6 de septiembre de 2022

La isla del tesoro (Robert L. Stevenson)

 


 

En algún lugar leí que La isla del tesoro es un libro que admite lecturas diferentes según se va creciendo. Desde la simple aventura juvenil en la que el lector se identifica con el grumete Jim y su sed de vivencias, a la senectud donde uno puede medir sus ansias de vida con la libertad de Long John Silver.

Armado por estas razones, y por las ganas de disfrutar nuevamente de este gran libro, vuelvo a abrir sus páginas y a zambullirme en las aguas oceánicas en busca de la isla del esqueleto, con el magnífico, aunque algo impreciso y macabro, mapa del tesoro y acompañado por una tripulación formada a partes casi iguales por bucaneros asesinos y prohombres que pasean con orgullo la enseña británica.

Poco sentido tiene repasar el argumento de esta novela ya que casi todo el mundo la habrá leído, en mejores o peores versiones, o en todo caso, visto alguna de las numerosas películas que se han rodado sobre la base de un guión adaptado de la obra de R. L. Stevenson. Por ello, comenzamos las reflexiones sin más.

Y la primera de ellas surge nada más iniciada la obra. El pequeño Jim Hawkins se apropia del mapa del tesoro de la isla al tratar de recuperar el dinero que le debe a su madre, por los gastos de hospedaje, el capitán Billy Bones, recién fallecido tras recibir la Marca Negra. Jim muestra el mapa al doctor Livesey y éste al caballero local, un pequeño terrateniente con algún cargo administrativo para dar lustre a su bajo título nobiliario.

Y ni cortos ni perezosos, arman una goleta, La Española, contratan a un capitán y a una tripulación para partir en busca del tesoro y repartirlo como buenos hermanos. El tesoro parece haber sido enterrado en la isla por el temible capitán pirata Flint y, por tanto, no parece tener un origen lícito. Y sin embargo, no se plantean que tal vez el mismo deba ser devuelto a sus legítimos propietarios, al gobierno de Su Majestad o a quien corresponda. Tampoco se plantean que si el chico encontró el mapa, a él le corresponde el tesoro. Sin más, entienden que, como el fruto de la tierra, está ahí para tomarlo.

Supongo que los estudios jurídicos me delatan pero las preguntas continúan porque, por desgracia para estos supuestos buenos hombres, la tripulación contratada es, en gran medida, el resto superviviente de los compañeros de peripecias de Flint, encabezados por su contramaestre, el tullido Long John Silver y su loro parlante, también llamado con fina ironía Capitán Flint. Así que los piratas navegan rumbo a la isla con la misma intención que los rectos hombres, la de apropiarse de un tesoro que, en puridad, les pertenece tanto como a Jim y sus compadres. No sabría decir quién es más pirata aquí.

Y como siempre ocurre, el joven Jim crece en las pocas semanas que dura el tiempo de la narración, madura como persona aprendiendo de cuantos le rodean. En él surgen los sentimientos de nobleza y lealtad, los del esfuerzo y el heroísmo, pero también la extraña dualidad que habita en todos nosotros, el que un tremendo bribón como Long John Silver, pueda protegernos y amarnos como si fuéramos el hijo que nunca tuvo y, al tiempo, ser objeto de devoción, como la figura paterna que Jim necesita, igual que cualquier huérfano novelesco que se precie.

 

 

 

La personalidad de este joven Jim es otro de los enigmas, un personaje bien construido puesto que podemos aventurar sus dudas y cavilaciones sobre su propio papel en toda la trama, o su relación confusa con el pirata. Y es que la llama de la libertad, tal vez unido a los efectos de los alisios le hacen cometer locuras como huir del fortín y tratar de arrebatar la goleta a los piratas, aventuras de las que sale con vida tan solo gracias a la magnanimidad del autor. Pero en todas ellas late profunda, apenas reconocible, la semilla plantada por el alma indómita de Long John Silver.

