
- Inglaterra, Inglaterra (Julian Barnes)
Cunningham ha intentado repetir la fórmula del éxito que le llegó con Las horas en esta novela compuesta igualmente sobre la base de tres historias independientes pero, de algún modo, relacionadas entre sí. En Días memorables los elementos cohesionadores de la historia son Nueva York y Walt Whitman. Sin embargo, y a diferencia de su obra anterior, no parecen ser suficientes para dotar de un sentido al libro como conjunto ni aportan un significado especial a esta pequeña trilogía.
Las tres historias transcurren en Nueva York en diferentes momentos históricos (el despunte de la Revolución Industrial, el periodo posterior al 11-S y un futuro en el que Nueva York se convierte en una especie de parque temático testimonio de un tiempo que ha pasado y que se contempla con asombro y curiosidad).
En la máquina es la primera de estas historias en la que su protagonista es un niño que, tras la muerte de su hermano en un accidente laboral, ocupa el lugar de éste tanto en la fábrica como en la familia y, de algún modo, pretende asumirlo también protegiendo a la prometida de su hermano. Lucas tiene dificultades para expresar sus ideas de modo que recurre a los versos de Whitman para expresar sus emociones y para tratar de entender lo que le rodea. La historia se desarrolla con la constante presencia del espíritu del hermano ausente y su influencia.
Sin duda, la mejor de las tres pequeñas novelas por su belleza y lirismo y en la que la presencia de Whitman (tanto a través de sus versos, como física) contribuye a lograr ese objetivo). Cabe destacar que, mientras transcurre esta época, Whitman está aún revisando y completando Hojas de Hierba y en sus versos se refleja igualmente ese mundo naciente de los obreros y las máquinas, frente a la imagen excesivamente pastoral y campestre que se suele atribuir a su obra poética.
La cruzada de los niños es la segunda historia que narra cómo una psicóloga que trabaja para la policía atendiendo llamadas de psicópatas y terroristas, se ve afectada por sus conversaciones con un niño que amenaza con saltar por los aires explotando un bomba en el centro de Nueva York. El pasado de la mujer y su vida insatisfecha llevan a Catherine a tomar la decisión equivocada, y lo que es peor, ser consciente de ello cuando ya es demasiado tarde. Whitman se manifiesta a través del lenguaje de los niños, debidamente manipulados, que pretenden con sus atentados crear una nueva Arcadia rural y poder vivir sobre la hierba como en tiempos pasados.
Esta segunda historia no llega a la altura de la primera pero resulta sumamente interesante el modo en que se va gestando, casi inevitablemente, la decisión de Cat quien, a su vez también busca su propia Arcadia.
Finalmente, Cual belleza es la tercera historia, ambientada en un futuro no muy lejano, tras un desastre que ha exterminado la vida de gran parte del planeta, en el que conviven humanos, humanoides y seres de otro planeta en condición de semi-siervos. Nueva York es, prácticamente, un destino turístico en el que se puede observar cómo era la vida anterior al desastre, a través de figurantes que pueblan sus calles y visten y actúan tal y como se hacía en aquella época. Un miembro de cada de una de estas “especies” forman el trío que tratan de huir de la ciudad en busca de un mejor destino.
En esta huida atisban un mundo asolado, poblado por bandas sin ley, autoridades impenetrables o grupos de cristianos primitivos. En su destino, Denver, contactan con el creador de Simon quien, para dotarle de algún tipo de sentimiento o sensibilidad, le incluyó en su memoria y circuitos, la obra de Whitman. En el momento de su llegada, el científico está preparando el viaje a un planeta remoto que les permita vivir alejados de la locura en que se ha convertido la Tierra (otra Arcadia imaginaria). Simon decide finalmente no acompañarles en el viaje logrando así superar su condición mecánica de hombre de hojalata.
