11 de julio de 2010

La hija de Robert Poste (Stella Gibbons)



¿Qué tenemos si unimos una novela rural inglesa, sus pasiones ocultas y su parte de brutalidad, con las novelas urbanas, mundanas y autocomplacientes de los años de entreguerras? La respuesta es fácil: La hija de Robert Poste. Dos mundos que raramente se encuentran, que más bien se evitan, pero que entran en contacto (ebullición más bien) para disfrute de los lectores

Veamos. La "hija de Robert Poste" (como se empeñan en llamarla los protagonistas de la novela, desdeñando su verdadero nombre, Flora) queda huérfana a la edad de veinte años. Ante lo escaso de la renta anual heredada decide vivir a costa de sus parientes. Para decidir con quiénes de ellos se instalará escribe una misiva a cada rincón de Gran Bretaña y espera a recibir los diversos ofrecimientos antes de tomar la decisión.

La última carta que envía es a una remota granja de Sussex llamada Cold Comfort Warm, precisamente el título original de la novela, habitada por unos parientes a los que no ha conocido hasta la fecha y que resultan los únicos que parecen aceptar su propuesta de acogerla bajo su techo. Pero el ofrecimiento llega envuelto en misterios que aún atraen más el interés de Flora. Ciertos derechos que le corresponden y alguna ofensa contra su padre parecen ser el origen de cierto sentimiento de culpabilidad hacia la joven al tiempo que se la teme.

Instalada poco después en la granja se encontrará con un panorama desolador. La casa es grande, descuidada y sucia. Sus familiares parecen más inclinados a la pendencia y la lucha por el poder de la granja que al trabajo en común. El ambiente opresivo, enrarecido y asfixiante viene presidido por Ada Doom, la tía de Flora, una extraña anciana, encerrada en su habitación, que tan sólo baja a las estancias comunes dos veces al año para llevar a cabo lo que denominan el “recuento”, una ceremonia, con tintes feudales, en la que la tía cuenta a los presentes para comprobar quiénes han muerto desde el último recuento.

Flora deberá enfrentarse a la palpable tensión sexual que parece alentar los movimientos de la mayoría de sus primos. El símbolo de esa represión sexual parece simbolizarse en una extraña planta, la parravirgen, a cuyo florecimiento se desatan las más bajas pasiones de la parte masculina de Cold Comfort Warm. Flora es una joven resuelta y dotada de una firme voluntad por lo que al poco de llegar decide tomar resoluciones firmes para cambiar el estado de las cosas enfrentándose incluso a la tía Ada si fuera necesario.

Si logra o no su objetivo y las artimañas que teje con tal fin quedarán de momento ocultos pues en ellas reside gran parte del interés de la novela. Bástenos saber que los actos de Flora se inspiran en su habilidad para diseccionar los verdaderos sentimientos de sus familiares, sepultados bajo una capa de bestialidad que el ambiente parece propiciar y en las sabias máximas recogidas en El sentido común de índole superior del Abbé Fausse-Maigre. Estas máximas son buena prueba del sentido crítico de la autora contra una literatura moralista aún pujante desde los tiempos victorianos.

Stella Gibbons publicó esta obra en 1932 después de haberse dedicado durante varios años al periodismo en el Evening Standard. De esta época conserva su habilidad para las frases directas y sencillas, su estilo desenvuelto y el ritmo trepidante de la acción. Pero, por encima de todo, Gibbons, destaca por su ironía irreverente. No creamos que esta cosmopolita mujer se pone de parte de Flora en su esfuerzo por civilizar el mundo rural y tenebroso que envuelve a la granja. Antes bien, donde su ironía brilla de manera más elegante y fina es precisamente cuando la emplea en poner en evidencia el mundo de las fiestas londinenses, su frivolidad, el papel de las mujeres en esos ambientes y las intrigas para conseguir un buen matrimonio (no necesariamente un buen marido).

La ironía y el humor de Gibbons se derrama en todas direcciones. Ridiculiza el primitivismo rural, pone en evidencia a sus contemporáneos, a los estirados intelectuales, a los predicadores, a quienes reprueban los métodos anticonceptivos, en fin, una lista interminable.



Y la ironía bien entendida comienza por uno mismo, así que Gibbons se pone a ello. En la dedicatoria del libro (a un ficticio caballero llamado Anthony Pookworthy, trasunto del novelista Hugh S. Walpole con el que la periodista mantuvo serias diferencias) afirma: “he empleado cerca de diez años de mi vida creativa en las tareas vulgares y carentes de sentido propias de los trabajos periodísticos. Sólo Dios sabe el efecto que semejantes ocupaciones habrán tenido en mi producción de verdadera literatura.” Pero la burla va un paso más allá y para facilitar que el lector encuentre aquellos pasajes que la propia autora considera más “literarios”, al igual que la guía Baedeker, señala con una, dos o tres estrellas los mejores párrafos, aquellos en los que su pluma brilla con luz propia; el resto habrá de suponerse mero esbozo de escaso interés.

Sus disparos alcanzan también al mundo intelectual del Londres de su época no quedando bien parados los miembros del Círculo de Bloomsbury o aquellos otros excéntricos que tratan de escandalizar a la sociedad con sus teorías o su conducta. Así, crea la figura de Myburg, escritor londinense residente temporal en un pueblo próximo a la granja que trata de cortejar a Flora y cuyas obsesiones sexuales le colocan de hecho al mismo o más bajo nivel que el de la mayoría de los rústicos aldeanos que le rodean y a los que desprecia.

Myburg está embarcado en la escritura de un libro sosteniendo una curiosa teoría sobre las obras de las hermanas Brontë. Según sus investigaciones, apoyadas en unas cartas recientemente descubiertas, el alcoholismo de Branwell no era sino una estratagema para ocultar el de sus hermanas. Con similar fin, las obras que él escribía se publicaban a nombre de las hermanas. Se cree que este personaje (y su perversa idea de las relaciones amorosas) es una burla sobre D.H. Lawrence pero sirve principalmente para conectar la trama de La hija de Robert Poste con Cumbres Borrascosas, obra con la que comparte numerosos elementos, salvo la mirada irónica e irreverente, claro está.

La Literatura parece, por tanto, uno de los principales nutrientes de esta novela ya que, igual que ocurre con el Quijote (no nos alarmemos, las distancias son evidentes), toma elementos de aquellos géneros que la autora desea ridiculizar y con su sentido del humor los pone al descubierto ridiculizándolos.

Esta obra pasa por ser una de las novelas más divertidas de la Literatura inglesa del siglo XX y su éxito inmediato llevó a Gibbons a una fama y reconocimiento de los que aún goza en los países anglosajones, pese a que no volvió a repetir semejante éxito con sus obras posteriores de similar estilo. Sin embargo, no creo que por divertida el lector deba esperar una comedia desenfrenada que levante carcajadas que entorpezcan la lectura. Más bien el divertimento vendrá de la mano de eso que algunos conocen como “humor inglés” y que aunque no sepamos definir nítidamente consiste, entre otras cosas, en combinar situaciones cotidianas con grandes absurdos, un generoso recurso a los juegos de palabras e ingenio, oponer nuestras ideas y costumbres al filtro de la ironía y, en definitiva, tomarnos un poco menos en serio.



Lo que Stella Gibbons no pudo vislumbrar fue que, pese a que su novela transcurre en un futuro próximo a la fecha de su publicación, la Inglaterra real de finales de los años treinta y comienzos de los cuarenta viviría trágicas escenas bajo los bombardeos nazis que se llevarían por delante gran parte del mundo que describe. Los lectores actuales apenas pueden sentirse identificados con el ambiente recreado por Gibbons lo que no impide que saquen provecho de su lectura.

Impedimenta ha preparado una espléndida edición de esta novela con un breve prólogo y traducción de José C. Vales. Por lo general, un traductor debe pasar inadvertido (aunque entiendo que no todos opinarán del mismo modo) logrando que el lector apenas perciba que el texto que lee ha sido escrito en idioma diferente al que tiene ante sus ojos. Sin embargo, en ocasiones es preciso que el traductor (a veces también el editor) salga a la luz para aclarar determinados aspectos que, de otro modo, pueden resultar confusos o dificultan la comprensión y disfrute del texto. Por ejemplo, gran parte del humor de la novela reside en la elección de los nombres de sus actores o de los lugares. En este caso, Vales ha sabido aportar las pinceladas necesarias para lograr ese propósito, aclarando algunos juegos de palabras o precisando aspectos familiares para los lectores de su tiempo, no para los actuales, evitando un protagonismo que corresponde a un texto que, por otro lado, ha sabido traducir de un modo que Flora habría descrito con sus propias palabras como “encantador”.


