9 de octubre de 2023

John Lennon Mi hermano / Imagine This (Julia Baird)

 


 

Es conocido por los fans que John Lennon vivió con su tía Mimi abandonado por su padre desde casi su nacimiento y separado de su madre quien, precisamente en el momento en que estaba tratando de retomar la relación con el hijo, falleció en un fatal atropello, cuando John contaba con 17 años.

Con esta explicación somera se debe sobrentender la carga emocional que recayó sobre el joven John y que explica, en cierto modo, su carácter airado, algo violento y sarcástico, una personalidad compleja que hacía difícil convivir con él, siempre sujeto a sus burlas ácidas, a su desafío constante.

Los pocos libros publicados sobre los Beatles hasta la fecha del fallecimiento de John apenas incidían en estos aspectos. La versión original de la biografía oficial de Hunter Davies publicada en 1968 pasa de puntillas por la infancia de John más allá del citado relato arriba esbozado.

Pero, sin duda, el fallecimiento de John y la imposibilidad de contrastar nuevas informaciones, dispararon los rumores sobre la extraña vida de John recluido en el Dakota. Los esfuerzos de su viuda por convertirle en un santo apóstol mártir de la paz no hicieron otra cosa que aumentar la corriente de publicaciones adversas en busca de repercusión amarillista.

 

Es en este contexto en el que Julia Baird, hermanastra de John, comienza a frecuentar reuniones de fans de los Beatles para poder contar su versión, anécdotas privadas. En suma, para ofrecer un poco de realidad carnal a los turistas americanos que paseaban por Liverpool. Si bien estas primeras reuniones son más bien casuales, fruto de favores a terceros, de un intento de ser amable y recordar la figura de su hermano, lo cierto es que el asunto va a más y Julia pronto se ve desbordada por una ola de curiosos y fanáticos para quienes cualquier detalle insignificante sirve como alimento saciante.

 

También para ella, que siempre se ha mostrado muy reacia a exponer su parentesco con John, estas reuniones suponen un punto de inflexión. No solo asume sus orígenes familiares sino que comienza a tratar de reconstruir la peripecia vital de su madre y su hermano, también la suya propia. Visita archivos y, fundamentalmente, habla con otros familiares, reconstruyendo poco a poco en un largo proceso, unas vidas que quedaron rotas y que nunca conocieron los motivos ciertos detrás de hechos inexplicables.  

 

El trabajo de Julia se recoge en un primer libro, John Lennon, My Brother (1989, con prólogo de Paul McCartney y la colaboración del historiador de la banda Geoffrey Giulliano). Este libro avanza algunas informaciones que no eran conocidas por el público general, como la existencia de un embarazo desconocido de Julia tras un encuentro con un soldado destinado en Liverpool que concluyó con el parto y la entrega en adopción de una niña de la que ignora en ese momento si vive o no, su paradero o si conoce la verdad de su origen. Gran parte de la historia aquí contada es un relato en el que cruza la información familiar a la que ha tenido acceso con opiniones de terceros, declaraciones del propio John tomadas de entrevistas, etc. En suma, un material original de escasa extensión, si bien, de incalculable valor, junto a otro de escaso o nulo interés por ser ya conocido.

 

Pero Julia persevera. El recuerdo de las interminables conversaciones telefónicas con John a mediados de los setenta y la desesperación de éste por llegar a desenredar la madeja de informaciones falsas, de medias verdades, de frases escuchadas al azar en la cocina son un acicate. Además, sorprendentemente, su tía Nanny, hermana de su madre, siempre discreta y callada, entra en un acceso de lenguaraz confidencia y desvela numerosos hechos ocultos que dan lugar a una verdad coherente, nunca antes atisbada, que rehabilita la figura de la madre Julia junto a otros secretos oscuros de alcoba que explican mucho de la pacata sociedad británica de la época y del modo en que se vivía en aquellos duros años de posguerra.

 


 

 

Así, llegamos al siguiente libro, Imagine This: Growing Up with My Brother John Lennon 2007. No estamos ante una versión ampliada del anterior sino ante un libro enteramente nuevo, construido desde cero, que corrige inexactitudes del previo, que se centra especialmente en todo aquello que Julia vivió en primera persona y que evita algunos lugares comunes en que caía su predecesor.

 

En mi caso, he tenido la suerte de poder acceder a ambas obras, y leerlas de manera sucesiva, pudiendo así apreciar las diferencias, el avance en ese loable esfuerzo de Julia por comprender sus propias raíces y la razón de un dolor que siente pero que no siempre es capaz de ubicar o definir. También gracias a este proceso he llegado a descartar una opinión algo generalizada que atribuye a Julia un único interés pecuniario y de notoriedad. En su lugar, he creído atisbar una auténtica voluntad de revelar unos hechos que afectan a su vida y a la de su madre y su padre, sobre las que muchos parecen creerse con derecho a opinar hasta el punto de que ella misma dio veracidad durante mucho tiempo a gran parte de esas afirmaciones.

