15 de julio de 2012

El filósofo entre pañales (Alison Gopnik)


Llevo media hora observando cómo el pequeño Pablo, que aún no ha cumplido dos años, juega ensimismado con una radio de bolsillo. La lleva del suelo a la mesa, la mira, la toma nuevamente entre sus manos y la enciende. Cambia el dial y suena música. La vuelve a poner en la mesa. Baila y canta durante unos segundos y la apaga. Dice: "¡Ya está!". Saca la antena y vuelve a encender el aparato, sube y baja el volumen, mientras gira la radio en busca de más botones y teclas.

Entre tanto, su madre aparece en el salón y a media voz me pregunta, "¿Le bañamos ya?".  Pablo, que está concentrado tratando de localizar alguna emisora de su gusto, grita "¡Noooooo!" y se enfurruña durante unos segundos hasta que entiende que la amenaza ha pasado. Vuelve a bailar y, cuando los vecinos cierran la puerta con un golpe sonoro, Pablo dice: "¡Mono!" con una gran sonrisa mientras nos mira para que le confirmemos que el ruido lo ha hecho el mono, ese curioso amigo al que atribuye cualquier ruido cuyo origen no sabe identificar. 

Poco después se escuchan los lloros de la vecina de su misma edad. No quiere cenar. Pablo escucha atento y con cara triste dice mirando al techo: “Nena” y durante un rato parece algo más apenado. Pero pronto ataca el interruptor de la luz y vuelve a sonreír mientras su rostro aparece o se desdibuja a cada pulsación. 

Pablo susurándole secretos a una rana

Durante muchos años, la filosofía y la psicología pasaron por alto a los niños. Estos confundían realidad y ficción, eran incapaces de controlar sus emociones, su atención era tan dispersa que apenas podían concentrarse en una única tarea más allá de unos breves minutos, eran egoístas y amorales. Se trataba, en definitiva, de personas en proceso de maduración que vivían las etapas necesarias para adquirir el estatus al que la biología les dirigía inexorablemente a través de procesos madurativos.

Recientemente, algunos investigadores han cambiado el enfoque y se han multiplicado los experimentos aplicados a bebés y niños de corta edad. El punto de partida es preguntarse si en lugar de ser simples adultos en proyecto, no sería más apropiado verlos como portadores de un modo alternativo de atender a lo que les rodea, de interpretarlo y de interactuar con ese entorno.

Es cierto que el ser humano adulto ha logrado triunfar por encima de otras especies a la hora de interpretar el entorno, imaginando modelos alternativos y llevando a la práctica complejos planes para hacerlos realidad. Para ello, el hombre se ha visto ayudado por una compleja conciencia de sí mismo, de la que carecen otras especies, y de un talento para tejer intrincadas relaciones sociales que permiten compartir proyectos y colaborar en su consecución. 

Pero no nacemos con estas capacidades sino que aprendemos a desarrollarlas, modularlas y perfeccionarlas a lo largo del periodo de desamparo y crecimiento más largo del reino animal: la infancia. La evolución nos ha regalado este extenso periodo, libre de preocupaciones vitales como el alimento o el cobijo, precisamente para que experimentemos con el entorno, conozcamos cómo conducirnos con el resto de humanos y con nosotros mismos. De todo ello nos nutriremos ya de adultos y de ello sabremos sacar ventaja. En definitiva, los niños y su intenso aprendizaje nos han permitido llegar a ser lo que somos.

Alison Gopnik es una de esas investigadoras que está cambiando el modo en que comprendemos a nuestros hijos (y a los hijos que fuimos)  y El filósofo entre pañales (Editorial Temas de Hoy) es el libro en el que plasma la idea de que los bebés son, en sus propias palabras, el departamento de I+D creado por la evolución para alimentar al departamento de Producción, los adultos.

Alison Gopnik

Comencemos por el primer gran bloque de habilidades, las que hacen referencia a la verdad, los hechos, es decir, al conocimiento del medio y a la elaboración de un modelo teórico sobre el que los bebés plantean alternativas que refutan o confirman, al igual que hacen los científicos.

Los bebés, desde sus primeros días, comprenden el mundo como una suma de causas y efectos. En función de la experiencia y los conocimientos adquiridos, su comprensión deviene más compleja y, en su desbordante imaginación, comienzan a crear un intrincado mapa causal en el que lo posible, lo imposible y lo improbable parece estar al mismo nivel. Pero la clave es que lo que a nosotros nos parece descabellado, a nuestros bebés les parece perfectamente factible, no porque confundan realidad y ficción sino porque les falta conocimiento suficiente para conocer la verdadera probabilidad de que las cosas sucedan como imaginan.

Si a un niño de dos años le preguntamos si puede volar, la respuesta más probable será que sí, lo que no demuestra su inmadurez sino que aún no tiene suficientes conocimientos para determinar si es o no posible. A fin de cuentas, tampoco les podemos culpar de creer que no pueden volar cuando les enseñamos aviones o les contamos cuentos de hombres que viajan por otros planetas. Pero más aún, si nadie hubiera imaginado la posibilidad de volar a la Luna, el hombre nunca la habría pisado.

Los niños no son unos pequeños locos fantasiosos. Cuando se les interroga acerca de cuestiones sobre las que tienen ya un conocimiento cierto, apreciaremos que no mezclan realidad y ficción. Más aún, a los niños se les da estupendamente bien el pensamiento contrafactual, es decir, el alterar en su imaginación un aspecto concreto de un hecho pasado (o de un hipotético futuro) y anticipar las consecuencias de ese cambio.

Crear mundos imaginarios es parte del proceso cognitivo. Las ensoñaciones en las que los peluches o los coches hablan son tan importantes para los bebés como la exploración del mundo real. De ahí la importancia también de los amigos imaginarios, del juego del fingimiento, como forma de trabar conocimiento de lo que nos rodea, de experimentar en su imaginación con diversas posibilidades y conocer las consecuencias de sus actos en su imaginación.

El uso avanzado del pensamiento causal y contrafactual es la prueba de que el cerebro de los niños funciona con un rendimiento al que pocos adultos pueden aspirar. A ello contribuye el que sus lóbulos frontales (responsables de la capacidad para inhibir pensamientos o conductas) aún no estén desarrollados. Y esto nos lleva al segundo bloque de habilidades de los bebés a que se refiere Alison Gopnik: la conciencia, en su doble vertiente, externa e interna.

Por conciencia externa nos referimos al modo en que sentimos y percibimos lo que nos rodea. Es frecuente sostener que los niños son poco atentos, algo dispersos e incapaces de concentrarse en una actividad. Su atención parece dispararse indiscriminadamente hacia todo. Decimos de un niño que es agotador, pero para él, simplemente, todo lo que le rodea es una llamada inapelable a su atención e interés.

Hagamos un experimento clásico que la propia autora cita en su libro. El siguiente video nos muestra a un grupo de jóvenes pasándose de uno a otro una pelota. Nuestro objetivo es contar cuántos pases se hacen durante la secuencia los jugadores con camiseta blanca. Vamos allá. 



Bien. ¿Siete pases?¿Ocho pases? Lo relevante sin embargo, es si has visto algo que te haya llamado la atención. ¿No? Está bien. Vuelve a ver el video y ahora despreocúpate de las veces que los jugadores se pasen la pelota. Sólo disfruta de las imágenes.