27 de junio de 2010

El maestro y Margarita (Mijaíl Bulgákov)


En los duros años treinta, la URSS vivía envuelta en un ambiente de grisácea pobreza y miedo atenazante. El hambre causaba estragos y era empleada como arma política para la eliminación de enemigos de la Revolución -reales o imaginarios- como el campesinado ucraniano. La delación era un temor con el que había que convivir: todos sabían lo que suponía una citación de la policía pero nadie era capaz de averiguar los motivos de la misma. La paranoia de Stalin impulsó unas purgas que acabaron con millones de ciudadanos encarcelados, expulsados del país o condenados a muerte en uno de los episodios más sanguinarios de la historia del siglo XX.

Pero todos estos sufrimientos quedaban justificados como medio para alcanzar una nueva sociedad. Ese nuevo mundo requería crear paradigmas propios en todos los órdenes de la vida y acabar con cualquier rémora del pasado. Nuevas leyes, nuevas reglas sociales, nueva forma de producción, nueva educación, pero también un nuevo Arte, alejado de los parámetros burgueses. Un Arte que reflejase ese titánico esfuerzo por imponer los ideales del Comunismo y que diera cuenta de la cruenta lucha que se estaba llevando a cabo. Había nacido el realismo socialista.

Sin embargo, bajo esa capa de oficialismo inmovilista, un escritor conocido fundamentalmente por su dedicación al teatro, trabajaba con ahínco en una obra que contravenía todo lo que se movía a su alrededor. Lo que escribía subvertía el orden vigente; desde las premisas artísticas del Estado a las posturas sociales más ortodoxas. Una obra que criticaba la opulencia de unos pocos, la docilidad de la clase intelectual o el adoctrinamiento de los literatos y que cuestionaba de manera radical ese principio de realismo y de finalidad aleccionadora e instrumental que se atribuía a cualquier manifestación artística. En definitiva, se trataba de una obra burguesa que es la etiqueta que justificaba la exclusión de los desafectos al Régimen.

Y es que Mijaíl Bulgákov escribió una novela fantasiosa, en ocasiones próxima a la fábula infantil, en otras a los relatos góticos, enormemente corrosiva, tremendamente divertida y eminentemente inútil (al menos, inútil a los ojos de un censor soviético). No es de extrañar que hasta 1966 no viera la luz en una versión mutilada por la censura. Habían transcurrido veintiséis años desde la muerte de su autor, pero la fama de este libro sólo ha crecido desde entonces, trascendiendo a su época y siendo una referencia para lectores de cualquier pelaje.

Nada sabemos de los motivos que impulsaron a Bulgákov a dedicar su talento a esta novela desconcertante puesto que no debió albergar duda alguna sobre la imposibilidad de su publicación. ¿Escribió para la posteridad sabiendo que la locura de los líderes siempre es transitoria y que antes o después habría un cambio que favorecería su publicación? Tal vez.

Prefiero pensar que El maestro y Margarita fue escrita a impulsos de su ironía, regocijándose en las desternillantes escenas en las que sus personajes trastocaban todo el orden anodino de las calles moscovitas, haciendo saltar por los aires la dictadura de lo real y razonable. En su ensueño, ejecutó su cruel venganza por el rechazo de Stalin a su solicitud de salida de la URSS, por su apartamiento de la vida pública y el riesgo constante de ser deportado. Bulgákov no emigró a tierras extranjeras como tantos otros, su refugio y exilio fueron su imaginación y su talento. Bulgákov escribió varias versiones de este libro y no la dio por finalizada, por lo que la versión final fue concluida por su esposa.


Pero, ¿qué narra la historia de El maestro y Margarita? La trama conductora es muy sencilla: el Diablo y una pequeña comitiva estrafalaria -incluye por ejemplo a un gato que se comporta como un hombre, o tal vez, un hombre con apariencia de gato- llegan a Moscú y allá por donde pasan se suceden los más inverosímiles acontecimientos. Arden las casas, el dinero pierde su valor convertido en etiquetas de botellas de vino, honorables ciudadanos aparecen repentinamente en Yalta o Leningrado, hermosas damas se convierten en brujas con escoba voladora, ...

En torno a esta trama principal se agrupan otras dos narraciones. La primera es la historia de amor entre Margarita y un escritor algo mayor que ella cuyo manuscrito sobre la vida de Poncio Pilatos ha sido rechazado por las editoriales moscovitas llevando casi a la locura al autor. Igual que Bulgákov quemó el manuscrito con la primera versión de esta novela, en una autoparodia, el maestro quema su manuscrito. Pero en la novela, reino de la imaginación, Voland entrega una copia intacta al maestro evitándole así el trabajo que le supuso a Bulgákov reescribir toda la obra. 

Margarita es elegida por Voland para acompañarle en el Gran Baile del Plenilunio Primaveral, una fiesta que cada año se celebra en un lugar diferente y al que acuden unos invitados bastante especiales. En agradecimiento al papel de Margarita en dicho acontecimiento, Voland –como un pequeño genio embotellado- concede un deseo a la joven, que no es otro que el de reunirse nuevamente con el maestro rescatándole así del sanatorio y reencontrándose felizmente.
l tercer hilo argumental lo forman pasajes de la novela del maestro: la historia de Poncio Pilatos, de su encuentro con el vagabundo Ga-Nozri al que no se atreve a salvar de la condena a muerte que le propone Caifás pese a creerle inocente.

Estas tres tramas se entretejen a lo largo de las páginas de El maestro y Margarita si bien la historia de Poncio Pilatos, aunque bien construida y en un estilo realista muy diferente al del resto, parece algo ajena al conjunto de la novela. Hay quien sostiene que la figura del tribuno romano es una referencia al propio Stalin pero no se terminan de ver elementos suficientes que acrediten dicha opinión. Más bien creo que actúa como contrapunto de la historia sobre Voland ya que, al igual que Bulgákov nos ofrece una peculiar visión de Satán, también la figura de Jesús resulta más humana y menos mística que las hagiografías al uso.

Y es que Voland es un Satanás un tanto especial. No se puede negar que resulta simpático. La mayor parte de sus felonías las cometen sus secuaces, pero más a modo de juego infantil y caprichoso que con maldad. Asaselo, Koróviev y Popota se divierten burlando a las milicias, irrumpiendo en una tienda para extranjeros con el ánimo de comprar un arenque o incendiando apartamentos llevando hasta el límite de la locura a quienes se cruzan con ellos. Es éste un diablo particular que no busca especialmente el mal y que, con su poder, parece impartir una cierta justicia poniendo en evidencia a los mezquinos burócratas que se cruzan a su paso. No es por tanto un remedo del Fausto de Goethe (aunque de él tome muchos elementos), sino una creación original y propia de Bulgákov.

La edición de Debolsillo se inicia con un prólogo de José María Guelbenzu que ayuda a poner en contexto esta obra y que facilita el inicio de la lectura dejando cumplida constancia de su admiración por esta obra. La traducción de Amaya Lacasa aporta los matices suficientes para disfrutar de esa mezcla de estilos y técnicas que se conjugan en El maestro y Margarita y que abarcan desde el realismo a las imágenes más poéticas.

El epílogo esconde una brillante ironía, una cruel burla al tiempo en que fue escrita. Al hilo de las investigaciones policiales abiertas para esclarecer los motivos del desbarajuste caótico que se ha adueñado por unos de días de Moscú, se adereza una versión asumible en los informes oficiales. Donde hubo masas caminando por las calles con lujosos vestidos o con los bolsillos repletos de dinero que luego desaparecía, encontraron meros ejemplos de hipnosis. Donde las personas eran transportadas a miles de kilómetros sin saber cómo, realmente se estaba ante actos de desaprensivos amigos del vodka. Todo tiene explicación. Los propios afectados asumen su parte de culpa, firman confesiones y creen la versión que se les presenta ante sus ojos. Un claro remedo y burla de las purgas de Stalin en las que muchos de los ejecutados confesaban cualquier tipo de culpa, no siempre gracias a la tortura como señala Vasili Grossman en Todo fluye.

Así, El maestro y Margarita concluye como lo que es, un brutal desafío al realismo socialista. Ridiculiza a las milicias, al espionaje de las vidas privadas, a quienes dudan de la existencia de lo inmaterial,... Es un desafío y un alegato a favor de la imaginación más desbordante, un homenaje al romanticismo y al lirismo. Y ello, ¡gran provocación!, olvidando que toda obra debe responder a una finalidad clara, ser un eslabón más en la cadena que nos lleva al hombre nuevo, una lección para el pueblo. No, El maestro y Margarita no enseñó nada al pueblo soviético puesto que no pudo ser leída en su momento. La pregunta es si aún hoy podemos aprender algo de su lectura; y la respuesta será evidente para todos los que hayan disfrutado de estas páginas.

