10 de junio de 2025

Fahrenheit 451 (Ray Bradbury)

 


¿Y si el futuro no fuera un lugar de oscuridad, sino de luces brillantes que ciegan? En Fahrenheit 451, Ray Bradbury imaginó una sociedad feliz, veloz y entretenida donde pensar es subversivo y leer, un crimen. Un mundo en el que los bomberos prenden fuego a los libros y nadie se pregunta por qué. Al releer esta distopía en 2024, lo inquietante no es su exageración, sino lo cerca que estamos ya. 

 

Fahrenheit 451 es la temperatura a la que combustiona el papel, dato científico  que conoce bien Guy Montag, el bombero protagonista de la distopía escrita por Ray Bradbury en 1953. Y lo sabe bien porque lleva esa cifra, esos 451 grados en el escudo de su casco, un recordatorio de cuál es la función de un bombero en un tiempo en el que las casas son incombustibles y la misión de los apagafuegos ha pasado a ser la de prenderlos, rociar de queroseno los libros y quemarlos hasta reducirlos a cenizas y quemar seguidamente esas cenizas para asegurarse de la total destrucción de la palabra escrita.


¿Cómo hemos llegado a esta situación? Es fácil, el gobierno busca la felicidad de sus súbditos y, por tanto, interpreta qué es lo que trae la misma a la vida. El Estado provee diversión adecuada, provee de trabajos y provee de todo cuanto uno puede necesitar. Las casas son incombustibles, las paredes de las habitaciones son pantallas, podemos ser los protagonistas de las telenovelas que vemos, podemos escuchar buena música elegida por un burócrata en una especie de auriculares, viajamos en cómodos y asépticos trenes neumáticos, como el correo en la Europa central de entreguerras.


Ya no hace falta que uno piense, que alguien se tome molestias en hacer lo que otros han decidido por él. Las clases son simple visionado de videos, hay parques para destrozar cosas porque la violencia no ha sido totalmente suprimida y hay que dejarla salir, incluso la velocidad sirve como válvula de escape y los conductores aceleran de manera inverosímil, sus modernos coches, de modo que las vallas publicitarias han de alargarse cientos de metros para que puedan seguir siendo vistas a tal velocidad. La hierba, el pequeño brote ha desaparecido, no ha hecho falta extirparla, simplemente la velocidad reduce la vegetación a una mancha verde, nadie se toma la molestia de andar, para qué ir a cualquier lugar con esfuerzo y lentitud. Tampoco nadie se toma la molestia de hablar con su vecino, con su familia, de qué hablar, todo lo sabemos ya, es decir, nada sabemos. Los arquitectos, al servicio de esta nueva era han suprimido de sus proyectos las terrazas, los porches, los lugares que inviten a la reunión y la conversación.


Y menos que nada, quién necesita leer, envenenar sus pensamientos con los pensamientos del pasado, la más de las veces ideas peligrosas, que pervierten las mentes del nuevo mundo. Nadie necesita hacerse preguntas, sembrar dudas. Los libros comienzan a verse con desconfianza. y poco a poco van siendo aparcados. Se hacen versiones reducidas, se condensan los argumentos de los clásicos, se achata su extensión, para qué leer Crimen y Castigo si en una única página se puede concretar su argumento. Y es éste el paso previo al desprecio del esfuerzo como camino del deleite, la antesala a la prohibición de los libros por nuestro bien.


Bradbury cuenta en el postfacio de esta novela que la idea surgió cuando fue detenido por un policía que consideró sospechoso que se paseara por la calle charlando con un colega. Nadie pasea en Los Ángeles, una actitud bien sospechosa. Esta anécdota y el trasfondo del comienzo de la caza de brujas y la fuerte autocensura que se extendía por todos los medios americanos, periodísticos, cinematográficos, literarios, era un sordo aviso.


Es este contexto de Guerra fría el que también se trasluce en la novela con referencias a las bombas nucleares y a una guerra en contra del mundo; nosotros vivimos con las despensas llenas a costa del resto de la Humanidad que muere de hambre, una guerra aséptica, que solo se intuye por los bombarderos que sobrevuelan la ciudad constantemente y porque algunos hombres son llamados a filas y tal vez nunca vuelven, pero tampoco nadie debe hacerse preguntas.


