14 de junio de 2007

Viajes por el Scriptorium (Paul Auster)


Reconozco que disfruto leyendo a Paul Auster. Su estilo y su temática me atraen y siempre espero su última obra con interés, sabiendo que éste no se verá defraudado. Sin embargo, ese terrible momento ha llegado. Viajes por el Scriptorium es una obra inacabada, apenas esbozada, sin interés evidente para cualquier lector objetivo (excluyo a fanáticos del autor que tendrán cierto interés de coleccionista por ella). Tras su lectura, sólo puedo decir que su mayor virtud es su brevedad.

Evidentemente, no todas las novelas de un autor pueden brillar al mismo nivel. García Márquez nunca ha vuelto a escribir Cien años de soledad y, con toda seguridad, ha renunciado a hacerlo. Sin embargo, de todo gran autor se espera un mínimo rescoldo de respeto a sus lectores. Arrojar al mercado unas páginas como las que nos regala Auster es una afrenta para quienes conocen de lo que es capaz. Y pese a esta inmensa decepción, no albergo duda, nos volverá a sorprender con brillantes historias y personajes inolvidables. De ahí la irritación que asalta mientras se leen sus páginas, ¿por qué?, ¿con qué fin? Quizá una forma de cerrar un ciclo, quizá un divertimento del autor (no del lector, por supuesto).

En una habitación (se desconoce en qué época y lugar) un anciano envuelto en las brumas del olvido trata de recordar quién es, quiénes son los personajes que le rodean y visitan, al tiempo que ojea unas fotografías y un manuscrito dejado con alguna intención en el escritorio de su habitación y que parecen guardar una remota relación con su pasado y con su actual situación.

La figura de un hombre asaltado en su habitación por desconocidos que parecen conocer más de su vida que él mismo, y la asunción de la situación por parte del protagonista, nos remite directamente a las primeras páginas de El Proceso. Sin embargo, lo que en Kafka se convierte en una pesadilla y una reflexión sobre el sentido de la vida (o lo que cada uno prefiera en virtud de las múltiples interpretaciones a las que este libro se presta), en Viajes por el Scriptorium se convierte en una vaciedad al no plantear ninguna cuestión relevante al lector, que asiste impávido a los acontecimientos.

El tema de la novela puede ser una reflexión sobre la escritura, a modo de novela dentro de la novela, en la que el autor pasa a convertirse en un personaje literario más. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría a los personajes de la célebre obra de Pirandello, en esta ocasión parece ser el autor el que busca desesperadamente actores de su repertorio pasado que justifiquen este viaje.

No basta el guiño a la propia obra (¿egolatría o paradoja humorística?) o tratar de establecer conexiones con obras ya publicadas por el autor. Tampoco sirve remedar el propio estilo. La fórmula debe renovarse en cada libro para no perder el interés.

Para reconciliarme con Auster, releo el pequeño volumen que publicó Anagrama con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias al autor en 2006. Este pequeño libro recoge un artículo de Justo Navarro sobre diversos aspectos de la vida de Paul Auster que han influido en su modo de ver el mundo y de transmitirlo o convertirlo en palabras. Así, la muerte de su padre, sus estancias en Europa o la muerte fortuita de un compañero en un campamento de verano, entre otras, van conformando un mapa de sucesos que nos lleva a entender algo mejor la obra de Auster.

Le sigue una entrevista realizada por Eduardo Lago con motivo de la publicación en España de la obra Brooklyn Follies en la que se plantean igualmente diversas cuestiones referentes a la concepción de la novela. Asimismo, el propio Auster anuncia el contenido de su próxima novela (Viajes por el Scriptorium) de la que dice que, a diferencia del resto de sus obras que son de elaboración lenta y sosegada, ésta surgió de su pluma con una facilidad sorprendente (sorpresa que, como ya he indicado, se desvanece al leerla y encuentra una lógica explicación, su escaso interés). En la entrevista Paul Auster hace referencia a la importancia del Quijote como obra fundamental de la literatura moderna (algunos comparan a los protagonistas de Tombuctú con don Quijote y Sancho).

A continuación Jorge Herralde incluye dos textos que recogen la presentación que éste hizo del autor americano en el Círculo de Bellas Artes tras la publicación en España de El libro de las ilusiones con alguna reflexión sobre la obra del autor. También se recoge la presentación de Herralde en un diálogo abierto entre Paul Auster, Pedro Almodóvar y el público tras la entrega de los premios Príncipe de Asturias.