Pero volviendo junto al caballero, al doctor y el capitán que han contratado, que se muestra tan honrado y leal como ellos, nos asaltan nuevos interrogantes. Cuando regresan a la goleta, con el tesoro a buen recaudo, y zarpan junto a Long John Silver, con la promesa tácita de procurar no denunciar sus fechorías, volvemos a estar ante otro acto arbitrario. Es cierto que parecen necesitar del pirata para completar la escasa tripulación que les lleve a puerto seguro, pero realmente, ¿no están encubriendo todos los crímenes cometidos en este viaje?¿No manchan sus manos con la sangre de todos los muertos?¿No se condenan a ellos mismos por no entregar a la Justicia al contramaestre de Flint?

Más aún, ¿realmente se sorprenden cuando el pirata escapa una noche del barco, atracado en un fondeadero de la América Española? ¿Esperaban otra cosa? Al fin, y como siempre suele suceder con este libro, todos los personajes resultan algo maniqueos, simples, previsibles hasta cierto punto, pero el que concita todas las simpatías, el que se aferra a la vida y a la libertad como ningún otro, el que tiene claras sus lealtades (siempre a sí mismo) es el pirata de la muleta.

Y es este Long John Silver quien ha perdurado, junto a su loro, como el icono permanente de la obra, la referencia que llegó incluso a estar a punto de nombrar a los Beatles, cuando John Lennon, dio por bautizar a su grupo antes de saltar a la fama con el extraño apelativo de Long John and The Silver Beatles. Es la referencia de una maldad que puede desdoblarse en dulzura sin que uno llegue a saber nunca realmente cuál es el verdadero aliento que le impulsa, cual es el auténtico sentimiento del pirata. Porque, si Long John hubiera nacido en otra cuna, en la del caballero, por ejemplo, ¿habría cambiado la novela?¿Habría sido tan recto como aquel?¿Tan amante de su patria?

Creo que a este Long John Silver le es de aplicación la canción del ron que este libro ensalza como canto pirata por excelencia.

Quince hombres con el cofre del muerto,

ja, ja, ja, ja, y una botella de ron.

Pero creo que también le habría gustado poder cantar otra canción de piratas, la que escribió Espronceda reflejando todo el aire de libertad que tan bien encarna nuestro pirata cojo.

Que es mi Dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.  

Y es esta conexión con el Romanticismo la última reflexión que me evoca ésta mi última lectura del libro por el momento. Aunque el libro se publicó inicialmente por entregas en 1881, cuando ya las modas románticas habían dejado paso al realismo, lo cierto es que este libro refleja como pocos ese ansia de libertad, ese enseñoramiento de uno mismo, la capacidad de elegir nuestro destino aún a costa de tener que escapar de la realidad confortable que nos acoge y adormece. Tal y como hizo Stevenson, en una peregrinación constante para alejarse de la fría Escocia, siempre por supuestos motivos médicos, siempre con un afán de forjar su propia voluntad.    

La edición imprescindible de La isla del tesoro siempre será para mí la de Anaya, con su increíble croquis de La Española y las denominaciones de todas sus partes, velas, palos y trinquetes. También con su magnífico mapa del tesoro y, en esta última edición que he manejado, con un sorprendente epílogo a cargo de Santiago R. Santerbás, cuya lectura recomiendo encarecidamente. La traducción a cargo de María Durante sabe respetar el habla tabernaria y marinera de los piratas, pero también el estilo redicho y engolado de los buenos caballeros.

 

Porque La isla del tesoro es la obra perfecta de aventuras, la que resume todos los elementos que hoy atribuimos a este género. Todos sus elementos son tan clásicos que uno, cuando la lee por primera vez, casi no es consciente de cómo ha moldeado la imagen que tenemos sobre los piratas, que todos llevan un loro en el hombro, que beben ron, que entierran tesoros para luego recuperarlos en mejor momento si es que nadie se les adelanta.

Es seguro que Stevenson tomó todos estos elementos de obras ajenas en la misma proporción que de su propia inspiración, pero de toda esa mezcla supo extraer un fruto perfecto, una narración que pervive como referencia absoluta de los libros que leímos siendo jóvenes. Por ello, no está de más revisitarla para descubrir que el Stevenson que la escribió ya tenía algunos años encima y que, como Long John Silver, su huida hacia adelante que le llevaría a los Mares del Sur no era otra cosa que la búsqueda de la libertad, de su inspiración, y de todo eso que le está vedado comprender a un joven. Así que la voz de un maduro Stevenson se nos abrirá con facilidad desde una lectura algo más madura, no mejor, solo diferente.