Bueno. Espero que ahora, al fin, te haya llamado la atención el gorila que entra y sale de la pantalla. No te lo tomes a mal, pero tu hijo lo habría visto desde el primer momento. Al recibir la instrucción de contar el número de pases, tu cerebro inhibió su atención respecto del resto de detalles. Tu hijo de tres años, sin embargo, no podría haber dejado de ver la graciosa figura mientras contaba los pases (de hecho, contarlos es lo que le habría resultado más complicado).

Ya no podemos seguir sosteniendo que los bebés son incapaces de prestar atención. Mejor digamos que ésta es diferente de la de un adulto. Cada una es óptima para el momento de desarrollo correspondiente. El niño debe experimentar y estar abierto a todo. Por ello, Pablo es capaz de estar ensimismado con su radio al mismo tiempo que interviene en una conversación apenas audible en la que aparece una palabra ("bañera") que le afecta de lleno. Para un adulto, que tiene que llevar a cabo complicados planes y estrategias, la importancia de centrar su atención es vital. Parece que la evolución natural ha vuelto a jugar bien sus cartas y nos equivocaríamos si creyéramos que el modo adulto de estar en el mundo y percibirlo es el único o el mejor. Nuestros hijos nos enseñan lo contrario.

Dirección de la atención de un bebé

Pasemos a la conciencia de uno mismo, ese sentimiento que tanto ha dado que hablar a los filósofos. Heráclito se preguntaba si el hombre que se baña cada día en un río es el mismo hombre (y el mismo río). En un adulto, la conciencia de sí mismo es fruto del recuerdo de un pasado y su proyección en el futuro, es la memoria autobiográfica lo que da unidad a la variedad del curso de la vida y es lo que explica la terrible desgracia de las enfermedades mentales que rompen ese hilo conductor y pierden a la persona en un presente continuo.

Pero en un niño la conciencia de sí mismo resulta algo diferente. Se han hecho pruebas grabando videos a niños de dos años a los que se pone una pegatina azul en la frente. Seguidamente se les muestra el video y se reconocen inmediatamente, Pero cuando se les dice que toquen lo que llevan pegado a la frente, la misma pegatina que tienen en el video, parecen incapaces de casar ese yo del pasado con el yo presente. ¿Acaso Heráclito habría creído más próxima a la verdad este tipo de conciencia? Probablemente sí. Para nosotros es difícil concebir cómo es este tipo de percepción en un bebé, pero cometeríamos un error si creyéramos que es una percepción equivocada o fruto de la inmadurez. Digamos que, simplemente, es otro modo de verse en el mundo.

Vayamos ahora al último aspecto que comentaré de El filósofo entre pañales: la moral. Tradicionalmente se ha visto a los niños como amorales, ajenos a la autolimitación por otra razón que no sea el castigo. Sin embargo, las investigaciones más recientes nos presentan un panorama completamente diferente.

Los niños asumen que deben existir normas. De hecho, la mayoría de ellas son asumidas sin mayor problema (a salvo de aquellos casos en los que el bebé pretende hacer valer su propia identidad). El mecanismo de asunción de estas normas suele ser la imitación (nuevamente los juegos de fingimiento tienen un importante papel en el aprendizaje). Los niños toman la comida con cubiertos porque ven que así lo hacen sus padres u otros niños. A veces lo olvidan, pero pronto dan por hecho que así debe ser. Lo mismo ocurre para la infinidad de normas que rigen nuestras vidas: en casa llevamos zapatillas, a la cama vamos con pijama, nos lavamos los dientes después de la comida.


Pero demos un paso más. En diversos experimentos se pregunta a niños de preescolar sobre qué ocurriría, por ejemplo, si en la guardería cambiasen la norma que obliga a colgar el chubasquero en la puerta de entrada por otra que exigiera no quitárselo hasta ya iniciada la clase. La respuesta de los niños es que acatarían la nueva norma aunque no la entiendan muy bien. No creen que hacerlo contravenga nada. A fin de cuentas es una norma de la guardería.

Sin embargo, planteados sobre qué harían si quedara sin efecto la norma de no pegar a los compañeros, creen que seguiría estando mal golpear a otro niño, ellos no lo harían. En resumen, los niños son capaces de distinguir entre las normas humanas, aquellas que facilitan la convivencia, y aquellas otras que derivan de un sentido más profundo, que podemos llamar moral.

Otros estudios han demostrado que, desde aproximadamente el año y medio, los niños son capaces de sentir empatía, de entristecerse cuando otros se entristecen o de alegrarse cuando otro sonríe. Este sentimiento nace, una vez más, de la imitación y los juegos de fingimiento. Pero tiene un componente más profundo. La empatía requiere reconocer los sentimientos del otro y asumirlos, hacerlos propios, sentir el dolor ajeno y, por tanto, querer aliviarlo, sentir la necesidad ajena y proveerla. Y numerosos estudios demuestran que los niños se conducen de este modo. ¿Podríamos encontrar mejor cimiento para un comportamiento moral?
 
 
El pequeño Pablo ya está bañado, cenado y va camino de su habitación, sin olvidar a su muñeco de dormir. Mientras se sube a la cama y se tumba, esperando que me acueste a su lado para despedirnos hasta el día siguiente, pienso en estos dos últimos años y en lo rápido que ha pasado todo, pero al tiempo, lo lejos que parecen estar los días en que él no estaba. ¿En qué pensaba y de qué hablaba entonces? La verdad es que sólo sé que todo empezó a partir de que él llegase y que cada día me enseñe algo nuevo. Al igual que Gopnik, he aprendido a mirar a los niños con otros ojos y no hay día que no piense que, de mayor, quiero ser como Pablo. 




1 de julio de 2012

La bella bestia (Alberto Vázquez-Figueroa)



Si algo nos enseña la locura de los campos de exterminio nazis es que no podemos dar por sentado nuestro grado de civilización y que, llegado el caso, éste sólo sirve para que la crueldad resulte más torticera y enrevesada, más fría y destructiva.

¿Pero todos somos capaces de cometer las mayores atrocidades? Hay quienes creen que sí, que tenemos un punto que, tocado adecuadamente, nos conduce a la crueldad. Sin embargo, la historia nos muestra que en idénticas circunstancias no todos se comportan del mismo modo. No siempre se alega la obediencia debida para justificar las barbaridades cometidas y no siempre se opta por la vía más fácil para evitar las complicaciones personales.

La cuestión, por tanto, queda reducida a si determinadas circunstancias pueden disparar la inhumanidad de una persona concreta que, de otro modo, habría vivido en una absoluta y apática normalidad.

La vida de Irma Grese, más conocida como la "bella bestia", es un ejemplo de lo dicho. Famosa desgraciadamente por haber sido una de las más crueles celadoras de los campos de exterminio, tiene en su haber el ser una de las condenadas a muerte más joven por crímenes de guerra tras el fin de la contienda mundial. En tan solo 22 años tuvo tiempo suficiente para llegar a ser, en palabras de uno de sus interrogadores, el célebre aviador británico Eric Brown, “el peor ser humano que he conocido.”

Nacida en una familia de escasos medios, abandonó la escuela a los 14 años para trabajar en una granja, posteriormente en una tienda y, poco después, en un hospital aspirando desde ese momento a convertirse en enfermera (curiosa aspiración para quien se ha ganado triste fama por golpear a mujeres hasta la muerte, asesinar mediante disparos arbitrarios y otras atrocidades similares).  

