8 de enero de 2007

Crónicas (Bob Dylan)


Bob Dylan es mundialmente conocido por su obra musical, pero tal y como ocurre con otros astros de la música popular contemporánea, con el paso de los años su interés ha ido pasando por diferentes disciplinas artísticas con diversa fortuna. Así, se ha dedicado al cine (Renaldo y Clara; Masked and Anonymous) con escasa fortuna de crítica y público, a la pintura (algunas de cuyas obras han servido para ilustrar portadas, contraportadas y fundas de discos (p. ej. la de Self Portrait), a la difusión de sus gustos musicales a través de una emisora de frecuencia modulada y, cómo no, a la literatura (Tarántula).

La escritura literaria (al margen de los textos de sus canciones) ha sido una constante en la vida de Dylan dado que durante su primera etapa (1962-1966) dedicó mucho tiempo a pulir los escritos que, finalmente, se plasmarían en Tarántula, si bien, lo publicado finalmente fue una revisión total de lo escrito durante dicho periodo. El poco reconocimiento que tuvo este libro llevó a Dylan a obviar la publicación de más obras, con la única excepción de un libro que presentaba los textos "oficiales" de sus canciones (incluyendo muchas que no habían sido publicadas oficialmente por su discográfica). Finalmente, en 2005 publica el primer volumen de Crónicas, una peculiar visión autobiográfica de su evolución como músico.

En este primer (y hasta la fecha único) volumen, Dylan hace un repaso de tres momentos diferentes de su carrera. En primer lugar, su llegada a Nueva York a principios de los años 60 desde su Minnesota natal, cargado de esperanzas pero falto de tablas y experiencias. Las personas que conoce, la música que escucha, sus lecturas arbitrarias e impredecibles van impregnándole y confiriéndole seguridad hasta obtener su primer contrato discográfico con Columbia, siendo todavía un completo desconocido para la mayoría del ambiente folk del Village.

El siguiente capítulo que Dylan rememora en las páginas de Crónicas es el momento en que trata de desprenderse de su fama de profeta y portavoz de una generación. Su faceta pública durante el periodo 1963-1966 llegó a anular a la persona privada. Su indudable ambición y deseo de notoriedad se vieron plenamente satisfechos llevándole por los escenarios de todo el mundo en una carrera que corrió el riesgo de terminar con su vida (o con su cordura) y que, finalizó de manera abrupta en el famoso accidente de motocicleta en Woodstock en 1966. Este accidente permitió a Dylan un periodo de reflexión y serenidad que le sirvió para replantear la visión que deseaba proyectar al mundo. Lejos de erigirse como el visionario poeta, el cantante protesta o el icono de la nueva era, Dylan quiso ser conocido como un artista sin más pretensión que hacer bien su trabajo mediante grabaciones y actuaciones en directo. En este sentido, y para lograr modificar la visión que el público tenía de él, comenzó su tarea mediante la grabación de discos descaradamente alejados de la grandiosidad de sus obras anteriores, aceptó premios honoríficos y se mudó en numerosas ocasiones buscando huir de sus admiradores. Como es notorio, este intento no logró pleno éxito dado que para el subconsciente colectivo, Dylan, siempre irá unido a canciones como Gates of Eden, Masters of War o Like a Rolling Stone.

Finalmente, el tercer momento escogido por Dylan para escribir sus Crónicas es el año en que cree llegada la hora de retirarse definitivamente del mercado musical. Sus últimas obras no gozan del aprecio de la crítica ni del público, sus numerosos conciertos tienen algo de rutinario, de manida representación de la farsa de una leyenda de otra época. Y, sin embargo, descubre, a través de un viejo intérprete de color, un nuevo modo de entender la música, la interpretación, de dar sentido a una desorientada y alicaída carrera musical. Pese a que no puede tocar la guitarra por tener una herida en la mano, escribe la letra de varias canciones que acabará grabando en Nueva Orleáns. El nuevo disco será bien recibido por la crítica y Dylan perseverará hasta encontrar la salida a un destino que parecía escrito con tinta indeleble. La recuperación de viejas grabaciones inéditas y la publicación de dos discos con interpretaciones acústicas de viejas canciones de country, gospel y blues le dejarán a las puertas de su recuperado prestigio crítico con sus tres últimos Lps de estudio, si bien este proceso queda a la espera de sucesivos volúmenes de estas crónicas.

