3 de octubre de 2010

Mal de escuela (Daniel Pennac)



Daniel Pennac es un conocido y prestigioso profesor y pedagogo francés. Pero fue y será siempre un zoquete. Cómo ha logrado engañar durante tanto tiempo a tanta gente es un misterio que sólo él conoce. En Mal de escuela (Editorial Mondadori con traducción de Manuel Serrat Crespo), Pennac ha decidido -¡qué otra prueba más necesitamos de su zoquetería!- contarnos su experiencia escolar para poder responder en alto a varias preguntas.

¿Es posible burlar el fracaso escolar cuando ya hemos dado pruebas de ser unos auténticos zoquete?¿Cómo se produce esta rebelión, qué mecanismos la desencadenan?¿En qué medida nuestro sistema educativo posibilita este pequeño milagro o, por el contrario, trabaja parecerlo improbable?

Para dar respuestas, Daniel Pennac comienza por preguntar. Pregunta a su hermano para que, gracias a sus recuerdos infantiles, comprenda por qué se le atragantaban las matemáticas o cómo era posible acostarse con la lista de capitales europeas perfectamente memorizada y ser incapaz de recodar una sola en la tarima de la escuela al día siguiente.

Y pregunta también a sus propios recuerdos, y encuentra la imagen de su madre y su padre. La primera, aún siendo ya un conocido divulgador, con apariciones televisivas estelares y libros en los primeros puestos de ventas, seguía convencida de su zoquetería y de que ésta antes o después saldría a la luz. Su padre, por el contrario, sin palabras expresas, pareció guardar una inagotable confianza en su hijo (o quizá indiferencia).

Dos actitudes que marcan las sendas principales de reacción familiar. Y es que quizá el fracaso escolar nace en el seno de la propia familia. Puede tomar la forma de falta de confianza -“es que al niño no se le dan bien las matemáticas”- lo que exime al alumno de la exigencia de esfuerzo. Subyace la creencia de que el conocimiento es un don regalado de manera cruel y arbitraria, igual que el talento natural para la pintura o la música. Memorizar la tabla de multiplicar se asemeja a la composición de una sinfonía, ímprobo esfuerzo para nuestros pobres hijos. Pero también hay quienes sin intervenir, en un segundo plano, reducen la enseñanza a un asunto entre dos: el niño y la escuela -"al final, todo se arreglará, saldrá adelante, ya lo sé yo, …"- pero no siempre ocurre.

En cualquier caso, la familia de Penca buscó la solución a través de la educación en diversos internados. Y lo logró. Gracias a tres profesores que lograron atarle a la silla con las cadenas de su pasión por las asignaturas que impartían, que plantaron un comienzo de amor propio y confianza que fue suficiente para dar alas a un Daniel Penca que aprendió a decir adiós a su zoquetería (aunque su recuerdo le perseguirá en sus muchos años de enseñanza y en la figura de muchos de sus alumnos, tan zoquetes o más que él en su misma edad).


Algo anticuados, hoy en día asociamos el internado más con una institución represiva y cuasi penitenciaria que con centros educativos y ello pese a la profusión que de ellos da muestra nuestro cine (El club de los poetas muertos, Harry Potter, Los chicos del coro, …). Pero, ¿qué le aportó a Pennac su paso por estos internados?

Por primera vez en su corta vida, logró distanciarse de su familia. En el internado desaparecía esa presión del “qué tal en la escuela, qué tal el examen de hoy”. No era precisa la mentira piadosa para ocultar el tirón de orejas, el dictado repleto de correcciones en rojo o la maldita lista de ríos y afluentes que parecía secarse con la misma facilidad que el agua en los desiertos de los que tampoco guardaba recuerdo nominal. Eliminar esta presión, le liberó de un tiempo y unas energías preciosas que ahora pudo reconducir de manera más provechosa.

El internado también permitía que los profesores no pusieran en duda las excusas del alumno que no ha logrado resolver el problema o que no ha completado más que un mero y triste esbozo en lugar de la redacción con presentación, nudo y desenlace que se le había pedido. No valen excusas sobre la situación familiar, el padre alcohólico o la pandilla de semidelincuentes.

Se logra romper así una de las piedras clave de la vida del zoquete, recuerda Pennac: la mentira. Se miente en casa y se miente en la escuela donde es preferible fingir desprecio por el conocimiento que reconocer las dificultades. Y el problema de estas mentiras es que están totalmente aceptadas por todos, como un elemento más que a nadie se oculta pero que todos silencian: un profesor prefiere creer que su alumno zoquete no hace sus deberes por vagancia o por rebeldía a reconocer que no ha sabido o podido insuflar la llama que alienta el conocimiento. La familia preferirá ver a su hijo como víctima del sistema educativo, de un profesor envidioso o incapaz, antes que reconocer la falta de esfuerzo filial. Y sobre este tejido, la zoquetería se sienta, sonriente.

Y no hablemos de futuro, de labrarse un porvenir, del “llegar a ser algo” (más que alguien, cruel paradoja de una enseñanza finalista de cortas miras). Ese devenir poco importa al zoquete. Atrapado en un presente sin esperanza, el futuro se presenta como una amenaza aún peor. Ganarle la partida al tiempo es su profesión, su eterna por oponerse al mundo de sus mayores, al que le espera pero al que quiere burlar. Un círculo vicioso de fatales consecuencias.

