7 de mayo de 2023

Novelas Ejemplares (Miguel de Cervantes)

 


Tras la lectura del Coloquio de los perros, he decidido dar el paso siguiente y completar el resto de las Novelas Ejemplares. Para ello, he empleado la edición en formato digital de la Biblioteca Nacional que retoma la versión de 1864, que a su vez reproduce la segunda impresión de 1614, salida de la misma imprenta que la edición príncipe del año anterior y las dos partes del Quijote y que viene acompañada de algún artículo interesante sobre la datación de cada novela, las diferencias entre las varias versiones de estos textos e incluye como capítulo separado el Viaje al Parnaso.

Comencemos por explicar que estas obras fueron escritas por Cervantes entre los años 1590 y 1612. Algunas de ellas fueron recopiladas en el conocido como manuscrito de Porras de la Cámara, por lo que presentan diferencias con las versiones finalmente impresas por Juan de la Cuesta. Otras novelas fueron empleadas como interludios en la primera parte del Quijote, siendo precisamente uno de los escasos motivos de crítica que esta obra suscita.

Lo cierto es que, al calor del éxito de esa primera parte, Cervantes, que ya casi había perdido la esperanza de ganar fama literaria, aprovecha para rescatar estos textos, adaptarlos, o incluso redactar alguno nuevo, y así mantener su prestigio a la espera de la publicación de la segunda parte del Quijote en la que ya estaba trabajando.

Así, la primera edición presenta doce novelas a las que la tradición añade una más, La tía fingida, aparecida en el citado manuscrito de Porras y que se atribuye, no sin discusión, a Cervantes.

El prólogo a las novelas nos ofrece varios aspectos de interés. El primero de ellos, pone de manifiesto el relativo aislamiento o la falta de reconocimiento de que era objeto el autor en su época, al menos frente a nombres más afamados. Así, Cervantes señala cómo en las introducciones a las obras, suele escribir algún literato sobre las glorias y méritos del texto en cuestión, pero faltando quien lo haga, se pone él mismo a la tarea. Seguidamente, nos ofrece un autorretrato mordaz: barbas ya canosas, dientes desparejados y en número de tan solo seis, nariz curvada, torpes andares, cargado de hombros, …todo un galán.  

Pero tal vez, a los efectos que aquí nos importan, Cervantes nos habla orgulloso y sin mesura sobre la originalidad de este tipo de obras, de las cuáles existen tan solo traducciones de lenguas extranjeras, pero ninguna en castellano, siendo por tanto el primer autor que en nuestro idioma visita este género. Por otro lado, también se explaya en la justificación del término “ejemplares”, que atribuye a su intencionalidad moral, y a que de todas ellas puede sacarse su enseñanza y consejo. Claro nos queda que en aquellos tiempos el divertimento por sí mismo no estaba bien visto y que la gravedad o, cuando menos, la enseñanza moral, debían disfrazarlo convenientemente.

Podemos sostener que, al menos algunas de estas novelas tienen su origen primitivo en proyectos de comedias o entremeses, puesto que siguen normas de engaños, enredos, vueltas de tuerca, fingimientos y disfraces que tan comunes eran en el teatro de aquel tiempo. Pero también destaca en todas ellas la presencia de una idea del honor, entendido más como apariencia que como fundamento y sustancia, de modo que éste podía ser perdido mientras no fuera en público, y que podía recuperarse mediante la venganza o el escarnio notorio del ofendedor.

 

Y así, avanzamos por cada una de estas novelas, pudiendo encontrar numerosas similitudes e incluso repetición de argumentos manidos hasta la saciedad en la literatura universal, como en el caso de La Gitanilla, una obra en la que una hermosa gitana enamora a un noble que decide abandonar su alto estado y seguir a la grey vagabunda para probar su amor y ser aceptado por los gitanos, alcanzando así el amor de Preciosa. Oportunamente, se descubre finalmente y de modo casual que la niña no es gitana, sino hija de alta cuna, lo que permite recomponer la historia y facilitar un casamiento entre iguales.

Parecido es el final de La ilustre fregona, que también pasa por bella y discreta, pero que finalmente se rebela como hija de un caballero con abolengo. Porque en la España de este tiempo, la nobleza era un título que no se ganaba sino que se recibía en el nacimiento y todos los dones y atributos derivaban de él, sin que un humilde pudiera mejorar de estado.

Por ello, todas estas jóvenes nobles que no conocen serlo, muestran sin embargo tan altos atributos y tan grandes virtudes que terminan por enamorar a sus iguales, dando pie a que se descubra la verdad de su origen. Este juego de cambio de roles parece propio de nuestro Siglo de Oro ya que, por ejemplo, también es empleado como treta en El perro del hortelano de Lope de Vega, al simularse que Teodoro es hijo de un noble para así poder mejorar de status y ser aceptado finalmente como igual por parte de Diana, condesa de Belflor, dama principal que le ama pero cuyas dudas no logran ser vencidas de otra manera.

