13 de diciembre de 2008

Los artistas de la memoria (Jeffrey Moore)



La mente humana esconde secretos que aún no nos han sido revelados, pero sus enfermedades o anomalías, aún sin determinar exactamente su origen o tratamiento, han sido conocidas desde siempre. Bajo el estigma del poseso, el endemoniado o incluso el melancólico, se han cobijado enfermedades mentales que sólo desde la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a estudiarse de manera científica.

Si bien la literatura divulgativa al respecto es muy abundante, el tratamiento “literario” no es tan frecuente, y cuando se aborda suele pesar menos el aspecto científico que el “dramático”; parece buscarse más la metáfora que la realidad. Así, el cerebro de don Quijote es sorbido por los libros que lee, de manera que sus actos se explican por esa locura y permiten el libre vuelo de Cervantes. La locura es el medio por el que se permite la crítica a la sociedad de su tiempo, a las novelas de caballerías, etc. Igual ocurre con otras obras como Las aventuras del valeroso soldado Schwejk o El misterio de la cripta embrujada en las que se busca un efecto cómico.

Los artistas de la memoria nace con la intención de superar dicha limitación y unir cierta rigurosidad científica con una trama literaria protagonizada por personajes - digámoslo así- peculiares, sin caer en los tópicos citados. Su argumento puede resumirse de la siguiente manera: Noel Burun trata de socorrer a su madre que comienza a ser consumida por el Alzheimer.

Frente a las crecientes limitaciones de la memoria de su madre, Noel es un joven sinestésico hipemnésico; en otras palabras, une a la incapacidad de olvidar ningún dato o acontecimiento de su vida, la confusión de sus sentidos, en especial, los sonidos se convierten en colores. En definitiva, la imposibilidad del olvidar (y los problemas que ello supone) en pie de guerra contra el olvido, el abandono del mundo y el sentimiento de pertenencia a una familia y a un tiempo.

Noel, pese a sus graves limitaciones sociales, contará con la ayuda de tres amigos no menos peculiares (no en vano, la amistad es la protagonista implícita de toda la novela). Una actriz juvenil de poca monta, Samira, que trata de recuperar su propio rumbo y sentido vital al tiempo que se recupera de un incidente que ha afectado profundamente a su identidad (y que no quedará excesivamente aclarado en el curso de la novela), de la que Noel caerá enamorado, adentrándose por primera vez en su vida en el incierto campo de las relaciones amorosas, las insinuaciones y requiebros, la comunicación de los sentimientos y todos esos pequeños secretos que al resto del mundo parecen haberles sido confiados, pero que al pobre Noel le resultan totalmente incomprensibles.

Pero en su tarea de atraer la atención de Samira competirá con un consumado seductor, Norval, quien parece concentrar todo el cinismo y hedonismo del que carece Noel, una incapacidad de enamorarse de cualquiera que no sea el mismo pero, al tiempo, un afán desmedido por conquistar mujeres en un loco proyecto alfabético que le financia una Universidad. Norval, como contrapeso de Noel, aportará una perspectiva más realista y, de todos lo personajes de la novela, parece ser el menos plano y previsible. A lo largo de las páginas llegaremos a conocer incluso su otra cara.

El último "colaborador" de Noel será JJ, un adulto que no ha llegado a serlo realmente. Su grave inmadurez (a veces simple infantilismo), su hiperactividad y el afán por desbrozar los problemas y no descartar ninguna alternativa, por más disparatada que parezca, será la mayor y mejor ayuda de Noel en la búsqueda de un remedio eficaz contra el Alzheimer de su madre.

Stella Burun, pese a ser el personaje sobre el que confluyen los citados anteriormente, apenas tiene un papel relevante debido a su enfermedad. Ocasionalmente Moore le dará voz a través del diario que, una vez diagnosticada la enfermedad, comienza a escribir con el fin de retrasar sus efectos y aferrarse a los recuerdos y a lo vivido.

Finalmente, tenemos a Vorta, el neuropsicólogo que trata a todos los personajes del libro y que sobrevuela la trama prologando la novela y añadiendo una generosa colección de notas al final de la novela, precisando detalles científicos (y ocasionalmente matizando las referencias del manuscrito a su persona).

Simulando una técnica desconstructivista, Jeffrey Moore combina a lo largo de la novela diferentes puntos de vista gracias al recurso de incluir fragmentos de los diarios de los protagonistas, artículos periodísticos o anuncios. Así, de un mismo suceso podemos tener varias perspectivas que enriquecen y matizan la lectura. Este efecto se acentúa se va avanzando en la novela dado que los personajes establecen relaciones entre ellos, de manera muy especial Noel y Samira. Asistimos al enamoramiento del primero mientras se nos permite ver los pensamientos reales de Samira y cómo varía su actitud hacia el primero.

El lector pronto quedará atrapado por la historia que se le ofrece y por los personajes, encerrados en sus propias limitaciones, tratando de liberarse de ellas para lo que sólo contarán con la ayuda del resto de protagonistas Los diferentes estilos empleados aumentan el atractivo e incluso algunos momentos resultan realmente brillantes (especialmente determinados fragmentos del diario de Stella son conmovedores y de una tremenda fuerza dramática).

Sin embargo, en algún punto, la novela comienza a parecer perder impulso. Los personajes -con la excepción de Norval- no terminan de presentar matices, pareciendo más bien caricaturas a medio dibujar. Algunas historias quedan inconclusas y otras se diluyen sin dejar rastro, no justificando su presencia. El final parece excesivamente precipitado (bastante inverosímil también) y breve, en comparación con la extensión del libro (y la tranquilidad con la que se van presentando los temas y los personajes en los primeros capítulos).