 


 

 

 

24 de agosto de 2022

Mis gatos y otros familiares (Etología Felina / En la mente de un gato / En la mente de un perro)


 


Los gatos llegaron de la Protectora hace poco más de un año, con apenas dos meses de vida,  algo desconcertados, y pronto se hicieron con su nuevo hogar. Se supone que el primer día tienen que estar en un ámbito más reducido, pero a los diez minutos, Bombón se había escapado de la habitación y había recorrido parte de la casa. Cotton, por naturaleza más reservado y miedoso, solo se atrevió a salir algo más tarde, y siempre volviendo cauteloso a su zona conocida ante cualquier ruido o sorpresa inesperada.

Este carácter se ha mantenido durante muchos meses aunque ahora, Bombón ha desarrollado algún tipo de problema, tal vez de origen congénito, que le ha sacado un poco de este mundo, de su mundo de gatos. Ya no juega a cazar, no juega con su hermano, come poco y solo conserva su manía de subirse a todas partes buscando olores y comida que tiene prohibida.

Pero nada de esto ha cambiado las lealtades que se forjaron desde el primer momento. María, con siete años, dulce y cuidadosa, pronto se apegó más a Bombón, el más alegre y saltarín. Pero ahora que ya no salta, es la que sigue abrazándole más, llevándolo a su habitación cuando queda horas parado sin moverse. Y él se lo agradece subiendo a su cama cuando llega la hora de dormir, o quedándose gran parte del día debajo de la misma o en la alfombra, mirándola jugar. Y no importa que le haya mordido algunas veces o que no siempre controle sus uñas. Ella siempre se lo perdona, lo que no tolera de su hermano lo admite sin rencor de Bombón.  

Por contra, Pablo con sus doce años, más nervioso e inquieto que su hermana, pero también más reservado y tímido, pronto se identificó con Cotton, con su reserva gatuna. Ambos leen juntos o juegan a la consola. Pablo le abraza mientras ve la tele y Cotton se deja llevar a todas partes como si fuera un peluche y esto no parece importarle mucho.

Dos hermanos que juegan con dos hermanos, con los caracteres algo intercambiados, parecen una buena combinación de la que todos sacan partido. Pablo ha aprendido a ser algo menos brusco y a pasar más tiempo sentado sin removerse en el sofá como si le dieran descargas eléctricas para que Cotton no se aleje. María ha superado todos sus escrúpulos a los olores, la suciedad y demás. Limpia las babas que a veces le caen a Bombón y no le ha importado que alguna vez haya vomitado o dejado excrementos en su habitación.


 

 

Etología felina: una guía básica sobre el comportamiento del gato (Ed. Amazing Books) es un buen libro para poder resolver muchas dudas prácticas sobre gatos. Qué arenero emplear, recomendaciones sobre alimentación y juego, cómo combinar a dos gatos de diferente camada en la misma casa o dónde colocar los cuencos de agua. Temas médicos y comentarios sobre la historia y biología del gato. Un pequeño compendio construido sobre sus cuarenta y siete capítulos organizados en forma de preguntas donde uno puede encontrar pistas y consejos útiles o simplemente dejar pasar sus páginas y maravillarse por las coincidencias que aprecia entre lo leído y sus felinos, o todo lo contrario.

El libro puede leerse de corrido, logrando una visión completa de lo que es imprescindible conocer, pero también funciona gracias a su estructura, como un buen manual de consulta y ayuda ante necesidades o curiosidades concretas.

Rosana Álvarez Bueno es una veterinaria que lleva muchos años dedicada a ver en sus pacientes los efectos de los humanos sobre sus mascotas, incluso de otros compañeros de profesión sobre los animales que se supone que deben sanar. Por ello, propone unos nuevos protocolos para la estancia del gato en las clínicas veterinarias y los propios procesos más complicados de hospitalización o intervenciones. Cada vez que Bombón vuelve de una visita al veterinario comprendemos perfectamente qué quiere decir.

