9 de enero de 2022

Agua dura (Sergi Bellver)

 

 

Llego a este autor gracias a un artículo de Juan Soto Ibars en el que habla de la publicación de la primera novela de Sergi Bellver, una obra que, por un lado ninguno de sus conocidos esperaba y que, por otro, todos sabían que llegaría. Una obra madura, envidiable, pura Literatura con mayúsculas. Y la sorpresa no viene de la duda sobre la calidad literaria del autor o del interés que sus escritos pudieran tener para el público.

 

Lo que suscitaba la tremenda incertidumbre de sus amigos era la vida seminómada y escasamente estructurada del autor. De casa en casa de amigos, conocidos, benefactores o cualquier otra persona que pudiera encontrar motivos para dar cobijo en su sofá a alguien que se dedica a la Literatura. En ese peregrinar continuo, tan lejos de la habitación, ruidosa, pero castillo al resguardo de la mirada del padre, que era el habitáculo de Kafka, o de los cafés en los que tantos se jactaban en otros siglos de haber escrito sus mejores obras, Bellver, parecía perseguir un destino trágico, el de que su vida terminase por resultar más interesante que cualquier historia que pudiera relatar.

 

Aún no soy capaz de separar la parte real del artículo, de la ficticia, de la mera exageración o de la pequeña broma seguramente compartida por autor y periodista, pues ambos son amigos y colaboradores puntuales. Una revisión de la ficha biográfica de Sergi Bellver se puede llevar por delante parte de ese nomadismo y absentismo laboral perpetuo.

 

Pero sea como sea el personaje, es éste antes que su obra, lo que atrae mi atención. Y sin más vueltas, busco información sobre el escritor a partir de la referencia de esta primera novela. Claro es que, como todo buen arqueólogo, rastreo hacia atrás y descubro que Del silencio, puede ser su primera novela, pero no la única obra publicada por Bellver.

 

Así, me encuentro con Agua dura, una primera colección de relatos publicada por Ediciones del Viento en 2013 y que, en 2021, pandemia mediante, ha visto una nueva publicación en digital para garantizar la lectura a cuantos quieran tener acceso a la misma.

 

Y yo soy uno de ellos. Los comentarios sobre Agua Dura son vibrantes, se habla de unos relatos que perduran en el recuerdo del lector, que precisan de un tiempo de reposo, de una lucidez y un dominio de los recursos sin igual, uno de los mejores libros de relatos en nuestra lengua de los últimos tiempos.

 

Ante estas afirmaciones tan incontestables, uno no tiene más alternativa que 

lanzarse a disfrutar del festín o reunir argumentos para rebatirlas. Y, me adelanto al final de la reseña, yo me encuentro entre los primeros.

 

Reseñar un libro de relatos no es sencillo. Cada uno de los cuentos tiene sus propias normas, sus personajes, sus temas y su ritmo. Normalmente, más aún tratándose de un escritor novel, son resultado de una mezcolanza de primeras publicaciones dispersas, de juegos de prueba o error con resultados variopintos. En suma, un cajón de sastre con el que se pretende recopilar todo lo escrito hasta la fecha, como punto de partida, mojón que marca más un punto de partida con el que medir la valía de la obra futura. Así, individualmente pueden resultar brillantes, como conjunto, suelen dejar algo que desear.

 

Pese a que los autores, o los comentaristas, tratarán de enhebrar un lugar común, un punto de conexión entre todos ellos, algo que dote de sentido al conjunto, más allá de lo necesario la mayoría de las veces este esfuerzo resulta en vano.  

 

Pero, si no se puede hablar de la obra en su conjunto puesto que poco tiene en 

común, y  tampoco podemos entrar a desentrañar cada una de las narraciones, ¿qué nos queda? ¿Palabrería vacía que busque tan solo recopilar sin sentido adjetivos positivos, negativos o neutros con el fin de dejar la impresión cierta de si nos ha gustado la obra, si deja indiferente o si nos ha disgustado?Abro así mi torpe intento para dejar constancia de las impresiones que Agua dura me ha dejado.  

 

Todos los que venimos de otra ciudad, esas que no se precian de tener "la mejor agua de España", en particular, esas que tienen lo que se llama agua calcárea, sabemos que se trata de un agua diferente. Lo sabemos más ahora, cuando volvemos para pasar unos días y tus hijos te dicen que ese agua sabe mal, que no es como la de casa, su casa, no tu casa. Para tí sigue siendo la natural, la que tiene cuerpo y no parece un líquido insípido y flojo, también la que echa a perder todas las cafeteras, lavadoras, lavavajillas, todo cuanto esté en contacto con ella durante un tiempo prolongado.

 

 


 

Pues bien, ese agua, la que se invoca desde el propio título del libro, es la que da forma, o deforma a los protagonistas de todos los relatos. Puede decirse que la vida, como el agua, les ha moldeado, ha erosionado todas sus aristas, en unos casos hasta redondearlas, en otros para afilarlas más.