Estos tres episodios no se relatan de manera lineal sino que se alternan a lo largo de la obra lo que puede crear ciertas dificultades de seguimiento para aquellos lectores no familiarizados con la biografía de Dylan. Para los que sí lo estén, el libro recopila abundante información interesante sobre las influencias musicales o literarias, su "implicación" en el movimiento por los derechos civiles, su primer encuentro con Joan Baez, etc. Sin embargo, no hay nada en él realmente novedoso y que no pueda ser consultado en cualquier otra biografía. ¿Qué es, por tanto, lo que hace realmente interesante la lectura de este libro?


Sin lugar a dudas, la elección de los tres momentos citados, elegidos con una clara intencionalidad por el autor, pretende dar una clave. En cada una de las tres situaciones descritas, Dylan se "inventa" a sí mismo. Pretende escapar de una realidad que le oprime, sea su rutinario papel de leyenda viva del rock, su anodina adolescencia rural o su papel de portavoz de la juventud occidental. Esa lucha por elegir y forjar su propio destino, obviando las alternativas más sencillas y previsibles, es la lección que puede extraerse de las páginas de Crónicas. Cambiar para ser fiel a sí mismo, mutar para permanecer en el centro. Al igual que la lectura de Bound for Glory, de Woody Guthrie, supuso una importante lección en la juventud de Dylan, Crónicas puede ser visto como un alegato en favor de la honestidad y la libertad del artista. Sin embargo, si el propio Dylan leyera esto, sin lugar a dudas pensaría, "me he vuelto a equivocar, no entienden nada" y seguro que tendría razón.

2 de enero de 2007

El baúl del abuelo (Nora Muro)

 

La escritura nace con el fin de fijar para la posteridad información de la más variada índole. Los primeros registros escritos conservados de las civilizaciones antiguas suelen referirse al cobro de impuestos, a cantidades de trigo y demás aspectos "contables" de la vida económica. El registro de hechos es, por tanto, una de las primeras aplicaciones de la escritura.

En algún momento de la Historia, la escritura debió aplicarse a fijar algo más etéreo pero más personal e íntimo, a fijar el recuerdo y la memoria de los hechos pasados. Sea por la vanidad de preservar aquello que consideramos digno de noticia futura, sea por la añoranza de un pasado ya perdido, lo cierto es que dicha nueva función de la escritura puede verse como el nacimiento de la Literatura y quizá las estelas funerarias sean el mejor y más antigüo ejemplo de Literatura.

Preservar los recuerdos sirve a dos fines. De un lado da a conocer una realidad a lectores ajenos a la misma o, incluso, hace revivir experiencias a quienes participaron en los hechos, reforzando el sentimiento de grupo. Por otro lado permite, aún inconscientemente, la reflexión sobre el pasado, su análisis e, inevitablemente, su reelaboración. La mirada al pasado nunca queda limpia, siempre hipotecada por los ojos que la observan desde un presente concreto. Así, el pasado puede verse como momento idílico y dulce frente al momento actual o como época de tormenta, sometida al impulso de revancha.

Escribir sobre nuestro pasado, pese a ser una de las piedras fundacionales de la Literatura, sigue suponiendo uno de sus mayores desafíos. Enfrentarse con nobleza a lo pretérito no puede dejarnos indemnes. Hurgar en nuestros recuerdos tiene un alto precio pero también una recompensa, la reconciliación con lo vivido y una mejor comprensión de nuestras acciones y sus motivos.

"El baúl del abuelo" rinde tributo a esta larga tradición rememorando los recuerdos infantiles de la autora en un pueblo del interior de una España autárquica que pugna por salir adelante. Sin embargo, uno de los mayores aciertos del libro es, precisamente, el de no hacer presente el momento histórico concreto, de modo que el lector es relativamente libre para la ubicación temporal y espacial que le convenga. Hay monjas y curas preocupados más por los tocamientos que por la salud espiritual de los pequeños, hay métodos educativos rigurosos para nuestra visión moderna, hay hipocresía social y falsa caridad pero por encima de todo hay niños luchando por lograr un espacio propio, ajeno a las normas de sus mayores, hay una familia dentro de la que todo queda perdonado (previo castigo ejemplar si llega el caso) y hay unas esperanzas que todos pugnan por ver cumplidas. Nada con lo que un lector actual no se pueda identificar.

La obra narra las peripecias de la autora y su familia mediante breves capítulos en los que van teniendo cabida multitud de recuerdos. Desde el nacimiento de los hermanos, a los juegos infantiles, desde las trastadas en la fábrica del padre, hasta los cuchicheos de las vecinas. Entre las páginas aparecen costumbres que hoy se antojan como ancestrales (el luto riguroso, los cines de sesión continua, la peluquera que visita la casa, etc), oficios ya abandonados (el lechero, los carboneros, ...) y todo ello salpicado con abundantes modismos, localismos o vocablos propios de niños de otra época.