Como en los entremeses y comedias, los disfraces y equívocos son buena fuente de situaciones cómicas o paradójicas. En Las dos doncellas, dos jóvenes despechadas por la supuesta traición de su enamorado, toman ropas de varón para lanzarse en busca de ese hombre. Como no puede ser de otra manera, coinciden en el camino y terminan por conocer las desventuras de la otra. Pero, en general, en todas las novelas, nadie es quien dice ser y la mayoría actúan con engaño.

Tampoco Rinconete y Cortadillo escapa parcialmente de este esquema puesto que ambos son jóvenes que han dejado a sus familias acomodadas para recorrer el mundo y vivir sus propias aventuras en una Sevilla plagada de pícaros, ladrones y falsarios, en la misma medida que de funcionarios y mercaderes. Otro tanto sucede con los dos jóvenes que huyen de Burgos a la costa gaditana topándose en medio el camino con Costanza, la ilustre fregona.

Pero esos finales felices y ejemplares no terminan de borrar el paisaje descrito por un Cervantes que trata de disimular bajo su capa de moralista, la bellaquería de un tiempo que sabe reflejar con mano diestra en La tía fingida, una anciana que vive de vender la virginidad de sus pupilas repetidas veces, reconstruyéndola con sus falsas artes cuantas veces sea necesario. O en el caso de El casamiento engañoso, donde el alférez Capuzano se casa con quien cree ser dama distinguida y de posibles, cuando no es sino una criada putera y de la peor estofa, que termina por contagiarle sus enfermedades venéreas. Claro es que, aquí, no se termina de tener claro quién pretendía engañar a quién.   

Y otro tanto podría decirse del escenario dibujado en El celoso extremeño, un indiano adinerado que regresa a España para casarse con una joven a la que aventaja en infinitos años y a la que, por celos, mantiene encerrada con una corte de servidoras en una especie de fortaleza de castidad en la que impide todo goce quien ya no tiene fuerzas para disfrutarlo. La verbosidad de Cervantes a la hora de describir las tretas de Loyola para forzar la entrada de ese santuario vestal o los calores sobrevenidos de esas vírgenes de un harén cristiano, dicen mucho sobre su conocimiento de la naturaleza humana, si bien haya de concluir con un final alegórico y moralizante.

Pero vayamos ya a las dos novelas más innovadoras o que de mayor interés me han resultado.

Rinconete y Cortadillo, única novela que conocía previamente gracias a la obligatoriedad de su lectura en mis tiempos escolares, representa, por contra, un mundo de pillos y holgazanes, una cofradía de bandidos y hampones bajo el mando de Monipodio, una especie de Padrino del Siglo de Oro, un jefe de cofrades del delito y la violencia, que tiene un libro de cuentas con todos los encargos recibidos para ajustar, marcar, golpear o lo que proceda a honrados ciudadanos a cambio de un precio.

Esta novela ofrece un fresco magnífico de un tiempo y una ciudad, Sevilla, en la que la gloria del Imperio y las riquezas de las Indias se desbordaban por sus muelles alcanzando a las clases más bajas tan solo mediante el latrocinio, ya que, de otro modo, quedaban excluidas del reparto. Se puede considerar como un personaje más de la novela a esta ciudad, un fondo sobre el que habitan nobles transidos de apariencias, de hermandades y pillos, pícaros y santos. Cervantes conocía bien todos esos ambientes, no en vano allí se encontraba la sede del Consejo de Indias, al que recurrió reiteradamente para tratar de alcanzar sin éxito un nombramiento, un cargo, para pasar a las Indias, si bien, afortunadamente para nuestras letras, nada consiguió obligándole, ya mayor, a volver a tratar de lograr fortuna con su pluma.

Rinconete y Cortadillo toma referencias del género picaresco y, en especial, del Guzmán de Alfarache. En sus páginas vemos el retrato de una sociedad que no acostumbra a aparecer en los relatos más ortodoxos de aquel tiempo pero que, sin duda existió. Cervantes describe a la sociedad de un país que dominaba el mundo cuando apenas podía gobernarse a sí mismo. Los rotos de esta sociedad caen a raudales por entre estas líneas y, sin duda, no había muchos más autores que pudieran tener el olfato para seguir esta pista y ser fieles a una realidad que otros se empeñaban en ocultar.

Pero más meritoria aún resulta El licenciado Vidriera. La historia es de fácil resumen. Un joven parece despertar de un sueño en una tierra que desconoce. Descubierto por dos mozos camino de Salamanca para cursar estudios, pasa a ser su ayuda de cámara, pero tan grande parece su inteligencia, que finalmente es admitido en la propia Universidad y alcanza preclaros conocimientos. Su fama crece, y la admiración que causa es grande, tanto en hombres como en mujeres. Y de aquí le llega la perdición. Una dama cae rendida de su sabiduría pero, debido a su carácter de medio bruja y encantadora, termina por hacerle un conjuro a través de un membrillo que le da a comer. Tras esto, nuestro licenciado enferma y apenas logra salvarse de la muerte. Sin embargo, escapa de ella pero con cierta perturbación mental que le hace creerse hecho de vidrio, temiendo por consiguiente, ser quebrado por cualquier golpe o roce fortuito. Se aleja de la gente, les ruega que no se acerquen, los chiquillos le persiguen y arrojan piedras sobre él sin la menor piedad por su mente, debido a que sus juicios resultan del agrado de todos por su buen tino, alcanza reconocimiento y respeto. Se trata de sanarle pero con escaso éxito, por lo que el ahora conocido como licenciado Vidriera vagará por las calles de Salamanca y recorrerá otras tantas ciudades exhibiendo su lamentable juicio que, sin embargo, tan solo parece nublado en lo que se refiere a su propia corporeidad, ya que comienza a expresar sentencias tan certeras, pensamientos tan profundos y sinceros, tan alejados de los que la prudencia debiera dictarle y por tanto, tan maravillosos y útiles a consideración de quienes le escuchan, que termina por convertirse en una especie de oráculo, de consejero para quien con él se cruce y desee lanzarle preguntas, consultarle futuros actos.  