¿Pero qué hizo cambiar al zoquete de Daniel Pennac? En su caso no fue ningún método didáctico propio, ningún plan de enseñanza redentor. Tan sólo tres profesores que dieron con los temblorosos rescoldos que aguardaban con paciencia el calor que los hiciera revivir. Un profesor que sustituyó las redacciones semanales por la escritura de una novela a presentar a fin de curso sin faltas de ortografía (lo que le ató de por vida al diccionario, ¡él que lo había temido como a un libro prohibido¡). Un profesor de matemáticas, de aspecto algo ridículo y que en sus clases sólo hablaba de su Ciencia, suspendiendo entre tanto el mundo. Por último, una profesora de Historia que logró hacer de los siglos pasados un mosaico actual y vívido.

¿Qué tenían en común estos tres profesores? Poco, asegura Pennac. Tal vez que “estaban presentes” en todo momento en sus clases. Que no hacían como tantos alumnos (y profesores): sustituir su presencia real por un remedo de maniquí, un mero formulismo, un tiempo perdido que hay que dejar pasar.

Y, sin embargo, estos profesores ejemplares, llevaban su pasión más allá de sus aulas pero -¡sorpresa!- no en aspectos docentes, no, en cualquier actividad a la que se dedicaran, preferentemente ajena a las Matemáticas, la Historia, … Es decir, no discurseaban sobre los métodos, la trascendencia de su labor o su éxito laborar; vivían con pasión y ésta fue la que removió al pequeño Pennac.

En un encuentro casual con uno de ellos, años más tarde, resultaría que el profesor salvador ni siquiera recordaba a su devoto alumno. No le quiso salvar a él en especial, pero quizá sólo a él salvó de entre toda su clase. Pennac no necesitó de especiales cuidados ni atenciones, de un seguimiento específico. Un paso más allá, Pennac está convencido de que estos mismos profesores dejaron escasa huella en otros alumnos. Lección: no hay recetas únicas. Su redención surgió de la relación nacida entre él y el profesor (aún con la ignorancia de éste). De esta simbiosis que hace del aprendizaje una aventura compartida, un desafío.

Entonces, ¿no hay recetas? No. Quizá a ello responda el título del libro: Mal de escuela. Pennac reflexiona sobre algunos de los tópicos frecuentes en los debates actuales sobre la educación. Por ejemplo, la importancia de la memoria o el papel del dictado como elementos fundamentales en la formación de los alumnos, al margen de modas y tendencias. Nos brinda numerosos ejemplos sacados de su experiencia de cómo emplear ambos para sacudir las mentes perezosas de sus alumnos.


También el sistema de calificaciones merece su atención, en particular, la ambigüedad del “cero” que iguala a quien no conoce la respuesta correcta y formula una errónea y a aquel otro que elabora una respuesta absurda. ¿Y es esto relevante? Según Pennac, sí. La respuesta errónea presupone un esfuerzo. La respuesta absurda representa la salida fácil del zoquete.

Subimos el telón:
- ¿Qué río pasa por Valladolid?
- El Rin
- Un cero
- Pues vale.

¿Qué ocurriría si el zoquete contesta con un sincero “no lo sé”? Resultaría que el profesor debería interrogar por los motivos de la ignorancia, repasar los ríos, saltar el orden de exposición que había preparado para la clase, en definitiva, “no dejar saltar la presa”. ¿Y el zoquete? Habría tenido que responder a numerosas preguntas. Es mejor la mentida como se dijo antes, más cómoda para ambos. El zoquete ha logrado salir indemne y el profesor se ha ahorrado la tarea de averiguar el motivo del rechazo al conocimiento que de modo tan manifiesto plantea se le plantea.

Bajamos el telón.

Y es que aquí ya perfilamos al zoquete desafiante. El que desprecia la enseñanza, pero también al profesor y a sus compañeros e incluso a sus padres. ¡Cuánta tarea pendiente para un educador! Y aquí surge otro de los equívocos que pretende rebatir Pennac: la violencia en la escuela. Sostiene que siempre la ha habido, sea ahora más agresiva o patente; pero no es propio y exclusivo de nuestros días. Sí lo es la de atribuirla y etiquetarla para asociarla a los barrios periféricos y a la inmigración.

Porque los alumnos ya no son los que eran, también esto lo reconoce Pennac. El alumno actual vive en un mundo creado para él por los adultos en el que la manipulación resulta brutalmente explícita. Las propias palabras son usurpadas sustituyéndose por marcas (las Adidas, el Mp3, ..., sustituyendo a los sustantivos zapatillas, reproductor de música).


Frente al alumno contestatario y rebelde de los setenta y ochenta, el alumno actual se caracteriza por su condición de niño-cliente, demandante de bienes de consumo (la mayoría muy caros) por los que pagan con un dinero que no han ganado, por el que no han debido esforzarse. Quizá éste sea el mejor diagnóstico que contiene el libro. Lejos de centrarse en la manida imagen de los padres conformistas que conceden a sus hijos todos los caprichos haciendo de ellos unos caprichosos compulsivos, Pennac centra su mirada en los aspectos extrafamiliares, en el chico de barrio que debe competir, no en conocimientos, sino en sus posesiones visibles para conservar su prestigio aún a riesgo de convertirse en un ridículo hombre anuncio.

Es en este contexto donde aparece la escuela, único lugar en el que se exige a este niño que se esfuerce como paso previo para conseguir su meta, el único lugar en el que lograr destacar requiere sacrificio, una disciplina a la que no están habituados. Difícil tarea la de diferir la meta para unos jóvenes acostumbrados al aquí y ahora. De ahí ese mal de escuela que ninguna justa reivindicación presupuestaria logrará solventar.

Pennac no niega los problemas económicos, sociales y psicológicos. Lo que viene a defender es que estos problemas deben quedar fuera de la escuela; ésta debe ser el terreno del alumno y el profesor, separados tan sólo por el conocimiento que parte de uno y aspira a llegar a otros. La labor del profesor no es arreglar el mundo ajeno a la escuela -para eso tenemos demasiados voluntarios: políticos, periodistas, famosos sin oficio, .- sino arreglar su pequeño reino, su cuadrilátero y con eso ya es bastante.