 

Estos son los personajes de Agua dura. En sus relatos, al menos en los principales, cada personaje parece estar en un momento definitivo y definitorio, en un tornaviaje, huyendo de un pasado, llegando allí por causa de ese pasado, no se sabe a ciencia cierta. Pero en todos ellos, cada historia parece condensar una trayectoria vital, al menos un cambio.

 

Estos personajes también gustan de arracimarse en parejas, no necesariamente en el sentido que todos le damos. Dos hermanos, separados por miles de kilómetros o por la laguna estigia en forma de canal holandés, hermanos que heredan una propiedad que les devuelve al pasado o hermanos que tratan de cumplir una venganza que les llama de manera brutal. Siempre hermanos, porque aunque en algún caso no lo sean biológicamente, sí lo son en el mismo modo en que el agua y la roca se hermanan y acoplan sus cuerpos, tan diversos en su naturaleza, sólida, líquida, pero tan duros y resistentes, agua dura que todo lo impregna y que, como decía uno de los glosadores del libro, efectivamente, sigue dejando su efecto erosionador al volver la última página. Porque sí, al final, me quedo en este lado, en el de los arrobados admiradores de Sergi Bellver en este su primer libro, su bautizo literario como él mismo señala en su atento prólogo.

 

En el mismo, señala un origen muy personal de estas historias, una vinculación emocional de la que ningún esfuerzo estético o artístico, debería quedar al margen. Sin embargo, lo personal no debe confundir al lector, quien no debe orientar su lectura a tratar de discernir los elementos biográficos del escritor. Al contrario, debe buscar los propios en esos textos, ya que toda buena obra iluminará aspectos propios que nos eran desconocidos, que no nos atrevíamos a afrontar o que, simplemente, alcanzan una nueva perspectiva desde la voz de otro.

 

Por eso, hace bien Bellver en no desvelar más, en destacar tan solo algunos otros elementos constantes en sus narraciones, como los coches, los animales, sin avanzar lógica o semántica alguna. Al fin, tal como nos dice, alza su copa para que los nuevos lectores podamos gozar de un vino que cree reciclado, tal vez mejorado de su avinagramiento inicial, y acierta. Salud.

 

27 de diciembre de 2021

El peluquero de los Beatles : Una mirada distinta, nunca antes contada, sobre el grupo y su época (Leslie Cavendish)


 

Leslie Cavendish es un joven londinense de origen judío que sueña con el fútbol y las mujeres. Acompañando a su madre a la peluquería siempre admira la suerte de los empleados que tienen la oportunidad de trabajar cómodamente rodeados de clientes hermosas a las que pueden tocar el pelo, susurrar en el oído o merecer sus confidencias más íntimas.


Cuando su amigo, Laurence Folk, le dice que ha entrado como aprendiz de uno de estos establecimientos, Leslie supera su temor inicial a no tener aptitudes para este mundo de mechas, tijeras y lavados, y decide presentar su candidatura. Su opción, inicialmente casual, pero determinante para su futuro, será el establecimiento de Vidal Sassoon. No solo es el salón de peluquería más moderno de la ciudad y al que acuden las actrices y modelos más famosas gracias al nuevo estilo de corte y peinado que aplica el señor Sassoon, sino que este fue vecino y amigo de una tía de Leslie.

 

Armado de confianza con este secreto familiar y con cierto desparpajo e inocencia, afronta una entrevista de trabajo con el responsable de personal de la firma y resulta finalmente elegido como aprendiz. Es en este momento en el que se inicia el nudo central del libro en el que Leslie va relatando el avance de su carrera profesional, pasando de aprendiz a estilista entre anécdotas de famosas actrices y modelos de la época, junto con las severas normas de la casa para atender correctamente a las clientes pero sin importunarlas, sin revelar sus confidencias y, principalmente, sin poder mantener relación fuera del salón, conservando así una profesionalidad que, en ocasiones, exaspera al joven Leslie.

 

De este modo, se va desplegando de manera amable el escenario de los años sesenta, con sus cambios en la moda, la música, las relaciones personales, sexuales, el conflicto con el orden impuesto por los adultos y, también, cómo no, el mundo del tratamiento del cabello: las esponjas hechas a mano, los caros tratamientos revolucionarios para la época y hoy a disposición de cualquiera en la estantería de un supermercado de barrio, etc.


Pero el cogollo de los alegres sesenta en Inglaterra eran los Beatles, también este es el punto central de las memorias de Leslie, y el principal reclamo del libro desde su mismo título y portada.

 


Recién conquistada su condición de estilista, Leslie trabaja a las órdenes de uno de los principales colaboradores del Sr. Sassoon, Norman, quien gusta demorar sus cortes de pelo en una mezcla de detallismo y pavoneo. Esta costumbre abre la puerta a que Leslie pueda atender puntualmente a algunas de las famosas clientes de Norman. Y así, en octubre de 1966 se cuela en su butaca Jane Asher, famosa y bella actriz británica, más conocida por ser la novia en ese momento de Paul McCartney. 


