30 de diciembre de 2008

Bienvenidos al planeta Mod (Marcos Ruano)



¿Qué es ser Mod? Para la mayoría, esa palabra les traerá a la memoria las peleas entre mods y rockers en la España de los años ochenta; algunos más avispados relacionarán esas peleas con otras que hubo años atrás (¿en los 70 quizá?) en las playas inglesas. Otros serán capaces de distinguir algunos elementos de la vestimenta y estética de esta "tribu urbana" (tal vez recuerden la foto de un mod con un texto explicativo junto a la foto de un grunge o un punkie en el dominical de cualquier periódico). Otros pocos identificarán lo Mod con símbolos más concretos, como la diana de la RAF, las flechas, las scooters o vespas; finalmente, los menos, podrán enumerar al menos dos grupos mod (The Who y The Jam) aunque la mayoría se conformará con la vaga idea de que lo Mod es una especie de pasión por los años sesenta (así, en general) de algunos chicos jóvenes que añoran lo que no vivieron.

Para cubrir este vacío de información nace Bienvenidos al planeta Mod en el que Marcos Ruano, en un esfuerzo sin precedentes en la bibliografía española (superando definitivamente al, por otra parte estupendo y recientemente reeditado, I got my mojo working). Pero este libro, se entiende bien una vez leído, nace también (o quizá como primer impulso) de la necesidad de su autor por reflexionar sobre qué es ser Mod en nuestros días, cuál es elemento esencial que lo define, que le define a él, y que debe ser algo más que una apariencia estética fácilmente manipulable por los medios de comunicación e inmediatamente imitada por quienes no pueden ser considerados Mod auténticos.

En ese intento por formular una definición precisa e inmutable, Marcos Ruano hace remontar los orígenes del movimiento a los años 50, donde los Modernistas se conformaron como un grupo interesado por aquello que venía del Continente y que asociaban a un modo de vida (no sólo a una estética) alejado de la pobreza y uniformidad británica de la posguerra. Las motos, los cortes de los trajes y del pelo, las camisas italianas, determinados zapatos, el café frente al té, poses aprendidas de actores franceses o cigarrillos continentales, junto a la literatura existencialista o los poetas Beat. Todo ello forma un combinado del que se puede destilar una esencia que Ruano define como el intento por vivir la vida de manera consciente, disfrutando de pequeñas cosas que marcan una diferencia con los otros (esa obsesión por la diferenciación, por marcar una frontera entre el nosotros -mejor aún, entre el yo- y los otros), tal y como cantaban Los Negativos refiriéndose a "esas pequeñas cosas que nos dan la felicidad".

En este primer estadio, la individualidad es la clave ya que el movimiento es underground, no hay prácticamente medios que reflejen esta corriente. Sólo una búsqueda personal de la diferencia, del detalle, de la elegancia, sirven como motor para difundir lo Mod. En pequeños clubes puedes ver a otros como tú, copiarás de ellos lo que te guste y ellos harán lo propio, en un avance que nace del individuo y llega al grupo. Y la música pronto sustituye a Sartre y el Jazz de Parker o Monk se relegan al olvido en favor del Rhythm&Blues o el Early Soul previo a la explosión que supusieron sellos como Stax o la Tamla.

La música será el elemento de cohesión de esta tendencia, el gusto por el sonido americano (contradicción con la adoración por todo lo que venía del continente) lleva al nacimiento de muchos grupos musicales que tratan de capturar este sonido efervescente y que pueblan los muchos clubes que surgen, principalmente en Londres, y en los que se agolpan estos Mod (muchos de ellos recién unidos al movimiento y, por tanto, alejados de las características descritas anteriormente) cuyo principal objeto es sentir –y hacer sentir la diferencia- frente a una sociedad estrecha, forjar una identidad de grupo que de cobertura a las ganas de diversión y de rebeldía, sin por ello convertirse en auténticos revolucionarios.

Y así es como se va creando un "mercado" Mod, tanto de ropa y complementos, como de música. Jóvenes con ciertas posibilidades económicas (los Mod suelen tener trabajos mejor pagados, en el sector servicios, y se lo gastan todo tratando de colmar esa necesidad de ir un paso por delante del resto). Las tiendas de moda comienzan a abarrotar Carnaby Street y los manager más espabilados tratan de encontrar un grupo que canalice (y rentabilice) esta marea.

Al tiempo, los medios de comunicación se hacen eco del nuevo estilo, lo que supone para muchos, su certificado de defunción, justo cuando el movimiento gana su reconocimiento. La prensa ofrece una imagen estereotipada y uniforme de unos jóvenes amigos de violentas confrontaciones playeras con otro grupo juvenil, los Rockers. Desde ese momento, la atención de la "cultura oficial" lleva al vaciado del sentido de los símbolos Mod. Ya no se busca deslumbrar con un peinado propio y Moderno, al contrario, muchos jóvenes buscan la réplica del cliché, parecerse lo más posible al Modelo difundido por los medios. Muchos se denominarán Mod por llevar una parka y varios parches y cantar My generation (hoy ocurre algo parecido).

Marcos Ruano señala este momento como el de la muerte de la Escena. Y, efectivamente, los símbolos popularizados por el mundo empresarial pierden su razón de ser. No hay más que ver cómo actualmente se pueden comprar camisetas de marca con la estrella roja soviética, la imagen de Mao o que la camiseta de los Ramones la compran personas que, o no conocen ni siquiera que se trata de un grupo musical o que creen que eran españoles ... ¡¡¡verídico!!!.

La manipulación del movimiento fuerza el rechazo por los auténticos Mod que deben retirarse a los cuarteles de invierno. Para entonces, grupos como The Who, Small Faces o los Yardbirds gozan de reconocido prestigio, más allá de un público genuinamente Mod. Este éxito comercial (representado por la popularidad del Ready, Steady, Go! nacido en 1963) supone de una parte, el rechazo de los más puristas que ven amenazada su exclusividad y, de otra, la llegada de nuevos adeptos que adoptan la visión estandarizada y vacía de la Escena.