 

 

Una visión radicalmente distinta es la que ofrece En la mente de un gato (Ed. RBA), de John Bradshaw, un biólogo que ha consagrado su trabajo a la observación de felinos desde una perspectiva científica y que asegura haber aprendido más sobre los gatos estudiando su evolución y los innumerables estudios biológicos sobre los mismos que de su propia relación con ellos, a los que adora y entre los que vive. Sus colaboraciones en la BBC, The Guardian o varios documentales disponibles en YouTube son una prueba de su competencia en este campo.

De ahí que su libro no pretenda ser un manual para dueños de gatos sino para quien desee conocer a estos animales desde una perspectiva biológica y evolutiva. Porque los gatos domésticos tienen en sus genes dos tendencias cuya combinación les ha traído a nuestro lado después de una larga evolución. Pese a que en origen, el gato salvaje es un cazador solitario, las primeras aglomeraciones de humanos, iniciado el Neolítico, y los depósitos de excedentes de granos, trajeron consigo las plagas de ratas, ratones y otro tipo de roedores que ponían en peligro la subsistencia de la comunidad. Pero quienes comen nuestra comida, eran a su vez plato del gusto de estos felinos que veían aquellos graneros primitivos como un modo más sencillo de garantizarse la ración diaria de proteínas.

El acercamiento al hombre tuvo lugar en gatos salvajes con un peso menor de su tendencia "antisocial" y, de hecho, solo los gatos menos temerosos del hombre y menos agresivos con éste fueron los que terminaron por ser tolerados por aquellos primitivos agricultores. Y de aquí nace, tras una larga evolución, ese gato doméstico que conserva ese instinto para la caza, que es lo que le hace útil para el hombre, y esa tendencia a socializar con nosotros, que le permite ser aceptado en nuestro círculo.

Como señala el autor, la más reciente tendencia a castrar a nuestros gatos puede llevar a que en el futuro el "gen" de esa sociabilidad pueda convertirse en recesivo y que los gatos callejeros, más esquivos, menos sociales por carácter o circunstancias, desarrollen más ampliamente el gen de la caza, es decir, el proceso inverso al de la domesticación.

Por otro lado, es sabido que cuando un gato doméstico se cruza con un gato salvaje (no callejero) engendra camadas de gatos que tienen un marcado carácter de gato salvaje, poco de doméstico, es decir, que en los pocos miles de años del proceso de domesticación, estamos aún en un momento intermedio. Todo diferente al perro, cuya domesticación puede remontarse al Paleolítico y, por tanto, lleva un proceso de acomodación al hombre a cuestas infinitamente superior.

Pero esto es una de las cosas que más nos atrae de los gatos. Ese carácter reservado e indiferente, esa mirada displicente que nos dirigen dejando claramente a las claras que nos toman por meros sirvientes suyos, ocupantes de su territorio de caza, tan solo levemente tolerados por ellos. Y por eso nos encanta ver cómo saltan a por sus juguetes y se retuercen en el aire y cómo caen perfectamente, elásticos y ágiles. Cómo andan orgullosamente, con sus andares que les emparentan claramente con los leones o los leopardos, tan solo levemente diferentes en tamaño. Por eso tal vez, Cotton y Bombón sientan especial gusto en ver escenas de documentales sobre grandes felinos.

Porque, finalmente, cada gato es un mundo, como lo somos cualquiera de nosotros. Los gatos tienen buenos y malos días. Momentos en los que les apetece jugar, y en los que Cotton juega como si fuera un perro a traer una pelota de felpa a nuestros pies y a lanzarse de nuevo a por ella cuando la arrojamos lejos. Claro que, lo hará siempre y cuando le dé la gana y durante el tiempo que le plazca. No tendrá empacho en dejarte plantado con cara de idiota cuando lances la pelota por octava vez y, sin tan siquiera mirarla, se gire y se vaya de tu lado. A esto algunos lo llamarían asertividad, otros egoísmo, pero a nosotros nos encanta, es como si dijera, juega tú solo que ya he perdido bastante tiempo contigo. ¡Qué carácter!

Este libro nos habla de aquellos rasgos que han sido premiados por la evolución por ofrecer algún tipo de ventaja hasta tener el gato tal y como lo conocemos hoy en día, si bien, el último capítulo, sobre el gato del futuro, plantea un mar de interrogantes, de posibles vías de evolución y de apuestas que ninguno de nosotros tendrá oportunidad de verificar porque es un destino que se forja día a día pero que se aprecia solo en la perspectiva de los siglos.