Y, al fin, volvemos la mirada a Pennac y a sus tres ángeles salvadores cuya tenacidad y esfuerzo por no “perder la presa” lograron rescatarle de un futuro de zoquete. Porque sólo profesores como ellos, como tantos otros, pueden llevar a que unos alumnos acostumbrados a mascar consignas ajenas, se tomen la molestia de cuestionarlas y tomar en sus manos la decisión de ser o no unos zoquetes.

17 de septiembre de 2010

Superfreakonomics (Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner)


No hay nada como añadir la mención "Ciencia" delante de cualquier disciplina para que ésta gane reconocimiento y prestigio. El efecto que se consigue es doble: de una parte se legitima la disciplina, y de otra, se crea un lenguaje restringido que actúa como barrera de acceso para los no iniciados.

En el caso de la "Ciencia" Económica, el papel del laboratorio lo suplen las estadísticas. Dado que no podemos hacer pruebas que permitan acreditar nuestras verdades "científicas", al menos, buscaremos respaldo en estadísticas que acrediten que estas verdades se han cumplido en el pasado. En otras palabras, a los estudios económicos habría que aplicarles la misma leyenda que a los fondos de inversión: "experiencias pasados no garantizan similares resultados futuros".

En el grupo de los elegidos nunca han gozado de predicamento aquellos que, desde dentro, tratan de desacralizar el mito y acercarlo a los profanos. Decía el economista John Kenneth Galbraith que no hay verdad que no pueda ser expresada de manera que cualquiera pueda comprender. Por este motivo sus libros tienen una desafiante falta de ecuaciones, gráficos y expresiones jergales y por esa misma razón, muchos economistas despreciaban su obra que no pretendía otra cosa que abrir a un público más amplio un mundo vedado.

En la misma senda, el economista Steven D. Levitt y el periodista Stephen J. Dubner se han conjurado para husmear en multitud de encuestas y estudios de colegas algo extravagantes, combinado con un excelente sexto sentido para la observación y detección de esas pequeñas disonancias que ponen de manifiesto que aún queda mucho por aprender.

Partamos de un ejemplo básico: a la vista de las estadísticas sobre mortalidad en accidentes de tráfico por causa del alcohol y las correspondientes a las de atropellos mortales de peatones ebrios, llegamos a la conclusión de que resulta notablemente más peligroso caminar borracho que conducir en el mismo estado. Sorprendente, ¿verdad? Realmente se trata tan solo de un divertimento que no se puede trasladar a la realidad pero que tiene el sustento de la sagrada estadística. ¿Cuántas decisiones se habrán tomado en base a analogías semejantes?

Menos divertida, y más terrible, es otra estadística que revela que en determinados países y ciudades las huelgas de médicos coinciden con un descenso en la tasa de mortalidad. No lo olvidemos en nuestra próxima visita a Urgencias. Peor aún, de todo el personal sanitario de los hospitales americanos estudiados en otra estadística, el colectivo menos higiénico, el que menos se lava las manos y peor lo hace es precisamente el de los médicos. En un hospital australiano se hizo el experimento de pedir a los médicos que anotasen cada vez que se lavaban las manos según las reglas del hospital obteniéndose como resultado un cumplimiento del 73% según esta autoevaluación. Lo que los médicos ignoraban era que sus auxiliares tenían el cometido de controlar el mismo dato. Resultado: en realidad, los médicos sólo cumplían correctamente el protocolo de higiene en un 9% de los casos.



El caso no es baladí. Hasta la mitad del siglo XIX no se descubrió que la principal causa de muerte en parturientas (y bebés) era la fiebre puerperal ocasionada por los propios médicos que tras realizar prácticas con cadáveres pasaban a atender a las parturientas tras un breve lavado de manos. ¿Cuántas muertes actuales no serán fruto de negligencias e ignorancias de este tipo?

Siguiendo por los mismos derroteros y estudiando la seguridad de las sillas de niño para coche, se ha acreditado que a partir de los dos años de edad no hay diferencia significativa a la hora de evitar un desenlace fatal entre dichas sillitas y el clásico cinturón de seguridad. Y ello pese a que las autoridades de todos los países occidentales han regulado la obligatoriedad de este tipo de protección hasta edades muy avanzadas (en Europa hasta los doce años). ¿A quién beneficia esta medida? ¿A los niños?

Y es que con demasiada frecuencia la regulación gubernamental opta por la medida más ineficaz y cara. Según diversos estudios, la normativa estadounidense en defensa de los trabajadores discapacitados ha favorecido la caída del empleo en este colectivo. La legislación protectora de determinadas especies ha contribuido a su práctica extinción en no pocas ocasiones dado que los agricultores tratan de hacer sus terrenos poco atractivos para que pájaros carpinteros de cresta roja u otras especies en peligro de extinción no decidan establecerse en sus propiedades. Resultado: deforestación y pérdida de hábitat naturales para estas especies.

Pero tampoco creamos que el Estado todo lo hace mal. Hay factores que el mercado no puede corregir. Factores tan arbitrarios y desconcertantes que determinan nuestro éxito en la vida. Veamos. La mayoría de publicaciones científicas relaciona a los investigadores por riguroso orden alfabético; igual ocurre con los ponentes de un Congreso o los miembros de un claustro académico. Según los autores de Superfreakonomics el resultado es que los que aparecen en los primeros puestos de la lista tienen más probabilidades de reconocimiento. Y sí, hay una estadística que acredita que los mayores reconocimientos se los llevan aquellos cuyas letras coinciden con las primeras del alfabeto.