Cuando a finales de 1966 y 1967 la música evoluciona hacia la Psicodelia, se pierden los elementos más definitorios de la música Mod, su energía, su sonido de guitarras, sus letras rebeldes. Pero queda una llama, lejos de Londres, en el Norte de Inglaterra. Alejados de las tiendas hippies, muchos jóvenes se reúnen en pequeños clubes y salas de baile para escuchar y moverse al ritmo de viejos discos de Soul americanos que ni siquiera llegaron a ser un éxito en Estados Unidos y que, con cuentagotas, llegan años después a Inglaterra traídos por soldados americanos de servicio en las Islas.

Esta música, basada en discos, no en grupos que actuaran en directo y publicasen nuevos discos, favoreció una obsesión por el coleccionismo. La clave era localizar y comprar esos pequeños singles viejos, lo más desconocidos y oscuros que fuera posible. Este extraño movimiento no fue trivializado por los medios ya que se encontraban lejos de los focos londinenses y se veía como algo más bien antiguo y sin posibilidades de comercialización (no se podían grabar discos con ese estilo, los Northern boys sólo admitían originales). Si bien, el Northern Soul mantuvo la llama del Soul, del baile y de la diversión, los presupuestos estéticos se adaptaron a la nueva necesidad, los gustos musicales se anquilosaron y se perdieron muchos aspectos de la Cultura Mod, reduciéndose al tiempo la ambición del movimiento como tributo y precio a pagar por dejar una pequeña llama que perduró hasta la siguiente oleada (el Revival Mod) y que fue un antecedente claro de la cultura del Club de Baile que se desarrollaría en los 70 y 80 pasando a otros estilos (Modern Jazz, Acid Jazz, House, etc).

A finales de los 70, grupos como los Jam (principal aglutinador del resurgimiento Mod) y la popularidad de la película Quadrophenia llevan a un renacer del movimiento. Sin embargo, Marcos Ruano no se engaña. Estos nuevos Mod no buscaban, en la mayoría de los casos, otra cosa que la imitación más o menos precisa de los modelos previos. Su música, salvo contadas excepciones, no era demasiado buena y, en muchos casos, se trataba de grupos que buscaban la estética Mod como pura estrategia comercial. Es precisamente esta oleada algo alicaída y plastificada la que llega a España en los años 80, aprovechando el cambio político, social y económico, encontrando en la Movida madrileña su mejor caldo de cultivo.

Faltos de referente previo (Ruano se moja al negar la existencia de una Escena Mod en la España de los sesenta), los Mod españoles adoptan los clichés más simples como estandarte de su rebelión (se reproducen con fatales consecuencias las peleas entre Mods y Rockers). Los grupos de referencia no son puramente Mod pero tampoco los Mod españoles son demasiado agradecidos con sus grupos, rechazando cualquier atisbo comercial y consolidando la idea de que la Escena española viene definida por un gran inmovilismo.

Por ello, Marcos Ruano se toma una gran molestia en el último capítulo de su libro para tratar de definir qué es para él ser Mod hoy en día, más allá de la parafernalia de dianas y Fred Perry. Concluye así afirmando que, junto con una estética ("elegantes y limpios bajo circunstancias difíciles"), el Modernismo se define por la fidelidad a uno mismo, a la búsqueda continua del propio camino, a cierta rebeldía contra lo establecido, mejor aún, contra lo que nos es impuesto.

Definido en estos términos tan ambiguos, Mod podría ser casi cualquiera y muchos que se consideran Mod, apegados a una estética pasada y manida por los medios, quedan fuera de la misma. Y creo que, como por otro parte tampoco esconde Bienvenidos al planeta Mod, el gran problema de este movimiento es que sus raíces son totalmente individualistas y en su éxito radica su propia muerte. La búsqueda debe ser individual y posteriormente compartido en pequeños círculos. La exclusividad y la diferencia no se compadecen con la generalización de una moda o un estilo excesivamente definido. La búsqueda y el cultivo de un gusto propio, el tomar las riendas de tu propia vida y el sentimiento de diferencia (no necesariamente de superioridad) definen claramente lo que Ruano considera ser Mod hoy en día y, seguramente, razón no le falte.

Autopublicado (se puede comprar aquí), Bienvenidos al planeta Mod tiene la ventaja de contar la historia desde dentro del movimiento, lo que le aporta sinceridad y frescura, pero en ocasiones puede ser un inconveniente ya que no le impide caer en contradicciones internas: la visión del movimiento Mod en España es bastante más crítica que la de su homólogo británico, se critica el inmovilismo al tiempo que se pone en solfa a quienes traicionan los ideales Mod; no se admite que otros definan las reglas de qué se debe escuchar y cómo se debe vestir, pero en otro nivel se actúa de manera similar. En fin, quizá la esencia del movimiento Mod sea ésa (o debiera ser), un géiser en el que borbotean ideas, algunas saltan disparadas en cualquier dirección, otras se cuecen sin saltar de la marmita y mueren sólo conocidas y compartidas por unos pocos. Esa ebullición (Explosión juvenil cantaban los Brighton 64) explica la periódica vuelta del estilo y la música Mod, respete totalmente o no las raíces y justifica la vigencia de ciertos ideales y el atractivo que, aunque sea superficialmente, representa para muchos jóvenes la música y la cultura Mod.

Finalmente, destacar que el libro merece una segunda edición de la que se supriman las numerosas reiteraciones que, en ocasiones dan la impresión de responder a un inicial planteamiento de los capítulos como artículos independientes, corrija errores dolorosos (Los tiempos están cambiando no es del año 65). También sería un placer ver más referencias a la literatura relacionada con la materia y aumentar los capítulos dedicados a la música (un mayor espacio para cada grupo y ampliar la información a los grupos y solistas de Soul y Rhythm&Blues que influyeron en los grupos británicos). Con un mayor esfuerzo se podría incluir un capítulo que haga referencia a la recepción del movimiento Mod en otros países, lo que permitiría una comparación con lo acontecido en España y apreciar así las diferencias. Pero en fin, a la espera de este sueño, Bienvenidos al planeta Mod cumple con las mayores expectativas.


