5 de enero de 2010

El Muro de Berlín - La frontera a través de una ciudad (Thomas Flemming)


Si Stefan Zweig hubiera escrito sus momentos estelares de la Humanidad en la segunda mitad del siglo pasado, habría elegido sin duda el 13 de agosto de 1961 o el 9 de noviembre de 1989. Ambas fechas encierran, a modo de terrible paréntesis, el periodo en el que un muro separó físicamente a los ciudadanos de Berlín.

A menudo la realidad se empeña en replicar e incluso superar a los más increíbles relatos que algunos se empeñan en llamar ficción. Tomando el posible argumento de un relato de Kafka, un Estado decide construir una muralla rodeando completamente tres cuartas partes de una ciudad, engastada en el centro de su territorio, no para evitar que los asediados escapen sino para impedir a sus propios ciudadanos la huida al pequeño reducto. Después de varias décadas de pétrea firmeza, el Muro cede en el mismo tiempo que se empleó para su construcción: una sola noche.

Pero esto no es un relato extraído de Un médico rural o un descarte de La construcción de la muralla china. No, esto es Historia, de la que se estudia en los libros y de la que nunca se termina de aprender para evitar repetirla.

Ni la construcción del Muro, ni su caída fulminante fueron previsibles en el modo en que tuvieron lugar, por más que multitud de acontecimientos venían anunciando ambos hechos. El Muro surgió con una finalidad claramente represiva, para evitar la sangría de berlineses orientales que huían a la parte occidental y que comprometía a la débil economía de la RDA. Con ese fin, claramente dirigido a sus propios ciudadanos, pretendían disuadir a quienes aspiraban a un nivel de vida digno, a quienes anhelaban reunirse con sus familiares, separados por los caprichos de la geografía política. Por supuesto, la explicación de quienes ordenaron la construcción era otra: se buscaba más bien evitar las intromisiones de Occidente y sus continuas provocaciones, era por tanto un muro para defender a la República Democrática, al Pueblo, en definitiva.

Pero no entremos en los detalles históricos, ni en los entresijos políticos de la Guerra Fría fácilmente accesibles a través de numerosos libros recientemente publicados o reeditados con motivo del vigésimo aniversario de la caída del Muro. Menos ambicioso, he recuperado un pequeño libro comprado hace un año en una visita a Berlín, editado principalmente para el consumo de turistas algo curiosos y que se centra en cuestiones más cotidianas, menos grandilocuentes, pero quizá más importantes para quienes tuvieron que vivir a la sombra del Muro, quienes vieron sus vidas, sus trabajos, sus familias, todo, partido en dos.

Y es que las fronteras dibujadas por los Aliados al fin de la Segunda Guerra Mundial tenían más de arbitrarias que de coherentes, de modo que la zona fronteriza se entrecruzaba con bloques de viviendas, fábricas, parques, monumentos históricos, líneas de metro o barreras naturales como el río Spree, y el Muro se erigió como una herida sangrante allá por donde un burócrata hubiera dejado pasar su pluma temblorosa sobre el mapa de una ciudad que desconocía.

La construcción del Muro exigía, para cumplir su misión con eficacia, despejar una amplia zona a modo de tierra de nadie, con acceso restringido a los agentes fronterizos y a pocas personas más con los permisos correspondientes. Para ello, numerosas familias fueron expulsadas de sus viviendas por la mala fortuna de vivir cerca de la frontera. Sus casas fueron tapiadas y, en ocasiones, derruidas para facilitar el control de todos aquellos que quisieran atravesar el Muro.


Pese a ello, los intentos de fuga fueron innumerables. En los primeros días, cuando el Muro era propiamente una alambrada, las tentativas de fuga no eran más que simples carreras, como la del soldado fronterizo Conrad Schuman, fotografiada y distribuida por todo el mundo. Pero pronto las medidas de seguridad fueron creciendo y el Muro comenzó a convertirse en ladrillos y hormigón creándose una zona de exclusión precedida de alambradas y torretas de vigilancia, con patrullas que vigilaban ese territorio estéril. Durante muchos años la imagen occidental del Muro divergía de la de los berlineses orientales para quienes el Muro no era sino una extensa planicie inaccesible, a cuyo extremo, apenas visible se alzaba una pared.


Desde ese momento, los intentos de evasión pasaron a ser más complejos, a través de edificios colindantes con la zona occidental, de largos túneles bajo la frontera, cruzando el río Spree o incluso saltando mediante tirolinas improvisadas desde la azotea de un edificio.