Otro tanto se puede decir respecto de los deportistas nacidos entre los meses de enero y marzo de cada año ya que sus probabilidades de llegar a ser figuras del deporte nacional parecen muy superiores a las del resto de jugadores. La explicación es razonable: las ligas infantiles toman como fecha de corte el 31 de diciembre. Por tanto, ¿quién se llevará más minutos de partido, más atención del entrenador y la afición? Evidentemente aquellos niños nacidos en los primeros meses del año ya que a esas edades una diferencia de pocos meses tiene una repercusión enorme. Aquellos niños que destacan en las ligas infantiles seguirán recibiendo más atención y recibirán las mejores ofertas mientras que los que no han generado tanta expectativa terminarán por desmotivarse abandonando el equipo o pasarán a ocupar una posición de menor relevancia.

Con idéntico afán, los autores de este libro repasan temas candentes de nuestros días como el cambio climático para poner de manifiesto que hay soluciones alternativas y baratas para rebajar la temperatura del Planeta o para paliar los efectos de los tornados. Propuestas más baratas e imaginativas que las de Al Gore pero que caen en el olvido intencionado de los medios; a fin de cuentas, sólo saldrían beneficiados los ciudadanos...

También se estudia el mercado de la prostitución en Chicago desde el punto de vista del precio como barrera de entrada para alcanzar un mercado más selecto o incluso la discriminación de precios en función de la raza del cliente; los beneficios económicos de los chulos o la correlación entre el precio de los servicios (frente al precio de idénticos servicios en los albores del siglo XX).

Se da cuenta de interesantes estudios como el realizado por un discreto inglés que ha determinado las pautas bancarias de los terroristas (tipo de operaciones realizadas, importes, productos contratados, etc.) para determinar con un alto grado de probabilidad qué clientes de su banco son o tienen muchas probabilidades de ser terroristas. Más pacífico es el estudio que realiza Keith Chen en la Facultad de Economía de Yale para aclarar si los animales pueden desarrollar el mismo concepto de dinero (como medida de valor, de intercambio, etc.) que el que tenemos los humanos. Los resultados son realmente sorprendentes: los monos han comenzado a emplear el dinero como elemento de intercambio para lograr favores sexuales. Alguno pensará que estando los monos (capuchinos en este experimento) interesados exclusivamente en la comida y el sexo y parecerse, por tanto, a la variante masculina de la raza humana, el resultado del experimento era totalmente previsible.

Superfreakonomics puede parecer una simple colección de anécdotas divertidas, datos curiosos, estadísticas contradictorias o sorprendentes. Y lo es. Puede parecer un libro para leer de manera relajada, sin cuestionarse demasiado lo que en él se dice. Y lo es. Puede parecer que los interrogantes que plantea, desde la propia portada, buscan atraer la atención y que no siempre la respuesta está a la altura de las expectativas. Y podemos pensar que en ocasiones la escritura es algo errática y los temas van y vuelven con cierto desorden. Y acertaremos. Pero lo que también es cierto es que este libro pone de manifiesto una gran verdad: la realidad es una, pero quizá nunca llegaremos a conocerla. Sólo tenemos como herramienta el modo en que nos aproximamos a ella y, por desgracia, el hombre es cómodo y tiene tendencia a seguir derroteros ya trazados. Los progresos siempre vienen de la mano de aquellos que pierden (intencionadamente o no) el camino de la manada y saben encontrar el suyo, de quienes pueden afrontar un problema clásico desde una perspectiva novedosa, de aquellos que cuestionaron lo que para otros era un hecho indubitado. Para recordarnos esto también sirve este libro. Y es verdad.

7 de septiembre de 2010

Momentos estelares de la humanidad (Stefan Zweig)


Stefan Zweig nació en una Austria imperial cuyos días sonaban a su fin. Vivió su madurez intelectual en una Austria sometida a los vaivenes de la política centroeuropea de entreguerras, su crisis económica y sus heridas sin cicatrizar y de mal pronóstico. Finalmente murió en el Nuevo Mundo, en Brasil, sin poder librarse de los fantasmas de su pasado y convencido de que la victoria de la barbarie nazi era inevitable y destruiría toda la herencia cultural de la que había bebido y de la que, con el paso del tiempo pasaría a formar parte y aún representar.

En ese breve lapso de tiempo que representa su vida, sesenta y dos años, entre 1880 y 1942, vivió infinidad de cambios que marcarían su visión de la Historia. Una Historia aún caracterizada por fechas e individuos más que por acontecimientos globales. Una Historia de pequeños episodios que parecían marcar por sí mismos el rumbo de los siglos venideros. Y de esta visión nacen los Momentos estelares de la humanidad.

Estas miniaturas históricas –como las denomina el subtítulo de esta obra- reflejan catorce momentos diversos en los que el genio de una época se condensa (según palabras de Stefan Zweig en el prólogo) en un concreto momento y se encarnan en una persona concreta. Pero pese a los esfuerzos de documentación y reconstrucción histórica verídica, la selección dice más del propio Zweig y su visión del mundo, que de los acontecimientos que describe.

Como buen escritor, Zweig tiene un agudo olfato para los grandes dramas históricos. La muerte de Cicerón, perdidas las esperanzas de un resurgir de la República, la caída de Bizancio por la puerta de atrás en unos trágicos segundos o los dramáticos instantes en los que la batalla de Waterloo pudo haber tenido un diferente desenlace son ejemplos de cómo Zweig, testigo de la decadencia de su tiempo, torna su mirada a épocas con las que encuentra alguna similitud para admirar la grandeza de los que fueron arrollados por los cambios.