13 de diciembre de 2008

Los artistas de la memoria (Jeffrey Moore)



La mente humana esconde secretos que aún no nos han sido revelados, pero sus enfermedades o anomalías, aún sin determinar exactamente su origen o tratamiento, han sido conocidas desde siempre. Bajo el estigma del poseso, el endemoniado o incluso el melancólico, se han cobijado enfermedades mentales que sólo desde la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a estudiarse de manera científica.

Si bien la literatura divulgativa al respecto es muy abundante, el tratamiento “literario” no es tan frecuente, y cuando se aborda suele pesar menos el aspecto científico que el “dramático”; parece buscarse más la metáfora que la realidad. Así, el cerebro de don Quijote es sorbido por los libros que lee, de manera que sus actos se explican por esa locura y permiten el libre vuelo de Cervantes. La locura es el medio por el que se permite la crítica a la sociedad de su tiempo, a las novelas de caballerías, etc. Igual ocurre con otras obras como Las aventuras del valeroso soldado Schwejk o El misterio de la cripta embrujada en las que se busca un efecto cómico.

Los artistas de la memoria nace con la intención de superar dicha limitación y unir cierta rigurosidad científica con una trama literaria protagonizada por personajes - digámoslo así- peculiares, sin caer en los tópicos citados. Su argumento puede resumirse de la siguiente manera: Noel Burun trata de socorrer a su madre que comienza a ser consumida por el Alzheimer.

Frente a las crecientes limitaciones de la memoria de su madre, Noel es un joven sinestésico hipemnésico; en otras palabras, une a la incapacidad de olvidar ningún dato o acontecimiento de su vida, la confusión de sus sentidos, en especial, los sonidos se convierten en colores. En definitiva, la imposibilidad del olvidar (y los problemas que ello supone) en pie de guerra contra el olvido, el abandono del mundo y el sentimiento de pertenencia a una familia y a un tiempo.

Noel, pese a sus graves limitaciones sociales, contará con la ayuda de tres amigos no menos peculiares (no en vano, la amistad es la protagonista implícita de toda la novela). Una actriz juvenil de poca monta, Samira, que trata de recuperar su propio rumbo y sentido vital al tiempo que se recupera de un incidente que ha afectado profundamente a su identidad (y que no quedará excesivamente aclarado en el curso de la novela), de la que Noel caerá enamorado, adentrándose por primera vez en su vida en el incierto campo de las relaciones amorosas, las insinuaciones y requiebros, la comunicación de los sentimientos y todos esos pequeños secretos que al resto del mundo parecen haberles sido confiados, pero que al pobre Noel le resultan totalmente incomprensibles.

Pero en su tarea de atraer la atención de Samira competirá con un consumado seductor, Norval, quien parece concentrar todo el cinismo y hedonismo del que carece Noel, una incapacidad de enamorarse de cualquiera que no sea el mismo pero, al tiempo, un afán desmedido por conquistar mujeres en un loco proyecto alfabético que le financia una Universidad. Norval, como contrapeso de Noel, aportará una perspectiva más realista y, de todos lo personajes de la novela, parece ser el menos plano y previsible. A lo largo de las páginas llegaremos a conocer incluso su otra cara.

El último "colaborador" de Noel será JJ, un adulto que no ha llegado a serlo realmente. Su grave inmadurez (a veces simple infantilismo), su hiperactividad y el afán por desbrozar los problemas y no descartar ninguna alternativa, por más disparatada que parezca, será la mayor y mejor ayuda de Noel en la búsqueda de un remedio eficaz contra el Alzheimer de su madre.

Stella Burun, pese a ser el personaje sobre el que confluyen los citados anteriormente, apenas tiene un papel relevante debido a su enfermedad. Ocasionalmente Moore le dará voz a través del diario que, una vez diagnosticada la enfermedad, comienza a escribir con el fin de retrasar sus efectos y aferrarse a los recuerdos y a lo vivido.

Finalmente, tenemos a Vorta, el neuropsicólogo que trata a todos los personajes del libro y que sobrevuela la trama prologando la novela y añadiendo una generosa colección de notas al final de la novela, precisando detalles científicos (y ocasionalmente matizando las referencias del manuscrito a su persona).

Simulando una técnica desconstructivista, Jeffrey Moore combina a lo largo de la novela diferentes puntos de vista gracias al recurso de incluir fragmentos de los diarios de los protagonistas, artículos periodísticos o anuncios. Así, de un mismo suceso podemos tener varias perspectivas que enriquecen y matizan la lectura. Este efecto se acentúa se va avanzando en la novela dado que los personajes establecen relaciones entre ellos, de manera muy especial Noel y Samira. Asistimos al enamoramiento del primero mientras se nos permite ver los pensamientos reales de Samira y cómo varía su actitud hacia el primero.

El lector pronto quedará atrapado por la historia que se le ofrece y por los personajes, encerrados en sus propias limitaciones, tratando de liberarse de ellas para lo que sólo contarán con la ayuda del resto de protagonistas Los diferentes estilos empleados aumentan el atractivo e incluso algunos momentos resultan realmente brillantes (especialmente determinados fragmentos del diario de Stella son conmovedores y de una tremenda fuerza dramática).

Sin embargo, en algún punto, la novela comienza a parecer perder impulso. Los personajes -con la excepción de Norval- no terminan de presentar matices, pareciendo más bien caricaturas a medio dibujar. Algunas historias quedan inconclusas y otras se diluyen sin dejar rastro, no justificando su presencia. El final parece excesivamente precipitado (bastante inverosímil también) y breve, en comparación con la extensión del libro (y la tranquilidad con la que se van presentando los temas y los personajes en los primeros capítulos).