13 de junio de 2010

Branding Universitario: Marcando la diferencia (Miguel Carmelo y Sergio Calvo)


Nunca se ha debatido tanto en torno a la educación como en nuestros días. Se discuten sus métodos, la autoridad del profesor, las materias troncales, su contenido y sus horas de enseñanza semanal (ganar una hora para las matemáticas o la lengua parece guardar la clave del cambio de nuestro modelo, sin importar en apariencia la calidad de esas horas). Y todo ello mientras en los índices comparativos que se publican, la calidad de nuestra enseñanza se aleja de los puestos de cabeza (en los que, de todos modos, tampoco se estuvimos nunca).

La cita que abre este libro es ya un clásico: "la vida es aquello que te ocurre mientras estás ocupado con otros planes" que le cantara John Lennon a su hijo y parece resumir perfectamente el sino de nuestra Educación. Mientras se debate si el profesor es autoridad pública para penar las agresiones de que es objeto o si la tarima es una rémora del pasado, los alumnos entran y salen de nuestro sistema educativo como de una cadena de producción de escasa eficacia y numerosos descartes.

En tan complejo y, por desgracia, ideologizado debate, la educación universitaria tampoco escapa de críticas. Cara, masificada, burocrática, ajena a la realidad, alejada de las necesidades empresariales, con escasa labor investigadora, ... En este desolado panorama han surgido en los últimos tiempos numerosas universidades privadas que han introducido cierto dinamismo en un sector caracterizado por un alto grado de intervención y fuerte resistencia al cambio.

Desde uno de estos nuevos centros -la Universidad Europea de Madrid- surge este pequeño libro (Branding Universitario: Marcando la diferencia) escrito por el presidente de la misma, Miguel Carmelo, y el director de su campus en Valencia, Sergio Calvo, en el que tratan de contribuir a este debate. Y el punto de partida no puede ser más original y polémico en nuestro contexto: la aplicación del marketing al mercado universitario.

Y es que en la imagen sagrada de la Universidad, nada parece más ajeno que la idea de mercado; pero tampoco nada es inmutable. Los autores hacen un repaso (una de las partes más interesante del libro) a la evolución de la Universidad desde su nacimiento en la Baja Edad Media, los esfuerzos por secularizarla, por adecuar sus enseñanzas a las necesidades de cada tiempo, su apertura democrática, tanto a nivel jerárquico como a nivel de acceso a capas más amplias de la población. Esta institución siempre ha terminado por adecuarse a las demandas de la sociedad y esto es aún más cierto hoy en día cuando su coste es tan elevado que ninguna sociedad puede permitir su ineficiencia.

Los autores definen lo que denominan el "equilibrio estratégico" de las empresas del Conocimiento como aquél capaz de aunar la excelencia académica con la excelencia empresarial al tiempo que procuran conjugar la promoción de una acción social responsable con el desarrollo individual de sus alumnos. Encontrar el equilibro entre estos elementos, muchas veces vistos como contrapuestos, es el pilar sobre el que se debate el liderazgo universitario en el futuro próximo.



También se trata en esta obra de superar la idea de que el marketing es mera publicidad, imagen sin nada detrás. Por contra, se defiende el marketing como la oportunidad para definir qué modelo de Universidad quiere ser cada centro, qué planes de estudio quiere potenciar, cuáles son sus ventajas competitivas frente a otras Universidades, a qué público van a dirigirse. Este esfuerzo por definirse es la base sobre la que se armonizarán el resto de actuaciones.

Un paso importante es la identificación del público al que va a ir dirigido el marketing. En una empresa tradicional, el público objetivo es el consumidor. En el caso de la Universidad el tema es algo más complejo. De una parte tenemos a los estudiantes, los usuarios propiamente dichos, que valorarán determinados aspectos de la Universidad (prácticas en empresas, apoyo al estudiante, programas de investigación y de intercambio con universidades extranjeras, actividades deportivas, instalaciones, etc) que difieren de los que valorarán aquellos que pagan los gastos (Estado y/o familias).

Pese a que el importe de las matrículas supone un porcentaje mínimo en la financiación de las Universidades públicas, tampoco podemos dejar pasar por alto que el coste de estancia y manutención para aquellos estudiantes que no residan en ciudades con Universidad, o sin la Facultad correspondiente, resulta más que prohibitivo sin que las ayudas públicas logren paliar esta situación.

En una época de recortes presupuestarios, el mantenimiento del gasto educativo puede estar amenazado (a fin de cuentas, este gasto es soportado por todos los ciudadanos y si la Universidad no cumple sus objetivos, la sociedad no obtiene el retorno de la inversión que tanto esfuerzo le supone en forma de impuestos). Por ello, cada Universidad pública se deberá esforzar por diferenciarse del resto en un afán por acreditar la rentabilidad social (que no económica) de su proyecto con el fin de pugnar por los fondos menguantes del Estado; pero también deberá demostrar la validez de su modelo frente a las nacientes Universidades privadas.

En el caso de estas últimas, el coste económico es soportado mayoritariamente por las familias. Pues bien, las Universidades deben justificar ante éstas el esfuerzo económico que se les exige y que, en última instancia, viene favorecido por las oportunidades de empleo al término de la formación universitaria. A mayores expectativas de colocación, mayor disposición a realizar un desembolso adicional.

Por último, no podemos dejar de lado a aquellos estudiantes que acceden en su edad adulta por primera vez a la Universidad o a aquellos que desean completar su formación mediante una segunda titulación o un curso de postgrado, tan de moda actualmente. Este tipo de cliente, cada vez más frecuente, requiere un tratamiento especial y diferenciado dado que su nivel de exigencia será muy superior al del resto de estudiantes. Sus objetivos y expectativas son muy concretas y para lograrlas están dispuestos a pagar un alto coste, tanto económico como de tiempo de ocio y familiar sacrificado.

Aunque propiamente no se pueda hablar de que los empleados de las Universidades sean sus clientes, el marketing tampoco puede dejar pasar por alto que, como en la mayoría de las empresas del sector terciario, los profesionales que se unen al proyecto son la clave para su éxito. Los mejores profesores son aquellos que logran motivar a sus alumnos para enseñarles a aprender, en el aula y fuera de ella. Son aquellos que les forman en las disciplinas que imparten, que hacen de ellos profesionales competentes pero también ciudadanos responsables. Son aquellos capaces de innovar, de abrir líneas de investigación, de crear claustros cohesionados que se convertirán en un activo para la Universidad en la que trabajen.

Baste con pensar en las grandes universidades americanas. Un alumno podrá elegir entre diversas Facultades de Economía en función de sus propias preferencias y conociendo qué tipo de orientación, de investigaciones y de proyectos que se lideran desde cada una de ellas. Igual ocurre con los estudios de Medicina, de Física o de Biología. La especialización es la clave de su éxito y ésta sólo llega de la mano de grandes claustros que ofrecen una imagen de marca propia. Pero lograr esta imagen es también labor del marketing, de nada sirven los mejores profesionales si no se les da a conocer.

Y las empresas. También ellas, públicas o privadas, demandan de las Universidades profesionales preparados, capaces de tomar decisiones por su cuenta, libres de una carga teórica que frene su pensamiento original y que condicione su actuación. Las empresas son, en definitiva, el destino último de la enseñanza universitaria. Una sociedad no necesita médicos si no es para que ejerzan la medicina, ni necesita abogados o psicólogos para mejorar la satisfacción personal de estos titulados. Por ello, la Universidad no puede dar la espalda a quienes reciben los frutos de su éxito o su fracaso.

La Universidad del futuro deberá contrapesar todos estos intereses para diseñar un modelo educativo que les dote de coherencia y a partir del cuál se pueda abordar la labor de definir hacia dónde queremos caminar.

Branding Universitario desarrolla todos estos temas y avanza diversos aspectos centrados ya en la teoría del marketing propiamente dicha pero con aplicación a este sector, si bien, lo realmente novedoso del libro son las ideas aquí resumidas, aquellas que rompen con una tendencia secular según la cuál, la Universidad debe centrarse en educar conforme unos programas establecidos, con escasa atención a los alumnos, sus necesidades reales y las de la sociedad que invierte en esta educación.