 

De este modo, la vida de John pasa a ser el elemento vertebrador de la de la propia autora pero no su centro absoluto, como en el caso del primer libro. Así, asistimos al increíble periplo de Julia y su hermana Jackie que vivieron con una madre que no estaba casada con su padre, hecho que desconocían. Que veían con frecuencia a un hermano, sin entender muy bien el motivo por el que éste no vivía con ellas sino con una tía. Vieron cómo este hermano cada vez visitaba más su casa, cómo crecía y se juntaba con amigos para tocar instrumentos, una pasión en la que cayeron infinidad de jóvenes gracias a la llamada fiebre del skiffle.

 

Pero también son las mismas niñas que una tarde de julio de 1958 perdieron a su madre en un terrible accidente de coche del que no fueron informadas. Sin más, una tía llegó a su casa y se las llevó diciendo tan solo que su madre estaba muy enferma y que, por el momento, no podrían visitarla. Cambiaron varias veces de domicilio, vivieron unas semanas con otra tía en Edimburgo, volvieron a Liverpool pero no a su casa. Julia y Jackie perdieron el contacto con su padre, quien pareció renunciar a luchar por ellas, derrotado por la muerte de su compañera, por la pérdida de un hogar que habían hecho suyo omitiendo la información de que Julia y él no estaban casados, perdiendo su trabajo  en extrañas circunstancias y, violentado, sin duda, por la toma de control de la familia Stanley, esas cuatro hermanas supervivientes, poderosas y tozudas, firmes en sus convicciones morales que nunca le perdonaron el haber enamorado a Julia cuando ésta ya estaba casada y había tenido varias aventuras, que siempre consideraron que debía purgar la culpa de un bebé ilegítimo retirándose a cuidar a su padre en lugar de arrejuntarse con otro hombre inadecuado, de extracción humilde, con el que tuvo otras dos hijas ilegítimas a las que nunca aceptaron, de las que siempre se avergonzaron como manifestación y fruto del pecado de Julia. Por eso, la familia Stanley siempre llamó a la casa de Julia, la casa del pecado, y a sus hijas, el fruto del mismo. Rechazo y resistencia que sólo muy levemente aflojó con el tiempo, cuando ya todas las heridas estaban infringidas. 

  


Y es que Julia y Jackie siempre sufrieron el rechazo de la familia de su madre, especialmente de Mimi, la mujer que había asumido el cuidado de John, arrebatándosele a su madre de hecho, tal vez a sugerencia del patriarca Pop, pero haciendo suyas estas decisiones. Mimi alejó a Julia y Jackie de su hermano, las prohibió frecuentar Mendips, su casa en Woolton.

 

Este libro es también la historia de cómo ambas hermanas tratan de reconstruir su vida, de cómo son informadas por el marido de una de las chicas Stanley, de la muerte de su madre meses después de la misma, avergonzado del comportamiento de la familia. Y Julia nos cuenta su dolor profundo, su incomprensión, el modo en que trató de reconstruir la ausencia de su padre, la pérdida de su madre, la vida con unos familiares de acogida que la ignoraban.

 

Y precisamente son estos pasajes, los que muestran la fragilidad de Julia, los que revelan las consecuencias devastadoras de sus experiencias y el modo en que reaccionó, en su caso, refugiándose en sus tareas escolares, en la escuela, en un mundo más acogedor, comprensible, sujeto a normas estables, como podemos hacernos una idea del impacto que los mismos hechos pudieron influir en John, su personalidad y su música.

 

Pero la vida de Julia no sigue en paralelo a la de John, tiene sus propios derroteros, también duros, también dolorosos. Así como le ocurrió a John, cuando a mediados de los sesenta Julia lograba poco a poco recuperar el tiempo perdido con su padre, visitándolo, creando un clima de confianza con el que recuperar recuerdos, pasada ya la infancia, en ese momento en el que Julia ya comenzaba a asomarse a la madurez, fue cuando nuevamente la muerte volvió a reclamar su papel. John Dyckins falleció víctima de un accidente de tráfico, de un atropello, como su madre. Otra muerte justo cuando todo empezaba de nuevo, just like starting over, y un coche que destroza el futuro apenas en reconstrucción, como le ocurrió a John con la muerte de su madre.

 

Ambos, Julia y John, con vidas extrañas, en manos de familiares, sin padres, sin referencias, con la muerte pisándoles los talones, tendrán vidas paralelas hasta cierto punto. La fama de los Beatles en Liverpool crece progresivamente, Julia asiste sorprendida a los logros de su hermano que pasa de cantar con sus amigos en el baño de su casa, buscando una acústica con un eco similar al de las grabaciones de Sun Records, a viajar a Hamburgo, a ser la banda del Cavern, a que todos sus amigos le pidan objetos de John, que en clase sea el centro de atención. Asiste sorprendida como tantos otros por el éxito primero nacional, luego internacional de los Beatles, y para crecer, trata de salir de Liverpool, de alejarse de todos los recuerdos dolorosos y crear su propio mundo.