El balance debe ser positivo puesto que en las páginas de Los artistas de la memoria se esconde un gran argumento, unos personajes realmente interesante; referencias a famosos literatos sinestésicos (Byron, Baudelaire, Rimbaud); información científica relevante sobre trastornos neurológicos y, sobre un todo, un gran talento narrativo que quizá no haya sabido (o querido) dibujar unos personajes de manera más realista y que no ha medido adecuadamente la estructura de la novela.

Los artistas de la memoria ha ganado el premio de la Asociación de Autores Canadienses de 2005 y el Daily Telegraph seleccionó la obra como el mejor libro del año por lo que uno también puede estar equivocado.

8 de diciembre de 2008

¿Por qué las cebras no tienen úlcera? (Robert M. Sapolsky)



Imaginemos una cebra que pasta tranquilamente junto al resto de la manada en la sabana africana. Sobre ella se abalanza un león hambriento. ¿Qué hace la cebra? Huye violentamente, requiebra al león y, si está sana, es muy probable que logre burlar a su perseguidor. Tras recuperar el aliento y una vez reunida nuevamente la manada, la cebra volverá a pastar plácidamente hasta el próximo susto (quizá el último).

¿Qué es lo que ha ocurrido en la cebra que le ha permitido esa brillante carrera alocada que le ha salvado la vida? La evolución ha dotado a los animales (también al hombre, por supuesto) de un conjunto de recursos que les permiten optar a salvar su vida por esta vez. La mecánica es sencilla: el animal sufre un inmediato estrés que bloquea todas las funciones corporales que consumen energía y que, por tanto, competirían con la más importante de las tareas en ese momento, la huida. Así, la cebra, más bien su sistema fisiológico, bloqueará su actividad estomacal, desaparecerá la eventual sensación de hambre, expulsará incluso los posibles desechos pendientes de evacuar, cualquier sensación de dolor será en gran medida pospuesta (incluso si el león ha desgarrado parte de las entrañas de la cebra), y así sucesivamente con el fin de subordinar todos los esfuerzos y energías a un único objetivo, la supervivencia.

Así ocurre, a grandes rasgos, con los animales, pero también con los humanos. Un cazador paleolítico que acecha una pieza estará en máxima tensión y toda su energía se dirigirá a un único fin, la caza, la huida, … Superado el agente estresante, los niveles corporales vuelven a recuperar ese precario equilibrio.

Pero, ¿qué sucede si el agente estresante no aparece de manera puntual para luego desvanecerse hasta la próxima ocasión?¿Cómo reacciona el cuerpo si el estrés comienza a ser una situación permanente, continua en el tiempo? La respuesta es que la evolución nos dotó muy bien para reaccionar ante agentes estresantes de un tipo que las sociedades occidentales sólo conocen por referencias de libros de Historia, películas o documentales sobre tribus remotas.

El hombre moderno no muere de hambre si no logra cazar, no se ve amenazado por bestias salvajes o climatología extrema. Romperse una pierna es una agradable oportunidad de ausentarse del trabajo y no la probable muerte por inanición en un breve periodo de tiempo. Por el contrario, este hombre, se enfrenta a un mundo en el que las preocupaciones suelen estar situadas en un futuro lejano (p. ej. dentro de dos años mi empresa me prejubilará y con la pensión no me llegará para vivir), meras expectativas (las dificultades económicas de mi empresa quizá le obliguen a reducir personal y yo sea uno de los afectados) y continuadas en el tiempo (mal ambiente laboral, problemas familiares, …).

Y ante todos estos factores nuestro organismo reacciona igual que si fuéramos atacados por una serpiente pitón. Nos pone en alerta máxima, deja de dedicar recursos a funciones básicas (alimentación, inmunidad, memoria, …) para enfrentarse a ese factor a la espera de derrotarlo y reanudar las funciones interrumpidas. El problema es que, al prolongarse en el tiempo ese factor estresante, también lo hacen los efectos que desencadena.

Sapolsky toma este planteamiento como punto de partida de su libro para, a continuación, desplegar las terribles consecuencias que este estrés prolongado ocasiona. La mera lectura del índice de ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? da una idea de la inmensidad del esfuerzo de este científico norteamericano, pero puede intimidar al lector más arrojado: Apoplejía, ataque cardíaco y muerte por vudú; Úlcera, colitis y diarrea; Enanismo; Sexo y Reproducción; Estrés y Memoria; Estrés y Sueño; Estrés y Depresión profunda; Envejecimiento y Muerte y así sucesivamente.

Cada capítulo parte de una descripción “evolutiva” que explica para qué se interrumpe o minora una determinada función, cuál es el propósito evolutivo. Por ejemplo, ¿cuál es la razón de que la cebra que huye haya suspendido la digestión repentinamente y de que incluso expulse heces medio líquidas? La digestión requiere un consumo energético tremendo por lo que se suspende automáticamente con el fin de que esa energía pueda acudir a las patas del animal y huir más rápidamente. Con el resto de comida, que está ya en el intestino grueso filtrándose los elementos líquidos para generar unas heces secas, dado que no es otra cosa que deshechos, el cuerpo los expulsará de inmediato como medio de “soltar lastre” y huir más fácilmente (en un humano, este proceso se denomina diarrea y suele atacarnos ante situaciones que nos resultan altamente estresantes pudiendo desembocar en problemas serios caso de persistir en el tiempo).

¿Y qué ocurre con los recuerdos, la memoria en general? El estrés supone, en un primer momento, una mayor atención. La cebra debe estar muy atenta a todo lo que le rodea, qué camino escoger, si de frente acecha otro león o si nuestro perseguidor ha elegido otra presa más fácil. La sabiduría popular conoce este efecto, todo estudiante sabe que a un examen se debe acudir con un cierto punto de tensión para obtener mejores resultados; un exceso de placidez y de relajo puede ser tan perjudicial como una noche en blanco tratando de estudiar lo que no se ha estudiado en todo el curso. Sin embargo, si el factor estresante permanece, nuestro organismo no podrá mantener ese nivel de atención, demasiados recursos, por lo que acaba por caer: el estrés destruye neuronas del hipocampo y reduce el tamaño de éste.

