4 de junio de 2022

¿Éste es Kafka?: 99 hallazgos (Reiner Stach)




Reine Stach
señala en su obra Kafka, Los años decisivos, que cualquier persona que afronte la tarea de leer la obra de este autor  deberá elegir entre estas dos perspectivas: interrogarse sobre qué quieren decir sus textos o preguntarse por lo que pudo impulsarle a escribirlos. En un caso estamos ante la hermenéutica y sus propagadores que nos hablan de su denuncia de una sociedad burocratizada, de la alienación de las masas, del absurdo de nuestras sociedades, etc. Del otro tenemos a quienes husmean hasta el último rincón de la escueta biografía de Kafka para tratar de encontrar en ella el eco de casi cada frase escrita por él.


Es ésta segunda tendencia la que va tomando más fuerza según el correr de los años. La aparición de los diarios del autor y de una abultadísima correspondencia con amigos, amantes, novias, editores, familia, etc…, ha permitido ahondar en una vida que se presumía tan gris y anodina como la de los protagonistas de sus novelas y relatos. Y aunque esta perspectiva no siempre nos permite adentrarnos en el sentido de su obra, en ocasiones tan solo nos lleva a más interrogantes, lo cierto es que cada vez podemos conocer más y mejor las circunstancias que la vieron nacer, sus conexiones íntimas con el alma de su creador y la fuerza intrínseca que albergan y que, sin duda, hacen que aún hoy siga teniendo vigencia.


No es infrecuente que cualquier biografía del escritor checo entremezcle anotaciones de sus diarios y correspondencia con los textos que escribía en esos mismos días, de manera que toda su obra parece formar un todo en el que su propia vida no es sino un elemento más, inseparable del resto.


Así como nos puede resultar más o menos irrelevante la vida de Vargas Llosa o García Márquez para sumergirnos en sus novelas, parece que la lectura de Kafka exige una especie de curso introductorio biográfico que se extiende a los aledaños del autor, como la vida judía en Praga, los estertores del Imperio Austro Húngaro, su condición de germanohablante o el constante enfrentamiento con su padre por negarse a continuar la saga tendera de la familia.


Y pese a todos estos estudios, indagaciones y trabajos, señala Stach que la figura de Kafka continúa sumida en una serie de tópicos y lugares comunes de los que apenas se logra librar. Aún recuerdo a un compañero de Universidad que describió a Kafka como la persona más triste del mundo, sin duda, un comentario que hoy debemos desterrar sin temor a equivocarnos y que, por contra, podríamos atribuir con mayor certeza a figuras más luminosas en el común de las creencias como F. S. Fitzgerald o Hemingway.


Y es precisamente por este motivo por el que Stach, tras la publicación de su monumental y definitiva biografía sobre Kafka (Acantilado, 2016), ha decidido completar lo que define cómo 99 hallazgos sobre Kafka que contradicen la imagen común que de él se tiene, y que nos lleva a esa pregunta que enuncia desde el título de la obra: "¿Éste es Kafka? 99 hallazgos” (Reiner Stach) publicado por Acantilado, con traducción de Luis Fernando Moreno Claros.


Así que aquí tenemos a uno de los mayores expertos en Kafka seleccionando 99 viñetas, algunas más cortas, otras más largas, algunas ya conocidas, otras más escondidas, con las que iluminar una vida que, como la de todos, también las nuestras, se conforma de aspectos rutinarios y previsibles, con notables sorpresas. Podemos resultar confiables y serios en nuestros trabajos, despreocupados y alegres con nuestros amigos, tiranos para nuestros hijos, y generosos en extremo para los vecinos. Ninguna visión es completa, solo la suma de todas ellas ofrece la suficiente verdad como para componer un retrato convincente de quiénes somos. Así también trata Stach de fundar una imagen de Kafka alejada de los prejuicios que aún se tienen sobre él.


Pero comencemos ya a adelantar algunos de estos hallazgos para dar testimonio de este Kafka renovado que nos ofrece Stach. Y tal vez, una buena forma de hacerlo será la de comenzar por su sinceridad, aspecto que no nos resulta tan chocante en una persona de su supuesto ascetismo y rectitud. Esta incapacidad casi patológica para mentir le ocasionó conflictos laborales, le hizo perder oportunidades e incluso le trajo recriminaciones de sus parejas. Pero su impulso parece tan genuino que hasta se conserva rastro de las tres ocasiones en que faltó a este alto principio y que Stach refleja.


Pero esta idea de rectitud moral queda matizada por una afición a la cerveza que pocos podrían atribuirle. Es cierto que no es fácil escapar al encanto de la cerveza checa y sus agradables cervecerías con patios al aire libre o sus fiestas populares. Y sin llegar al alcoholismo, parece que el deseo de una buena cerveza siempre pudo ganar a otros más píos como las lecciones de hebreo.


Pero nada es fácil con Kafka. Tratar de averiguar el color de sus ojos resulta una tarea casi más ardua que descifrar el sentido de Ante la Ley. Stach recopila las muy diferentes versiones recogidas sobre este punto en cartas y retratos. Nula coincidencia.