 

Pero el pasado es una pesada losa que le perseguirá. Sus contactos con John son esporádicos, algunas cartas, algunas llamadas, unas visitas a Kenwood, de compras por Londres con Cyn, alguna visita con Julian, su sobrino. Pero el peso de la fama de John crea una complicada barrera. Una visita espontánea que hace a la sede de Apple en Londres cuando pasa por la capital, le decepciona profundamente. La recepcionista no le cree cuando pide visitar a John de parte de su hermana, una fan más que busca el contacto con el héroe inventando cuentos extraños, …. La llegada de Yoko también marca otro punto de frialdad. En su visita a Liverpool se empeña en cocinar para John la comida biótica que éste parece detestar pero que come por no disgustar a su reciente esposa.

 

Y, finalmente, la marcha de John a Nueva York y la pérdida de todo tipo de contacto, solo retomada al final del lost weekend, cuando John trata de recuperar el contacto con toda la familia. Interminables conversaciones telefónicas, envíos de fotografías, intercambios de los mejores deseos y promesas de viajes intercontinentales que nunca se harán realidad puesto que la vida de Julia ya está organizada, con niños en edad escolar.

 

Y, de nuevo, la tragedia que golpea en diciembre de 1980. Otra muerte que deja a Julia rota, desolada, perdido su último contacto con los restos de su debacle personal. Tardará tiempo en recuperarse del asesinato de John; Yoko no hará que las cosas resulten fáciles. No habrá entierro, no habrá funeral. Un documental retrospectivo sobre John patrocinado por la viuda dará a entender que Julia, la madre de John, era una casquivana de vida ligera; no se mencionará a Dyckins, a las hermanas, las chicas Stanley tampoco parecen salir mejor paradas. No sabremos si el desconocimiento era intencionado o fruto de la visión que John tenía y que le había transmitido en vida, siempre envuelto en las falsedades de Mimi, bienintencionadas sin duda, pero crueles en el fondo.

 

Y como en cualquier buen culebrón con herencia millonaria, no faltan los aspectos oscuros y mendaces. Así, la casa que John compró para que sus hermanas dejaran de vagar de casa en casa a la muerte de su padre, terminó por convertirse en fruto de la discordia. Realmente, como siempre hacía John, las casas no se ponían a nombre de los residentes sino al de alguna empresa del músico. A su muerte, los abogados reclamaban su entrega, más conflictos con Yoko, más incomprensión, más dolor. Igual le ocurrió a la tía Mimi y su chalet de veraneo en Bournemout, que tuvo que ser devuelto. 

 

Convencida de que tiene su propia verdad y de que ésta ha de ser contada, Julia se embarca en estos dos libros. Y, todo sea dicho, lo logra, especialmente con el segundo título citado, creando un relato autobiográfico apasionante en el que la vida de John no es sino la percha perfecta, conocida por quien lo lea, para sostener la historia.

 

Por ello, estos libros tienen valor propio más allá del interés que pueda arrojar para los siempre voraces fans del grupo. Julia, profesora y doctora, ha tratado igualmente de expresar belleza en estas páginas, no rechazando cierto lirismo pese a su dureza, en páginas como las que recuerdan los juegos infantiles en el patio de su casa, la alegre y descuidada felicidad con la que se vivía en su tiempo (nostalgia de todos quienes se acercan a su destino) y sabe enganchar con su modo de contar, alternando la primera persona con la tercera, siempre referida a John, a su hermano.

 

Del primer libro existe traducción al castellano a cargo de Ana Martínez aunque probablemente solo pueda localizarse en mercados de segunda mano. Respecto del segundo título, el de mayor mérito e interés, por desgracia parece no haber sido aún traducido, aguardando su momento. No encuentro mejor modo de completar el primer volumen de Mark Lewinson relativo a los primeros años del grupo, que leer este segundo libro de Julia Baird, parcial y reivindicativo, duro y tierno a la vez, un grito tan desesperado de dolor como Mother o un delicado canto de amor como Julia, aguardando su momento. 

 

 

  

26 de septiembre de 2023

El imperio del sol (J. G. Ballard)

 


 

J. G. Ballard es conocido por sus obras de ciencia ficción, algunas con notable difusión como Crash, gracias a su versión cinematográfica. En la mayoría de ellas presenta imágenes de un futuro distópico avanzando temas en su tiempo aún incipientes como el cambio climático.

Sin embargo, en 1982 publicó una novela de un cariz diferente, El imperio del sol (Alianza Editorial, traducción de Carlos Peralta), se basaba en sus propias experiencias personales durante la Segunda Guerra Mundial que pasó internado en varios centros de prisioneros japoneses tras la caída de Shanghái.