Tras revelar el mecanismo adaptativo, Sapolsky pasa a explicar cómo logra nuestro cuerpo generar esos efectos. Para disminuir la sensación de dolor y permitir huir aún con graves heridas, nuestro organismo genera opioides endógenos que inhiben el dolor. Estos opioides se pueden generar no sólo por estrés, también mediante técnicas de acupuntura que permiten que en China se puedan realizar operaciones quirúrgicas sin necesidad de anestesia.

Esta parte de los capítulos puede resultar algo compleja para los profanos dado que los nombres de proteínas, neurotransmisores y demás actores de este drama no nos son demasiado conocidos. Pero no por ello debemos desanimarnos dado que, ni es necesaria la comprensión del cien por cien de estas explicaciones, ni resultan tan complejas como para que no se puedan seguir con cierto aprovechamiento.

En ocasiones resulta difícil distinguir el efecto de la causa. El estrés lleva inevitablemente a un peor sueño (bien por reducción del número de horas, bien por empeoramiento de su calidad) pero dormir mal es a su vez un factor estresante de primera magnitud. Recordemos que en Vietnam y la Alemania Oriental, impedir dormir durante días enteros a las personas sometidas a interrogatorios era uno de los métodos más eficaces.

Sapolsky también pone de manifiesto que los factores fisiológicos no son los únicos que influyen en cómo nos afecta el estrés, también hay otros aspectos “psicológicos” que determinarán cómo responderá nuestro organismo a un estrés elevado y continuado. Así, estos factores pueden modular los efectos del estrés (tener que dar una charla en público puede resultar estresante pero hay quien lo verá como una oportunidad para la promoción laboral frente a quién simplemente se sentirá incapaz de superarlo, enfermando).

Un ataque cardiaco es un duro golpe que genera un indudable estrés. Sin embargo, los estudios revelan que superan mejor esta situación aquellos que tienen un fuerte entorno familiar o social que aquellos que se enfrentan a la enfermedad desde la soledad. Dos explicaciones puede haber al respecto. Bien en estas personas el estrés es mayor por no poder aliviarse recurriendo a una persona de confianza, generando un mayor número de glucocorticoides, bien estas personas no acaban de seguir a rajatabla las prescripciones médicas ya que nadie les recuerda la medicación a tomar cada noche, les recrimina que vuelvan a fumar, etc. ¿Qué pesa más?¿La vía psiconeuroinmune o la del estilo de vida? Difícil llegar a una conclusión definitiva.

Lo que sí se considera probado es que los factores estresantes que son previsibles o sobre los que podemos (o creemos) tener algún control, generan una menor respuesta nociva. Ejemplo: las ratas de laboratorio que reciben descargas eléctricas tras sonar una campana, se estresan menos que aquellas que reciben la descarga sin aviso previo (un estudiante tendrá un mayor nivel de estrés si no se le informa del tipo de examen final que deberá superar que aquél que es informado de las características concretas de la prueba). Igualmente, conducir un coche suele producir menos estrés que volar en avión pese a saber que las probabilidades estadísticas de sufrir un accidente aéreo son muy inferiores; pese a ello, creemos que conduciendo nuestro coche estará en nuestra mano evitar el accidente, pero sobre el piloto no tenemos ninguna capacidad de influencia.

Pero no todo son malas noticias sólo aptas para hipocondríacos militantes. Sapolsky nos regala una pequeña puerta a la esperanza, con un último capítulo dedicado a las experiencias y métodos de aquellos que parecen haber superado la mala pasada de la evolución que nos ha dotado de un sistema de alerta cuyos costes son, en ocasiones, superiores a las ventajas que nos reporta.

En este capítulo se relacionan algunas de las técnicas que se han estudiado para combatir el estrés. El ejercicio físico moderado parece ser la menos controvertida. Sin embargo, si el ejercicio se convierte en obligación o se practica en exceso deviene en nuevo factor estresante.

Al igual que el ejercicio, las prácticas de relajación y el seguimiento de una fe religiosa parecen tener efectos positivos. Sapolsky plantea, no obstante, la duda de si realmente las personas con mejor control del estrés son practicantes o si es la práctica religiosa la que lleva a que el cuerpo segregue una menor cantidad de glucocorticoides. Resulta difícil alcanzar una conclusión al respecto.

Lo que sí parece cierto es que tener un mayor control sobre los factores estresantes reduce notablemente el estrés. Así, se describe un experimento realizado en un hospital consistente en permitir que los enfermos consumieran libremente analgésicos para reducir el dolor, sin necesidad de que llamaran a una enfermera cada vez que sintieran dolor. Se comprobó como, no sólo el consumo de medicamentos mejoró, sino que, al saber que cuando no resistieran más el dolor podrían poner fin al mismo tomando una pastilla, el nivel de estrés descendió notablemente.

Por otro lado, todos los factores que ayudan a controlar el estrés, pueden convertirse convertirse en nuevos factores estresantes. Por ejemplo, disponer de información sobre el funcionamiento de los aviones permite ganar confianza a aquella persona que tema volar. Sin embargo, un exceso de información puede llevar a aumentar el estrés. Lo mismo ocurre con los lazos familiares, que son una válvula de escape para el estrés cotidiano ...., salvo que la propia familia sea una cárcel que imponga sus criterios y no respete la individualidad de cada uno de sus miembros.

En definitiva, ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? no ofrece más receta mágica contra el estrés que el sentido común y la mesura; a cambio, nos da abundantes claves que permiten comprender los efectos tan nocivos que produce en nuestro cuerpo y el por qué de esa rémora que nos ha regalado la Evolución.


23 de noviembre de 2008

El gato sobre la cacerola de leche hirviendo (Manuel Varela)



I

Crítico Literario.- Buenas tardes, estimado Autor.

Autor.- Buenas.