A renglón seguido se recoge el discurso de Paul Auster en la ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias. En este discurso, trata de explicar por qué escribe y cuál es la utilidad de la escritura. La respuesta es que todo Arte es útil por su inutilidad. La actividad carente de utilidad inmediata es la que nos separa de los demás animales. La narración responde a una necesidad humana y los escritores no hacen sino responder a dicha llamada.

Finalmente se recoge una cronología/bibliografía comentada del autor que permite comprobar cómo el éxito le llega tras innumerables tentativas, en el teatro, los guiones mudos, la traducción, la poesía, etc.

De este pequeño homenaje obtengo el consuelo de que podremos ver en breve nuevamente al mejor Auster, el que bebe en las fuentes de la cotidianeidad y nos la explica de manera amena y elegante.

10 de junio de 2007

Viajes con Heródoto (Ryszard Kapuscinski)


Una sabia mezcla de historia y actualidad permite amenizar cualquier texto viajero que se precie. En ocasiones, el peso de la obra se apoya más en la Historia en la medida en que el viajero se limita a rememorar mediante la visita de los lugares correspondientes, los hecho o personajes que los han situado en el mapa geográfico, iconográfico o sentimental del lector. En otras ocasiones, el recurso a la Historia es un simple aderezo para centrar al lector en las peripecias de quien escribe. Por último, cuando éstas carecen de interés (o el autor no es capaz de transmitirlo) el texto únicamente tiene de interés su faceta rememorativa.

Creo que es esta última categoría en la que puede ubicarse la obra de Kapuscinski, Viajes con Heródoto. No diré que la vida del célebre periodista y escritor polaco carezca de interés, sólo que éste brilla por su ausencia en la obra. Kapuscinski visita la India, China, Egipto, Irán o el Congo, en momentos clave de su historia, pero nada de ello aflora en las líneas que leemos. Es cierto que el autor ya nos ha dejado espléndidos textos sobre estos países con anterioridad, pero uno no puede dejar de pensar que algo le ha sido negado.

A cambio, Kapuscinski se centra en la obra de Heródoto, cuya lectura le acompañó en la solitaria vida de corresponsal extranjero. Como él mismo afirma, el personaje del historiador griego se le hizo tan familiar como el de muchas personas a las que había tratado en vida, llegando a identificarse con su forma de pensar y sentir el mundo. De ahí, que gran parte de su interés se centre, no sólo en las narraciones recogidas en la Historia sino en la propia vida y persona del hombre que la alumbró.

Quién era, cómo vivía, si viajaba solo o acompañado, si tomaba notas o poseía una extraordinaria memoria, son las preguntas que, perdido en la selva en medio de una guerra tribal o en la desvencijada habitación de un hotel chino, se hace Kapuscinski. También se interesa por los silencios del griego, por ejemplo se toma su tiempo para dilucidar cómo pudieron los babilonios matar a la mayoría de sus mujeres e hijos para reducir el número de bocas a alimentar antes del asedio de la ciudad por el rey persa Darío, o qué se sufre cuando se es empalado o cuando se pierde el favor de los dioses.

Y es que Heródoto, pese a la monumentalidad de su obra, es un narrador brillante y conciso. No se detiene en detalles, salvo aquellos que resulten imprescindibles para la comprensión del texto. Tampoco le importan los sentimientos, no escribe para una sociedad que desconoce el significado del dolor físico o del hambre o de la muerte violenta. Para los lectores (u oyentes) contemporáneos, no era información relevante la brutalidad de la guerra o los sentimientos de un padre que debe ver morir a sus hijos. Sólo aquellos comportamientos propios de los bárbaros merecen una cierta atención por parte de Heródoto, sobre el resto: silencio.

Convivir con dioses brutales, arbitrarios y caprichosos es habitual, el sentido de Justicia no se basa en la equidad, la explotación del trabajo humano mediante la esclavitud es el motor de la sociedad. Nada de ello sorprende a Heródoto y por nada de ello se explaya. A su público le importan más las grandes gestas, la heroicidad de los reyes y la vida de sus antepasados, las miserias cotidianas las encuentran de continuo y no necesitan de pregonero.

Para Heródoto, lo fundamental resulta conocer al vecino, entenderlo. Nunca juzga ni enjuicia los comportamientos ajenos; sólo investiga y trata de dilucidad lo que es real de lo que no lo es de entre las innumerables informaciones que le llegan. Precisamente, este afán por la verdad es una de las mayores lecciones que Kapuscinski extrae de la Historia. Heródoto trata de comprobar y contrastar todas sus fuentes. Cuando puede, realiza comprobaciones personales, cuando no, lo indica en su texto (“según dicen, así he oído, al decir de muchos”). Esta actitud le lleva a emparentar su tarea con la del periodista moderno que debe mantenerse objetivo y describir lo que ve sin juicios añadidos.