Bombón grita desde una habitación del fondo y llegamos corriendo. Cotton está también gritando encima suyo, al principio creemos que están peleando aunque sería la primera vez que vemos algo así, pero pronto comprendemos que Bombón está vomitando entre grandes dolores. Cotton tan solo le acompaña e imita su ruido o trataba de avisarnos. Les separamos e intentamos ayudarle y limpiarle. Llevamos a Bombón al baño para que esté más tranquilo mientras limpiamos y Cotton se sienta al lado de la puerta, como si vigilara, por curiosidad, por preocupación. Cada vez que pasamos, nos maúlla y mira como diciendo, que mi hermano está ahí dentro, no le hacéis caso.

Cuando le dejamos salir, está más tranquilo y ambos se miran y Cotton le asea como solo los gatos saben hacer. María y Pablo quedan algo más tranquilos, pasó el susto y a nadie le importa que hayan quedado restos de vómito en la alfombra, de caca por el camino y que tal vez Bombón no tenga ahora el mejor perfume del mundo pese a que le hemos limpiado del mejor modo posible. Ellos solo saben que tienen los mejores gatos del mundo y yo la mejor camada.  

 

 

 

PD. En la mente de un perro (Ed. RBA) de Alexandra Horowirz es otro libro que aborda para los perros un planteamiento similar que el visto para los gatos. En este caso, la autora combina sus experiencias personales con su perra y su labor profesional como psicóloga. Como aún no tenemos perro, tal vez su lectura me haya resultado menos interesante, al menos, me he sentido menos implicado, menos tentado a reflejar lo experimentado con lo leído que en el caso de los gatos, pero todo está por llegar.


 

15 de agosto de 2022

McCartney, la biografía (Philip Norman)


 

 

Philip Norman tiene una dilatada dedicación al periodismo musical desde 1964. En los años sesenta, trabajó en diversos periódicos cubriendo el auge del rock inglés y su expansión por el resto del mundo. Sin embargo, no fue hasta 1981 que su nombre saltó definitivamente al público general gracias a Shout!: The Beatles in their generation, tal vez la primera obra que, once años después de la disolución del grupo, afrontaba el reto  de revisar con rigor y documentación la historia de la banda, tratando de hacer balance de sus logros y fracasos en un momento en el que las nuevas tendencias musicales parecían muy alejadas del legado que dejaron en 1970.

 

Esta obra tuvo una gran trascendencia y, sin duda, abrió la puerta a infinidad de títulos que trataron de abordar la misma tarea desde perspectivas complementarias, como los aspectos financieros de Apple, los chismes más íntimos, su vida en Hamburgo y otras tantas historias que escapaban de la edulcorada mirada pública que el cuarteto había recibido hasta la fecha.

 

Shout! vino a cubrir lagunas de conocimiento que apenas atisbaba la, hasta la fecha, única biografía semioficial de la banda, publicada en 1968 por Hunter Davies y que, por tanto, se acercaba más a una versión dulce que no pudo adentrarse en el proceso de descomposición de la banda que comenzó a dibujarse poco antes de la publicación del volumen.

 

Entre los méritos de Norman, figura el de establecer hechos irrefutables y el de avanzar diversas ideas que, precisamente apenas un año después del asesinato de John Lennon, pocos podrían atreverse a discutir: el verdadero y casi único talento de la banda era el idealista de las gafas del Ejército de Salvación. Las aportaciones del resto no eran sino adornos, artificios que edulcoraban en parte la rabia y genialidad de Lennon.

 

Atrapado por el magnetismo de su figura, Norman dio un nuevo paso en 1990 publicando una biografía, pocos discutirán que prácticamente la definitiva, sobre John. En ella continuaba ensalzando su talento y genialidad en un esfuerzo por mitificar la figura del músico que había ido perdiendo algo de fuste a lo largo de la década de los ochenta en la que el peso de obras como Las muchas vidas de Lennon de Albert Goldman, habían dejado reducida a un guiñapo en manos de la omnisciente Yoko Ono.