Desde el ascenso del partido nazi, su fervor por el líder la llevó a convertirse en la perfecta encarnación del régimen creyéndose perteneciente a una raza elegida, llamada a limpiar el mundo de quienes no merecían habitarlo. La ideología nazi y la guerra crearon el caldo de cultivo idóneo para que Irma desarrollase toda su maldad en un ambiente de impunidad en el que podía dar rienda suelta a sus instintos más bajos cumpliendo las órdenes y expectativas de sus superiores. No sólo llevó a la muerte a miles de personas sino que se ensañó con ellas y disfrutó con una tarea que la envileció hasta el punto de causas rechazo a otras celadoras.

Irma Grese
“La bella bestia” es la última novela de Alberto Vázquez-Figueroa, publicada por Ediciones Martínez Roca, y en ella el autor toma la vida de Irma Grese para escribir una obra sobre la crueldad, la muerte y la supervivencia, pero también sobre el recuerdo y el olvido, sobre la trascendencia de nuestro paso por este mundo,

Como no debe resultar grato escribir sobre un protagonista tan execrable, Vázquez-Figueroa opta por servirse de un personaje interpuesto como narrador. Violeta Flores es una anciana cordobesa que desgrana a Mauro Balaguer, editor antaño exitoso y hoy venido a menos, su vida como sirvienta y esclava sexual de la bella bestia.

La anciana cree llegado el momento de publicar sus recuerdos ya que los tiempos que corren comienzan a resultarle demasiado parejos a los que vivió en su infancia y en los que conoció a Irma. Unos tiempos en los que se culpaba de la pobreza al extranjero, en la mayoría de las ocasiones más pobre aún, pero no por ello menos “culpable” a los ojos del odio.

La relación entre Irma y Violeta se remonta a los meses previos al inicio de la guerra, cuando la joven española vive en una granja del Norte de Alemania junto a su madre, su amante y su hermano recién nacido. Irma se siente atraída por la joven española, por sus negros cabellos y su piel oscura. Lo que le atrae de Violeta es lo mismo que, en otras personas, provoca su rechazo y odio (muchas veces las pasiones resultan extrañamente inexplicables). Allí se enamora de ella y la viola por primera vez, allí nace una relación enferma en la que Irma tomará el control de la vida de Violeta durante los próximos años.

Alberto Vázquez-Figueroa
 Anticipándose al inicio del conflicto militar, la familia Flores escapa a Polonia. Trágica elección puesto que unos días después de cruzar la frontera e instalarse, gracias a unos contactos, en unas instalaciones sanitarias dedicadas a crear vacunas contra el tifus, el Ejército alemán invade Polonia y se hace cargo del servicio médico. Sólo es cuestión de tiempo que Irma reaparezca para llevarse a Violeta Flores como asistenta (en la práctica, como esclava personal, para ser violada cada noche, para usarla y mancillarla y para crecerse ante ella, haciendo gala de toda su crueldad) y todo bajo la amenaza de acabar con la vida de su madre y hermano al primer intento de fuga.

En los años siguientes, Violeta se verá obligada a seguir a Irma por diversos campos de concentración y asistirá horrorizada a las masacres de prisioneros de guerra, judíos, gitanos y demás seres considerados infrahumanos por los nazis. Sólo el temor a causar la muerte de los suyos retiene a Violeta junto a su carcelera y solo la proximidad del fin de la guerra la decide a escapar a través de una Europa arrasada, tomando los papeles y el dinero que Irma había preparado para su propia huida.

Pero volviendo a los tiempos actuales, recuperamos a una Violeta Flores que exhibe una vitalidad y energía impropia de su edad. En sus charlas con el editor fuma puros, bebe cognac y come sin aparente contención, como si tuviera miedo de que la muerte le sorprendiera sin haber apurado el último instante. Tal vez haber vivido tantos años rodeada de muerte, creyendo que cualquier momento podría ser el último, la predispone a esa vitalidad que, por otro lado, contrasta notablemente con la apatía y sentido de derrota que destila Mauro Balaguer.

Aquejado por los posibles síntomas iniciales del Alzheimer (probable herencia de su padre), su pérdida de memoria es el contrapunto al ejercicio de Violeta por dejar constancia de sus recuerdos, dando sentido a lo sufrido para conocimiento de los que vendrán. Mauro se aferra también a sus recuerdos, pero por el temor a perder la noción de su propio yo. Esta lucha consume toda su vitalidad y optimismo, aceptada ya la derrota ante la enfermedad y las consecuencias que le acarreará.

La novela se articula en torno al diálogo entre el editor y la cordobesa. En ocasiones resulta algo forzoso y rompe el ritmo de la narración de la anciana, en otros casos sirve para aliviar una tensión excesiva e introducir reflexiones o paralelismos con la época actual.

Lo que resulta de la lectura de “La bella bestia” es una inmensa tristeza que ni siquiera la vitalidad de Violeta Flores logra disipar. Después de leer esta novela, seguimos sin conocer los verdaderos motivos que llevaron a Irma Grese a cometer sus crímenes y, por tanto, seguimos siendo incapaces de dar respuesta a la pregunta que formulamos anteriormente. Si no hubiera existido Hitler, si no hubiera habido una guerra, ¿habría existido la “bella bestia”? Probablemente no, lo que no hace sino dar más sentido al temor de Violeta Flores, verdadera protagonista de la novela, de que los tiempos pueden traernos nuevas Irmas. 

10 de junio de 2012

La toma del poder por los nazis (William Sheridan Allen)



Los libros de Historia nos cuentan qué sucedió y el porqué. Una explosiva mezcla de humillación nacional, crisis económica e inestabilidad política, llevó a un gran número de alemanes a dar su voto a un partido que prometía la solución a todos estos problemas. Y esta explicación, referida a una masa de votantes, parece aceptable y suficiente. Pero cuando nos acercamos a motivos más concretos, comienzan a asaltarnos las preguntas. ¿Por qué el panadero Manfred Becker votó a los nazis?¿Qué empujó al profesor Conrad Lehrer a afiliarse a un partido conociendo su ideología, o peor aún, incluso desconociéndola?¿Por qué el albañil Edmund Ziegler, afiliado al sindicato del Partido Socialdemócrata (SPD) aceptó la situación cuando veía que detenían e internaban a sus compañeros?

Son las personas de carne y hueso y no los sujetos colectivos los que nos intrigan e inquietan. Decimos que asesino puede ser cualquiera, pero cuando detienen a uno, los vecinos siempre se asoman al telediario con caras de sorpresa, “era una persona muy  normal”. También la mayoría de los que votaron a Hitler durante los años treinta eran personas normales que, de un modo u otro, creyeron actuar del mejor modo posible y que, una vez se impuso la dictadura, continuaron aceptando los acontecimientos, por convicción o por temor.