Pero las grandes batallas o la caída de un Imperio no son el único objeto de atención de Zweig ya que, como brillante artista, otras miniaturas se centran en momentos históricos tan singulares como la noche en que fue compuesta la Marsellesa o aquella otra en la que Haendel comenzó la composición de El Mesías, resucitando a la vida y a la Música.

Como no podía ser menos, la Literatura tiene su especial presencia en esta obra. La génesis de la Elegía de Marienbad de Goethe, la noche en la que tuvo lugar la falsa ejecución de Dostoievski o los últimos días de Tolstoi son encendidos homenajes a autores amados por Zweig. Yel esmero alcanza también a la forma de estos capítulos. Así, en el episodio sobre Dostoievski no recurre a su elaborada prosa sino que escribe un hermoso poema que conecta el drama del autor ruso con su vocación por los débiles y desamparados. Para el capítulo dedicado a Tolstoi se sirve de una obra teatral autobiográfica e inacabada del propio autor ruso para escribir las últimas escenas con las que culmina el drama de la muerte del “hermano pequeño de Dios”.

Los siglos XIX y XX son los siglos de la Ciencia y, por ello, tampoco ésta escapa de la atención de Zweig quien se fija en la impresionante hazaña de Cyrus W. Field culminando -tras varios fracasos- el tendido del cable telegráfico que conectó los Estados Unidos con Europa en 1858. En esta miniatura Zweig pone de manifiesto que, pese a su concepto de la Historia, deudor de otra época, su sensibilidad a los cambios que suponen un giro radical en la marcha de los tiempos es totalmente moderna: su descripción de las consecuencias que la revolución en las comunicaciones (representadas por el telégrafo) supone a todos los niveles podría aplicarse, palabra por palabra, a las infinitas posibilidades que Internet ha traído a nuestro siglo XXI.

Pocas pasiones hay más fuertes que el dinero. La desesperada búsqueda de la riqueza es una enfermedad propia de todos los tiempos y para la que aún no se ha desarrollado vacuna adecuada. El descubrimiento del Pacífico por parte de Núñez de Balboa tuvo su origen en la búsqueda del mítico Dorado y la fiebre del oro arrasó el reino de Nueva Helvecia y arruinó a J.A.Suter por dos veces, aunque favoreció la colonización de California y su conversión en mítica promesa de abundancia y felicidad aún viva en nuestros días.


Y ni siquiera la proximidad en el tiempo de ciertos hechos o su aversión ideológica nieblan su visión sobre la trascendencia de los mismos. El regreso de Lenin a Rusia desde su exilio suizo a través de territorio alemán o los fallidos intentos de Wilson por impulsar al fin de la Gran Guerra un acuerdo entre las naciones que pusiera fin a los conflictos militares son buena prueba de ello. El primer episodio ha marcado toda la historia del siglo XX y el segundo debería esperar al siguiente conflicto para ver germinar sus primeros frutos que aún hoy siguen pendientes de consolidación a través de la Justicia Internacional, las Naciones Unidas o la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Como el signo trágico de los tiempos que le tocó vivir, la selección de Zweig arroja un saldo favorable a los perdedores, a las derrotas (que para otros fueron victorias) y a los fracasos. Cicerón, Napoleón, Scott o Wilson son ejemplos que Zweig nos muestra para dar testimonio de que la grandeza no siempre se esconde bajo la gloria de los vencedores. La inmortalidad se reserva, según Zweig, para aquellos que saben guardar la coherencia entre sus pensamientos y sus actos, para aquellos que conservan la inquebrantable voluntad de luchar pese a saber que todo ha sido perdido.

En clarividente contraste, los momentos estelares más luminosos y gratificantes, aquellos que engrandecen a quienes los protagonizan, los que representan un triunfo del hombre sobre la muerte, aquellos en los que la belleza se impone a la mediocridad, en los que la obra humana puede redimir a los hombres son los referidos al Arte. Sólo en ellos (y en la Ciencia) parece reconciliarse Zweig con sus semejantes, sólo en ellos parece encontrar sosiego su debilitado espíritu.

Y es que, no perdamos la perspectiva, este libro vale más por cómo lo cuenta que por lo que cuenta. La engolada y en ocasiones afectada prosa de Zweig alcanza en estas miniaturas un virtuosismo desbordante, casi excesivo, del que logró preservar a sus mejores novelas. Ningún personaje es suficientemente noble y audaz, ningún actor de la historia logra evitar mirarse a sí mismo y ser consciente de la trascendencia de sus actos. Ningún hecho queda sin ser admirado por la Humanidad al completo conteniendo la respiración al unísono, … Un Zweig que resultará portentoso para quienes ya conozcan al autor pero que puede resultar abrumador para quienes sean cogidos desprevenidos.

La traducción de Berta Vías Mahou ha sabido preservar ese estilo tan propio de Zweig logrando en ocasiones provocar extrañeza en el lector actual por el uso de expresiones ya pasadas de moda y que hacen aún más verídica la lectura ya que creemos por momentos estar leyendo la versión alemana original y experimentar el mismo hormigueo que, con toda seguridad, siente un lector contemporáneo de habla alemana.

El suicidio frustró la vida de Zweig. Nos gustaría elucubrar sobre qué acontecimientos podría haber seleccionado de haber aguardado por un tiempo los embates de la guerra que se acercaba a su cambio de tornas con paso firme o de haber liberado parte de la enorme presión que él mismo se impuso.

No pocos hechos podrían haber sido dibujados con la maestría del autor austríaco ya que la trágica historia de los años siguientes a su muerte ofrece material suficiente para un volumen similar. Un grupo de jerarcas nazis, todos ellos con estudios superiores y amantes del arte y la cultura, deciden el exterminio sistemático de una raza, la misma a la que pertenecía el propio Zweig quien tanto se esforzó por vincularse a un mundo más amplio que el reducido horizonte judío. Pero también podría haber puesto voz a los muertos en Hiroshima, consecuencia de una única bomba que marcaría el signo de la segunda mitad del siglo XX. Otro momento singular que habría atraído enormemente su atención habrían sido los atentados del 11-S: unas pocas horas bastaron para dar un nuevo giro al curso de la Historia.