El balance debe ser positivo puesto que en las páginas de Los artistas de la memoria se esconde un gran argumento, unos personajes realmente interesante; referencias a famosos literatos sinestésicos (Byron, Baudelaire, Rimbaud); información científica relevante sobre trastornos neurológicos y, sobre un todo, un gran talento narrativo que quizá no haya sabido (o querido) dibujar unos personajes de manera más realista y que no ha medido adecuadamente la estructura de la novela.

Los artistas de la memoria ha ganado el premio de la Asociación de Autores Canadienses de 2005 y el Daily Telegraph seleccionó la obra como el mejor libro del año por lo que uno también puede estar equivocado.

8 de diciembre de 2008

¿Por qué las cebras no tienen úlcera? (Robert M. Sapolsky)



Imaginemos una cebra que pasta tranquilamente junto al resto de la manada en la sabana africana. Sobre ella se abalanza un león hambriento. ¿Qué hace la cebra? Huye violentamente, requiebra al león y, si está sana, es muy probable que logre burlar a su perseguidor. Tras recuperar el aliento y una vez reunida nuevamente la manada, la cebra volverá a pastar plácidamente hasta el próximo susto (quizá el último).

¿Qué es lo que ha ocurrido en la cebra que le ha permitido esa brillante carrera alocada que le ha salvado la vida? La evolución ha dotado a los animales (también al hombre, por supuesto) de un conjunto de recursos que les permiten optar a salvar su vida por esta vez. La mecánica es sencilla: el animal sufre un inmediato estrés que bloquea todas las funciones corporales que consumen energía y que, por tanto, competirían con la más importante de las tareas en ese momento, la huida. Así, la cebra, más bien su sistema fisiológico, bloqueará su actividad estomacal, desaparecerá la eventual sensación de hambre, expulsará incluso los posibles desechos pendientes de evacuar, cualquier sensación de dolor será en gran medida pospuesta (incluso si el león ha desgarrado parte de las entrañas de la cebra), y así sucesivamente con el fin de subordinar todos los esfuerzos y energías a un único objetivo, la supervivencia.

Así ocurre, a grandes rasgos, con los animales, pero también con los humanos. Un cazador paleolítico que acecha una pieza estará en máxima tensión y toda su energía se dirigirá a un único fin, la caza, la huida, … Superado el agente estresante, los niveles corporales vuelven a recuperar ese precario equilibrio.

Pero, ¿qué sucede si el agente estresante no aparece de manera puntual para luego desvanecerse hasta la próxima ocasión?¿Cómo reacciona el cuerpo si el estrés comienza a ser una situación permanente, continua en el tiempo? La respuesta es que la evolución nos dotó muy bien para reaccionar ante agentes estresantes de un tipo que las sociedades occidentales sólo conocen por referencias de libros de Historia, películas o documentales sobre tribus remotas.

El hombre moderno no muere de hambre si no logra cazar, no se ve amenazado por bestias salvajes o climatología extrema. Romperse una pierna es una agradable oportunidad de ausentarse del trabajo y no la probable muerte por inanición en un breve periodo de tiempo. Por el contrario, este hombre, se enfrenta a un mundo en el que las preocupaciones suelen estar situadas en un futuro lejano (p. ej. dentro de dos años mi empresa me prejubilará y con la pensión no me llegará para vivir), meras expectativas (las dificultades económicas de mi empresa quizá le obliguen a reducir personal y yo sea uno de los afectados) y continuadas en el tiempo (mal ambiente laboral, problemas familiares, …).

Y ante todos estos factores nuestro organismo reacciona igual que si fuéramos atacados por una serpiente pitón. Nos pone en alerta máxima, deja de dedicar recursos a funciones básicas (alimentación, inmunidad, memoria, …) para enfrentarse a ese factor a la espera de derrotarlo y reanudar las funciones interrumpidas. El problema es que, al prolongarse en el tiempo ese factor estresante, también lo hacen los efectos que desencadena.

Sapolsky toma este planteamiento como punto de partida de su libro para, a continuación, desplegar las terribles consecuencias que este estrés prolongado ocasiona. La mera lectura del índice de ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? da una idea de la inmensidad del esfuerzo de este científico norteamericano, pero puede intimidar al lector más arrojado: Apoplejía, ataque cardíaco y muerte por vudú; Úlcera, colitis y diarrea; Enanismo; Sexo y Reproducción; Estrés y Memoria; Estrés y Sueño; Estrés y Depresión profunda; Envejecimiento y Muerte y así sucesivamente.

Cada capítulo parte de una descripción “evolutiva” que explica para qué se interrumpe o minora una determinada función, cuál es el propósito evolutivo. Por ejemplo, ¿cuál es la razón de que la cebra que huye haya suspendido la digestión repentinamente y de que incluso expulse heces medio líquidas? La digestión requiere un consumo energético tremendo por lo que se suspende automáticamente con el fin de que esa energía pueda acudir a las patas del animal y huir más rápidamente. Con el resto de comida, que está ya en el intestino grueso filtrándose los elementos líquidos para generar unas heces secas, dado que no es otra cosa que deshechos, el cuerpo los expulsará de inmediato como medio de “soltar lastre” y huir más fácilmente (en un humano, este proceso se denomina diarrea y suele atacarnos ante situaciones que nos resultan altamente estresantes pudiendo desembocar en problemas serios caso de persistir en el tiempo).