Allá donde acude es tenido por sabio y su fama se acrecienta hasta llegar a conocimiento de nobles patronos que le acogen y cuidan con esmero, no se sabe si por sus brillantes sentencias y prudencia o su por mera bufonería, que la intención de las clases altas nunca se sabe a qué fin para.

 


 

La elección del apodo con el que se conocerá a Tomás Rodaja no es casual y muestra una gran inteligencia por parte de Cervantes. El vidrio no solo destaca la fragilidad mental del protagonista, de cualquiera de nosotros, tan fácil de alterar mediante la adulación o el desprecio. Representa, por encima de todo, la transparencia del alma del Licenciado, quien revela cuanto piensa y cree, desnudándose ante los otros, ante los interrogadores, quienes le buscan como para oir lo que ellos no se atreven a expresar en voz alta.  

Así, al igual que lo que ya vimos en El coloquio de los perros, en el que la condición animal, semi novelesca de los protagonistas, permitía la crítica social con garantías de impunidad, aquí la locura del licenciado abre una puerta similar por la que disparar contra la hipocresía de la sociedad, la tiranía de los poderosos, los vicios del clero o de los preocupados por el honor y la fama cuando tienen repleto de vergüenzas el trastero de su conciencia.

No deja de ser paradigmático que, una vez recuperado el seso, perdida la transparencia, pero conservado el buen tino de los comentarios, la fama del licenciado decaiga y no encuentre sino en las armas su destino. Como los vociferantes de nuestros días, parecemos más fácilmente impresionables por la extravagancia de los personajes que por su mensaje, más por lo fútil que por lo esencial y no es extraño que, como el licenciado Vidriera, también sintamos el impulso de abandono cuando nos comprendemos meros juguetes en manos de otros.

Vamos concluyendo ya estas breves ideas sobre estas novelas. La más breve de todas ellas es El casamiento engañoso, casi un prólogo o justificación de El coloquio de los perros. Ya hemos dicho que el alférez Campuzano cura las fiebres producidas por la sífilis en el Hospital de la Resurrección de Valladolid. Y allí, en la última noche de su penitencia, poseído por esas fiebres y casi nublada la conciencia, escucha el coloquio de ambos perros, Cipión y Berganza. Cuando sale del hospital, se encuentra con una antiguo compañero de armas al que narra su desventurado casamiento pero le asegura que aún más increíble es la historia que, de seguido, le va a contar, dando así comienzo al coloquio como obra autónoma. Sin embargo, al final de ésta, los canes se refieren al soldado enfebrecido, completando así una referencia circular, de increíble modernidad y, seguramente poco apreciada en su época, técnica narrativa.

La mayoría de las escenas de estas novelas tienen lugar en tabernas, posadas y ventas, en polvorientos caminos, seguramente los mismos por lo que penó Cervantes cuando sirvió al Rey como comisario de abastos. Y los personajes, sin duda, salieron de lo que iba conociendo en sus paradas, en aquellos cruces de caminos, incluso en los calabozos que pisó con más frecuencia de la que le gustaría. Porque podemos creer que, en las partes más verídicas y realistas de estas novelas, Cervantes poco imaginaba, tan solo vertía en papel y palabras lo que había visto y oído. Y es ésta la fuerza que aún conservan sus obras, el no ser paridas de la imaginación sino de una vida que conoció muchas de las miserias y tristezas que narraba.

Es conocida la anécdota que cuenta cómo una embajada de unos franceses, en visita por la capital de España cuando la fama del Quijote ya había cruzado fronteras, solicitó visitar al afamado escritor. A la vista de la condición humilde de éste, se mostraron inicialmente extrañados de que el Estado no le sufragara gastos y estipendios, pero pronto dijeron que si la pobreza le había hecho escribir obras como el Quijote, mejor sería que en pobreza siguiera.

Y es así como llegamos al final. Las Novelas Ejemplares son un disfrute para quien quiera tomarse el esfuerzo de parar de vez en cuando y repasar una frase, un párrafo entero. Para comprender cómo con pocas ideas puede hacerse una referencia a varios conceptos, para ver cómo nacieron expresiones que hoy usamos de continuo o para conocer otras que ya desaparecieron. Para ponderar que la España de aquellos años no se aleja mucho de los nuestros en más aspectos de los que querríamos admitir, para comprender que los mejores autores son quienes saben reflejar su tiempo pero tomando de él lo que de esencial tienen, de modo que el futuro también pueda verse reflejado en el mismo.