Y aunque,al leer esta novela en 2024 no he podido obviar esta evidente referencia al tiempo en que fue escrita, no he podido dejar de hacer un constante paralelismo con nuestros días extraños, un tiempo en el que podemos tomar un discurso de Obama y cambiar la voz para que sea la de Putin, crear imágenes de la nada, ver al Papa bailar un tango o generar una canción sugiriendo sin más el estilo y escribiendo una letra. Un tiempo en el que los niños dejan de tener libros en la escuela y se aprende viendo videos, en el que la lectura retrocede ante otros medios de entretenimiento como las series o el omnipresente fútbol. Tiempo en el que la velocidad y la juventud son valores superiores y en el que lo que se espera es diversión, todo ha de ser gracioso, luminoso, agradable, ningún sentimiento melancólico es bien visto, nos aleja de nuestra mejor versión, ya se sabe. Hablamos de salir de nuestra zona de confort cuando nunca hemos estado más sepultados en ella, cuando esto significa hacer una sesión de crossfit con otra panda de gilipollas con los que solo podemos hablar de nuestra dieta o del programa de entrevistas en el que todos se rien y nadie entrevista.


Y es leyendo el libro cuando me sorprendo de que aún nadie haya escrito una especie de secuela o de actualización sobre un mundo en el que ya nadie sepa nada, para qué. Todo se puede preguntar a la inteligencia artificial, no es necesario saber multiplicar, memorizar hechos, ideas, todo se puede preguntar. Pero…, la respuesta que llega a una cabeza hueca, ¿puede ser interpretada correctamente? ¿Cómo se llena el vacío de contexto¿ Y, peor aún, si no sé nada, si me puedo entretener como un cretino con estúpidos divertimentos que alguien ha preparado para mí, ¿realmente querré saber algo? ¿Existirá aún la curiosidad?¿Qué sentido tendrá? Ninguno probablemente.



Y en ese terrible contexto, claramente el conocimiento acumulado, ¿dónde estará?¿En la nube? Tal vez no, es preferible tener los sesos vacíos a disposición de quien quiera vendernos sus productos, sus servicios, y así los libros pasarán a ser un artículo subversivo, a ellos llegarán quienes quieran contrastar la verdad con que nos alimentan, confirmar intuiciones o rebatir las verdades oficiales, los libros, los antiguos, no los digitales, manipulables, las wikipedias, los libros antiguos, el conocimiento que nos trajo hasta aquí. Creo que es un hermoso argumento para una novela distópica, no para una futura realidad.


Porque ese mundo perfecto, feliz que diría Huxley, tiene sus quiebras, incluso para que un bombero quemador de libros termine planteándose qué es realmente su trabajo, a qué fines sirve, qué es lo que debe quemar con tanta saña. Una niña, Clarisse, que vive en su vecindario, una niña rara, anormal diría él al principio, preocupada por un diente de león, le abre una pequeña mirilla. También una conversación con Fabel, un viejo antiguo profesor le expresa la verdad de un mundo que Montag no ha conocido, le habla de quienes se refugian en las espesuras del bosque, de aquellos que memorizan los libros para garantizar que el conocimiento que atesoran  no desaparezca. Y el bombero deberá tomar decisiones complicadas porque no es fácil nadar contracorriente, no es sencillo interrogarse, juzgar el propio pasado y decidir tomar las riendas  del futuro.


Bradbury lleva a cabo un trabajo excepcional. En momentos la novela se convierte en un frenético thriller, en otros momentos se torna de un lirismo profundo, de increíble belleza como en algunas conversaciones entre Fabel y Montag. Así, a Montag le late el libro que esconde en su chaqueta como un corazón o el modo en que las cosas aúllan, o gimen. Unas metáfora sugerentes y poco habituales, sorprendentes. También resulta, ya se ha dicho, tremendamente actual en cuanto a su planteamiento y argumento. Por desgracia, la realidad se acerca a gran velocidad a la distopía. Y cada lector debe elegir entre ser Montag, Mildred, su esposa narcotizada por el sistema, la niña extraña, el viejo profesor o Beatty, el jefe de bomberos, otro personaje peculiar, del que nunca se sabe muy bien qué quiere, de parte de quién está.  


La edición que he empleado es la de Minotauro, con traducción de Francisco Abelenda, y viene acompañada de dos relatos, que sin duda son muy interesantes pero no llegan a la altura del título principal. Todo un descubrimiento de una obra de la que, pese a conocer el argumento muy someramente, nunca me había sentido atraído. Error.