Crítico Literario.- Mi primera apreciación viene referida al hecho de que Ud. establece un claro paralelismo entre el Autor y Dios, parafrasea al narrador bíblico del Génesis, lo que le ubica semióticamente del lado de los escritores omniscientes...

Autor.- ...

Crítico Literario.- ... y para reforzar ese efecto, crea el artificio, la paradoja, de la libertad de los personajes, libertad circunscrita no obstante a los deseos de un Autor que, sólo en apariencia, se ha ausentado...

Autor.- Bueno, como he escrito, me quedé dormido en la cocina, ...

Crítico Literario.- “me dormí”, nuevamente otro bello símil tomado de la Biblia, el sueño de Jacob, a través del cuál, Dios (o el Autor) manifiesta su Voluntad. ¿En qué personaje de la novela se ha metamorfoseado el Autor?¿Tal vez en el rebelde Candelas?¿En el libertario Sirfrido?

Autor.- Bueno, el gato, del que toma nombre el relato...

Crítico Literario.- Ah, ..., el gato. Interesante apreciación ya que el zoomorfismo tiene una extensa tradición literaria desde Esopo hasta Tomeo. Por eso, el gato es el responsable de la multiplicación de los guiones, claro.

Autor.- ...

Crítico Literario.- Es interesante, cuanto más se adentra uno en la compleja trama, más relaciones parece descubrir.

Autor.- ¡Camarero! A mí, casi que no me traiga la cerveza, se me ha puesto un tremendo dolor de cabeza.

Crítico Literario.- Otra vía de aproximación a la temática central de su novela, es la idea de Poder y la corruptibilidad de sus ejecutores. Querría preguntarle por su pesimista visión del Hombre y la imposibilidad de redención que obliga a la renuncia de cualquier forma de dominio sobre otro. Y sin embargo, algunos personajes emplean con buen fin ese Poder.

Autor.- ¿Se refiere a la pareja fornicadora?

Crítico Literario.- No, me refería al grupo de Candelas, pero ya que menciona el sexo, en su novela parece darse un alto grado de promiscuidad, más aún, si me permite, estos ayuntamientos se enmarcan fuera de cualquier relación institucionalizada.

Autor.- Que no están casados, vamos.

Crítico Literario.- Si, eso mismo. Que no están casados, lo cuál parece implicar una desmitificación...

Autor.- La verdad es que creo que le da muchas vueltas a la novela.

Crítico Literario.- ... es mi intención aclarar y desvelar aquellos aspectos que puedan resultar más oscuros para el lector.

Autor.- Pero, ¿Ud. cree que habrá alguna persona que sea incapaz de entender el libro?

Crítico Literario.- Mi trabajo es que nadie corra ese riesgo.

Autor.- ¿Y cree que hablando del sueño de Jacob aclara algo de lo que cuento?

Crítico Literario.- Pongo en valor su obra, por supuesto.

Autor.- Pero yo no quiero que tenga más valor que el que le de el lector.

Crítico Literario.- Ah, el lector; ése es otro aspecto sobre el que he reflexionado largamente...

Autor.- Disculpe, ¿Ud. se ha reído alguna vez leyendo El gato sobre la cacerola de leche hirviendo?

Crítico Literario.- He comprendido el uso que hace del humor como instrumento revelador de una realidad que trasciende.

Autor.- ....

Crítico Literario.- Pero, ¡¡Autor!! ¿Dónde va? Aún no hablamos de la alteridad en El gato sobre ... ¡Maldita sea, otra entrevista que tendré que inventarme!


II

El humor es subversivo. No hay dictadura u opresor conocidos por su sentido del humor. Nada desconcierta más a los poderosos que la ironía; la temen y persiguen. Si eres uno de aquellos a los que no les gusta ver sus ideas puestas en solfa, aparta de ti este libro, no lo entenderás, no te resultará fresco, divertido, sólo intuirás el feroz ataque que se esconde tras sus páginas, inocentes en apariencia, y su falta descabellada de trama, argumento o sentido.

Porque de eso se trata: de una novela breve en la que cada cuál se organiza como puede o sabe, aprovechando el vacío temporal de poder de un autor que prefiere dormir a enderezar la acción, que renuncia a su poder dejando un vacío que algunos se encargarán de arrogarse convirtiéndose en oráculos de la voz dormida. Otros verán la oportunidad de asumir su propio destino y otros, la mayoría, apenas notarán el cambio, sujetos al dictado del autor, o de otros personajes, cumplirán las órdenes que se les imparta, de donde quiera que vengan, cualesquiera que sean.

Los primeros capítulos parecen traer inevitablemente a la memoria del lector los seis personajes en busca de autor de Pirandello, pero, al transcurrir la obra, al profundizarse en la peculiaridad de cada personaje y en las dinámicas que van surgiendo entre ellos, los aspectos existenciales ceden al paso a cuestiones más generales. Rebelión en la granja parece una referencia más apropiada para El gato sobre la cacerola de leche hirviendo.

Pero aquí los animales han sido sustituidos por personajes de una ficción que lleva por disparatado título El gato sobre la cacerola de leche hirviendo (ni el propio título escapará a las críticas de algunos de los personajes de la obra), y las implicaciones políticas que pretendía Orwell han ampliado sus miras a la sociedad actual, su razón de ser, sus tiranías y manipulaciones (mejor aún, sus tiranos y manipuladores). Y es que, tal y como ocurre en la ficción orwelliana, el vacío del Poder es prontamente ocupado por una nueva casta dominante que replica los vicios del pasado, que impone aún mayores sufrimientos a sus antiguos camaradas. En este contexto, cualquier discrepancia es aniquilada.

Y, a diferencia de lo que ocurre en Rebelión en la Granja, donde una nueva ideología reemplaza a la anterior para que nada cambie, los personajes huérfanos de Autor, gozarán del liderazgo de quien asegura hablar en su Nombre, de quien actuará como medium e intérprete, lo que se asemeja más al tipo de manipulaciones a que estamos más acostumbrados hoy en día (la ficción de que nada ha cambiado, aunque todo lo haya hecho).