 

Si bien, estos antecedentes le colocaban en una excelente posición para publicar una obra similar sobre Paul McCartney, lo cierto es que le llevó bastantes años decidirse a dar el paso. En primer lugar, su visión sobre los Beatles y Lennon y el papel secundario que atribuía a Paul hacía que careciera de sentido dedicar largos años a una labor de investigación y escritura sobre una figura que no parecía merecerlo. De otra parte, y esto es aún más interesante, escribir una biografía sobre cualquier personaje sin poder acceder a las confidencias, opiniones o fuentes de su círculo más íntimo, no parecía una buena idea. Y esto es lo que temía Philip Norman. Su desprecio a la figura y obra de Paul había hecho crecer una pared imaginaria pero muy real para Norman, entre él y su posible biografiado. ¿Cómo se tomaría sir Paul la propuesta de que quien le había menospreciado le dedicara un libro completo? ¿Permitiría que sus amigos, empleados, familiares, fueran contactados con él y entrevistados revelando hechos, anécdotas, detalles que pudieran servir para cimentar esa visión negativa?

 

Pero, al tiempo, ¿tiene sentido haber dedicado tantos años y cosechado un notable éxito gracias a su trabajo sobre los Beatles y John, pero no poder aprovechar parte de ese conocimiento y contactos para rematar su obra con la publicación de una biografía sobre Paul? Y a todo esto venía a unirse el progresivo redescubrimiento de la obra del bajista, siempre un peldaño por debajo de la obra de cualquier otro artista a ojos de la crítica pero que, en los últimos años comenzaba a ser reivindicado. No solo por sus trabajos más recientes, realmente meritorios desde un punto de vista artístico, sino también porque la evolución de la música, estaba ubicándose en una posición en la que obras hasta la fecha ignoradas o vituperadas, venían a ser recibidas como inspiradoras y precursoras. La desnudez de McCartney casaba perfectamente con parte de los estilos que surgían a comienzos del nuevo milenio. Al tiempo, se conocían más y mejor las diversas colaboraciones de Paul en el mundo underground de los años sesenta, su implicación con la librería Indica o sus coqueteos con la música abstracta que, de manera puntual, pudo colarse en algunos de los cortes de los Beatles. La extraña mezcla de armonías, letras sin sentido y potentes riffs que recorrían los discos de los Wings, incluso su activismo vegano, todo ello parecía volver a poner a Paul en un lugar central. Y había que investigar si esto era mérito del artista o simple capricho del destino.

Así que, finalmente, Philip Norman se decidió a dar el paso y contactar con la oficina de Paul para confirmar si habría una disponibilidad para, al menos, no frenar el proyecto. Lo cierto es que el mensaje de vuelta le resultó sorprendente. Si bien Paul no estaría involucrado en el proyecto no se oponía a que el autor pudiera contactar con su entorno para poder trabajar y recabar información de primera mano. Por otro lado, el propio Paul se ofrecía a recibir consultas puntuales sobre hechos cruciales por correo electrónico y contestarlas si lo estimaba oportuno. Suficiente para un punto de partida.

Cuando en 1956 Lonnie Donegan acudió al Empire Theater de Liverpool, Paul merodeó horas antes por las puertas laterales para tratar de ver a su héroe. Junto a él, merodeaban grupos de trabajadores  que habían abandonado sus puestos en las cercanas fábricas o en el Albert Dock para rendir tributo a su admirado cantante. Allí vió cómo Lonnie garabateaba de su propio puño y letra un escrito en el que solicitaba a los patronos de los trabajadores que no tuvieran en cuenta su ausencia del trabajo. En esto Paul advirtio la magia de una estrella que se acerca a su público, lo agrada, se hace su igual, aún sabiendo que no lo es. Salvo contadas y notorias excepciones, Paul se mantuvo fiel a este ejemplo de proximidad y empatía, haciendo de su amabilidad la marca distintiva frente a la hosquedad de George, la imprevisible agresividad ácida de John o la insustancialidad de Ringo.  