Por cada huida exitosa, las tropas de fronteras instruían un expediente para determinar los elementos de seguridad que habían fallado de manera que cada fuga suponía casi siempre la última oportunidad para emplear dicho método. En casos extremos, los guardianes eran aleccionados para emplear sus armas de fuego contra cualquiera que tratase de forzar la frontera dejando una larga lista de fallecidos que incluye civiles y soldados (tanto orientales como occidentales). El culto a los soldados caídos en la defensa de la frontera se convirtió en un elemento importante en la política promovida por los jerarcas alemanes para subir la moral de los guardianes.


Pero la frontera no siempre permanecía totalmente impermeable. Durante los primeros años el cierre fue total y sólo los diplomáticos y otras leves excepciones podían cruzar la frontera. Pero las autoridades orientales no podían obviar que muchos de los berlineses tenían a parte de sus familias en el sector occidental, a sus muertos enterrados en cementerios occidentales, etc. Así, se alcanzaron diversos acuerdos para favorecer la comunicación y tránsito de ciudadanos entre ambas partes, si bien lo más frecuente era que ciudadanos occidentales pasasen durante unas horas al Berlín Este. Las autoridades del Este favorecieron progresivamente este tráfico ya que permitía la entrada de divisas de las que estaban muy necesitados.

El “cordón sanitario” forzaba situaciones absurdas como el hecho de que hubiera tramos del metro del Berlín occidental que pasaran bajo el Muro y cruzaran estaciones del Berlín oriental que habían sido clausuradas para sus ciudadanos con el fin de evitar su empleo como medio de fuga. Esas estaciones fantasma eran vigiladas por soldados que debían esconderse cada vez que pasaba un convoy por miedo a los objetos que los airados ciudadanos occidentales les arrojaban.


La presión a la que se veían sometidos los guardias de fronteras era tan alta que sus mandos llegaron a temer que la desmoralización (disparar a sus propios conciudadanos no debería dejar a nadie indiferente) se extendiera. Para combatir este riesgo se reglamentó un adoctrinamiento político especial junto con recompensas económicas y días de permiso para quienes cumplieran con celo su misión. Como apoyo, un nutrido grupo de voluntarios colaboraba en las tareas de vigilancia, en especial en la zona de seguridad tras el Muro, dentro del esquema que la Stasi había creado para el control de sus ciudadanos.


El paso de los años trajo consigo el avance de la tecnología aplicada también al Muro. Así, los materiales, las torretas, la iluminación nocturna, todo ello fue cambiando la fisonomía de una estructura que, en enero de 1989 sólo a ocho meses de su fin, Honecker declaraba que duraría mientras las circunstancias que motivaron su construcción siguieran vigentes.


Y no sabía lo acertado que estaba. Los acontecimientos en Europa del Este eran imparables. La apertura de fronteras entre Hungría y Austria supuso un corredor por el que cientos de alemanes huían a Occidente. Las manifestaciones de protesta en Leipzig comenzaron a extenderse al resto de ciudades de la Alemania Oriental, incluyendo Berlín. El miedo se iba derritiendo y cada protesta era una nueva victoria que evidenciaba que el poder monolítico del partido no sabía bien cómo encarar la nueva situación. La falta de respaldo soviético (al contrario de lo ocurrido en Hungría en el 56 y en Checoslovaquia en el 68) dejaba a los dirigentes alemanes huérfanos en sus decisiones.


De ahí que para mejorar la imagen y tratar de adelantarse a los acontecimientos, se decidió suavizar la política de concesión de pasaportes. El 9 de noviembre de 1989 el portavoz del Comité Central, Günter Schabowski, compareció en rueda de prensa y tras varios anuncios rutinarios leyó una hoja que le había sido entregada en mano y cuyo contenido desconocía (no había estado presente en la reunión del Comité). Él mismo parecía sorprendido por la noticia de que los viajes al extranjero no precisarían las justificaciones que se venían exigiendo hasta la fecha. Requerido por un periodista sobre si esta información era válida también para el Berlín Este, el balbuceante Schabowski buscó inútilmente más información en su hoja y respondió afirmativamente. La siguiente pregunta -“¿Cuándo entra en vigor esta medida?”- le dejó igual de descolocado, pero su respuesta puso fin a 28 años de Muro: “Inmediatamente”.


