5 de octubre de 2014

Dos veces bueno: Breviario de aforismos y apuntamientos (Fernando R. Genovés)



Que el tamaño no importa es una afirmación que no siempre resulta pacífica, pero Fernando R. Genovés la toma por bandera y reivindica en su último libro publicado (Dos veces bueno, Editorial Evohé 2014) el valor de lo breve, lo corto, lo que ocupa poco espacio físico para así reivindicar sin más artificios lo principal y somero, la urdimbre que sostiene el pensamiento y el vivir.

Dos veces bueno es, como anticipa su subtítulo, Breviario de aforismos y apuntamientos, algo más que una colección de aforismos, pero por ellos comenzaremos siguiendo el curso definido por el autor.  

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se entiende por aforismo una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte.

Bajo esta definición tan imprecisa como sugerente se ha venido inundando el mercado de libros de todo pelaje que recopilan sentencias, pensamientos, ocurrencias y extravagancias de cuanto gran hombre (o no) ha pisado este mundo, sobreentendiendo que estas pequeñas píldoras de sabiduría son capaces de sanar espíritus maltrechos, iluminar nuestros pesarosos días o elevar nuestro intelecto a cotas que aún no vislumbra.

Y, sin embargo, hubo un tiempo en el que este género gozó de un notable prestigio y fue cultivado por autores que lo elevaron a un nivel en el que lo literario y lo filosófico se daban la mano invitando a los lectores inteligentes a una reflexión sobre lo que se escondía tras las breves palabras que actuaban como punto de partida y no como fin de ruta.


Porque esa es la esencia de todo buen aforismo, su capacidad de abrir una perspectiva al lector que le invite a discurrir sobre lo sugerido, lo que va más allá de lo estrictamente dicho. El aforismo debiera ser la expresión visible de un pensamiento del que surge y no un mero fruto ingenioso en busca de un pensamiento que lo justifique.

Y, bajo esta premisa, es reconfortante descubrir que el aforismo sigue contando con hábiles artesanos en nuestros días y que esas breves sentencias continúan ejerciendo el poder de disparar la curiosidad y la autoexigencia del lector.

Yo viajo por el mundo para expandir mi vida.
Los límites de mi viaje son los límites de mi mundo.

Los aforismos recogidos en Dos veces bueno son el resultado de la acumulación de experiencia y conocimiento por parte de Fernando R. Genovés y, por tanto, reúnen lo profundo de su pensamiento y lo variado de sus intereses. Podemos vislumbrar las ecos del concepto de contento y vida contenida a que aspiraban Marco Aurelio o Montaigne, pero también lejanas evocaciones kafkianas o más personales aproximaciones a la idea de  amistad y el ejercicio de la libertad como medio de realización personal.

Hay lugares, ay, llenos de patriotas hasta la bandera.
Como resulta habitual en la obra de Genovés, el lenguaje es un aliado en la misión de transmitir el pensamiento: paradojas, ironías, homofonías, paronimias y demás recursos no hacen del aforismo una salida ingeniosa sino un modo de atraer directamente el interés del lector mediante asociaciones, en ocasiones asombrosas y, siempre, sorprendentes.  .

Pero el libro continúa adentrándose en secciones que esconden pequeñas escenas en las que el autor aborda un género fabulesco y literario que combina ficción con reflexión, anécdotas personales con referencias históricas o actuales. Es un empeño que hasta la fecha desconocía en Genovés y del que sale bien librado.  


Divisa para una vida ética del presente y lo contingente: “La vida, sin ir más lejos”.

He aquí la base de la ética: el cuidado de uno mismo por sí mismo a fin de evitar que otro ocupe su lugar.
 

Por las páginas de este libro van desfilando los conceptos de amistad y familiaridad, la conveniencia de la soledad bien entendida, la discusión sobre el paradero de la felicidad o incluso un breve formulario de preguntas y respuestas sobre cuestiones tan variadas como qué es el cine, la poesía (“palabras escritas en un pentagrama”), la vida, el hombre, o la muerte.

También el arte es objeto de especial atención, en particular, el arte moderno, con el fin de señalar la frontera entre el que es capaz de generar sorpresa y provocación frente al que solo busca la venta y la explotación del escándalo sin responder a un fundamento o una técnica.


Las comparaciones no son odiosas; son ociosas.
Aquella mañana, tras despertar, tuve una pesadilla.