Esta suplencia por un día tendrá grandes repercusiones para Leslie ya que a esta le cae en gracia y en la primera sesión le pregunta si podría pasar por su casa esa misma tarde para cortarle el pelo a su novio. Por razones obvias, este no puede acudir a una peluquería sin causar un revuelo de fans por lo que prefiere ser atendido en su casa. Leslie no se lo piensa y hace su primera visita a la casa de Paul en Cavendish 7, precisamente una calle con el mismo nombre que su primer apellido.


La visita de Leslie llega en el momento en que los Beatles han abandonado las giras para tomarse un descanso. George viaja a la India para tomar clases de sitar, meditación y otras cuestiones espirituales que comienzan a interesarle. Ringo se dedica a sus cosas y John ha viajado a España a rodar una película con Richard Lester. Paul sestea en su casa sin saber a qué dedicar su tiempo libre, después de años de una frenética actividad, lamentando no poder hacer turismo por su fama. Todas estas cuestiones surgen en la breve presentación entre ambos. Leslie queda sorprendido de que el famoso músico comparta sus miedos e inseguridades, en un momento de incertidumbre para la banda más famosa del mundo, con un simple peluquero. Pero, armado de confianza por la amabilidad de Paul, le sugiere un cambio de corte de pelo que le permita pasar más fácilmente desapercibido. 


Así, Lesli comete el crimen de cortar a su gusto una de las cuatro melenas más famosas de su tiempo. Encantado con el resultado, Paul invita al joven a tomar un té mientras le muestra al piano algunas de sus últimas canciones para el próximo disco de los Beatles. Pocos días después, Paul cumplirá su deseo de viajar libremente sin ser acosado por la prensa y sus fans. Alquilando un coche junto Mal Evans, bajará por Francia hasta España. Desde Ameyugo (Burgos) enviará una postal a Ringo con palabras que acabarán apareciendo en Penny Lane,  y desde el avión que le lleva de vuelta a Londres desde Kenia, garabateará junto a Mal Evans, combinaciones de palabras en una servilleta entre las cuáles se encuentran las célebres Sgt. Pepper's lonely Hearts Club Band.   Y todo gracias a un peluquero novato.    


De este modo, Leslie accede al círculo íntimo de los Beatles, es invitado a algunas sesiones de grabación y a las Oficinas de Apple donde cortará el pelo de Mal Evans, Neil Aspinall, Derek Taylor, y, por supuesto de algún otro beatle.

 

La personalidad de cada uno aflora en esos breves encuentros en los que Leslie se pone en faena. Frente a la extroversión de Paul y su deseo de aparentar normalidad en su vida, destaca el silencio y profunda concentración de George o la imposibilidad de John para permanecer quieto, atemorizando siempre a Leslie con la posibilidad de cortar una oreja a su ídolo, que mantiene diversas reuniones de trabajo, llamadas telefónicas, o discusiones con Yoko Ono mientras le cortan el pelo.


Interesante es la percepción que Leslie tiene de Ringo al que no cortará el pelo hasta pasada la disolución de los Beatles ya que Mareen, su esposa, era peluquera y, por tanto, la única autorizada para cuidar de su larga melena. Sin embargo, Leslie logra apreciar la complicada situación de Ringo en el periodo 67-69 en el que su aportación a los discos es reducida dadas sus capacidades musicales frente a la del resto de miembros del grupo e incluso a su discutida calidad como batería puesta en entredicho por Paul quien se dedicaba a darle clases sobre cómo quería que se tocase tal o cual pasaje o que, incluso, llegaba a regrabar las pistas de batería de Ringo cuando éste salía del estudio. Leslie cree ver en esta inseguridad la desconfianza de Ringo ante los extraños que tanto contrasta con su imagen pública de chistoso y animado payaso del grupo. Como Leslie reconoce, al tratar a Ringo tras la separación del grupo llegó a apreciar la liberación que esta debió suponer para el batería que pudo así volver a recuperar su carácter más abierto y confiado.


Leslie participa como peluquero oficioso y actor ocasional en Magical Mistery Tour y se independiza de Vidal Sassoon cuando los Beatles le ofrecen el sótano de una boutique de Apple para montar su propio salón de peluquería Apple.


Respecto a esta empresa que los Beatles organizaron para dar salida a su fortuna permitiendo los más diversos y controvertidos proyectos, Leslie tiene una opinión clara, la despreocupación de los músicos por el rendimiento económico y el interés de muchos por sacarles la mayor cantidad de dinero posible, fueron la clave del desastre de la empresa que trató de llevar a la práctica el ideal hippie de los años sesenta .


Por las páginas del libro también aparecen varias historias que dan cuenta de la persecución de la prensa, algunas de ellas protagonizadas por el propio autor. Otras anécdotas van completando la narración, como la ocupación de la sede de Apple en Saville Road por un  grupo de ángeles del Infierno, que también tuvieron el placer de ocupar temporalmente la casa del pobre Leslie, o el memorable día del concierto en la azotea de Apple, que sería la última actuación en directo del grupo.


El libro, publicado por la editorial Indicios, ha contado con la colaboración de Eduardo Jáuregui para la labor de ordenar y avivar los recuerdos del peluquero, y ha sido traducido por Antonio P. Moya.