 

En esto combinaba a la perfección con la tradición familiar de grandes fiestas siempre acompañadas por música en las que todos eran invitados a entrar y formar parte. Como su padre le diría, aprende a tocar un instrumento y todos te invitarán a sus fiestas (Let ´em in). El instrumento era una trompeta, que su padre le había regalado, como máximo símbolo de los combos de swing tan populares hasta la llegada del skiffle. Pero precisamente en el concierto del Donegan, Paul salió con una decisión tomada, abandonaría la trompeta y se dedicaría en cuerpo y alma a la guitarra. Ni rastro de la difundida anécdota de que Paul dejó a un lado la trompeta porque no podía tocar y cantar a la vez, o de que lo hizo por la cicatriz que la boquilla terminaría dejando en los labios de su bello rostro infantil.

 

El estallido de la fiebre del skiffle coincide con la muerte de Mary, la madre de Paull y la guitarra llegó en el momento adecuado para volcar en ella su frustración. Y en esto coincidió milagrosamente con otro joven con el que pronto le unió la pérdida de la madre y con el que compartía igualmente una pasión insuperable por el naciente rock and roll. Así, los dos jóvenes son presentados en la famosa feria de la parroquia de Woolton, una iglesia próxima a la casa de ambos, en un suburbio de Liverpool, antiguo pueblo, ya asumido por la gran capital que se extendía más allá de su centro, golpeado duramente por los bombardeos de la Luftwafe.

Y de aquí en adelante, la historia es conocida en sus líneas generales. Philip Norman tan solo puede seguir los pasos de cualquier biografía al uso del músico, si bien, su talento sabe dar color y elegir momentos precisos que ayudan a dibujar rasgos de carácter o giros en la vida del grupo y de su bajista. Poco o nada se recoge aquí que no haya sido realmente publicado de un modo u otro por anteriores biógrafos.

 

 


En lo que sí aporta una gran novedad es a la hora de dar casi el mismo protagonismo a su etapa post-beatle que a la previa. Por ello, los capítulos de mayor interés son los que abordan temas como la crisis personal y psicológica que le hundió tras la ruptura del grupo, y el modo en el que siempre encaró la superación de esas crisis, con una ética del trabajo y una pasión inagotable por la música que hoy en día le sigue manteniendo, a sus ochenta años recién estrenados, de gira por el mundo y grabando discos.

Es en esa etapa de comienzos de los setenta, cuando se le culpaba de la ruptura de los Beatles, y con la crítica volcada en despreciar su trabajo, cuando se cimenta una imagen de segundón intrascendente que solo en años más recientes se está viendo rehabilitada. Porque lo que en su momento fueron discos deplorados por la crítica, a pesar de sus ventas millonarias, hoy están siendo reconsiderados y reconocidos por su valor y creatividad. Y es su vistazo a su posterior vida artística la que aporta el verdadero interés del libro.

Norman nos explica su interés en la inversión en el mundo de la edición musical y la consiguiente jugada que le gastó su ex-amigo Michael Jackson. También ilumina la importancia de otras facetas artísticas del músico, como el dibujo, la poesía, los libros infantiles, el cine o la música clásica, dando especial presencia a momentos como el estreno del Liverpool Oratory, una pieza clásica compuesta al alimón con Carl Davis y que fue estrenada en la mismísima catedral anglicana de su ciudad natal. Curiosa venganza del tiempo puesto que Paul fue rechazado en su prueba para formar parte del coro infantil catedralicio. Por ello, tuvo que conformarse con el coro de la Iglesia St. Barnabas con el que asistía a bautizos y bodas cobrando pequeñas propinas para emplearlas en comprar comics, o discos. La iglesia, situada junto a Penny Lane, sin embargo, es uno de los pocos elementos de la glorieta que no fue evocado en la canción homónima.

Y de la música clásica y sus otros trabajos en este campo, pasamos a obras como Twin Freaks o su carrera bajo el seudónimo de Fireman con el que ha publicado tres discos junto al productor Youth que le han granjeado reconocimiento en el mundo de la música electrónica.

Y es que Paul siempre ha necesitado de una espoleta que prendiera la mecha de su creatividad. Su gran competitividad le hace tratar de superarse a sí mismo y a quien se le ponga en frente. De ahí su importante nómina de colaboradores como Michael Jackson, Eric Stewart, Stevie Wonder o Nigel Gpdrich. Pero pocos han logrado auparle más alto en esta tarea como Elvis Costello a finales de los años ochenta, con el que logró una dupla que le inspìró en los tiempos en que componía enfrente de John, sentados en casa de éste, ambas guitarras hacia la izquierda al ser Paul zurdo y pudiendo ver y aprender los acordes que tocaba el otro.