El autor también dedica unas páginas a la escritura, comenzando por su declaración Por qué escribo llegando incluso a relatar sus primeros pasos en el oficio con temblorosos poemas de juventud, entre las dudas y la dificultad de juzgar la obra propia. Seguidamente, nos describe su concepto de escritura (experiencia gozosa, no traumática o doliente), la necesaria soledad y sosiego que precisa para el ejercicio de este noble oficio y culmina la obra con cinco consejos para el joven escritor que son fruto tanto de su innegable experiencia en este campo como, sin lugar a dudas, de su pensamiento y ética, práctica y sencilla, poco amiga del exceso y el estallido al que no sigue un  trabajo riguroso.

Como muy bien se señala en el prólogo, Dos veces bueno puede leerse de principio a fin o a golpes intermitentes. En ocasiones, debe dejarse a un lado mientras se trata de discernir el sentido de uno de sus aforismos y, en todo caso, puede y debe leerse a saltos intermitentes sin que ello desmerezca el conjunto de la obra puesto que toda ella está dotada de la coherencia que le da el pensamiento del que emana.

No estamos, por tanto, ante una obra compleja, árida o erudita, sino ante un desafío al alcance de cualquiera deseoso de asumir el riesgo de salir de los caminos trillados y sentarse en el borde del camino a observar lo que acontece con algo de distancia, un punto de humor y sin miedo a tener ideas propias.  
Sabiduría al zen por zen
Un sabio zen inculca en un pupilo de mirada azul la funesta creencia en el yo, a través de un mandato. Probable diálogo:

- Debes desprenderte del yo, si anhelas alcanzar la sabiduría y la paz interna.

- ¿Quién?¿Yo?
- Sí, tú.

14 de septiembre de 2014

El Teatro de Sabbath (Philip Roth)




Sabbath acaba de cumplir 65 años y su vida parece tomar una cuesta abajo sin que se atisbe el final. No se trata de que la artrosis le haya alejado hace ya años de su teatro de títeres, inutilizando sus manos, su única herramienta de trabajo imprescindible. Se trata más bien de que todo lo que le rodea se derrumba.

Hace tan solo unas semanas que ha muerto Drenka, su amante eslava, la única capaz de seguir y aún exacerbar su sexualidad desbocada. Un alma gemela a quien sirve de faro y guía en los Estados Unidos, a donde llegó dejando atrás un convulso pasado y donde regenta un hotel próximo a la casa de Sabbath, junto a su marido y su hijo, agente de la policía local.

Pero también se trata de que Kathy una joven estudiante de la universidad local ha extraviado unas cintas en las que grababa las conversaciones telefónicas que mantenía con Sabbath, un arte de la obscenidad y la decadencia al que Sabbath se aplica con inusitado entusiasmo. La emisión radiofónica de parte de este material en un programa local a cargo de una feminista furibunda le lleva al ostracismo social y a la definitiva ruptura con Roseanna, su esposa, a la que solo se mantenía unido por el necesario sustento económico. Pero este final era previsible. Roseanna culpa a Sabbath de su alcoholismo y ahora que lucha por librarse de esta enfermedad con el apoyo de un grupo de alcohólicos anónimos va enlazando las causas que cree que le llevaron a este vicio y todas apuntan a su marido. Al menos, así parece hacérselo ver la directora del grupo, principal impulsora de la idea de expulsar a Sabbath de su casa y romper así el matrimonio ya maltrecho.

Y el mismo día en que es expulsado de su hogar, Sabbath ha conocido que un antiguo amigo del pasado, Linc se ha suicidado y va a ser enterrado en Nueva York. Hacia allí escapa para refugiarse en la casa de otro compañero de fatigas de esos mejores tiempos, Norman, un exitoso abogado al que conoció cuando comenzó a trabajar de titiritero en los años cincuenta en las calles de Nueva York donde protagonizó su primer escándalo: Haciendo teatro tras una cortina con los dedos de una mano (sin títere alguno), se dedica con los de la otra a desatar la blusa y el sujetador de una joven a la que atrae hasta el improvisado escenario. Cuando sus dedos se deleitan acariciando el pezón, el espectáculo es interrumpido por un policía y todos acaban ante el juez. La comunidad intelectual arma un pequeño revuelo convirtiendo al libidinoso Sabbath en un artista por encima de convenciones y límites morales, la comedia del arte y la vida. Así conoce a Linc y a Norman. Pero también a Nikki, su primera esposa, una joven de delicada sensibilidad que se convierte en la actriz principal de la compañía que funda el propio Sabbath. Pero el equilibrio pronto se quiebra y Nikki desaparece sin que nunca nadie sepa dar paradero de ella.