 

La candidez del propio Leslie, y su visión algo naif, ofrecen una amena lectura en la que se habría agradecido algo más de coherencia cronológica ya que se dan saltos hacia adelante y atrás, sin quedar claro en ocasiones en qué punto ocurren los hechos .También se echa en falta en algunos momentos alguna mayor precisión en los recuerdos que bien parecen una idea vaga aderezada con información concreta obtenida de cualquier buena biografía del grupo. No obstante,es de agradecer que se haya abstenido de airear detalles escabrosos, revelaciones escandalosas, …, como parece propio del signo de los tiempos para servir de reclamo y mejorar las ventas.

 

En todo caso, la lectura de este libro es amena y ofrece una visión muy humana de los años sesenta desde la perspectiva de este joven del East End que apenas pudo creer la suerte que le alcanzó en su vida como él mismo reconoce y que pone en nuestra mano sus recuerdos y vivencias, una perspectiva nunca antes contada del grupo, como muy bien reza el subtítulo de la obra.

 

 
 
 

 

 

9 de diciembre de 2021

Libertad (David Fernández Rivera)



 

 

Libertad es la última obra de David Fernández Rivera, un autor que ya ha aparecido en dos ocasiones previas por estos lares. Como en los casos anteriores, este libro representa un salto adelante, un desafío, no solo para el lector, sino principalmente para el propio autor, dotado de una valentía y audacia a partes iguales que sabe conjugar con una coherencia desarmante.


Su proyecto literario evoluciona de un modo natural e implacable, llevando a David cada vez a territorios menos transitados, casi inhóspitos, pero que convierte en fértiles para quienes siguen sus pasos en una aventura de la que los que somos fieles lectores gozamos entre el asombro y la extrañeza.


Porque toda la obra de David tiene esa cualidad inclusiva por la que, si el lector renuncia a sus prejuicios y convencimientos, le permitirá abrirse a un arte diferente, uno que puede emocionar y romper, consolar o remover, convirtiéndose así en partícipe de este extraño viaje. Ahora bien, si quien se acerca a estas páginas no se abre en canal a la experiencia, las palabras, los fonemas, las imágenes y partituras se cerrarán como el secreto inquebrantable de los antiguos arcanos.   


Libertad es una obra que aúna diversos tipos de poesía. Así, encontramos poemas verbales, a los que David Fernández no renuncia, acompañados de poesía fonética, visual y de partituras gráficas. Esta variedad en cuanto al modo de expresarse del autor, no hace sino aumentar el valor que la obra tiene a mis ojos y facilitar de un modo más directo e inmediato su delicada poética.

 

 

Poema Visual Agonía - David Fernández Rivera en Peñarroya-Pueblonuevo 

 Poema visual Agonía - David Fernández Rivera en Peñarroya-Pueblonuevo

 


Libertad es el sustantivo que expresa la idea de potencia, de posibilidad, de independencia. Y la premisa de toda libertad, pese a no ser siempre bien comprendida, es la de despojarse de ataduras, de todo lo superfluo que llevamos con nosotros, que acumulamos en forma de experiencias o traumas.  No es libre quien se ciñe a dictados ajenos, quien asume herencias de terceros como propias. Sí lo es quien atesora un pasado y unas circunstancias para trazar con ellas un nuevo mapa según se van descubriendo ensenadas, lagos, cabos o desiertos que una vez cruzados no han de volver a pisarse.

 

La libertad es, por tanto, un esfuerzo consciente de despojo, de desapego, de romper ataduras. En este sentido,Libertad es un claro ejemplo en el que resuena una poética que no se rinde a expresiones convencionales, como ya nos tiene acostumbrados David Fernández en el resto de su obra. Todo lo contrario, Libertad representa un ejercicio de desarbolamiento de la lírica hasta dejarla reducida a un mínimo puro, en ocasiones algo inaccesible.Y es aquí donde radica la esencia libertaria de esta obra, ya que permite aflorar en el lector las más diversas interpretaciones, ecos o emociones, independientemente de las emociones, sentimientos, reflexiones... que haya buscado proyectar el autor en ella.

 

 

En mi caso, hay poemas verbales como “Luto”, que tocan algo profundo, miedos hundidos en el fondo del estómago que David sabe buscar y exponer sin miramientos.  En otros, como "Pisadas" he podido entrever un pequeño camino de rocas por el que se debe transitar entre saltos ágiles y rápidos y solo al concluir, he descubierto los peligros sorteados y he podido reconstruir la ruta completa que me ha llevado hasta ese punto. 

 



El delirio
succiona
el orfanato
hacia la veleta
subyugada
en la retina.

(Fragmento de "Luto" )

Pero la libertad también se refiere, en un segundo sentido, a la forma en que nos conducimos y expresamos. Y es éste tal vez uno de los aspectos más evidentes en este poemario. En las páginas de Libertad se combinan, al mismo nivel, y esto es lo relevante, los textos con las imágenes y los sonidos. 