1 de mayo de 2010

Kafka. Imágenes de una vida (Klaus Wagenbach)




Klaus Wagenbach es un reputado editor alemán que durante la Guerra Fría jugó un importante papel en la vida literaria de la Alemania Occidental con su editorial Wagenbach Verlag, aún hoy editando libros. Sus primeros pasos en el mundo de la edición los dio en S. Fischer durante los años cincuenta, donde colaboró en la edición de El proceso.

De este conocimiento temprano nace la devoción de Klaus Wagenbach por el escritor checo, que le ha llevado a la publicación de diversas obras sobre su vida y su obra y a recorrer media Europa para conocer de primera mano aquellos lugares en los que Kafka vivió, a los que viajó o por los que simplemente pasó en algún momento de su breve vida. Fruto de este esfuerzo y dedicación, Wagenbach ha recopilado la más impresionante y completa colección de fotografías sobre el escritor que existe en la actualidad.

Como no podía ser menos, Klaus Wagenbach no ha resistido la tentación de publicar este legado fotográfico -en España, gracias a Galaxia Gutenberg- en un libro en el que los textos pasan a ocupar un segundo lugar, como breves pinceladas históricas y biográficas, cediendo total protagonismo a las imágenes. No se trata, por tanto, de un libro pensado para quienes quieran conocer a Franz Kafka. Todos los que compren el libro serán devotos admiradores a los que no es preciso aclarar mucho ante la fotografía del sanatorio de Kierling o del patio trasero de la fábrica de asbesto que tantos sinsabores llevó a la familia Kafka.

Cualquier lector potencial de este hermoso libro conocerá sin duda todos estos aspectos por lo que el texto no aportaría novedad y enturbiaría el disfrute. Lo que sí encontrará este lector ideal es la práctica totalidad de fotografías conocidas de Franz Kafka, junto con una espléndida colección de retratos familiares y de amigos; de edificios y lugares significativos en la vida de Kafka y una serie muy variada de imágenes de época que permiten hacerse una idea de otros aspectos de la vida de Kafka, como puede ser la del ambiente en las fábricas que debía inspeccionar o el de las calles de Praga, con sus castañeros y vendedores de café ambulantes.

Una imagen vale más que mil palabras –aunque dudo que un escritor, menos aún Kafka, admitiera este tópico- pero lo cierto es que estas fotografías permiten comprender perfectamente muchos aspectos de la vida del escritor de un modo que ni sus diarios reflejan. Paseando por sus páginas comprenderemos las ansias de prosperidad social que Hermann depositó en su hijo; absorberemos los orígenes modestos en Osek, las innumerables privaciones que gustaba relatar a sus hijos en las comidas. Hijo del carnicero, emigró a la capital donde se dedicó a la venta ambulante hasta su matrimonio con Julie Löwy, hija de un comerciante próspero de Podebrady. Fundar un establecimiento, dedicarse al comercio mayorista y mejorar la ubicación del negocio hasta alcanzar los bajos del palacio Kinsky fueron los hitos que acreditaban la verdad de un mensaje que su hijo se resistía a asumir: esfuerzo, perseverancia, disciplina y dedicación exclusiva al negocio.



Las fotografías del hijo -varón y primogénito- revelan ese deseo de ascenso social. Un niño siempre elegantemente vestido, que acudía al Instituto de Bachillerato de Lengua Alemana o que formaba parte de la exigua minoría de ciudadanos bohemios que accedía a la Universidad y al más reducido aún número que lo hacía en la Universidad Alemana de Praga (apenas 1.500 estudiantes). Para Hermann Kafka, la religión pasaba a un segundo plano como atestigua la fotografía de la invitación a la bar-mitsvá nombrándola como “confirmación” según la costumbre asimilatoria que trataba de borrar las distinciones entre las costumbres de los judíos y las cristianas.



Pero también nos toparemos con las imágenes de los amigos del escritor, poco adecuados a tales expectativas, amigos no muy del gusto del padre, que perdían el tiempo en discusiones filosóficas y en reuniones literarias en cafés.

La labor de Wagenbach es tan exhaustiva que ha logrado reunir imágenes de prácticamente todas las mujeres que recibieron las atenciones de Kafka, lo que incluye no sólo a Felice Bauer, Milena Jesenská y Dora Diamant. Junto a ellas podremos ver la famosa fotografía de Kafka en la que posa con bombín junto a un perro pero en la que, ya completa, se ve a la camarera Hansi Julie Szokoll.



También se muestra una borrosa imagen de Kafka junto a la hija de los vigilantes de la casa natal de Goethe, joven de la que Kafka se enamoró perdidamente durante su estancia en Weimar sin llegar nunca a manifestar su amor. Los sanatorios y, en general, los viajes de placer de Kafka fueron sus principal nutriente amoroso. Así, conoció a Gerti Wasner, “suiza”, o a Julie Wohryzek, a cuya relación se opuso con firmeza Hermann Kafka por su origen humilde lo que fue uno de los detonantes de la Carta al Padre.



Tras contemplar este extenso catálogo fotográfico nos veremos obligados a descartar la imagen del santo asceta que tanto se esforzó en propagar Max Brod.


También, frente a la consideración de un Kafka encerrado en los límites de Praga, y aún de la Ciudad Vieja, este libro pone imágenes a la más que notable vida viajera del escritos dado que la combinación de sus viajes de trabajo, los de placer y los trasiegos por diversos sanatorios de Centroeuropa, le llevaron a Paris, Venecia, Riva, Dinamarca, Munich, Berlín -donde llegó a residir junto a Dora Diamant-, .... Ha habido escritores más viajeros, sin duda, pero para un funcionario con escasas vacaciones, graves problemas de salud y que murió joven, podemos afirmar que tuvo algo más que esporádicas salidas. Baste contrastar sus periplos con la de muchos escritores españoles del siglo XX (con la excepción de los que tuvieron que partir al exilio) para relegar la imagen de una Praga devoradora a una simple metáfora.



Otro lugar común en torno a la vida de Kafka es el que le convierte en un funcionario gris de la maquinaria burocrática. Sin embargo, la obligatoriedad del aseguramiento laboral y la protección al trabajador eran materias punteras en su momento, campos novedosos en los que entidades como el Instituo en el que Kafka trabajaba crearon el marco en el que se desenvolverían prácticamente hasta nuestros días. Y dentro de ambiente "pionero" Kafka logró ocupar un relevante puesto en del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo siendo bien considerado por sus responsables; prueba de ello fue la resistencia a concederle la jubilación anticipada pese a lo avanzado de su enfermedad. En esta obra Wagenbach selecciona una amplia colección de estampas de poblaciones a las que Kafka debía acudir para inspeccionar sus fábricas y talleres, postales enviadas desde alejadas poblaciones industriales bohemias y alguna selección de informes técnicos publicados por el esritor.


Wagenbach también nos permite atisbar la vida familiar de los Kafka con fotrografías de los abuelos y de una multitud de tíos y sobrinos entre los que destacan el tío Siegfred (que le serviría de inspiración para El médico rural), cuya vida de solterón empedernido y mujeriego pudo ser un referente para Kafka. También podemos ver algunas fotografías de Alfred Löwy, el tío de Madrid, y de una de sus tarjetas de presentación con dirección en la Estación de las Delicias. Veremos también a los primos que emigraron a América con diversa fortuna y que en tan gran medida impulsaron su inspiración al escribir El desaparecido, su novela americana.



Kafka, imágenes de una vida es una obra enriquecedora. En ella se recogen las habituales estampas que pueblan las biografías del escritor junto con un buen puñado de imágenes novedosas. La "ambientación" gracias a imágenes de lugares como pensiones, sanatorios, pueblos o fábricas ayudan a comprender mejor un tiempo en el que pasear por las calles de Praga resultaba azaroso, no por la multitud de turistas como hoy en día, sino por los tranvías de tracción animal o en el que la ergonomía en el trabajo no contemplaba que las secretarias tuvieran sillas con respaldo. Un tiempo en el que las pocas fotografías que se hacían llevaban aparejada una escenografía cuya pompa no buscaba otra que reflejar la prosperidad del retratado; tiempos en los que una clase de Derecho era cosa de apenas quince alumnos o en los que un paseo de diez minutos levaba desde el centro de la ciudad al campo y en el que asistir a una función de teatro en un café suponía enfrentarse a la autoridad paterna.

Todo esto nos ayuda a comprender Klaus Wagenbach; a comprende ese época, que en parte es la nuestra y de la que Kafka dijo: “Yo he asumido intensamente la negatividad de mi tiempo, que además me es muy cercano, y que no tengo derecho a combatir, pero que en cierta medida tengo el derecho de representar.”