¿Y qué ocurre con los recuerdos, la memoria en general? El estrés supone, en un primer momento, una mayor atención. La cebra debe estar muy atenta a todo lo que le rodea, qué camino escoger, si de frente acecha otro león o si nuestro perseguidor ha elegido otra presa más fácil. La sabiduría popular conoce este efecto, todo estudiante sabe que a un examen se debe acudir con un cierto punto de tensión para obtener mejores resultados; un exceso de placidez y de relajo puede ser tan perjudicial como una noche en blanco tratando de estudiar lo que no se ha estudiado en todo el curso. Sin embargo, si el factor estresante permanece, nuestro organismo no podrá mantener ese nivel de atención, demasiados recursos, por lo que acaba por caer: el estrés destruye neuronas del hipocampo y reduce el tamaño de éste.

Tras revelar el mecanismo adaptativo, Sapolsky pasa a explicar cómo logra nuestro cuerpo generar esos efectos. Para disminuir la sensación de dolor y permitir huir aún con graves heridas, nuestro organismo genera opioides endógenos que inhiben el dolor. Estos opioides se pueden generar no sólo por estrés, también mediante técnicas de acupuntura que permiten que en China se puedan realizar operaciones quirúrgicas sin necesidad de anestesia.

Esta parte de los capítulos puede resultar algo compleja para los profanos dado que los nombres de proteínas, neurotransmisores y demás actores de este drama no nos son demasiado conocidos. Pero no por ello debemos desanimarnos dado que, ni es necesaria la comprensión del cien por cien de estas explicaciones, ni resultan tan complejas como para que no se puedan seguir con cierto aprovechamiento.

En ocasiones resulta difícil distinguir el efecto de la causa. El estrés lleva inevitablemente a un peor sueño (bien por reducción del número de horas, bien por empeoramiento de su calidad) pero dormir mal es a su vez un factor estresante de primera magnitud. Recordemos que en Vietnam y la Alemania Oriental, impedir dormir durante días enteros a las personas sometidas a interrogatorios era uno de los métodos más eficaces.

Sapolsky también pone de manifiesto que los factores fisiológicos no son los únicos que influyen en cómo nos afecta el estrés, también hay otros aspectos “psicológicos” que determinarán cómo responderá nuestro organismo a un estrés elevado y continuado. Así, estos factores pueden modular los efectos del estrés (tener que dar una charla en público puede resultar estresante pero hay quien lo verá como una oportunidad para la promoción laboral frente a quién simplemente se sentirá incapaz de superarlo, enfermando).

Un ataque cardiaco es un duro golpe que genera un indudable estrés. Sin embargo, los estudios revelan que superan mejor esta situación aquellos que tienen un fuerte entorno familiar o social que aquellos que se enfrentan a la enfermedad desde la soledad. Dos explicaciones puede haber al respecto. Bien en estas personas el estrés es mayor por no poder aliviarse recurriendo a una persona de confianza, generando un mayor número de glucocorticoides, bien estas personas no acaban de seguir a rajatabla las prescripciones médicas ya que nadie les recuerda la medicación a tomar cada noche, les recrimina que vuelvan a fumar, etc. ¿Qué pesa más?¿La vía psiconeuroinmune o la del estilo de vida? Difícil llegar a una conclusión definitiva.

Lo que sí se considera probado es que los factores estresantes que son previsibles o sobre los que podemos (o creemos) tener algún control, generan una menor respuesta nociva. Ejemplo: las ratas de laboratorio que reciben descargas eléctricas tras sonar una campana, se estresan menos que aquellas que reciben la descarga sin aviso previo (un estudiante tendrá un mayor nivel de estrés si no se le informa del tipo de examen final que deberá superar que aquél que es informado de las características concretas de la prueba). Igualmente, conducir un coche suele producir menos estrés que volar en avión pese a saber que las probabilidades estadísticas de sufrir un accidente aéreo son muy inferiores; pese a ello, creemos que conduciendo nuestro coche estará en nuestra mano evitar el accidente, pero sobre el piloto no tenemos ninguna capacidad de influencia.

Pero no todo son malas noticias sólo aptas para hipocondríacos militantes. Sapolsky nos regala una pequeña puerta a la esperanza, con un último capítulo dedicado a las experiencias y métodos de aquellos que parecen haber superado la mala pasada de la evolución que nos ha dotado de un sistema de alerta cuyos costes son, en ocasiones, superiores a las ventajas que nos reporta.

En este capítulo se relacionan algunas de las técnicas que se han estudiado para combatir el estrés. El ejercicio físico moderado parece ser la menos controvertida. Sin embargo, si el ejercicio se convierte en obligación o se practica en exceso deviene en nuevo factor estresante.

Al igual que el ejercicio, las prácticas de relajación y el seguimiento de una fe religiosa parecen tener efectos positivos. Sapolsky plantea, no obstante, la duda de si realmente las personas con mejor control del estrés son practicantes o si es la práctica religiosa la que lleva a que el cuerpo segregue una menor cantidad de glucocorticoides. Resulta difícil alcanzar una conclusión al respecto.