 

1 de mayo de 2023

El coloquio de los perros (Miguel de Cervantes)

 


 

Las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes traen recuerdos del BUP y las lecturas obligatorias. En mi caso, si no recuerdo mal, fue Rinconete y Cortadillo la que me cayó en suerte y, desde entonces, aunque la volví a leer, el resto quedaron arrumbadas sin haber despertado un especial entusiasmo ni haber encontrado mejor momento para volver a ellas.

Sin embargo, su mérito no es poco. Como el mismo Cervantes señalaba con orgullo en el prólogo a las mismas, se trata de las verdaderas primeras novelas de nuestra lengua, es decir, escritas en la misma originalmente, puesto que hasta esa fecha lo que existía en estas tierras eran traducciones de novelas extranjeras.

Queda así explicado el término de “novela”, porque el de “ejemplares” resulta algo más ambivalente, pudiendo referirse tanto a una supuesta intención moral, como a la ingenua intención de Cervantes por sentar estas obras como ejemplo de un género que aún nacía entre balbuceos y rasgos difusos.

Ha llegado el momento de saldar cuentas con el pasado y he leído El coloquio de los perros (Editorial Flash), una lectura sorprendente por muy diversas razones. El argumento es sencillo. Dos perros, ya mayores y experimentados en la vida, retirados en el Hospital de la Resurrección de Valladolid, cobran de súbito, la capacidad de hablar como humanos. Entre ellos llegan a la conclusión de que se trata de un desarreglo de algún tipo y que, con gran probabilidad, perderán el don del habla al amanecer. Por ello, Berganza, el más dicharachero y expresivo, se apresta a dar cuenta de episodios de su vida al más discreto y paciente, algo refunfuñón y reconviniente, Cipión.

La obra se articula sobre este coloquio, a modo de representación teatral, dado que no hay narrador más allá de lo dicho y hablado por ambos perros. Y aunque podríamos creer que nos encontramos ante la larga tradición fabulística en la que los animales asumen cualidades humanas, lo cierto es que Cervantes va más allá y no pretende ofrecer una moraleja, sino que más bien, se nos presenta como un extraordinario testigo de su tiempo.

Porque en este punto se separa claramente de la citada tradición. Las anécdotas y murmuraciones de Berganza, como gusta de recriminarle Cipión, repasan la sociedad del Siglo de Oro con una riqueza y sinceridad que entroncan con obras como El lazarillo de Tormes y su naturalismo castellano.

Las amenas historias de Berganza retratan la vida sevillana, sin duda, la ciudad con una vida más intensa, disoluta y peligrosa de todo el Reino merced a su condición de único puerto autorizado para el comercio con las Indias. En sus calles, mataderos, plazas y audiencias, Berganza verá la corrupción y deshonra que todas las riquezas atraen. Conocerá la violencia, el robo y el engaño, el cohecho y la falsedad, la prostitución y la maldad gratuita. No es de extrañar que un perro, la pura representación de la fidelidad y nobleza, no pueda soportar esta vida y huya al campo, creyendo que allí se vive entre laúdes y canciones, hermosos bailes y rondallas amorosas. Pero la vida que se encuentra como perro pastor de un rebaño de ovejas es muy diferente de lo que ha oído leer en las obras pastoriles tan del gusto de la época y a las que el propio Cervantes, pese a la burla que de ellas aquí hace, contribuyó con lo que consideraba la mejor de todas sus creaciones, La Galatea.

 

 

Y así, la vida de Berganza se convierte en una sucesión de huidas y reencuentros, de decepciones y pocas alegrías. Por ese largo camino, nos da seña de la fogosidad de los negros a cuenta de un esclavo y su amante que vivía en el zaguán de una casa que guardó durante un tiempo, de la vida gitana y su príncipe payo o de las enfebrecidas mentes de quienes eran tomadas por brujas o hechiceras y que hoy tan solo tendríamos por esquizofrénicas en diversos grados.

Tampoco escapan de las críticas los moriscos, si bien, en el caso de Cervantes, parece comprensible este desprecio por los fieles a una religión que, allende el Mediterráneo le apresaron y mantuvieron cautivo durante largos años. Los ecos autobiográficos también llegan a través de la visión que el perro tiene de los poetas y de la escena que presencia en la que un ensimismado autor lee su primera obra teatral a un público de actores y empresarios del sector con nulo éxito, triste reflexión sobre la propia frustración de Cervantes por su fracaso en este género.