Los padres de Ballard, ingleses residentes en Shanghái, tenían una vida privilegiada, con su gran mansión, sus criados, jardinero, chófer, su pequeño gueto en el que no faltaba un club de campo, elegantes fiestas de disfraces, colegios propios,…. Pero todo esto se desvaneció con el ataque japonés a Pearl Harbour. Ballard pasará toda la guerra en diversos campos de prisioneros junto a sus padres hasta la derrota nipona.

 

Estas traumáticas experiencias han sido modeladas para volcarlas en una trama novelesca en la que se acentúan los aspectos dramáticos y los esperanzadores. Comenzando por la vida del protagonista, trasunto de Ballard. Jin, un muchacho de 11 años, que a diferencia del autor, queda separado de sus padres en los primeros días del conflicto, no volviendo a reencontrarse con ellos hasta el fin de la guerra, debe vagar por las calles de Shanghái, durmiendo en casas abandonadas y comiendo los restos que han dejado sus habitantes en la huída, esquivando la animadversión de los chinos, de otros emigrantes europeos, todos luchando por migajas.

Es en esa terrible lucha cuando comprende que es la cercanía de los soldados japoneses lo único que puede realmente protegerle. Es el único orden, brutal, arbitrario, asesino, pero orden al fin y al cabo, al que puede acogerse. Y así, tratará en varias ocasiones de entregarse a sus enemigos, con poco éxito. Mezclado con chinos inertes, franceses que se alegran de la derrota de su país y su actual situación de no beligerancia, los alemanes orgullosos, rusos blancos, judíos huidos de Polonia, y otros tantos, entre los que se perderá Jim, tratando de no caer en manos de ninguno de ellos. Es así como se topa con dos marinos americanos, embarcados en una carrera por el robo y el contrabando.

Uno de ellos, Basie, parece encapricharse del chaval, y así es cómo comienza una extraña relación entre ambos. Jim sabe que Basie puede traicionarle sin mayor problema si así le conviene, pero también comprende que, en tanto le resulte útil, haga trabajos que él no pueda realizar, se preocupará por él. Cuando finalmente son capturados por los japoneses y enviados a un campo de internamiento, Jim podrá compaginar su lealtad a Vasie con la de otros tantos prisioneros que le tomarán bajo su cuidado o abuso. Tan solo el doctor Kramer parece sentir un sincero interés por Jim, una preocupación y confianza en que el muchacho logrará salir adelante.

Porque Jim, en su extrema debilidad e inocencia, deberá hacer inmensos esfuerzos por equilibrar sus propias necesidades, el hambre que pasa, su sanidad mental, con las ayudas a otros prisioneros, exponiéndose en ocasiones incluso al castigo o muerte por parte de los japoneses, tan solo para congraciarse con sus padrinos.

Jim comprende que solo esa red de relaciones confusa y compleja le permitirá sobrevivir. Su pequeña mente luchará por dejar a un lado muchos de los principios que aprendió en su niñez, superada repentinamente y sustituida por una madurez insospechada. Pero en Jim no todo es cálculo e interés, siente auténtico deseo de agradar, de ayudar, siente compasión por los enfermos del hospital, que fallecen bajo sus ojos, mientras se pregunta sobre el momento exacto en que el alma abandona al cuerpo, mientras los demás prisioneros tan solo se preocupan por despojar al muerto, aún caliente, de cuanto puede resultar de provecho, sea la ropa hecha jirones, los zapatos deshechos o las piezas de oro de la dentadura.

 

 

 

Y Jim, que siempre ha adorado los aviones, que admira a los pilotos japoneses, su valor, y que cree aún en un mundo de caballeros, pugna con un síndrome de Estocolmo confuso en el que llega a desear que la guerra no concluya, temeroso de la visión de sus padres, cuyos rostros ya ha olvidado y que ha sustituido por la foto de unos desconocidos cortada de una revista. Pero también teme el fin de la guerra, el orden desquiciado y la jerarquía del campo, en el que los prisioneros pueden volverse contra ellos mismos, en una lucha despiadada, y aún más cruel que la padecida a manos de los japoneses, y teme también la muerte que puede llegar cuando los nipones pierdan la guerra y traten de exterminarlos para borrar las huellas de sus crímenes o cuando los chinos traten de tomarse venganza de todos cuantos les han odiado, sean japoneses u occidentales, teóricos aliados.

Y es en esta compleja personalidad que se va forjando en Jim en lo que se basa la fortaleza de la novela, en no admitir blancos y negros, en actualizar el modelo de trama dickensiana, pero trayéndola a un mundo que ya no admite más esperanzas que las de un niño que se aferra a un conjunto de mentiras y verdades a partes iguales como único medio de no enloquecer, de mantener la cordura y cierta idea de moralidad, que contempla horrores, que se ve rodeado por la muerte, que cree ver el resplandor de la bomba de Nagasaki como un anuncio de un nuevo tiempo, como así fue, y que, por tanto, tiene todos los elementos de un David Copperfield, de un Oliver Twist, pero sin su blancura, sin ese paisaje de fondo en el que podemos encajar a muchos de sus personajes en un lado u otro. Aquí, ni tan siquiera el doctor Kramer es constante en su interés por Jim, en su rectitud para con todos, aunque sea quien más puede actuar como una referencia moral para el niño.