Lo que sí parece cierto es que tener un mayor control sobre los factores estresantes reduce notablemente el estrés. Así, se describe un experimento realizado en un hospital consistente en permitir que los enfermos consumieran libremente analgésicos para reducir el dolor, sin necesidad de que llamaran a una enfermera cada vez que sintieran dolor. Se comprobó como, no sólo el consumo de medicamentos mejoró, sino que, al saber que cuando no resistieran más el dolor podrían poner fin al mismo tomando una pastilla, el nivel de estrés descendió notablemente.

Por otro lado, todos los factores que ayudan a controlar el estrés, pueden convertirse convertirse en nuevos factores estresantes. Por ejemplo, disponer de información sobre el funcionamiento de los aviones permite ganar confianza a aquella persona que tema volar. Sin embargo, un exceso de información puede llevar a aumentar el estrés. Lo mismo ocurre con los lazos familiares, que son una válvula de escape para el estrés cotidiano ...., salvo que la propia familia sea una cárcel que imponga sus criterios y no respete la individualidad de cada uno de sus miembros.

En definitiva, ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? no ofrece más receta mágica contra el estrés que el sentido común y la mesura; a cambio, nos da abundantes claves que permiten comprender los efectos tan nocivos que produce en nuestro cuerpo y el por qué de esa rémora que nos ha regalado la Evolución.


23 de noviembre de 2008

El gato sobre la cacerola de leche hirviendo (Manuel Varela)



I

Crítico Literario.- Buenas tardes, estimado Autor.

Autor.- Buenas.

Crítico Literario.- Mi primera apreciación viene referida al hecho de que Ud. establece un claro paralelismo entre el Autor y Dios, parafrasea al narrador bíblico del Génesis, lo que le ubica semióticamente del lado de los escritores omniscientes...

Autor.- ...

Crítico Literario.- ... y para reforzar ese efecto, crea el artificio, la paradoja, de la libertad de los personajes, libertad circunscrita no obstante a los deseos de un Autor que, sólo en apariencia, se ha ausentado...

Autor.- Bueno, como he escrito, me quedé dormido en la cocina, ...

Crítico Literario.- “me dormí”, nuevamente otro bello símil tomado de la Biblia, el sueño de Jacob, a través del cuál, Dios (o el Autor) manifiesta su Voluntad. ¿En qué personaje de la novela se ha metamorfoseado el Autor?¿Tal vez en el rebelde Candelas?¿En el libertario Sirfrido?

Autor.- Bueno, el gato, del que toma nombre el relato...

Crítico Literario.- Ah, ..., el gato. Interesante apreciación ya que el zoomorfismo tiene una extensa tradición literaria desde Esopo hasta Tomeo. Por eso, el gato es el responsable de la multiplicación de los guiones, claro.

Autor.- ...

Crítico Literario.- Es interesante, cuanto más se adentra uno en la compleja trama, más relaciones parece descubrir.

Autor.- ¡Camarero! A mí, casi que no me traiga la cerveza, se me ha puesto un tremendo dolor de cabeza.

Crítico Literario.- Otra vía de aproximación a la temática central de su novela, es la idea de Poder y la corruptibilidad de sus ejecutores. Querría preguntarle por su pesimista visión del Hombre y la imposibilidad de redención que obliga a la renuncia de cualquier forma de dominio sobre otro. Y sin embargo, algunos personajes emplean con buen fin ese Poder.

Autor.- ¿Se refiere a la pareja fornicadora?

Crítico Literario.- No, me refería al grupo de Candelas, pero ya que menciona el sexo, en su novela parece darse un alto grado de promiscuidad, más aún, si me permite, estos ayuntamientos se enmarcan fuera de cualquier relación institucionalizada.

Autor.- Que no están casados, vamos.

Crítico Literario.- Si, eso mismo. Que no están casados, lo cuál parece implicar una desmitificación...

Autor.- La verdad es que creo que le da muchas vueltas a la novela.

Crítico Literario.- ... es mi intención aclarar y desvelar aquellos aspectos que puedan resultar más oscuros para el lector.

Autor.- Pero, ¿Ud. cree que habrá alguna persona que sea incapaz de entender el libro?

Crítico Literario.- Mi trabajo es que nadie corra ese riesgo.

Autor.- ¿Y cree que hablando del sueño de Jacob aclara algo de lo que cuento?

Crítico Literario.- Pongo en valor su obra, por supuesto.

Autor.- Pero yo no quiero que tenga más valor que el que le de el lector.

Crítico Literario.- Ah, el lector; ése es otro aspecto sobre el que he reflexionado largamente...

Autor.- Disculpe, ¿Ud. se ha reído alguna vez leyendo El gato sobre la cacerola de leche hirviendo?

Crítico Literario.- He comprendido el uso que hace del humor como instrumento revelador de una realidad que trasciende.

Autor.- ....

Crítico Literario.- Pero, ¡¡Autor!! ¿Dónde va? Aún no hablamos de la alteridad en El gato sobre ... ¡Maldita sea, otra entrevista que tendré que inventarme!


II

El humor es subversivo. No hay dictadura u opresor conocidos por su sentido del humor. Nada desconcierta más a los poderosos que la ironía; la temen y persiguen. Si eres uno de aquellos a los que no les gusta ver sus ideas puestas en solfa, aparta de ti este libro, no lo entenderás, no te resultará fresco, divertido, sólo intuirás el feroz ataque que se esconde tras sus páginas, inocentes en apariencia, y su falta descabellada de trama, argumento o sentido.