En estos años no todo ha sido destrucción y odio. Zweig también habría podido cantar las humanas hazañas de unos hombres dando un paseo lunar y siendo contemplados en directo por medio mundo. Otros hombres cruzando en libertad la Puerta de Brandemburgo habrían sido el perfecto cierre de un círculo iniciado a principios de siglo y la prueba de que la Revolución ya no necesita ser cruenta para triunfar.

Pero este libro quedó por escribir y todos sabemos que la Historia que hoy se vierte en la Literatura es más la que responde a mitos, cruzados y rosacruces que aquella otra que sirve para extraer sus verdaderas lecciones. Zweig nos enseñó a confirmar en la Historia nuestras propias convicciones, a buscar consuelo y refugio en ella, a volver nuestra mirada melancólica a otros tiempos, no siempre mejores. Y con esto ya hizo suficiente.

23 de agosto de 2010

El quinto en discordia (Robertson Davies)



Echar la vista atrás y repasar lo vivido es un ejercicio saludable. Hemos de presuponer que con la experiencia y sabiduría acumulada, uno es capaz de enjuiciar con justeza e imparcialidad lo vivido, reinterpretando las pasiones de juventud, relativizando los éxitos de la madurez y los sinsabores de la vejez. Y damos por buena esta visión, la consideramos el dibujo fiel de una vida, la última palabra en definitiva.

Pero sólo puedo estar de acuerdo en que esa revisión postrera es la definitiva en tanto que no habrá otra que la siga y rebata; más que la definitiva, será la última e indiscutida por imperativo biológico. A lo largo de nuestra vida interpretamos nuestros actos y nuestros deseos en función del momento y de lo aprendido. La visión que de nosotros tenemos varía de continuo; por fortuna, nos rehacemos y reinventamos cada día. Caemos y nos alzamos repetidas veces con tozudez animal para diferenciarnos de los animales cuyas vidas se suponen carentes de objetivo y aspiración final.

Y, sin embargo, lo que para la vida no resulta convincente, para la Literatura es una fuente inagotable, todo un género propio que ha dado lugar a algunas de sus mejores páginas. Adustos ancianos que repasan su vida con imposible precisión en el detalle, en las palabras pronunciadas o escuchadas, en las fechas e incluso horas en que fueron dichas, todo ello para enjuiciar (o justificar, que de todo hay) cada acto, propio o ajeno, reescribiendo la historia definitiva de su vida.

Éste es el caso de El quinto en discordia, novela que abre la llamada Trilogía de Deptford en la que Robertson Davies recurre a sus recuerdos en el Canadá rural de su infancia para narrar tres vidas: la de Boy Staunton, un exitoso hombre de negocios, la de Paul Dempster, un prestidigitador de fama mundial y la de Dunstan Ramsay, un profesor que tiene por especialidad las vidas, reales o míticas, de los santos católicos. Cada una de estas tres novelas se centra en la vida de uno de estos personajes figurando los dos restantes como protagonistas secundarios y ofreciendo un cuadro completo sobre la vida de todos ellos.

En lo que a El quinto en discordia se refiere, nos adentramos en la vida de Dustan Ramsay, en su visión del mundo y en su papel en la vida de los otros dos personajes. Y todo comienza por una pelea en la que Boy Staunton le arroja una bola de nieve que logra esquivar y termina impactando en la sensible esposa del pastor baptista de Deptford lo que provoca el nacimiento prematuro de Paul Dempster y el debilitamiento mental de la madre.

Pese a no haber arrojado esa bola de nieve, Ramsay cargará toda su vida con un sentimiento de culpa por haber sido el verdadero destinatario del golpe esquivado, quien pudo evitar el desencadenamiento de tan terribles acontecimientos. El autor no acierta a explicar si este sentido de la responsabilidad que le lleva a acompañar a la madre de Dempster hasta sus últimos días o a cuidar del pequeño y poco vigoroso niño nace repentinamente de este hecho trivial o si su personalidad habría devenido igualmente en el mismo sentimiento. Lo cierto es que, desde ese momento, Ramsay inicia su periplo vital como tercer vértice de esa extraña relación que une a los tres protagonistas.

Formalmente la novela responde al escrito que Dunstan, recién jubilado y molesto por el tono de los discursos pronunciados en la ceremonia de homenaje y despedida que le ofrecen sus compañeros, decide remitir al director del centro educativo para el que ha trabajado durante toda su carrera con el fin de dejar constancia de que su vida no ha sido tan grisácea y anodina como de esos discursos, benévolos, condescendientes y algo irónicos, puede desprenderse.

Pero este propósito queda pronto olvidado y salvo puntuales referencias al destinatario del informe, asistimos como espectadores a la vida de Ramsay quien, desmintiendo su propia intención original, nos demuestra cómo su vida sólo parece cobrar sentido en relación a la del resto de personajes. Él enseña las artes de prestidigitador a Dempster, él actúa como confidente de Staunton e incluso se beneficia de los consejos financieros de éste y a cambio procura consuelo a su esposa afligida por las infidelidades del magnate. Él cuida a la señora Dempster hasta su muerte sin llegar a reconocer la naturaleza de sus sentimientos envueltos en una mezcla de piedad religiosa, sentimentalismo y honestidad.