 

 

1 de junio de 2025

Correo literario (Wislawa Szymborska)


Como ocurre en muchas ocasiones, la concesión del Premio Nobel de Literatura de 1996 fue una auténtica sorpresa. La premiada era una poeta polaca no muy conocida fuera de su ámbito geográfico. Poco se podía saber sobre su obra de la que solo constaban algunas traducciones en una antología poética. 


Sin embargo, Wislawa Szymborska había publicado su primer poema en 1945 (Busco la palabra) y su primer poemario en 1952 (Por eso vivimos). Su siguiente publicación, Preguntas hechas a una misma (1957), vuelve a poner el foco en el diálogo interior y la importancia del lenguaje. 


Porque, aunque estos primeros poemas se enmarcan en la corriente de realismo soviético del que poco a poco la autora fue apartándose en busca de un toque más cercano e individual, lo cierto es que estos títulos reflejan de manera perfecta su percepción sobre el arte, tal y como años más tarde, en el discurso de recepción del Premio Nobel lo expresaría de manera certera. Szymborska afirmaba que el poeta debía ser como el científico, debe plantearse que no sabe, debe interrogarse, por qué sufrimos, por qué gozamos, por qué nos tenemos que ir. El asombro surge siempre de la comparación con algo, con lo común, pero en poesía nada debe ser tomado por común, por habitual. Y así, en sus poemas, lo común y habitual nunca es un tópico, siempre trasciende a lo descrito. 

 

Pero esta trascendencia, incluso el ánimo de la autora por escribir realmente muy poco, en todos los sentidos (su discurso citado ha sido uno de los más breves de toda la historia de la Academia sueca), no nos debe llevar a engaño. Szymborska no es una sesuda y seria señora que escribe poemas para suspirar sobre la insoportable levedad del ser.  Nada más lejos de la realidad. 


Durante muchos años trabajó en la revista Vida Literaria en la que, entre otras labores, publicó una columna en la que daba cuenta de las obras, relatos, poemas, que remitían jóvenes (más bien primerizos en las letras, jóvenes o no) pidiendo su publicación o, cuando menos, su valoración. 


Correo literario (Nórdica Libros) es precisamente una selección de estos comentarios en la que la poeta da rienda suelta a sus gustos y caprichos, a su ironía, simpática y cruel a un tiempo. 


Mi novio dice que soy demasiado guapa para escribir buena poesía. ¿Qué piensan de los poemas que adjunto?». Creemos que es usted, efectivamente, una chica muy guapa.


Pero también hay consejos sinceros. Como ya he comentado, la sencillez en la expresión es un valor que la escritora defiende con fervor.

 

Los esfuerzos por ser cada vez más poéticos son la inseguridad más frecuente de los poetas primerizos. Temen la más sencilla de las frases e intentan enmarañarla, y complicarse la vida ellos mismos y complicársela a los demás.

 

Y el estilo tampoco puede quedar al margen. No se trata tanto de reprender en ocasiones a sus corresponsales por el uso de temas manidos o imágenes gastadas, sino que aquellas no deberían emplearse sin un sentido claro, una finalidad y una inspiración que las justifique. 


¿Qué separa a las personas? Un muro invisible. ¿Con qué se puede comparar una gran ciudad? Con una colmena o con la jungla. ¿Cómo es el vacío? El vacío es estéril. ¿Qué hace una cuerda que se tensa? Se rompe, claro. ¿Qué ha decepcionado a este redactor? Todo eso.

Tenemos un principio. Todos los poemas sobre la primavera quedan descalificados automáticamente. Es un tema que ha dejado de existir en la poesía. En la vida sigue existiendo, claro. Pero son dos cosas distintas.


Toda obra ha de guardar una cierta correspondencia con la realidad. Es decir, la poética no excluye la aplicación de la lógica o la vulneración del sentido crítico, tenemos aquí esa visión del poeta como indagador y explicador de la realidad. 


Las descripciones de la naturaleza no forman parte de las prestaciones obligatorias de un escritor. Si no se tienen suficientes palabras frescas para hacer que la descripción sea interesante, es mejor olvidarse de los destellos de la luna en el agua. Además, el fragmento de la novela que nos ha enviado trata del robo de una vaca. En un momento así, ni el ladrón ni la vaca sacada del establo están como para admirar los encantos de la naturaleza.

¿Por qué y para qué escribimos? Sin duda, porque entendemos que lo que queremos transmitir es valioso. Sin embargo, la distancia que media entre lo que creemos interesante para el mundo, no es sino lo que, en nuestra limitada experiencia nos lo parece a nosotros mismos. 