Para aclarar esta cuestión, William Sheridan Allen realizó un estudio a mitad de los años sesenta -ampliado veinte años más tarde- y que ha publicado recientemente en España Ediciones B con traducción de Gabriel Dols. Su peculiar aproximación resultó muy acertada ya que escogió estudiar el proceso de toma del poder limitando sus investigaciones a Northeim, una pequeña ciudad del norte de Alemania con unos diez mil habitantes en los años treinta y en la que la destrucción de la guerra no alcanzó a borrar demasiados testimonios escritos y registros oficiales. El autor entrevistó a muchos protagonistas de la historia local, consultó fuentes estadísticas del Ayuntamiento, fiscales, de la Seguridad Social, actas de plenos de asociaciones y, sobre todo, información publicada en los diarios locales. 

Estampas de Northeim

La ciudad se revela como un objeto de estudio muy apropiado para Allen dadas sus peculiares características. Northeim era una ciudad con un elevado número de  trabajadores asalariados, con una importante presencia del SPD. Sin embargo, el mayor peso social lo formaba la clase media integrada por un numeroso cuerpo funcionarial (relacionado con el ferrocarril), artesanos y comerciantes, el verdadero núcleo social de la población.

En el aspecto religioso, había un profundo sentimiento luterano siendo los católicos muy minoritarios y habiendo una escasa presencia de judíos, por otra parte,  plenamente integrados en la ciudad. El sentimiento antisemita se expresaba en términos abstractos y generales, pero cuando se hace referencia a judíos concretos, estos sentimientos hostiles parecen desaparecer.

Políticamente, los trabajadores se inclinaban por el SPD y la clase media por diversos partidos conservadores, con fuertes elementos nacionalistas y reaccionarios. La vida social era muy intensa, con innumerables clubes y asociaciones para todo tipo de fines. Muchas de esas agrupaciones tenían carácter de clase (como las asociaciones artesanales, el club de tiro o las muy variadas agrupaciones afiliadas o derivadas del SPD) pero otras muchas eran interclasistas y ayudaban a dar a la ciudad cierta coherencia social. Los ciudadanos de Northeim tenían cierta predisposición al militarismo, al menos como reacción a la derrota de 1918.

La prensa recogía todo el arco de sensibilidades, desde un diario afín al SPD, otro claramente reaccionario y un tercero de carácter más liberal y con pretensiones de ecuanimidad y equilibrio.

Y en ese panorama, alrededor de 1928-1929, tenemos junto a otros muchos grupúsculos y facciones, a unos pocos afiliados al partido nazi (NSDAP), con escaso reconocimiento social y no muy valorados por sus conciudadanos. El grupo local del NSDAP no parecía muy prometedor, y sin embargo, en apenas dos años, se convertirían en el partido más votado en la ciudad y, tras la elección de Hitler como canciller en 1933, en los dueños absolutos de la vida ciudadana, prácticamente sin oposición.

Vista de Northeim desde un mopnte cercano
Empecemos por el principio. La estructura central del partido nazi no impartía, por extraño que pueda parecer, instrucciones concretas sobre el tipo de mensajes a trasladar en los actos de sus agrupaciones locales. Al contrario, ponía a su disposición un extenso catálogo de folletos sobre los temas más diversos y un panel de oradores, cada uno especializado en un tema y con un coste determinado. Cada agrupación local buscaba la combinación adecuada a su público objetivo y organizaba el mitin correspondiente. La asistencia a sus actos requería pago, importe con el que se financiaba la publicidad, al orador y sus dietas así como el arrendamiento del local. Elegir mal un tema o a un orador podía suponer una grave quiebra económica, acertar permitía organizar nuevos actos en locales mayores y contratar oradores más relevantes y, por tanto, más costosos pero que ofrecían certeza en el retorno económico de la inversión.

Por el método de prueba y error, las agrupaciones locales fueron afinando cada vez mejor sus mensajes, al tiempo que la estructura nacional del NSDAP aumentaba su oferta de oradores, películas propagandísticas, guiones para representaciones teatrales, etc.

Los actos del NSDAP en Northeim buscaban incidir en el temor de la clase media a una revolución bolchevique, en la inestabilidad y división de los partidos políticos y en el victimismo por la derrota en la Gran Guerra, evitando en gran medida otros temas menos atrayentes como el antisemitismo o las políticas de corte socialista que podían resultar más apropiados en otras zonas de Alemania.

Para atraer a los timoratos ciudadanos de Northeim, se organizaban muchas veladas de entretenimiento con pase de películas, exhibiciones gimnásticas, conciertos de las SA y, finalmente, algunos discursos. El sistema funcionaba a la perfección tanto a la hora de ganar adeptos y afiliados, como a la hora de recaudar importantes sumas, una parte de las cuáles debía ser destinada a la estructura del partido.

Desfile nazi por las calles de Northeim
De este modo se logró un partido saneado, con un mensaje flexible y adaptado a cada entorno, a las circunstancias del momento o incluso a las elecciones para las que se pidiera el voto en cada momento.

Con el pasar del tiempo, la presión de los nazis se extendió hasta buscar el voto puerta a puerta o con cartas manuscritas personalizadas dirigidas a cada elector de la ciudad, un esfuerzo que ponía de manifiesto su energía y decisión a la hora de conseguir sus fines, lo que era muy valorado por quienes creían que la situación que atravesaba Alemania requería de un fuerte liderazgo y de unas medidas radicales que no vendrían de la mano de los partidos tradicionales.

Pero, ¿qué hacían los rivales del NSDAP? Los partidos conservadores veían con buenos ojos a los nazis ya que comulgaban con su nacionalismo y su oposición al socialismo. Sin embargo, no fueron capaces de renovar sus mensajes y la propaganda nazi en Northeim se dirigió a la captura de su voto por lo que, todo aquel que tuviera ideas conservadoras terminó por creer más eficaz un voto a favor del NSDAP que a favor de las dispersas fuerzas tradicionales.

Por otro lado, el SDP sí vio la amenaza nazi pero no supo interpretarla correctamente. Fiel a su tradición histórica, mantenía la simbología y referencias revolucionarias. Cuando los burgueses de Northeim veían las manifestaciones del SPD en las que cientos de trabajadores desfilaban puño en alto cantando la Internacional, veían la sombra de Stalin sobre sus casas y negocios. La burguesía de Northeim temía una revolución marxista, temor que siempre fue utilizado por los nazis. Ni ellos vieron que en el fondo el SPD había dejado a un lado la vía revolucionaria, ni estos supieron tender puentes hacia las clases medias que les permitieran crecer electoralmente para hacer frente al empuje nazi que siempre supo sacar partido del temor de las clases medias, azuzado por el crecimiento del paro y la pobreza según profundizaba la crisis económica.

Cuando el paro se cebó con los asalariados de Northeim, incluso sufrieron una leve pérdida de votos a favor del Partido Comunista o incluso del propio NSDAP. Siendo el primer partido en número de votos en Northeim, gracias al fraccionamiento del voto conservador, no lograron frenar al NSDAP que sí supo hacerse con el voto de la clase media y de las conservadoras poblaciones rurales de los alrededores.

Acto de las Juventudes Nazis
Otro error cometido por el SPD fue creer que los nazis tratarían de imponerse mediante un golpe, siguiendo el modelo del putsch de 1923, para lo que prepararon medidas de contraataque, planes concretos de movilización, potenciaron su organización paramilitares y, en definitiva, se prepararon para defender la República de Weimar de un ataque exterior.