Aprovecho para agradecer a F. Niñirolas la maravillosa cabecera con la que hoy se ha renovado la apariencia de Confieso que he leído.

11 de abril de 2010

Mozart de camino a Praga (Eduard Mörike)


El concepto de relato, cuento largo, novela breve o como se prefiera denominar (sabios habrá que los diferencien) siempre ha resultado difuso. Las fronteras no están claramente dibujadas y cualquier intento de sistematización se reduce a la expresión de una opinión personal. 

Tampoco es fácil precisar el momento en el que nace este tipo de relatos. Por remontarnos a nuestro Siglo de Oro, y olvidando otro tipo de precedentes, tenemos las Novelas Ejemplares de Cervantes, que tomaban su nombre del italiano para referirse a narraciones de corta extensión. Siguiendo con la obra de Cervantes, también podemos considerar como relatos las novelas dentro de El Quijote. La novela picaresca es otro ejemplo de la contribución de nuestras letras al prestigio de este género. 

Incluso algunos sostienen que muchas de las grandes "novelas" del siglo XVI o XVII (el Quijote, Gargantúa y Pantagruel y otras similares) no son sino la sucesión de narraciones breves que comparten protagonistas articulando cierta coherencia interna. Quizá sea en el siglo XVIII, cuando se comienza a sistematizar y teorizar sobre todas las artes, el punto en el que comienzan a definirse los perfiles de este tipo de narrativa. Voltaire ganará fama con sus cuentos en los que denuncia con brío los defectos de la sociedad de su tiempo y la hipocresía clerical. 

Según señala Rosa Sala Rose, traductora y prologuista de Mozart de camino a Praga, en palabras del propio Goethe, una novella era “un acontecimiento inaudito que ha tenido lugar”. Es decir, toda la narración debe apoyarse en un único momento que exprese la totalidad de la intención del autor. 

Pues bien, en el caso de Mozart de camino a Praga, este hecho único e inaudito es una breve anécdota ideada por Mörike en la que Mozart, en una parada en su camino a Praga para el estreno de Don Giovanni, es confundido con un vándalo por arrancar de un naranjo uno de los frutos reservados para la ceremonia de compromiso de una bella joven, Eugenie. Aclarada la confusión, la noble familia de la novia invita a Mozart y a su esposa a pasar con ellos la velada dada la afición que todos ellos sienten por la música. 

La cena es opípara, la conversación animosa y la figura de Mozart sobresale por su ingenio y buen humor. Al término de la sobremesa, todos se dirigen a la sala de música donde Mozart interpreta varios pasajes de la ópera Don Giovanni, aún incompleta pese a su inminente estreno, y narra cómo compuso la escena final del drama. 

En principio puede parecer una historia trivial y sin mayor atractivo. Sin embargo, atendiendo a los detalles de este delicioso relato podemos comenzar a apreciar los esfuerzos de Mörike por condensar en pocas páginas, y en torno a una anécdota mínima, todo el genio del compositor, con sus luces y sus sombras. A modo de diversas voces narrativas, Konstance, esposa de Mozart y el propio músico van desgranando episodios banales de su vida que, sin embargo, en todo momento definen su figura. 

Así, conocemos sus impulsos compositivos geniales junto a la penosa labor de profesor de música que le proveía de su única fuente estable de ingresos. De los sueños de su esposa por lograr fama y reconocimiento que sirvieran para tranquilizar el inquieto espíritu de su marido. Este mismo espíritu lleno de generosidad para sus amigos (e incluso para los desconocidos) con quienes malgastaba sus ingresos y arruinaba su salud parecía el principal responsable de impedirle centrarse en ese ansiado ascenso social. 

Pero Mörike también nos deja entrever el destino trágico de Mozart, la muerte que le ronda, como a don Giovanni, y que le visitaría finalmente poco tiempo después mientras concluía la partitura de su Réquiem. 

Mörike era un apasionado de la música de Mozart pero en este breve relato parece sostener la inevitabilidad de ese destino trágico; la incompatibilidad entre una obra genial y las necesidades cotidianas, las envidias mezquinas entre músicos que pugnaban por hacerse con los escasos cargos que las Cortes les ofrecían. Combinar la manutención digna con los destellos magistrales era una difícil tarea que sólo algunos compositores lograron, como por ejemplo Bach, quien sin embargo lo hizo a costa de su reconocimiento, más bien tardío. 

También plantea Mörike la conexión entre la genialidad del músico y su carácter inconstante, arbitrario y ligero, desapegado de las exigencias que tanto atenazan a su mujer. ¿Acaso esa genialidad lleva inevitablemente su carga terrena? 

En apenas ciento dieciocho páginas, Mörike convoca las facetas más luminosas de Mozart y sus ángulos más sombríos, compartiendo protagonismo en un interesante diálogo coral. 

Mörike desarrolló su carrera literaria como poeta por lo que este relato es prácticamente su única mirada a la prosa. Notable resulta por tanto su empeño ya que el texto tiene ese gusto antiguo y demorado de las historias bien hiladas en las que poco está de más. Los párrafos se suceden con soltura, las descripciones se limitan a las necesarias centrándose principalmente en las narraciones de los protagonistas. 

En esta edición de Galaxia Gutenberg la traducción corre por cuenta de Rosa Sala quien logra mantener el estilo arcaizante y algo rococó del texto original y aporta como ya he señalado, un brillante análisis de esta obra en un prólogo en el que da cuenta de la vida de Mörike, los paralelismos con la de Mozart, su intención original de añadir al texto una partitura apócrifa de Mozart completando así el juego de la ficción y muchos otros aspectos que ayudarán al mejor entendimiento de este breve relato. 

Para quienes sientan debilidad por la música y vida de Mozart este relato será un placer dado que podrán disfrutar identificando las diversas facetas del espíritu mozartiano que Mörike va deslizando. El conocimiento de la biografía del compositor y de los personajes célebres de la época también ayudará a una mejor lectura. Para aquellos que no tengan esa afinidad con Mozart, la lectura de esta narración les permitirá familiarizarse con una vía muerta (o así lo creo) del relato, un camino que pudo ser pero que no fructificó ya que la narración breve se perpetúa en el tiempo en la medida en que su flexibilidad le permite adaptarse a todo tipo de géneros y estilos sin moldes tan estrechos como los pretendidos por Goethe. 

1 de abril de 2010

Submundo (Don DeLillo)


I

El mundo lo forman las noticias que leemos en la prensa cada mañana. Un ensayo nuclear soviético, la victoria de los Giants frente a los Dodgers en 1951 o la violación y muerte de una niña en una calle del Bronx.

El submundo está formado por todo aquello que se esconde bajo esos titulares. Dos personas que pelean a muerte por una pelota de béisbol, un profesor ya jubilado que trata de reconstruir su pasado, un hijo que lucha por descifrar si su padre abandonó a su familia o no, los vertederos de basura en los que volcamos nuestros deshechos, nuestras miserias, la decisión de quienes se apartan del mundo. Todas las relaciones que surgen entre estas personas, estos objetos, esas pasiones, todo aquello oculto al ojo de un televidente. Ésta es la materia prima de Submundo, una novela de Don DeLillo que ha merecido alabanzas y críticas casi por partes iguales.

Submundo sacó a Don DeLillo de la relativa oscuridad en la que escribía para colocarle entre los narradores más prometedores de Norteamérica. ¿Qué tiene este libro para atraer tal interés? En primer lugar, destaca su extensión. Muchas de las grandes novelas americanas son narraciones largas, incluso en estos tiempos en los que la brevedad parece consustancial a la época. La autorreflexión es clave en todas ellas: se discurre sobre el pasado, el presente y el futuro de la sociedad americana, sus virtudes o defectos, su hipocresía, los aspectos más rutilantes y el sucio olor que a veces despide. Todo eso que algunos suelen llamar la Gran Novela Americana, pendiente por siempre de ser escrita.

Y sí, Submundo tiene todos estos elementos con la novedad de ser tratados desde un punto de vista formal y estructural novedoso, alejado del discurso convencional que nos enseña que una historia debe tener un principio y un final, un motivo en definitiva.

Y no es que Submundo no tenga principio o final. Comienza narrando el histórico partido de béisbol entre los Giants de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn el 3 de octubre de 1951, referencia mítica para los americanos de la época gracias a su retransmisión radiofónica. Concluye en los años noventa, momento en el que las nuevas tecnologías hacen difícil distinguir realidad y virtualidad y en el que las formas de comunicación han cambiado para siempre el significado de ambos términos.