Las mujeres de sus relatos tienen nombres distintos, pero por lo demás son idénticas y de un idéntico muy poco interesante. Por el amor de Dios, por esta patria nuestra se pasean montones de mujeres no solo guapas, sino además valientes, espabiladas, graciosas y encantadoras en la conversación, e incluso cuando son unas arpías tienen un nivel exorbitante, por lo que se distinguen positivamente en el mercado internacional.

Así que no es extraño que las dos principales recetas que Szymborska ofrece a sus advenedizos literatos son la lectura intensiva de buenos libros y una vida y experiencia que le permita sacar provecho de esas lecturas, crear una voz propia, forjar una visión que realmente merezca ser compartida con el resto del mundo, si no, mejor escribir para la criada. 


Le aconsejamos que lea más, que salga con mayor frecuencia y tenga más contacto con la realidad, y que escriba menos y que se haga solo aquellas preguntas a las que es posible dar respuesta.

Como se pone de manifiesto en la introducción al libro, una entrevista que le hacen a la autora, ésta siempre se ha maravillado de que parezca que el mero hecho de saber escribir dos palabras juntas presuponga que uno ya está dotado para la alta literatura, a diferencia de lo que ocurriría con un músico del que se espera una larga carrera dedicada al estudio. 


«He escrito por casualidad veinte poemas. Me gustaría verlos publicados»… Desgraciadamente, tenía razón el gran Pasteur cuando dijo que el azar solo favorecía a los espíritus preparados. Las musas le pillaron a usted en paños menores, espiritualmente hablando.



«Suspiro a ser poetisa». En esta situación, gimo ser redactor.

En esta ingrata labor, la autora polaca se desgañitaba ante manuscritos emborronados, ilegibles, mal escritos, sin respeto a una mínima regla ortográfica. Clamaba en el desierto, ya se ve que en nuestros días también nos quejamos de lo mismo, no creo que en la Polonia de los años sesenta tuvieran una ESO.


Cualquier cosa en este mundo se desgasta con el uso, excepto las reglas gramaticales. Utilícelas sin miedo, hay suficientes para todos.



Ninguno de nosotros fue capaz de descifrar sus manuscritos, que al principio tomamos por poemas. Tan solo en la farmacia consiguieron hacerlo. Los medicamentos se pueden recoger en la secretaría de la redacción.

Pero, en ocasiones, Szymborska se despachaba con un fresco sentido del humor que seguramente desconcertaba a sus lectores. 


Pregunta usted qué opinión tenemos sobre Homero. Hasta ahora, la mejor posible. ¿Por? ¿Ha pasado algo?

Usted, señor Marek, ha contribuido de una manera simpática a aumentar esta lista enviándonos un puñado de poemas finlandeses (¡en versión original!) con la propuesta de que elijamos para la publicación los que queramos, y de que una vez hayamos hecho la selección, usted se compromete a traducirlos. La verdad es que, a primera vista, todos los poemas nos gustan mucho, están escritos en un bonito papel, el tipo de letra es claro y la impresión es buena, el interlineado y los márgenes son regulares, solo hay una palabra tachada con bolígrafo azul, lo cual no afea demasiado el poema y demuestra, además, que el autor se ha preocupado de corregir cuidadosamente el texto mecanografiado.


También combate mitos y falsas creencias sobre el escritor. Ni vive en una torre de marfil, ni se suicida varias veces al día, ni vive en cafés, ni escribe en una catarsis de embriaguez continua. 



Si alguien bebe, lo hace entre un verso y otro. Es la cruda realidad. Es más, si el alcohol fuera el coautor de la gran poesía, uno de cada tres ciudadanos de nuestro país sería, al menos, un Horacio. 


Y así podríamos continuar con divertidos ejemplos del estilo sagaz e inteligente de la poeta polaca. Pero, pongamos orden. Correo literario no es una obra llena de chismorreos y bromas, antes bien, estos comentarios son el reverso de la excepcional calidad humana y literaria de su autora. En ellos vemos sus preocupaciones, su disgusto ante lo que no cree digno de ese nombre, su preocupación por el papel que los autores ejercen sobre sus lectores. Una misión que tal vez le preocupaba, que seguramente influyó en lo mermado de su obra, pero que nos regaló una autora que aún tenemos pendiente de descubrir.