Porque de eso se trata: de una novela breve en la que cada cuál se organiza como puede o sabe, aprovechando el vacío temporal de poder de un autor que prefiere dormir a enderezar la acción, que renuncia a su poder dejando un vacío que algunos se encargarán de arrogarse convirtiéndose en oráculos de la voz dormida. Otros verán la oportunidad de asumir su propio destino y otros, la mayoría, apenas notarán el cambio, sujetos al dictado del autor, o de otros personajes, cumplirán las órdenes que se les imparta, de donde quiera que vengan, cualesquiera que sean.

Los primeros capítulos parecen traer inevitablemente a la memoria del lector los seis personajes en busca de autor de Pirandello, pero, al transcurrir la obra, al profundizarse en la peculiaridad de cada personaje y en las dinámicas que van surgiendo entre ellos, los aspectos existenciales ceden al paso a cuestiones más generales. Rebelión en la granja parece una referencia más apropiada para El gato sobre la cacerola de leche hirviendo.

Pero aquí los animales han sido sustituidos por personajes de una ficción que lleva por disparatado título El gato sobre la cacerola de leche hirviendo (ni el propio título escapará a las críticas de algunos de los personajes de la obra), y las implicaciones políticas que pretendía Orwell han ampliado sus miras a la sociedad actual, su razón de ser, sus tiranías y manipulaciones (mejor aún, sus tiranos y manipuladores). Y es que, tal y como ocurre en la ficción orwelliana, el vacío del Poder es prontamente ocupado por una nueva casta dominante que replica los vicios del pasado, que impone aún mayores sufrimientos a sus antiguos camaradas. En este contexto, cualquier discrepancia es aniquilada.

Y, a diferencia de lo que ocurre en Rebelión en la Granja, donde una nueva ideología reemplaza a la anterior para que nada cambie, los personajes huérfanos de Autor, gozarán del liderazgo de quien asegura hablar en su Nombre, de quien actuará como medium e intérprete, lo que se asemeja más al tipo de manipulaciones a que estamos más acostumbrados hoy en día (la ficción de que nada ha cambiado, aunque todo lo haya hecho).

Aparte de la desconcertante trama, las reflexiones sobre el Poder, la Libertad o el albedrío, conforman el núcleo central de la obra y no dejarán de atrapar al lector en la trampa que el Autor le ha preparado. Será el propio lector quien deba extraer las conclusiones, quien deba tomar partido por las opiniones de los personajes, quien deberá implicarse en su disputa. Y ese es uno de los mayores logros del Autor, lograr esa complicidad con el lector, arrastrarle a dejar el plácido papel de notario de una ficción para asumir el riesgo del pensamiento.

Pero el humor bien entendido debe comenzar por uno mismo, y Manuel Valera lo hace, en su faceta de Autor, un autor algo peculiar que, a ritmo de jazz cae dormido permitiendo que su novela se desbarate con los locos devaneos de sus personajes. En su nombre se construirán tapias, se cometerán atropellos e iniquidades y, finalmente, será ninguneado por sus personajes quienes se autodeterminarán para esquivar la palabra FIN que cualquiera quiera imponerles. Valera recurre con ironía a la clásica disquisición entre quienes sostienen que el Autor determina la totalidad de la obra (quedando su grado de maestría acreditado por la mayor o menor visibilidad de su innegable presencia) y aquellos que se otorgan el papel de meros instrumentos de sus personajes, con vida propia, resistentes a plegarse a los deseos de su creador, capaces de pasar de un segundo plano al protagonismo absoluto. Aquí, el Autor simplemente se duerme mientras la novela se escribe por sí misma. Los personajes apenas son capaces de actuar entre tinieblas ante la falta de un guión al que someterse y sólo los más lucidos lograrán vislumbrar las oportunidades que esto supone.

No desvelaremos más de la obra (mucho hemos dicho ya) pero se puede tener por cierto que cualquiera que se acerque a ella encontrará diversión y originalidad a partes iguales y, si lo desea, momentos para la reflexión sin por ello perder la sonrisa. Para justificar el humor, a veces se le adjetiva de “inteligente” como si pudiera existir lo uno sin lo otro; El gato sobre la cacerola de leche hirviendo es una buena prueba de ello.

Por último, unas palabras para la editorial, Evohé. Por alguna razón, no nos resultará extraño que un libro tan especial sea publicado desde los extrarradios del gran mundo editorial, en una joven editorial que compite con ancianas de venerables barbas y bolsillos repletos. Resulta más fácil acudir a una gran feria internacional y comprar los derechos de un libro que ya esté funcionando en otros mercados ("mercados", qué palabra aplicada a los libros); es más fácil promocionar el libro de un autor reconocido, comprar espacios en revistas y periódicos, negociar con grandes cadenas de librerías, que asumir el riesgo de publicar un libro como El gato sobre la cacerola de leche hirviendo. Que aún en nuestros días haya quienes crean en lo que hacen nos reconcilia con el futuro soñado.

19 de octubre de 2008

El hombre del salto (Don DeLillo)


Es un tópico afirmar que el siglo XXI dio comienzo el 11 de septiembre de 2001 con los atentados contra las Torres Gemelas, por tratarse de un cambio en el paradigma que había definido la relación entre las naciones durante el siglo anterior, poniendo de manifiesto el poder de pequeñas minorías fanatizadas y la fragilidad de las temerosas sociedades occidentales.