Pero entre medio tenemos un continuo cambio espacial y temporal que nos lleva desde los años cincuenta a los noventa, volviendo a los sesenta, recuperando los cincuenta, saltando a los ochenta y así sucesivamente. Y, salvando excepciones, los mismos personajes en todas las épocas, arrastrando sus pesadas cargas de contradicción y culpa, de orgullo y resistencia o de renovación, según los casos.

Junto a los personajes de ficción, numerosas figuras históricas pueblan las páginas del libro con diversos sentidos. Un metódico pero algo temeroso J. Edgar Hoover que apenas parece consciente de su poder, ocupado tan sólo de acaparar información de aquellos que le atacan. O un desquiciado Lenny Bruce, el célebre cómico americano que pasó a formar parte de la cultura alternativa americana por sus continuos problemas con la censura, las buenas costumbres y las drogas. Ambos arrojan algo de luz al arraigo del miedo en la sociedad americana, al temor a lo desconocido y a lo improbable. Porque estos son, en definitiva, uno de los principales temas de Submundo.

II

La Guerra Fría, la Bomba con mayúsculas, y el temor que se instaló en la vida diaria americana. En una conmovedora escena, los niños de una escuela de Nueva York, justo antes de iniciar un simulacro de ataque nuclear soviético, muestran a su profesora la chapa metálica que llevan colgada al cuello con su nombre y otros datos para poder ser identificados. El terror en el rostro de los niños, sometidos a la brutalidad de una realidad que apenas comprenden pero que aprenden a asumir como inevitable.

La crisis de los misiles en Cuba ocupa también un importante papel, en este caso contrapesado por el histrionismo de Lenny Bruce. Todas las fases del incidente nos son reveladas a través de sus actuaciones públicas, de sus pensamientos apenas hilvanados en monólogos infinitos, a través de la reacción del público. Su célebre grito: "¡Vamos a morir!".

Y aunque la época del conflicto militar ya haya sido superada en los años noventa, el miedo no se extingue, se transforma en nuevos temores y obsesiones. Y esto queda puesto de manifiesto en la obra de Klara Sax, una artista que decide dedicar su madurez a pintar los fuselajes de los B-29 abandonados en un antiguo aeropuerto en medio del desierto junto con una comunidad de hippies que la sigue en su tarea. Y aunque los dos grandes bloques parezcan no amenazarse mutuamente, pequeñas grietas van resquebrajando un débil equilibrio: traficantes de residuos, tóxicos o nucleares, cruzan el mundo y cobran fortunas por hacer desaparecer los desechos de una sociedad que se ha convertido en productora neta de residuos por encima de cualquier otro bien. Vivimos, por tanto, en una época consecuencia de la Guerra Fría por mucho que pretendamos dar por superada esa etapa. Uno de los personajes de la novela, coleccionista de recuerdos de la era dorada del béisbol, discute sobre la posibilidad de que los soviéticos sólo estén fingiendo que su imperio se desmiembra, que realmente nada ha cambiado. El miedo pervive bajo otros disfraces.

Y de todos los miedos, el miedo a la muerte es el primero y más fundamental de todos ya que nadie tiene asegurado enfrentarse a una explosión nuclear, a un atropello o al hundimiento de un barco, pero todos moriremos siendo por tanto el peor de nuestros miedos aquél al que inevitablemente deberemos mirar a la cara. Y la muerte aparece diseminada por toda la novela como campanadas funestas que nos recuerdan nuestra transitoriedad. Desde el título del prólogo (El triunfo de la muerte) en el que se hace alusión al cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, a la desaparición del padre de los dos principales protagonistas de la novela o a las peripecias del asesino de la autopista, un joven desequilibrado que dispara a los conductores solitarios del desierto de Texas.

La muerte está también presente en las calles de Nueva York donde Ismael, un antiguo grafitero que trata de dar esperanza a los chavales del barrio mediante empleos de poca monta y dudosa legalidad, se esfuerza por decorar un muro con un hermoso dibujo que recuerde a cada joven muerto por violencia; un homenaje para arrancar su memoria de las manos de la muerte, para que su triunfo no sea total. En esta situación se encuentra Esmeralda, una niña que vive corriendo por los descampados del Bronx durmiendo en coches abandonados y a la que dos monjas extrañas tratan de atraer, de salvar de una muerte segura. Y cuando ésta llegue, removerá las creencias de la hermana Edgar, en otros tiempos dura y recta, temerosa de Dios y de las infecciones y jeringuillas, aunque tal vez todo sea en vano.

Pero la obra también ofrece ejemplos de esperanza y de redención. Nick y Matty, dos hermanos que ejemplarizan la superación de las circunstancias adversas que condicionan la vida de cada uno. Su lucha por encontrar un lugar, un objetivo, forman el esqueleto argumental de Submundo. Nick deberá superar un tremendo error de juventud y llegará a convertirse en un importante ejecutivo de la industria de la basura. Matty abandonará el ajedrez del que es una joven promesa dedicándose a la industria armamentística lo que le sume en una profunda crisis de escrúpulos que supera igualmente. Las vidas de ambos hermanos se muestran muy diversas pero en esencia ejemplifican las posibilidades de la voluntad sin caer en el sentimentalismo y sin olvidar el vacío existencial que en ocasiones se asoma a las vidas de quienes creen ya esbozado su camino.

Las novecientas páginas de Submundo dan cabida a muchos otros temas, como el papel del Estado y de las grandes corporaciones o las mafias internacionales. También leeremos sobre la degradación de la vida urbana, sobre los juegos infantiles en las calles, sustituidos por un escalofriante tuteo con las drogas y la muerte. El arte de las basuras, la vida secreta de los más famosos artistas del grafiti o las experiencias de los tripulantes de los bombarderos estratégicos que cruzaban los cielos en los años cincuenta, siempre preparados para una hipotética guerra nuclear.

III

En su aspecto más literario, Submundo representa el triunfo del lenguaje, en especial de los diálogos, sobre el desarrollo argumental. DeLillo hace de estos intercambios una extraordinaria réplica de las conversaciones reales en las que los conversadores se pisan unos a otros, se repiten como en un espejo las palabras recién pronunciadas por el contrario o se deja una frase a medio terminar sin necesidad de unos forzados puntos suspensivos.

La vivacidad y la fuerza (e incoherencia) del lenguaje hablado corriente se adueñan de las páginas de esta novela extendiéndose al estilo de la prosa: en ocasiones DeLillo opta por acumular ideas o metáforas, en otros momentos desarrolla un único concepto hasta agotarlo; las repeticiones forman pautas rítmicas que contrastan con párrafos que disparan en mil direcciones haciendo gala de un minimalismo exquisito. Tampoco olvida pasajes de belleza poética que se desperdigan como oasis entre etapas de gran rudeza, tanto temática como lingüística. En este sentido, no se puede obviar la labor de Castelli para traducir el texto al castellano sin hacerle perder su brillantez.

Este estilo obedece a criterios visuales, fruto sin duda de la influencia del cine y la televisión. El arranque de la novela se apoya en la narración radiofónica del famoso partido de béisbol, pero los tiempos cambian y es la televisión la que ocupa el papel de la radio. Una niña capta con su videocámara casualmente la imagen del asesinato de un hombre en la autopista de Texas, y esta imagen se repite en las televisiones hasta la saciedad. El propio asesino queda exorcizado por su obra, necesita algo más que el poder sobre la vida ajena para sentir toda su fuerza y necesita intervenir telefónicamente en los programas televisivos que hablan sobre él. Sin televisión no somos ya nada. Y este nuevo lenguaje es el que toma DeLillo para construir gran parte de su novela.

Y quizá sea éste el principal mérito de la novela, dar cabida a un estilo ya anunciado por otros autores pero inscribiéndolo en la gran tradición novelística americana. Por ello, el argumento pasa a un segundo plano, como mero soporte en el que dar cabida a los temas que interesan al autor conforme su propio lenguaje. Y es que las diversas historias que forman Submundo funcionan mejor por separado que en su conjunto. El esfuerzo de Don DeLillo por conectarlas para justificar así la novela como un todo coherente resulta en ocasiones excesivamente frágil e innecesario. Hay secciones enteras dedicadas a relacionar dos historias sin otra finalidad aparente; varios personajes intervienen tan sólo como pretexto, iniciándose pequeños relatos que quedan varados una vez cumplida su limitada finalidad.