De las tres historias la primera es ciertamente memorable, como el título del libro indica, la segunda es interesante y bien construida, la tercera parece un tanto forzada al plan prediseñado por el autor. En cualquier caso, cabe destacar que la maestría de la escritura de Cunningham hace de la lectura de todas ellas un placer que recompensa con creces el esfuerzo.
En una sociedad cada vez más inmadura e infantilizada, incapaz de asumir sus propias responsabilidades, sorprende el menosprecio que recibe la literatura infantil clásica. Cualquiera se sonroja leyendo las aventuras de Alicia, las delirantes peripecias de Peter Pan o las simpáticas canciones del oso Puh. Y sin embargo, los padres ríen y alientan en sus hijos la visión más adulterada que de estos personajes nos ofrece el cine de animación o los parques temáticos, hasta el punto de que los mismo que considerarían impropio de su madurez la lectura de los cuentos de los hermanos Grimm acuden a las salas de cine para ver cómo una rata se convierte en un cocinero – perdón, un restaurador- de éxito.
En fin, uno considera que la madurez estriba en elegir qué leer o qué ver con independencia de lo que haga el vecino y, en consecuencia, no se niega el placer de dedicar parte de su limitado tiempo de ocio a leer las ocurrencias del sombrerero loco, las historias de Long John Silver o las inteligentes conclusiones de Christopher Robin.
Y todo ello por dos razones. El puro ocio en primer lugar. Frente a la visión almibarada y vacía que de estos clásicos ofrecen los medios de comunicación, los originales resultan siempre enormemente frescos y sorprendentes. La acidez y la ternura se combinan al igual que lo hacen en la vida adulta, nunca desprenden ese regusto a moralina nauseabunda que tanto gusta a quienes no los han leído pero pretenden instruirnos.
A.A. Milne dibujó el plano de un bosque mágico habitado por unos seres llenos de buenas intenciones pero tan reales como para estar dotados de todos los defectos que son propios de los humanos. La soberbia, la ignorancia, la envidia o el egocentrismo conviven con la alegría por vivir, el deseo de ayudar, de compartir un proyecto de modo desinteresado. Todo ello bajo la atenta mirada de un ser superior, que aunque vive en ese otro extraño mundo que representan los humanos, suele dejar a un lado sus humanas preocupaciones para compartir su tiempo, su sabiduría y sus temores, con sus mejores amigos, fruto de su propia imaginación.
Milne escribió estos breves cuentos en torno a la figura de su hijo Cristopher Robin y su peluche favorito, el oso Puh, un oso sin Cerebro pero capaz de las mejores ideas. Junto al bueno de Puh creó a su compañero inseparable, Porquete. También se acordó de los canguros Ruth y Kanga, del saltarín Tigle, del sabio Búho, del introvertido y resentido burro Iíyoo o del sabio y parlanchín Conejo entre otros. En sus aventuras, caminan en busca del Polo Norte, a la caza de un Pelifante o a la búsqueda del mejor método para robar la miel a las abejas. Pero también buscarán una casa para Búho o la cola perdida de Iíyoo, celebrarán su cumpleaños y jugarán arrojando palos al río desde un puente.
¿Por qué leer las historias de Winny de Puh? Porque, al igual que ocurre con la literatura adulta, al volver la última página, uno se siente acompañado por sus protagonistas. Su espíritu y personalidad contradictoria iluminan nuestras propias contradicciones, porque cada uno de estos peluches representa una parte de nuestra personalidad no siempre evidente. Una razón más, porque podemos sentirnos de nuevo niños o leerles estas historias a nuestros hijos sin sentir que les estamos vendiendo un puñado de mentiras que de nada les servirán en esta vida, ni les harán mejores, ni más sabios ni más prudentes y que sólo les acercarán más a todo a quello de lo que les queremos preservar. Sólo por eso….
Finalmente, una recomendación: cualquier lectura de las aventuras de Winny, debe comprender los dos libros publicados por Milne (Winny De Puh y El rincón de Winny), y deben ir acompañadas por las impagables ilustraciones de E.H. Shepard, fiel reflejo del texto.