De todo ello resulta un cuadro amable, si bien la autora no oculta los rasgos más violentos de aquella época (el hambre de muchas familias y su lucha por la supervivencia buscando restos de carbón entre las vías del tren, por ejemplo), quizá favorecido por el tono desenfadado de la narración, desde el punto de vista de una niña que, pese a todo, "no salió tan mal" o por el humor que las travesuras de los niños (y sus inevitables castigos) ponen a sus páginas.

Finalmente, y al leer los últimos párrafos, al lector actual le puede asaltar una terrible pregunta. Los tiempos no eran fáciles, apenas se tenía de nada, el mayor tesoro podía ser una pelota de trapo si se era afortunado, los profesores daban "cogotones", los padres "azotes", los vecinos reprendían a los niños del vecindario si estos armaban escándalo, los dueños de una tienda se "chivaban" a los padres si veían que los hijos gastaban demasiado en "gominolas" (hoy "chuches") y, pese a toda la psicología moderna, los niños se hicieron hombres de provecho y las niñas, mujeres de provecho. Sea cual la respuesta o la conclusión que de ello se pueda extraer, como ya mencioné antes, la mirada al pasado (propio o ajeno) nunca nos deja indemnes, siempre abre nuevos interrogantes para el futuro.

27 de diciembre de 2006

Llámame Brooklyn (Eduardo Lago)


 

Una vida se puede descomponer en diferentes vidas en función de la perspectiva del narrador. Así, no somos ni lo que creemos ser ni lo que los demás ven en nosotros. Esta disyuntiva nos lleva a preguntaros quiénes somos realmente, siendo ésta cuestión una de las justificaciones de muchas de las mñás famosas obras de la Literatura Universal. Para responder a la pregunta de quiénes somos, de quién son los personajes sobre los que escribimos, qué hay de verdad en ellos, se han escrito obras como El cuarteto de Alejandría o Llámame Brooklyn. Renuncian a una única visión lineal desarrollando un argumento de manera fragmentaria y desde diversos puntos de vista. De este modo el narrador omniscente da paso a numerosos narradores, con visiones contrapuestas en ocasiones, complementarias en todas, pasando a ser el lector el gran protagonista. El lector es la Mente consciente que agltina la información dispersa y obtiene la visión más completa posible a la vista de lo narrado. Él es el que da forma a lo oído, en función del crédito que le merece la versión de cada narrador, en función de sus propias inclinaciones y deseos. Eduardo Lago escribe una obra que cuenta el proceso de creación de otra obra en la que un periodista reconstruye la vida de un personaje singular al que apenas ha podido conocer en sus últimos años. Este personaje mítico dió comienzo a una obra, resmen de su vida, que sabe que no será capaz de concluir requiriendo así de la colaboración de un tercero para completar su proyecto. Néstor, que es el nombre del periodista, deberá tomar los fragmentos ya escritos por Ackerman y confrontarlos con los recuerdos propios, con la información de conocidos o con cartas dispersas. de todo ello resulta finalmente la obra que Ackerman quiso escribir pero no fue capaz de hacer. La estructura de la novela es, como no podía ser de otra manera, caleidoscópica: alterna el espacio temporal y espacial (la Guerra Civil española, la España de la Dictadura, los Estados Unidos de los tiempos de la Guerra Fría, el Brooklyn moderno, y el Brooklyn de los años cincuenta) con diferentes voces narrativas (Néstor, Ackerman), fragmentos de cartas, etc, y todo ello salpicado de historias y personajes dignos de recuerdo (como el negro ciego capaz de recitar la Biblia a partir de cualquiera de sus versículos o la historia del desertor danés que lo dejó todo por una mujer que le dejño a él varado en tierra, sin un pasado al que retornar y sin la promesa de un futuro. La riqueza de ambientes y estilos palidece ante la fuerza de alguno de los personajes. Alguno de ellos, como Nadia, musa de Ackerman cuya presencia flota por toda la obra dejando un halo misterioso, sólo aparece en boca de otros personajes, no llegando nunca a alcanzar una presencia física tangible. El personaje de Ackerman resulta inmensamente atrayente, sus orígenes sorprendentes, su lucha por encontrar un vínculo con su pasado o su pasión por Nadia. La obra se lee con facilidad pese a tener una mayor complejidad que la mayoría de las obras al uso. Lago consigue aunar sencillez y calidad alejando e lsimplimismo y optando siempre por las vías menos previsibles en el desarrollo argumental. Un desafío para cualquier lector adocenado por las listas de éxitos.