Pero lo que ocurrió les sorprendió. Los nazis alcanzaron el poder a través de unas elecciones y comenzaron poco a poco a cercenar derechos, dictar leyes que dificultaban o imposibilitaban la acción de la oposición. Pero nunca hubo una línea roja que marcase el momento en el que había que desencadenar la acción armada en defensa de la República, y cuando estas líneas ya habían sido cruzadas sobradamente, los nazis habían conseguido acorralar a toda la oposición, dividirla, expulsarla de las instituciones y desarmarla. Sin lucha, sin oposición relevante, los nazis habían tomado el poder y podían aspirar a dominar todos los aspectos sociales, económicos y culturales de Northeim y del resto de Alemania.

En esos fatídicos primeros meses tras el nombramiento de Hitler como canciller, los nazis de Northeim (donde el NSDAP había logrado una mayoría aplastante de votos), mediante las más variadas presiones y manipulaciones, lograron hacerse con el poder de todos los clubes y asociaciones que habían creado y mantenido una intensa vida social en la ciudad. Apenas quedó una sola institución cuyo comité de dirección no estuviera compuesto por nazis y afines, fuera fusionada con alguna asociación nazi similar o disuelta si pertenecía al SPD.

La pluralidad social desapareció hasta el punto en el que las relaciones sociales perdieron todo interés. Según recuerdan algunos northeimeses, incluso en veladas privadas, los anfitriones sentían la obligación de informar a las autoridades cuando alguno de sus invitados expresaba dudas sobre la política del Reich, temiendo que otro asistente se adelantara y les tomasen por desafectos al régimen.

Al romper la pluralidad social, los individuos pasaban a formar parte del pueblo, del mítico Volsk de la propaganda e imaginería nazi, superando la política de clases y la división política. Pero en el fondo, no se perseguía otro objetivo que aislar a los individuos, anular cualquier tipo de relación fuera de la tutela del Estado, subordinar toda actividad a un fin común al que todos se debían y del que los nazis actuaban como vicarios.

En ese mismo periodo, las acciones contra comunistas y, en menor medida, socialistas, fueron continuas, con registros y detenciones casi diarias. Sin embargo, según avanzaba el año 1933, la represión expresa fue disminuyendo y hasta la caída del régimen nazi, el mayor instrumento en manos del NSDAP fue el temor de los northeimeses. Nadie tenía dudas de lo que los nuevos jefes locales eran capaces de hacer por lo que la oposición tomó una única forma de expresión: la indiferencia. Los ciudadanos de Northeim se acostumbraron a acudir a los actos “obligatorios” (el cumpleaños de Hitler, el día del trabajo, ….) cumpliendo con el ritual de saludar con el brazo en alto, engalanar las ventanas o suscribirse al nuevo periódico local nazi. Sin embargo, el entusiasmo y empuje de los primeros días, la marea contagiosa, fue decayendo y ningún tipo de presión logró recuperarla.

Por una parte, durante el periodo 1929-1933, la actividad política en Northeim había sido continua, con actos casi todas las semanas. Una vez lograda la victoria, el sentimiento de urgencia que pudo tener la clase media remitió. Dado que la asistencia a los actos pasaba a ser obligatoria para muchos ciudadanos, dejó de funcionar el antiguo método de prueba y error que permitía ajustar mensajes y estos comenzaron a seguir derroteros que apenas interesaban a nadie.


La afiliación al NSDAP pasó a ser el recurso de muchos para conservar el puesto de trabajo, lavar pasados dudosos o tratar de medrar como arribistas. Las disensiones dentro del NSDAP entre los viejos afiliados y los recién llegados se entremezclaba con la permanente queja del sector idealista que consideraba que el partido se estaba alejando de sus metas iniciales y cayendo en una espiral de violencia y corrupción (probada documentalmente en el caso de Northeim).

Así se alcanzó en Northeim un status quo en el que la mayoría de la ciudadanía se adhería nominalmente al régimen sin crear problemas a las autoridades y éstas limitaban sus decisiones. Por ejemplo, los intentos por acabar con el periódico liberal para evitar competencia al periódico local nazi concluyeron con un incremento del número de suscriptores como reacción popular. Por otro lado, las relaciones personales en un pequeña ciudad actuaron como freno (el propio alcalde, nazi violento y furibundo, intercedió a favor del senador local del SPD, de quien fue vecino en la infancia). Tampoco hubo acciones antisemitas relevantes en comparación con las ocurridas en ciudades más grandes de Alemania.

Tradicionalmente se cree que el primer gobierno nazi, mediante una política keynesiana de gasto público, logró mitigar el desempleo y remontar la depresión económica. Sin embargo, en lo que respecta a Northeim, muchas de las medidas aplicadas habían sido previamente propuestas por el SPD y rechazadas por el NDSAP. Por otro lado, se hizo un tremendo esfuerzo para implicar (“obligar” sería más acertado) a los empresarios locales en la contratación de parados. Las colectas a favor de los desempleados eran continuas, y una hucha en manos de un oficial de las SA no es algo que pueda ser despreciado sin riesgo físico. Tampoco podemos olvidar que había un importante número de oportunidades de empleo para cubrir las vacantes de quienes habían sido purgados, despedidos por motivos políticos o encarcelados. Cuando llegaron los fondos estatales (aprobados antes de la llegada al poder de Hitler) se emplearon en actividades intensivas en mano de obra (construcción fundamentalmente) procurando resolver el problema de la vivienda y haciendo un gran esfuerzo de restauración y adecentamiento de la ciudad que pasó a convertirse en un importante centro turístico.

Otro hito conseguido por los nazis de Northeim fue llevar a la ciudad un acuartelamiento del Ejército, lo que conciliaba con el sentimiento militarista y patriótico de sus habitantes pero también con sus intereses económicos. La intendencia militar supuso una importante demanda para productores locales de todo tipo y los empleos administrativos que el Ejército creó contribuyeron al pleno empleo.  

Primer gabinete de Hitler
Curiosamente, el Ejército se convirtió en refugio de algunos socialistas ya que era una de las pocas instituciones aún sin influencia nazi excesiva durante estos primeros años.

Está claro que muchos supieron ver estas ventajas y que la pérdida de libertad individual era el precio que se debía pagar. Según Allen, antes de que los nazis llegaran al poder, pocos northeimeses sabían realmente qué tipo de política aplicaría el NDSAP ante lo ambiguo de su mensaje. Pero nada de esto exime de responsabilidad a los habitantes de Northeim. Su acomodo a las circunstancias no les libró de la destrucción y la miseria que habría de venir, y además contribuyó a la muerte de cientos de miles de inocentes.

Conocer las circunstancias por las que unos u otros terminaron votando o afiliándose al Partido Nazi nos ayuda a comprender el proceso, a convencernos de que muchos de nosotros podríamos haber actuado del mismo modo en idénticas circunstancias. Pero explicar y comprender una secuencia de hechos no equivale a compartirla o justificarla. Aprender de la Historia, no nos engañemos, no impedirá que volvamos a cometer los mismos errores, pero ya nunca podremos decir que no sabíamos lo que ocurriría.  

23 de mayo de 2012

Los secretos de la motivación (José Antonio Marina)



- Mamá, no quiero ir al colegio. Me aburro mucho, los niños se meten conmigo y los profesores no me quieren.



- Hijo, tienes que ir al colegio por tres motivos. El primero, porque hay que superar las dificultades. El segundo, porque al hacerlo te sentirás satisfecho y contento. Y el tercero, porque eres el director del colegio.