Pero no debemos creer que El coloquio de los perros es un libro para quien quiera conocer la época o contar entre sus lecturas con una más del célebre autor como galardón de su alta cultura. Todo lo contrario. La vigencia de la obra es sorprendente puesto que los personajes son perfectamente trasplantables a nuestros tiempos y descubrimos, no sé si con alivio o con rubor, que nuestros días no son ni mejores ni peores que los que les precedieron, que las sociedades no avanzan en decencia y moralidad por sí mismas y que solo unos férreos poderes y contrapoderes, una eficaz legislación y la voluntad de su respeto, diferencian unas sociedades de otras, estos tiempos de aquéllos. Muchas de las reflexiones de ambos canes podrían ser dichas en la barra de un bar de barrio o por un comentarista político actual, sin duda, con menor gracia y talento.

Y también, qué contradicción aparente, leer esta obra me ha permitido disfrutar de una riqueza de lenguaje, de palabras que hacía años que no leía o empleaba, de ideas, de una sensación de liviandad en la escritura y de certeza en la expresión, con un equilibrio perfecto entre el fondo y la forma, que supone un auténtico placer. Siempre tendremos la duda de si para los contemporáneos de Cervantes, el lenguaje de éste era críptico y elevado o cotidiano y accesible. Y, en lógica consecuencia, si nuestras novelas, que ahora me parecen tan monótonas y pobres en contraste con este coloquio, serán aplaudidas por los mismos méritos que yo les niego en favor de Cervantes.

Así que no es de extrañar que la valoración de este libro, al menos en la edición empleada, sea muy favorable y me haya sorprendido por su actualidad, por una imaginación desbordante de la que ya se tiene sobrada constancia a través del Quijote, y que haya despertado el deseo de continuar la lectura de estas novelas.


 

 

22 de abril de 2023

Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Andrés Trapiello)

 

 


 

 

Andrés Trapiello recibió el encargo de preparar una breve biografía de Miguel de Cervantes después de que el primer elegido por la editorial para este fin, declinara la propuesta una vez iniciada la labor. Así es como nace Las vidas de Miguel de Cervantes: Una biografía distinta (Ed. Destino).

 

Según reconoce Trapiello, este trabajo alimenticio se convirtió en la perfecta ocasión para dedicar el tiempo, siempre escaso, a la lectura de la obra de este genial autor, empleando el adjetivo a modo de metonimia, porque se supone que así ha de expresarse pero sin que nadie realmente haya pasado, salvo estudiosos y académicos en el mejor de los casos, de la lectura del Quijote y, tal vez, de algunas de sus novelas ejemplares, casi siempre como consecuencia de la imposición escolar.

 

Pero no solo de sus obras bebe Trapiello, porque si extensos son el Quijote y La Galatea, en nada resultan comparados con la inagotable bibliografía y biografía en torno a su autor y sus méritos. También a esta ciencia, la cervantología, dedica su tiempo Trapiello, llegando a la conclusión de que cada época, cada momento histórico, precisa de su adaptación y reflejo en la vida de nuestro más famoso escritor. Y leyendo muchas de estas grandes biografías y tratados, llega a la conclusión de que inventan mucho, fabulan otro tanto y no se conforman con lo que por cierto se puede tener, tratando de engrandecer la figura de Cervantes, rastreando los vacíos para completarlos con fragmentos de sus obras como si éstas no fueran sino mensajes cifrados intencionados.

Trapiello afirma su intención de no inventar, de limitarse a los hechos ciertos, a no imaginar los sentimientos de Cervantes, no prejuiciar sus actos ni ir más allá de lo razonable. Y en este esfuerzo, no siempre totalmente logrado, se centra Trapiello, rastreando lo que de más verosímil se encuentra en todas las obras consultadas.

De aquí resulta el nombre de este libro, esas vidas a que se hace referencia. Un plural que puede significar que la de Cervantes fue vida multifacética, como soldado, funcionario de abastos, recaudador de impuestos, poeta, dramaturgo, novelista, negociante, .... pero también que el molde de sus hechos biográficos ofrece tantas lagunas como la vida de su compañero de letras, Shakespeare, que hay quienes incluso le niegan el haber escrito lo que se le atribuye. Así pues, también a Cervantes se le pretende hacer una biografía a medida. No es de extrañar por tanto, que haya quienes le vean como judío converso, con la Iglesia hemos topado, lo que explica su dedicación a los impuestos o su intento por borrar parte de su pasado, o difuminarlo mediante matrimonio conveniente, igual que hicieron sus padres. También se explica así su posición frente a los moriscos o su enrolamiento en la milicia y su posterior participación en la batalla de Lepanto.

Pero también la supuesta sodomía, su papel de difamador en libelos cortesanos y otras tantas fábulas, embustes o meras insinuaciones para las que no es dificil encontrar cualquier pasaje del Quijote que permita sustentarla sin fundamento pero con apariencia de verosimilitud para los simples que no saben que lo son.

El libro sigue un itinerario cronológico en el que se va desvelando lo que de la vida de Cervantes se conoce, que es más de lo que podríamos creer, si bien, parte de esta información deriva de prólogos del propio autor o de fuentes tal vez interesadas, pero de las que tampoco hay razones para cuestionar lo que de fundamental pueda haber en ellas.