Pocos minutos después una multitud se fue congregando en los puestos fronterizos ante el estupor de los guardas de frontera que no habían recibido comunicación de ningún tipo y que en vano trataban de contactar con sus superiores que parecían haber desaparecido. Finalmente, los guardas franquearon el paso a los berlineses orientales que eran recibidos entre abrazos y lágrimas por sus vecinos occidentales.


Cuentan que aquella noche los almacenes KaDeWe no cerraron y que hicieron su mayor recaudación. También cuentan que en una reciente encuesta un alto porcentaje de alemanes estaría a favor de volver a construir el Muro. Lo que tengo claro es que nadie que viva tras una pared que le impida vivir en libertad estará de acuerdo con esa respuesta. Para quienes tenemos la suerte de mirar en la distancia y no encontrar más barreras que el horizonte, recordar este episodio nos hará conscientes de que esta suerte no nos ha sido regalada sino que se ha conquistado y debe ser preservada cada día.

15 comentarios:

Alejandro dijo...

Hola Gww; en verdad que es lamentable este tipo de hechos para la historia; y lo peor no es que hayan ocurrido sino que todavía perdurán (como el muro que separa buena parte de México y Estados Unidos), o se proyectan (como el interés que parece manifestarse entre los gobiernos de Venezuela y Colombia por separar nuestras naciones con uno de estos instrumentos).

Lo de siempre... las cosas suceden, nos muestran cómo son indignas del ser humano, cuánta violencia pueden llegar a generar (simbólica, material, cultural), pero nada, seguimos pensando lo mismo.

Buen trabajo, a ver si doy con el libro.

Fuensanta Niñirola dijo...

Muy buen texto, GWW. Yo tambien me traje documentación cuando estuve alli, y aún pude ver algunas partes no derruidas del muro, monumento a la vergüenza humana. Y aún recuerdo la noche que presencié, en directo, las imágenes del su destrucción, por una cadena de televisión alemana, y que me tuvieron en vilo toda la noche.Fue increíble.

Vivian dijo...

Estupenda entrada, leyéndote he descubierto detalles que desconocía, esos pequeños grandes detalles que conformaban el día a día de los “seres humanos” a los que el muro cambió la vida, desde los sencillos ciudadanos de a pie hasta a los que les tocó vigilar, que no siempre fueron fervientes defensores de la causa, y esto último lo conozco de buena mano, por el testimonio de un alemán que conocí hace años, víctima del maldito muro, como tantos otros…

“Para quienes tenemos la suerte de mirar en la distancia y no encontrar más barreras que el horizonte, recordar este episodio nos hará conscientes de que esta suerte no nos ha sido regalada sino que se ha conquistado y debe ser preservada cada día.”

Magnífico colofón para esta entrada.

Un abrazo

lammermoor dijo...

Me ha gustado mucho la reseña, por varios motivos. El primero, y más frívolo, que espero ir a Berlín a finales de mayo.
Me gusta también que hagas hincapie en que muchas veces los propios soldados eran tan víctimas del régimen como la población civil.
Y, perdonad de nuevo la frivolidad, pero no pude evitar pensar mientras leía en algunas excelentes películas que explotaron precisamente esa barrera entre el Berlín Este y el Oeste.

P.D: Espero que los reyes se hayan portado bien con vosotros.

Anónimo dijo...

Qué interesante entrada, por más que leamos este episodio o veamos fotos, no llegaremos a entender la brutalidad de los muros.
Pero ahí están, parece que el ser humano no avanza o avanza muy despacio.
Un saludo
Teresa

RebecaTz dijo...

Me gustó mucho la reseña, Gww, la leí con creciente interés porque hay aspectos que olvidamos o que siempre pasan desapercibidos.

Ojalá que un día el mundo no encuentre más barreras que el horizonte, como dices.
Enhorabuena a quienes lo van logrando (increíble que algunos quieran el muro de vuelta).

Me encantaría leer el libro, voy a buscarlo.

¡Un saludo!

Gonzalo Muro dijo...

Alejandro, es verdad lo que dices, hay muchos Muros hoy en día aunque no parezcan tener esa relevancia mediática que tuvo el Muro de Berlín, por eso no hay que olvidarlos.