16 de diciembre de 2006

Bartleby y compañía (Enrique Vila-Matas)


 
Vila-Matas escribe esta historia de "notas a pie de página de un texto inexistente" con la intención de analizar la Literatura del No, esto es, la de aquellos que frente a la copiosidad han preferido el silencio abandonando la escritura o no ejercerla nunca.
El título del libro se toma prestado de la figura del personaje de Melville, precursor de todos los partidarios del No. El protagonista de Bartleby y compañía es también un oficinista obsesionado por esta temática del No, que decide ausentarse de su trabajo con el fin de completar sus notas.
Esta postura del No ofrece diversas tipologías, casi tan variadas como los integrantes de este nutrido club, que pasan desde los escritores que deciden dejar de serlo, a quienes nunca publicaron por decisión propio sin olvidar a los que enaltecen el silencio (lo practiquen o no).
La lista de autores que pueblan estas notas es muy variada y, por una u otra razón, muchos nombre pueden resultar sorprendentes. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez que decidió abandonar la escritura tras la muerte de su compañera, Oscar Wilde que tras su salida del penal de Reading y su exilio en Francia prefirió darse al alcohol que a la Literatura y otros muchos que resultarán familiares al lector. Junto a ellos aparecen clásicos del "ocultismo" como Pynchon y Salinger, Rimbaud o Rulfo. Cabe objetar que Vila-Matas ha obviado a grandes artistas del No. Así, en la obra se menciona continuamente a Kafka, pero Max Brod es uno de los principales exponentes de la Literatura del No. Pese a que gozó de reconocimiento y prestigio literario en la Praga de comienzos del siglo XX, al convertirse en albacea de la obra de Kafka (y desobedeciendo las claras y precisas instrucciones de éste), pasó a renunciar a su propia obra asumiendo la de su compañero. En efecto, Max Brod se encargó de la publicación de las obras, completas o inacabadas de Kafka, de gran parte de su correspondencia, notas, diarios, etc. Fue su primer editor e intérprete, logrando atraer la atención mundial sobre su obra, si bien, su labor se ha visto criticada con posterioridad por dar un excesivo peso al judaísmo o a la culpa en los escritos de Kafka. Actualmente su celebridad en la Literatura se debe a dicho papel de albacea traidor que al de su propia obra. Otra ausencia fundamental es la figura del Lector. No hay mayor fanático de la Literatura del No que el lector empedernido (precisamente el que más disfrutará de este libro) dado que renuncia a su propia visión del mundo, a la recreación y a una interpretación personal de la realidad, en favor de la visión ajena. El libro, organizado al modo de notas a pie de página, carece de comienzo o final propiamente dicho. Sin embargo, como el mismo autor señala, también todo libro debe tener un punto y final, un silencio, las ausencias no son sino una muestra de que la escritura del No triunfa aún entre la letra impresa. El lector curioso encontrará diferentes anécdotas, referencias, sugerencias y estímulos para continuar la investigación por su propia cuenta.

3 de noviembre de 2006

Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos (Rodrigo Muñoz Avia)


Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos es un libro que parte de una premisa alentadora: los seres humanos son felices hasta que se cruzan con los cenizos y frustrados profesionales de la salud mental, que dedican su vida a demostrar a sus congéneres cuán equivocados están en relación a sus propios sentimientos, llevándolos a preguntarse si realmente son felices, marcando así el momento en que dejarán de serlo durante el resto de sus vidas.

Rodrigo es el protagonista de la novela. Su vida es aparentemente satisfactoria, trabaja en la empresa de su padre, tiene dos hijos, una hermosa mujer, una casa en una urbanización de lujo... y un cuñado psiquiatra que le hará aflorar una fobia por los botones. Esta circunstancia tan irrelevante le llevará a través de las consultas de psiquiatras, psicólogos, terapeutas, curanderos, homeopatas, acupunturistas, etc, para acabar por descubrir en cada visita una nueva enfermedad o temor que ahondan un poco más en su camino de perdición.

Cualquier lector puede considerar que el argumento tiene gancho suficiente para entramar una serie de escenas hilarantes que pueblen la novela. Sin embargo, el autor parece perder el aliento a la mitad de la novela para no recuperarlo hasta el final de la misma, algo alejado de la vena satírica de las primeras páginas.

Lectura agradable y sencilla que puede suscitar alguna reflexión en torno a la posición que estas profesiones ocupan en las sociedades modernas y que, en muchas ocasiones, no responden sino a un intento de psicologizar los comportamientos y las personas.