Dentro de las propuestas artísticas de Libertad, destaca una suerte de partitura coral que se despliega saliendo del libro en una página doble; también merece especial mención el poema fonético “Zashima”, disponible en su registro escrito y recitado por el propio autor, accesible vía código QR, la tecnología al servicio del Arte.

 

David es ajeno al ego de quien pretende atraer a los lectores a su visión no creyendo ésta más verdadera y válida que la de quien se enfrente a sus poemas. Y esta idea tiene su lógica contraparte en el hecho de que la elaboración poética aquí recogida se realiza con la total abstracción del posible destinatario, es una poesía, por tanto, que nace de la intimidad del autor, de sensibilidad extrema. Nos llega sin ese escudo protector, aunque sea inconsciente, de quien escribe con la perspectiva de ser leído e interpretado, nos alcanza exponiendo a su autor de forma directa y descarnada.


Libertad ha sido publicado en 2021 por Amargord Ediciones y desde la portada nos asalta la obra de David mediante el poema visual “Big Bang”. José Luis Zerón Huguet prologa el libro poniendo al lector en contacto con el trabajo previo de David, su talento en campos muy diversos, y también arroja algunas ideas muy útiles antes de enfrentarse a la lectura. Así llegados, al concluir ésta, se abre el interrogante habitual tras todas sus obras, ¿cuál será la próxima frontera que hará saltar por los aires?, ¿cuál será el desafío que, sin duda, asumirá?


No lo sabemos, probablemente tampoco David tenga la respuesta, solo la intuya. Igual que ha abordado lo textual, lo fonético, lo visual y lo sonoro en una expresión única que no renuncia a nada, es posible que continúe por esta vía. El abandono de una lírica más tradicional forma parte del anhelo por buscar nuevas formas de entender lo lírico, de reflejar sentimientos o estados, pero no de un intento forzado de experimentación. Por ello, creo que la evolución de su poética irá respondiendo a las necesidades de expresión y emocionales del propio autor como ha sido hasta la fecha. Pero, sea como sea su próxima obra, en el tránsito siempre podremos revisitar Libertad y sus anteriores libros, sabiendo que en ellos descubriremos nuevas claves que los iluminarán desde diferentes perspectivas. Porque si algo puede definir la obra de David Fernández es que nunca se agota, nunca defrauda.

 

23 de noviembre de 2021

Crimen y Castigo (Fiodor M. Dostoievski)




La Literatura acumula obras clásicas a una velocidad vertiginosa. No solo tenemos las nuevas producciones que se van publicando bajo ese marchamo, sino que nuestra vocación multicultural e inclusiva obliga a una continua revisión del canon existente para “descubrir” obras que quedaron ocultas bajo el peso de otras en el pasado. Así, escritos hasta hace poco considerados menores o marginales pasan al primer plano de los focos gozando de reediciones críticas. Incluso se publican obras completas de autores que apenas trascendieron a su tiempo y lugar. Los reclamos nos llegan de la literatura hindú, la persa, la árabe o la china del imperio Ming, todas ellas, con su enorme e indudable poso y la apremiante exigencia de ser leídas como un acto inaplazable, ya no de disfrute, sino de reparación histórica.

Tal es así, que en ocasiones nos descubrimos con enormes vacíos en nuestras lecturas clásicas de obras antes incuestionables y que ahora pugnan entre otras tantas por ganar nuestra atención. Por eso no es mala idea retomar en ocasiones algunos de estos grandes clásicos para leerlos por primera vez, incluso releerlos.   

En mi caso, el turno ha sido para Crimen y Castigo, escrita por Fiodor M. Dostoievski en 1866, en la edición de Alba (2017), traducida por Fernando Otero que aporta adicionalmente unas muy útiles notas al pie de página para aclarar determinadas expresiones y circunstancias de la época.

Como toda buena lectura, nos obliga a hacer un primer esfuerzo para adaptarnos a un tipo de novela con el que ya no estamos familiarizados. No es que hoy en día no abunden las novelas extensas, todo lo contrario, se puede afirmar que existe un género en el que el libro se vende al peso, con gran éxito de lectores que parecen hacer cálculo del precio al que sale la página. Se trata más bien del ritmo y cadencia del devenir de la trama, sin la urgente necesidad de que algo ocurra o esté a punto de suceder para atraer la atención de un lector siempre presto a abandonar la lectura por cualquiera de las demandantes e innumerables alternativas lúdicas a nuestro alcance.

Aquí es donde destacan las obras de los grandes autores rusos o muchas otras del siglo XIX en las que el argumento se despliega de manera cadenciosa, sin inesperados quiebros y sin importar que casi desde un inicio, el lector pueda intuir cuál será el final. Lo importante es, por tanto, el devenir del argumento, el desarrollo de la trama, la construcción de los personajes o las descripciones exhaustivas que tanto nos contrarían hoy en día.

Rodión Raskólnikov es un estudiante arruinado que decide asesinar a su prestamista y usurera en el convencimiento de que no hace sino un acto de justicia al extirpar del cuerpo social a un ser despreciable, especialmente frente a la muy alta consideración que tiene de sí mismo, de sus méritos y altura moral, pero muy por encima de todo, de la exigencia de que todo esto le sea reconocido como evidente.