Trapiello nos informa de sus antecedentes familiares, de su incierta vida en la Corte, de su salto a Italia junto a su hermano, y de la famosa batalla más importante que los siglos vieron, tras la que le vino la pérdida del uso de su mano izquierda, y tiempo después, la caída en manos de los piratas de Berbería y su cautiverio en Argel, siendo este periodo el que, por bien seguro, le marcó de manera definitoria puesto que en numerosas obras, no solo el Quijote, reflejó elementos vividos en Argel.

Se cuestiona lo extraño y precipitado de su matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios, a quien dejó en Esquivias al poco de casarse, partiendo para negocios inciertos en Sevilla. Se nos habla de su supuesta hija natural, Isabel, fruto de sus amores ilegítimos con Ana de Villafranca. Una vida amorosa compleja, pero que debería bastar para alejar la posible homosexualidad del autor. Se nos detalla el poco éxito de Cervantes en sus intentos por lograr reconocimiento a sus propuestas teatrales siguiendo la estela de Lope de Rueda, de quien era un notable admirador, pero que pronto fue desplazado por la fuerza creadora de Lope de Vega.

También conocemos de su papel como funcionario de abastos para la Gran Armada y las excomuniones de que fue objeto por hacer cumplir su mandato incluso frente a clérigos y ordenados. Le vemos sometido a investigación cuando, tras la derrota de la flota, llegó la orden de Felipe II de averiguar qué había ocurrido con los suministros para la Armada, y se descubrió la inmensa corrupción de sus funcionarios, entre ellos, la del responsable directo de nuestro biografiado. Pero de ello salió indemne puesto que al poco fue comisionado para la recaudación de impuestos, de la que nuevamente salió con investigación y pena de cárcel.

Y es allí donde algunos sostienen que dio comienzo a la escritura de su Quijote, tal vez como una más de sus futuras novelas ejemplares, sin el deseo o voluntad de hacer de ella algo más. Pero lo mismo se cuenta que pudo ocurrir durante su apresamiento en Argel o durante las interminables sobremesas en Esquivias, donde pudo conocer historias que terminarían por darle soporte a muchas otras que terminan por aflorar en su obra.

Sin embargo, lo cierto es que el Quijote surgió de su imaginación fértil y de su conocimiento de la vida. En su condición de funcionario recorrió los caminos de Andalucía, Murcia, La Mancha, .... Por cuestiones varias residió en Madrid, Toledo, Sevilla, Valladolid, también en el extranjero. Y en su vida tuvo ocasión de tratar con las más variadas personas, nobles, eclesiásticos, villanos, ladrones y ganapanes, cristianos viejos y nuevos, moriscos y labradores burdos. Con soldados y berberiscos, con autores dramáticos y poetas, con impresores y alcahuetas. En suma, todo ese conocimiento acumulado no le sirvió de mucho cuando trató de replicar modos ya explorados, cuando tan solo pretendió hallar medio de vida en la escritura a la moda, con entremeses y pequeñas obras, o cuando ofreció su versión propia de la pastoril Diana de Montemayor, con La Galatea. Tampoco cuando quiso, con el Viaje al Parnaso, dedicarse a la lírica y a la loa hacia otros poetas, sin duda, esperando infructuosamente que el favor le fuera devuelto.

Sin embargo, será cuando ya mayor, vencido de otros tantos intentos de medrar, fracasados sus gestiones para pasar a América como funcionario, buscando refugio nuevamente en las letras, encuentre un vehículo con el que dar salida a todo lo que había experimentado, sentido y vivido. Será cuando su imaginación no quede encorsetada en moldes ajenos, cuando tal vez ni siquiera pretendiera ya el éxito que tantas veces le había sido negado, cuando logre crear su mejor obra, de las mejores de nuestra lengua, cuando se reivindica.

 


Y tampoco es de extrañar que, encontrado ese filón, ese nuevo modo de hacer, que ya estaba en camino pero que en nuestra lengua aún no era fértil, tratase de alentar esa pequeña llama, y comenzara a escribir la segunda parte del Quijote. Y tampoco es de sorprender que, cuando un tercero, por nombre falso Avellaneda, se permitió adelantarse y publicar una segunda obra, Cervantes creyó ver nuevamente el peligro, el de que su fama y éxito sobrevenido pudiera tornarse fugaz y finito. Y así, nuestro autor creció aún se creció más y defendió a muerte su obra y su creación. Según Trapiello, según la mayor parte de los críticos, la segunda parte del Quijote es, sin duda, mucho mejor que la primera. Y lo es porque Cervantes, no solo se sintió atacado en lo personal por las acusaciones del falso Avellaneda, sino porque se manipulaba y abarataba a sus personajes, a su Sancho, a su Alonso Quijano.

Así, igual que en la primera parte ya había creado un juego especular, con una narración que no era del autor, ni de los protagonistas, sino del moro Cide Hamete Benengeli, Cervantes logra doblar la apuesta en un juego autorreferencial que hace avanzar la novela para convertirla en el género literario por antonomasia hasta nuestros días. Aquí, los propios personajes se referirán a la obra falsa que les retrata. Don Quijote y Sancho se toparon con un individuo de nombre Jerónimo, como el supuesto autor que se escondía tras el seudónimo de Avellaneda, que está leyendo el Quijote apócrifo y que, rendido ante el verdadero hidalgo, le reconocerá como el auténtico. Pero también sus protagonistas enmendarán conscientemente el punto final de su viaje, para desviarlo de la ruta propuesta por el falsario autor. Y, no más, Cervantes, decide matar a su héroe para impedir futuras aventuras, para dar su última palabra, ese "vale" con el que se cierra la obra.