Otra de las enseñanzas de Heródoto es el concepto de otredad. El extranjero, el bárbaro, el otro, lo es en contraposición a nosotros. Sólo existe el otro porque existe el nosotros. Nos definimos en relación a otros. Tal tribu come a sus muertos, tal pueblo los entierra, tal otro los quema. Nada es mejor ni peor, sólo diferente en relación a lo que nosotros hacemos. El mundo mediterráneo, diminuto y cerrado hoy en día, encapsulado en el tiempo, era en tiempo de Heródoto, una aldea global como pueda serlo hoy nuestro planeta. Internet no existía pero las comunicaciones marítimas a través de cretenses, fenicios o egipcios hacían las veces. La inmigración era una realidad más contundente que en nuestros tiempos, los inmigrantes fundaban ciudades en territorios extranjeros, regidas por las mismas leyes del país del que provenían sus habitantes.

Ante esta realidad, el anciano historiador griego muestra el camino del respeto y la aceptación del otro como único modo para evitar una lucha fraticida como la que enfrentaba a griegos y persas o a atenienses y espartanos. Kapuscinski no responde a la cuestión de si Heródoto era un relativista moral, aunque con toda seguridad, admitiría límites a la tolerancia.

Tras pasar la última página, se llega a la convicción de que Kapuscinski leía a Heródoto porque al plantearse cuestiones que siguen siendo de actualidad, obtenía enseñanzas duraderas. Un escritor polaco del siglo XX y un historiador griego anterior a Cristo se encuentran en la misma encrucijada y ante las mismas cuestiones, con más de dos mil años de diferencia. De sus reflexiones no obtendremos la respuesta definitiva (¿existe acaso?) a muchas de ellas, pero sí que avanzaremos en nuestra comprensión de los problemas.

20 de mayo de 2007

En Maremma (David Leavitt y Mark Mitchell)

 


 

La literatura de viajes siempre resulta interesante en cualquiera de sus variaciones. Podemos conocer de primera mano regiones que nos eran desconocidas o tener una visión alternativa de alguna que ya conocemos. Experiencias sorprendentes, retazos de historia y geografía se combinan para hacer de la lectura un entretenimiento instructivo al tiempo.

Pero, en ocasiones, podemos disfrutar de la narraciones de viajes por el propio país y conocer cómo nos ven los extraños. Como se suele afirmar en sicología, la visión de uno mismo no es completa hasta que no se confronta con la de otros. De ahí que la conocer la experiencia de personas ajenas a nuestra cultura y tradición aporta un punto de vista alternativo enriquecedor y, sin duda, un cierto componente morboso.

También hay narraciones en las que se nos ofrece más información sobre el propio autor que sobre lo que describe. Vemos sus prejuicios, su forma de entender la vida y de actuar, contrapuesta a la que describe. Esta lectura en negativo resulta especialmente frecuente cuando el lugar descrito es conocido por el lector. Sin ir más lejos, las narraciones de los viajeros del siglo XIX por la España romántica que soñaban y que se adaptaba a sus tópicos preconcebidos.

Todas estas características se dan cita en este pequeño libro escrito mano a mano por . Dos atolondrados escritores americanos deciden emular a los personajes de su adorado Foster y abandonan su país para instalarse en Italia. Una vez saciada su ansia de historia y arte, de experiencias variopintas y de conocimiento de sus nuevos vecinos, acaban por comprar una casa en un rincón olvidado de la Toscana, en busca de una vida relajada y tranquila que les permita escribir y leer al calor de una chimenea.

Reformar la destartalada "villa", comprar los muebles, elegir las cortinas y los suelos, los árboles, flores y hierbas para el pequeño jardín se convierten en una lucha entre la idea que ambos tienen de lo que debe ser una casa toscana y la idea que los italianos tienen de lo que debe ser una casa cómoda y confortable. Unos italianos interesados en huir de su absorbente patrimonio artístico sustituyendo la madera y el mármol por el metacrilato o las baldosas de terrazo por la tarima flotante, por no hablar de una buena calefacción de gas en vez de la inútil, costosa y dificil de encender chimenea.