Este crimen, sin embargo, le generará una serie de remordimientos y frenesíes psíquicos, un continuo torbellino de sentimientos que le hacen enfermar poniendo en peligro su vida. En medio de esta tortura, tiene que enfrentar el inminente casamiento de su hermana con una persona a la que no ama y, al tiempo, conoce a Sofía, una joven que debe prostituirse para poder sacar adelante a su familia, cuyo padre no hace otra cosa que gastar en vodka el poco dinero que entra en casa pero que, pese a la deshonra que la acompaña confía en la bondad divina y en la posibilidad de la expiación y la salvación de las almas.

Dicho así, no parece mucho para más de 600 páginas, pero lo cierto es que, poco a poco, el lento desplegar de todas estas piezas nos va atrapando, cayendo en la trampa de Dostoievski, sorprendidos tal vez de que una historia tan alejada de nuestro tiempo, sensibilidad y convicciones, pueda hacernos reflexionar como a cualquier lector ruso contemporáneo del autor. Porque esto es el verdadero signo de un clásico, el poder interrogarnos y cuestionar nuestras firmes convicciones con la misma fiereza y vitalidad que la que tenía cuando se escribió.

Porque el protagonista, tras cometer su crimen, comienza a ser corroído por sus remordimientos hasta hacerle enfermar. Su arrogancia le hace frecuentar a los investigadores del asesinato, tentando así al azar o a que cualquier palabra o acto le traicione, todo ello sin que el sentimiento de culpa deje de desplegar sus terribles efectos pero pugnando en todo momento con ese sentido de superioridad moral que parece justificar la muerte de quienes se interponen en el camino de aquellos cuyo destino ha sido juzgado como más elevado.

El comportamiento del joven se torna errático, imprevisible, y quienes le aprecian sienten temor por su salud física, pero fundamentalmente mental, muchos creen que ha enloquecido. Es esta lucha entre su conciencia y los motivos, supuestamente éticos que le impulsaron al crimen, lo que forma el nervio central de la novela. Sobre esta dicotomía que ya anticipa el título de la obra, Dostoievski elabora tramas secundarias pero siempre directamente relacionadas de un modo u otro con el protagonista de manera que no termina por haber un solo personaje que no juegue un papel en estos cruciales días de Raskólnikov.

Crimen y castigo inspiró a Kafka en la escritura de El proceso, hasta el punto de replicar casi de manera milimétrica determinadas escenas. Para el escritor praguense, Crimen y castigo representaba lo que la Literatura debe hacer, morder con saña al lector, asaltarle y dejarle totalmente indefenso y expuesto.         

Y es así como esta obra aún nos interpela hoy en día. ¿El crimen, la corrupción o la maldad tienen su perverso efecto, más allá de la justicia legal, la expresada por los hombres en sus códigos? ¿Solo el arrepentimiento sincero puede romper esa mancha que se extiende por todo nuestro ser? ¿Existen motivos, personas, por encima de dichos códigos, más elevados, merecedores de un tratamiento especial o todos estamos sometidos a esa extraña ley no escrita pero grabada a fuego en el alma de los hombres? ¿Es esta idea aplicable no solo a individuos concretos o también puede servir para grupos sociales, incluso naciones? ¿Es la razón de Estado un fin superior que debe imponerse a los ciudadanos a cualquier coste?



Parece que la realidad que nos asalta desde los campos de fútbol, los reality show, o los sorprendentes ingresos millonarios de youtubers en una perpetua preadolescencia desmienten la tan manida idea de que el trabajo, el esfuerzo, el bien, la educación, todo ello termina por dar sus ricos frutos. No pensamos ya así, no creemos que el buen comportamiento nos haga mejores, ni que el mal termine por volverse en contra nuestra. No son muchos los ejemplos que así lo acrediten, al menos no son los que se nos muestran sin decoro. Pero sabemos que bajo esa máscara de fatuidad y vacío, de aparente falta de conciencia, de escrúpulo, la vida sigue su curso, que nuestros hijos siguen recibiendo el mismo mensaje de sus padres, que nuestros amigos y conocidos se conducen conforme su conciencia.

Porque el final de la novela parece dar a entender que el castigo redime al criminal, que los buenos y santos sentimientos de Sofía sacan a Raskólnikov de su impudicia. La mayoría de las reseñas y comentarios nos hablan del valor del amor como símbolo de la redención de los hombres en la figura de estos dos atribulados personajes. Pero también pudiera ser que Raskólnikov ha sido vencido, que no ha tenido el valor para afrontar hasta sus últimas consecuencias su responsabilidad y forzar así sus razones.