Ni siquiera Jim escapa a estas dualidades. En ocasiones, sus pensamientos nos resultan incomprensibles, sus acciones grotescas y sin sentido. A veces podemos compartir sus pasiones, pero a ratos creemos que ha perdido definitivamente el juicio, nos exaspera su afán por tratar de no tomar partido, de sobrevivir en suma. Y es que la brutalidad del ambiente trastornará de algún modo la mente de Jim, le hará caer en ensoñaciones, que no tienen otro fin que protegerle mentalmente, le llevará a aferrarse a cualquiera que pueda ofrecerle un mínimo de calor sin llegar a engañarse totalmente de los motivos. Y, pese a ello, este niño que se hace hombre durante los años del conflicto, no renunciará a un pequeño puñado de certezas. Es en este reducto de humanidad donde podemos identificarnos con él, con su dolor y sufrimiento, con sus insensateces que sabemos debidas solo a esa coraza que crea a su alrededor, para no enloquecer.

Y esa identificación no es tanto sobre cómo actuaríamos en su mismo lugar, uno ya tiene  sus años, sino que en mi caso, es a través de mi hijo, solo un año mayor que Jim cuando estalla el conflicto. Con su misma terquedad y fuerza interior, pese a que sus actos externos a veces parecen desmentirla, Pablo parece movido por extraños motivos, tal vez con el mismo impulso de dar coherencia a su mundo interior, con desconcierto de cuantos le rodeamos y acompañamos en ese complicado periodo de la preadolescencia, que nos coja Dios confesados...

Pero es precisamente esa comparación con mi hijo lo que me ha permitido sentir como propia la aventura de Jim, como totalmente verosímil, como admirable y formidable aventura de un ser humano cuya vida se aferra al último hilo de esperanza, con tanta fuerza y pasión, con una inocencia tan desarmante, que logra salir adelante contra todo pronóstico, contra toda razón.    

 

Tal vez esta obra sea más conocida gracias a  la película dirigida por Steven Spielberg del mismo nombre, y aunque sus imágenes son evocadoras y se respeta con pulcritud gran parte de la novela, lo cierto es que el libro aporta una mayor profundidad, una mezcla de malestar e incomodidad, de empatía y amor que desmienten el famoso adagio de que una imagen vale más que mil palabras, porque son las imágenes que nuestro cerebro crea las que se vuelven memorables e imperecederas, como lo será para mí la vida de este heroico Jim.



14 de septiembre de 2023

Rojo y Negro (Stendhal)

 


 

Cuando uno lee un libro y trata de reflexionar sobre la obra, lo hace inevitablemente desde esa perspectiva pasiva, como receptor del mensaje, intérprete de lo leído y siempre en función de lo que ha sentido y elucubrado durante la lectura. Sin embargo, en demasiadas ocasiones olvidamos lo que realmente es el origen último del libro, su autor y el proceso de escritura del texto que nosotros leemos pero que antes alguien ha tenido que escribir.

Y es desde este punto de vista como podemos percibir en autores como Stendhal y libros como Rojo y Negro (Editorial Alba, traducido y anotado por María Teresa Gallego Urrutia) el inmenso goce de la escritura, el placer por demorar las tramas, reflexionar y agotar las exposiciones, reproducir las conversaciones incluso en sus repeticiones y circunloquios más prescindibles; los paisajes pintados con la misma minuciosidad que los rasgos de carácter del protagonista o las tensiones entre los personajes.

Así, como es el caso, podemos adivinar el goce del autor al escribir y su enérgica voluntad para no perder ese entusiasmo hasta la última página, y cuando todo ello va unido a una pasmosa facilidad por narrar de manera sencilla pero efectiva, directa pero elegante, fluida pero íntima, nos encontramos ante una obra maestra.

Y todo ello sin que necesariamente el asunto tratado realmente nos atraiga de una manera especial o que los personajes susciten en nosotros una simpatía que nos lleve a empatizar con sus desvelos. Incluso cuando desconocemos gran parte de los acontecimientos históricos que subyacen a la trama y que tan importantes resultaban para el autor pero que en su día, no precisaban ser explicitados por resultar de común conocimiento a la fecha de la publicación de la obra.

Comencemos por este punto. Tras la derrota de Napoleón en Waterloo, se produjo la restauración en el trono de los Borrones, en la figura de Luis XVIII, sobrino del decapitado Luis XIV. A Luis, le sucedió Carlos X. El extremismo de gran parte de sus partidarios, que lucharon por reducir aún más la participación de las clases burguesas en el gobierno, en un tiempo en el que el desarrollo industrial estaba comenzando a despegar, trajo una serie de tensiones entre los partidarios de una apertura, bien al modo de la monarquía británica, bien al de un nuevo Napoleón, y quienes querían el regreso al Antiguo Régimen.