Pero Norman no escapa al único aspecto deplorable de la vida personal de Paul, como el divorcio de Heather Mills. El escándalo público, las filtraciones, las entrevistas a la modelo, poco pudo hacer más por dañar la imagen de Paul, y sin embargo, salió indemne, fortalecido a pesar del coste millonario de todo el asunto. Norman aborda la polémica con cierta frialdad y distanciamiento, con el esfuerzo por no mostrar partido, tal vez convencido de que los hechos dieron la razón al músico.

Pero otras muchas cuestiones aparecen por estas páginas. El nunca suficientemente bien valorado aporte de Linda Eastman a la hora de recuperar el ánimo de Paul en 1970 y de acompañarle en todas sus giras haciendo el papel de la esposa que no sabe tocar los teclados pero que allí está, que me critiquen si quieren. También la importancia de la vida familiar. Nos cuenta cómo en las giras americanas, se llevaba a sus hijos y  iban cambiándose de casa según los conciertos viajaban de una costa a otra. Cada noche, los McCartney tomaban un avión privado para regresar a la casa y pasar la noche y el resto del día siguiente junto a sus hijos.

También pasamos por el controvertido capítulo de la detención en Tokyo por posesión de drogas y la disolución de los Wings. Por su conversión al vegetarianismo de la mano de Linda, o de su defensa de los derechos de los animales junto a PETA.    

Norman, en su intento por rehabilitarse de su antigua pasión por Lennon, explica cómo Paul era el verdadero hijo de trabajadores, de obreros, una humilde familia, no como la de Lennon, quien vivía en una casa pudiente, atendido a cualquier hora por su tía Mimi, aunque en este esfuerzo llega a olvidar lo desgraciado de su relación con su padre, con su madre, el que la casa de Menlove Avenue tenía que ser compartida con estudiantes de la Universidad de Liverpool ya que los ingresos de la tía no alcanzaban para pagar las facturas tras la muerte del tío George.   

También se pone en valor la inversión realizada por el músico en el LIPA, la sede de su antiguo Instituto que quedó abandonada y para cuya rehabilitación aportó y recaudó fondos construyendo el actual Liverpool Institute of Performing Arts, una escuela internacional para jóvenes talentos que quieran desarrollar su futuro en el mundo de las artes escénicas y por cuya Aula Magna, Paul acostumbra a pasar para dar una clase magistral por curso.

Las más de 1.100 página de Paul McCartney: La biografía (Ed. Malpaso), con traducción de Eduardo Hojman, dan cuenta de otras muchísimas cuestiones, no todas ellas conocidas, tampoco muchas grandes novedades. Su principal mérito es ofrecer una mirada completa a la vida del bajista, dando la suficiente importancia a su etapa posterior a los Beatles, sin duda, la menos conocida y la peor interpretada. 

Estamos en el año en que Paul cumple su 80 cumpleaños y en el que ha cerrado de manera espectacular el festival de Glastonbury. También vemos cómo el músico goza de un nuevo reconocimiento incluso por su papel dentro de los Beatles (puesto en valor a los ojos de todo el mundo en la serie Get Back o en McCartney 3, 2, 1), cómo está rodeado del halago de otros grandes músicos y con nuevos discos que alcanzan en Estados Unidos o Inglaterra el número 1, convertido en el único artista que ha logrado alcanzar durante seis décadas consecutivas el histórico récord de colocar en dicho puesto al menos uno de sus trabajos.

Es difícil adivinar cuánto tiempo nos queda de su vida artística, tal vez la hayamos contemplado ya en su totalidad. Pero es también el momento adecuado para comprender la mayor moraleja de la vida de este talentoso artista. Y ésta no es otra que comprender que el trabajo incesante y la confianza en uno mismo, la búsqueda de una pequeña ayuda de la amistad y el saber mantener mínimamente los pies en la tierra, logran dar sus frutos, y que el amor que siembras es igual al amor que recibes, como nos dejó escrito en el epitafio de la última canción de los Beatles.