Don DeLillo sucumbe finalmente al peso de Novela, al concepto histórico de la misma y en este punto falla pues trata de dotar a Submundo de coherencia interna pero sin lograr definirla claramente. Sin estos añadidos creo que la novela habría tenido menos altibajos y una menor extensión, lo que habría reforzado el efecto buscado por el autor.

Pese a ello, sin duda, Submundo es una obra que ofrece muchas razones para ser leída. En unos tiempos en los que la política es el arte de crear titulares y la vida cotidiana no es sino un torrente en el que es fácil ser atrapado, Submundo nos ofrece una visión de luces y sombras desde un ángulo diferente. Sus personajes, como nosotros, crean sueños y los persiguen. Una pelota de béisbol, golpeada por Bobby Thomson en 1951, se convierte en símbolo de lo que podemos conseguir, en esperanza en estado puro. Algunos perseguirán esta pelota por todos los Estados Unidos para acariciar su sueño. Quizá a nosotros nos sea dado sin tanto esfuerzo.

Esta reseña ha sido publicada previamente en Hislibris

14 de marzo de 2010

El Pentateuco de Isaac (Angel Wagenstein)



Hay una línea sutil que une obras como Yo que he servido al Rey de Inglaterra, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk o El Pentateuco de Isaac. No es sólo su origen centroeuropeo, su indisimulado pacifismo, la ironía que baña sus páginas y que sirve para distanciarnos del horror que describen. Es también el recorrido que hacen por parte de la historia reciente de este siglo pasado, el XX, vencido ya según el calendario pero aún vigente en sus consecuencias y circunstancias. Y es también, a nivel literario, por sus protagonistas, auténticos héroes de este tiempo en el que sólo los que parecen aquejados de cierta tontuna, logran sobrevivir a las locuras ajenas; sólo quienes se muestran como inofensivos son dejados a un lado ganándose así su supervivencia y sólo ellos, grandes irónicos, penetran y nos ofrecen las verdades que a los serios burócratas o a los visionarios de la política parecen estarles vedadas.

Y esta línea es la misma que une los destinos de millones de personas arrojadas a la muerte en campos de batalla, de concentración o de reeducación; vapuleadas por el debate de las ideas hecho carne y sangre en sus frágiles cuerpos, descuartizados por unos intereses que sólo a unos pocos interesaron y deshumanizados por los bandazos de la arbitrariedad y el azar.

Asomarse a ese marasmo puede hacerse desde los riscos de la Historia, la Política o la Filosofía. Pero otra buena tribuna es la que ofrecen obras como las señaladas, o tantas otras, empeñadas en arrojar luz sobre periodos oscuros, en encerrar sus sombras confusas o en fundir en agua cristalina las más espesas neblinas.

El Pentateuco de Isaac es una de esas atalayas luminosas que nos permiten atisbar de un modo especial las sinrazones de nuestra época (no tantas cosas han cambiado, quizá sí se hayan desplazado geográficamente) a través de los ojos de Isaac Jacob Blumenfeld, que nació austrohúngaro, pasó a ser ciudadano de Polonia, compañero de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, habitante de los Territorios Orientales del Reich y, finalmente, con un breve interludio siberiano, ciudadano austriaco con residencia en Viena. Y en estos cinco episodios o libros, no tan extraños para muchos otros ciudadanos europeos que vieron bailar las fronteras varias veces bajos sus pies temblorosos, llegamos a identificarnos y emocionarnos con las ocurrencias y peripecias de este buen judío hasídico que, a duras penas, logra llevar su narración a su destino, siempre asaltado por anécdotas, chistes o recuerdos que le desvían de su camino y a los que se aferra con fuerza para preservar su identidad, su cordura en definitiva.

"¿Acaso has visto a un judío que se calle lo que ya ha decidido contar?"

Y no es que su vida resulte de especial atractivo, o que haya jugado un papel destacado en los acontecimientos que le zarandean. Todo lo contrario, Isaac es una hoja al viento, un camino sin destino cierto. Pero es su esfuerzo por superar cada obstáculo, por definir ese destino que le resulta esquivo, por aferrarse a la vida cuando ésta le abandona, lo que le convierte en un héroe. Sus reflexiones van ganando fuerza y peso y si bien en un principio son los sermones y las conversaciones con el rabino Samuel Bendavid (su cuñado) el nutriente principal de sus reflexiones, pronto adquiere el hábito de pensar por sí mismo, tomando de quienes le rodean y de sus propias observaciones aquello que precisa para elaborar un mundo propio, sin tomarse a sí mismo excesivamente en serio, con humildad y paciencia.

De todos modos, ¿no cayó en la misma tentación el rabino Ben Zwi al ver en una carnicería cristiana un jamón de Praga rosado y fresco?
- ¿A cuánto es este pescado?- le preguntó al carnicero.
- No es pescado, sino jamón de Praga.
- No te pregunto cómo se llama el pescado, sino a cuánto sale....

El libro toma la forma de un largo discurso que entronca con la tradición oral judía, con las reuniones familiares en torno a una cazuela repleta de pipas de calabaza la noche del viernes, celebrando el sabbath, en las que se repasan las miles de historias familiares o tribales que conforman la identidad de este pueblo. A modo de un Woody Allen lenguaraz, Isaac hace avanzar sus recuerdos desde su infancia en Kolodetz, a sus trabajos como ayudante en la sastrería de su padre, su enamoramiento de Sara, la de los ojos verde-grisáceos, su primera visita a Viena acompañado de su tío que quiere enseñarle el mundo (o sea, las mujeres) antes de ser alistado para participar en la Primera Guerra Mundial, contienda de la que sufre sus consecuencias pero sin llegar a participar en ella, al igual que le ocurrirá en la Segunda Guerra Mundial o incluso en la Guerra Fría.

La ironía juega un papel fundamental en esta obra, desde la propia entrada del libro en la que el autor traslada sus agradecimientos al rabino. Esta ironía desempeña una función casi narcotizante, aislando al narrador de una realidad dañina. Pero no sólo de ironía se forma la tradición oral que aflora en las páginas de El Pentateuco de Isaac, también la reflexión filosófica, el manso escepticismo de los oprimidos, la vaga y remota esperanza de remisión, ecos todos ellos de esa tradición citada.

"Si Dios tuviera ventanas, hace tiempo que le hubieran roto los cristales"

En este tono general, Isaac desgrana su vida, una lucha por sobrevivir adaptándose a un entorno siempre hostil, siempre complejo y cambiante pero que afronta con una filosofía que le engrandece. Para cada situación encuentra una anécdota de la que sabe extraer una enseñanza, sabiduría popular en estado puro.

Un buen día, el ciego Iosel, ayudándose con su bastoncito, fue a visitar al rabino y le preguntó:

- Rabí, ¿qué estás haciendo ahora?
- Estoy tomando leche.
- ¿Cómo es la leche, rabí?
- Es un líquido blanco.
- ¿Qué quiere decir "blanco"?
- Blanco, pues... es el color de los cisnes.
- ¿Y qué es un "cisne"?
- Un ave que tiene el cuello curvo.
- ¿Qué es "curvo"?
El rabino dobló su brazo por el codo.
- Anda, tiéntalo y sabrás.
El ciego Iosel palpó atentamente el brazo del rabino y dijo agradecido:
- Gracias, rabí. ¡Ahora ya sé cómo es la leche!

Y es que en este libro, no es sencillo extraer conclusiones ya que poco es lo que parece. Isaac pasa por ser un simple aturullado pero es quien mejor sobrevive a toda la debacle de su siglo. El rabino, el más preparado intelectualmente, no logra asomarse a un atisbo de felicidad, sometido siempre a sus dudas y sus opiniones políticas. Los hijos de Isaac pese a arrimarse al Poder, representado por la patria soviética, son arrasados igualmente.

El Pentateuco de Isaac es la novela que abre una trilogía escrita por Angel Wagenstein, conocido realizador búlgaro de origen judío que, a edad tardía, se decidió a fijar en papel los recuerdos de un pueblo y de una época que se deslizaban irremediablemente al mundo del olvido. Las otras dos obras son Lejos de Toledo y Adiós, Shangai, publicadas también por Los Libros del Asteroide, esta estupenda colección de pequeñas grandes obras. La traducción de Liliana Tabákova contribuye a dar ligereza al texto, conservando la frescura de su estilo, la espontaneidad de una narración oral.

Como lector, he de decir que he sentido pena al volver la última página, esa tristeza que se cuela cuando nos separamos de un amigo del que ya no sabremos más, o tan ocasionalmente que, en esencia, sabemos que sus ocurrencias e imágenes se limitarán en el futuro a las que logremos preservar en nuestra frágil memoria. Pocos elogios puedo añadir al ya dicho.