El autor me parece algo ambiguo en este punto, no creo que el final sea evidente y tan literal como se nos hace creer. Quizá de lo que nos quiere advertir Dostoievski es de que su protagonista no se salió con la suya, que su teoría quedó sin evidencia, pero que hemos de estar alerta, que vendrán otros que tratarán de hacer lo mismo, de creerse por encima de las leyes morales. Alerta en aquellos tiempos de zozobra y agitación social de una Rusia que caía por el precipicio, tentada en ocasiones por sus santones ortodoxos o por sus sectas extremistas, un panorama que desembocaría en la Revolución. Pero Dostoievski no lo vería, escarmentado como estuvo de todas las conjuras clandestinas que le llevaron a su encarcelamiento y posterior simulacro de fusilamiento, visitó también Siberia y encontró en la tradición y fuerza del espíritu ruso la esperanza que antes había buscado en los movimientos anti zaristas. Tal vez parte de esa redención quedó reflejada en Crimen y castigo, tal vez esa obra sea el equivalente en ficción a su travesía personal.  

Sin duda, el excesivo dramatismo a nuestros ojos de los personajes de Crimen y castigo les aleja de nosotros. Pero el fondo de sus tribulaciones, la lucha contra sus tentaciones o el juicio que merecen cuando caen en ellas puede ser una reflexión oportuna, relevante, porque nada que nos ocurra, pese a nuestra presunción y egolatría, es original, todo ha ocurrido ya y cualquier solución está testada, en la realidad o en la ficción.


 

7 de noviembre de 2021

El regreso de Abba (Marc Ros)



Sidonie es un grupo con una larga historia que comienza en 1997. Por aquellos días, sus conciertos eran realmente animados, salían al escenario con unas enormes cabezas de gato, o eso recuerdo, y su energía era formidable. Gracias a ellos ví por primera vez tocar un sitar en directo y sentir que la música aún conservaba ese aire festivo y desenfadado que en aquella década se le había querido arrebatar. Sus tres miembros cometían la osadía de reír en el escenario, jugar con todas sus referencias musicales sin vergüenza ni culpabilidad.


Su evolución solo ha ido dejando pruebas de su talento en los más diversos territorios musicales por los que se ha movido. Abandonaron el inglés como lengua vehicular con notable éxito, homenajearon a la música de los setenta, las corrientes electrónicas, el pop más convencional, todo sin perder ese elegante y juguetón gusto por la melodía, las armonías, los riffs clásicos, los ritmos fascinantes o las líneas de bajo excitantes como pocas.


Su cantante y compositor, Marc Ros, ha venido dando muestra de su talento para recoger en las breves palabras que tienen cabida en los versos de una canción, de su capacidad para retratar su tiempo, reflejar impresiones duraderas y, en todo caso, dejar un regusto no vergonzante.


Por eso no es del todo sorprendente que haya dado el salto a la novela como vehículo de expresión. El mismo autor asegura que en una canción no hay tiempo para que los protagonistas puedan cambiar las sábanas de la cama. Contar esto requiere de una extensión y una estructura que lo acepte, que permita desarrollar un argumento con una multitud de imágenes, de escenas de transición que ofrezcan esa impresión de continuidad que construye un todo coherente en la mente del lector, un efecto totalmente diferente al de una canción en la que, casi como en la teoría del iceberg de Hemingway, es más lo que no se dice que lo que se expresa.

 

El regreso de Abba (Suma de Letras, 2020) es el fruto de este movimiento de Marc Ros fuera de su ámbito de confort y se enfrenta a un deseo que seguro llevaba en su interior hace mucho tiempo. Marc Ros asegura ser un crítico musical frustrado, pero lo cierto es que desde el propio nombre de la banda, Sidonie, las influencias literarias se cuelan casi al mismo tiempo que las musicales en sus discos. Por tanto, es seguro que la semilla viene de un tiempo muy atrás.


Seguramente este libro contará con muchos escépticos que lo tomarán más por un capricho del que la editorial se hace cómplice, con la esperanza de asegurarse unas ventas mínimas gracias a los fans del grupo. Pero, como cualquier libro, hay que juzgarlo por sus méritos y no por el origen de su autor. No vamos a recordar a estas alturas que hasta la Academia sueca ha reconocido a Bob Dylan como referente literario, desde luego no por Tarántula o Crónicas, sin restarles méritos a ambas obras. No neguemos, por tanto, y asumo lo polémico de la afirmación, que la composición de música y letra en forma de canciones es un mundo ajeno al literario.


Pero entremos ya en El regreso de Abba. Estamos ante una novela ambientada en Cadaqués y su maravillosa costa y entorno, que actúa como un personaje más, con su pasado hippie vibrante, su atractivo para todo tipo de artistas, su mágica luz o su irradiación de fuerza ancestral.


Allí se recluyen los otros tres protagonistas de la obra. Abba, una joven promesa de la canción pop que ha alcanzado un notable éxito. Hugo, cantante y letrista del grupo Televisores Rotos, una especie de contrapunto underground a la banda de Abba. Doménech, un prometedor realizador que aún no ha llegado a filmar nada que realmente le aleje de esa maldición consistente en ser una promesa que nunca llega a germinar y que, siendo algo mayor que los otros dos, aportará una perspectiva diferente al cóctel que pronto se agitará sin tregua.