Como todo acontecimiento traumático, el atentado requirió de inmediatos y urgentes análisis políticos, periodísticos o psicológicos que, en su práctica totalidad, carecen de vigencia pocos años después. El análisis profundo de las causas del atentado y, principalmente, de las consecuencias y los cambios que dicho atentado han traído y traerán a nuestras vidas, no será posible en tanto no transcurra el tiempo necesario para "tomar distancia" como suelen decir los historiadores.

Pero entonces, ¿qué nos queda entre tanto? La Historia con su lento discurrir, o los medios de comunicación con sus intereses creados y el afán por el titular perfecto, no permiten llegar a un conocimiento satisfactorio. Algunos señalan a la Literatura como un camino de conocimiento válido sobre nuestros propios sentimientos, como el medio idóneo a través del que se puede comprender una sociedad, un sentimiento, un tiempo. Más allá de hechos probados, la Literatura sería capaz de acercarnos a una verdad más cierta (o que se percibe vívidamente como tal). Sólo la Literatura habla en el lenguaje del Hombre y desvela y hace comprensibles las relaciones que otras disciplinas segmentan y aíslan con el efecto de una pérdida de la visión del todo.

No este el lugar para juzgar la corrección de dicha hipótesis defendida, entre otros, por uno de los mayores adalides de la novela moderna, Milan Kundera. Bástenos con señalar que El hombre del salto se presenta como uno más de los intentos por avanzar en este sentido en relación a los atentados de Nueva York (la lista de autores que ha asumido el riesgo de escribir al respecto incluye a escritores de la talla de Paul Auster, John Updike, Martin Amis, Ken Kalfus, ...) y quizá sea el más logrado hasta la fecha.

Don DeLillo parte del centro mismo de la acción y su novela arranca con el protagonista surgiendo de una nube de polvo y cascotes, herido por diminutos fragmentos de cristal, desorientado, confuso y con un maletín en la mano. Keith, ha logrado escapar de la torre en la que acaba de impactar el primer avión y apenas es consciente de lo que ocurre a su alrededor. Cuando un viejo camión de portes para a su lado y el conductor se ofrece para acercarle a cualquier lugar, con tono firme e indubitado, facilita la dirección de la casa de su ex-mujer.

Lianne, abrumada por los atentados, acepta el retorno del marido sin conocer los motivos ni sus intenciones. La vida conyugal parece retomarse, Keith acompaña al hijo común al colegio, vuelve a hacer el amor con Lianne, pero realmente nada es ya lo mismo. Todos los personajes parecen vagar por la novela igual que lo hace el protagonista en las primeras páginas: entre brumas y tinieblas, escombros y ceniza, sin saber muy bien a dónde dirigir sus pasos, vacíos.

Veamos. Justin, el hijo del matrimonio, vive distante de sus padres, lo que puede ser normal en un niño de esa edad que trata de forzar sus primeros signos de independencia. Sin embargo, con dos vecinos, se arma de prismáticos con los que vigila el cielo a la búsqueda de nuevos aviones suicidas; han oído las palabras de Bill Lawton (versión infantil del nombre Bin Laden) quien les ha advertido de que estén pendientes porque los aviones volverán.

Lianne trata de sobrellevar como puede la tensión posterior a los atetados y, en su afán por comprender qué ha ocurrido, decide asumir la revisión y corrección de un libro que parece profetizar el ataque a las torres y del que una editorial prepara un lanzamiento apresurado aprovechando el momento. El regreso de Keith remueve escenas de su pasado dejándola en expectativa respecto a su futuro personal. Los trastornos que advierte en su hijo (mezclando el regreso del padre, los atentados, su creciente aislamiento) y la enfermedad de su madre, alteran un delicado equilibrio emocional que acaba por traicionarla en ocasiones.

El propio Keith parece retraerse socialmente, querer romper con su pasado pero no para iniciar una nueva vida, un proyecto que le haga recuperar la ilusión desvanecida una mañana de septiembre, más bien parece decidido a instalarse en ese momento. Entabla una peculiar relación con Florence, quien resulta ser la dueña del maletín que Keith aferraba creyendo ser suyo cuando volvió a la vida. Entre ambos hay un punto de conexión, los atentados, la experiencia de descender por las escaleras decenas de pisos, sin luz, en silencio o entre gritos, mientras subían los bomberos, sangrando, pisándose unos a otros, sin saber qué ocurre y comprendiendo que algo ha escapado a su control, al control de todos. Sólo entre ellos parece haber comunicación cierta sobre su experiencia, dicha comunicación se revela imposible con otros que no la han vivido.

El resto de personajes filosofa sobre el significado de los atentados, sus causas y consecuencias. La actual pareja de la madre de Lianne, Martin, cuyas dudosas relaciones con el terrorismo en Alemania le hacen resultar aún más delirante, plantea un choque de civilizaciones, el fracaso americano y occidental para comprender fenómenos ajenos, pero resulta fatuo frente a una pareja (Keith y Florence) que hacen el amor sin amor, sólo por la necesidad de contacto con alguien que siente lo mismo, vacío y frío.

Y entre todos ellos, recurrentemente, aparece un personaje que simula una caída, que simula la postura, tantas veces reproducida por la televisión, de un hombre que cae de las torres en una postura imposible. Este artista callejero, o concienciador, o provocador, sacude conciencias con su exhibición, en particular la de Lianne, y es a él a quien parece hacer referencia exclusiva la traducción del título de la novela al español (él es claramente el hombre del salto), perdiendo la calculada ambigüedad del título original (Falling Man) que englobaría igualmente al protagonista, en su caída a los infiernos, en la pérdida de su inocencia, como un ángel caído, incapaz de recuperar el pasado, para siempre perdido.