I

Todos queremos que nuestros hijos estudien, que colaboren en las tareas domésticas, que sean responsables y respetuosos. Pero además, queremos que lo hagan convencidos y de buen grado, satisfechos por el deber cumplido, motivados en una palabra. Y nos parece que no es tan difícil.

Claro que de nosotros como padres se espera otro tanto. Que nuestro comportamiento siempre sirva de ejemplo y referencia, que seamos pacientes y cariñosos, con la palabra de ánimo apropiada para la ocasión, nunca dominados por el enfado o la ira, motivados en nuestra tarea de ser padres. Y hay veces que pensamos, mejor que venga otro y lo haga.

Y es que la clave para lograr esas conductas deseadas pero que no siempre resultan apetecibles, ni arrojan resultados inmediatos, está en lo que denominamos motivación, entendiendo por tal, el misterioso motor que nos pone en marcha con vistas a un objetivo y que nos hace perseverar en las tareas necesarias para alcanzarlo.

Pero también hay ocasiones en las que son otros los que tratan de influir en nuestra conducta, de dirigirnos a donde les conviene. Hablo de la publicidad en un sentido amplio, campo en el que la ciencia del comportamiento y la motivación dieron sus primeros pasos y que, a día de hoy, sigue estando en la vanguardia a la hora de determinar qué debe gustarnos, a qué debemos dedicar nuestro tiempo, cómo queremos vernos y sentirnos o incluso a quien debemos votar.


Una de las primeras corrientes de esta ciencia del comportamiento fue la teoría conductista que desde comienzos del siglo XX sostenía que las personas acostumbran a repetir conductas premiadas y a rechazar o evitar conductas castigadas. Premio y castigo se convierten en instrumentos para forzar voluntades. Veamos un ejemplo: Si deseamos que los ciudadanos sean más solidarios deberemos primar este comportamiento premiándolo, por ejemplo, con desgravaciones fiscales. Si deseamos disminuir el número de fumadores, deberemos incrementar los impuestos que gravan el tabaco.

Con una visión tan simple, pero eficaz, parece quedar poco margen para las valoraciones personales, el subconsciente y otros factores emocionales. Cuando en el Reino Unido pretendieron incrementar las donaciones de sangre decidieron retribuirlas. El resultado fue que muchos donantes habituales y altruistas dejaron de donar al ver convertido su gesto en una mera transacción económica o tal vez creyeron que su sangre no sería ya tan necesaria. Pero quienes no donaban habitualmente, tampoco creyeron que el pago compensara sus razones para no hacerlo (molestias, temor a las inyecciones, contagios, etc.). El resultado fue que el nivel global de donaciones cayó y hubo de tornarse al modelo anterior.

Hay muchos más elementos que influyen en el comportamiento y en nuestra motivación. Así, durante los años cincuenta, la psicología cognitiva se alzó frente a la conductista para precisar que el comportamiento es la consecuencia de nuestras creencias por lo que se debe actuar sobre éstas si deseamos un cambio en la conducta.

Teorías como la indefensión aprendida o el efecto Pigmalión traen a primer plano la importancia de la creencia propia (o ajena) sobre nuestras capacidades para alcanzar el objetivo deseado.


Detengámonos en el efecto Pigmalión, resultado de un curioso y controvertido experimento de los años sesenta en el que, al iniciar el curso escolar, se intercambiaron los informes académicos de varios alumnos, de modo que sus profesores identificaron como buenos estudiantes a algunos que no lo eran tanto. El sorprendente resultado fue que, al final del curso, las expectativas de los profesores sobre sus supuestos buenos alumnos, influyeron hasta el punto de mejorar notablemente su rendimiento. Es decir, estos estudiantes tuvieron un nivel de atención y seguimiento superior al que habrían recibido de haber sido identificados como alumnos poco brillantes; cuando estos estudiantes manifestaban no haber entendido alguna cuestión, los profesores creían que no se habían explicado correctamente (en otro caso, habrían podido creer que el problema no era propio sino de la capacidad de los alumnos). Los propios estudiantes se mostraron más interesados en sus tareas académicas al ver que los resultados acompañaban las expectativas de sus profesores.



II

Para hablar de todo esto y aprender a motivarnos a nosotros mismos, orientar a nuestros hijos y ser más libres frente a las manipulaciones ajenas, José Antonio Marina publica Los secretos de la motivación, el tercer libro de su Biblioteca de la Universidad de Padres, tras La educación del talento y El cerebro infantil, combinando nuevamente texto y materiales adicionales en la página web dedicada al libro.


El comportamiento animal responde a impulsos e instintos no siendo determinantes otro tipo de fines. La motivación es exclusiva de los humanos y requiere la existencia de un deseo pero exige un aditamento adicional y es que este deseo vaya dirigido a un fin o meta acorde con nuestro esquema de valores y preferencias. No podemos estar motivados para hacer algo en lo que no creemos o de lo que desconfiamos.

El tercer elemento que cierra la ecuación es lo que Marina denomina facilitadores, elementos o circunstancias que favorecen nuestras acciones. Tener un gran sentido del equilibrio favorece la motivación para las actividades deportivas o de baile; tener mal oído puede ser un obstáculo para las actividades musicales. Tener padres lectores favorecerá el hábito de la lectura; en otro caso, la ausencia de una buena biblioteca pública próxima dificultará el acceso a los libros. La creencia del menor en sus propias habilidades, reforzada muchas veces por sus padres, condicionará su interés y motivación por determinadas actividades (“...a Álvaro le cuestan mucho las matemáticas”, “a Laura no le gusta nada leer”..... ¡y así nunca le gustará!).

Motivación (M) = Deseos (D) + Valores (V) + Facilitadores (F)

Recordemos esta ecuación porque cuando tratemos de crear buenos hábitos de estudio o de urbanidad, deberemos actuar sobre alguna (o varias) de esas tres variables.

¿Cómo podemos actuar sobre ellas? Marina ofrece ocho recursos resultado de las diversas teorías sobre el comportamiento vigentes en la actualidad.

El premio y el castigo ya se han comentado y pueden servir para inhibir conductas totalmente aborrecibles o para lograr resultados en el más corto plazo. Pero pasado ese primer momento, debemos recurrir a instrumentos más sofisticados encaminados a que el niño pueda elegir libremente. Como demostraron los experimentos de Harlow, poco respetuosos con los animales, incluso estos responden a necesidades de afecto en igual o mayor medida que a castigos y premios.


Para ello podemos servirnos de modelos (conductas o personas ejemplares) que aprovechen nuestra capacidad imitatoria sacando partido de las neuronas-espejo. Que nuestros hijos tomen los modelos adecuados resulta vital cuando desde la televisión o la moda se les trata de proponer un universo de modelos a emular con el que es difícil competir y que no siempre persigue aquello que les resulta más beneficioso.


La cuarta herramienta es el cambio de creencias y se apoya en la psicología cognitiva. Como ya hemos comentado, según esta teoría el comportamiento está condicionado por nuestras creencias. Combatir la idea de que errar es vergonzoso favorecerá el emprendimiento y la asunción de riesgos, la innovación y la creatividad. Desmontar la idea de que nuestro hijo no sirve para los estudios le permitirá afrontar en mejores condiciones las tareas escolares y poder elegir en el futuro más libremente si desea o no continuar estudiando.