Porque el confinamiento en tan remoto lugar viene forzado por un compromiso con la discográfica común a los dos jóvenes que ha visto un filón en una colaboración reciente entre ambos y que quiere explotar el éxito lanzando un álbum completo, cuyo proceso de composición y grabación será registrado por Doménech para lanzarlo al tiempo que el disco, a modo de un proyecto Get Back actualizado.

 


 

 Pero las cosas no comienzan como es debido, y al igual que en el proyecto hermano de Apple, las disparidades de carácter hacen tambalear cualquier efecto sanador que el entorno podría concitar. Abba, anfitriona en la casa de sus padres que solo recientemente ha vuelto a visitar, no parece encontrar un equilibrio entre sus dudas y flaquezas y su creatividad. La ruptura reciente con su pareja no hace sino traerle más incertidumbre y desorientación, un sentimiento de derrota e inasequibilidad.

Doménech, también camina por un terreno minado. A punto de ser padre, refugiado hasta el momento en una inmadurez perpetua, hijo de una generación de drogas y buen rollismo que le ha alejado de todo tipo de responsabilidades, incluso por su propia vida, se siente inseguro de poder llevar adelante el proyecto que le han encomendado y de, como diría Groucho Marx, despejar definitivamente las dudas sobre su escasa valía como director.


Pero es Hugo, y esto es totalmente subjetivo, el personaje más interesante de todos. En un punto de su carrera profesional confuso en el que se plantea romper con su banda, es consciente de que sus prejuicios y miedos le aferran a una repetición continua y vacía de ritos que ya nada le aportan. Llegó a la música y a los Televisores Rotos solo por una serie de estrambóticas casualidades y fuera de esa red protectora parece no saber manejarse, al igual que tampoco parece saber manejar sus adicciones.


Definido el triángulo, no piense el lector que se abrirá un romance a tres bandas, la novela evita cuidadosamente esa peligrosa tentación. Por contra, se centra en la relación de estos tres individuos y el modo en que se enfrentan, discuten o argumentan, el modo en que se influyen recíprocamente y la manera en que, finalmente, encuentran su equilibrio y sentido, no siempre como cabría esperar en un principio.


Porque éste es el eje de la novela, las conversaciones, los diálogos interiores, las escenas como disculpa para poner de manifiesto diversos ángulos que el autor quiere destacar o poner en evidencia. Y en esto se muestra como un eficaz escritor. No es fácil sostener una escasa trama argumental con el mero juego entre tres personajes sin caer en la repetición o el hastío, sin tener la sensación de que gran parte de lo leído se repite o no aporta nada a la comprensión global de la historia. Antes bien, Ros sabe manejar los tiempos y no llega nunca al aburrimiento. Sabe ir mostrando leves cambios en sus personajes, una ligera adaptación al entorno, a las visiones de los otros, al proceso que están viviendo; un cambio que, como lo son en la vida real, apenas resultan perceptibles, apenas parecen dejar huella, pero van conformando nuestro devenir y madurez.


Esta ambivalencia es usada por el autor al publicar junto con Sidonie un álbum que, al modo de discos conceptuales de otro tiempo, presenta canciones, a veces cortinas ambientales, a veces diálogos tomados de la novela. Según se entiende, la lectura del libro puede ir acompañada de esta especie de banda sonora como complemento y añadido. Sin duda, las canciones añaden perspectiva a lo narrado, ofrecen buenas muestras de una sabiduría compositiva y una riqueza y variedad de estilos que, por otro lado, ya nos era conocida.  Es obvio que, en todo caso, libro y disco son plenamente independientes. Tal vez el autor encuentra una red de apoyo en la conjunción de ambos proyectos, uno en tierras conocidas, otro en arenas movedizas. Pero esta apuesta, haya tenido o no este cometido, no debe ser un recurso a futuro si el compromiso del autor con la literatura es sincero, como así parece.

 

Marc Ros asume un gran riesgo al trabajar sobre un mundo que conoce el de la música. Si bien, puede resultar más sencillo hablar de lo vivido, de aproximar la novela a un modo de reflexión autobiográfica en un ejercicio de desdoblamiento en los tres caracteres antagónicos. Lo cierto es que corre el peligro de desviar la atención del lector que conozca su faceta musical, de que éste se dedique a conjeturar sobre qué de real pueda expresar cada personaje, a qué experiencias del propio Ros responde cada una de las escenas. Y sería una pena que así fuera leída la novela, ya que por sí misma, ofrece un dinamismo y una coherencia interior que te ata a sus páginas.


Marc Ros no es ingenuo por lo que debe ser consciente de que, al igual que Doménech, necesita otra obra que confirme su valía como escritor, que este éxito no le será reconocido en tanto no tenga continuación. Por el momento, El regreso de Abba es una excelente novela y, al igual que una canción es memorable si se puede tararear, si te viene a la cabeza sin más, por el mero placer de oírla de tus propios labios, una novela lo es si sus personajes te visitan una vez cerrado el libro, si te acompañan sus pensamientos o sus palabras aún días después de concluir su lectura. Así es mi caso, así es El regreso de Abba.