Una serie de revueltas en París durante tres días de 1830, fuerzan el derrocamiento de Carlos X y se entrona a Luis Feñipede Orleans como nuevo monarca, un rey burgués de efímero reinado.

Julien Sorel, el protagonista de Rojo y Negro, es hijo de un acaudalado carpintero de una población inventada, Verrières, en el Franco Condado. Sus escasas dotes para el trabajo físico y su despierta inteligencia le acercarán a los estudios bíblicos y a una más que probable ordenación, gracias al interés que se toma un sacerdote local. Así, merced a sus estudios de latín y teología, pronto consigue el puesto de preceptor de los hijos del alcalde de la población y comienza así una carrera en la que se verá de continuo catapultado a las más altas posiciones hasta formar parte del servicio del marqués de La Mole, a cuyas órdenes realizará diversas labores políticas en favor del partido de la reacción.

Pero, pese a lo que podamos creer, Sorel realmente no parece en su fuero interno un ferviente seguidor de dicho bando. Antes bien, admira a Napoleón y lamenta no haber nacido unos años antes para haber formado parte de su ejército y obtener así la gloria. Con su elevada inteligencia y su desmesurada autoestima, no renuncia a esa fama y reconocimiento, si bien, en estos tiempos, deberá buscarla entre unas clases a las que desprecia en secreto, pero de las que tratará de aprovecharse para medrar.

 

 

 

Sin embargo, no las desprecia hasta el punto de renunciar a sus ventajas ni, muy especialmente, a enamorarse y enamorar a las esposas fieles y devotas de sus señores.  Se nos presenta así el amor romántico, casi un preludio de la literatura que estará por llegar pocas décadas después. Stendhal anticipa esa mezcla entre deber y deseo, hipocresía y sinceridad, freno y pasión, que tantas obras repitieron a lo largo del siglo XIX.

Pero todo esto no deja de ser una sencilla suposición porque nada queda claro en el texto. En ocasiones podemos inclinarnos a pensar así, en otras podemos creer que Sorel solo busca el amor en las mujeres que en su infancia le fue negado o que su ambición sin freno puede más que las razones del corazón, que sus conquistas son tan solo una herramienta más en su egoísta vida y que, como el protagonista de la canción de los burgueses de Jacques Brel, él es partidario, por encima de todo, de sí mismo.

Porque, si algún mérito tiene este libro, ése es el de cerrar la última página y no tener una respuesta definitiva. Este Sorel nos sigue resultando tan inaprehensible como lo es nuestro vecino de arriba, al que vemos todos los días, del que conocemos gran parte de su vida pero del que no podemos decir con seguridad en qué cree realmente. Algunos lo llaman novela sicológica pero, en realidad, es realismo simple y puro ya que todos deducimos la psique del prójimo tomando torpemente como referencia lo que afirman y sus actos, un acertijo que no suele tener forma de contraste.

Éste es el nudo gordiano de la novela sicológica, de Rojo y Negro, ése ir y venir entre un extremo y otro sin saber cuál es la verdadera intención, y todo ello pese a los alardes de diálogos interiores que, cuanto más extensos, más a confusión nos llevan. Y si alguien, llegado el final del libro, con el giro de acontecimientos de los últimos capítulos, cree aclarado el misterio, deberá antes bien meditar sobre las largas y apasionadas páginas que preceden y en cuál de todas ellas se recoge el alma de Sorel, igual que ninguno de nuestros actos da testimonio completo de la nuestra.

 

28 de agosto de 2023

El cuerpo humano (Bill Bryson)


 

El cuerpo humano (guía para ocupantes), publicado por RBA en 2020, continúa la increíble saga de Bill Bryson, en su afán enciclopédico por ir cubriendo diversos ámbitos tanto de la historia, como del conocimiento o de la sociedad con su estilo acostumbrado, parte irónico y accesible, parte descriptivo.

En este caso, la atención de Bryson se centra en nuestro propio cuerpo, sus partes y órganos, las enfermedades que lo aquejan, la historia del conocimiento y estudio del mismo, de las vacunas, los remedios y una breve perspectiva del futuro que nos espera.

El libro se organiza en capítulos que van revelando cada una de las partes del cuerpo, casi como el índice de un manual escolar de ciencias: la piel, el pelo, el cerebro, la cabeza, la boca, y así sucesivamente. En cada una de ellas, Bryson comienza con una descripción básica, más o menos conocida para el lector según esté familiarizado con este mundo, para pasar después a la parte en la que puede lucirse del modo en que acostumbra a hacerlo.

Así, Bryson sabe combinar anécdotas y curiosidades que acercan el conocimiento al lector de un modo que una fría descripción no permite. Nos cuenta cuánto cuesta en una droguería el conjunto de elementos químicos que forman el cuerpo humano, o nos explica los diferentes e interesantísimos estudios que llevó a cabo el ya clausurado Centro para la prevención del resfriado de Inglaterra.