Ese contraste entre el sueño de Italia y la Italia real es una de las columnas que vertebran En Maremma. Sin embargo, la tendencia contraria se pone igualmente de manifiesto a cada página. Para la mentalidad práctica americana, ni las costumbres de consumo de los italianos, ni su sistema burocrático resultan comprensibles. Baste para ello seguir las peripecias de los autores para obtener un permiso de conducir italiano.

Donde parece no haber lugar a disputa alguna es en materia gastronómica dada la afición de ambos a la cocina italiana de la que son grandes conocedores, teóricos y prácticos. Amantes de la buena mesa y de la comida reposada seguida de su sobremesa pertinente. El ritmo lento de vida (quizá más propio de esta región rural apartada de las grandes ciudades) sea lo que resulta más difícil de asumir para la pareja, y al mismo tiempo lo que más acaban por valorar.

Muchas pueden ser las coincidencias entre esta Italia rural algo anclada en el pasado, y una España que aún retiene parte de su inercia agazapada en el recuerdo. Por ello, no es infrecuente interrumpir la lectura para reflexionar sobre qué habrían pensado Mark y David de este nuestro país o sorprendernos de las numerosas conexiones entre dos pueblos mediterráneos, conun pasado que en lugar de ser trampolín hacia un futuro parece ser una losa de la que no saben cómo escapar. Lean, lean y saquen su propia conclusión.

6 de mayo de 2007

Redobles de Tambor y Diarios de Guerra (Walt Whitman)


 
 
Walt Whitman cimenta su fama en la exaltación del Hombre y la Vida. La pasión y el gozo se combinan a lo largo de sus versos, la Naturaleza forma un marco perfecto en el que dar cabida a su panteísmo laico. Si el hombre es, por encima de todo, un animal político, capaz de relacionarse y resolver sus problemas mediante el compromiso, la guerra es la negación de dicha idea. Una guerra supone la incapacidad de superar las diferencias por medios no violentos. La guerra engendra muerte, destrucción, pobreza, hambre y, a cambio, no acostumbra a beneficiar a los pueblos que las ganan (quizá sí a sus dirigentes). En definitiva, la guerra parece la antítesis de la temática propia de Whitman. Precisamente Redobles de Tambor permite apreciar cómo el espíritu del autor emerge entre el desastre de la Guerra de Secesión enfrentándose a la realidad y adecuándola a su visión de Literatura. Durante los años de la guerra Whitman dedicó parte de su tiempo a acompañar a los heridos en los hospitales de campaña que rodeaban Nueva York y, en ocasiones, en algunos hospitales próximos a campos de batalla. Trató de consolar a soldados que sólo aguardaban la muerte y de confortar a quienes veían sus cuerpos mutilados. Incluso se planteó alistarse como voluntario en la primera etapa de la contienda pero, su edad y el ser el sostén económico de parte de su familia, le disuadieron Precisamente los primeros poemas de Redobles de Tambor presentan el conflicto como algo heroico y digno de admiración. Es la nobleza de alma la que se muestra en los jóvenes combatientes y Whitman sucumbe a los brillos de los desfiles y las banderas.

Según avanza la guerra, las visiones gloriosas se sustituyen por los cuerpos muertos, heridos o mutilados que regresan en carretas desde los campos de batalla. Este golpe de realidad reorienta los poemas de Whitman hacia el Hombre, personificado en la figura del soldado, sin que importen sus colores o banderas. Es el ser humano, maltratado y torturado por la guerra, un ente abstracto que aparece ajeno al mundo y que, como los dioses griegos parece golpear con arbitrario capricho.

En este contexto donde la vida parece carecer de valor es donde, nuevamente, Whitman canta la grandeza de los hombres, en su pequeñez y su vulnerabilidad encuentra nuevos motivos para identificarse con todos y cada uno de los soldados que combaten enconadamente entre sí.

El volumen se acompaña de un breve diario de guerra en el que Whitman detalla sus labores de enfermero, sus viajes en tal cometido y sus experiencias directas del conflicto, siendo un complemento perfecto para la lectura y comprensión del poemario.

Por último, esta obra muestra un ejemplo de cómo, en líneas generales, un pueblo salido de una guerra civil terrible, supera sus divisiones enfrentándose unido al futuro. En ninguna de los versos de Whitman (ni los escritos durante la guerra, ni los escritos al concluir el conflicto) muestran odio por el Sur. La guerra no es una lucha de ideas o sistemas económicos contrapuestos, sino una escenario de destrucción irracional que trata de destruir al hombre pero que, al tiempo, revela su grandeza. Sea del Norte o del Sur, cada hombre encierra un milagro. No hay buenos y malos, sólo hombres, superándose de este modo la tremenda contradicción entre el tiempo que le tocó vivir y los ideales que siempre alentaron la obra del viejo hermoso Walt Whitman.