En quinto lugar, Marina sugiere el cambio de deseos y sentimientos que tiene su razón de ser en las teorías sobre la inteligencia emocional. Hacer atractiva una tarea nos mueve a la acción. Un buen ejemplo es el modo en que Tom Sawyer consigue convencer a sus amigos de que pintar una valla es tan divertido que no sólo hacen por él todo el trabajo, sino que incluso les cobra por dejarles pintar.

Los sentimientos también pueden empujarnos a iniciar una tarea. El problema del hambre mundial es excesivamente abrumador para ser resuelto por un individuo aislado, pero poner cara a este drama permite activar las voluntades. De ahí el gran éxito de los programas de apadrinamiento.


Como sexto recurso, Marina propone el razonamiento. Conocer el porqué hacemos las cosas es una gran ayuda para actuar de buen grado, no en vano somos seres racionales. Explicar detalladamente los motivos es un modo de aclarar a nuestros hijos (o a nosotros mismos) el sentido de una conducta.

Pero, ¡cuidado! El razonamiento es una buena herramienta, pero no podemos olvidar que determinadas tareas deben realizarse por puro deber.

José Antonio Marina no deja pasar por alto la oportunidad para plantear una cuestión espinosa en nuestro tiempo. Determinados comportamientos se llevan a cabo como consecuencia del dictado de nuestra inteligencia, porque consideramos que deben ser realizados sin que por ello obtengamos ventaja, compensación o retribución. ¿Limitamos así nuestra libertad? ¿No debemos hacer caso a los anuncios que nos invitan a vivir sin límites? La respuesta es un rotundo no. Seguir el dictado de nuestros deseos nos ata a ellos, nos esclaviza. Limitar nuestros actos, para conducirnos hacia metas más elevadas, nos libera y perfecciona.

De ahí la importancia de saber educar en la idea de que hay deberes inexcusables de muy variada índole (respeto personal, ayuda, conservación del medio ambiente, ...) que se imponen por sí mismos, como deberes morales fruto de nuestra condición humana, no animal.


El séptimo instrumento para activar la motivación es el entrenamiento. Puede parecer que no tiene mucho que ver con la motivación pero realmente la creación de hábitos ayuda a allanar muchas dificultades futuras. Buenos hábitos de descanso y de ocio permiten ordenar las actividades diarias dejando un espacio para el estudio, ayudar en las tareas de la casa o practicar deportes al aire libre. No dejar las cosas para el último momento es otro hábito que ayudará a estar motivados para tareas que exigen el aplazamiento de la recompensa. Por otro lado, el entrenamiento es clave para facilitar tareas como la lectura o el cálculo mental cuya importancia para la educación futura es clave.

Por último, y como octavo recurso, tenemos la eliminación de obstáculos. Ya hemos comentado la importancia de remover los obstáculos para realizar una tarea, tanto físicos (por ejemplo, problemas de visión o audición dificultarán la atención del menor) o psíquicos (una excesiva presión por parte de padres muy competitivos, falta de tiempo por excesivas actividades extraescolares, amistades inapropiadas, el modo en el que se explica a sí mismo los acontecimientos negativos, ...). No desdeñemos la importancia de lo que pueden parecer pequeños cambios a nuestros ojos pero tener un tremendo impacto en nuestro hijo.

Bien. Ya sabemos cómo hacer prender la llama, pero esto no equivale a garantizar un fuego intenso. Lograr en un primer momento una dedicación entusiasta a unas clases de piano, a un curso de fotografía o a seguir una dieta no es lo que pretendemos, aunque sea necesario. Lo determinante es desarrollar las habilidades suficientes para mantener este esfuerzo de manera continuada hasta el logro del objetivo deseado. Es lo que Marina denomina motivación para la tarea.


Para ello, necesitamos formar en otras habilidades como la disciplina o la superación de la frustración ante los inevitables fracasos; comprender que los errores son el camino necesario para lograr el éxito (y no un baldón en una carrera) o saber mantener una decisión al margen de las opiniones de los amigos. Pero también debemos ser capaces de genera una inteligencia crítica capaz de cuestionar nuestros actos y métodos, la perseverancia no debe equivaler a la tozudez, la flexibilidad debe permitirnos adaptar y corregir lo que sea necesario.

En definitiva, se trata de enseñar a reactivar cualquiera de las tres variables de la ecuación aprendida mediante diversas herramientas (que pueden ser las ocho anteriormente citadas) para perseverar hasta alcanzar el logro final.

Pero como en los otros libros de esta colección, Marina no nos habla sólo de cómo motivar a nuestros hijos para que estudien o hagan lo que creemos que les resulta conveniente sino que continúa con su proyecto de “inteligencia triunfante”, formando personalidades abiertas, capaces de enfrentarse a sus propias limitaciones sin que éstas resulten una pesada carga que impida un crecimiento pleno y una inteligencia crítica, cuestionadora y resolutiva. En este proyecto la motivación es una herramienta clave para mantener una dirección firme, para ser capaces de guiar con constancia, no exenta de esfuerzo, nuestro comportamiento hacia los fines que nuestra inteligencia crea apropiados.

Así que ya nunca pensaré “que venga otro y lo haga”.

6 de mayo de 2012

Historias de Londres (Enric González)

Una ciudad es la suma de sus habitantes, masa homogénea e informe, un cuadro de conjunto que, sólo en la distancia, se ofrece como imagen de un todo. Sin embargo, ese afán unificador al que tan apegados estamos nos hace olvidar en muchas ocasiones que la vida de una ciudad no existe, que su historia no es tal, sino la suma de muchas vidas, de muchas historias inaprensibles en su totalidad pero imprescindibles para conformar el todo.

Y aunque no es habitual centrar la atención en esos pequeños detalles, este libro responde precisamente a ese propósito, de ahí lo acertado de su título, Historias de Londres, pues no es otra cosa que eso, una selección personal y arbitraria, sentimental si se quiere, de algunas de esas historias que hacen de Londres una gran ciudad.

Enric González ocupó la corresponsalía de El País en Londres a comienzos de los años noventa cumpliendo un sueño largamente. Durante los siguientes años, Enric se encariñó de esa ciudad que otros desprecian por su clima o su gastronomía. Conoció a sus gentes y sus lugares, a sus políticos y periodistas, sus anécdotas y sus fobias, su lado amable y su lado oscuro (que todos tenemos). Del recuerdo y añoranza de aquellos años nacen estas páginas, una guía personal para adentrarse en una ciudad no por conocida menos interesante.
Enric González
Y es que, por diversas razones, la mera evocación de nombres como Baker Street, Abbey Road, Savile Row o Charing Cross hacen remover algo de mi espíritu. Tal vez pocas ciudades reúnen tantas referencias literarias, históricas o musicales como Londres. Me consta que en esto, el autor de este libro y yo mismo no somos una rareza. 