El libro de Trapiello se completa con una pequeña colección de artículos del autor, algunos a raíz de aniversarios, otros escritos en disputa con Francisco Rico, autor de una muy reconocida edición anotada del Quijote, pero lo importante ya está dicho. Esta segunda parte viene más referida a la influencia de la obra de Cervantes y a cómo se reinterpreta en tiempos posteriores a la muerte del autor, en el siglo XVIII, en tiempos del Romanticismo, o la idea que de él tenía Pérez Galdós, y su posterior vindicación por parte de los noventayochistas, y así sucesivamente.

El libro se lee de manera amena, no a otra cosa invita la vida ajetreada del autor, pero también Trapiello sabe poner de su parte, seleccionando lo fundamental y no dejándose enredar por las disputas de los cervantistas. En suma, su amor por la obra pesa más que la erudición, y estas páginas son una invitación constante a dejar el volumen a un lado y dirigirse a las fuentes, a las páginas sobre las que se escribe. Pero el libro es importante porque aporta información y contexto, explicaciones sobre la cultura de nuestro siglo de Oro, de su política y religión, que ya no nos resultan tan obvias, y también del complicado mundillo literario en el que tuvo que batirse Cervantes, normalmente con poca fortuna, lleno de ofensas y recados, vulneración de los derechos de autor, aún no reconocidos como tales, envidias y maledicencias.

Pero Trapiello no cae en la adulación. Sabe reconocer que gran parte de las obras de su biografiado no resisten comparación con el Quijote, han perdido vigencia en nuestros días. A nadie encomienda la visita a Los trabajos de Persiles y Segismunda, menos aún al Viaje al Parnaso. De hecho, se muestra sorprendido del esfuerzo del autor por tratar de completar la segunda parte de La Galatea hasta casi el día de su muerte.

Pero tanto las dos partes del Quijote, como sus Novelas Ejemplares, en la medida en la que supusieron un cambio en el paradigma de su tiempo y abrieron las fronteras de nuestra lengua, bastan para el reconocimiento eterno de la fama de Cervantes. Por otro lado, Trapiello reconoce también en el estilo del autor una claridad y concisión, una intención de alejarse de florituras y adornos estériles, que forma junto a su original modo de entender la narración una dupla imbatible.

No ha mucho tiempo, Trapiello recibió el encargo de preparar una versión actualizada y puesta al día del Quijote, una adecuación del vocabulario fundamentalmente, con el fin de acercar la obra a ojos más modernos, sin llegar a desvirtuar su estilo ni hacer perder su esencia. En suma, lograr para los lectores hispanohablantes lo que los extranjeros consiguen con cada nueva traducción. Desconozco la calidad de este intento, pero desde luego, no tengo duda de que este libro que ahora concluyo fue pasaporte bastante para que se le concediera tal oportunidad que, por seguro, disfrutó tanto o más que la escritura del presente.

 

 

 

 

 

10 de abril de 2023

El gran salto (Jonathan Lee)



La noche del 12 de octubre de 1984 estalló una bomba del IRA en el Grand Hotel de Brighton en el que estaba alojada Margaret Thacher junto a su gabinete y la cúpula del Partido Conservador, por celebrarse en aquella localidad la convención anual del partido. Como consecuencia del atentado, perdieron la vida cinco personas y treinta y una resultaron heridas, ninguna de especial relevancia pública.

El atentado puso de manifiesto el alcance del peligro del IRA, su competencia técnica al burlar todas las medidas de seguridad tomadas. No obstante, el balance para los terroristas fue algo decepcionante al no conseguir hacer saltar por los aires al gabinete, y la enérgica respuesta de la dama de Hierro, que decidió no alterar en lo más mínimo el programa de actos y discursos pese al atentado, ofreció una imagen de firmeza contraria a la que buscaba el IRA.

Sea como fuere, ésta es la gran historia, la que muestran los libros, las crónicas periodísticas. Sin embargo, El gran salto (Libros del Asteroide) nos habla de la pequeña historia, de la vida de las personas, de sus pensamientos y sentimientos, latidos y pulsaciones, miedos y aspiraciones contra el telón del inminente atentado.  

Es en esos pliegues ocultos a la luz de los documentos oficiales donde se resguarda la vida real, la que sustenta todo lo demás, y es ahí donde Jonathan Lee coloca su extraordinario ojo literario para fijarse principalmente en tres personajes.