Los propios terroristas realizan apariciones esporádicas en la obra desde la perspectiva de uno de los protagonistas menores de los ataques. Desde la experiencia en una escuela coránica en Alemania hasta el momento previo al estallido del avión, Don DeLillo humaniza a los terroristas en el sentido de dotarlos de intenciones, hacerlos creíbles, dibujar sus rostros, pero evitando en todo momento hacer comprensibles o justificables sus actos o procurar que resulten agradables al lector y forzar la contradicción entre el individuo considerado aisladamente de sus acciones.

En cuanto al estilo, podemos afirmar que El hombre del salto logra su objetivo plenamente. Los personajes, en especial los que han vivido la experiencia directa de los atentados, y el propio narrador, se expresan de un modo peculiar, alusivo (o elusivo en muchas ocasiones), con abundantes repeticiones que parecen no tener otro sentido que ganar tiempo para mejorar la precisión de lo descrito. Las metáforas abundan sin ralentizar la acción, las palabras siempre parecen tener varios significados, al igual que los comportamientos no suelen ser lo que parecen, conformando un peculiar tono que atraviesa toda la novela de irrealidad, provisionalidad onírica. Y este efecto es, sin duda, uno de los mayores logros de la novela.

El hombre del salto, pese a su brevedad, presenta numerosos personajes que juegan un papel importante (no hemos comentado nada respecto de los antiguos compañeros de partida de poker semanal de Keith, su destino tras los atentados o el propio futuro de Keith) e inicia muchos hilos argumentales que no siempre son rematados o incluso que parecen carecer de justificación dentro de la estructura de la novela. Sin embargo, si es cierto lo que afirmábamos al comienzo de este comentario, si la novela debe orientar la búsqueda de una explicación, de un porqué (no necesariamente racional), si realmente aspira a la comprensión, quizá sea el mejor modo de aproximación.

Podemos no comprender los motivos de Keith, de Florence o quizá la novela no ayude a ello, pero también sus vidas quedan truncadas, su discurso coherente y lineal ha quedado roto, como lo quedan algunas de las historias que Don DeLillo describe en la novela. Quizá no entendamos el porqué de ciertos elementos del libro, su justificación o su sentido, pero quizá así es la realidad que debemos afrontar, la irracionalidad, el absurdo, el vacío, todo ello forma parte de un mundo que queremos comprender y que, así visto, la novela refleja adecuadamente. Quizá lo que pueda resultar extraño en las páginas de un libro, es aceptado sin reflexión en la vida diaria y sólo la lectura nos lo revela.

Por ello creo que esta novela ganará peso, cobrará fuerza con el tiempo, se releerá con un ánimo diferente y, quizá, se vea si su vaticinio fue el correcto; si su forma, su estructura, su lenguaje perduran. Mientras tanto, nos queda el placer de acercarnos a un modo de novelar original, en la línea de su autor, que combina aspectos modernos con elementos clásicos.

12 de octubre de 2008

Nápoles 1944 (Norman Lewis)


Con el desembarco de los aliados en Salerno, el 8 de septiembre de 1943 daba comienzo la encarnizada carrera que recorrió toda la península italiana a un ritmo desesperantemente lento y que pretendía amenazar a Alemania desde el sur, distrayendo fuerzas para el proyectado ataque al año siguiente a través del Canal de la Mancha.

Al día siguiente, Norman Lewis, oficial del Servicio de Inteligencia británico, adscrito a la Comandancia del Quinto Ejército Americano, pisaba tierra italiana. La misión de su unidad era garantizar la seguridad en la zona de Nápoles, realizar informes sobre sospechosos, prevenir sabotajes, tejer una red de contactos que permitiera obtener información relevante para el curso de la guerra, etc.

Norman Lewis recoge esta experiencia en este libro en forma de diario (Nápoles 1944. Un oficial del Servicio de Inteligencia en el laberinto italiano), que abarca desde septiembre de 1943 hasta octubre de 1944, en el que vuelca todos los recursos que le han dado fama en el campo de la literatura viajera con obras como Viajes por Indonesia o Voces del viejo mar.

Entrando en materia, el contenido del libro resulta descorazonador. Se suele tener la idea de que, según avanzaban las tropas aliadas, los pueblos liberados recuperaban la paz, el orden y la justicia; cesaba de alguna manera el hambre extrema y se restablecían las estructuras del poder (policía, sanidad, educación, ...). Lo que pone de manifiesto Norman Lewis es precisamente la situación contraria. El desorden aflora tras la liberación, las mujeres (incluso niñas y niños) deben prostituirse con el fin de lograr un mínimo sustento, el contrabando de material robado del ejército alcanza unos niveles de desvergüenza difícilmente tolerable y las tropas de ocupación apenas hacen otra cosa que mirar para otro lado, aduciendo que se trata de cuestiones internas que deben resolverse por las nuevas autoridades italianas, o tratar de sacar provecho y rentabilizar esta situación.

Norman Lewis comprende demasiado pronto que la mayoría de las denuncias que recibe no responden a motivos fundados, sino más bien a venganzas personales, antiguas rivalidades familiares o incluso a desplantes matrimoniales. Todos parecen querer engañar a los incautos soldados para arrimarles a sus intereses, para lograr sus favores, de manera que el joven oficial adoptará una posición de gran escepticismo, tanto ante las denuncias e informaciones que recibe, como ante la actitud de sus superiores que parecen mostrar empeño sólo en detener a pequeños rateros y estraperlistas dejando en libertad a quienes mueven los hilos.