También nos lleva a una mesa de disección y se adentra en ese pantanoso mundo en el que el cuerpo de un fallecido era una especie de reliquia sagrada que no podía ser cortado, sajado, desollado, decalvado mutilado y demás de perversidades atroces para lograr un conocimiento que se revelase útil para quienes seguían vivos. Porque esa mezcla de religión, moral y medicina es la historia de esa lucha continua entre el avance científico y sus resistencias.

Y es sobre esta tensión sobre la que las mejores historias surgen. Comprender cómo entendían nuestro cuerpo y sus enfermedades nuestros antepasados nos habla de cómo eran y de cómo hemos cambiado. Podemos correr el riesgo de tomar a la ligera sus prejuicios y supercherías pero precisamente conocer la Historia nos debe hacer comprender que lo que hoy tomamos por cierto no se corresponderá exactamente con la verdad que se hará evidente dentro de unos decenios. Más aún, en estos tiempos de pandemias, podemos ver ciertos hilos que nos atan irremediablemente a ese pasado que tan ajeno creíamos. Por sabido, no deja de ser interesante volver a conocer cómo nace la vacuna contra la viruela en Inglaterra, gracias a las observaciones de Edward Jenner y el ordeño de las vacas. Tampoco es desconocido el modo en que Fleming descubrió la penicilina, tal vez el descubrimiento que más vidas haya podido salvar.

Tampoco olvida al incomprendido Semmelweis que propuso la increíble teoría de que los médicos y parteras, por su falta de limpieza antes de atender a una parturienta, eran los principales causantes de la muerte en las madres y los recién nacidos. La ofendida clase médica de mediados del siglo XIX no podía admitir su propia culpa y falta de higiene en un tiempo en el que el conocimiento sobre las bacterias apenas era un esbozo. Otro tanto le ocurriría a Joseph Lister, a quien podemos considerar el padre de los antisépticos, cuyos métodos redujeron drásticamente la mortalidad en los hospitales tras las intervenciones quirúrgicas.

 

 

Y así seguimos conociendo las luchas y logros de conocidos o injustamente ignorados científicos como Curie o Pasteur, pero también Jonás Salk, de un modo ameno pero riguroso, según se puede constatar en las abundantes notas que jalonan el texto.

Pero estos brillantes científicos no quedan exentos de los pecados del resto de sus congéneres, en particular de la soberbia y la envidia. Bryson también repasa las peleas que rodean la concesión del Nobel de Biología o Medicina, las patentes mal registradas o las rupturas de todo tipo por atribuirse de manera exclusiva un logro colectivo.

Estas miserias humanas no pueden ensombrecer lo que es un hermoso y vibrante paseo por la evolución en el conocimiento del cuerpo humano, verdadero fin de este libro. No deberá servir para cubrir lagunas científicas o conocimientos específicos puesto que para ello podremos consultar mejores textos. Pero sí nos dará luz y contexto para conocer cómo hemos llegado a nuestro punto actual de autoconocimiento y cómo hemos evolucionado en la relación que tenemos con nuestro cuerpo, sea a través del tratamiento de sus enfermedades o de los avances científicos que abren un nuevo mundo de oportunidades y retos que cuestionan aspectos éticos que se tenían por firmes hasta no hace mucho.

Podemos hacer de augures y vaticinar que, en breve, después de recorrer todo lo que de  tangible hay en nuestro cuerpo, Bryson se lanzará a realizar un viaje similar a todo lo que de inmaterial y espiritual cobija este cuerpo físico. Seguro que volverá a sorprendernos con su acumulación de datos, anécdotas y detalles que hacen de la lectura de sus libros todo un acontecimiento.
 
 

17 de agosto de 2023

Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada (David Safier)

 
  


David Safier es un conocido autor alemán  de libros cómicos. Su primera novela, Maldito karma, dio inicio en 2009 a una impresionante sucesión de éxitos de ventas. Más recientemente ha tratado de repetir el éxito con el inicio de una saga que, a día de hoy, cuenta con dos títulos, pero que probablemente pueda extenderse a unos cuantos más.

La historia es simple pero efectiva. La protagoniza la ex canciller Angela Merkel, recién jubilada y retirada a un pacífico y bucólico pueblo de la Alemania más profunda, en el que trata de recuperar el tiempo perdido junto a Sauer, su marido fiel y algo asocial, su guardaespaldas sufrido y un pequeño perro carlino que le han regalado al despedirse de la cancillería con la noble intención de que los paseos diarios metan en cintura sus kilos de más y al que, menos noblemente, han bautizado con el nombre de Putin.

