrantes, he conocido casos de emigrantes españoles a Alemania y a Francia (y a México)y también he conocido el fenómeno de los sesenta,en el que el contraste entre la vida de los turistas con la nuestra, en la mojigata y pueblerina España franquista, era explosivo. Y el shock que suponía en los españoles que trabajaban en Alemania o en Francia el descubrir cómo vivían allí y qué costumbres tenían. Me parece, pues, de lectura obligada este libro que tan bien nos presentas.

Estefanía Cazaux dijo...

leiste Maclaren-ross??? que te parece??? a mi me gusta mucho...

RebecaTz dijo...

Tampoco conocía a la escritora pero debo decir que este tema me llama mucho la atención. La reseña es estupenda.
Tomo nota, ¡un saludo!

Gonzalo Muro dijo...

Lammermoor, gracias por tus palabras, estoy totalmente de acuerdo contigo, mirar a nuestro pasado siempre ofrece algo de luz para nuestro presente y futuro.

También gracias a ti Vivian por el comentario. El esfuerzo y arrojo son recompensados en muchas ocasiones, así que es un estímulo para el resto.

Teresa, a mí me pasa lo mismo, siempre trato de visitar vuestros blogs para conocer autores nuevos, o para ver cómo se interpreta a los que ya conozco y he leído, y las sorpresas son continuas. Así que gracias por tu visita y por tu blog.

Ariodante, como dices, se trata de una página de nuestro pasado que algunos han vivido en primera persona, otros en segunda y otros sólo como referencia histórica, por eso es importante no perderla de vista y recordarla de vez en cuando. Y, además, esos contrastes que señalas entre los turistas, los españoles de aquí y los españoles que regresaban (definitivamente o de visita) tuvieron que ser tremendamente impactantes y, sin embargo, que poco se hablar de ellos, con el juego que darían. Por eso este libro es un buen intento de recuperar ese contexto.

Iemanja Haagensen Wilde, gracias por tu visita. La verdad es que no he leído nada de ese autor, y he tenido que visitar la Wikipedia para aprender algo de él, y lo que he leído allí tiene muy buena pinta. La verdad es que te agradezco la recomendación y procuraré buscar algún libro suyo, quizá para estas Navidades.

Andrómeda, gracias por tu visita y espero que si te decides por leer este libro, te guste.

Un abrazo a todos.

Susana dijo...

Conozco a la autora y he leído el libro, tu comentario de él me ha gustado mucho, trata de una parte de la historia de España de la que parece que nos avergüence hablar, un tiempo en que este país necesitó que muchos se marcharan para hacer llegar divisas del exterior. Ser emigrante es muy duro y hay que darles el reconocimiento que se merecen.

Un abrazo!

Gonzalo Muro dijo...

Gracia por tu visita y tu comentario Susana. Este libro, como dices, pone de manifiesto esa parte de nuestra historia que no aparece en los libros y de la que no se suele hablar. Un error que se debe subsanar.

Un abrazo y vuelve cuando quieras.

rossy dijo...

Muy buen libro, lo disfruté mucho y me quedé con ganas de leer algo más de la autora. A ver si me hago con otro de sus libros ...

Saludos!

Gonzalo Muro dijo...

Hola Rosalía, pues la autora tiene otros libros y está en la preparación de otro. Puedes visitar su blog para estar más al día:

http://diasdementaycanela.blogspot.com/

Los libros de Eva dijo...

Voy a buscar el libro. Me encantan los libros ambientados en España, de modo que... a por él.
Cuando lo lea os contaré

Gonzalo Muro dijo...

Hola Eva, gracias por tu visita y tu comentario. Quedamos a la espera de que nos cuentes y espero que disfrutes de su lectura.

Saludos.