Ariodante, yo también vi algunos trozos de Muro que aún quedan en pie, el que está pintado por artistas de todo el Mundo (incluyendo a un español) o el que está al lado de un museo construido sobre unas ruinas que fueron calabozos de la Gestapo. Berlín tiene esa mezcla de modernidad e historia que la hace bastante especial. La verdad es que tengo ganas de volver.

Vivian, es cierto lo que dices, muchas veces perdemos de vista la perspectiva más humana y próxima. Y es cierto que no siempre se elige en qué lado del Muro se está, o no siempre se está plenamente de acuerdo con todo lo que un régimen defiende, ésa es la tragedia de una dictadura, que aniquila cualquier posibilidad de opinión o postura individual.

Lammermoor, espero que disfrutes enormemente de Berlin, tengo unos recuerdos estupendos aunque luego no sabría decir qué fue lo que más me gustó. QUizá nada en particular y todo en especial. Ya nos contarás. Y es cierto también que el cine ha sabido sacar buen partido (y lo sigue haciendo, p. ej. con Goodbye Lenin o La vida de los otros) de estas historias de Guerra Fría, espías, Stasi y todo lo demás.

Hola Teresa, el Hombre es el único animal que tropieza dos (y más) veces con el mismo Muro. Algún día aprenderemos, ¿no?

Andrómeda, me uno a tus deseos y yo también me quedé de piedra cuando leí la noticia de que tantos alemanes querían de nuevo el Muro. La noticia es sorprendente pero la explicación es indignante ya que parece ser que se trata en su mayoría de alemanes occidentales que no quieren tener competencia por sus puestos de trabajo con los antiguos alemanes orientales.

Por cierto, el libro realmente no vale gran cosa salvo que uno esté en Berlín y le apetezca comprarlo, más por las fotos que por el texto en sí ya que tiene muy pocas páginas. Sí que vale (o a mí al menos así me ha servido) para poner cara y forma al sufrimiento que trajo consigo.

Un abrazo a todos.

Anónimo dijo...

De piedra me he quedado con la información de que una buena parte de los alemanes estarían a favor de volver a levantar el muro. No entiendo como los humanos podemos ser tan egoístas, y no ya con el extranjero cosa que pasa cada vez más en España, sino también con el que es igual a ti, porque al fin y al cabo la encuesta lo que dice es que hay alemanes, y muchos, que volverían a mandar a la “cárcel” o otros tan alemanes como ellos.
Buena entrada y preocupante tema.

Ybrim dijo...

La anónima soy yo.

mario skan dijo...

Hola GWW: hace un tiempito vi una película que llegó a los Dvds club como La vida de los otros y trata sobre las vivencias de un agente de la kgb que espía a un escritor de teatro. Realmente el régimen soviético se parecía mucho a las ficciones de Kafka como vos decís cuando comenzas a escribir este artículo interesante y revelador para mi que poco sé del tema.
La verdad que la propaganda anticomunista no tenía que hacer mucho para envalentonarse, el mismo régimen daba mucho. Pero estas prácticas ridículas no han terminado, curioso.

saludos Gww y feliz 2010

lammermoor dijo...

Esa película me gustó mucho y además recordé un libro que había leído de Kadaré: Spiritus.

Reinhard dijo...

Muy buena la entrada; sobre el tema le dejo esta historia tan real como terrible que me cuenta un amigo de Berlín.

Gonzalo Muro dijo...

Hola Ybrim! Escalofriante, es cierto aunque parezca increíble pero el odio (o el temor) nos lleva a ello.

Mario, aunque es cierto lo que dices sí que creo que con la distancia es más fácil ver lo criticable de aquel sistema. Pero en aquellos años (los sesenta, setenta ,..) no todo el mundo parecía pensar lo mismo o quizá el telón de acero nmo permitía ver todo el mecanismo de represión .Por cierto, extraordinaria la película que citas.

lammemrmoor, no conocía ese libro que citas pero tratare de buscar algo sobre él. Recientemente leí Stasiland que narra historias de personas que vivieron en la Alemania Oriental, escrito por una periodista australiana que trabaja en Berlín poco después de la caída del Muro, muy recomendable también.

Reinhard, acabo de leer la historia que comentas y como he comentado en el blog, es un ejemplo que resume muchos de los temas que hemos comentado aquí. Gracias por la aportación y bienvenido a Confieso que he leído.

Saludos.

Reinhard dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Reinhard dijo...

Aquí dejo otro blog sobre libros.
http://bremaneur.wordpress.com/