 

De un lado, aunque es sabido que la bomba fue colocada por Patrick Magee, siempre se ha creído que pudo haber otro terrorista, y sobre esta figura fabula el autor, creando un personaje de carne y hueso, con intenciones ambivalentes, que vive con su madre a la que trata de mantener alejada de su vinculación con el IRA aunque intuye que sabe más que lo que sus episodios de demencia senil pueden dar a entender. Y nos cuenta cómo entró en el IRA, su rito de iniciación, su vida durmiente hasta que es requerido para algún acto concreto, sus habilidades, su vida en un barrio mayoritariamente lealista en el que cada uno de sus movimientos parece observado por los vecinos, en el que la desesperanza, la falta de futuro parecen ser una sustancia pegajosa de la que no puede librarse.  

Y sin embargo, Dan vive y late, trata de beber con amigos, de ligar con desconocidos, temiendo tal vez que sean ganchos del enemigo, momificándose por el riesgo de perder el control y hablar más de la cuenta, temiendo guardarse dentro todo lo que soporta, un equilibrio difícil que se va uniendo a una creciente duda sobre lo que pretenden sus compañeros de lucha, lo que persigue él, lo que significan las nuevas generaciones del IRA, lo que traen a las vidas de todos los buenos católicos de la buena Irlanda.

Pero Dan no está solo en este mundo de dudas, enjuiciamiento de su pasado, de mirar adelante sin saber qué puerta tomar. También Moose, subdirector del Grand Hotel pasa por similares circunstancias. Su trabajo le absorbe, más aún en estas fechas en las que debe preparar la estancia del gabinete en su hotel y en la que se juega su posible ascenso a la dirección del establecimiento, quién sabe si a un cambio de timón en su carrera dentro de la cadena hotelera a la que pertenece. La vida no le ha dado muchos respiros. No cursó estudios, decidido a demostrar que podía llegar lejos desde abajo, ve cómo sigue aún muy abajo, cómo todo parece contradecirse, cómo su mujer le abandonó hace muchos años por algo que aún no acierta a definir, que le dejó con una hija a la que criar y a la que se aferró con fuerza. Y ahora su hija ha de tomar nuevos rumbos, dejándole con un cierto nivel de estrés, de colesterol y exceso de kilos, con una vida vacía que se apresta a rellenar cada mañana con una maniática dedicación al hotel.

Y, por último, tenemos a Freya, la hija de Moose que ha concluido el bachillerato y se plantea tomarse un tiempo sabático, trabajar en un hotel de España, ir a la Universidad o enganchar el trabajo veraniego en la recepción del Grand Hotel, con sus comodidades, sus compañeros de trabajo a los que conoce desde hace muchos años gracias a su padre, de ennoviarse y dejarlo todo para no hacer nada, en suma, que se encuentra en la misma encrucijada que su padre hace tantos años, por lo que ahora le resulta tan difícil juzgarle, aunque lo hace a todas horas sin mucha conmiseración.

Y aquí comienza la pequeña maravilla que es la novela. El modo en que Lee trata a sus personajes, su construcción, tan plausible, tan real y nítida, basada en sus pensamientos, tan anodinos y simples, tan mediocres o excelsos como los de cualquiera, pero tratados con un esmero, casi podríamos decir que con un amor desbordante que los hace tan próximos al lector desde apenas sus primeras apariciones. Nada de especial tienen, salvo una contumaz voluntad de vivir, un intenso deseo por salir adelante de sus difíciles situaciones, o de sus insustanciales cavilaciones.

Aunque el atentado es un peso que sobrevuela la novela y del que no podemos escapar, un clímax que sabemos que nos alcanzará antes o después. lo cierto es que poca presencia tiene en estas páginas, tan alejadas de los detalles escabrosos, de los episodios de intriga, de la descripción de los riesgos tomados. Todo lo contrario, los tres personajes forman un triángulo al que van ascendiendo poco a poco, como se sube al trampolín antes de realizar un salto y zambullirse en una piscina, antes de dar ese gran salto que todo lo cambia, ese vórtice desde el que solo cabe seguir adelante o girar con el rabo entre las piernas y las orejas gachas.

  

 


 

La humanidad desbordante de estos tres protagonistas, y la de aquellos con quienes viven, no menos reales, no peor tratados por el autor, ofrecen un relato que se aferra a la memoria más allá de la última página, un cierto anhelo de haber continuado por mucho tiempo con ellos, haber les acompañado en sus idas y venidas, en sus banales actos, ignorantes de las consecuencias de sus actos.

Pero, por otro lado, la magia de esta novela se encuentra también en las innumerables reflexiones del autor, en boca del narrador o de los personajes, en sus metáforas y figuras, en sus paralelismos y descripciones, en todo aquello que invita a una lectura demorada, reflexiva, entroncada casi en otro tiempo, distinto al nuestro, en el que el deseo de pasar las páginas parece dominarlo todo.  

La finura del texto debe gran parte de su profundo sentimiento a una traducción que se intuye brillante, capaz de conservar el sentido profundo del original pero conservando una belleza de difícil volcado en nuestro idioma. Todo el mérito es de Zulema Couso.

Es de desear que Jonathan Lee publique más novelas y que las ya presentadas en su lengua original encuentren eco y traducción para seguir disfrutando de su pericia y maestría en este arte de narrar y atrapar, de crear y emocionar como lo ha hecho El gran salto.