El mismo sino parece aplicable a su labor como profesor de Historia ya que se especializa en el estudio de la hagiografía, lo que le convierte nuevamente en espectador de las vidas ajenas, al tiempo que repite su equidistancia esta vez entre sus colegas, mayoritariamente protestantes, y los religiosos católicos que desconfían de un protestante aficionado a sus santos. Extraño en cualquier tierra, sólo su mundo interior y sus convicciones le ofrecen una tabla segura a la que agarrarse para evitar la zozobra.

De esta dependencia de terceros surge precisamente el título de esta novela, El quinto en discordia, que es como se conoce en el mundo de la Ópera y el Teatro a ese personaje necesario para intervenir entre los dos rivales masculinos y femeninos, el que conoce los secretos de todos ellos y que, al igual que Ramsay, viven realmente a través de la vida de los demás sin ser capaces de dotar de impulso a la suya propia.


Pero no nos engañemos, Ramsay no ha logrado el éxito económico, aunque vive de modo más acomodado que el resto de sus colegas profesores gracias a los consejos de Staunton. Tampoco consigue un gran reconocimiento profesional fuera del reducido círculo de especialistas en las vidas reales o inventadas de todo tipo de santos, siendo mirado con cierta indulgencia por el resto de sus compañeros e incluso alumnos. En el amor tampoco parece lograr la plenitud que, sin embargo, anhela. ¿A qué se debe este destino a medio construir pero sin remate?¿A qué este carácter de quinto en discordia que le reduce a pieza necesaria para el éxito ajeno pero carente de un sentido propio?

Lo que nos enseña Robertson Davies en esta novela es que, desafiando a las apariencias, una vida nunca debe ser juzgada por los parámetros de éxito comúnmente admitidos. Y es en este sentido cuando comprendemos que, con justicia, Ramsay considera su vida plena y dotada de sentido, original, alejada de grisáceos caminos previsibles. Su profunda moralidad, su integridad trasnochada, le han permitido mantenerse fiel a la imagen de aquel chico de Deptford que congeló su mundo una fría tarde de su infancia. Y es en ese mismo instante cuando las vidas de Paul Dempster y Boy Staunton, con sus brillos y sus incontables sombras, con su renuncia a sus orígenes, con su afán por reivindicarse a sí mismos a cualquier precio, ajenos a todo, parecen más vacías y erráticas que la del modesto profesor jubilado.

En muchos sentidos estamos ante una obra admirable. Davies tiene una prosa sencilla y precisa que desgrana los acontecimientos con la serenidad de la distancia al igual que ocurre con muchas de las obras de Philip Roth con las que guarda cierto paralelismo. El enorme peso del mundo de la infancia, los acontecimientos históricos entremezclados con la vida de los personajes, los dilemas morales, todo ello conecta a ambos autores. Sin embargo, y teniendo como única referencia esta novela de Davies, su obra parece nacer más de los personajes que de las situaciones sociales o históricas. El dibujo de los personajes es en Davies superior al de Roth, más complejos y menos previsibles, más reales.

Con prólogo de Valentí Puig y traducción esmerada de Natalia Cervera, Libros del Asteroide recupera esta obra publicada por Davies en 1970 e inédita en España junto con las otras dos integrantes de la Trilogía de Deptford en una edición cuidada como es marca de la casa.

El quinto en discordia no es propiamente una novela sobre un antihéroe sino la reivindicación de una postura ante la vida y ante los demás. Una atrevida propuesta a la que el lector deberá estar atento para no caer en la trampa que el propio Davies le presenta. ¿Es realmente Ramsay el quinto en discordia?¿Lo somos nosotros?



13 de agosto de 2010

Nueve meses de lectura

Durante los últimos meses, junto a los libros aquí comentados, he dedicado mis horas a un tema del que desconocía casi todo y del que ahora sólo me queda poner en práctica toda la teoría. Fiel al espíritu de dejar constancia de mis lecturas, recojo mis impresiones de estos libros por si pueden ser de interés para algún visitante de este blog.

Qué se puede esperar cuando se está esperando
Heidi Murkoff y Artene Eisenberg
Ediciones Medici
Páginas: 688
Precio: 38,50€

Voluminoso libro que, junto a unos capítulos iniciales introductorios sobre aspectos muy variados (dieta, problemas de concepción, el papel del padre –es un alivio saber que tenemos algo que ver en esta aventura-, etc) se organiza por los meses del embarazo.

En forma de preguntas y respuestas va desgranando para cada mes los aspectos más importantes de cada etapa y aquellos que más pueden preocupar a los padres primerizos. Se explican aquellos aspectos preocupantes, en qué casos se debe llamar al médico, cuándo son normales síntomas que pueden parecer alarmantes, cómo evoluciona el bebé, cuánto debe pesar aproximadamente, qué ejercicios debe realizar la madre, ....

El libro dedica también amplio espacio en sus últimos capítulos al parto, post parto y casos peculiares de embarazo problemático.

Su extensión no debe asustar a nadie puesto que hay capítulos completos que sólo deben ser leídos en caso de afectarnos directamente y el resto, gracias a la organización en torno a preguntas, permite seleccionar aquellas cuestiones que nos interesan, obviando otros aspectos que pueden no estar afectando a la madre.

Selecciono al azar algunas de las preguntas a modo de ejemplo:

- He oído a algunas de mis amigas hablar del test de Apgar, ¿qué es?
- El médico me ha dicho que tengo azúcar en la orina pero que no debo preocuparme. Sin embargo creo que tengo diabetes.
- ¿Debo tomar vitaminas?
- Algunas veces percibo espasmos ligeros en el abdomen. ¿Se trata de patadas o contracciones?
- ¿Es conveniente que aplace mis vacaciones por estar embarazada?

Como se ve, es un libro que aclara muchas dudas pero no recomendable para hipocondríacos/as.