Aparte de la desconcertante trama, las reflexiones sobre el Poder, la Libertad o el albedrío, conforman el núcleo central de la obra y no dejarán de atrapar al lector en la trampa que el Autor le ha preparado. Será el propio lector quien deba extraer las conclusiones, quien deba tomar partido por las opiniones de los personajes, quien deberá implicarse en su disputa. Y ese es uno de los mayores logros del Autor, lograr esa complicidad con el lector, arrastrarle a dejar el plácido papel de notario de una ficción para asumir el riesgo del pensamiento.

Pero el humor bien entendido debe comenzar por uno mismo, y Manuel Valera lo hace, en su faceta de Autor, un autor algo peculiar que, a ritmo de jazz cae dormido permitiendo que su novela se desbarate con los locos devaneos de sus personajes. En su nombre se construirán tapias, se cometerán atropellos e iniquidades y, finalmente, será ninguneado por sus personajes quienes se autodeterminarán para esquivar la palabra FIN que cualquiera quiera imponerles. Valera recurre con ironía a la clásica disquisición entre quienes sostienen que el Autor determina la totalidad de la obra (quedando su grado de maestría acreditado por la mayor o menor visibilidad de su innegable presencia) y aquellos que se otorgan el papel de meros instrumentos de sus personajes, con vida propia, resistentes a plegarse a los deseos de su creador, capaces de pasar de un segundo plano al protagonismo absoluto. Aquí, el Autor simplemente se duerme mientras la novela se escribe por sí misma. Los personajes apenas son capaces de actuar entre tinieblas ante la falta de un guión al que someterse y sólo los más lucidos lograrán vislumbrar las oportunidades que esto supone.

No desvelaremos más de la obra (mucho hemos dicho ya) pero se puede tener por cierto que cualquiera que se acerque a ella encontrará diversión y originalidad a partes iguales y, si lo desea, momentos para la reflexión sin por ello perder la sonrisa. Para justificar el humor, a veces se le adjetiva de “inteligente” como si pudiera existir lo uno sin lo otro; El gato sobre la cacerola de leche hirviendo es una buena prueba de ello.

Por último, unas palabras para la editorial, Evohé. Por alguna razón, no nos resultará extraño que un libro tan especial sea publicado desde los extrarradios del gran mundo editorial, en una joven editorial que compite con ancianas de venerables barbas y bolsillos repletos. Resulta más fácil acudir a una gran feria internacional y comprar los derechos de un libro que ya esté funcionando en otros mercados ("mercados", qué palabra aplicada a los libros); es más fácil promocionar el libro de un autor reconocido, comprar espacios en revistas y periódicos, negociar con grandes cadenas de librerías, que asumir el riesgo de publicar un libro como El gato sobre la cacerola de leche hirviendo. Que aún en nuestros días haya quienes crean en lo que hacen nos reconcilia con el futuro soñado.

19 de octubre de 2008

El hombre del salto (Don DeLillo)


Es un tópico afirmar que el siglo XXI dio comienzo el 11 de septiembre de 2001 con los atentados contra las Torres Gemelas, por tratarse de un cambio en el paradigma que había definido la relación entre las naciones durante el siglo anterior, poniendo de manifiesto el poder de pequeñas minorías fanatizadas y la fragilidad de las temerosas sociedades occidentales.

Como todo acontecimiento traumático, el atentado requirió de inmediatos y urgentes análisis políticos, periodísticos o psicológicos que, en su práctica totalidad, carecen de vigencia pocos años después. El análisis profundo de las causas del atentado y, principalmente, de las consecuencias y los cambios que dicho atentado han traído y traerán a nuestras vidas, no será posible en tanto no transcurra el tiempo necesario para "tomar distancia" como suelen decir los historiadores.

Pero entonces, ¿qué nos queda entre tanto? La Historia con su lento discurrir, o los medios de comunicación con sus intereses creados y el afán por el titular perfecto, no permiten llegar a un conocimiento satisfactorio. Algunos señalan a la Literatura como un camino de conocimiento válido sobre nuestros propios sentimientos, como el medio idóneo a través del que se puede comprender una sociedad, un sentimiento, un tiempo. Más allá de hechos probados, la Literatura sería capaz de acercarnos a una verdad más cierta (o que se percibe vívidamente como tal). Sólo la Literatura habla en el lenguaje del Hombre y desvela y hace comprensibles las relaciones que otras disciplinas segmentan y aíslan con el efecto de una pérdida de la visión del todo.

No este el lugar para juzgar la corrección de dicha hipótesis defendida, entre otros, por uno de los mayores adalides de la novela moderna, Milan Kundera. Bástenos con señalar que El hombre del salto se presenta como uno más de los intentos por avanzar en este sentido en relación a los atentados de Nueva York (la lista de autores que ha asumido el riesgo de escribir al respecto incluye a escritores de la talla de Paul Auster, John Updike, Martin Amis, Ken Kalfus, ...) y quizá sea el más logrado hasta la fecha.

Don DeLillo parte del centro mismo de la acción y su novela arranca con el protagonista surgiendo de una nube de polvo y cascotes, herido por diminutos fragmentos de cristal, desorientado, confuso y con un maletín en la mano. Keith, ha logrado escapar de la torre en la que acaba de impactar el primer avión y apenas es consciente de lo que ocurre a su alrededor. Cuando un viejo camión de portes para a su lado y el conductor se ofrece para acercarle a cualquier lugar, con tono firme e indubitado, facilita la dirección de la casa de su ex-mujer.

Lianne, abrumada por los atentados, acepta el retorno del marido sin conocer los motivos ni sus intenciones. La vida conyugal parece retomarse, Keith acompaña al hijo común al colegio, vuelve a hacer el amor con Lianne, pero realmente nada es ya lo mismo. Todos los personajes parecen vagar por la novela igual que lo hace el protagonista en las primeras páginas: entre brumas y tinieblas, escombros y ceniza, sin saber muy bien a dónde dirigir sus pasos, vacíos.