Por otro lado, su trato con las mujeres, siempre pleno de escrúpulos y sentimientos de culpa, contrasta con su fácil y desinhibido trato con prostitutas del que se deja constancia explícita en sus diarios. Pero también vemos el rastro de la muy favorable impresión que dejaba en las mujeres que le conocían, incluso la simpatía que despertaba en cuantos trataban con él, considerándolo una persona de fácil trato, lejos de ese supuesto complejo carácter que creemos necesario para escribir En la colonia penitenciaria. De hecho, podemos rastrear relaciones fugaces fruto de un mero intercambio de pocas frases, lo que no parece encajar en la visión de un tímido enfermizo. Y la explicación no es que Kafka se moviera por un deseo sexual inmanejable, antes bien, los relatos de muchos de los varones que le trataron también dan constancia de su afable carácter, sentido del humor y deseo de agradar y socializar.   

 

 


Aunque Kafka no viajó por el mundo con la frecuencia y variedad de contemporáneos suyos como Zweig, lo cierto es que viajó por Suiza, Italia, Francia, Alemania, mostrando un cierto cosmopolitismo, propio de su clase social. Y en estos viajes encontró una forma de enriquecerse con un proyecto junto a Max Brod, para presentar una colección de guías de viaje para turistas modestos, con recomendaciones claras, sencillas, bonos de descuento incluidos en los propios libros, etc. Afortunadamente, el negocio quedó olvidado y la monotonía del mundo de los seguros nos permitió que Kafka compensara el tedio matutino con las sesiones de escritura vespertina. Pero incluso en su trabajo, en el que solemos pensar como si fuera un oficinista con modos funcionariales, Stach nos descubre la elevada consideración profesional que tenía y gracias a la cual pudo conseguir largas excedencias sin perder su puesto. También sabemos de sus numerosos viajes por la Bohemia en cumplimiento de sus funciones, la rigurosidad de sus informes jurídicos y las importantes labores que desempeñó en un mundo que, recordemos, era pionero en su momento, con el desarrollo industrial de la época.


Es sabido que Kafka era un gran amante de los sanatorios y de la medicina natural, que practicó el nudismo, los baños de sol y la exposición a frías corrientes de viento. Stach nos habla incluso de un aspecto de gran actualidad hoy en día como es el de su oposición a las vacunas que, en el mejor de los casos, consideraba inútiles. Por desgracia no podemos más que divagar sobre si todas estas prácticas aceleraron su tuberculosis o si realmente alargaron su vida.


Sea como fuere, lo cierto es que Kafka profesaba un amor por lo natural, lo que le llevó en la última parte de su vida a tener un pequeño huerto que aprendió a cultivar con esfuerzo y las enseñanzas de un anciano. Esa conexión con la vida al aire libre también le venía de infancia en lo que tal vez sean los únicos momentos de armonía con la figura de su padre cuando acudían al club de natación de Praga en el Moldava. Allí, un flacucho y descolorido Kafka, despojado de sus ropas adultas fue confundido por un ricachón que le pidió, a cambio de una propina, que le llevara en barca hasta una isla en el centro del río, a contracorriente sin percatarse de que hablaba con un adulto hecho y derecho. Kafka, tal vez para no hacer sentir mal a su patrón, decidió actuar como si fuera el mozo al que se dirigía.

 

Aunque hemos comentado su buen carácter y la disposición para agradar, nada de esto aplica cuando se trata de la relación con su editor, al que martirizaba con continuas opiniones sobre todos los aspectos relacionados con sus escasos escritos que fueron publicados en vida de su autor. Ni el encuadernado, ni la distribución de los textos resultan del agrado de Kafka. No es de extrañar que también por estas páginas aparezcan sus instrucciones testamentarias a Max Brod pidiendo la quema y destrucción de todos sus manuscritos, diarios, cuadernos en octavo y cuantas palabras pudiera haber dejado escritas. Otra prueba de su brutal sinceridad y de la escasa perspectiva que todos tenemos para juzgar nuestra propia obra, nuestra vida.


Desde luego, ninguno de estos hallazgos nos ofrece una clave definitiva sobre El proceso o Contemplación, pero resulta un eficaz antídoto para todas las ideas preconcebidas que sobre el autor tenemos y, desde luego, para quienes disfrutamos de sus obras hasta el más nimio detalle, también lo hacemos de cada uno de estos retratos parciales que ayudan a avanzar en esa infinita e imposible tarea de completar un fresco definitivo del autor. Y esa es precisamente la grandeza de Kafka, que para aproximarse a su obra siempre es necesaria una última pieza, la del lector, con sus circunstancias vitales y sus expectativas, y que es éste quien en su cabeza completa el rompecabezas que Kafka nos regala. No nos extrañe, por tanto, lo ambivalente de su obra, puesto que esto es su mayor logro, la suerte que tenemos de poder hacerla nuestra.

 

 

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