Pues bien, la gracia de todo este ingenio se encuentra, al menos en este primer volumen, en que la pacífica y bucólica vida rural se ve alterada por un supuesto crimen al poco de la llegada de Miss Merkel. Y, claro está, algo aburrida y necesitada de emociones fuertes, toma por su propia cuenta las riendas de la investigación, tratando de emular a los sabuesos clásicos del género como Poirot o Holmes, pero tendiendo más bien a una miss Marple teutónica.

Sin duda, muchas de las referencias a la canciller tienen que resultar evidentes para cualquier lector alemán, pero no tan obvias para los que solo la hemos visto periódicamente en los telediarios y poco más. Esto, lejos de ser un inconveniente que nos hará perder alguna ironía de Safier, nos permite creer de forma más convincente en el personaje, al separar la Merkel real de esta anciana amiga de las tartas de manzana y los crímenes de sobremesa.  

Es, por tanto, mérito de Safier el lograr que el texto resulte totalmente inteligible para cualquier lector, en parte porque la trama sigue, con mezcla de homenaje y plagio al mismo tiempo, los pasos de las obras más clásicas del género. No solo Miss Merkel está apoyada por unos patosos y algo patéticos ayudantes, su marido y el detective, sino que debe luchar con su propia autosuficiencia, reconociendo ocasionalmente que también sus menos dotados colaboradores pueden tener mejores ideas que las suyas.

Y estas referencias se explicitan en el libro con menciones directas a obras como Asesinato en el Orient Exprés de Agatha Christie o las menciones a Sherlock Holmes casi constantes. Pero Merkel no es aún una preclara detective, muchas de sus pesquisas concluyen en fracaso y sus intuiciones se revelan tan falsas como las pistas del presunto asesino. De aquí parten muchas de las situaciones cómicas que marcan el tono general de la obra.

Dicho todo esto, el libro es un notable entretenimiento, y la idea es francamente brillante desde un punto de vista promocional. Safier ha creado un personaje nuevo de uno que ya existe, no necesita dibujar sus rasgos, definir su carácter o subrayar su apariencia física más allá de sugerir algo sobre la monotonía de las chaquetas y pantalones de cintura ancha. El personaje se nos hace entrañable al ver cómo lucha por reconstruir en un pequeño entorno rural su liderazgo perdido, cómo establece paralelismos entre las cumbres de la Unión Europea y el cóctel de bienvenida del noble local, en suma, cómo su experiencia política parece haberle servido tan solo para prepararla para este preciso momento y esta concreta investigación.

Sin duda, Safier juega conscientemente con el oculto deseo del lector de mofarse de un personaje tan célebre y no precisamente simpático, que se lo pregunten a los griegos. De poner a su protagonista en situaciones comprometidas, en contextos en los que se humaniza su figura aún a costa de hacerla desdecirse de alguna de sus convicciones políticas.  

 


 

Y aquí se abre inevitablemente la duda de si todo esto hace el libro más interesante para los lectores no alemanes que para los que tienen una experiencia de la canciller de primera mano. De si estos serán capaces de separar sus opiniones políticas de su juicio sobre este detective aficionado. Y, del mismo modo, uno se pregunta qué ocurriría si este libro trajese consigo una franquicia similar para políticos de otro país, y cuáles serían los más probables candidatos entre nuestros ex dirigentes.

Y tras pensar un poco, la verdad es que cualquiera de los candidatos, en su cierta fatuidad y distancia, en su frialdad y soberbia, harían un estupendo papel cómico, aún a costa suya. Quién no pagaría por ver a un Zapatero, un Aznar o un Rajoy tratando de encontrar al asesino del dueño de un comercio de telas de Ciudad Real, sin ir más lejos, poniéndose en evidencia, rebajados al trato con mundanos y no siempre amables ciudadanos que han sufrido sus políticas, que escapan del atrezzo que los equipos de propaganda que organizan en torno a sus confundidos líderes.

 

Porque, en el fondo, todo político que deja su cargo, y que vive de lo que fue (sea o no Registrador o conferenciante de  astronómico caché) siempre tiene ese aspecto medianamente ridículo y patético, esa creencia de que realmente llegó a donde llegó no por los votos recibidos sino por la valía personal, ese punto de engreimiento fatuo que tan bien les encaja a todos ellos.

  • Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada ha sido publicado por la editorial Seix Barral el pasado 2021 en la colección Biblioteca Formentor, con traducción de María José Díez Pérez. Como se ha dicho, el libro se lee de manera sencilla, entretiene y permite establecer paralelismos curiosos entre la política germana y otros ilustres compañeros de profesión. La trama es lo bastante liviana como para que no se ponga a prueba la perspicacia del lector a la hora de destripar el crimen y anticiparse a la venerable Merkel, porque el disfrute no está en destapar al asesino, si lo hubiere, sino en seguir los pasos de Merkel haciendo tartas de manzana, agachándose para recoger las cacas de Putin, contándonos cómo se enamoró de Sauer o ayudando a su alelado guardaespaldas a superar sus traumas de amor, quién se lo iba a decir.