Lewis tiene asignadas labores de vigilancia en algunos pueblos próximos a Nápoles integrantes de la llamada Zona di Camorra. Es sorprendente comprobar cómo esta mafia ha conseguido incluso que muchos de los soldados americanos destinados a esta campaña sean de origen italiano y que alguno de sus cabecillas haya regresado a la región para reorganizar unos negocios que alcanzan incluso al Gobierno Militar Aliado. La omertà, la complicidad encubierta (en muchos casos forzada por el temor) son el caldo de cultivo idóneo para alentar esta situación.

Este paisaje brutal se acompaña de fiebres tifoideas, brotes de malaria e innumerables enfermedades venéreas a las que una destrozada infraestructura sanitaria no puede oponerse. Hay hospitales en los que el único personal sanitario es una enfermera que, al llegar la noche, regresa a dormir a su casa quedando abandonados los heridos y enfermos hasta que, a la mañana siguiente, se hace el recuento de los que han sobrevivido a la noche. En este contexto, los amuletos, procesiones y anuncios de milagros conforman un retorno a la Edad Media: enfermedad, superstición, hambre y abuso de poder son los ingredientes principales de aquellos días.

Ante la falta de sólidas instituciones que provean de alimentos, ropas y medicamentos a la población civil, ésta debe organizarse (atrapada entre las fuerzas de ocupación y la Camorra) para sobrevivir como pueda. Se cortan y roban cables de cobre, se desguazan coches aparcados en calles céntricas a plena luz del día, se confeccionan abrigos con mantas militares robadas o trajes civiles con uniformes militares despiezados y teñidos en colores oscuros ante la indignación de los mandos militares aliados incapaces de ordenar la vida de estos italianos demasiado acostumbrados a que luchar por su supervivencia tras el gobierno fascista y la ocupación alemana.

En ese contexto de precaria estabilidad se mueven a sus anchas quienes pretenden tomar posiciones de cara al futuro. Por eso, no es de extrañar que parte de la tarea de Lewis, como oficial de inteligencia, sea precisamente la de examinar e informar de la multitud de partidos políticos que se van creando al amparo de la nueva situación política. Vemos a individuos del régimen fascista que pretenden reconvertir su ideología para camuflarla bajo un ropaje democrático. Pero también hay quienes, en el fragor de la contienda y la inevitabilidad de un nuevo momento histórico, recuperan del pasado una organización social más propia del Imperio romano, propugnando el abandono de la civilización, recuperar la túnica y la toga, la vida rural todo ello previa secesión del norte industrial.

Pero no sólo los italianos tratan de salir adelante. Los soldados americanos se benefician de su situación económica para birlar las chicas a los napolitanos empobrecidos, cuando para comprar sus favores. Esta situación llega a ocasionar una pequeña "rebelión" de los jóvenes italianos contra los soldados de ocupación. En ocasiones, estas relaciones se tornan más serias y Lewis se verá obligado a realizar numerosos informes sobre la conveniencia o no de dichos matrimonios. Descubre así cómo la necesidad empuja a las mujeres a los brazos de hombres a los que no aman, pero también ve cómo soldados que sólo se comunican con sus "prometidas" por signos, buscan desesperadamente un modo de olvidar la guerra.

Y es que el ejército no es esa máquina que actúa implacablemente, ajena a los sentimientos. Algunos soldados americanos desertan y se unen con sus armas a grupos de bandoleros italianos que caen sobre pueblos indefensos para saquear a sus pobres habitantes. El "fuego amigo" causa casi tantas bajas como el enemigo alemán y la Justicia Militar es aleatoria y dependiente del humor de un juez que desconoce las costumbres locales.

Sin embargo, el genio de Lewis permite que asome entre sus páginas el pintoresco color de las calles napolitanas, la sabiduría de sus gentes y sus costumbres. Entre sus informadores se cuenta un importante número de abogados y médicos, sin trabajo ni ocupación conocida salvo la de ostentar su título, que no tienen de qué comer y que son los primeros en ofrecerse como versados contactos a las tropas aliadas (probablemente después de haberlo hecho con las alemanas). De ellos, y de las amistades que sabe granjearse, Lewis aprende y llega a comprender y admirar a este pueblo. Elementos como la religiosidad algo pagana, la figura del "tío de Roma" -con funciones similares a la de las plañideras profesionales-, la buena disposición para la conversación relajada o la resignación fruto de la experiencia histórica acaban por ganarse a Lewis que progresivamente se aleja de sus compañeros identificándose con los ocupados. En parte por este motivo, Lewis es trasladado repentinamente a una misión en el Oriente Próximo de la que sabe que ya no regresará a esa Italia ocupada.

Nápoles 1944 es un ejemplo de literatura de alta calidad, más allá de su carácter de libro testimonial de un momento histórico o de libro de viajes, tal y como lo ha catalogado la editorial. El tono de comedia o vodevil acompaña sus páginas desdramatizando la realidad descrita, sin por ello banalizar la guerra, el hambre o la enfermedad. Lewis sabe crear una confrontación pacífica entre sus orígenes anglosajones y la vitalidad meridional y deja clara su preferencia sin condicionar la posición del lector, saliendo indemne del laberinto italiano a que hace alusión el subtítulo de la obra.