Concepción, embarazo y parto
Miriam Stoppard
Ed. Grijalbo
Páginas: 384
Precio: 30,00€

Este otro libro trata de abarcar igualmente esa etapa tan intensa y hermosa que es el embarazo desde otro punto de vista: temático y no cronológico. Así, los capítulos se refieren al embarazo saludable, el cuidado del feto, cuidados prenatales, un embarazo sensual, etc.

Las abundantes fotografías y dibujos, recuadros diferenciados, esquemas y demás facilitan una lectura más amena y dinámica pero con el inconveniente de que sólo quien haya leído (al menos superficialmente) el libro no tendrá una visión completa de los cambios que está viviendo la madre y el bebé. De este modo puede resultar más complicada la consulta ya que si queremos conocer si se puede hacer ejercicio en el quinto mes de embarazo o la dieta recomendable en un determinado momento, las pruebas que nos mandará el ginecólogo, etc, tendremos la información dispersa.

De este modo, este libro es más una interesante lectura sobre el embarazo que un guía práctica y útil para el día a día. De formato más moderno que el anterior afronta los temas desde una perspectiva más positiva incidiendo en la experiencia que el embarazo supone y menos en aquello que puede y debe preocupar a la embarazada.


Duérmete, niño
Eduard Estivill y Sylvia de Béjar
Debolsillo
Páginas: 160
Precio: 9,95 euros


Polémico libro donde los haya. Si de los artículos de prensa que he leído sobre él tuviera que hacerme una idea, ésa sería que el padre debe ser un monstruo frío que resiste a los lloros de su hijo tras la puerta, agazapado y con cronómetro en mano en busca de su propio descanso.

Pero también cuenta el boca a boca, y la verdad es que basta contrastar las ojeras de los conocidos que no han empleado el método porque aseguran que no se puede ser tan cruel con los niños o que con sus hijos no hay forma, con las de aquellos que parecen descansados y frescos después de haber memorizado cada párrafo del libro.

Y una vez leído, parece que el peso de todo el sistema se apoya en la rutina más que en “dejar llorar”. Sólo creando una rutina (que incluye la disciplina en los horarios, la diferenciación entre el sueño diurno y el nocturno, la cuna, los juguetes, etc) se puede infundir al niño la seguridad y confianza suficiente para lograr que se duerma sin necesidad de agotar el repertorio de nanas o de pasar largas horas acunando al bebé en brazos.

Lo que parece claro es que sólo la creación de esa rutina desde sus primeros días favorecerá el descanso de toda la familia y evitará recurrir al cruento llanto del niño desconsolado.

Como cualquier teoría, sólo importa su eficacia en la práctica (y en mi caso concreto, ser la excepción no me serviría de consuelo) supuesta la firmeza suficiente para no derretirme ante la primera amenaza de gimoteo.

Conste que en estos primeros días no voy por buen camino...

Todo un mundo de sensaciones
Elizabeth Fodor y Mª Carmen García-Castellón
Ed. Pirámide
Páginas: 376
Precio: 27,00€


Este libro pretende ser una guía para que los padres puedan ayudar a su pequeño a adentrarse en un nuevo mundo totalmente desconocido. Las autoras explican que la impresión que del parto se lleva un niño puede ser similar a la que nos llevaríamos nosotros si fuéramos secuestrados por unos alienígenas y llevados a vivir en Marte, con su atmósfera (si es que se puede hablar en esos términos), su gravedad diferente, etc. El esfuerzo de comprensión debe llegar en estos primeros seis meses a través de los sentidos, que es lo que comunica fundamentalmente al bebé con su entorno.

Para ello, se nos ofrece un completo resumen de juegos, técnicas y masajes propios para ir desarrollando la confianza del niño, facilitando su movilidad, su curiosidad y ganándonos su afecto desde el primer día.

Al final de cada capítulo se recoge una ficha resumen de estas actividades propuestas para el mes de que se trate lo que sirve como una estupenda guía esquemática para no olvidar nada. 

Y no es que uno pretenda aplicar todo lo que ha leído. Presumo que finalmente la iniciativa y la intuición paternas pueden resultar más eficaces, pero tener una base mínima (e incluso teorías contrapuestas) puede ser un buen punto de partida.


Prepárate Papá: una guía para padres novatos
Gary Greenberg y Jeannie Hayden
Ed. Grijalbo
Páginas: 240
Precio: 14,50€

Por último, una lectura más cómica en la que se ironiza con los miedos del padre, ese ser torpe que parece quedar apartado de la inicial relación madre-bebé pero que también puede aportar su grano de arena respecto del nuevo habitante de la casa.

Al padre novato se le trata de aleccionar en aspectos tales como la diferencia entre el hermoso aspecto de los bebés de los anuncios televisivos y el engendro que el ginecólogo le entregará en el momento del parto: Un niño amoratado, con la cabeza algo deformada, los ojos hinchados, tal vez cubierto de sangre y con una gruesa capa de vermix que le hace parecer un extraño ser de otro mundo.

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También explica de manera simple (no olvidemos que este libro está escrito para hombres) cómo sacar los gases al niño o cómo sostenerle sin que su cabeza se descuelgue como la de una marioneta. Cómo fabricar los primeros juguetes y cómo emplear al bebé como disculpa para evitar visitas a familiares indeseables (también nos alienta a comprobar cómo aumenta nuestro atractivo ante los ojos de todas las mujeres de mostrándonos como verdaderos padrazos). En definitiva, procura asegurar el papel del padre sin que su orgullo propio se resienta.

Para poder hacerse una idea de este libro, se puede consultar la página de la versión original (http://www.beprepared.net/).



Y esto es todo. Vuelvo a cambiar pañales y a olvidar todo lo leído y aprendido hasta ahora.