13 de marzo de 2025

Hôzuki, la librería de Mitsuko

 



¿Qué nos atrae de la literatura japonesa? ¿Su minimalismo? ¿Su enigmática contención? ¿O quizás la promesa de asomarnos a un mundo de sutilezas que nos fascina por lo exótico? Hôzuki, la librería de Mitsuko, de Aki Shimazaki, juega con estos elementos y nos sumerge en una historia de silencios y emociones contenidas. Pero, ¿qué queda cuando despojamos la novela de sus tópicos más reconocibles?


Tenemos cierta tendencia al prejuicio cuando se trata de literaturas remotas, con las que no estamos especialmente familiarizados. En el caso de la literatura japonesa, tal vez el efecto sea menor debido a la fascinación que este país suscita en el nuestro. Buena prueba de ello es la cantidad de libros escritos por españoles que se encomiendan a relatarnos la historia novelada del shogunato, los samuráis, las geishas y otras tantas figuras tradicionales.


Pero en lo que se refiere a la propia literatura autóctona, aunque no sea tan frecuente, también contamos con bastante conocimiento. No en vano, por estas mismas páginas han pasado autores como Natsume Söseki (Soy un gato), Masuji Ibuse (Lluvia negra), Kazuo Ishiguro (Nunca me abandones) sin olvidar al aclamado pero nunca premiado hasta ahora con el Nobel Hareki Murakami (Kafka en la orilla). Notables editoriales independientes han desplegado un gran esfuerzo por traer a nuestro idioma obras capitales de aquel mercado o, incluso, obras menos reconocidas pero que podían contribuir a ese interés.


También el cine ha traído a nuestros ojos un mundo reposado y prototípico en películas como Una pastelería en Tokio o Cuentos de Tokio. De esta manera, se ha ido construyendo un modo de entender cómo debe ser el arte japonés en cualquiera de sus vertientes, tan mesurado y rígido que sólo los más expertos o los afines a otros mundos como el manga pueden desmentir con conocimiento de causa.


Para el resto nos queda ese mundo enigmático y exótico, plagado de imágenes consabidas que damos por válidas del mismo modo en el que un extranjero creerá que en España todo el mundo sabe bailar sevillanas o torear, que la bebida habitual es la sangría o que nuestras calles huelen a incienso.  


Es así como llegamos a Hôzuki, la librería de Mitsuko (editado por Nórdica Libros y traducida por Íñigo Jáuregui Eguía) que viene a condensar todo lo que de previsible puede hallarse en este tipo de literatura. Tenemos a damas elegantes vestidas con kimonos ceremoniales, la presencia del té y la conversación a la que siempre parece invitar. También la larga enumeración de platos típicos japoneses que ya no nos resultan tan desconocidos. Pero también tenemos otros aspectos como las ciudades modernas, el distanciamiento social que unas rígidas costumbres dificulta o el clasismo que tan consustancial creemos a dicha cultura.


Lo primero con que asocio este libro, a las pocas páginas de abrirlo, es a la obra de animación de Hayao Miyazaki. Por una parte, tenemos el tono de cuento, no llega a ser apto para público infantil, pero el modo de narrar se asemeja, con pequeños detalles, que anticipan parte de la trama o con la sencillez que, si fuéramos más tópicos aún, identificaríamos con el arte del haiku. Tal vez la excelente portada parece invitar a esa caracterización o quizá se deba a que dos de los cinco personajes sean niños dotados de una madurez impropia de su edad.


La historia es sencilla y lineal. Una joven, madre soltera, debe llevar adelante su pequeño negocio, una librería de viejo, especializada en temas filosóficos, con la sola ayuda de su anciana madre, al tiempo que cría a su hijo pequeño, de apenas siete años, que es sordomudo, pero con una tremenda sensibilidad e interés por todo lo que le rodea.


La visita inesperada de una dama y su hija traen algo de novedad a la librería. La hija de la cliente congenia con el niño durante el breve tiempo en que ambas permanecerán en la ciudad puesto que deben partir pronto hacia Europa siguiendo los pasos de su marido, diplomático de carrera que ya se ha adelantado a su nuevo destino.



Esas breves semanas y la compleja relación que se establece entre las dos mujeres y los niños hará aflorar en la protagonista, gran parte de su pasado. Sus fracasos amorosos o sus renuncias, según como se vea, cómo llegó a su vida el pequeño Taro, cómo logra compaginar su trabajo con la familia y cómo siente una mezcla de envidia y odio por la elegante dama, la cliente que todo lo tiene en la vida.


Muchos son los temas que se agolpan en apenas cien páginas y una narración algo esquemática. Los posibles celos entre ambas mujeres, la culpa del pasado que no termina por disolverse, los temores que nos impiden tomar decisiones valientes y que terminan por condicionar la vida de quienes nos rodean, el juicio moral sobre conductas no aceptadas socialmente, el amor maternal y el sentimiento de pérdida, ...


En suma, muchos temas en una narración en la que lo sugerido y lo silenciado ocupa un lugar preeminente y en la que los hechos  se suceden con rapidez y agilidad.

 

La autora, Aki Shimazaki, es de origen japonés pero residente en Canadá, por tanto, parte de que su principal público lector será occidental, no nativo, y por ello desliza todas esas imágenes que sabe que tan naturales nos resultarán.


Una vez despojada la historia de todos esos tópicos, nos queda una lectura algo fría y distante de una compleja relación en la que el pasado ocupa un lugar primordial pero en la que tal vez los hilos trenzados no terminan de resultar claros ni se comprende el sentido final de todos ellos.


Un regusto amargo puesto que la escritura es limpia y diáfana, los personajes tienen un trazado interesante, esbozado de manera muy esquemática pero efectiva. Al fin, se tiene la impresión de que la historia podría haber sido mejor desarrollada en un texto más extenso o con una planificación más adecuada.