5 de mayo de 2007

Suite francesa (Irène Némirovsky)


La obra póstuma de Irène Némirovsky no puede disociarse de su trágico final. Hija de una aristocrática familia de judíos rusos cuyas riquezas se perdieron durante la Revolución de Octubre y que tuvo que optar por la huida de Rusia a través de Finlandia, acabó muriendo en un campo de concentración nazi por su doble condición de judía y rusa.

Ni la riqueza de su familia (que logró recuperar parte de su esplendor en la Francia de los años 20), ni sus contactos con la intelectualidad francesa o la pequeña notoriedad por el éxito de sus primeras novelas, le ayudaron a escapar del terrible destino que corrieron millones de europeos.

La casi certeza de ese destino en una fecha temprana (1942) no podía sino estremecer a Irene Némirovsky que veía cómo la mayor preocupación de la sociedad francesa era restañar su autoestima tras la vergonzosa derrota ante los alemanes en 1940. La ocupación de parte de una parte de su país y la instauración de un régimen títere se escondían bajo una capa de desinterés e indiferencia. Esa indiferencia y la consiguiente negación de la realidad son el eje impulsor de “Suite francesa”.

La propia escritora reconoce su deuda para con “Guerra y Paz” de Tolstoi, una obra monumental reflejo de otro periodo histórico crucial. Al igual que el autor ruso, Irène Némirovsky se apoya en una obra coral con multitud de personajes cuyas vidas se entrelazan ocasionalmente pudiendo así dejar constancia de cómo los mismos hechos afectan de distinta manera a las personas. Desde el orgullo de los poderosos, hasta la mezquindad de los pobres, desde el refugio de la familia, hasta el despecho y el recelo del vecino, la mayoría de los sentimientos humanos tienen cabida en estas páginas.

Al estilo de la novela del siglo XIX, el retrato psicológico prima sobre las descripciones. La autora pretende que su obra trascienda del momento histórico que la origina por lo que los personajes, aún basados en muchas ocasiones en conocidos suyos, representan arquetipos bien definidos.

“Suite francesa” debía componerse de 5 movimientos de los cuáles sólo dos se concluyeron. El primero de ellos (“Tormenta”) narra la huída del París asediado por los alemanes, en una loca carrera en la que se confunde el orden y privilegios establecidos dejando a la luz la verdadera naturaleza de cada cuál. El segundo movimiento (“Dolce”) describe, en esencia, los sentimientos contrapuestos que despiertan los ocupantes alemanes de un pequeño pueblo del interior. Frente al enemigo odioso y abstracto, los franceses se topan con personas concretas, muchachos que, al igual que sus hijos, han sido enviados a una guerra que no desean. Esta contradicción y tensión entre lo particular y lo colectivo es uno de los principales temas de toda la novela según su propia autora.

Las ideas sobre cómo proseguiría la novela se recogen en un pequeño apartado que resumen las notas de la autora sobre le proceso de creación de “Suite francesa”. Sin embargo, las tres partes restantes estaban sólo esbozadas en la cabeza de la escritora (“Cautividad” era la tercera – tremendo presagio-, “Batallas” la segunda y “La paz” la tercera).

El texto se estructura de manera muy ágil mediante sucesivas escenas (quizá deudora del incipiente arte cinematográfico) que van perfilando a los numerosos personajes, enfrentándoles a las vicisitudes de la derrota. De este modo la lectura resulta rápida y amena, deteniéndose tan sólo en aquellos aspectos que la autora desea destacar por encima de otros.

La vida de Irène Némirovsky venía de otro tiempo, de un mundo que vio su final tras la II Guerra Mundial. Ni el esteticismo de las clases altas europeas ni la división en clases bien definidas resistirían el embate del conflicto que llevaría a Europa a una nueva era basada en el igualitarismo y la democracia. Por ello, tanto el estilo de la novela como los valores en que se sustenta, serán vistos como fruto de un pasado remoto por el lector contemporáneo.

La tragedia de aquel conflicto, sin lugar a dudas en mayor medida que el precedente, imposibilitaron una forma de entender el arte y de contemplar la vida con tremendas repercusiones en la psique colectiva occidental; sirva esta novela para comprender mejor este cambio, sus ventajas y sus inconvenientes.