Veamos. Justin, el hijo del matrimonio, vive distante de sus padres, lo que puede ser normal en un niño de esa edad que trata de forzar sus primeros signos de independencia. Sin embargo, con dos vecinos, se arma de prismáticos con los que vigila el cielo a la búsqueda de nuevos aviones suicidas; han oído las palabras de Bill Lawton (versión infantil del nombre Bin Laden) quien les ha advertido de que estén pendientes porque los aviones volverán.

Lianne trata de sobrellevar como puede la tensión posterior a los atetados y, en su afán por comprender qué ha ocurrido, decide asumir la revisión y corrección de un libro que parece profetizar el ataque a las torres y del que una editorial prepara un lanzamiento apresurado aprovechando el momento. El regreso de Keith remueve escenas de su pasado dejándola en expectativa respecto a su futuro personal. Los trastornos que advierte en su hijo (mezclando el regreso del padre, los atentados, su creciente aislamiento) y la enfermedad de su madre, alteran un delicado equilibrio emocional que acaba por traicionarla en ocasiones.

El propio Keith parece retraerse socialmente, querer romper con su pasado pero no para iniciar una nueva vida, un proyecto que le haga recuperar la ilusión desvanecida una mañana de septiembre, más bien parece decidido a instalarse en ese momento. Entabla una peculiar relación con Florence, quien resulta ser la dueña del maletín que Keith aferraba creyendo ser suyo cuando volvió a la vida. Entre ambos hay un punto de conexión, los atentados, la experiencia de descender por las escaleras decenas de pisos, sin luz, en silencio o entre gritos, mientras subían los bomberos, sangrando, pisándose unos a otros, sin saber qué ocurre y comprendiendo que algo ha escapado a su control, al control de todos. Sólo entre ellos parece haber comunicación cierta sobre su experiencia, dicha comunicación se revela imposible con otros que no la han vivido.

El resto de personajes filosofa sobre el significado de los atentados, sus causas y consecuencias. La actual pareja de la madre de Lianne, Martin, cuyas dudosas relaciones con el terrorismo en Alemania le hacen resultar aún más delirante, plantea un choque de civilizaciones, el fracaso americano y occidental para comprender fenómenos ajenos, pero resulta fatuo frente a una pareja (Keith y Florence) que hacen el amor sin amor, sólo por la necesidad de contacto con alguien que siente lo mismo, vacío y frío.

Y entre todos ellos, recurrentemente, aparece un personaje que simula una caída, que simula la postura, tantas veces reproducida por la televisión, de un hombre que cae de las torres en una postura imposible. Este artista callejero, o concienciador, o provocador, sacude conciencias con su exhibición, en particular la de Lianne, y es a él a quien parece hacer referencia exclusiva la traducción del título de la novela al español (él es claramente el hombre del salto), perdiendo la calculada ambigüedad del título original (Falling Man) que englobaría igualmente al protagonista, en su caída a los infiernos, en la pérdida de su inocencia, como un ángel caído, incapaz de recuperar el pasado, para siempre perdido.

Los propios terroristas realizan apariciones esporádicas en la obra desde la perspectiva de uno de los protagonistas menores de los ataques. Desde la experiencia en una escuela coránica en Alemania hasta el momento previo al estallido del avión, Don DeLillo humaniza a los terroristas en el sentido de dotarlos de intenciones, hacerlos creíbles, dibujar sus rostros, pero evitando en todo momento hacer comprensibles o justificables sus actos o procurar que resulten agradables al lector y forzar la contradicción entre el individuo considerado aisladamente de sus acciones.

En cuanto al estilo, podemos afirmar que El hombre del salto logra su objetivo plenamente. Los personajes, en especial los que han vivido la experiencia directa de los atentados, y el propio narrador, se expresan de un modo peculiar, alusivo (o elusivo en muchas ocasiones), con abundantes repeticiones que parecen no tener otro sentido que ganar tiempo para mejorar la precisión de lo descrito. Las metáforas abundan sin ralentizar la acción, las palabras siempre parecen tener varios significados, al igual que los comportamientos no suelen ser lo que parecen, conformando un peculiar tono que atraviesa toda la novela de irrealidad, provisionalidad onírica. Y este efecto es, sin duda, uno de los mayores logros de la novela.

El hombre del salto, pese a su brevedad, presenta numerosos personajes que juegan un papel importante (no hemos comentado nada respecto de los antiguos compañeros de partida de poker semanal de Keith, su destino tras los atentados o el propio futuro de Keith) e inicia muchos hilos argumentales que no siempre son rematados o incluso que parecen carecer de justificación dentro de la estructura de la novela. Sin embargo, si es cierto lo que afirmábamos al comienzo de este comentario, si la novela debe orientar la búsqueda de una explicación, de un porqué (no necesariamente racional), si realmente aspira a la comprensión, quizá sea el mejor modo de aproximación.

Podemos no comprender los motivos de Keith, de Florence o quizá la novela no ayude a ello, pero también sus vidas quedan truncadas, su discurso coherente y lineal ha quedado roto, como lo quedan algunas de las historias que Don DeLillo describe en la novela. Quizá no entendamos el porqué de ciertos elementos del libro, su justificación o su sentido, pero quizá así es la realidad que debemos afrontar, la irracionalidad, el absurdo, el vacío, todo ello forma parte de un mundo que queremos comprender y que, así visto, la novela refleja adecuadamente. Quizá lo que pueda resultar extraño en las páginas de un libro, es aceptado sin reflexión en la vida diaria y sólo la lectura nos lo revela.

Por ello creo que esta novela ganará peso, cobrará fuerza con el tiempo, se releerá con un ánimo diferente y, quizá, se vea si su vaticinio fue el correcto; si su forma, su estructura, su lenguaje perduran. Mientras tanto, nos queda el placer de acercarnos a un modo de novelar original, en la línea de su autor, que combina aspectos modernos con elementos clásicos.