Vamos siguiendo los pasos de Sabbath en ese remontar el torrente de la memoria para recuperar los hechos esenciales en una narración en la que el pasado y el presente se congenian explicándose recíprocamente y trabando una relación de la que apenas podemos distinguir quién es realmente Sabbath. Y así, asistiremos al último proceso de degradación de Sabbath, mendigando por las calles de Nueva York, siendo expulsado de la casa de Norman, negociando la compra de un pedazo de tierra en el cementerio judío en el que esta enterrada su familia y, en última instancia, buscando la muerte que le libere de una vivencia plena pero atormentada que cree ya llegada a su fin. Pero el fin no siempre está donde se le espera o, simplemente, no está aún a la vista para desespero del desesperado.

El teatro de Sabbath a que hace referencia el título de la obra, bien puede dar cuenta del hecho de que para el protagonista, gobernado por un egocentrismo hedonista sin límite, todo el que le rodea es un mero objeto del que sacar partido, de quien valerse para lograr los propios fines. Pero esta idea nos hace perder de vista el hecho de que Sabbath es, al tiempo, un ser doliente que lucha por escapar de un pasado que el fantasma de su madre muerta impide borrar. Así, el propio Sabbath se convierte en marioneta de unas fuerzas mayores que le dominan y sólo logra expresarse a través de la provocación y el dolor que causa a su alrededor.

¿Maneja Sabbath los hilos de sus marionetas o es manejado como un  títere? Ésta es la pregunta a la que antes o después el lector deberá dar respuesta mientras avanza en las páginas de esta obra contradictoria y monumental en su empeño por dar cuenta de las pulsiones más brutales de los hombres.

Más allá del propio Sabbath, podemos trasladar la interrogante a nosotros mismos y, sin duda, somos títeres y titiriteros a partes iguales. La pregunta que nos quedará por responder es si, a diferencia de Sabbath podemos aspirar a una salvación, a la remisión de una culpa original que se esconde en su pasado y que poco a poco se va desvelando en las páginas de la novela de una manera conmovedora. Porque comprender a Sabbath no es justificarlo o aplaudirlo, es entender tan solo el complejo mecanismo de acción y reacción que todos guardamos en nuestro interior y que manejamos con mejor o peor fortuna.

El teatro de Sabbath es, sin ningún género de dudas, la obra más compleja de Philip Roth, tanto en ambición temática como respecto al curso de la trama, en el que las escenas del pasado del protagonista se van completando entremezcladas con su presente lastimoso. El modo en que trata a un protagonista tan poco atractivo, que roza la repulsión, es propio de un maestro que sabe mantener la tensión no a través del argumento, sino del juego de ir mostrando los matices que toda personalidad guarda, poco a poco, sin mayor prisa y en la que la voz de Sabbath se combina con la del resto de personajes para crear un verdadero coro, al modo de las tragedias griegas en el que al unísono se nos ofrece la imagen de Sabbath, el excesivo, el lúbrico y lascivo, el herido y amenazado.


 En una obra tan compleja, la labor del traductor (Jordi Fibla) merece especial reconocimiento al ser capaz de trasladar el lenguaje del sátiro y, sin tregua, el más íntimo del amante abandonado, sin romper la convicción del lector de que quien habla es la misma persona.  

Esa persona es Mickey Sabbath, un loco que llora frente al Océano envuelto en la bandera que cubrió el ataúd de su hermano, fallecido en misión de combate a bordo de un B-25 en algún lugar del Pacífico a finales de la Segunda Guerra Mundial, mientras trata de encontrar y nombrar todo aquello que perdió, lo que se fue para no volver, al tiempo que hace recuento de lo que ha rellenado ese terrible vacio que por fin nos es mostrado. Acompañar al viejo titiritero en su viaje es un empeño arduo pero que, como cualquier otro peregrinaje, encierra sorpresas y alegrías a las que ningún  lector debería renunciar.