Esto es un polaco y un judío que viajan juntos en un tren. El polaco saca de su cesta una gallina bien cebada y se pone a comer, mientras que el judío, que es un pobretón, se contenta con algo de pan y la cosa más barata del mundo: cabezas de arenque. Entonces el polaco le pregunta:

-¿Por qué vosotros, los judíos, siempre coméis cabezas de arenque?
- Porque le hacen a uno más listo –contesta el judío.
- ¡No me digas! –se sorprende el polaco-. ¡Anda, véndeme unas cuantas cabezas!
- Vale -accede el judío-. Cinco cabezas, cinco rublos.
El otro compra las cabezas y se las come. Pero de repente le pregunta:
- Oye, ¿por qué me has cobrado un rublo por cabeza si un kilo de arenques cuesta un rublo?
-¿Ves? –contesta el judío-, ya te estás volviendo más listo...

14 de febrero de 2010

El desierto de los tártaros (Dino Buzzati)


El desierto de los tártaros fue la tercera novela publicada por Dino Buzzati, un narrador italiano que comenzó a publicar sus obras en los años treinta labrándose una merecida fama como escritor, pese a que él siempre reclamara su condición de periodista por encima de todo. Quizá sea ésta su obra más célebre y la que más reflexiones ha merecido, sin duda por su carácter simbólico y por su ductilidad a la hora de atribuir significados a su trama.

Y sin embargo, la historia es sencilla y puede resumirse de este modo: Drogo, un joven oficial recién salido de la escuela militar, parte hacia su primer destino en los confines del país, la fortaleza Bastiani, con el ánimo deseoso de ganar fama y reconocimiento a través de una fulgurante carrera militar. A su llegada a la fortaleza su ánimo decae. Nada es como esperaba. Ni la fortaleza es grandiosa en los términos que hubiera imaginado, ni la frontera a defender parece guardar especial peligro; tampoco el paisaje es hermoso o sugerente ya que el emplazamiento se encuentra aislado totalmente de la vida civil en un paraje de difícil acceso. Las primeras conversaciones con sus compañeros ahondan este sentimiento de extrañeza pues ve en ellos un conformismo y una sensación de derrota por la que siente rechazo y desdén.

Salvado el impulso de solicitar un traslado inmediato alegando una enfermedad inventada, se sumerge de lleno en la vida castrense, en sus ritos y ceremonias, en las rutinas diarias. En un principio le asalta de continuo una sensación de incómodo vacío cuyo origen incierto apenas puede determinar. Pero, poco a poco comienza a acariciar, siguiendo al resto de sus camaradas de armas, la idea de que el destino no ha salido huyendo sino que espera para quienes hayan sabido aguardarle con tesón. Así, cualquier movimiento en esa extensísima y yerma llanura que es el desierto de los tártaros es visto como la gran oportunidad, el histórico momento para saltar a la palestra del reconocimiento civil y militar.

Cuando poco después Drogo regresa durante un permiso a su ciudad, advierte en ella la misma extrañeza que antes sintió en la fortaleza; ha quedado preso de la misma. Más aún que el resto de sus camaradas puesto que cuando un redimensionamiento de los efectivos militares permite la salida de muchos oficiales hacia puestos de mayor reconocimiento, Drogo quedará postergado por diversas argucias. Sólo ahora comprende que parecían fingir desear permanecer por siempre en la fortaleza. Y así se abre una segunda parte en la que la obsesión de Drogo llega a convertirle en el remedo de aquellos oficiales que conoció a su llegada por vez primera a su destino y cumple, de cara a los jóvenes, la misma función que para él otros cumplieron.

Siempre a la espera de su destino esquivo, Drogo pierde su vida observando la llanura desértica, los movimientos que cree percibir de tropas enemigas en camino. Como ironía del destino, cuando parece llegado el verdadero momento del ataque contra la fortaleza (el lector quizá crea que tampoco éste será el definitivo, que nunca lo habrá) debe partir por causa de una grave enfermedad.

¿Cuál es el tema que se esconde detrás de este argumento? Lo ambiguo de la obra favorece multitud de interpretaciones, si bien es indudable que todas ellas deberán pasar por la idea de la postergación. La vida de Drogo queda empantanada a la espera de la venida de grandes acontecimientos a la altura de sus anhelos. Pero nada en toda la obra revela que realmente Drogo haga algo por ganarse esa gloria que desea. Los años transcurren y su pereza reduce sus aspiraciones a un órdago por el que renuncia a todo a cambio de la improbable y ansiada guerra con los tártaros. Entre tanto la cotidianeidad roe lentamente su existencia, vaciándola y convirtiéndola en un verdadero desierto.

Desde el propio título de la obra, Buzzati reclama nuestra atención para ese desierto que se extiende a los pies de la fortaleza Bastiani. Ese desierto, observado con metódica y obsesiva atención desde las murallas almenadas es un paisaje muerto, infinito y del que apenas llega noticia. Pero no menos desértica es la vida de Drogo quien a fuerza de observar el paisaje deshabitado no es capaz de reconoce en él su propia vida. De este modo, el desierto actúa como reflejo especular de la vida de los habitantes de la fortaleza. Su vaciedad, su inutilidad, su oportunidad perdida, todo ello se extiende a sus ojos sin ser visto, reflejando su propia vida y sus enemigos imaginarios.

Pero también se encierra en El desierto de los tártaros la idea del eterno círculo. En diversos pasajes claramente intencionales, Buzzati hace de Drogo el mismo actor para los nuevos oficiales que el que antes fueron para él Ortiz y otros. Ni su vida le ha aprovechado, ni su experiencia aprovechará al resto en una rueda demoledora que arrastrará a todos aquellos que no tengan la suficiente fuerza de voluntad para bajarse de ella. Y es realmente en esa lucha contra el destino que les aplasta, por la erigirse como árbitro del destino propio, donde se esconde la gloria que Drogo desea ver venir desde la llanura tártara.

Otro elemento más a tener en cuenta es el momento en el que esta obra fue escrita, mientras el lenguaje belicoso de Mussolini iba preparando a la opinión pública italiana para entrar en la Segunda Guerra Mundial. Al igual que los habitantes de Bastiani fundan su razón de vivir en la esperanza de un peligro cierto, la dictadura italiana, como todas, buscaba un enemigo allá donde fuera preciso, una amenaza que pudiera unir al país en torno al líder. Esa ficción trae inevitablemente el empobrecimiento espiritual de sus pueblos, un desierto en el que los mediocres pueden desplegar sus espejismos, al igual que le ocurre a la guarnición de Bastiani.

En su locura, Mussolini inició una guerra colonial en Etiopía que el propio Buzzati cubrió como reportero. Sin duda, la experiencia de las tropas italianas allí destacadas debió ser muy similar a la de los protagonistas de El desierto de los tártaros. Un enemigo esquivo en un paisaje ajeno y desconcertante que se presenta como una oportunidad de medrar en la carrera militar. Sin duda, los desérticos y pétreos paisajes etíopes sirvieron como modelo de referencia para las descripciones de la llanura tártara.

Es frecuente la referencia a Kafka cuando se habla de la obra de Buzzati. En particular, El desierto de los tártaros parece próximo a El castillo, otra fortaleza pero que siempre permanecerá vedada para el protagonista. Sin embargo, frente al pasivo y meditabundo Drogo, K. despliega todos los medios a su alcance para lograr ser admitido en el castillo. Explora cuantas opciones son posibles y nada parece hacerle ceder en sus esfuerzos. Su vida de acción no le garantiza el éxito, pero sí parece dotar de sentido a su existencia. Por el contrario, Drogo confía en la benevolencia del destino, se cree llamado a una alta gloria y tan sólo espera el momento de aprovecharla. Ni siquiera su inútil espera parece justificar su existencia.

Lo que sí pudo tomar Buzzati de Kafka es el tono general de la obra. El uso tan especial de la tercera persona, los símbolos y las autoreferencias, la atemporalidad de la trama y la economía de recursos a la hora de ir narrando la historia. Todo ello contribuye a que la lectura de El desierto de los tártaros se asemeje a un sueño con el que uno puede fácilmente identificarse, sentir una leve punzada en el estómago e interrogarse.

Pero no caigamos en la trampa. Este libro nos advierte de la necesidad de despertar, de vivir alerta, a la espera de las oportunidades que todos los días se nos muestran. Nos susurra en estruendosa mueca que salgamos a la calle, que nos lancemos a la vida; que nada de lo que dejamos pasar volverá. Así que, ¡hasta la próxima!