Durante unos días he podido pasear (cortesía de Google Street View) por las mismas calles que recorre el autor. Me he plantado en la calle en la que Jack el Destripador asesinó a Mary Ann Nichols, me he asomado a la puerta de la taberna Cutty Sark o he espiado por las ventanas opacas de los más selectos clubes de Saint James Street (perspectiva idéntica a la que habría obtenido si me hubiera desplazado físicamente a esa calle dado su exclusivo acceso).
Royal Albert Hall
Mis paseos por Kesington o a lo largo y ancho de Oxford Street han sido memorables llegando a perderme en varias ocasiones. Porque, como señalaba George Mikes, la toponimia de las calles londinenses está diseñada para confundir a cualquiera que no sea londinense. Una misma vía puede cambiar de nombre de una manzana a otra, o mantenerlo pese a serpentear irracionalmente y girar la primera a la derecha y la segunda a la izquierda. Frente a los muy clásicos y manidos, "calle", "avenida" y "paseo" de que hacemos gala en esta tierra, Londres ofrece una panoplia digna de un desequilibrado: “hill”, ”road”, ”street”, ”mews”, “rise”, “grove”, “lane” y así hasta casi el infinito. Todo para confundir al pobre continental, como si conducir por la izquierda no fuera suficiente.

También he podido comprender (al fin) las divergencias ideológicas (y sociológicas) de los principales diarios británicos y las he corroborado leyendo los titulares sobre la crisis del euro en unos y otros. Desde el temor prudente del FT o la tibieza del Telegraph, hasta la alegría vengativa y manifiesta de The Sun o del Daily Mail.

Incluso me he asomado a la peculiar prensa deportiva inglesa y sus intrigantes secciones dedicadas a las carreras de caballos, el rugby o el críquet, si bien, en definitiva y como ocurre en su equivalente hispano, la mayor parte de sus páginas se dedica a cuestiones más propias de la prensa rosa o de sociedad que a acontecimientos deportivos propiamente dichos.

Los continentales nos deleitamos leyendo anécdotas sobre esa flema inglesa tan característica. Como muestra, valga la siguiente: la Cámara de los Lores cuenta con un trono para las solemnes ocasiones en las que el monarca hace acto de presencia. El trono, además de para sentar las reales posaderas, está hueco en su interior para albergar la aspiradora con que se limpia la moqueta, perdón, la alfombra roja.

Pero la historia de Londres no es sólo la de sus racionales ciudadanos, acostumbrados a un pragmatismo radical. En ocasiones, la fiera asoma y los conflictos han dejado una notable huella en su paisaje urbano.

En el oeste, Notting Hill, un barrio de moda desde los años noventa pero que en las postrimerías del siglo XIX comenzó a nutrirse de lo peor de Londres. En esta colina de las afueras se refugiaban los inmigrantes sin recursos, los delincuentes que preferían alejarse del centro, allí donde la policía no se atrevía a penetrar. En contraste, la expansión de Londres hacia el oeste llevó a muchas grandes fortunas a construir mansiones que fueran prueba de su éxito camino de lo alto de la colina. Lo más bajo y lo más alto de una sociedad, arremolinados en torno a una colina símbolo de una tensión social que se acentuó por la llegada de innumerables inmigrantes afrocaribeños durante los años cincuenta.


Tanta provocación no podía ser pasada por alto para algunos descerebrados, decididos a hacer pagar la osadía de instalarse en la metrópoli. En agosto de 1958 grupos de enardecidos racistas asaltaron el barro dando comienzo a los incidentes raciales que sembraron de caos el barrio con muestras de violencia que nos recuerdan otras más recientes. Como conmemoración de aquellos terribles días, la comunidad local organizó pocos años después el carnaval por todos conocido.

En el punto cardinal opuesto, el este, justo donde termina la City, comienza el East End, barrio obrero. En los años treinta, el fascismo en el Reino Unido era una fuerza en ascenso, embravecida por la toma del poder en Italia y Alemania. Para mostrar su poder, su líder, Oswald Mosley planeó un desfile para hacer gala de su fuerza y apoyo y para ello eligió precisamente el East End, territorio “enemigo”.

Pese a las protestas y peticiones para que la marcha fuera prohibida, la única medida que se tomó fue destinar un numerosísimo contingente policial para prevenir los intentos de los antifascistas de impedir la marcha, poniendo en duda la neutralidad de las fuerzas del orden.

Tuvieron que ser los propios ciudadanos los que, haciendo suyo el lema de los defensores del Madrid republicano, “no pasarán”, levantaron barricadas y lograron impedir el paso de la marcha. En Cable Street la defensa llegó incluso desde las ventanas de los edificios donde los fascistas y la policía recibieron una lluvia de huevos, botellas de leche y otros variados objetos domésticos en lo que se conoce como la batalla de Cable Street.


Una vez visto lo que hay al este y al oeste, el autor no se olvida del subsuelo, empezando por la historia de los toshers, los furtivos de las galerías y canalizaciones de Londres, una auténtica casta cuyo oficio, al margen de la Ley, no se aprendía sino de la mano de otro tosher. La esperanza de hallar un tesoro oculto mantenía a estos hombres en una ocupación de la que apenas obtenían más rendimiento que unas monedas y otros objetos de poco valor perdidos por los que arriesgaban sus vidas expuestos a bruscos cambios de corriente, gases asfixiantes o pérdidas fatales de equilibrio. Los toshers se extinguieron en torno a 1850 pero su leyenda continúa. Hoy son los viajeros del Metro los que transitan bajo los palacios y museos, menos romántico pero algo más seguro que el oficio de sus predecesores.
Una de las claves de esta ciudad reside en que ha mantenido intacta gran parte de su estructura original sin verse amenazada por los deseos racionalistas de monarcas o arquitectos, siempre ansiosos por demoler las sinuosas y desordenadas construcciones en favor de líneas rectas, amplias avenidas y cuadrados perfectos. Al contrario, Londres ha sabido mantener su trazado desordenado, formado por aluvión y asimilación de suburbios y guetos. Nada similar a un ensanche, experimentos de ciudad jardín o utopías similares.

Porque el pragmatismo lleva a una sabia combinación de renovación y apego a las tradiciones, verdadera marca de la casa. Nada parece merecer el derribo (salvo las casas de los asesinos en serie para evitar la peregrinación de los morbosos del terror) y todo parece reaprovecharse. La casa en la que se instala el autor a su llegada a Londres es una antigua caballeriza del Victoria & Albert Museum, la actual mezquita Jamme Masjid en el East End fue previamente sinagoga, previamente iglesia metódica y anteriormente iglesia hugonote.
Queen Victoria
El Londres de Enric González es, fundamentalmente, el Londres del siglo XIX en adelante. Algunas referencias al siglo XVIII pero poco más se puede leer sobre épocas anteriores y es que la verdadera gloria de esta ciudad llega con el reinado de Victoria que terminó de moldearla y enriquecerla con alumbrado público, mejorando el saneamiento o embelleciendo sus calles con edificios como el Royal Albert Hall, el Parlamento de Westminster o el Covent Garden. De esa época datan los innumerables ejemplos de arquitectura neoclásica (en un intento por equiparar el Imperio Británico con las antiguas glorias de Grecia y Roma) y neogótico (en un intento de no perder de vista ese pasado medieval, casi de leyenda artúrica, del que también se enorgullecían).

Creo haber dado a entender suficientemente que éste es un libro para amantes de Londres, no una guía para conocer la ciudad. Como tal, contará con nuestra anticipada benevolencia, si bien el principal reproche que podemos elevar contra el autor es su brevedad. Pero aunque estas páginas saben a poco, Londres nos reserva más historias de las que cualquier libro pueda guardar. Ahí están para quien quiera buscarlas. ¡Adiós!